jueves, 5 de diciembre de 2024

 REALIDADES Y FICCIONES

—Revista Literaria—

Nº 60 – Diciembre de 2024 – Año XV

ISSN 2250-4281 – Edición trimestral

Inscripción gratuita como LECTOR o COLABORADOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

Minibúho
Mónica Villarreal, 2024
(Mixta sobre panel, 14"x11")

Sumario

• Fernando Sorrentino publicado en idioma árabe.
• “Mil brillos apagados”, de Alberto Cisnero. (Luis Benítez)
• La historia se repite porque repetimos la historia. “El desertor” de Siegfried Lenz. (Anna Rossell)
• El destripador. ¿Vivió en la Argentina? La investigación que sugiere que murió “en un hotel de la calle Leandro N. Alem”. (Antonio Las Heras)
• El éxito de ventas del último Sant Jord. “La hija del capitán Groc” de Víctor Amela (Anna Rossell)
• “Una violencia de modales impecables”, de Elizabeth Auster. (Luis Benítez)
• La película Troya a la luz de Homero y otros autores antiguos. (Héctor Zabala)

 

 

FERNANDO SORRENTINO PUBLICADO EN IDIOMA ÁRABE

 

En el lejano Kuwait, en septiembre de 2024 han aparecido, en lengua árabe, dos nuevos libros de nuestro compatriota Fernando Sorrentino:

Carta a Graciela Conforte de Sicardi, y otros cuentos

Cuaderno del ingeniero Sismondi, y otros cuentos

Cabe destacar, que la misma editorial ya había publicado otros tres libros de este autor.

Sorrentino es un frecuente colaborador de Realidades y Ficciones.

  

 

  

FERNANDO SORRENTINO

Fernando Hugo Sorrentino (Ciudad de Buenos Aires, 8 de noviembre de 1942) es un escritor, narrador, ensayista y profesor de literatura argentino de instituciones educativas de niveles secundarios y universitarios.
Desde 2011 reside en Martínez, Provincia de Buenos Aires. En 1968 obtuvo el título de Profesor de Castellano, Literatura y Latín en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta.
Sus relatos se caracterizan por una interesante mezcla de imaginación y humor que a veces raya en lo grotesco. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés y han sido publicados en varias revistas literarias y antologías en los Estados Unidos y Gran Bretaña.
Además de obras de ficción y de periodismo cultural, ha escrito ensayos completos de autores clásicos españoles y argentinos (Don Juan Manuel, Arcipreste de Hita, Juan Ruiz de Alarcón, Mariano José de Larra, José Hernández) y ha editado varias antologías de cuentos de Argentina que han sido publicadas por la editorial Plus Ultra de Buenos Aires.
Ha trabajado en la sección literaria de los diarios La Nación, Clarín, La Opinión, La Prensa, Letras de Buenos Aires y Proa.

 

Obras

Colecciones
La regresión zoológica (Buenos Aires, Editores Dos, 1969).
Imperios y servidumbres (Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972).
El mejor de los mundos posibles (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976).
En defensa propia (Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982).
El rigor de las desdichas (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994).
La Corrección de los Corderos, y otros cuentos improbables (Buenos Aires, Editorial Abismo, 2002).
Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (Barcelona, Ediciones Carena, 2005).
El regreso. Y otros cuentos inquietantes (Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005).
Biblioteca Mínima de Opinión (Santa Cruz de la Sierra, Editora Opinión, 2007).
Costumbres del alcaucil (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008).
El crimen de san Alberto (Buenos Aires, Editorial Losada, 2008).
El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio (Buenos Aires. Editorial Longseller, 2008. Nueva edición: El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio. Buenos Aires. Editorial Longseller, 2014).
Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables) (Veracruz - México, Instituto Literario de Veracruz, El Rinoceronte de Beatriz, 2013).
Problema resuelto / Problem gelöst (edición bilingüe español/alemán, Düsseldorf, DUP, Düsseldorf University Press, 2014).
Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor (Madrid, Apache Libros, 2015).


Novelas
Sanitarios centenarios (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979).
Sanitario centenario (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000).
Crónica costumbrista (Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992).


Literatura infantil y juvenil
Cuentos del Mentiroso (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978 —Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]. Reedición (con modificaciones), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002. Nueva reedición (con nuevas modificaciones), Buenos Aires, Cántaro, 2012).
El remedio para el rey ciego (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984).
El Mentiroso entre guapos y compadritos (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994).
La recompensa del príncipe (Buenos Aires, Editorial Stella, 1995).
Historias de María Sapa y Fortunato (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995 —Premio Fantasía Infantil, 1996—. Reedición: Ediciones Santillana, 2001).
El Mentiