REALIDADES
Y FICCIONES
—Revista
Literaria—
Nº
11 – Diciembre de 2012 – Año III
ISSN
2250-4281
Inscripción gratuita
como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y
apellido, ciudad y país
(se le avisará cada
nuevo número trimestral).
Menelao y Héctor luchando
ante el
cadáver de Euforbo (Ilíada,
XVII)
(cerámica)
Sumario:
Narrativa
• “El tonel de amontillado” de
Edgar Allan Poe. Cuento y análisis. Listado de obras. (Héctor Zabala)
• La verdadera historia está en
los repliegues: Joseph Roth, “Job: historia de un hombre sencillo”. Reseña.
(Anna Rossell)
Poesía
• Espacio Poesía en la Feria del Libro de Córdoba,
Argentina. (Luis Benítez)
• “El hacedor del bien” de Oscar
Wilde. Cuento y análisis. Biografía y bibliografía del autor. (Héctor Zabala)
Ensayo (Felipe Acuña Lang)
• Felisberto Hernández, el
outsider más original de la literatura latinoamericana de los años 20.
Y algo más… (Héctor Zabala)
• La Ilíada , ¿mito o realidad? —
Parte IV.
Nuevos colaboradores de
Realidades y Ficciones (curriculos):
• Anna Rossell, Barcelona
(Cataluña), España
• Felipe Acuña Lang, Santiago,
Chile
EL TONEL DE AMONTILLADO [1]
Edgar
Allan Poe ©
Había
yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me
hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría.
Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que
proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente
decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No
solo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio
cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no
es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido.
Téngase
en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato
para dudar de mi buena disposición. Tal como me lo había propuesto, seguí
sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora,
de la idea de su inmolación.
Un
punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de
respetar y aun de temer. Enorgullecíase de ser un connaisseur [2] en materia de vinos. Pocos italianos
poseen la capacidad del verdadero virtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo
que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los
millonarios ingleses y austríacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un
impostor, como todos sus compatriotas; pero en lo referente a vinos añejos
procedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este sentido; experto en
vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía.
Anochecía
ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura más extrema,
cuando encontré a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues había
estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bufón, llevaba un ajustado traje a
rayas y lucía en la cabeza el cónico gorro de cascabeles. Me sentí tan contento
al verle, que me pareció que no terminaría nunca de estrechar su mano.
—Mi
querido Fortunato —le dije—, ¡qué suerte haberte encontrado! ¡Qué buen
semblante tienes! Figúrate que acabo de recibir un barril de vino que pasa por
amontillado, pero tengo mis dudas.
—¿Cómo?
—exclamó Fortunato— ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y a mitad de
carnaval...!
—Tengo
mis dudas —insistí—, pero he sido lo bastante tonto como para pagar su precio
sin consultarte antes. No pude dar contigo y tenía miedo de echar a perder un
buen negocio.
—¡Amontillado!
—Tengo
mis dudas.
—¡Amontillado!
—Y
quiero salir de ellas.
—¡Amontillado!
—Como
estás ocupado, me voy a buscar a Lucresi. Si hay alguien con sentido crítico,
es él. Me dirá que...
—Lucresi
es incapaz de distinguir entre amontillado y jerez.
—Y
sin embargo no faltan tontos que afirman que su gusto es comparable al tuyo.
—¡Ven!
¡Vamos!
—¿Adónde?
—A
tu bodega.
—No,
amigo mío. No quiero aprovecharme de tu bondad. Noto que estás ocupado, y
Lucresi...
—No
tengo nada que hacer; vamos.
—No,
amigo mío. No se trata de tus ocupaciones, pero veo que tienes un fuerte
catarro. Las criptas son terriblemente húmedas y están cubiertas de salitre.
—Vamos
lo mismo. Este catarro no es nada. ¡Amontillado! Te has dejado engañar. En
cuanto a Lucresi, es incapaz de distinguir entre jerez y amontillado.
Mientras
decía esto, Fortunato me tomó del brazo. Yo me puse un antifaz de seda negra y,
ciñéndome una roquelaure [3],
dejé que me llevara apresuradamente a mi palazzo.
[4]
No
encontramos sirvientes en mi morada; habíanse escapado para festejar
alegremente el carnaval. Como les había dicho que no volvería hasta la mañana
siguiente, dándoles órdenes expresas de no moverse de casa, estaba bien seguro
de que todos ellos se habían marchado de inmediato apenas les hube vuelto la
espalda.
Saqué
dos antorchas de sus anillas y, entregando una a Fortunato, le conduje a través
de múltiples habitaciones hasta la arcada que daba acceso a las criptas.
Descendimos una larga escalera de caracol, mientras yo recomendaba a mi amigo
que bajara con precaución. Llegamos por fin al fondo y pisamos juntos el húmedo
suelo de las catacumbas de los Montresors.
Mi
amigo caminaba tambaleándose, y al moverse tintinearon los cascabeles de su
gorro.
—El
tonel —dijo.
—Está
más delante —contesté—, pero observa las blancas telarañas que brillan en las
paredes de estas cavernas.
Se
volvió hacía mí y me miró a los ojos con veladas pupilas, que destilaban el
flujo de su embriaguez.
—¿Salitre?
—preguntó, después de un momento.
—Salitre
—repuse—. ¿Desde cuándo tienes esa tos?
El
violento acceso impidió a mi pobre amigo contestarme durante varios minutos.
—No
es nada —dijo por fin.
—Vamos
—declaré con decisión—. Volvámonos; tu salud es preciosa. Eres rico, respetado,
admirado, querido; eres feliz como en un tiempo lo fui yo. Tu desaparición
sería lamentada, cosa que no ocurriría en mi caso. Volvamos, pues, de lo
contrario te enfermarás y no quiero tener esa responsabilidad. Además está
Lucresi, que...
—¡Basta!
—dijo Fortunato—. Esta tos no es nada y no me matará. No voy a morir de un
acceso de tos.
—Ciertamente
que no —repuse—. No quería alarmarte innecesariamente. Un trago de este Medoc
nos protegerá de la humedad.
Rompí
el cuello de una botella que había extraído de una larga hilera de la misma
clase colocada en el suelo.
—Bebe
—agregué, presentándole el vino.
Mirándome
de soslayo, alzó la botella hasta sus labios. Detúvose y me hizo un gesto
familiar, mientras tintineaban sus cascabeles.
—Brindo
—dijo— por los enterrados que reposan en torno de nosotros.
—Y
yo brindo porque tengas una larga vida.
Otra
vez me tomó del brazo y seguimos adelante.
—Estas
criptas son enormes —observó Fortunato.
—Los
Montresors —repliqué— fueron una distinguida y numerosa familia.
—He
olvidado vuestras armas.
—Un
gran pie humano de oro en campo de azur; el pie aplasta una serpiente rampante,
cuyas garras se hunden en el talón.
—¿Y
el lema?
—Nemo
me impune lacessit. [5]
—¡Muy
bien! —dijo Fortunato.
Chispeaba
el vino en sus ojos y tintineaban los cascabeles. El Medoc había estimulado
también mi fantasía. Dejamos atrás largos muros formados por esqueletos
apilados, entre los cuales aparecían también toneles y pipas, hasta llegar a la
parte más recóndita de las catacumbas. Me detuve otra vez, atreviéndome ahora a
tomar del brazo a Fortunato por encima del codo.
—¡Mira
cómo el salitre va en aumento! —dije—. Abunda como el moho en las criptas.
Estamos debajo del lecho del río. Las gotas de humedad caen entre los huesos...
Ven, volvámonos antes de que sea demasiado tarde. La tos...
—No
es nada —dijo Fortunato—. Sigamos adelante, pero bebamos antes otro trago de
Medoc.
Rompí
el cuello de un frasco de De Grâve y se lo alcancé. Vaciólo de un trago y sus
ojos se llenaron de una luz salvaje. Riéndose, lanzó la botella hacia arriba,
gesticulando en una forma que no entendí.
Lo
miré, sorprendido. Repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
—¿No
comprendes?
—No
—repuse.
—Entonces
no eres de la hermandad.
—¿Cómo?
—No
eres un masón.
—¡Oh,
sí! —exclamé—. ¡Sí lo soy!
—¿Tú,
un masón? ¡Imposible!
—Un
masón —insistí.
—Haz
un signo —dijo él—. Un signo.
—Mira
—repuse, extrayendo de entre los pliegues de mi roquelaure una pala de albañil.
—Te
estás burlando —exclamó Fortunato, retrocediendo algunos pasos—. Pero vamos a
ver ese amontillado.
—Puesto
que lo quieres —dije, guardando el utensilio y ofreciendo otra vez mi brazo a
Fortunato, que se apoyó pesadamente. Continuamos nuestro camino en busca del
amontillado. Pasamos bajo una hilera de arcos muy bajos, descendimos, seguimos
adelante y, luego de bajar otra vez, llegamos a una profunda cripta, donde el
aire estaba tan viciado que nuestras antorchas dejaron de llamear y apenas
alumbraban.
En
el extremo más alejado de la cripta se veía otra menos espaciosa. Contra sus
paredes se habían apilado restos humanos que subían hasta la bóveda, como puede
verse en las grandes catacumbas de París. Tres lados de esa cripta interior
aparecían ornamentados de esta manera. En el cuarto, los huesos se habían
desplomado y yacían dispersos en el suelo, formando en una parte un
amontonamiento bastante grande. Dentro del muro así expuesto por la caída de
los huesos, vimos otra cripta o nicho interior, cuya profundidad sería de unos
cuatro pies, mientras su ancho era de tres y su alto de seis o siete. Parecía
haber sido construida sin ningún propósito especial, ya que solo constituía el
intervalo entre dos de los colosales soportes del techo de las catacumbas, y
formaba su parte posterior la pared, de sólido granito, que las limitaba.
Fue
inútil que Fortunato, alzando su mortecina antorcha, tratara de ver en lo hondo
del nicho. La débil luz no permitía adivinar dónde terminaba.
—Continúa
—dije—. Allí está el amontillado. En cuanto a Lucresi...
—Es
un ignorante —interrumpió mi amigo, mientras avanzaba tambaleándose y yo le
seguía pegado a sus talones. En un instante llegó al fondo del nicho y, al ver
que la roca interrumpía su marcha, se detuvo como atontado. Un segundo más
tarde quedaba encadenado al granito. Había en la roca dos argollas de hierro,
separadas horizontalmente por unos dos pies. De una de ellas colgaba una cadena
corta; de la otra, un candado. Pasándole la cadena alrededor de la cintura, me
bastaron apenas unos segundos para aherrojarlo. Demasiado estupefacto estaba
para resistirse. Extraje la llave y salí del nicho.
—Pasa
tu mano por la pared —dije— y sentirás el salitre. Te aseguro que hay mucha
humedad. Una vez más, te imploro que volvamos. ¿No quieres? Pues entonces,
tendré que dejarte. Pero antes he de ofrecerte todos mis servicios.
—¡El
amontillado! —exclamó mi amigo, que no había vuelto aún de su estupefacción.
—Es
cierto —repliqué—. El amontillado.
Mientras
decía esas palabras, fui hasta el montón de huesos de que ya he hablado.
Echándolos a un lado, puse en descubierto una cantidad de bloques de piedra y
de mortero. Con estos materiales y con ayuda de mi pala de albañil comencé
vigorosamente a cerrar la entrada del nicho.
Apenas
había colocado la primera hilera de mampostería, advertí que la embriaguez de
Fortunato se había disipado en buena parte. La primera indicación nació de un
quejido profundo que venía de lo hondo del nicho. No era el grito de un
borracho. Siguió un largo y obstinado silencio. Puse la segunda hilera, la
tercera y la cuarta; entonces oí la furiosa vibración de la cadena. El ruido
duró varios minutos, durante los cuales, y para poder escucharlo con más
comodidad, interrumpí mi labor y me senté sobre los huesos. Cuando, por fin,
cesó el resonar de la cadena, tomé de nuevo mi pala y terminé sin interrupción
la quinta, la sexta y la séptima hilera. La pared me llegaba ahora hasta el
pecho. Detúveme nuevamente y, alzando la antorcha sobre la mampostería,
proyecté sus débiles rayos sobre la figura allí encerrada.
Una
sucesión de agudos y penetrantes alaridos, brotando súbitamente de la garganta
de aquella forma encadenada, me hicieron retroceder con violencia. Vacilé un
instante y temblé. Desenvainando mi espada, me puse a tantear con ella el
interior del nicho, pero me bastó una rápida reflexión para tranquilizarme.
Apoyé la mano sobre la sólida muralla de la catacumba y me sentí satisfecho.
Volví a acercarme al nicho y contesté con mis alaridos a aquel que clamaba. Fui
su eco, lo ayudé, lo sobrepujé en volumen y en fuerza. Sí, así lo hice, y sus
gritos acabaron por cesar.
Ya
era medianoche y mi tarea llegaba a su término. Había completado la octava, la
novena y la décima hilera. Terminé una parte de la undécima y última; solo
quedaba por colocar y fijar una sola piedra. Luché con su peso y la coloqué
parcialmente en posición. Pero entonces brotó desde el nicho una risa apagada
que hizo erizar mis cabellos. La sucedió una voz lamentable, en la que me costó
reconocer la del noble Fortunato.
—¡Ja,
ja... ja, ja! ¡Una excelente broma, por cierto... una excelente broma...! ¡Cómo
vamos a reírnos en el palazzo... ja, ja... mientras bebamos... ja, ja!
—¡El
amontillado! —dije.
—¡Ja,
ja...! ¡Sí... el amontillado...! Pero... ¿no se está haciendo tarde? ¿No nos
estarán esperando en el palazzo... mi esposa y los demás? ¡Vámonos!
—Sí—dije—.
Vámonos.
—¡Por
el amor de Dios, Montresor!
—Sí
—dije—. Por el amor de Dios.
Esperé
en vano la respuesta a mis palabras. Me impacienté y llamé en voz alta:
—¡Fortunato!
Silencio.
Llamé otra vez.
—¡Fortunato!
No
hubo respuesta. Pasé una antorcha por la abertura y la dejé caer dentro. Solo
me fue devuelto un tintinear de cascabeles. Sentí que una náusea me envolvía;
su causa era la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo.
Puse la última piedra en su sitio y la fijé con el mortero. Contra la nueva
mampostería volví a alzar la antigua pila de huesos. Durante medio siglo,
ningún mortal los ha perturbado. ¡Requiescat in pace! [6]
[1] En su idioma original: The Cask of Amontillado (1846). Esta versión castellana es del
escritor argentino Julio Cortázar.
[2] connaisseur:
En francés, conocedor, entendido, experto.
[3] roquelaure:
En francés, capa pesada y abotonada hasta la rodilla, usada por los hombres
hasta el siglo XVIII, compuesta a menudo de pieles y seda.
[4] palazzo: En
italiano, palacio, mansión.
[5] Nemo me impune
lacessit: Nadie me hiere impunemente. Esta frase latina se encuentra en el
escudo de Escocia. Es el lema de la
Orden del Cardo, orden de caballería escocesa. El lema
también fue adoptado por varios regimientos escoceses.
[6] ¡Requiescat in
pace!: ¡Descanse en paz! Epitafio latino que la Iglesia Católica
utiliza al cierre de un responso, a modo de petición por el alma de un difunto.
ANÁLISIS SOBRE “EL TONEL DE AMONTILLADO”
DE EDGAR A. POE
Héctor
Zabala ©
DUDAS
Y DIFICULTADES
La
primera duda que se presenta es dónde se sitúa el crimen y de qué nacionalidad
son los personajes. Algunos críticos opinan que todo ocurriría en Italia y que
tanto víctima como asesino serían italianos.
Pero
en esto discrepo un poco. Es razonable admitir que el asesinato se sitúa en
Italia; la palabra palazzo y ciertos
detalles de la construcción (catacumbas, arcos, etc.), así como la existencia
de por lo menos dos italianos (Fortunato y Lucresi), apuntan en ese sentido.
Incluso hasta podría entenderse como muy probable que el homicidio tuviera
lugar puntualmente en Venecia por la gran humedad del sótano, el salitre que
aflora de las paredes, el nivel de la cripta por debajo del agua y el carnaval.
Sin
embargo, el nombre (o apellido) Montresor no parece en absoluto italiano. Suena
catalán o francés; incluso existe un pueblo al sudoeste de Tours (centro de
Francia) que se llama Montrésor. Por otra parte este personaje de Poe habla
como hablaría un extranjero xenófobo, al usar un modo despectivo contra los
italianos y, además, siempre en tercera persona del plural, nunca en primera de
ese número (nosotros). Por ejemplo, cuando afirma: “...el entusiasmo que fingen
[los italianos] se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los
millonarios ingleses y austríacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un
impostor, como todos sus compatriotas...”
Después
tenemos las palabras “...pero en lo referente a vinos añejos [Fortunato]
procedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este sentido; experto en
vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía”. Esto,
que podría equipararse con el sacrificio de la misa y verse como un preanuncio
de la inmolación que Montresor haría de la persona de Fortunato, me reafirma en
la idea de que el asesino probablemente fuese un extranjero en Italia dedicado
a la reventa de vinos y que quizá ni siquiera residiese en ese país al momento
de contarlo.
Por
su parte, Fortunato demuestra ser un experto en vinos por ciertos tecnicismos
referidos a la época en que el otro habría recibido la partida y al juzgarse
capaz de distinguir entre amontillado y jerez, capacidad que a su vez niega de
otro experto (Lucresi). El vino amontillado es una variedad española, lo que
condice con el buen negocio del que habla Montresor a Fortunato (“No pude dar
contigo y tenía miedo de echar a perder un buen negocio”). Al tratarse de un
vino importado, su venta en Italia resultaría cara y por ende implicaría una
gran ganancia para el importador.
Hay
críticos que aseveran que el crimen tendría las características de una vendetta
al mejor estilo italiano. Pero no se necesita ser italiano para desquitarse. La
historia abunda en represalias realizadas por gentes que nada tenían de
itálicos. Y en cuanto a la literatura, ahí tenemos a Hamlet, retratado por
William Shakespeare en la obra homónima, o a los hermanos atridas Electra y
Orestes, de los que nos hablan los tres grandes trágicos griegos [1].
Todos ellos personajes que nada tienen de italianos y que, sin embargo, llevan
hasta el fin sus respectivas venganzas.
Por
otra parte, hay detalles que van más allá de una simple vendetta. Desde el
principio, el homicida se justifica así: “Había yo soportado hasta donde me era
posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto”. Más allá de la
hipérbole (que es como debe entenderse lo de las mil ofensas), esto de soportar
estoicamente sucesivos agravios tampoco sería propio de alguien acostumbrado a
la vendetta. Quienes responden así, por lo general no esperan que se los
humille una y otra vez.
Otro
intríngulis es a quién (o a quiénes) le habla Montresor y dónde. Podría
pensarse que el relato es la confesión de un hombre arrepentido y moribundo a
un sacerdote católico, o bien de alguien muy poderoso que se jacta impunemente
ante amigos y sirvientes. Si bien el pronombre you en inglés vale para tú y
vosotros (o para usted y ustedes), me inclino por lo segundo porque Montresor
dice al comienzo: “Vosotros [así lo traduce Cortázar], sin embargo, que
conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna”. Parece
hablarle a un grupo de gente reunida, gente de la que además no tiene necesidad
de cuidarse mucho. Asimismo, no existe en el relato del asesino la menor pizca
de arrepentimiento, más bien daría la impresión de regodearse en puntualizar
los detalles; esto deja a un lado la posibilidad de que se trate de una
confesión al estilo católico.
Varias
de las cuestiones antedichas y el hecho de que el asesinato ocurriera cincuenta
años antes demuestran que Montresor ya es un anciano cuando relata su crimen. Y
en cuanto a dónde lo relata, quizá no se trataría del palazzo, en cuyos sótanos
está emparedada la víctima, sino en un país extranjero. Sostengo esto porque en
su exposición parece pintar pormenores y costumbres de los italianos con ánimo
de ilustrar, explicaciones que estarían de más si su auditorio estuviese
compuesto exclusivamente de personas nativas de Italia.
CONCEPTOS
GENERALES
El
cuento está muy bien pensado. La preparación del crimen es óptima: el asesino
se desprende por un día de todo sirviente inoportuno, se pone un antifaz para
que nadie lo reconozca por la calle y además insiste en emborrachar aún más a
la víctima para evitar toda resistencia.
Andar
del brazo hasta la residencia de Montresor también debe verse como una medida
precautoria de parte del asesino, pues contribuye a que los paseantes (y
posibles testigos) ni siquiera se fijen en ellos. Seguramente la gente los
tomaría por dos borrachos que se abrazan para mantenerse en pie, cosa
improbable de lograr por separado. Y se sabe que nadie repara demasiado en
borrachos callejeros.
Decidida
la venganza, vemos que el asesino conserva una sangre fría que pone a prueba al
más flemático. En efecto, relata con una ironía y precisión dignas de un
homicida convencido de lo que hace. Un verdadero psicópata.
Es
digno de señalar cómo Poe avanza y suma tensión aun cuando desde el principio
nos revela que Montresor será el asesino y Fortunato la víctima. La técnica de
Poe crea un clima de terror y suspenso que no flaquea un instante. Incluso son
notables los primeros diálogos en los que el asesino se esfuerza por llevar a
la víctima a su propia bodega subterránea, pero apelando a la duda y al rechazo
para incentivar más a un Fortunato pagado de sí mismo o de sus conocimientos, y
encima celoso de otro experto en vinos como es Lucresi. Esta primera parte del
cuento nos recuerda una araña que espera pacientemente la caída del insecto en
su tela.
INDICIOS
EN GENERAL
Y
ahora vayamos a los indicios. Estos se centran no tanto en insinuar un
asesinato —de hecho Poe hace que el homicida lo anticipe abiertamente a su
auditorio— sino en cómo se ejecutará ese crimen. También hay algunos
preanuncios del victimario a la víctima.
1)
La ironía del traje rayado. Poe aprovecha el carnaval para vestir a la víctima
de bufón pero también —quizá, en una segunda lectura— para anticipar que será
un preso de por vida (y aun después de muerto); es decir un tipo que quedará
para siempre entre cuatro paredes. [2]
2)
La ironía de Montresor “...pero observa las blancas telarañas que brillan en
las paredes de estas cavernas”, anunciándole a Fortunato que lo tiene atrapado
en su red.
3)
La botella de Medoc. Este vino tinto suele ser de un brillante rojo oscuro.
Esto puede ser visto como una advertencia de que se producirá un hecho de
sangre. Incluso, al romper el cuello de la botella es muy probable que se haya
derramado líquido de ese color: una especie de preanuncio de parte del
victimario a la víctima sobre lo que le espera.
4)
La expresión romper el cuello. Si bien se refiere a una botella, no deja de ser
también un mensaje subliminal: alguien terminará con el cuello roto; es decir,
muerto. [3]
5)
Hay un indicio expresado por el propio Fortunato (“...por los enterrados que
reposan en torno de nosotros”), seguido de un sarcasmo del asesino a su futura
víctima: “Y yo brindo porque tengas una larga vida”.
6)
A estas ironías se suman otras anteriores como cuando el homicida dice “Tu
desaparición sería lamentada, cosa que no ocurriría en mi caso. Volvamos, pues,
de lo contrario te enfermarás y no quiero tener esa responsabilidad”. O bien
cuando la propia víctima dice “Esta tos no es nada y no me matará. No voy a
morir de un acceso de tos”. ¡Y por supuesto que Fortunato no morirá por un
acceso de tos!
7)
En un momento Fortunato señala “He olvidado vuestras armas”, que se puede tomar
también como que no ha tenido en cuenta lo peligroso de la familia de los
Montresor.
8)
Los blasones de la familia del homicida. Hay quienes afirman que Poe puso el
“Nemo me impune lacessit”, lema de la caballería escocesa, en homenaje a su
padre adoptivo [4] que era de esa nacionalidad. Pero aparte de la
curiosidad autobiográfica, esto también podría indicar que Montresor tuviera el
espíritu vengativo de algunos clanes escoceses de antaño, muy sensibles al
honor personal y de familia. Montresor agrega: “...el pie aplasta una serpiente
rampante, cuyas garras se hunden en el talón”. Más allá de que ninguna
serpiente tiene garras y que quizá sea un dragón a lo que se refiere, la frase
sugiere connotaciones religiosas, lo que llevaría a pensar que para el asesino
vengarse del insulto quizá fuese un tema sagrado. En efecto, la frase es muy
similar a la que figura al cierre del versículo 15 del capítulo 3 del Génesis [5].
Y esto se refuerza con el lema familiar “Nadie me hiere impunemente”, que
Montresor le lanza casi de inmediato.
Esta
referencia indirecta a lo escocés, quizá sea también un indicio velado de cómo
morirá Fortunato (entre cuatro paredes), pues las logias de la masonería [6]
responden a tres ritos y uno de ellos es el escocés. Los otros son los ritos
inglés y francés. De ser así, todo ese fragmento sería un indicio dentro de
otro indicio. La tradición supone que la masonería tuvo su origen en el gremio
de los constructores y albañiles.
9)
Después viene un pasaje en el que Poe desarrolla un avance de estilo gótico,
siniestro, que lleva al máximo la tensión dramática mientras aprovecha para
mechar nuevos indicios con gran habilidad: “...Dejamos atrás largos muros
formados por esqueletos apilados...”, “...Estamos debajo del lecho del río. Las
gotas de humedad caen entre los huesos...”
10)
Más tarde aparece por segunda vez el indicio de “romper el cuello” para
finalmente desembocar en un diálogo referido a la masonería y a una pala o
cuchara de albañil, señales evidentes que hablan de la inminente construcción
de una pared o algo similar.
11)
Además, las criptas en sí serían otro indicio.
INDICIOS
NUMÉRICOS
Es
muy probable que Poe nos haya dejado indicios numéricos en este cuento. Por
ejemplo, las hileras de piedras con las que empareda Montresor a Fortunato son
once y según algunos especialistas en numerología el once querría decir
“justicia divina”. Habría que ver qué significarían cosas como que la cripta en
que queda encerrado Fortunato tenía cuatro pies de largo, tres de ancho y seis
o siete de alto, etc.
DESENLACE
Casi
sin respiro, Poe sigue en su desarrollo narrativo amontonando huesos y hablando
de paredes hasta que por fin Montresor engrilla a Fortunato y comienza a
levantar el muro para que el otro muera de hambre y de frío, operación que
describe con todo detalle.
Finalmente
nos muestra que el asesino cumplió su plan tal como quería, cosa que afirma
desde el comienzo del cuento cuando dice “No solo debía castigar, sino castigar
con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador,
y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien
lo ha ofendido”.
Es
probable también que lanzar la antorcha dentro del reducto fuese un símbolo de
“mandarlo al infierno”.
[1] Las obras y autores trágicos que relatan la venganza
de Electra y Orestes son: Las coéforas
de Esquilo (525-456 a. J.C.) y las dos Electra
de Sófocles (496-406 a. J.C.) y Eurípides (480-406 a. J.C.).
[2] Desde fines del siglo XVIII y hasta bastante avanzado
el XX, los presos peligrosos vestían trajes a rayas para que en caso de fuga
cualquiera pudiese detectarlos.
[3] En inglés la palabra neck tiene el mismo valor que cuello en castellano: sirve tanto
para designar el cuello de un humano, de un animal o de una botella.
[4] Los padres de Poe fueron artistas trashumantes que no
se ocuparon de su educación. Quien lo crió fue John Allan (1779-1834), un
escocés que emigró a los Estados Unidos y se dedicó al comercio. Edgar Allan
Poe, quien adoptó el apellido de su padre de crianza, tuvo con este una fuerte
relación amor-odio, según atestigua la correspondencia entre ambos.
[5] “Pongo perpetua enemistad entre ti [la serpiente] y
la mujer. Y entre tu linaje y el suyo: Este te aplastará la cabeza y tú le
morderás el calcañal” (Génesis 3: 15).
[6] Si bien los historiadores no están de acuerdo en
cuanto al origen de los masones, no cabe duda de su relación original con la
albañilería. Tanto el nombre como sus símbolos (en particular el compás y la
escuadra) apuntan a tal oficio. La masonería o francmasonería (del francés, franc, libre; mason, albañil) es una asociación secreta (o cerrada, según
prefieren algunos) de personas que profesan principios de fraternidad mutua,
usan emblemas y signos especiales, y se agrupan en entidades llamadas logias.
Su origen moderno data de principios del siglo XVIII en Francia e Inglaterra,
aunque se difundió rápidamente por toda Europa y más tarde por América.
No
faltan quienes remontan sus comienzos a los gremios de albañiles y arquitectos
medievales, proponiendo que su poderío inicial se debió a los fuertes ingresos
provenientes de la construcción de catedrales, iglesias y murallas defensivas
para ciudades y burgos. Más allá de esta teoría, hay logias que intentan
exagerar su prestigio remontándose a los tiempos del rey Salomón (siglo X a.
J.C.) y de su amigo, el rey Hiram, de Tiro (Fenicia), quien le facilitó
materiales y constructores para las obras del templo de Jerusalén.
Si
nos parece extraño que unos meros albañiles se conviertan en una agrupación
poderosa que supera su estructura inicial, hay que tener presente que la
palabra gremio no tenía en el Medioevo el significado actual de sindicato de
trabajadores. El gremio era una asociación que comprendía patrones y obreros.
En aquel tiempo (y aún bastante después) no había libertad de trabajo tal como
la conocemos hoy y el gremio era la institución que reglaba en detalle la
actividad de un determinado oficio. Cada gremio establecía los derechos y
obligaciones de sus respectivos maestros (patrones), oficiales y aprendices.
Ninguna persona podía abrir taller o comercio ni ejercer su oficio por fuera de
tales instituciones y reglamentos.
EDGAR ALLAN POE
(Estados
Unidos, Boston, 19/1/1809 — Baltimore, 7/10/1849). Periodista, poeta, narrador
y ensayista, está considerado como uno de los creadores del cuento moderno.
Bibliografía
y más obras en revista literaria Realidades y Ficciones Nº 2:
LA VERDADERA HISTORIA ESTÁ EN LOS
REPLIEGUES
Anna Rossell ©
Joseph Roth, Job. Història d’un home senzill,
(Job: historia de un
hombre sencillo)
Trad. de Judith Vilar.
Barcelona, L’Avenç,
2012, 174 págs.
Magistral
esta novela del gran narrador centroeuropeo Joseph Roth (Brody, Galicia del
Este, Imperio Austrohúngaro, 1894; París, 1939), que a partir de un argumento
sencillo sabe contar un capítulo de la historia con mayúsculas, la de los
judíos del este europeo en las primeras décadas del siglo XX. Nada como la
buena literatura para documentar unos hechos, un comportamiento, una forma de
ser y de vivir, las consecuencias de los sucesos sobre la vida de los individuos.
Porque solo un observador preciso dirige su mirada hacia el detalle
significativo, hacia lo sutil y lo inefable, sabe que la verdadera historia
está en los repliegues, y solo una pluma sensible es capaz de transmitirla. La
historiografía al uso carece de herramientas para ello. Roth pertenece a ese
linaje de escritores de la llamada generación perdida europea del siglo XX que
asistió a las grandes transformaciones político-sociales de su continente,
acontecimientos que él quiso y logró documentar de manera tan magnífica. Nadie
como él supo retratar el desmoronamiento del Imperio Austrohúngaro (La marcha de Radetzky, 1932), nadie
predijo, diez años antes, la ascensión del nazismo al poder (La tela de araña, 1923).
Joseph Roth
Coetáneo y
amigo de Stefan Zweig —como él, judío—, sus diferencias radicaban en su
posicionamiento ante los sucesos, en el caso de Roth de simpatía decididamente
socialista durante muchos años, antes de que en 1926 —desencantado por su
estancia en la Unión
Soviética — su escritura diera un vuelco melancólico de
nostalgia hacia la desaparecida monarquía. Roth es el narrador por excelencia
que dominó y practicó todo tipo de registros (reportaje, glosa, crítica
teatral, cinematográfica y literaria). Dedicado tanto al periodismo —trabajó
para los periódicos más importantes de su tiempo— como a la ficción literaria,
algunos estudiosos valoran por igual la alta calidad de sus crónicas
periodísticas y la de su narrativa más estrictamente literaria. La sagacidad y
precisión de sus artículos lo sitúan a la altura de otros coetáneos de renombre
como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Este dominio de los géneros, unido a la
extraordinaria capacidad de recepción de Roth, cristaliza en una prosa a menudo
poética, de gran belleza, magníficamente vertida al catalán por la traductora,
que nos permite acercarnos a personajes vivos y a ambientes intimistas,
descritos con la profundidad psicológica y la precisión de quien pinta un
cuadro tras cuya prolijidad de detalles y gestos se esconde lo verdaderamente
importante de una historia. Job, relata como reza el subtítulo, el devenir de
un hombre sencillo, un judío —Mendel Singer—, que vive humildemente con su
esposa y sus cuatro hijos en la pequeña localidad de Zuchnov, en la Rusia de los zares. Como la
figura del Job bíblico, Singer es un hombre piadoso y temeroso de Dios, al que
progresivamente asolan todas las desgracias, que, como Job, asume como voluntad
divina, hasta que la acumulación de adversidades le lleva a ver en el cielo a
su enemigo más acérrimo y a perder la fe. La familia de Singer no se nos
presenta como un caso aislado. De la mano de Roth conocemos los avatares que
aquejaron a tantas otras familias de su condición y creencias en la Rusia campesina de los años
anteriores a la Gran
Guerra , la emigración a los Estados Unidos, su acogimiento
allí por parte de la comunidad judía, la fraterna cordialidad reinante en el
barrio de sus correligionarios, las consecuencias de la campaña bélica… Solo el
final, un tanto sorprendente y poco realista, testimonia —la novela vio la luz
en 1930— la regresión de Roth a una fe ciega en valores ancestrales como tabla
de salvación para el humano.
En
España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la
literatura de este gran narrador centroeuropeo, en cambio los estudios sobre
ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su
obra —veinticinco libros solo a partir del año 2000, doce en Acantilado— se han
añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado)
como los de Pilar Estelrich, Visió
d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos,
1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo
bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio
Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la
tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth (Liceus, 2006),
Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista
extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).
ESPACIO POESÍA EN LA FERIA DEL LIBRO DE
CÓRDOBA
Luis
Benítez ©
Los poetas Luis Benítez, Ariel Williams y
Alejandro Schmidt en el recital de la
Feria del Libro 2012, Córdoba, Argentina
Bajo
el lema “La literatura en el centro” se realizó en la ciudad de Córdoba,
Argentina, entre el 6 y el 26 de septiembre pasado, la 27ª Feria del Libro
provincial, con el apoyo entusiasta y decidido del Gobierno de la provincia, la Municipalidad de la
ciudad, la
Universidad Nacional de Córdoba, la Sociedad de Escritores
local, y la Cámara
de Librerías, Papelerías y Afines del Centro de la República. Entre
los muchos y variados segmentos de la edición 2012 tuvo además un destacado
lugar el denominado Espacio Poesía, coordinado por el poeta Leandro Calle y con
la más que eficiente colaboración de un equipo de excepción, conformado por los
autores Carolina Muscará, Sebastián Pons y Guillermo Bawden.
El
Espacio Poesía reunió en su ciclo a varios de los mayores poetas de la Argentina. A
continuación, hablan los protagonistas.
Leandro Calle
LEANDRO
CALLE: “Por primera vez en la
Feria del Libro la poesía tuvo un espacio central y oficial”
“La
ciudad de Córdoba es una ciudad mediterránea, es decir, no tiene puerto, y está
ubicada en el centro de la República Argentina. Desde hace veintisiete años,
se desarrolla en la ciudad la
Feria del Libro Córdoba. En sus comienzo, incipiente y
humilde, en los últimos años una de las ferias más importantes del país. Por
primera vez en la Feria
del Libro, la poesía, tuvo un espacio central y oficial. En los años
anteriores, la poesía siempre había estado presente pero de manera anárquica y
desordenada. En esta ocasión, creamos un lugar que decidimos llamar: Espacio
Poesía. Quisimos que este lugar tuviera un espacio privilegiado y un tiempo
privilegiado y por eso elegimos los días sábados de 17 a 22 horas para que se
desarrollara este Espacio Poesía que no quiere ser otra cosa que un lugar de
encuentro y de gozo entre los poetas, la poesía y los lectores de poesía.
Durante
tres sábados contamos con un número importante de mesas de lecturas de poetas
locales. Asimismo, otras mesas de debate sobre los canales de difusión de la
poesía, intervenciones y performances poéticas y una polémica sobre poesía y política.
Hacia la noche, un cierre especial en el que contamos con prestigiosas figuras
del campo de la poesía como los poetas Miguel Espejo, Hugo Mujica, Alejandro
Schmidt, Ariel Williams y Luis Benítez.
Seguramente
habrá que mejorar muchas cosas pero este nuevo espacio, como un recién nacido,
ha comenzado a andar y esperamos que siga caminando durante mucho tiempo. Sobre
todo porque ella, la poesía, se dejó ver durante cada sábado y nos llenó de
esperanza.”
Alexis Comamala
ALEXIS
COMAMALA: “Llegaron poetas de distintos lugares de la Argentina y del país
invitado a la feria, Paraguay.”
“Les
escribo para narrarles que en el marco de la 27ª Feria del Libro Córdoba
(Argentina) 2012 se innovó conformando un espacio dedicado a la poesía y sus
circunstancias, el Espacio Poesía que se llevó a cabo los sábados 8, 15 y 22 de
septiembre con mesas de lecturas, performance poética, espectáculo poético
musical y mesas que apuntaron a realzar la discusión sobre la poesía en cuanto
a su difusión y compromiso social. También se desarrolló una clínica de poesía.
Llegaron
poetas de distintos lugares de la
Argentina y del país invitado a la feria, Paraguay. Se
sumaron las voces locales de la ciudad conformándose un ágora de varias
generaciones poéticas. Pasaron cerca de cuarenta personas por la jornada, entre
poetas, difusores de poesía y músicos.
Córdoba
ciudad tiene una larga tradición de poetas y poéticas que conforman el mapa de
una heterogeneidad cultural que hoy se puede observar todos los días del año;
no hay día, excepto feriados y algunos domingos, en que no haya alguien
cantándole a la musa en la ciudad.”
“En
un país más cerca del país que soñamos, en Córdoba, la capital de una provincia
que se caracteriza por su explosiva cantidad de editoriales independientes y la
producción poética, tuvo lugar la 27º edición de la Feria del Libro de Córdoba:
75 expositores, más de 100 escritores invitados, la producción de literatura
local y los espacios temáticos fueron las apuestas fuertes de este año.
En
referencia a los espacios temáticos una de las novedades que se destacaron fue
el Espacio Poesía; Literatura y Política; Literatura y Cine; Diálogo entre
Generaciones y Homenajes. En cada uno de ellos, se llevaron a cabo diversas
charlas y debates; el eje fue abordar un género de la literatura en relación a
otra disciplina de las ciencias sociales.
Aunque
parezca mentira y por primera vez en las ferias de nuestro país, la poesía tuvo
su lugar exclusivo con el Espacio Poesía, coordinado por los poetas Leandro
Calle, Carolina Muscará, Sebastián Pons y Guillermo Bawden; su sede principal
fue el Centro Cultural España Córdoba, y se extendió cubriendo los tres sábados
de Feria, en un horario propicio que convocó a numeroso público. Participaron
entre otros los poetas Hugo Mujica, Miguel Espejo, Luis Benítez, Ariel Wiliams
y Alejandro Schmidt, de Argentina, y Jorge Canese, de Paraguay. Es importante
también señalar el aporte de la clínica de poesía a cargo del poeta y editor
cordobés Alejo Carbonell, o las distintas mesas de debate sobre la poesía, como
por ejemplo “Poesía y política” que tuvieron un eje central: pensar la poesía
en el barro de la historia. Las performances a cargo de la poeta mendocina
Mariela Laudecina, cuyo título fue "Isla de Galápagos" y del poeta
entrerriano Mauro Cesari con su “Anatomía instantánea del Dr. Cordero”,
hicieron confluir otras formas del decir poético y su musicalidad.
Durante
los tres sábados en que se desarrollaron los encuentros la cantidad de público
y la pasión con la que se participó hablan de un tiempo nuevo en la poesía de
América Latina. El ultimo encuentro de estos tres intensos tratados de la
poesía actual tuvo como sobresaliente la poesía de Ariel Wiliams, Luis Benítez
y Alejandro Alejandro Schmidt, que coronaron un sábado de comienzos de
primavera frío, con la lectura austera y muy bien seleccionada de textos tales
como “El róbalo”, de Luis Benítez, textos del libro “Poemas del contador de gusanos”,
de Ariel Wiliams y “Nace tu lámpara”, de Alejandro Schmidt. Solo por citar una
brevísima parte de la rica experiencia que nos muestra, una vez más, que con la
poesía sucede lo del viejo refrán: “los muertos que el sistema piensa haber
matado gozan de buena salud…”
“¿Qué
hacen los poetas aparte de escribir, leer, publicar? Leer en público, con la
ilusión, la certeza de que algo llegue también a través del aire o de una voz
tan vacilante y exacta como el sueño y la tierra.
Y
ese algo, quisiéramos, que fuera arpón de desatinos, el pan de los fracasos.
Esta
primavera fui a la ciudad de Córdoba, a ver qué espuma, qué música lograba
llegar a eso que uno llama esperanzada, equívocamente el alma de la lengua,
razón de vida, poesía, errancia.
Y
así fue, una vez más, en esta ciudad antigua y leproseada por la furia del
milenio, allí en una vieja casa entre poetas argentinos de diversas
generaciones y al lado de Luis Benítez, a quien me une algo más que la
admiración por su obra. Lo que leí y leímos ¿fue por un instante la astilla
subjetiva, el espejo, la capa que se extiende sobre el hielo de la banalidad?
No sé, pero estoy cierto, feroz y convencido de que, donde hay poetas, hay la
donación, la apuesta a lo imposible. Es suficiente eso; la noche trajo después —en
sus orejas largas— el vino, las sonrisas.”
Currículo de Luis Benítez en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 22:
Email: lb20032003@gmail.com
EL HACEDOR DEL BIEN [1]
Oscar
Wilde ©
Era
de noche y Él estaba solo.
Y
Él vio a lo lejos las murallas de una gran ciudad y fue hacia allá.
Y
cuando estuvo cerca, Él oyó en el interior de la ciudad el pisar de pies
jubilosos, y la risa de bocas gozosas, y el fuerte sonido de muchos laúdes.
Y
Él llamó a la puerta, y le abrió uno de los guardias de la puerta.
Y
Él vio una casa que era de mármol y había por delante bellas columnas también
de mármol. Y las columnas estaban adornadas con guirnaldas, y ardían antorchas
de cedro, dentro y fuera de la casa.
Y
Él entró en la casa.
Y
cuando Él hubo atravesado el vestíbulo de calcedonia y aquel otro de jaspe, y
llegado al gran salón del festín, vio tendido sobre un lecho de púrpura marina
a uno cuyos cabellos coronados de rosas rojas estaban y de vino sus labios
rojos quedaban.
Y
Él fue por detrás y le tocó en el hombro y le dijo ahí: “¿Por qué vives así?”
Y
el joven se volvió y le reconoció y le respondió: “Pero… yo era un leproso y Tú
me sanaste así. ¿De qué otra forma podría vivir?”
Y
de la casa Él salió y a la calle volvió.
Y
Él vio al rato a una de rostro y ropajes de encendidos colores y pies cubiertos
de perlas. Y tras ella lentamente venía, cual cazador que ataca, un joven que
tenía dos colores su capa. Y ahora, como el bello rostro de un ídolo el rostro
de la mujer estaba y, de deseo, los ojos del joven brillaban.
Y
Él al instante al joven siguió y la mano le tocó, para exponer: “¿Por qué miras
a esa mujer, y de esa forma soez?”
Y
el joven se volvió y le reconoció y le contestó: “Pero… yo era ciego y Tú me
diste la vista un día. ¿Qué otra cosa mirar podría?”
Y
hacia adelante Él corrió y los encendidos ropajes de la mujer tocó y además le
preguntó: “¿No hay otro camino que este camino… de pecado?”
Y
la mujer se volvió y le reconoció y riendo le contestó: “Pero… Tú perdonaste
mis pecados, y este camino es un agradable camino”.
Y
Él salió de la ciudad.
Y
cuando hubo salido de la ciudad, a un joven sentado al borde del camino, Él vio
llorando.
Y
Él fue hacia él y los largos mechones de su pelo meció y después le preguntó:
“¿Por qué estás llorando?”
Y
el joven le miró y le reconoció y esta respuesta le dio: “Pero… yo una vez
estaba muerto y Tú me arrancaste de la muerte. ¿Qué otra cosa podría obrar sino
llorar?”
ANÁLISIS DE “EL HACEDOR DEL BIEN” DE
OSCAR WILDE
Héctor
Zabala ©
Poemas en prosa (Poems in Prose) es una colección reunida en vida del
autor que se publicara hacia el año 1894. Comprende una media docena de obras
cortas que abrevan tanto en algún mito o leyenda, como en tradiciones
cristianas o pasajes bíblicos. Una de estas bellas composiciones la constituye El hacedor del bien (The Doer of Good).
Largo
sería enumerar los milagros atribuidos a Jesús de Nazaret que relata la Biblia ,
en la colección de cartas y libros conocida como Nuevo Testamento. Oscar Wilde utiliza algunos de estos milagros
para enfatizar acerca de la vacuidad de la vida y el destino del hombre. Es
decir, paradójicamente, favores inconmensurables para la humanidad como la
curación de enfermedades graves, el perdón de pecados (y su consecuente
supresión de culpas) y hasta la mismísima cancelación de la muerte, que
deberían dar absoluto contento a sus beneficiarios, apenas sirven para
llevarlos a vidas más disipadas cuando no de profunda congoja. Tal como si el
destino nos marcara que después de una gran guerra, la paz consecuente nos
hiciera caer inexorablemente en los años locos con todos sus claroscuros.
La
esperanza se torna así en desesperanza, incluso aunque medie la más alta
intervención divina y, lo peor, sin instancia posterior de apelación posible.
Sencillamente, desde el punto de vista del autor, no hay solución para el
hombre. La humanidad en su conjunto puede avanzar en técnica y estética pero no
en calidad ética.
Probablemente
el autor de esta pequeña gran obra (más allá de que se volviera muy religioso
después, cuando la muerte, la soledad y el desprestigio social lo acechaba)
quiso mostrarnos lo que es la humanidad como especie: un completo fracaso. Y lo
peor es que la historia parece darle la razón. Quizá exagera en el plano
individual (hubo personas que tras un gran susto han cambiado de vida para
mejor), sin embargo es muy cierto también que esto nunca se traslada al
conjunto. La humanidad siempre ha demostrado arreglársela para seguir sumida en
un infantilismo irredento, que es lo que el poema parece decirnos a manera de
metáfora.
Y
es que la humanidad no escarmienta. Guerras atroces no bastan para eliminar la
guerra definitivamente, solo sirven para acrecentar más arsenales. Grandes
crisis económicas no bastan para ser previsores y generosos, solo sirven para
acumular después más despiadadamente y crear así por otro lado nuevas y peores
miserias. Grandes pestes no bastan para terminar con epidemias y enfermedades,
solo sirven para paliar hasta donde alcance y lucrar más tarde sistemáticamente
con la vida y la muerte de millones. Grandes despotismos no bastan para mejorar
la política global, solo sirven de experiencia para encontrar nuevos métodos
para engañar más tarde con más habilidad a la gente común. Pasan los años,
pasan las generaciones y, sencillamente, la
humanidad no aprende.
Se
trata de un mensaje negativo, es cierto, quizá de un cinismo proverbial, pero
que no deja de tener su cuota de realismo: hágase lo que se haga por el hombre,
la mayoría no sabrá ni podrá escapar de su fatal destino.
Quizá,
después de todo, las palabras de aquel a quien se atribuyen esos mismos
milagros resulten acordes con la paradoja planteada por Wilde; como cuando
advierte que apenas unos pocos serán los salvados o cuando nos preanuncia la
ingratitud masiva de la humanidad en la anécdota de aquellos diez leprosos
entre los que apenas uno volvió para agradecerle la curación (vgr. Mateo
7:13-14, Mateo 22:14, Lucas 17:11-19).
Oscar Wilde
OSCAR FINGAL O’FLAHERTIE WILLS WILDE nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda.
Estudió desde 1864 a 1871 en el Portora Royal School, de Enniskillen, y hasta
1874 en el Trinity College de su ciudad natal, donde se destacó por el
conocimiento de los clásicos y su dominio del griego. Excelente alumno, llegó a
obtener la medalla de oro Berkeley, máxima distinción del Trinity para los
estudiantes de literatura clásica. Más tarde completaría su formación académica
en Oxford al obtener una beca en el Magdalen College, de donde egresaría con
distinciones en 1878. Ese mismo año se da a conocer con su poema Ravenna, por el que obtuvo un importante
premio.
Una
vez graduado, frecuenta los salones londinenses, donde brilla por su ingenio:
es el intelectual de moda que no se puede dejar de invitar. En 1880 escribe Vera o Los nihilistas (Vera, or The
Nihilists) por necesidades monetarias (la herencia paterna se había agotado), a
la que seguirá Poemas (Poems) en
1881. Sin embargo recibe duras críticas y hasta es parodiado en el teatro. Por
otra parte, y esto fue lo peor, ninguna de estas obras atrajo la atención del
gran público.
Pero
Oscar Wilde no se arredra, se tiene fe. En 1882 desembarca en Estados Unidos
para dar conferencias. En la aduana yanqui dice no tener nada valioso que
declarar, salvo su genio. Verdaderamente, los modernos autores de libros de
autoayuda hubieran muerto de hambre con él. Pero ya tiene fama equívoca y para
colmo se divierte exagerando esa ambigüedad, quizás una manera retorcida para
que todo el mundo hable continuamente de él.
Sin
embargo no cabe duda que debió de ser muy buen orador: las cincuenta
conferencias previstas para cuatro meses terminaron sumando ciento cuarenta en
casi dos años. Entre discurso y discurso, se las arregló para visitar a Henry
Longfellow, Oliver Wendell Holmes y Walt Whitman, es decir a los mejores
literatos de lengua inglesa en tierra americana. Un poco más y el Tío Sam se lo
apropiaba como a tantos otros.
Vuelto
a Londres, sigue siendo el campeón de los salones sociales, pero igual se hace
tiempo para una gira de lecturas por Inglaterra e Irlanda. Por fin aparece en
París donde escribe La duquesa de Padua
(The Duchess of Padua, 1883) y trabaja en el poema La esfinge (The Sphinx), que se publicará un año más tarde. En
Francia se encuentra con Víctor Hugo, Edmond de Goncourt y Robert Sherard.
De
vuelta en Londres, conoce a Constance Lloyd, con quien se casa el 29 de mayo de
1884. Constance era también escritora, una mente clara e independiente que
además hablaba varias lenguas. En los dos años siguientes, nacen sus dos únicos
hijos, Cyril y Vyvyan. Entre 1887 y 1889, acuciado por la necesidad de mantener
tres bocas más, Wilde acepta escribir para la revista El Mundo de la Mujer (Woman’s World
magazine) a fin de revitalizarla, lo que resiente un poco su actividad de
literato. Pese a todo, El fantasma de
Canterville (The Canterville Ghost, 1887) es de esta época, al igual que su
incursión en la literatura infantil con El
Príncipe Feliz y otros cuentos (The Happy Prince and Other Tales, 1888).
En
1891 resumirá su concepto del arte en Intenciones
(Intentions), al reunir los diversos ensayos que hiciera sobre el tema. En 1890
había publicado en una revista norteamericana su única pero estupenda novela El retrato de Dorian Gray (The Picture
of Dorian Gray), lo que provocó gran escándalo entre los críticos. En 1891 —y
tal vez en respuesta— la edita como libro y, por si quedaban dudas del desafío,
con texto ampliado. De estos años es también El crimen de Lord Arthur Savile (Lord Arthur Savile’s Crime) y Una casa de granadas (A House of
Pomegranates). También de 1891 es el ensayo El
alma del hombre bajo el socialismo (The Soul of Man under Socialism), que
fue publicado en la Pall
Mall Gazette, pero que recién tomará forma de libro en 1904,
unos años después de su muerte.
Poco
más tarde escribe varias obras de teatro: El
abanico de Lady Windermere (Lady Windermere's Fan, 1892), Una
mujer sin importancia (A Woman of No Importance, 1893), Un marido ideal (An Ideal Husband, 1895)
y La importancia de llamarse Ernesto [1]
(1895), que lo consagran definitivamente como dramaturgo. Mientras tanto, Salomé (Salome), escrita en 1893, deberá
esperar hasta 1896 para ser estrenada. Y no será en Londres (el lord chambelán
era muy terco al respecto), sino en París, mientras Wilde está encarcelado en
Reading.
Al
fin llega el famoso proceso de 1895, del que existe una anécdota que resume su
personalidad. El fiscal Carson lo había interrogado sobre una reunión con unos
jóvenes en la que se habría bebido bastante. Para reafirmar este punto, le
pregunta:
—¿Suele
usted beber champaña, señor Wilde?
—Oh,
sí —contesta el escritor—. Helado es uno de mis tragos favoritos; por cierto,
muy en contra de las prescripciones de mi médico.
El
malhumorado fiscal intenta entonces impugnarle el comentario, a fin de darle un
escarmiento para futuras preguntas:
—Señor
Wilde, ¡no tomemos en cuenta las prescripciones de su médico!
—Oh,
sí, por supuesto: nunca las he tenido en cuenta —replica con una sonrisa.
Así
respondía Wilde a la causa formada en su contra por un padre irritado, lord
Alfred Douglas, marqués de Queensberry, quien —incapaz de corregir las
inclinaciones de su hijo “Bosie”— usa el viejo aunque inútil truco de echarle
toda la culpa “al otro”, como si para pecar contra el séptimo mandamiento
bastara con una sola persona.
En
efecto, el marqués había impreso un panfleto contra Oscar Wilde acusándolo de
sodomita, al que este respondió denunciándolo por libelo. El posterior arresto
de lord Douglas dura lo que un suspiro y después viene la reacción: si el
panfleto no es un libelo, entonces lo allí escrito es verdad. En base a este
punto se sustancia el proceso. Su obra maestra, El retrato de Dorian Gray (que hoy sería como escribir Heidi), será usada en el juicio para
demostrar las tendencias perversas del escritor, en una mezcolanza
malintencionada de realidad y ficción literaria, más allá de que Oscar Wilde
haya sido homosexual o no.
Saldrá
de la cárcel en 1897, pero ya es un muerto aunque siga vivo. El escándalo
social lo separará de su esposa, sus hijos rechazarán su apellido y él emigrará
a Francia, cambiará de nombre, vagabundeará y se alojará en hoteles baratos,
sacudirá su ironía de años y se volverá católico como jamás antes, y hasta le
quedarán algunos pocos amigos, pero nada podrá volver a encender esa chispa
genial que lo caracterizó en su apogeo.
Escribirá
la Balada de
la cárcel de Reading (The Ballad of Reading Gaol) y De profundis, desgarradora obra publicada post mortem (1905). Ya
muerto, también le editarán un ensayo escrito durante su paso por Oxford: El nacimiento de la crítica literaria
(The Rise of Historical Criticism), incompleto en 1905 pero completo en 1908,
así como La Santa Cortesana (La Sainte Courtisane ,
1908). Dejó sin concluir la obra teatral Una
tragedia florentina (A Florentine Tragedy).
Su
vida acabará en París el 30 de noviembre de 1900, prácticamente en la miseria.
Casi dos meses después morirá también Victoria, monarca británica cuyo espíritu
marcó toda una era de férrea moralidad, al menos en las apariencias.
[1] El título The
Importance of Being Earnest implica en inglés un juego de palabras, además
de significar La importancia de llamarse
Ernesto también puede leerse como La
importancia de ser formal.
FELISBERTO HERNÁNDEZ, EL OUTSIDER MÁS
ORIGINAL
DE LA LITERATURA
LATINOAMERICANA DE LOS AÑOS 20
Análisis
de su procedimiento evocativo como un cine del recuerdo en su novelística
Felipe
Acuña Lang ©
Escritor de evocaciones
El
creador más raro, precursor y vanguardista de la literatura latinoamericana de
los años 20 fue el escritor uruguayo Felisberto Hernández [1],
sostiene Ángel Rama. Mientras Hernández deambulaba por los pueblos de
provincia, escribía breves textos que publicaba en modestas imprentas, bajo títulos
como Libro sin tapas (1925), Fulano de tal, La envenenada, La cara de Ana,
que si no motivaron la atención de los medios literarios despertaron la
curiosidad del filósofo Carlos Vaz Ferreira, quien vio en ellos una forma
original de plasmar el mundo a través del funcionamiento del pensamiento en la
lógica viva. Eran cuentos, apuntes, reflexiones, análisis de movimientos,
operaciones mentales, invalidación incesante de los modos de aproximarse a la
realidad, cuya característica esencial es la disociación de la consciencia y el
tiempo, que tratan de evocar artísticamente la memoria como algo problemático y
muchas veces inasible. Pero más allá de aquella disociación de Felisberto
narrador, la gran temática de su escritura es la angustia existencial que recorre
en sus tres novelas: Por los tiempos de
Clemente Colling, Tierras de la
memoria y El caballo perdido.
Italo
Calvino llamó al escritor uruguayo Felisberto Hernández un irregular dentro del
panorama de la literatura hispanoamericana de mediados del siglo XX. Lo más
sorprendente de su escritura es su lenguaje narrativo sensitivo, el cual no se
le parece a ninguno de los escritores latinoamericanos ni a los europeos.
Tampoco es un escritor vanguardista en su técnica. Su procedimiento es más
arcaico, más situado en el origen de las cosas.
A
partir de lo fragmentario va uniendo sucesiones de recuerdos, los cuales tanto
en sus novelas como en sus cuentos sitúan el espacio y el tiempo en un
pretérito indeterminado: érase una vez, en una ciudad fluvial, aquella noche,
en aquel teatro de provincia…
Si
hay algo que une toda su obra es la evocación de la infancia como un cine del
recuerdo. Es posible que Felisberto haya utilizado su larga experiencia como
ilustrador musical de películas mudas de barrio en su forma de escribir, como
si pegara escenas al igual que un fotograma.
Se
ha dicho que unas de las cualidades de Hernández es que no busca el afán de la
singularización estilística. Lo sorprendente de su escritura es el proceso de
reflexión en torno a los recuerdos, a su autenticidad para contar solo lo que
ve. Por eso la utilización de la primera persona en casi todos sus relatos.
Sabemos que la tercera persona tiende a estar por sobre y detrás de los
personajes, anticipando conductas y consecuencias.
Quizás
como dice Pau la autenticidad de la primera persona en Felisberto es mostrarnos
solo lo que ve el narrador sin suponer más allá de lo que ven sus ojos, y
hacernos partícipe del fracaso, la frustración, no solo psicológica, sino que
como crisis vital.
Antonio
Pau sostiene que Felisberto vivió una permanente búsqueda de la felicidad,
entendida como esa nostalgia tan persistente por atrapar la infancia. En ese
sentido el acto de recordar no es una operación simple y trae consigo la
complejidad de la transformación, es decir, el recordar algo lleva a una
elaboración mental y sensitiva.
Pero
esa ambición en él tiene un alcance modesto, ya que solo aspira a momentos de
felicidad, a destellos ocasionales de alegría. Por esta razón se sentía
plenamente feliz cuando capturaba uno de esos episodios aislados, sin aspirar a
un estado permanente que él sabía que no podía lograr.
En
algunas ocasiones se detiene a examinar la distancia que el tiempo transcurrido
va produciendo en la realidad que vivió.
Cualidades de la escritura de Felisberto
en sus novelas
Las
tres novelas cortas de Felisberto Hernández —Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido y Tierras
de la memoria— se caracterizan por el recurso escritural de la evocación.
En dicho procedimiento Hernández no utiliza las técnicas vanguardistas de la
novela del siglo XX (monologo interior, corriente de consciencia, distintos
puntos de vistas, entre otras) ni tampoco la lógica lineal de la novelística
del siglo XIX. Más bien nuestro autor trabaja con la fragmentación de los
recuerdos los cuales se van amoldando como el montaje de la técnica
cinematográfica, donde el núcleo que relaciona en esta primera etapa es el
recuerdo de la infancia.
La
primera novela de Felisberto Hernández, Por
los tiempos de Clemente Colling (1942), tiene como personaje central a su
maestro de armonía, un hombre de aspecto poco aseado, del cual Felisberto
aprende a improvisar con el piano melodías clásicas.
Nuevamente
el uso de la memoria viene a la mente de Felisberto como un misterio al evocar
a su maestro de piano. “Y así el misterio de Colling llegó a ser un misterio
abandonado. Pero desde aquellos tiempos hasta ahora el misterio ha vivido y ha
crecido en los recuerdos. Y vuelve a venir en muchos visitantes y en formas
inesperadas”.
La adolescencia
Tierras de la memoria (1965) se conforma de una serie de anécdotas que
suceden unas de otras. Todo ello recordado de un primer viaje a Mendoza hace
nueve años cuando el narrador tenía catorce años.
El
recuerdo aparece espontáneamente en el narrador mientras pasa por una calle de
Montevideo. Este es el segundo viaje, cuando dice el narrador que tiene 23
años, y sostiene que cree haber conocido la vida a las nueve de la mañana en un
vagón de ferrocarril.
El
tiempo presente es muy reducido: es la entrada al vagón del ferrocarril en
Montevideo a Buenos Aires, y ese se supone que sería el tiempo real.
Sentado
en ese vagón el narrador recuerda el primer viaje a Mendoza, donde aparecen los
recuerdos de las dos profesoras de francés, el jefe de los boy scout, la
reflexión de la autonomía de su cuerpo, la anécdota del gato al horno y la
fiambrería (un pasaje escabroso), como el sueño de las tres puertas.
Todo
esto, dice el narrador, lo recuerda en este otro viaje (el segundo) que hace
ahora en compañía del Mandolión.
Es
interesante señalar que Tierras de la
memoria tiene un cierre circular, en un primer párrafo se dice que el
narrador cree conocer la vida en ese segundo viaje, pero no se explica el
porqué, luego esa alusión se entiende en las páginas siguientes. “Aquella noche
en Mendoza yo reconocía la realidad presente por su angustia. Pero sé ahora que
tengo ganas de decir que empecé a conocer la vida a las nueve de la mañana en
un vagón de ferrocarril, es porque aquel día salía de Montevideo, acompañado
del Mandolión, no solo volví a reconocer la angustia, sino que me di cuenta que
la tendría conmigo para toda la vida”.
En
ese párrafo, según Pau, está el nudo central de Tierras, que es el tema de la angustia que precede toda la obra
Felisbertiana; es por decirlo de otra manera, el desasosiego existencial de
Felisberto, su constante inseguridad hacia su obra, y su precaria economía que
lo hacen distanciarse de su esposa
e
hija. Recordemos que como pianista tenía que salir de viaje por los pueblos de
la provincia para ganarse la vida. El tiempo de sus viajes le trajo problemas
en sus relaciones familiares. La década que discurre entre los años 1931 y 1941
es una de las etapas más esforzadas de Felisberto Hernández. En 1931 se separa
de María Isabel Guerra, su primera mujer, y comienza a viajar por el interior,
primero en compañía del poeta Yamandú Rodríguez (1932-1933) y luego del
empresario y periodista Venus González Olaza (1934 a 1936). En los años
finales, de 1936 a 1941, viaja solo, alojándose en pensiones modestas de los
pueblos del interior de Uruguay y tocando en escuelas y teatrillos municipales.
Para
Saer, el tema de Tierras es el
despertar de la sexualidad a partir de ciertos datos como el levantamiento de
las polleras de una profesora, el pasaje del gato al horno, la curiosidad por
entrar en esas tres puertas desconocidas.
Toda
esta interpretación se enmarca en lo sicoanalítico. Otra variante interesante
que no deja de provocar respuestas.
Para
Pau, el tema es otro, es decir, la angustia que está en todo el texto como un
ente autónomo que dialoga con el autor en distintas bases de su vida; ya sea en
la infancia, la adolescencia y la adultez.
Sumergirse
en Tierras es conocer una vida
anterior del narrador en ese primer viaje. Es ese el tiempo más relevante y no
el real.
La infancia: El caballo perdido
De
las tres novelas que publicó Felisberto, El
caballo perdido (1943) es la que ocupa más páginas en reflexionar sobre la
parálisis de los recuerdos, y cómo estos se encuentran a veces en zonas
luminosas y otras veces en zonas oscuras.
En
una noche indeterminada mientras el narrador empieza a recordar a su maestra de
piano, Celina, y a su abuela, se va escribiendo la narración a partir de
fragmentos de recuerdos mirados con los ojos del niño que fue Felisberto.
El
narrador llama a sus evocaciones “mi teatro del recuerdo”, y dice: “El alma se
acomoda para recordar como se acomoda el cuerpo en la banqueta de un cine”.
Para
Hernández existe un interrogante misterioso que incide en la manera de abordar
la memoria, la cual no tendría una linealidad hacia el pasado sino que pasado y
presente se confunden en un solo espacio narrativo.
Es
un sello que configura una manera de narrar donde es característico un motivo
que tiene como fondo el descubrimiento de algo. En ese procedimiento evocativo,
el yo narrador discurre en un hecho emotivo cuya fuerza, a mi entender, es la
inefabilidad de la vida.
Es
usual en nuestro narrador el uso de una memoria fragmentada, donde las dos
fuerzas —consciente e inconsciente— luchan en la zona del misterio para
elaborar una realidad compleja y altamente absurda. Con ello quiero decir: que
la razón entra en un campo minado.
Así
como lo ha expresado Francisco Lasarte todo el proceso de elaboración de la
escritura de Felisberto Hernández pasa por una poética de la ensoñación. Esto
quiere decir: una desobediencia al mundo real donde el narrador no está cómodo.
En
la segunda etapa del texto advertimos la crisis de identidad del escritor y su
obra, en la que dentro de esa falta de fe en la reconstrucción del pasado lleva
a desestimar el acto de escribir. La pugna con el otro; es decir, el escritor
narrador lógico y objetivo y el punto de vista de un narrador que fija el
recuerdo en la pura emotividad llevan a Felisberto creador a plantearse en
serio una crisis en la imposibilidad de los recuerdos, o mejor dicho una
reflexión en serio sobre la misma escritura.
En
la conciencia de ese narrador niño, de la noche a la mañana, se interrumpe la
narración de su recuerdo. Sin saber por qué los pensamientos se cristalizan y
no avanzan. Ante esto el narrador del caballo perdido sufre ante esta nueva
realidad: “Si me quedo mucho tiempo recordando esos instantes del pasado, nunca
más podré salir de ellos y me volveré loco: seré como uno de esos desdichados que
se quedaron con un secreto del pasado para toda la vida. Tengo que remar con
todas mis fuerzas hacia el presente”.
Si
bien es cierto que el narrador habla de otro, de un socio prestamista que le
roba los recuerdos, el yo es uno solo, lo que pasa es que el yo de la infancia
y el yo de la adultez no se reconcilian. Esta disociación y asociación de la
memoria en conflicto interroga a su narrador en relación a la utilidad de la
memoria como un procedimiento artístico y no funcional. Por primera vez el texto
se paraliza en divagaciones sobre lo difícil e inasible de recrear los
recuerdos. Aquí se deja en evidencia el mundo literario de Felisberto Hernández
en relación a cómo opera su escritura para construir sus novelas y cuentos o
más precisamente sobre el misterio que entraña lo narrativo como campo de
exploración.
Esa
angustia existencial por la inmovilidad de la escritura en la memoria lleva al
narrador a la desesperación y a la posibilidad de que el otro yo, en este caso,
el escritor prestamista —característica del ese escritor objetivo— atenta
contra el fluir de la creación.
Es
posible que ese yo de la inocencia, de la infancia perdida, no se reconozca en
ese yo más mundano, que carga remordimientos que angustian al narrador.
“Y
fue una noche en que me desperté angustiado cuando me di cuenta de que no
estaba solo en mi pieza: el otro sería un amigo. Yo sentía la angustia del que
describiré que sin saberlo ha estado trabajando a medias con otro y que ha sido
el otro quien se ha encargado de todo”.
A
partir de este reclamo es que el narrador dice: “Con razón yo desconfiaba de la
precisión que había en el relato cuando apareció Celina”.
Ese
otro que imposibilita al escritor a seguir narrando desde el misterio, desde la
sensualidad onírica de la cotidianeidad, llevará a la enajenación del
desdoblamiento de los dos yo que se enemistan: el yo de la conciencia práctica
y el yo de la subjetividad.
El
narrador adulto que arrastra a confesar sus engaños ante las mujeres. Y en el
niño narrador cree ver el exorcismo de sus pecados: en sus ojos más sinceros y
nobles. Y así dice: “Lo peor fue que el niño, con su fuerza y su atracción,
logró seducir al mismo hombre que él fue después; porque los encantos del niño
fueron más grandes que los del hombre y porque al niño le encantaba más la vida
que al hombre”.
La crisis de la identidad
Las
especulaciones sobre el misterio y la memoria son un documento en el cual el
narrador cuestiona la validez de su papel como artista. La crisis se centra y
se resuelve en los pasajes vertiginosos de la segunda parte, la que concluye
con una reconciliación abierta entre el narrador y su identidad de escritor.
Esta es una solución de índole sicológica que contiene la base poética de
Felisberto. Para este narrador la oscuridad de impenetrabilidad parece tener un
gran valor, quizás porque estimulan su curiosidad e imaginación.
Es
muy propio notar en la narración del relato ese distanciamiento producido por
el misterio a través de un lenguaje literario que se destaca por la abundancia
de figuras poéticas innovadoras. Como por ejemplo personificación de objetos,
cosificación de personas, autonomía del cuerpo y de sus partes y concretización
de lo abstracto.
El
narrador añora su pasado de niñez y adolescencia por su contenido misterioso,
al mismo tiempo que relata lo ocurrido en aquellos tiempos.
Advertimos
una contraposición de planos entre los ojos del niño y los ojos del hombre para
fijar de mejor manera los recuerdos. En los ojos del niño los recuerdos son
claros y en los del hombre son oscuros. Un ejemplo evidente en el texto es
cuando el narrador, ante su inmovilidad escritural, dice que otro —a quien
llama el prestamista— le ha robado los recuerdos.
Felisberto
hace una clara diferencia entre el recuerdo del niño y el del hombre que ya no
es niño; es decir, en ese yo que está bajo las dos miradas de su recuerdo: uno
sensitivo y otro externo, que solo mira la superficie del mundo.
En
otro plano, en ese mismo párrafo, el narrador dice que tanto el niño como el
hombre se han engañado. Pero el engaño del niño para conocer el alma de Celina
y de los objetos que la rodean, el piano, los muebles, es una mirada inocente,
mientras que los engaños del hombre parecen cargados de maldad. Se dice que ese
hombre carga, en ese mismo párrafo, con la culpabilidad de sus víctimas; es
decir, las mujeres. Y dice: “Eran amores tardíos, como de lejanía o legendaria
perversidad”.
Así
como en toda la obra narrativa de Felisberto, el recuerdo de la
autorepresentación es un espectáculo, y es como si el narrador estuviese desde
otro lado mirando los recuerdos, desde una cierta lejanía emocional. En el
recuerdo espectáculo, este crea la representación del recuerdo en dos
instancias: entre lo objetivo y lo subjetivo; pero lo interesante es que no
basta lo subjetivo para atrapar el recuerdo, no basta el solo automatismo de la
memoria, sino que se requiere de un equilibrio entre el mundo representado por
la razón y la sin razón.
Al
final de El caballo perdido el
narrador reflexiona así como en un comienzo de la segunda parte del texto, para
terminar diciendo que ya no se reconoce en ese otro que era el niño. Al parecer
Felisberto nos quiere demostrar con el caballo la imposibilidad de atrapar la
totalidad de los recuerdos, sino que solo su fragmento.
Para
este autor detrás del recuerdo hay un extrañamiento de lo real. Asistimos
siempre al inicio de sus narraciones a la búsqueda de un misterio; en este
caso, a la complejidad del recuerdo como mecanismo narrativo.
Lo
primero que llama la atención en el narrador niño, en sus inicios, es la
premisa del autodescubrimiento de las cosas. Es por eso que ese niño que
recuerda a su maestra de piano, Celina, dice que al levantar la pollera de una
silla supo que si bien toda la madera de la silla era negra, descubre que el
asiento es de género verde y lustroso. Esa intensa curiosidad por el
develamiento de lo aparente es una búsqueda incesante por la verdad o el
funcionamiento de las cosas.
Para
Felisberto detrás del velo de las personas y los objetos hay un misterio que
descubrir, es casi una obsesión en el narrador de todos sus cuentos.
Como
ya señalamos, el narrador trabaja con el dificultoso tejido de la memoria, como
si los recuerdos estuviesen en un lugar inasible y hubiese que visitarlos en un
lugar oscuro, casi provisto uno de una linterna. A cada fijación de ese
recuerdo antecede la palabra penumbra, anochecer, como si nos dijera el
narrador que esa zona es algo intangible y misterioso.
Casi
al final de El caballo perdido,
narrador creativo y prestamista logran una simbiosis de transformación para que
en ese intercambio aparezca la esperanza perdida en el acto de escribir,
utilizando para ellos el arte poética de la memoria.
Bibliografía
citada
• Hernández,
Felisberto. Novelas y cuentos. Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1985.
• Lasarte,
Francisco. Función de misterio y memoria
en la obra de Felisberto Hernández, Conjunto de diez ensayos y valoración
crítica del autor uruguayo Felisberto Hernández, Introducción y selección de
Walter Rela, Montevideo, Editorial Ciencias, 1982, p 55- 63, y 67.
• Panesi,
Jorge. Felisberto, Un artista del hambre,
Críticas. Buenos Aires, Norma, 2000.
• Pau,
Antonio. Felisberto Hernández, El tejido
del recuerdo. Buenos Aires, Trotta Editorial, 2005, p.33.
• Rama,
Ángel. La novela en América Latina:
panoramas 1920-1980. Santiago de Chile, Ediciones Universidad Alberto
Hurtado, 2008.
• Saer,
Juan José. El concepto de ficción. Buenos
Aires, Seix Barral, 2004.
• Shklovski,
Víctor. El arte como artificio. México,
Siglo XX, 1991, p 57.
• Weinrich,
Harald. Arte y crítica del olvido. Madrid,
Ediciones Siruela, 1999, p.247.
• Yurkievich,
Saúl. Mundo moroso y sentido errático en
Felisberto Hernández, en Seminario sobre Felisberto Hernández del Centro de Investigaciones
Latinoamericanas de la
Universidad de Poitiers (1973-1974); reproducido en Alain
Sicard (ed.), Felisberto Hernández ante
la crítica actual. Caracas, Monte Ávila Editores, 1977, p.253.
FELISBERTO HERNÁNDEZ
Felisberto Hernández
Nació
en Montevideo el 20 de octubre de 1902 y murió en esa misma ciudad el 13 de
enero de 1964. Fue compositor, pianista y escritor.
Obras
literarias:
Fulano de Tal (1925), Libro
sin tapas (1929), La cara de Ana
(1930), La envenenada (1931), Por los tiempos de Clemente Colling
(1942), El Caballo perdido (1943), Nadie encendía las lámparas (1950), Las hortensias (aparecida por primera
vez en la revista uruguaya Escritura en 1949), Explicación falsa de mis cuentos (aparecida en la revista La Licorne en 1955), La casa inundada (1960), El cocodrilo (1962), Tierras de la memoria (1965), Diario de un sinvergüenza, Últimas
invenciones.
LA ILÍADA , ¿MITO O
REALIDAD?
CUARTA PARTE
Héctor
Zabala ©
Indudablemente
hemos progresado en materia histórica respecto a Troya, también conocida como
Ilión. Desde una antigüedad que no dudaba de su gloria y la consideraba
sagrada, protegida por los dioses, hasta un período moderno (buena parte de los
siglos XVIII al XIX d. C.) cuya misma existencia fue tenida como una fábula,
hemos llegado a un punto en el que ya no se duda de su realidad histórica y solo
se discuten tiempos, hechos, circunstancias y oportunidades.
UN
PROBLEMA DE MAGNITUDES
Una
vez que el mundo científico reconoció que Heinrich Schliemann había encontrado
la, quizá, más famosa ciudad de todos los tiempos, parecía que el mito o la
leyenda de todas maneras persistía en rodearla. Ahora no eran hombres crédulos
ni poetas antiguos de imaginación frondosa los que la hacían una ciudad
imaginaria sino la insistencia de los propios científicos que en cierta forma
la seguían negando.
En
efecto, durante casi todo el siglo XX la cuestión para la ciencia podría
resumirse así: “De acuerdo, Troya existió, nadie puede razonablemente negar la
evidencia de piedras y murallas, pero no era tan grande. Ergo, si no era tan
grande, la guerra del supuesto Agamenón y el consecuente sitio no podrían haber
durado diez años ni su insignificancia haber justificado semejante despliegue
de parte de los antiguos griegos”. Lo mismo podía repetirse respecto de la
pretendida conquista de la ciudad casi una generación antes por un supuesto
Heracles que habría instalado en el trono de Ilión a un Príamo cuando joven.
Tal
afirmación científica, sin embargo, adolecía de un defecto: si se trataba de un
recinto amurallado que no merecía la pena llamarlo ciudad, entonces ¿cómo es
que se hizo tan famosa como para que se le compusieran poemas que fueron
cantados durante siglos? Estas pequeñas preguntas suelen ser la clave de los
avances en materia científica. Hubo quienes incluso ni siquiera creían que se
tratara de una urbe y adherían a la hipótesis de que fuera simplemente un
bastión militar, un simple fuerte bien amurallado o cosa por el estilo.
NUEVOS
DESCUBRIMIENTOS
Manfred Korfmann
Sin
embargo desde las excavaciones iniciadas en 1988 por Manfred Korfmann [1]
esta teoría de la aldea o pequeño fuerte de avanzada se ha desvanecido. En
efecto, a partir de los trabajos del equipo dirigido por este arqueólogo se han
descubierto indicios de una extensa ciudad baja y aledaña que parecería ser
unas quince veces más grande que lo descubierto y estudiado por Schliemann y su
sucesor Wilhelm Dörpfeld. Este barrio bajo, al este y al sur de las murallas
descubiertas en el siglo XIX por Schliemann, habría estado protegido por una
impresionante zanja en forma de U excavada en la roca caliza, de unos cuatro
metros de ancho por unos dos de profundidad; obstáculo suficiente para detener
a cualquier ejército de infantería o volver inútiles los carros de guerra de
entonces. Detrás de la zanja habría habido una muralla o empalizada a juzgar
por las huellas cercanas al ángulo nordeste de la ciudad alta y otros detalles
que sugieren además una probable puerta de doble hoja en una interrupción de
diez metros de dicha zanja, punto de salida para efectuar contraataques sobre
los sitiadores. Hay indicios de que la ciudad tendría unas cinco grandes
puertas por lo menos. Las mediciones del magnetómetro, instrumento que no
existía en tiempos de Schliemann, y las excavaciones realizadas por el equipo
de Korfmann han demostrado la existencia de esta “nueva” ciudad y la zanja para
el período que comprendería los siglos XVII al XIII o XII a. C. El trazado de
este enorme barrio aledaño fue confirmado además por un intenso y sistemático
estudio de la cerámica encontrada en el lugar. También se descubrió un
cementerio por fuera del recinto en U en dirección sur. Otro hallazgo
importante fue que, a contrario censu de lo que se suponía, Troya estaba mucho
más relacionada con los pueblos de la Anatolia (Asia Menor) que con Grecia. Esto
explicaría que el Canto II de la
Ilíada nos presente
la guerra como el enfrentamiento de dos confederaciones de pueblos, la
occidental (aqueos de ciudades continentales e insulares) contra la alianza de
pueblos anatolios, al menos de las regiones cercanas a la costa egea de Asia
Menor.
Ruinas de las murallas de Troya.
La
gran ciudad de Troya parece haber sido destruida alrededor del 1184 a. C. (esta
fecha correspondería a los niveles de Troya VII o VII A), probablemente a causa de
una guerra perdida. Se han encontrado también algunos esqueletos, evidencias de
incendios y montones de proyectiles de honda. Esto último es un detalle
significativo: de haber ganado, los defensores de la ciudad hubieran reunido y
guardado estos proyectiles, pero un conquistador victorioso no habría hecho
nada con ellos y los hubiera dejado desparramados, tal como se observa en los
sustratos arqueológicos en cuestión. Pasado un tiempo, una nueva población se
estableció en sus ruinas y surgió una ciudad de menor cuantía; los nuevos
habitantes provendrían de la región oriental de los Balcanes o de la zona noroeste
del Mar Negro (Ponto). Los niveles superiores al VII corresponden a ciudades o
aldeas griegas, romanas y bizantinas.
Cabe
destacar que más allá de alguna voz detractora, estas conclusiones tienen el
aval de la consistente búsqueda y análisis de equipos interdisciplinarios desde
1988 a la fecha, cuyo número no baja de unos cuatrocientos científicos
especializados en arqueología de campo. Los resultados de estos nuevos
descubrimientos vienen siendo publicados anualmente en la revista especializada
“Studia Troica”.
Todo
esto hace pensar que lo descubierto y estudiado a fines del siglo XIX por
Schliemann y Dörpfeld habría sido apenas la ciudadela de Troya, es decir la
ciudad alta o lugar más fortificado que resguardaba palacios, templos y otros
edificios públicos, y quizá hasta mansiones de gente adinerada.
Por
lo tanto ahora la cuestión es otra. Indudablemente Troya existió y pudo reunir
entre siete y diez mil habitantes en tiempos de paz; y quizá sumar aun más
población de los alrededores en tiempos de guerra, como pasó con otras ciudades
antiguas sitiadas [2]. La amplitud de estas ruinas troyanas a una
ciudad mucho más grande, quizá en gran parte de madera y adobe, en principio,
ya haría creíble un sitio de diez años, según nos canta la Ilíada.
UNA
CIUDAD APETECIBLE POR SU RIQUEZA
En
el Helesponto (hoy estrecho de los Dardanelos) hay una corriente marítima constante
desde la Propóntide
(hoy mar de Mármara) hacia el mar Egeo. Si a esto se le agrega que suele soplar
un viento del nordeste desde mayo a octubre, es razonable suponer que los
barcos que en la antigüedad pretendían atravesar el estrecho para llegar a las
costas del Ponto (hoy Mar Negro) debían esperar a menudo condiciones más
favorables durante largas temporadas en el puerto de Troya. No olvidemos que no
se trataba de barcos de gran porte como se construirían más tarde y que, se
entiende, carecían de velamen adecuado para navegar contra el viento. Tal
escollo exigía escalas obligadas durante medio año al menos, detalle suficiente
para que el lugar se convirtiese en un punto neurálgico de gran importancia
comercial.
Según
Korfmann, hoy se sabe que la
Troya de la
Edad de Bronce Tardía (la que coincidiría con la de los
tiempos que cuenta Homero) no solamente era la más importante del oeste de Asia
Menor sino que era más grande que cualquier otra del sudeste de Europa, al
norte de Micenas.
Los
restos de un naufragio en las costas de Licia (sudoeste de Asia Menor), en Ulu
Burum, fechado alrededor del 1300 a. C., reveló que contenía a bordo mercancías
de África, Chipre, Levante y hasta un cetro de la región de los Cárpatos, y que
la carga además era registrada con suma precisión. Anotaciones de bultos
destinados al comercio también se han encontrado en tablillas de Creta. Estos
indicios revelarían una gran red de comercio y comunicaciones en la Edad de Bronce, y permiten
imaginar que la posición estratégica de Troya era inmejorable para controlar
con facilidad el comercio hacia y desde el estrecho de los Dardanelos. Una
playa baja y una laguna que servían de puerto (hoy rada de Besik Bay sobre el
Mediterráneo) distantes a unos cinco kilómetros de la ciudad, ideal para varar
barcos, fueron confirmadas por paleogeógrafos.
El mal llamado
tesoro de Príamo.
Los
troyanos podían ganar mucho dinero vendiendo alimentos o proporcionando
servicios de remolque, imponiendo derechos de aduana o tasas a pilotos de
cuanto barco llegara, pero sobre todo sumándose al intenso tráfico comercial a
través del (ahora conocido) contacto con las otras ciudades y reinos de
Anatolia. Todo esto permitiría sostener, dentro de las magnitudes de la época,
una populosa ciudad como la que los especialistas entienden hoy y justificaría
la gran ciudadela defensiva para los probables tesoros que los reyes troyanos
vendrían acumulando ya desde tiempos remotos. El mal llamado tesoro de Príamo,
descubierto por Schliemann (ver el artículo anterior de esta revista, Parte
III) en uno de los niveles más antiguos (el nivel II), implica una excelente
razón para suponerlo.
INDICIOS
QUE COADYUVAN
•
Muchos nombres, lugares, pueblos y países registrados en la Ilíada
resultan ser de tiempos muy anteriores a la época en que vivió Homero (siglo
VIII a. C.). Pese a esto, los especialistas han confirmado una gran exactitud de
parte del poeta en tal sentido. Esto es fundamental. Y así, Homero resulta ser
día a día más exacto, según se van conociendo más detalles del mundo antiguo.
Utiliza los nombres que eran propios de cada tribu o región en el tiempo al que
hace referencia. En ningún caso, por ejemplo, leemos la palabra dorios, y no la leemos porque los dorios
invadieron Grecia en tiempos posteriores (siglo XI a. C.) a la guerra de Troya,
que fue a inicios del siglo XII a. C. o mediados del siglo XIII a. C., si es
que no fueron dos estas guerras.
Obviamente,
en la Ilíada tampoco aparece la palabra griegos porque así llamaron los romanos
siglos más tarde a todos los habitantes del país helénico por causa de una
pequeña región cercana a su territorio. [3]
•
En la Ilíada , el príncipe Paris aparece con el nombre
alternativo de Alejandro más de cuarenta veces; a excepción de Príamo y Héctor,
debe ser el troyano que más se repite en la obra.
Relieve hitita
Ahora
bien, hay registros hititas que hablan de una tal Wilusa y de un rey o príncipe
Alaksandu con el que el rey de Hatti hiciera un tratado. Cabe destacar que este
simple hecho, un pacto entre un poderoso imperio y una ciudad, denota la
importancia de esta última. Ningún poderoso emperador firma un tratado con un
jefe sin importancia. En 1924, después de descifrarse la escritura hitita, Paul
Kretschmer había comparado este topónimo hitita, Wilusa, con el equivalente
heleno Ilios (variante de Ilión) usado como nombre de Troya. Allí nació la
hipótesis de que el nombre Ilios había perdido una digamma o wau inicial (letra
griega hoy obsoleta) y que anteriormente habría sido Wilios. Pese a estas
sugestivas coincidencias, el asunto era controversial, entre otras razones por
la dudosa ubicación de Wilusa y de la autoridad del tal Alaksandu en esa ciudad
(¿rey o príncipe?) porque en otros documentos aparece Kukunni como rey de
Wilusa y padre de Alaksandu, si bien no faltó quien señalara que Kukunni podría
ser en hitita el equivalente aqueo de Kyknos (Cicno), otro personaje del ciclo
troyano.
Pero
en 1996 el arqueólogo Frank Starke probó que Wilusa debe situarse en el mismo
lugar donde está la región de la Tróade. Otros especialistas (J. David Hawkins,
Wolf-Dietrich Niemeier) han coincidido tras estudios independientes que ese
topónimo se corresponde con el equivalente griego Ilios (variante de Ilión), es
decir con Troya. Los eruditos, basándose en pruebas lingüísticas, establecieron
que el nombre Ilios efectivamente había perdido una digamma o wau inicial y que
anteriormente había sido Wilios. Ergo, hoy por hoy ya no caben dudas: Wilusa es
Troya o Ilión (o Ilios o Wilios).
•
Hay registros hititas que hablan de un tal Attarisiya
el hombre de Ahhiya (Akhkkhiyā), refiriéndose a él como un rey o personaje
importante. Algunos especialistas han querido ver en esta expresión una
equivalente a Atreo, rey de los Aqueos
(padre de Agamenón), aunque lingüísticamente parece pertenecer a una época
anterior.
•
Hay registros en lineal B (una antigua escritura silábica, anterior al uso del
alfabeto griego) que incluyen nombres relacionados con héroes troyanos como
Tros, epónimo de Troya, y Héctor.
•
Si bien hay mucha controversia sobre estos temas y quizá algunos correspondan a
personajes históricos anteriores, lo que queda en claro es que a inicios del
siglo XII a. C. o quizá antes, nombres como los de Atreo, Alejandro, Héctor,
etc. aparecen ligados a la historia. Quizá dentro de no mucho tiempo nuevos
descubrimientos e investigaciones aclaren específicamente algunos casos
puntuales o sumen otros.
•
Hay referencias elocuentes en la
Ilíada al hierro
como artículo de difícil acceso para el mundo helénico de entonces, de ahí que
en sus armas y armaduras predominara el bronce. En efecto, la punta de hierro
de la flecha del licio Pándaro en el Canto IV, el hierro labrado de la nómina
de cosas reseñadas como valiosísimas por el misio Adrasto al rey Menelao en el
Canto V, así como el pago en artículos locales entre los que figura este metal
(producto probable de botín) efectuado por los soldados aqueos a cambio del
vino de unas naves mercantes de Lemnos (cierre del Canto VII) demuestran que
Homero tenía pleno conocimiento de que el hierro era un artículo de lujo en
tiempos de la guerra de Troya y que los troyanos tenían mucho más acceso a ese
mineral que los aqueos invasores. Probablemente, el hierro de entonces tuviese
como origen las minas del centro de Anatolia, cuyos yacimientos, hoy se sabe,
constituían un monopolio de los hititas que permitió a sus reyes mantener un
imperio similar al egipcio durante siglos. La tecnología de hornos que
permitían fundir hierro existía en el centro de Anatolia cuando no la tenía el
resto del mundo. Tengamos en cuenta, además, que Homero escribió su poema en
tiempos donde el hierro ya abundaba en Grecia y esa tecnología se había
extendido a buena parte del mundo conocido. Es decir, estaba escribiendo sobre
un mundo desconocido para él, un mundo que le llegó por tradición oral de
varias generaciones atrás, pero que no olvidaba de que el hierro era carísimo
para sus antepasados.
•
En la Ilíada se lo llama al príncipe Héctor “el domador
de caballos”. Los arqueólogos han descubierto en los alrededores de Troya una
enorme cantidad de esqueletos de caballos, lo cual hace pensar que la doma de
potros salvajes para uso local y para exportación haya sido una de las
actividades principales de los troyanos. Si agregamos a esto que el tratado de
domesticación de caballos más antiguo que se conoce es de origen hitita, centro
de Anatolia (actual Turquía) y que la arqueología está probando que Troya tenía
muchos más lazos comerciales con los hititas (a su oriente) que con los aqueos (a
su occidente), todo el tema económico-político cierra perfectamente.
•
Otro punto importante es el descubrimiento hace unos años de toda una red de
túneles debajo de Troya, que aseguraban el suministro de agua potable desde un
manantial subterráneo. Esto hace muy creíble que el sitio aqueo haya podido ser
resistido por diez años o incluso más por la heroica ciudad que describe Homero
en su poema.
¿HASTA
QUÉ PUNTO EL RELATO DE HOMERO ES FIDEDIGNO?
Homero, busto romano
Hay
demasiados indicios que llevan a pensar que lo escrito por Homero sobre la
guerra de Troya tiene un trasfondo histórico muy grande.
En
principio, cuando se lee la Ilíada le queda a uno la
sensación de que el poeta está cantando a personas que conocen la historia que
relata. No da la idea de que esté relatando una obra de ficción sino una
historia real. Y si esto fue así, es difícil imaginar que Homero se atreviera a
decir sandeces a gente conocedora.
Ergo,
este trasfondo histórico quizá incluya a muchos de sus héroes, cuyos nombres y
prosapias inmediatas tengan buena parte de certeza, si obviamos juiciosamente
los dioses entre sus ascendientes, que sin duda los incluyeron en sus
genealogías para simularlas de origen divino o por simple vanidad. Pero lo que
hoy queda muy claro es que poco a poco nos estamos acercando a la recuperación
de toda una época histórica.
La Ilíada fue denostada durante el siglo de las luces (el XVIII
d. C.) porque en sus páginas se mezclaban dioses y héroes. Algo parecido
ocurrió con la Biblia. Quizá si la
primera no hubiese insistido tanto con sus divinidades olímpicas y la segunda
con sus milagros, la posición de muchos científicos habría sido más
benevolente. Pese a todo, seguir negando evidencias o conjeturas razonables, poniendo
como pretexto “el conocimiento científico”, ya sería caer en el absurdo.
Obviamente
nadie va a creer que Ares, Atenea, Zeus, Hera o Afrodita fueran reales, pero
recordemos que Homero era un poeta, no un historiador, y que los relatos de
guerra pueden resultar demasiado cargados si se los reduce a continuas matanzas
y nada más, máxime para la mentalidad de los antiguos griegos que más tarde,
por ejemplo, en sus obras trágicas menospreciaban las imágenes sangrientas en
demasía. De ahí que hay que tener cuidado cuando se emite un juicio de valor.
Por
ejemplo, no hay duda de que en el duelo entre Paris y Menelao (Canto III),
cuando este último toma al primero de la correa del casco y lo arrastra por el
suelo, el cuero de la correa del troyano simplemente se corta, lo que permite a
Paris escapar detrás de las murallas. Pero dicho así no tiene gracia ni
demasiado sabor literario. En cambio si se hace intervenir a la diosa Afrodita,
cortando la correa y llevando a su protegido hasta detrás de los muros, la cosa
cambia mucho en honor a la poesía. Pero que Homero haya incluido a Afrodita, no
basta para negar la posible existencia de un príncipe troyano Paris y un
espartano rey Menelao, y que tal duelo, tal batalla y tal sitio pudieron haber
sido reales. Si vamos a casos similares, tampoco es muy creíble que Constantino
el Grande haya visto realmente en el cielo la cruz luminosa y la frase “en este
signo vencerás” (In hoc signo vinces) pero eso no nos da derecho a que
declaremos mitológica o irreal la batalla del Puente Milvio del 28 de octubre
de 312 d.C. Y si leemos la historia de Juana de Arco, hay varios asuntos
difíciles de creer, pero tales detalles extraños no justificarían negar la
batalla de Orleans del año 1429 ganada por los franceses.
¿HUBO
UNA GUERRA DE TROYA?
Aparentemente
no solo una, a juzgar por los rastros de incendios y otros indicios que se han
hallado o confirmado en los últimos tiempos. En este sentido, la tradición
griega y la arqueología parecen iniciar un camino convergente.
Aquiles arrastrando el cadáver de Héctor
(fragmento de sarcófago, siglo II,
Museo de Reggio Calabria, Italia)
Quizá
gran parte del problema de la Ilíada es que trata de
asuntos ocurridos en tiempos muy antiguos, en plena Edad del Bronce Tardío (mediados
del siglo XIII o inicios del siglo XII a. C.) y que los sucesos se escribieran bastante
más tarde. Además, y aunque le pese a nuestra generación, lo cierto es que
tanto el subsuelo griego como el turco ocultan todavía muchísimos secretos arqueológicos.
También
contribuye al problema el hecho de que en la Edad de Bronce la escritura no fuera de uso
común, aun en las clases altas, como ocurriría más tarde. Nótese que en la Ilíada
se trata de todo tipo de situaciones pero salvo el caso del Canto VI referido a
Preto, rey de Licia, y a Belerofonte, nunca se habla de un héroe que lea o se
haga leer por otro, ni tampoco que escriba o dicte. El alfabeto griego,
derivado del fenicio o cananeo, es de época posterior. Se sabe que en algunos
lugares ya existían otras formas de escrituras, relacionados con signos
silábicos, pero no son muchas las muestras que se tienen hasta el momento en
lineal B, que probablemente correspondan a la época en cuestión o a una muy
cercana.
De
todos modos, la influencia de Troya o Ilión fue decisiva en el mundo helénico
posterior. Y aun cuando habían pasado varios siglos, sus ruinas todavía
hablaban (y no solo sus ruinas). Sobre todo subsistía el recuerdo del pasado
glorioso de unos héroes que habían hecho historia, cualquiera fuese su bando, a
punto tal que la generación de Homero decidió prestar oído atento. ¿Prestaremos
un oído similar nosotros, generación de hombres más escépticos, para llegar a
saber cómo fue la verdadera historia en torno a esa ciudad extraordinaria?
[1] Manfred Korfmann nació el 26/4/1942 en Colonia,
Alemania. Doctor en Historia y Arqueología por la Universidad de
Francfurt, fue profesor de Arqueología Temprana y Prehistórica en la Universidad de
Tubinga, director del “Proyecto Troya” desde 1988 a 2005 en las excavaciones
internacionales e interdisciplinarias de Troya / Wilios / Wilusa y editor
general de “Studia Troica”, revista especializada en el tema. También fue
el director académico de la exposición
“Troya: sueño y realidad”. Falleció el 11/8/2005 en Ofterdingen, cerca de
Tubinga, Alemania. Sus trabajos son continuados por el arqueólogo austríaco
Ernst Pernicka.
[2] Por ejemplo, como ocurrió en el año 70 d. C. con
Jerusalén durante el sitio del general Tito Vespaciano, donde antes de terminar
arrasada se refugiaron miles de judíos de los contornos, según nos cuenta
Flavio Josefo.
[3] Esto de cambiar los nombres a otros países es bastante
común. Por ejemplo, tampoco los Incas llamaban Perú a su Tawantinsuyo, siendo
que tal nombre lo impuso un conquistador español después de cruzar un pequeño
río de ese nombre; los etruscos no se llamaban a sí mismos así sino rasena o
rašna; los licios denominaban Trm̃misa a su tierra; los fenicios se decían
cananeos; y aún hoy los griegos denominan Ellinikí Dimokratía (República
Helénica) a su país, pese a que todo el mundo le dice Grecia, siguiendo la
tradición de los romanos antiguos.
Nuevos colaboradores
ANNA ROSSELL
Anna
Rossell Ibern (Mataró, Barcelona, 1951), doctorada en Filología Alemana.
Profesora de literatura alemana en el Departamento de Filología Inglesa y
Germanística de la
Universidad Autónoma de Barcelona hasta diciembre 2009. Desde
1978 se ha dedicado a la enseñanza de la lengua y la literatura alemanas, así
como a la traducción literaria del alemán al español, a la crítica y a la
investigación literarias, sobre todo en Barcelona, Bonn y Berlín. Y durante los
años 2002 y 2003 a la gestión cultural. Miembro del comité organizador de los
encuentros literarios bianuales entre continentes (Asociación Cultural
TRANSLIT). La edición Translit’03-Mercat d’històries, celebrada en el CCCB
(Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) en diciembre del 2003, se dedicó
a la literatura subsahariana y caribeña. Colabora asiduamente como crítica
literaria y articulista en Quimera. Revista de Literatura, Culturas (La Vanguardia ),
Contemporary Literary Horizonts, Bocadesapo, Revista de arte, literatura y
pensamiento, Revista de Filología Alemana, Realidades y Ficciones, entre otras.
En el año 2001, fue finalista del Premio de Poesía Goleta y Bergantí con el
poemario La veu per companya; en
2010, finalista del I Concurso de Microrrelatos Lorenzo Silva. Entre sus obras
no académicas se encuentran los libros de viajes Mi viaje a Togo (Montflorit, 2006), el poemario La ferida en la paraula (Montflorit,
2010), Viaje al país de la tierra roja
(inédito), Microrrelatos eróticos
(obra colectiva, Ediciones de la
Universidad de Salamanca, 2006), la novela Aquellos años grises de próxima
publicación, así como el poemario Quadern
malià / Cuaderno de Malí. Ha publicado en 2011 microrrelatos en La Lluna en un Cove (nº 27) y
en la antología Vilapoética. Algunos
de sus poemas han sido incluidos en trípticos (No, no! crida la meva veu, en El Laberinto de Ariadna. Pliego de
Poesía, Nº 21, 2010) o en revistas culturales (Vida de mort, en El Clavell. Revista de Cultura, Premià de Mar, nº
1, 1997) y otros en Contemporary Literary Horizonts y en la antología Grito de mujer (Primer Festival
Internacional de Poesía), de próxima aparición, así como en diversos blogs
literarios.
FELIPE ACUÑA LANG
Felipe
Acuña Lang es periodista por la
Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS, 1999).
Posteriormente, realizó estudios de magíster en Comunicación Social, en la Universidad de Chile,
(2003-2005) y de Literatura Latinoamericana y Española, en la Universidad de Buenos
Aires (2008).
En
la actualidad trabaja como guionista en productoras independientes y escribe
narración y dramaturgia. Está diplomado en Dramaturgia Creativa y Guion por la Universidad Alberto
Hurtado (2010). Cursó en abril de 2009, el afamado Curso de Guiones Robert
Mckee’s Story, en Santiago de Chile, y el de Géneros, en mayo de 2010. En 2011
realizó un curso de guiones con el cineasta Guillermo Arriaga en Santiago de
Chile.
Ha
escrito dos obras teatrales: Última
Parada, bajo la tutoría del reconocido dramaturgo David Benavente, la cual
fue estrenada en lectura dramatizada el 9 de septiembre de 2010 por la
agrupación teatral de Valparaíso (ATEVA), y La Flor ,
estrenada en lectura dramatizada en el centro de investigación Teatro la Memoria que dirige Alfredo
Castro. En 2011 publicó Huidas (Ril
editores).
REALIDADES
Y FICCIONES
—Revista
Literaria—
Nº 11 —
Diciembre de 2012 — Año III
ISSN 2250-4281
Exp. 5054185 Dirección Nacional del Derecho de
Autor (DNDA)
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo: http://www.polisliteraria.blogspot.com/
San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Argentina
elilialap@yahoo.com.ar
COLABORARON EN ESTE NÚMERO:
• Héctor Zabala, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Anna Rossell, Barcelona (Cataluña), España
• Luis Benítez, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Felipe Acuña Lang, Santiago,
Chile
• Liliana Lapadula, San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Argentina
El listado completo de colaboradores se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite COLABORADORES de Revista REALIDADES Y FICCIONES.
Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.
REALIDADES
Y FICCIONES
—Revista
Literaria—
Nº
11 – Diciembre de 2012 – Año III
ISSN
2250-4281
Inscripción gratuita
como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y
apellido, ciudad y país
(se le avisará cada
nuevo número trimestral).
Menelao y Héctor luchando
ante el
cadáver de Euforbo (Ilíada,
XVII)
(cerámica) |
Sumario:
Narrativa
• “El tonel de amontillado” de
Edgar Allan Poe. Cuento y análisis. Listado de obras. (Héctor Zabala)
• La verdadera historia está en
los repliegues: Joseph Roth, “Job: historia de un hombre sencillo”. Reseña.
(Anna Rossell)
Poesía
• Espacio Poesía en la Feria del Libro de Córdoba,
Argentina. (Luis Benítez)
• “El hacedor del bien” de Oscar
Wilde. Cuento y análisis. Biografía y bibliografía del autor. (Héctor Zabala)
Ensayo (Felipe Acuña Lang)
• Felisberto Hernández, el
outsider más original de la literatura latinoamericana de los años 20.
Y algo más… (Héctor Zabala)
• La Ilíada , ¿mito o realidad? —
Parte IV.
Nuevos colaboradores de
Realidades y Ficciones (curriculos):
• Anna Rossell, Barcelona
(Cataluña), España
• Felipe Acuña Lang, Santiago,
Chile
EL TONEL DE AMONTILLADO [1]
Edgar
Allan Poe ©
Había
yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me
hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría.
Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que
proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente
decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No
solo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio
cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no
es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido.
Téngase
en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato
para dudar de mi buena disposición. Tal como me lo había propuesto, seguí
sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora,
de la idea de su inmolación.
Un
punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de
respetar y aun de temer. Enorgullecíase de ser un connaisseur [2] en materia de vinos. Pocos italianos
poseen la capacidad del verdadero virtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo
que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los
millonarios ingleses y austríacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un
impostor, como todos sus compatriotas; pero en lo referente a vinos añejos
procedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este sentido; experto en
vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía.
Anochecía
ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura más extrema,
cuando encontré a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues había
estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bufón, llevaba un ajustado traje a
rayas y lucía en la cabeza el cónico gorro de cascabeles. Me sentí tan contento
al verle, que me pareció que no terminaría nunca de estrechar su mano.
—Mi
querido Fortunato —le dije—, ¡qué suerte haberte encontrado! ¡Qué buen
semblante tienes! Figúrate que acabo de recibir un barril de vino que pasa por
amontillado, pero tengo mis dudas.
—¿Cómo?
—exclamó Fortunato— ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y a mitad de
carnaval...!
—Tengo
mis dudas —insistí—, pero he sido lo bastante tonto como para pagar su precio
sin consultarte antes. No pude dar contigo y tenía miedo de echar a perder un
buen negocio.
—¡Amontillado!
—Tengo
mis dudas.
—¡Amontillado!
—Y
quiero salir de ellas.
—¡Amontillado!
—Como
estás ocupado, me voy a buscar a Lucresi. Si hay alguien con sentido crítico,
es él. Me dirá que...
—Lucresi
es incapaz de distinguir entre amontillado y jerez.
—Y
sin embargo no faltan tontos que afirman que su gusto es comparable al tuyo.
—¡Ven!
¡Vamos!
—¿Adónde?
—A
tu bodega.
—No,
amigo mío. No quiero aprovecharme de tu bondad. Noto que estás ocupado, y
Lucresi...
—No
tengo nada que hacer; vamos.
—No,
amigo mío. No se trata de tus ocupaciones, pero veo que tienes un fuerte
catarro. Las criptas son terriblemente húmedas y están cubiertas de salitre.
—Vamos
lo mismo. Este catarro no es nada. ¡Amontillado! Te has dejado engañar. En
cuanto a Lucresi, es incapaz de distinguir entre jerez y amontillado.
Mientras
decía esto, Fortunato me tomó del brazo. Yo me puse un antifaz de seda negra y,
ciñéndome una roquelaure [3],
dejé que me llevara apresuradamente a mi palazzo.
[4]
No
encontramos sirvientes en mi morada; habíanse escapado para festejar
alegremente el carnaval. Como les había dicho que no volvería hasta la mañana
siguiente, dándoles órdenes expresas de no moverse de casa, estaba bien seguro
de que todos ellos se habían marchado de inmediato apenas les hube vuelto la
espalda.
Saqué
dos antorchas de sus anillas y, entregando una a Fortunato, le conduje a través
de múltiples habitaciones hasta la arcada que daba acceso a las criptas.
Descendimos una larga escalera de caracol, mientras yo recomendaba a mi amigo
que bajara con precaución. Llegamos por fin al fondo y pisamos juntos el húmedo
suelo de las catacumbas de los Montresors.
Mi
amigo caminaba tambaleándose, y al moverse tintinearon los cascabeles de su
gorro.
—El
tonel —dijo.
—Está
más delante —contesté—, pero observa las blancas telarañas que brillan en las
paredes de estas cavernas.
Se
volvió hacía mí y me miró a los ojos con veladas pupilas, que destilaban el
flujo de su embriaguez.
—¿Salitre?
—preguntó, después de un momento.
—Salitre
—repuse—. ¿Desde cuándo tienes esa tos?
El
violento acceso impidió a mi pobre amigo contestarme durante varios minutos.
—No
es nada —dijo por fin.
—Vamos
—declaré con decisión—. Volvámonos; tu salud es preciosa. Eres rico, respetado,
admirado, querido; eres feliz como en un tiempo lo fui yo. Tu desaparición
sería lamentada, cosa que no ocurriría en mi caso. Volvamos, pues, de lo
contrario te enfermarás y no quiero tener esa responsabilidad. Además está
Lucresi, que...
—¡Basta!
—dijo Fortunato—. Esta tos no es nada y no me matará. No voy a morir de un
acceso de tos.
—Ciertamente
que no —repuse—. No quería alarmarte innecesariamente. Un trago de este Medoc
nos protegerá de la humedad.
Rompí
el cuello de una botella que había extraído de una larga hilera de la misma
clase colocada en el suelo.
—Bebe
—agregué, presentándole el vino.
Mirándome
de soslayo, alzó la botella hasta sus labios. Detúvose y me hizo un gesto
familiar, mientras tintineaban sus cascabeles.
—Brindo
—dijo— por los enterrados que reposan en torno de nosotros.
—Y
yo brindo porque tengas una larga vida.
Otra
vez me tomó del brazo y seguimos adelante.
—Estas
criptas son enormes —observó Fortunato.
—Los
Montresors —repliqué— fueron una distinguida y numerosa familia.
—He
olvidado vuestras armas.
—Un
gran pie humano de oro en campo de azur; el pie aplasta una serpiente rampante,
cuyas garras se hunden en el talón.
—¿Y
el lema?
—Nemo
me impune lacessit. [5]
—¡Muy
bien! —dijo Fortunato.
Chispeaba
el vino en sus ojos y tintineaban los cascabeles. El Medoc había estimulado
también mi fantasía. Dejamos atrás largos muros formados por esqueletos
apilados, entre los cuales aparecían también toneles y pipas, hasta llegar a la
parte más recóndita de las catacumbas. Me detuve otra vez, atreviéndome ahora a
tomar del brazo a Fortunato por encima del codo.
—¡Mira
cómo el salitre va en aumento! —dije—. Abunda como el moho en las criptas.
Estamos debajo del lecho del río. Las gotas de humedad caen entre los huesos...
Ven, volvámonos antes de que sea demasiado tarde. La tos...
—No
es nada —dijo Fortunato—. Sigamos adelante, pero bebamos antes otro trago de
Medoc.
Rompí
el cuello de un frasco de De Grâve y se lo alcancé. Vaciólo de un trago y sus
ojos se llenaron de una luz salvaje. Riéndose, lanzó la botella hacia arriba,
gesticulando en una forma que no entendí.
Lo
miré, sorprendido. Repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
—¿No
comprendes?
—No
—repuse.
—Entonces
no eres de la hermandad.
—¿Cómo?
—No
eres un masón.
—¡Oh,
sí! —exclamé—. ¡Sí lo soy!
—¿Tú,
un masón? ¡Imposible!
—Un
masón —insistí.
—Haz
un signo —dijo él—. Un signo.
—Mira
—repuse, extrayendo de entre los pliegues de mi roquelaure una pala de albañil.
—Te
estás burlando —exclamó Fortunato, retrocediendo algunos pasos—. Pero vamos a
ver ese amontillado.
—Puesto
que lo quieres —dije, guardando el utensilio y ofreciendo otra vez mi brazo a
Fortunato, que se apoyó pesadamente. Continuamos nuestro camino en busca del
amontillado. Pasamos bajo una hilera de arcos muy bajos, descendimos, seguimos
adelante y, luego de bajar otra vez, llegamos a una profunda cripta, donde el
aire estaba tan viciado que nuestras antorchas dejaron de llamear y apenas
alumbraban.
En
el extremo más alejado de la cripta se veía otra menos espaciosa. Contra sus
paredes se habían apilado restos humanos que subían hasta la bóveda, como puede
verse en las grandes catacumbas de París. Tres lados de esa cripta interior
aparecían ornamentados de esta manera. En el cuarto, los huesos se habían
desplomado y yacían dispersos en el suelo, formando en una parte un
amontonamiento bastante grande. Dentro del muro así expuesto por la caída de
los huesos, vimos otra cripta o nicho interior, cuya profundidad sería de unos
cuatro pies, mientras su ancho era de tres y su alto de seis o siete. Parecía
haber sido construida sin ningún propósito especial, ya que solo constituía el
intervalo entre dos de los colosales soportes del techo de las catacumbas, y
formaba su parte posterior la pared, de sólido granito, que las limitaba.
Fue
inútil que Fortunato, alzando su mortecina antorcha, tratara de ver en lo hondo
del nicho. La débil luz no permitía adivinar dónde terminaba.
—Continúa
—dije—. Allí está el amontillado. En cuanto a Lucresi...
—Es
un ignorante —interrumpió mi amigo, mientras avanzaba tambaleándose y yo le
seguía pegado a sus talones. En un instante llegó al fondo del nicho y, al ver
que la roca interrumpía su marcha, se detuvo como atontado. Un segundo más
tarde quedaba encadenado al granito. Había en la roca dos argollas de hierro,
separadas horizontalmente por unos dos pies. De una de ellas colgaba una cadena
corta; de la otra, un candado. Pasándole la cadena alrededor de la cintura, me
bastaron apenas unos segundos para aherrojarlo. Demasiado estupefacto estaba
para resistirse. Extraje la llave y salí del nicho.
—Pasa
tu mano por la pared —dije— y sentirás el salitre. Te aseguro que hay mucha
humedad. Una vez más, te imploro que volvamos. ¿No quieres? Pues entonces,
tendré que dejarte. Pero antes he de ofrecerte todos mis servicios.
—¡El
amontillado! —exclamó mi amigo, que no había vuelto aún de su estupefacción.
—Es
cierto —repliqué—. El amontillado.
Mientras
decía esas palabras, fui hasta el montón de huesos de que ya he hablado.
Echándolos a un lado, puse en descubierto una cantidad de bloques de piedra y
de mortero. Con estos materiales y con ayuda de mi pala de albañil comencé
vigorosamente a cerrar la entrada del nicho.
Apenas
había colocado la primera hilera de mampostería, advertí que la embriaguez de
Fortunato se había disipado en buena parte. La primera indicación nació de un
quejido profundo que venía de lo hondo del nicho. No era el grito de un
borracho. Siguió un largo y obstinado silencio. Puse la segunda hilera, la
tercera y la cuarta; entonces oí la furiosa vibración de la cadena. El ruido
duró varios minutos, durante los cuales, y para poder escucharlo con más
comodidad, interrumpí mi labor y me senté sobre los huesos. Cuando, por fin,
cesó el resonar de la cadena, tomé de nuevo mi pala y terminé sin interrupción
la quinta, la sexta y la séptima hilera. La pared me llegaba ahora hasta el
pecho. Detúveme nuevamente y, alzando la antorcha sobre la mampostería,
proyecté sus débiles rayos sobre la figura allí encerrada.
Una
sucesión de agudos y penetrantes alaridos, brotando súbitamente de la garganta
de aquella forma encadenada, me hicieron retroceder con violencia. Vacilé un
instante y temblé. Desenvainando mi espada, me puse a tantear con ella el
interior del nicho, pero me bastó una rápida reflexión para tranquilizarme.
Apoyé la mano sobre la sólida muralla de la catacumba y me sentí satisfecho.
Volví a acercarme al nicho y contesté con mis alaridos a aquel que clamaba. Fui
su eco, lo ayudé, lo sobrepujé en volumen y en fuerza. Sí, así lo hice, y sus
gritos acabaron por cesar.
Ya
era medianoche y mi tarea llegaba a su término. Había completado la octava, la
novena y la décima hilera. Terminé una parte de la undécima y última; solo
quedaba por colocar y fijar una sola piedra. Luché con su peso y la coloqué
parcialmente en posición. Pero entonces brotó desde el nicho una risa apagada
que hizo erizar mis cabellos. La sucedió una voz lamentable, en la que me costó
reconocer la del noble Fortunato.
—¡Ja,
ja... ja, ja! ¡Una excelente broma, por cierto... una excelente broma...! ¡Cómo
vamos a reírnos en el palazzo... ja, ja... mientras bebamos... ja, ja!
—¡El
amontillado! —dije.
—¡Ja,
ja...! ¡Sí... el amontillado...! Pero... ¿no se está haciendo tarde? ¿No nos
estarán esperando en el palazzo... mi esposa y los demás? ¡Vámonos!
—Sí—dije—.
Vámonos.
—¡Por
el amor de Dios, Montresor!
—Sí
—dije—. Por el amor de Dios.
Esperé
en vano la respuesta a mis palabras. Me impacienté y llamé en voz alta:
—¡Fortunato!
Silencio.
Llamé otra vez.
—¡Fortunato!
No
hubo respuesta. Pasé una antorcha por la abertura y la dejé caer dentro. Solo
me fue devuelto un tintinear de cascabeles. Sentí que una náusea me envolvía;
su causa era la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo.
Puse la última piedra en su sitio y la fijé con el mortero. Contra la nueva
mampostería volví a alzar la antigua pila de huesos. Durante medio siglo,
ningún mortal los ha perturbado. ¡Requiescat in pace! [6]
[1] En su idioma original: The Cask of Amontillado (1846). Esta versión castellana es del
escritor argentino Julio Cortázar.
[2] connaisseur:
En francés, conocedor, entendido, experto.
[3] roquelaure:
En francés, capa pesada y abotonada hasta la rodilla, usada por los hombres
hasta el siglo XVIII, compuesta a menudo de pieles y seda.
[4] palazzo: En
italiano, palacio, mansión.
[5] Nemo me impune
lacessit: Nadie me hiere impunemente. Esta frase latina se encuentra en el
escudo de Escocia. Es el lema de la
Orden del Cardo, orden de caballería escocesa. El lema
también fue adoptado por varios regimientos escoceses.
[6] ¡Requiescat in
pace!: ¡Descanse en paz! Epitafio latino que la Iglesia Católica
utiliza al cierre de un responso, a modo de petición por el alma de un difunto.
ANÁLISIS SOBRE “EL TONEL DE AMONTILLADO”
DE EDGAR A. POE
Héctor
Zabala ©
DUDAS
Y DIFICULTADES
La
primera duda que se presenta es dónde se sitúa el crimen y de qué nacionalidad
son los personajes. Algunos críticos opinan que todo ocurriría en Italia y que
tanto víctima como asesino serían italianos.
Pero
en esto discrepo un poco. Es razonable admitir que el asesinato se sitúa en
Italia; la palabra palazzo y ciertos
detalles de la construcción (catacumbas, arcos, etc.), así como la existencia
de por lo menos dos italianos (Fortunato y Lucresi), apuntan en ese sentido.
Incluso hasta podría entenderse como muy probable que el homicidio tuviera
lugar puntualmente en Venecia por la gran humedad del sótano, el salitre que
aflora de las paredes, el nivel de la cripta por debajo del agua y el carnaval.
Sin
embargo, el nombre (o apellido) Montresor no parece en absoluto italiano. Suena
catalán o francés; incluso existe un pueblo al sudoeste de Tours (centro de
Francia) que se llama Montrésor. Por otra parte este personaje de Poe habla
como hablaría un extranjero xenófobo, al usar un modo despectivo contra los
italianos y, además, siempre en tercera persona del plural, nunca en primera de
ese número (nosotros). Por ejemplo, cuando afirma: “...el entusiasmo que fingen
[los italianos] se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los
millonarios ingleses y austríacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un
impostor, como todos sus compatriotas...”
Después
tenemos las palabras “...pero en lo referente a vinos añejos [Fortunato]
procedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este sentido; experto en
vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía”. Esto,
que podría equipararse con el sacrificio de la misa y verse como un preanuncio
de la inmolación que Montresor haría de la persona de Fortunato, me reafirma en
la idea de que el asesino probablemente fuese un extranjero en Italia dedicado
a la reventa de vinos y que quizá ni siquiera residiese en ese país al momento
de contarlo.
Por
su parte, Fortunato demuestra ser un experto en vinos por ciertos tecnicismos
referidos a la época en que el otro habría recibido la partida y al juzgarse
capaz de distinguir entre amontillado y jerez, capacidad que a su vez niega de
otro experto (Lucresi). El vino amontillado es una variedad española, lo que
condice con el buen negocio del que habla Montresor a Fortunato (“No pude dar
contigo y tenía miedo de echar a perder un buen negocio”). Al tratarse de un
vino importado, su venta en Italia resultaría cara y por ende implicaría una
gran ganancia para el importador.
Hay
críticos que aseveran que el crimen tendría las características de una vendetta
al mejor estilo italiano. Pero no se necesita ser italiano para desquitarse. La
historia abunda en represalias realizadas por gentes que nada tenían de
itálicos. Y en cuanto a la literatura, ahí tenemos a Hamlet, retratado por
William Shakespeare en la obra homónima, o a los hermanos atridas Electra y
Orestes, de los que nos hablan los tres grandes trágicos griegos [1].
Todos ellos personajes que nada tienen de italianos y que, sin embargo, llevan
hasta el fin sus respectivas venganzas.
Por
otra parte, hay detalles que van más allá de una simple vendetta. Desde el
principio, el homicida se justifica así: “Había yo soportado hasta donde me era
posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto”. Más allá de la
hipérbole (que es como debe entenderse lo de las mil ofensas), esto de soportar
estoicamente sucesivos agravios tampoco sería propio de alguien acostumbrado a
la vendetta. Quienes responden así, por lo general no esperan que se los
humille una y otra vez.
Otro
intríngulis es a quién (o a quiénes) le habla Montresor y dónde. Podría
pensarse que el relato es la confesión de un hombre arrepentido y moribundo a
un sacerdote católico, o bien de alguien muy poderoso que se jacta impunemente
ante amigos y sirvientes. Si bien el pronombre you en inglés vale para tú y
vosotros (o para usted y ustedes), me inclino por lo segundo porque Montresor
dice al comienzo: “Vosotros [así lo traduce Cortázar], sin embargo, que
conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna”. Parece
hablarle a un grupo de gente reunida, gente de la que además no tiene necesidad
de cuidarse mucho. Asimismo, no existe en el relato del asesino la menor pizca
de arrepentimiento, más bien daría la impresión de regodearse en puntualizar
los detalles; esto deja a un lado la posibilidad de que se trate de una
confesión al estilo católico.
Varias
de las cuestiones antedichas y el hecho de que el asesinato ocurriera cincuenta
años antes demuestran que Montresor ya es un anciano cuando relata su crimen. Y
en cuanto a dónde lo relata, quizá no se trataría del palazzo, en cuyos sótanos
está emparedada la víctima, sino en un país extranjero. Sostengo esto porque en
su exposición parece pintar pormenores y costumbres de los italianos con ánimo
de ilustrar, explicaciones que estarían de más si su auditorio estuviese
compuesto exclusivamente de personas nativas de Italia.
CONCEPTOS
GENERALES
El
cuento está muy bien pensado. La preparación del crimen es óptima: el asesino
se desprende por un día de todo sirviente inoportuno, se pone un antifaz para
que nadie lo reconozca por la calle y además insiste en emborrachar aún más a
la víctima para evitar toda resistencia.
Andar
del brazo hasta la residencia de Montresor también debe verse como una medida
precautoria de parte del asesino, pues contribuye a que los paseantes (y
posibles testigos) ni siquiera se fijen en ellos. Seguramente la gente los
tomaría por dos borrachos que se abrazan para mantenerse en pie, cosa
improbable de lograr por separado. Y se sabe que nadie repara demasiado en
borrachos callejeros.
Decidida
la venganza, vemos que el asesino conserva una sangre fría que pone a prueba al
más flemático. En efecto, relata con una ironía y precisión dignas de un
homicida convencido de lo que hace. Un verdadero psicópata.
Es
digno de señalar cómo Poe avanza y suma tensión aun cuando desde el principio
nos revela que Montresor será el asesino y Fortunato la víctima. La técnica de
Poe crea un clima de terror y suspenso que no flaquea un instante. Incluso son
notables los primeros diálogos en los que el asesino se esfuerza por llevar a
la víctima a su propia bodega subterránea, pero apelando a la duda y al rechazo
para incentivar más a un Fortunato pagado de sí mismo o de sus conocimientos, y
encima celoso de otro experto en vinos como es Lucresi. Esta primera parte del
cuento nos recuerda una araña que espera pacientemente la caída del insecto en
su tela.
INDICIOS
EN GENERAL
Y
ahora vayamos a los indicios. Estos se centran no tanto en insinuar un
asesinato —de hecho Poe hace que el homicida lo anticipe abiertamente a su
auditorio— sino en cómo se ejecutará ese crimen. También hay algunos
preanuncios del victimario a la víctima.
1)
La ironía del traje rayado. Poe aprovecha el carnaval para vestir a la víctima
de bufón pero también —quizá, en una segunda lectura— para anticipar que será
un preso de por vida (y aun después de muerto); es decir un tipo que quedará
para siempre entre cuatro paredes. [2]
2)
La ironía de Montresor “...pero observa las blancas telarañas que brillan en
las paredes de estas cavernas”, anunciándole a Fortunato que lo tiene atrapado
en su red.
3)
La botella de Medoc. Este vino tinto suele ser de un brillante rojo oscuro.
Esto puede ser visto como una advertencia de que se producirá un hecho de
sangre. Incluso, al romper el cuello de la botella es muy probable que se haya
derramado líquido de ese color: una especie de preanuncio de parte del
victimario a la víctima sobre lo que le espera.
4)
La expresión romper el cuello. Si bien se refiere a una botella, no deja de ser
también un mensaje subliminal: alguien terminará con el cuello roto; es decir,
muerto. [3]
5)
Hay un indicio expresado por el propio Fortunato (“...por los enterrados que
reposan en torno de nosotros”), seguido de un sarcasmo del asesino a su futura
víctima: “Y yo brindo porque tengas una larga vida”.
6)
A estas ironías se suman otras anteriores como cuando el homicida dice “Tu
desaparición sería lamentada, cosa que no ocurriría en mi caso. Volvamos, pues,
de lo contrario te enfermarás y no quiero tener esa responsabilidad”. O bien
cuando la propia víctima dice “Esta tos no es nada y no me matará. No voy a
morir de un acceso de tos”. ¡Y por supuesto que Fortunato no morirá por un
acceso de tos!
7)
En un momento Fortunato señala “He olvidado vuestras armas”, que se puede tomar
también como que no ha tenido en cuenta lo peligroso de la familia de los
Montresor.
8)
Los blasones de la familia del homicida. Hay quienes afirman que Poe puso el
“Nemo me impune lacessit”, lema de la caballería escocesa, en homenaje a su
padre adoptivo [4] que era de esa nacionalidad. Pero aparte de la
curiosidad autobiográfica, esto también podría indicar que Montresor tuviera el
espíritu vengativo de algunos clanes escoceses de antaño, muy sensibles al
honor personal y de familia. Montresor agrega: “...el pie aplasta una serpiente
rampante, cuyas garras se hunden en el talón”. Más allá de que ninguna
serpiente tiene garras y que quizá sea un dragón a lo que se refiere, la frase
sugiere connotaciones religiosas, lo que llevaría a pensar que para el asesino
vengarse del insulto quizá fuese un tema sagrado. En efecto, la frase es muy
similar a la que figura al cierre del versículo 15 del capítulo 3 del Génesis [5].
Y esto se refuerza con el lema familiar “Nadie me hiere impunemente”, que
Montresor le lanza casi de inmediato.
Esta
referencia indirecta a lo escocés, quizá sea también un indicio velado de cómo
morirá Fortunato (entre cuatro paredes), pues las logias de la masonería [6]
responden a tres ritos y uno de ellos es el escocés. Los otros son los ritos
inglés y francés. De ser así, todo ese fragmento sería un indicio dentro de
otro indicio. La tradición supone que la masonería tuvo su origen en el gremio
de los constructores y albañiles.
9)
Después viene un pasaje en el que Poe desarrolla un avance de estilo gótico,
siniestro, que lleva al máximo la tensión dramática mientras aprovecha para
mechar nuevos indicios con gran habilidad: “...Dejamos atrás largos muros
formados por esqueletos apilados...”, “...Estamos debajo del lecho del río. Las
gotas de humedad caen entre los huesos...”
10)
Más tarde aparece por segunda vez el indicio de “romper el cuello” para
finalmente desembocar en un diálogo referido a la masonería y a una pala o
cuchara de albañil, señales evidentes que hablan de la inminente construcción
de una pared o algo similar.
11)
Además, las criptas en sí serían otro indicio.
INDICIOS
NUMÉRICOS
Es
muy probable que Poe nos haya dejado indicios numéricos en este cuento. Por
ejemplo, las hileras de piedras con las que empareda Montresor a Fortunato son
once y según algunos especialistas en numerología el once querría decir
“justicia divina”. Habría que ver qué significarían cosas como que la cripta en
que queda encerrado Fortunato tenía cuatro pies de largo, tres de ancho y seis
o siete de alto, etc.
DESENLACE
Casi
sin respiro, Poe sigue en su desarrollo narrativo amontonando huesos y hablando
de paredes hasta que por fin Montresor engrilla a Fortunato y comienza a
levantar el muro para que el otro muera de hambre y de frío, operación que
describe con todo detalle.
Finalmente
nos muestra que el asesino cumplió su plan tal como quería, cosa que afirma
desde el comienzo del cuento cuando dice “No solo debía castigar, sino castigar
con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador,
y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien
lo ha ofendido”.
Es
probable también que lanzar la antorcha dentro del reducto fuese un símbolo de
“mandarlo al infierno”.
[1] Las obras y autores trágicos que relatan la venganza
de Electra y Orestes son: Las coéforas
de Esquilo (525-456 a. J.C.) y las dos Electra
de Sófocles (496-406 a. J.C.) y Eurípides (480-406 a. J.C.).
[2] Desde fines del siglo XVIII y hasta bastante avanzado
el XX, los presos peligrosos vestían trajes a rayas para que en caso de fuga
cualquiera pudiese detectarlos.
[3] En inglés la palabra neck tiene el mismo valor que cuello en castellano: sirve tanto
para designar el cuello de un humano, de un animal o de una botella.
[4] Los padres de Poe fueron artistas trashumantes que no
se ocuparon de su educación. Quien lo crió fue John Allan (1779-1834), un
escocés que emigró a los Estados Unidos y se dedicó al comercio. Edgar Allan
Poe, quien adoptó el apellido de su padre de crianza, tuvo con este una fuerte
relación amor-odio, según atestigua la correspondencia entre ambos.
[5] “Pongo perpetua enemistad entre ti [la serpiente] y
la mujer. Y entre tu linaje y el suyo: Este te aplastará la cabeza y tú le
morderás el calcañal” (Génesis 3: 15).
[6] Si bien los historiadores no están de acuerdo en
cuanto al origen de los masones, no cabe duda de su relación original con la
albañilería. Tanto el nombre como sus símbolos (en particular el compás y la
escuadra) apuntan a tal oficio. La masonería o francmasonería (del francés, franc, libre; mason, albañil) es una asociación secreta (o cerrada, según
prefieren algunos) de personas que profesan principios de fraternidad mutua,
usan emblemas y signos especiales, y se agrupan en entidades llamadas logias.
Su origen moderno data de principios del siglo XVIII en Francia e Inglaterra,
aunque se difundió rápidamente por toda Europa y más tarde por América.
No
faltan quienes remontan sus comienzos a los gremios de albañiles y arquitectos
medievales, proponiendo que su poderío inicial se debió a los fuertes ingresos
provenientes de la construcción de catedrales, iglesias y murallas defensivas
para ciudades y burgos. Más allá de esta teoría, hay logias que intentan
exagerar su prestigio remontándose a los tiempos del rey Salomón (siglo X a.
J.C.) y de su amigo, el rey Hiram, de Tiro (Fenicia), quien le facilitó
materiales y constructores para las obras del templo de Jerusalén.
Si
nos parece extraño que unos meros albañiles se conviertan en una agrupación
poderosa que supera su estructura inicial, hay que tener presente que la
palabra gremio no tenía en el Medioevo el significado actual de sindicato de
trabajadores. El gremio era una asociación que comprendía patrones y obreros.
En aquel tiempo (y aún bastante después) no había libertad de trabajo tal como
la conocemos hoy y el gremio era la institución que reglaba en detalle la
actividad de un determinado oficio. Cada gremio establecía los derechos y
obligaciones de sus respectivos maestros (patrones), oficiales y aprendices.
Ninguna persona podía abrir taller o comercio ni ejercer su oficio por fuera de
tales instituciones y reglamentos.
EDGAR ALLAN POE
(Estados
Unidos, Boston, 19/1/1809 — Baltimore, 7/10/1849). Periodista, poeta, narrador
y ensayista, está considerado como uno de los creadores del cuento moderno.
Bibliografía
y más obras en revista literaria Realidades y Ficciones Nº 2:
Anna Rossell ©
Joseph Roth, Job. Història d’un home senzill,
(Job: historia de un
hombre sencillo)
Trad. de Judith Vilar.
Barcelona, L’Avenç,
2012, 174 págs.
Magistral
esta novela del gran narrador centroeuropeo Joseph Roth (Brody, Galicia del
Este, Imperio Austrohúngaro, 1894; París, 1939), que a partir de un argumento
sencillo sabe contar un capítulo de la historia con mayúsculas, la de los
judíos del este europeo en las primeras décadas del siglo XX. Nada como la
buena literatura para documentar unos hechos, un comportamiento, una forma de
ser y de vivir, las consecuencias de los sucesos sobre la vida de los individuos.
Porque solo un observador preciso dirige su mirada hacia el detalle
significativo, hacia lo sutil y lo inefable, sabe que la verdadera historia
está en los repliegues, y solo una pluma sensible es capaz de transmitirla. La
historiografía al uso carece de herramientas para ello. Roth pertenece a ese
linaje de escritores de la llamada generación perdida europea del siglo XX que
asistió a las grandes transformaciones político-sociales de su continente,
acontecimientos que él quiso y logró documentar de manera tan magnífica. Nadie
como él supo retratar el desmoronamiento del Imperio Austrohúngaro (La marcha de Radetzky, 1932), nadie
predijo, diez años antes, la ascensión del nazismo al poder (La tela de araña, 1923).
Joseph Roth |
En
España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la
literatura de este gran narrador centroeuropeo, en cambio los estudios sobre
ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su
obra —veinticinco libros solo a partir del año 2000, doce en Acantilado— se han
añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado)
como los de Pilar Estelrich, Visió
d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos,
1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo
bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio
Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la
tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth (Liceus, 2006),
Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista
extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).
ESPACIO POESÍA EN LA FERIA DEL LIBRO DE
CÓRDOBA
Luis
Benítez ©
Los poetas Luis Benítez, Ariel Williams y Alejandro Schmidt en el recital de la Feria del Libro 2012, Córdoba, Argentina |
Bajo
el lema “La literatura en el centro” se realizó en la ciudad de Córdoba,
Argentina, entre el 6 y el 26 de septiembre pasado, la 27ª Feria del Libro
provincial, con el apoyo entusiasta y decidido del Gobierno de la provincia, la Municipalidad de la
ciudad, la
Universidad Nacional de Córdoba, la Sociedad de Escritores
local, y la Cámara
de Librerías, Papelerías y Afines del Centro de la República. Entre
los muchos y variados segmentos de la edición 2012 tuvo además un destacado
lugar el denominado Espacio Poesía, coordinado por el poeta Leandro Calle y con
la más que eficiente colaboración de un equipo de excepción, conformado por los
autores Carolina Muscará, Sebastián Pons y Guillermo Bawden.
El
Espacio Poesía reunió en su ciclo a varios de los mayores poetas de la Argentina. A
continuación, hablan los protagonistas.
Leandro Calle |
“La
ciudad de Córdoba es una ciudad mediterránea, es decir, no tiene puerto, y está
ubicada en el centro de la República Argentina. Desde hace veintisiete años,
se desarrolla en la ciudad la
Feria del Libro Córdoba. En sus comienzo, incipiente y
humilde, en los últimos años una de las ferias más importantes del país. Por
primera vez en la Feria
del Libro, la poesía, tuvo un espacio central y oficial. En los años
anteriores, la poesía siempre había estado presente pero de manera anárquica y
desordenada. En esta ocasión, creamos un lugar que decidimos llamar: Espacio
Poesía. Quisimos que este lugar tuviera un espacio privilegiado y un tiempo
privilegiado y por eso elegimos los días sábados de 17 a 22 horas para que se
desarrollara este Espacio Poesía que no quiere ser otra cosa que un lugar de
encuentro y de gozo entre los poetas, la poesía y los lectores de poesía.
Durante
tres sábados contamos con un número importante de mesas de lecturas de poetas
locales. Asimismo, otras mesas de debate sobre los canales de difusión de la
poesía, intervenciones y performances poéticas y una polémica sobre poesía y política.
Hacia la noche, un cierre especial en el que contamos con prestigiosas figuras
del campo de la poesía como los poetas Miguel Espejo, Hugo Mujica, Alejandro
Schmidt, Ariel Williams y Luis Benítez.
Seguramente
habrá que mejorar muchas cosas pero este nuevo espacio, como un recién nacido,
ha comenzado a andar y esperamos que siga caminando durante mucho tiempo. Sobre
todo porque ella, la poesía, se dejó ver durante cada sábado y nos llenó de
esperanza.”
Alexis Comamala |
“Les
escribo para narrarles que en el marco de la 27ª Feria del Libro Córdoba
(Argentina) 2012 se innovó conformando un espacio dedicado a la poesía y sus
circunstancias, el Espacio Poesía que se llevó a cabo los sábados 8, 15 y 22 de
septiembre con mesas de lecturas, performance poética, espectáculo poético
musical y mesas que apuntaron a realzar la discusión sobre la poesía en cuanto
a su difusión y compromiso social. También se desarrolló una clínica de poesía.
Llegaron
poetas de distintos lugares de la
Argentina y del país invitado a la feria, Paraguay. Se
sumaron las voces locales de la ciudad conformándose un ágora de varias
generaciones poéticas. Pasaron cerca de cuarenta personas por la jornada, entre
poetas, difusores de poesía y músicos.
Córdoba
ciudad tiene una larga tradición de poetas y poéticas que conforman el mapa de
una heterogeneidad cultural que hoy se puede observar todos los días del año;
no hay día, excepto feriados y algunos domingos, en que no haya alguien
cantándole a la musa en la ciudad.”
“En
un país más cerca del país que soñamos, en Córdoba, la capital de una provincia
que se caracteriza por su explosiva cantidad de editoriales independientes y la
producción poética, tuvo lugar la 27º edición de la Feria del Libro de Córdoba:
75 expositores, más de 100 escritores invitados, la producción de literatura
local y los espacios temáticos fueron las apuestas fuertes de este año.
En
referencia a los espacios temáticos una de las novedades que se destacaron fue
el Espacio Poesía; Literatura y Política; Literatura y Cine; Diálogo entre
Generaciones y Homenajes. En cada uno de ellos, se llevaron a cabo diversas
charlas y debates; el eje fue abordar un género de la literatura en relación a
otra disciplina de las ciencias sociales.
Aunque
parezca mentira y por primera vez en las ferias de nuestro país, la poesía tuvo
su lugar exclusivo con el Espacio Poesía, coordinado por los poetas Leandro
Calle, Carolina Muscará, Sebastián Pons y Guillermo Bawden; su sede principal
fue el Centro Cultural España Córdoba, y se extendió cubriendo los tres sábados
de Feria, en un horario propicio que convocó a numeroso público. Participaron
entre otros los poetas Hugo Mujica, Miguel Espejo, Luis Benítez, Ariel Wiliams
y Alejandro Schmidt, de Argentina, y Jorge Canese, de Paraguay. Es importante
también señalar el aporte de la clínica de poesía a cargo del poeta y editor
cordobés Alejo Carbonell, o las distintas mesas de debate sobre la poesía, como
por ejemplo “Poesía y política” que tuvieron un eje central: pensar la poesía
en el barro de la historia. Las performances a cargo de la poeta mendocina
Mariela Laudecina, cuyo título fue "Isla de Galápagos" y del poeta
entrerriano Mauro Cesari con su “Anatomía instantánea del Dr. Cordero”,
hicieron confluir otras formas del decir poético y su musicalidad.
Durante
los tres sábados en que se desarrollaron los encuentros la cantidad de público
y la pasión con la que se participó hablan de un tiempo nuevo en la poesía de
América Latina. El ultimo encuentro de estos tres intensos tratados de la
poesía actual tuvo como sobresaliente la poesía de Ariel Wiliams, Luis Benítez
y Alejandro Alejandro Schmidt, que coronaron un sábado de comienzos de
primavera frío, con la lectura austera y muy bien seleccionada de textos tales
como “El róbalo”, de Luis Benítez, textos del libro “Poemas del contador de gusanos”,
de Ariel Wiliams y “Nace tu lámpara”, de Alejandro Schmidt. Solo por citar una
brevísima parte de la rica experiencia que nos muestra, una vez más, que con la
poesía sucede lo del viejo refrán: “los muertos que el sistema piensa haber
matado gozan de buena salud…”
“¿Qué
hacen los poetas aparte de escribir, leer, publicar? Leer en público, con la
ilusión, la certeza de que algo llegue también a través del aire o de una voz
tan vacilante y exacta como el sueño y la tierra.
Y
ese algo, quisiéramos, que fuera arpón de desatinos, el pan de los fracasos.
Esta
primavera fui a la ciudad de Córdoba, a ver qué espuma, qué música lograba
llegar a eso que uno llama esperanzada, equívocamente el alma de la lengua,
razón de vida, poesía, errancia.
Y
así fue, una vez más, en esta ciudad antigua y leproseada por la furia del
milenio, allí en una vieja casa entre poetas argentinos de diversas
generaciones y al lado de Luis Benítez, a quien me une algo más que la
admiración por su obra. Lo que leí y leímos ¿fue por un instante la astilla
subjetiva, el espejo, la capa que se extiende sobre el hielo de la banalidad?
No sé, pero estoy cierto, feroz y convencido de que, donde hay poetas, hay la
donación, la apuesta a lo imposible. Es suficiente eso; la noche trajo después —en
sus orejas largas— el vino, las sonrisas.”
Currículo de Luis Benítez en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 22:
Email: lb20032003@gmail.com
EL HACEDOR DEL BIEN [1]
Oscar
Wilde ©
Era
de noche y Él estaba solo.
Y
Él vio a lo lejos las murallas de una gran ciudad y fue hacia allá.
Y
cuando estuvo cerca, Él oyó en el interior de la ciudad el pisar de pies
jubilosos, y la risa de bocas gozosas, y el fuerte sonido de muchos laúdes.
Y
Él llamó a la puerta, y le abrió uno de los guardias de la puerta.
Y
Él vio una casa que era de mármol y había por delante bellas columnas también
de mármol. Y las columnas estaban adornadas con guirnaldas, y ardían antorchas
de cedro, dentro y fuera de la casa.
Y
Él entró en la casa.
Y
cuando Él hubo atravesado el vestíbulo de calcedonia y aquel otro de jaspe, y
llegado al gran salón del festín, vio tendido sobre un lecho de púrpura marina
a uno cuyos cabellos coronados de rosas rojas estaban y de vino sus labios
rojos quedaban.
Y
Él fue por detrás y le tocó en el hombro y le dijo ahí: “¿Por qué vives así?”
Y
el joven se volvió y le reconoció y le respondió: “Pero… yo era un leproso y Tú
me sanaste así. ¿De qué otra forma podría vivir?”
Y
de la casa Él salió y a la calle volvió.
Y
Él vio al rato a una de rostro y ropajes de encendidos colores y pies cubiertos
de perlas. Y tras ella lentamente venía, cual cazador que ataca, un joven que
tenía dos colores su capa. Y ahora, como el bello rostro de un ídolo el rostro
de la mujer estaba y, de deseo, los ojos del joven brillaban.
Y
Él al instante al joven siguió y la mano le tocó, para exponer: “¿Por qué miras
a esa mujer, y de esa forma soez?”
Y
el joven se volvió y le reconoció y le contestó: “Pero… yo era ciego y Tú me
diste la vista un día. ¿Qué otra cosa mirar podría?”
Y
hacia adelante Él corrió y los encendidos ropajes de la mujer tocó y además le
preguntó: “¿No hay otro camino que este camino… de pecado?”
Y
la mujer se volvió y le reconoció y riendo le contestó: “Pero… Tú perdonaste
mis pecados, y este camino es un agradable camino”.
Y
Él salió de la ciudad.
Y
cuando hubo salido de la ciudad, a un joven sentado al borde del camino, Él vio
llorando.
Y
Él fue hacia él y los largos mechones de su pelo meció y después le preguntó:
“¿Por qué estás llorando?”
Y
el joven le miró y le reconoció y esta respuesta le dio: “Pero… yo una vez
estaba muerto y Tú me arrancaste de la muerte. ¿Qué otra cosa podría obrar sino
llorar?”
ANÁLISIS DE “EL HACEDOR DEL BIEN” DE
OSCAR WILDE
Héctor
Zabala ©
Poemas en prosa (Poems in Prose) es una colección reunida en vida del
autor que se publicara hacia el año 1894. Comprende una media docena de obras
cortas que abrevan tanto en algún mito o leyenda, como en tradiciones
cristianas o pasajes bíblicos. Una de estas bellas composiciones la constituye El hacedor del bien (The Doer of Good).
Largo
sería enumerar los milagros atribuidos a Jesús de Nazaret que relata la Biblia ,
en la colección de cartas y libros conocida como Nuevo Testamento. Oscar Wilde utiliza algunos de estos milagros
para enfatizar acerca de la vacuidad de la vida y el destino del hombre. Es
decir, paradójicamente, favores inconmensurables para la humanidad como la
curación de enfermedades graves, el perdón de pecados (y su consecuente
supresión de culpas) y hasta la mismísima cancelación de la muerte, que
deberían dar absoluto contento a sus beneficiarios, apenas sirven para
llevarlos a vidas más disipadas cuando no de profunda congoja. Tal como si el
destino nos marcara que después de una gran guerra, la paz consecuente nos
hiciera caer inexorablemente en los años locos con todos sus claroscuros.
La
esperanza se torna así en desesperanza, incluso aunque medie la más alta
intervención divina y, lo peor, sin instancia posterior de apelación posible.
Sencillamente, desde el punto de vista del autor, no hay solución para el
hombre. La humanidad en su conjunto puede avanzar en técnica y estética pero no
en calidad ética.
Probablemente
el autor de esta pequeña gran obra (más allá de que se volviera muy religioso
después, cuando la muerte, la soledad y el desprestigio social lo acechaba)
quiso mostrarnos lo que es la humanidad como especie: un completo fracaso. Y lo
peor es que la historia parece darle la razón. Quizá exagera en el plano
individual (hubo personas que tras un gran susto han cambiado de vida para
mejor), sin embargo es muy cierto también que esto nunca se traslada al
conjunto. La humanidad siempre ha demostrado arreglársela para seguir sumida en
un infantilismo irredento, que es lo que el poema parece decirnos a manera de
metáfora.
Y
es que la humanidad no escarmienta. Guerras atroces no bastan para eliminar la
guerra definitivamente, solo sirven para acrecentar más arsenales. Grandes
crisis económicas no bastan para ser previsores y generosos, solo sirven para
acumular después más despiadadamente y crear así por otro lado nuevas y peores
miserias. Grandes pestes no bastan para terminar con epidemias y enfermedades,
solo sirven para paliar hasta donde alcance y lucrar más tarde sistemáticamente
con la vida y la muerte de millones. Grandes despotismos no bastan para mejorar
la política global, solo sirven de experiencia para encontrar nuevos métodos
para engañar más tarde con más habilidad a la gente común. Pasan los años,
pasan las generaciones y, sencillamente, la
humanidad no aprende.
Se
trata de un mensaje negativo, es cierto, quizá de un cinismo proverbial, pero
que no deja de tener su cuota de realismo: hágase lo que se haga por el hombre,
la mayoría no sabrá ni podrá escapar de su fatal destino.
Quizá,
después de todo, las palabras de aquel a quien se atribuyen esos mismos
milagros resulten acordes con la paradoja planteada por Wilde; como cuando
advierte que apenas unos pocos serán los salvados o cuando nos preanuncia la
ingratitud masiva de la humanidad en la anécdota de aquellos diez leprosos
entre los que apenas uno volvió para agradecerle la curación (vgr. Mateo
7:13-14, Mateo 22:14, Lucas 17:11-19).
Oscar Wilde |
Una
vez graduado, frecuenta los salones londinenses, donde brilla por su ingenio:
es el intelectual de moda que no se puede dejar de invitar. En 1880 escribe Vera o Los nihilistas (Vera, or The
Nihilists) por necesidades monetarias (la herencia paterna se había agotado), a
la que seguirá Poemas (Poems) en
1881. Sin embargo recibe duras críticas y hasta es parodiado en el teatro. Por
otra parte, y esto fue lo peor, ninguna de estas obras atrajo la atención del
gran público.
Pero
Oscar Wilde no se arredra, se tiene fe. En 1882 desembarca en Estados Unidos
para dar conferencias. En la aduana yanqui dice no tener nada valioso que
declarar, salvo su genio. Verdaderamente, los modernos autores de libros de
autoayuda hubieran muerto de hambre con él. Pero ya tiene fama equívoca y para
colmo se divierte exagerando esa ambigüedad, quizás una manera retorcida para
que todo el mundo hable continuamente de él.
Sin
embargo no cabe duda que debió de ser muy buen orador: las cincuenta
conferencias previstas para cuatro meses terminaron sumando ciento cuarenta en
casi dos años. Entre discurso y discurso, se las arregló para visitar a Henry
Longfellow, Oliver Wendell Holmes y Walt Whitman, es decir a los mejores
literatos de lengua inglesa en tierra americana. Un poco más y el Tío Sam se lo
apropiaba como a tantos otros.
Vuelto
a Londres, sigue siendo el campeón de los salones sociales, pero igual se hace
tiempo para una gira de lecturas por Inglaterra e Irlanda. Por fin aparece en
París donde escribe La duquesa de Padua
(The Duchess of Padua, 1883) y trabaja en el poema La esfinge (The Sphinx), que se publicará un año más tarde. En
Francia se encuentra con Víctor Hugo, Edmond de Goncourt y Robert Sherard.
De
vuelta en Londres, conoce a Constance Lloyd, con quien se casa el 29 de mayo de
1884. Constance era también escritora, una mente clara e independiente que
además hablaba varias lenguas. En los dos años siguientes, nacen sus dos únicos
hijos, Cyril y Vyvyan. Entre 1887 y 1889, acuciado por la necesidad de mantener
tres bocas más, Wilde acepta escribir para la revista El Mundo de la Mujer (Woman’s World
magazine) a fin de revitalizarla, lo que resiente un poco su actividad de
literato. Pese a todo, El fantasma de
Canterville (The Canterville Ghost, 1887) es de esta época, al igual que su
incursión en la literatura infantil con El
Príncipe Feliz y otros cuentos (The Happy Prince and Other Tales, 1888).
En
1891 resumirá su concepto del arte en Intenciones
(Intentions), al reunir los diversos ensayos que hiciera sobre el tema. En 1890
había publicado en una revista norteamericana su única pero estupenda novela El retrato de Dorian Gray (The Picture
of Dorian Gray), lo que provocó gran escándalo entre los críticos. En 1891 —y
tal vez en respuesta— la edita como libro y, por si quedaban dudas del desafío,
con texto ampliado. De estos años es también El crimen de Lord Arthur Savile (Lord Arthur Savile’s Crime) y Una casa de granadas (A House of
Pomegranates). También de 1891 es el ensayo El
alma del hombre bajo el socialismo (The Soul of Man under Socialism), que
fue publicado en la Pall
Mall Gazette, pero que recién tomará forma de libro en 1904,
unos años después de su muerte.
Poco
más tarde escribe varias obras de teatro: El
abanico de Lady Windermere (Lady Windermere's Fan, 1892), Una
mujer sin importancia (A Woman of No Importance, 1893), Un marido ideal (An Ideal Husband, 1895)
y La importancia de llamarse Ernesto [1]
(1895), que lo consagran definitivamente como dramaturgo. Mientras tanto, Salomé (Salome), escrita en 1893, deberá
esperar hasta 1896 para ser estrenada. Y no será en Londres (el lord chambelán
era muy terco al respecto), sino en París, mientras Wilde está encarcelado en
Reading.
Al
fin llega el famoso proceso de 1895, del que existe una anécdota que resume su
personalidad. El fiscal Carson lo había interrogado sobre una reunión con unos
jóvenes en la que se habría bebido bastante. Para reafirmar este punto, le
pregunta:
—¿Suele
usted beber champaña, señor Wilde?
—Oh,
sí —contesta el escritor—. Helado es uno de mis tragos favoritos; por cierto,
muy en contra de las prescripciones de mi médico.
El
malhumorado fiscal intenta entonces impugnarle el comentario, a fin de darle un
escarmiento para futuras preguntas:
—Señor
Wilde, ¡no tomemos en cuenta las prescripciones de su médico!
—Oh,
sí, por supuesto: nunca las he tenido en cuenta —replica con una sonrisa.
Así
respondía Wilde a la causa formada en su contra por un padre irritado, lord
Alfred Douglas, marqués de Queensberry, quien —incapaz de corregir las
inclinaciones de su hijo “Bosie”— usa el viejo aunque inútil truco de echarle
toda la culpa “al otro”, como si para pecar contra el séptimo mandamiento
bastara con una sola persona.
En
efecto, el marqués había impreso un panfleto contra Oscar Wilde acusándolo de
sodomita, al que este respondió denunciándolo por libelo. El posterior arresto
de lord Douglas dura lo que un suspiro y después viene la reacción: si el
panfleto no es un libelo, entonces lo allí escrito es verdad. En base a este
punto se sustancia el proceso. Su obra maestra, El retrato de Dorian Gray (que hoy sería como escribir Heidi), será usada en el juicio para
demostrar las tendencias perversas del escritor, en una mezcolanza
malintencionada de realidad y ficción literaria, más allá de que Oscar Wilde
haya sido homosexual o no.
Saldrá
de la cárcel en 1897, pero ya es un muerto aunque siga vivo. El escándalo
social lo separará de su esposa, sus hijos rechazarán su apellido y él emigrará
a Francia, cambiará de nombre, vagabundeará y se alojará en hoteles baratos,
sacudirá su ironía de años y se volverá católico como jamás antes, y hasta le
quedarán algunos pocos amigos, pero nada podrá volver a encender esa chispa
genial que lo caracterizó en su apogeo.
Escribirá
la Balada de
la cárcel de Reading (The Ballad of Reading Gaol) y De profundis, desgarradora obra publicada post mortem (1905). Ya
muerto, también le editarán un ensayo escrito durante su paso por Oxford: El nacimiento de la crítica literaria
(The Rise of Historical Criticism), incompleto en 1905 pero completo en 1908,
así como La Santa Cortesana (La Sainte Courtisane ,
1908). Dejó sin concluir la obra teatral Una
tragedia florentina (A Florentine Tragedy).
Su
vida acabará en París el 30 de noviembre de 1900, prácticamente en la miseria.
Casi dos meses después morirá también Victoria, monarca británica cuyo espíritu
marcó toda una era de férrea moralidad, al menos en las apariencias.
[1] El título The
Importance of Being Earnest implica en inglés un juego de palabras, además
de significar La importancia de llamarse
Ernesto también puede leerse como La
importancia de ser formal.
FELISBERTO HERNÁNDEZ, EL OUTSIDER MÁS
ORIGINAL
DE LA LITERATURA
LATINOAMERICANA DE LOS AÑOS 20
Análisis
de su procedimiento evocativo como un cine del recuerdo en su novelística
Felipe
Acuña Lang ©
Escritor de evocaciones
El
creador más raro, precursor y vanguardista de la literatura latinoamericana de
los años 20 fue el escritor uruguayo Felisberto Hernández [1],
sostiene Ángel Rama. Mientras Hernández deambulaba por los pueblos de
provincia, escribía breves textos que publicaba en modestas imprentas, bajo títulos
como Libro sin tapas (1925), Fulano de tal, La envenenada, La cara de Ana,
que si no motivaron la atención de los medios literarios despertaron la
curiosidad del filósofo Carlos Vaz Ferreira, quien vio en ellos una forma
original de plasmar el mundo a través del funcionamiento del pensamiento en la
lógica viva. Eran cuentos, apuntes, reflexiones, análisis de movimientos,
operaciones mentales, invalidación incesante de los modos de aproximarse a la
realidad, cuya característica esencial es la disociación de la consciencia y el
tiempo, que tratan de evocar artísticamente la memoria como algo problemático y
muchas veces inasible. Pero más allá de aquella disociación de Felisberto
narrador, la gran temática de su escritura es la angustia existencial que recorre
en sus tres novelas: Por los tiempos de
Clemente Colling, Tierras de la
memoria y El caballo perdido.
Italo
Calvino llamó al escritor uruguayo Felisberto Hernández un irregular dentro del
panorama de la literatura hispanoamericana de mediados del siglo XX. Lo más
sorprendente de su escritura es su lenguaje narrativo sensitivo, el cual no se
le parece a ninguno de los escritores latinoamericanos ni a los europeos.
Tampoco es un escritor vanguardista en su técnica. Su procedimiento es más
arcaico, más situado en el origen de las cosas.
A
partir de lo fragmentario va uniendo sucesiones de recuerdos, los cuales tanto
en sus novelas como en sus cuentos sitúan el espacio y el tiempo en un
pretérito indeterminado: érase una vez, en una ciudad fluvial, aquella noche,
en aquel teatro de provincia…
Si
hay algo que une toda su obra es la evocación de la infancia como un cine del
recuerdo. Es posible que Felisberto haya utilizado su larga experiencia como
ilustrador musical de películas mudas de barrio en su forma de escribir, como
si pegara escenas al igual que un fotograma.
Se
ha dicho que unas de las cualidades de Hernández es que no busca el afán de la
singularización estilística. Lo sorprendente de su escritura es el proceso de
reflexión en torno a los recuerdos, a su autenticidad para contar solo lo que
ve. Por eso la utilización de la primera persona en casi todos sus relatos.
Sabemos que la tercera persona tiende a estar por sobre y detrás de los
personajes, anticipando conductas y consecuencias.
Quizás
como dice Pau la autenticidad de la primera persona en Felisberto es mostrarnos
solo lo que ve el narrador sin suponer más allá de lo que ven sus ojos, y
hacernos partícipe del fracaso, la frustración, no solo psicológica, sino que
como crisis vital.
Antonio
Pau sostiene que Felisberto vivió una permanente búsqueda de la felicidad,
entendida como esa nostalgia tan persistente por atrapar la infancia. En ese
sentido el acto de recordar no es una operación simple y trae consigo la
complejidad de la transformación, es decir, el recordar algo lleva a una
elaboración mental y sensitiva.
Pero
esa ambición en él tiene un alcance modesto, ya que solo aspira a momentos de
felicidad, a destellos ocasionales de alegría. Por esta razón se sentía
plenamente feliz cuando capturaba uno de esos episodios aislados, sin aspirar a
un estado permanente que él sabía que no podía lograr.
En
algunas ocasiones se detiene a examinar la distancia que el tiempo transcurrido
va produciendo en la realidad que vivió.
Cualidades de la escritura de Felisberto
en sus novelas
Las
tres novelas cortas de Felisberto Hernández —Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido y Tierras
de la memoria— se caracterizan por el recurso escritural de la evocación.
En dicho procedimiento Hernández no utiliza las técnicas vanguardistas de la
novela del siglo XX (monologo interior, corriente de consciencia, distintos
puntos de vistas, entre otras) ni tampoco la lógica lineal de la novelística
del siglo XIX. Más bien nuestro autor trabaja con la fragmentación de los
recuerdos los cuales se van amoldando como el montaje de la técnica
cinematográfica, donde el núcleo que relaciona en esta primera etapa es el
recuerdo de la infancia.
La
primera novela de Felisberto Hernández, Por
los tiempos de Clemente Colling (1942), tiene como personaje central a su
maestro de armonía, un hombre de aspecto poco aseado, del cual Felisberto
aprende a improvisar con el piano melodías clásicas.
Nuevamente
el uso de la memoria viene a la mente de Felisberto como un misterio al evocar
a su maestro de piano. “Y así el misterio de Colling llegó a ser un misterio
abandonado. Pero desde aquellos tiempos hasta ahora el misterio ha vivido y ha
crecido en los recuerdos. Y vuelve a venir en muchos visitantes y en formas
inesperadas”.
La adolescencia
Tierras de la memoria (1965) se conforma de una serie de anécdotas que
suceden unas de otras. Todo ello recordado de un primer viaje a Mendoza hace
nueve años cuando el narrador tenía catorce años.
El
recuerdo aparece espontáneamente en el narrador mientras pasa por una calle de
Montevideo. Este es el segundo viaje, cuando dice el narrador que tiene 23
años, y sostiene que cree haber conocido la vida a las nueve de la mañana en un
vagón de ferrocarril.
El
tiempo presente es muy reducido: es la entrada al vagón del ferrocarril en
Montevideo a Buenos Aires, y ese se supone que sería el tiempo real.
Sentado
en ese vagón el narrador recuerda el primer viaje a Mendoza, donde aparecen los
recuerdos de las dos profesoras de francés, el jefe de los boy scout, la
reflexión de la autonomía de su cuerpo, la anécdota del gato al horno y la
fiambrería (un pasaje escabroso), como el sueño de las tres puertas.
Todo
esto, dice el narrador, lo recuerda en este otro viaje (el segundo) que hace
ahora en compañía del Mandolión.
Es
interesante señalar que Tierras de la
memoria tiene un cierre circular, en un primer párrafo se dice que el
narrador cree conocer la vida en ese segundo viaje, pero no se explica el
porqué, luego esa alusión se entiende en las páginas siguientes. “Aquella noche
en Mendoza yo reconocía la realidad presente por su angustia. Pero sé ahora que
tengo ganas de decir que empecé a conocer la vida a las nueve de la mañana en
un vagón de ferrocarril, es porque aquel día salía de Montevideo, acompañado
del Mandolión, no solo volví a reconocer la angustia, sino que me di cuenta que
la tendría conmigo para toda la vida”.
En
ese párrafo, según Pau, está el nudo central de Tierras, que es el tema de la angustia que precede toda la obra
Felisbertiana; es por decirlo de otra manera, el desasosiego existencial de
Felisberto, su constante inseguridad hacia su obra, y su precaria economía que
lo hacen distanciarse de su esposa
e
hija. Recordemos que como pianista tenía que salir de viaje por los pueblos de
la provincia para ganarse la vida. El tiempo de sus viajes le trajo problemas
en sus relaciones familiares. La década que discurre entre los años 1931 y 1941
es una de las etapas más esforzadas de Felisberto Hernández. En 1931 se separa
de María Isabel Guerra, su primera mujer, y comienza a viajar por el interior,
primero en compañía del poeta Yamandú Rodríguez (1932-1933) y luego del
empresario y periodista Venus González Olaza (1934 a 1936). En los años
finales, de 1936 a 1941, viaja solo, alojándose en pensiones modestas de los
pueblos del interior de Uruguay y tocando en escuelas y teatrillos municipales.
Para
Saer, el tema de Tierras es el
despertar de la sexualidad a partir de ciertos datos como el levantamiento de
las polleras de una profesora, el pasaje del gato al horno, la curiosidad por
entrar en esas tres puertas desconocidas.
Toda
esta interpretación se enmarca en lo sicoanalítico. Otra variante interesante
que no deja de provocar respuestas.
Para
Pau, el tema es otro, es decir, la angustia que está en todo el texto como un
ente autónomo que dialoga con el autor en distintas bases de su vida; ya sea en
la infancia, la adolescencia y la adultez.
Sumergirse
en Tierras es conocer una vida
anterior del narrador en ese primer viaje. Es ese el tiempo más relevante y no
el real.
La infancia: El caballo perdido
De
las tres novelas que publicó Felisberto, El
caballo perdido (1943) es la que ocupa más páginas en reflexionar sobre la
parálisis de los recuerdos, y cómo estos se encuentran a veces en zonas
luminosas y otras veces en zonas oscuras.
En
una noche indeterminada mientras el narrador empieza a recordar a su maestra de
piano, Celina, y a su abuela, se va escribiendo la narración a partir de
fragmentos de recuerdos mirados con los ojos del niño que fue Felisberto.
El
narrador llama a sus evocaciones “mi teatro del recuerdo”, y dice: “El alma se
acomoda para recordar como se acomoda el cuerpo en la banqueta de un cine”.
Para
Hernández existe un interrogante misterioso que incide en la manera de abordar
la memoria, la cual no tendría una linealidad hacia el pasado sino que pasado y
presente se confunden en un solo espacio narrativo.
Es
un sello que configura una manera de narrar donde es característico un motivo
que tiene como fondo el descubrimiento de algo. En ese procedimiento evocativo,
el yo narrador discurre en un hecho emotivo cuya fuerza, a mi entender, es la
inefabilidad de la vida.
Es
usual en nuestro narrador el uso de una memoria fragmentada, donde las dos
fuerzas —consciente e inconsciente— luchan en la zona del misterio para
elaborar una realidad compleja y altamente absurda. Con ello quiero decir: que
la razón entra en un campo minado.
Así
como lo ha expresado Francisco Lasarte todo el proceso de elaboración de la
escritura de Felisberto Hernández pasa por una poética de la ensoñación. Esto
quiere decir: una desobediencia al mundo real donde el narrador no está cómodo.
En
la segunda etapa del texto advertimos la crisis de identidad del escritor y su
obra, en la que dentro de esa falta de fe en la reconstrucción del pasado lleva
a desestimar el acto de escribir. La pugna con el otro; es decir, el escritor
narrador lógico y objetivo y el punto de vista de un narrador que fija el
recuerdo en la pura emotividad llevan a Felisberto creador a plantearse en
serio una crisis en la imposibilidad de los recuerdos, o mejor dicho una
reflexión en serio sobre la misma escritura.
En
la conciencia de ese narrador niño, de la noche a la mañana, se interrumpe la
narración de su recuerdo. Sin saber por qué los pensamientos se cristalizan y
no avanzan. Ante esto el narrador del caballo perdido sufre ante esta nueva
realidad: “Si me quedo mucho tiempo recordando esos instantes del pasado, nunca
más podré salir de ellos y me volveré loco: seré como uno de esos desdichados que
se quedaron con un secreto del pasado para toda la vida. Tengo que remar con
todas mis fuerzas hacia el presente”.
Si
bien es cierto que el narrador habla de otro, de un socio prestamista que le
roba los recuerdos, el yo es uno solo, lo que pasa es que el yo de la infancia
y el yo de la adultez no se reconcilian. Esta disociación y asociación de la
memoria en conflicto interroga a su narrador en relación a la utilidad de la
memoria como un procedimiento artístico y no funcional. Por primera vez el texto
se paraliza en divagaciones sobre lo difícil e inasible de recrear los
recuerdos. Aquí se deja en evidencia el mundo literario de Felisberto Hernández
en relación a cómo opera su escritura para construir sus novelas y cuentos o
más precisamente sobre el misterio que entraña lo narrativo como campo de
exploración.
Esa
angustia existencial por la inmovilidad de la escritura en la memoria lleva al
narrador a la desesperación y a la posibilidad de que el otro yo, en este caso,
el escritor prestamista —característica del ese escritor objetivo— atenta
contra el fluir de la creación.
Es
posible que ese yo de la inocencia, de la infancia perdida, no se reconozca en
ese yo más mundano, que carga remordimientos que angustian al narrador.
“Y
fue una noche en que me desperté angustiado cuando me di cuenta de que no
estaba solo en mi pieza: el otro sería un amigo. Yo sentía la angustia del que
describiré que sin saberlo ha estado trabajando a medias con otro y que ha sido
el otro quien se ha encargado de todo”.
A
partir de este reclamo es que el narrador dice: “Con razón yo desconfiaba de la
precisión que había en el relato cuando apareció Celina”.
Ese
otro que imposibilita al escritor a seguir narrando desde el misterio, desde la
sensualidad onírica de la cotidianeidad, llevará a la enajenación del
desdoblamiento de los dos yo que se enemistan: el yo de la conciencia práctica
y el yo de la subjetividad.
El
narrador adulto que arrastra a confesar sus engaños ante las mujeres. Y en el
niño narrador cree ver el exorcismo de sus pecados: en sus ojos más sinceros y
nobles. Y así dice: “Lo peor fue que el niño, con su fuerza y su atracción,
logró seducir al mismo hombre que él fue después; porque los encantos del niño
fueron más grandes que los del hombre y porque al niño le encantaba más la vida
que al hombre”.
La crisis de la identidad
Las
especulaciones sobre el misterio y la memoria son un documento en el cual el
narrador cuestiona la validez de su papel como artista. La crisis se centra y
se resuelve en los pasajes vertiginosos de la segunda parte, la que concluye
con una reconciliación abierta entre el narrador y su identidad de escritor.
Esta es una solución de índole sicológica que contiene la base poética de
Felisberto. Para este narrador la oscuridad de impenetrabilidad parece tener un
gran valor, quizás porque estimulan su curiosidad e imaginación.
Es
muy propio notar en la narración del relato ese distanciamiento producido por
el misterio a través de un lenguaje literario que se destaca por la abundancia
de figuras poéticas innovadoras. Como por ejemplo personificación de objetos,
cosificación de personas, autonomía del cuerpo y de sus partes y concretización
de lo abstracto.
El
narrador añora su pasado de niñez y adolescencia por su contenido misterioso,
al mismo tiempo que relata lo ocurrido en aquellos tiempos.
Advertimos
una contraposición de planos entre los ojos del niño y los ojos del hombre para
fijar de mejor manera los recuerdos. En los ojos del niño los recuerdos son
claros y en los del hombre son oscuros. Un ejemplo evidente en el texto es
cuando el narrador, ante su inmovilidad escritural, dice que otro —a quien
llama el prestamista— le ha robado los recuerdos.
Felisberto
hace una clara diferencia entre el recuerdo del niño y el del hombre que ya no
es niño; es decir, en ese yo que está bajo las dos miradas de su recuerdo: uno
sensitivo y otro externo, que solo mira la superficie del mundo.
En
otro plano, en ese mismo párrafo, el narrador dice que tanto el niño como el
hombre se han engañado. Pero el engaño del niño para conocer el alma de Celina
y de los objetos que la rodean, el piano, los muebles, es una mirada inocente,
mientras que los engaños del hombre parecen cargados de maldad. Se dice que ese
hombre carga, en ese mismo párrafo, con la culpabilidad de sus víctimas; es
decir, las mujeres. Y dice: “Eran amores tardíos, como de lejanía o legendaria
perversidad”.
Así
como en toda la obra narrativa de Felisberto, el recuerdo de la
autorepresentación es un espectáculo, y es como si el narrador estuviese desde
otro lado mirando los recuerdos, desde una cierta lejanía emocional. En el
recuerdo espectáculo, este crea la representación del recuerdo en dos
instancias: entre lo objetivo y lo subjetivo; pero lo interesante es que no
basta lo subjetivo para atrapar el recuerdo, no basta el solo automatismo de la
memoria, sino que se requiere de un equilibrio entre el mundo representado por
la razón y la sin razón.
Al
final de El caballo perdido el
narrador reflexiona así como en un comienzo de la segunda parte del texto, para
terminar diciendo que ya no se reconoce en ese otro que era el niño. Al parecer
Felisberto nos quiere demostrar con el caballo la imposibilidad de atrapar la
totalidad de los recuerdos, sino que solo su fragmento.
Para
este autor detrás del recuerdo hay un extrañamiento de lo real. Asistimos
siempre al inicio de sus narraciones a la búsqueda de un misterio; en este
caso, a la complejidad del recuerdo como mecanismo narrativo.
Lo
primero que llama la atención en el narrador niño, en sus inicios, es la
premisa del autodescubrimiento de las cosas. Es por eso que ese niño que
recuerda a su maestra de piano, Celina, dice que al levantar la pollera de una
silla supo que si bien toda la madera de la silla era negra, descubre que el
asiento es de género verde y lustroso. Esa intensa curiosidad por el
develamiento de lo aparente es una búsqueda incesante por la verdad o el
funcionamiento de las cosas.
Para
Felisberto detrás del velo de las personas y los objetos hay un misterio que
descubrir, es casi una obsesión en el narrador de todos sus cuentos.
Como
ya señalamos, el narrador trabaja con el dificultoso tejido de la memoria, como
si los recuerdos estuviesen en un lugar inasible y hubiese que visitarlos en un
lugar oscuro, casi provisto uno de una linterna. A cada fijación de ese
recuerdo antecede la palabra penumbra, anochecer, como si nos dijera el
narrador que esa zona es algo intangible y misterioso.
Casi
al final de El caballo perdido,
narrador creativo y prestamista logran una simbiosis de transformación para que
en ese intercambio aparezca la esperanza perdida en el acto de escribir,
utilizando para ellos el arte poética de la memoria.
Bibliografía
citada
• Hernández,
Felisberto. Novelas y cuentos. Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1985.
• Lasarte,
Francisco. Función de misterio y memoria
en la obra de Felisberto Hernández, Conjunto de diez ensayos y valoración
crítica del autor uruguayo Felisberto Hernández, Introducción y selección de
Walter Rela, Montevideo, Editorial Ciencias, 1982, p 55- 63, y 67.
• Panesi,
Jorge. Felisberto, Un artista del hambre,
Críticas. Buenos Aires, Norma, 2000.
• Pau,
Antonio. Felisberto Hernández, El tejido
del recuerdo. Buenos Aires, Trotta Editorial, 2005, p.33.
• Rama,
Ángel. La novela en América Latina:
panoramas 1920-1980. Santiago de Chile, Ediciones Universidad Alberto
Hurtado, 2008.
• Saer,
Juan José. El concepto de ficción. Buenos
Aires, Seix Barral, 2004.
• Shklovski,
Víctor. El arte como artificio. México,
Siglo XX, 1991, p 57.
• Weinrich,
Harald. Arte y crítica del olvido. Madrid,
Ediciones Siruela, 1999, p.247.
• Yurkievich,
Saúl. Mundo moroso y sentido errático en
Felisberto Hernández, en Seminario sobre Felisberto Hernández del Centro de Investigaciones
Latinoamericanas de la
Universidad de Poitiers (1973-1974); reproducido en Alain
Sicard (ed.), Felisberto Hernández ante
la crítica actual. Caracas, Monte Ávila Editores, 1977, p.253.
FELISBERTO HERNÁNDEZ
Felisberto Hernández |
Obras
literarias:
Fulano de Tal (1925), Libro
sin tapas (1929), La cara de Ana
(1930), La envenenada (1931), Por los tiempos de Clemente Colling
(1942), El Caballo perdido (1943), Nadie encendía las lámparas (1950), Las hortensias (aparecida por primera
vez en la revista uruguaya Escritura en 1949), Explicación falsa de mis cuentos (aparecida en la revista La Licorne en 1955), La casa inundada (1960), El cocodrilo (1962), Tierras de la memoria (1965), Diario de un sinvergüenza, Últimas
invenciones.
CUARTA PARTE
Héctor
Zabala ©
Indudablemente
hemos progresado en materia histórica respecto a Troya, también conocida como
Ilión. Desde una antigüedad que no dudaba de su gloria y la consideraba
sagrada, protegida por los dioses, hasta un período moderno (buena parte de los
siglos XVIII al XIX d. C.) cuya misma existencia fue tenida como una fábula,
hemos llegado a un punto en el que ya no se duda de su realidad histórica y solo
se discuten tiempos, hechos, circunstancias y oportunidades.
UN
PROBLEMA DE MAGNITUDES
Una
vez que el mundo científico reconoció que Heinrich Schliemann había encontrado
la, quizá, más famosa ciudad de todos los tiempos, parecía que el mito o la
leyenda de todas maneras persistía en rodearla. Ahora no eran hombres crédulos
ni poetas antiguos de imaginación frondosa los que la hacían una ciudad
imaginaria sino la insistencia de los propios científicos que en cierta forma
la seguían negando.
En
efecto, durante casi todo el siglo XX la cuestión para la ciencia podría
resumirse así: “De acuerdo, Troya existió, nadie puede razonablemente negar la
evidencia de piedras y murallas, pero no era tan grande. Ergo, si no era tan
grande, la guerra del supuesto Agamenón y el consecuente sitio no podrían haber
durado diez años ni su insignificancia haber justificado semejante despliegue
de parte de los antiguos griegos”. Lo mismo podía repetirse respecto de la
pretendida conquista de la ciudad casi una generación antes por un supuesto
Heracles que habría instalado en el trono de Ilión a un Príamo cuando joven.
Tal
afirmación científica, sin embargo, adolecía de un defecto: si se trataba de un
recinto amurallado que no merecía la pena llamarlo ciudad, entonces ¿cómo es
que se hizo tan famosa como para que se le compusieran poemas que fueron
cantados durante siglos? Estas pequeñas preguntas suelen ser la clave de los
avances en materia científica. Hubo quienes incluso ni siquiera creían que se
tratara de una urbe y adherían a la hipótesis de que fuera simplemente un
bastión militar, un simple fuerte bien amurallado o cosa por el estilo.
NUEVOS
DESCUBRIMIENTOS
Manfred Korfmann |
Ruinas de las murallas de Troya. |
Cabe
destacar que más allá de alguna voz detractora, estas conclusiones tienen el
aval de la consistente búsqueda y análisis de equipos interdisciplinarios desde
1988 a la fecha, cuyo número no baja de unos cuatrocientos científicos
especializados en arqueología de campo. Los resultados de estos nuevos
descubrimientos vienen siendo publicados anualmente en la revista especializada
“Studia Troica”.
Todo
esto hace pensar que lo descubierto y estudiado a fines del siglo XIX por
Schliemann y Dörpfeld habría sido apenas la ciudadela de Troya, es decir la
ciudad alta o lugar más fortificado que resguardaba palacios, templos y otros
edificios públicos, y quizá hasta mansiones de gente adinerada.
Por
lo tanto ahora la cuestión es otra. Indudablemente Troya existió y pudo reunir
entre siete y diez mil habitantes en tiempos de paz; y quizá sumar aun más
población de los alrededores en tiempos de guerra, como pasó con otras ciudades
antiguas sitiadas [2]. La amplitud de estas ruinas troyanas a una
ciudad mucho más grande, quizá en gran parte de madera y adobe, en principio,
ya haría creíble un sitio de diez años, según nos canta la Ilíada.
UNA
CIUDAD APETECIBLE POR SU RIQUEZA
En
el Helesponto (hoy estrecho de los Dardanelos) hay una corriente marítima constante
desde la Propóntide
(hoy mar de Mármara) hacia el mar Egeo. Si a esto se le agrega que suele soplar
un viento del nordeste desde mayo a octubre, es razonable suponer que los
barcos que en la antigüedad pretendían atravesar el estrecho para llegar a las
costas del Ponto (hoy Mar Negro) debían esperar a menudo condiciones más
favorables durante largas temporadas en el puerto de Troya. No olvidemos que no
se trataba de barcos de gran porte como se construirían más tarde y que, se
entiende, carecían de velamen adecuado para navegar contra el viento. Tal
escollo exigía escalas obligadas durante medio año al menos, detalle suficiente
para que el lugar se convirtiese en un punto neurálgico de gran importancia
comercial.
Según
Korfmann, hoy se sabe que la
Troya de la
Edad de Bronce Tardía (la que coincidiría con la de los
tiempos que cuenta Homero) no solamente era la más importante del oeste de Asia
Menor sino que era más grande que cualquier otra del sudeste de Europa, al
norte de Micenas.
Los
restos de un naufragio en las costas de Licia (sudoeste de Asia Menor), en Ulu
Burum, fechado alrededor del 1300 a. C., reveló que contenía a bordo mercancías
de África, Chipre, Levante y hasta un cetro de la región de los Cárpatos, y que
la carga además era registrada con suma precisión. Anotaciones de bultos
destinados al comercio también se han encontrado en tablillas de Creta. Estos
indicios revelarían una gran red de comercio y comunicaciones en la Edad de Bronce, y permiten
imaginar que la posición estratégica de Troya era inmejorable para controlar
con facilidad el comercio hacia y desde el estrecho de los Dardanelos. Una
playa baja y una laguna que servían de puerto (hoy rada de Besik Bay sobre el
Mediterráneo) distantes a unos cinco kilómetros de la ciudad, ideal para varar
barcos, fueron confirmadas por paleogeógrafos.
El mal llamado tesoro de Príamo. |
INDICIOS
QUE COADYUVAN
•
Muchos nombres, lugares, pueblos y países registrados en la Ilíada
resultan ser de tiempos muy anteriores a la época en que vivió Homero (siglo
VIII a. C.). Pese a esto, los especialistas han confirmado una gran exactitud de
parte del poeta en tal sentido. Esto es fundamental. Y así, Homero resulta ser
día a día más exacto, según se van conociendo más detalles del mundo antiguo.
Utiliza los nombres que eran propios de cada tribu o región en el tiempo al que
hace referencia. En ningún caso, por ejemplo, leemos la palabra dorios, y no la leemos porque los dorios
invadieron Grecia en tiempos posteriores (siglo XI a. C.) a la guerra de Troya,
que fue a inicios del siglo XII a. C. o mediados del siglo XIII a. C., si es
que no fueron dos estas guerras.
Obviamente,
en la Ilíada tampoco aparece la palabra griegos porque así llamaron los romanos
siglos más tarde a todos los habitantes del país helénico por causa de una
pequeña región cercana a su territorio. [3]
•
En la Ilíada , el príncipe Paris aparece con el nombre
alternativo de Alejandro más de cuarenta veces; a excepción de Príamo y Héctor,
debe ser el troyano que más se repite en la obra.
Relieve hitita |
Ahora
bien, hay registros hititas que hablan de una tal Wilusa y de un rey o príncipe
Alaksandu con el que el rey de Hatti hiciera un tratado. Cabe destacar que este
simple hecho, un pacto entre un poderoso imperio y una ciudad, denota la
importancia de esta última. Ningún poderoso emperador firma un tratado con un
jefe sin importancia. En 1924, después de descifrarse la escritura hitita, Paul
Kretschmer había comparado este topónimo hitita, Wilusa, con el equivalente
heleno Ilios (variante de Ilión) usado como nombre de Troya. Allí nació la
hipótesis de que el nombre Ilios había perdido una digamma o wau inicial (letra
griega hoy obsoleta) y que anteriormente habría sido Wilios. Pese a estas
sugestivas coincidencias, el asunto era controversial, entre otras razones por
la dudosa ubicación de Wilusa y de la autoridad del tal Alaksandu en esa ciudad
(¿rey o príncipe?) porque en otros documentos aparece Kukunni como rey de
Wilusa y padre de Alaksandu, si bien no faltó quien señalara que Kukunni podría
ser en hitita el equivalente aqueo de Kyknos (Cicno), otro personaje del ciclo
troyano.
Pero
en 1996 el arqueólogo Frank Starke probó que Wilusa debe situarse en el mismo
lugar donde está la región de la Tróade. Otros especialistas (J. David Hawkins,
Wolf-Dietrich Niemeier) han coincidido tras estudios independientes que ese
topónimo se corresponde con el equivalente griego Ilios (variante de Ilión), es
decir con Troya. Los eruditos, basándose en pruebas lingüísticas, establecieron
que el nombre Ilios efectivamente había perdido una digamma o wau inicial y que
anteriormente había sido Wilios. Ergo, hoy por hoy ya no caben dudas: Wilusa es
Troya o Ilión (o Ilios o Wilios).
•
Hay registros hititas que hablan de un tal Attarisiya
el hombre de Ahhiya (Akhkkhiyā), refiriéndose a él como un rey o personaje
importante. Algunos especialistas han querido ver en esta expresión una
equivalente a Atreo, rey de los Aqueos
(padre de Agamenón), aunque lingüísticamente parece pertenecer a una época
anterior.
•
Hay registros en lineal B (una antigua escritura silábica, anterior al uso del
alfabeto griego) que incluyen nombres relacionados con héroes troyanos como
Tros, epónimo de Troya, y Héctor.
•
Si bien hay mucha controversia sobre estos temas y quizá algunos correspondan a
personajes históricos anteriores, lo que queda en claro es que a inicios del
siglo XII a. C. o quizá antes, nombres como los de Atreo, Alejandro, Héctor,
etc. aparecen ligados a la historia. Quizá dentro de no mucho tiempo nuevos
descubrimientos e investigaciones aclaren específicamente algunos casos
puntuales o sumen otros.
•
Hay referencias elocuentes en la
Ilíada al hierro
como artículo de difícil acceso para el mundo helénico de entonces, de ahí que
en sus armas y armaduras predominara el bronce. En efecto, la punta de hierro
de la flecha del licio Pándaro en el Canto IV, el hierro labrado de la nómina
de cosas reseñadas como valiosísimas por el misio Adrasto al rey Menelao en el
Canto V, así como el pago en artículos locales entre los que figura este metal
(producto probable de botín) efectuado por los soldados aqueos a cambio del
vino de unas naves mercantes de Lemnos (cierre del Canto VII) demuestran que
Homero tenía pleno conocimiento de que el hierro era un artículo de lujo en
tiempos de la guerra de Troya y que los troyanos tenían mucho más acceso a ese
mineral que los aqueos invasores. Probablemente, el hierro de entonces tuviese
como origen las minas del centro de Anatolia, cuyos yacimientos, hoy se sabe,
constituían un monopolio de los hititas que permitió a sus reyes mantener un
imperio similar al egipcio durante siglos. La tecnología de hornos que
permitían fundir hierro existía en el centro de Anatolia cuando no la tenía el
resto del mundo. Tengamos en cuenta, además, que Homero escribió su poema en
tiempos donde el hierro ya abundaba en Grecia y esa tecnología se había
extendido a buena parte del mundo conocido. Es decir, estaba escribiendo sobre
un mundo desconocido para él, un mundo que le llegó por tradición oral de
varias generaciones atrás, pero que no olvidaba de que el hierro era carísimo
para sus antepasados.
•
En la Ilíada se lo llama al príncipe Héctor “el domador
de caballos”. Los arqueólogos han descubierto en los alrededores de Troya una
enorme cantidad de esqueletos de caballos, lo cual hace pensar que la doma de
potros salvajes para uso local y para exportación haya sido una de las
actividades principales de los troyanos. Si agregamos a esto que el tratado de
domesticación de caballos más antiguo que se conoce es de origen hitita, centro
de Anatolia (actual Turquía) y que la arqueología está probando que Troya tenía
muchos más lazos comerciales con los hititas (a su oriente) que con los aqueos (a
su occidente), todo el tema económico-político cierra perfectamente.
•
Otro punto importante es el descubrimiento hace unos años de toda una red de
túneles debajo de Troya, que aseguraban el suministro de agua potable desde un
manantial subterráneo. Esto hace muy creíble que el sitio aqueo haya podido ser
resistido por diez años o incluso más por la heroica ciudad que describe Homero
en su poema.
¿HASTA
QUÉ PUNTO EL RELATO DE HOMERO ES FIDEDIGNO?
Homero, busto romano |
En
principio, cuando se lee la Ilíada le queda a uno la
sensación de que el poeta está cantando a personas que conocen la historia que
relata. No da la idea de que esté relatando una obra de ficción sino una
historia real. Y si esto fue así, es difícil imaginar que Homero se atreviera a
decir sandeces a gente conocedora.
Ergo,
este trasfondo histórico quizá incluya a muchos de sus héroes, cuyos nombres y
prosapias inmediatas tengan buena parte de certeza, si obviamos juiciosamente
los dioses entre sus ascendientes, que sin duda los incluyeron en sus
genealogías para simularlas de origen divino o por simple vanidad. Pero lo que
hoy queda muy claro es que poco a poco nos estamos acercando a la recuperación
de toda una época histórica.
Obviamente
nadie va a creer que Ares, Atenea, Zeus, Hera o Afrodita fueran reales, pero
recordemos que Homero era un poeta, no un historiador, y que los relatos de
guerra pueden resultar demasiado cargados si se los reduce a continuas matanzas
y nada más, máxime para la mentalidad de los antiguos griegos que más tarde,
por ejemplo, en sus obras trágicas menospreciaban las imágenes sangrientas en
demasía. De ahí que hay que tener cuidado cuando se emite un juicio de valor.
Por
ejemplo, no hay duda de que en el duelo entre Paris y Menelao (Canto III),
cuando este último toma al primero de la correa del casco y lo arrastra por el
suelo, el cuero de la correa del troyano simplemente se corta, lo que permite a
Paris escapar detrás de las murallas. Pero dicho así no tiene gracia ni
demasiado sabor literario. En cambio si se hace intervenir a la diosa Afrodita,
cortando la correa y llevando a su protegido hasta detrás de los muros, la cosa
cambia mucho en honor a la poesía. Pero que Homero haya incluido a Afrodita, no
basta para negar la posible existencia de un príncipe troyano Paris y un
espartano rey Menelao, y que tal duelo, tal batalla y tal sitio pudieron haber
sido reales. Si vamos a casos similares, tampoco es muy creíble que Constantino
el Grande haya visto realmente en el cielo la cruz luminosa y la frase “en este
signo vencerás” (In hoc signo vinces) pero eso no nos da derecho a que
declaremos mitológica o irreal la batalla del Puente Milvio del 28 de octubre
de 312 d.C. Y si leemos la historia de Juana de Arco, hay varios asuntos
difíciles de creer, pero tales detalles extraños no justificarían negar la
batalla de Orleans del año 1429 ganada por los franceses.
¿HUBO
UNA GUERRA DE TROYA?
Aparentemente
no solo una, a juzgar por los rastros de incendios y otros indicios que se han
hallado o confirmado en los últimos tiempos. En este sentido, la tradición
griega y la arqueología parecen iniciar un camino convergente.
Aquiles arrastrando el cadáver de Héctor (fragmento de sarcófago, siglo II, Museo de Reggio Calabria, Italia) |
También
contribuye al problema el hecho de que en la Edad de Bronce la escritura no fuera de uso
común, aun en las clases altas, como ocurriría más tarde. Nótese que en la Ilíada
se trata de todo tipo de situaciones pero salvo el caso del Canto VI referido a
Preto, rey de Licia, y a Belerofonte, nunca se habla de un héroe que lea o se
haga leer por otro, ni tampoco que escriba o dicte. El alfabeto griego,
derivado del fenicio o cananeo, es de época posterior. Se sabe que en algunos
lugares ya existían otras formas de escrituras, relacionados con signos
silábicos, pero no son muchas las muestras que se tienen hasta el momento en
lineal B, que probablemente correspondan a la época en cuestión o a una muy
cercana.
De
todos modos, la influencia de Troya o Ilión fue decisiva en el mundo helénico
posterior. Y aun cuando habían pasado varios siglos, sus ruinas todavía
hablaban (y no solo sus ruinas). Sobre todo subsistía el recuerdo del pasado
glorioso de unos héroes que habían hecho historia, cualquiera fuese su bando, a
punto tal que la generación de Homero decidió prestar oído atento. ¿Prestaremos
un oído similar nosotros, generación de hombres más escépticos, para llegar a
saber cómo fue la verdadera historia en torno a esa ciudad extraordinaria?
[1] Manfred Korfmann nació el 26/4/1942 en Colonia,
Alemania. Doctor en Historia y Arqueología por la Universidad de
Francfurt, fue profesor de Arqueología Temprana y Prehistórica en la Universidad de
Tubinga, director del “Proyecto Troya” desde 1988 a 2005 en las excavaciones
internacionales e interdisciplinarias de Troya / Wilios / Wilusa y editor
general de “Studia Troica”, revista especializada en el tema. También fue
el director académico de la exposición
“Troya: sueño y realidad”. Falleció el 11/8/2005 en Ofterdingen, cerca de
Tubinga, Alemania. Sus trabajos son continuados por el arqueólogo austríaco
Ernst Pernicka.
[2] Por ejemplo, como ocurrió en el año 70 d. C. con
Jerusalén durante el sitio del general Tito Vespaciano, donde antes de terminar
arrasada se refugiaron miles de judíos de los contornos, según nos cuenta
Flavio Josefo.
[3] Esto de cambiar los nombres a otros países es bastante
común. Por ejemplo, tampoco los Incas llamaban Perú a su Tawantinsuyo, siendo
que tal nombre lo impuso un conquistador español después de cruzar un pequeño
río de ese nombre; los etruscos no se llamaban a sí mismos así sino rasena o
rašna; los licios denominaban Trm̃misa a su tierra; los fenicios se decían
cananeos; y aún hoy los griegos denominan Ellinikí Dimokratía (República
Helénica) a su país, pese a que todo el mundo le dice Grecia, siguiendo la
tradición de los romanos antiguos.
Nuevos colaboradores
ANNA ROSSELL
Anna
Rossell Ibern (Mataró, Barcelona, 1951), doctorada en Filología Alemana.
Profesora de literatura alemana en el Departamento de Filología Inglesa y
Germanística de la
Universidad Autónoma de Barcelona hasta diciembre 2009. Desde
1978 se ha dedicado a la enseñanza de la lengua y la literatura alemanas, así
como a la traducción literaria del alemán al español, a la crítica y a la
investigación literarias, sobre todo en Barcelona, Bonn y Berlín. Y durante los
años 2002 y 2003 a la gestión cultural. Miembro del comité organizador de los
encuentros literarios bianuales entre continentes (Asociación Cultural
TRANSLIT). La edición Translit’03-Mercat d’històries, celebrada en el CCCB
(Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) en diciembre del 2003, se dedicó
a la literatura subsahariana y caribeña. Colabora asiduamente como crítica
literaria y articulista en Quimera. Revista de Literatura, Culturas (La Vanguardia ),
Contemporary Literary Horizonts, Bocadesapo, Revista de arte, literatura y
pensamiento, Revista de Filología Alemana, Realidades y Ficciones, entre otras.
En el año 2001, fue finalista del Premio de Poesía Goleta y Bergantí con el
poemario La veu per companya; en
2010, finalista del I Concurso de Microrrelatos Lorenzo Silva. Entre sus obras
no académicas se encuentran los libros de viajes Mi viaje a Togo (Montflorit, 2006), el poemario La ferida en la paraula (Montflorit,
2010), Viaje al país de la tierra roja
(inédito), Microrrelatos eróticos
(obra colectiva, Ediciones de la
Universidad de Salamanca, 2006), la novela Aquellos años grises de próxima
publicación, así como el poemario Quadern
malià / Cuaderno de Malí. Ha publicado en 2011 microrrelatos en La Lluna en un Cove (nº 27) y
en la antología Vilapoética. Algunos
de sus poemas han sido incluidos en trípticos (No, no! crida la meva veu, en El Laberinto de Ariadna. Pliego de
Poesía, Nº 21, 2010) o en revistas culturales (Vida de mort, en El Clavell. Revista de Cultura, Premià de Mar, nº
1, 1997) y otros en Contemporary Literary Horizonts y en la antología Grito de mujer (Primer Festival
Internacional de Poesía), de próxima aparición, así como en diversos blogs
literarios.
FELIPE ACUÑA LANG
Felipe
Acuña Lang es periodista por la
Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS, 1999).
Posteriormente, realizó estudios de magíster en Comunicación Social, en la Universidad de Chile,
(2003-2005) y de Literatura Latinoamericana y Española, en la Universidad de Buenos
Aires (2008).
En
la actualidad trabaja como guionista en productoras independientes y escribe
narración y dramaturgia. Está diplomado en Dramaturgia Creativa y Guion por la Universidad Alberto
Hurtado (2010). Cursó en abril de 2009, el afamado Curso de Guiones Robert
Mckee’s Story, en Santiago de Chile, y el de Géneros, en mayo de 2010. En 2011
realizó un curso de guiones con el cineasta Guillermo Arriaga en Santiago de
Chile.
Ha
escrito dos obras teatrales: Última
Parada, bajo la tutoría del reconocido dramaturgo David Benavente, la cual
fue estrenada en lectura dramatizada el 9 de septiembre de 2010 por la
agrupación teatral de Valparaíso (ATEVA), y La Flor ,
estrenada en lectura dramatizada en el centro de investigación Teatro la Memoria que dirige Alfredo
Castro. En 2011 publicó Huidas (Ril
editores).
REALIDADES
Y FICCIONES
—Revista
Literaria—
Nº 11 —
Diciembre de 2012 — Año III
ISSN 2250-4281
Exp. 5054185 Dirección Nacional del Derecho de
Autor (DNDA)
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo: http://www.polisliteraria.blogspot.com/
San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Argentina
elilialap@yahoo.com.ar
COLABORARON EN ESTE NÚMERO:
• Héctor Zabala, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Anna Rossell, Barcelona (Cataluña), España
• Anna Rossell, Barcelona (Cataluña), España
• Luis Benítez, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Felipe Acuña Lang, Santiago,
Chile
• Liliana Lapadula, San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Argentina
El listado completo de colaboradores se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite COLABORADORES de Revista REALIDADES Y FICCIONES.
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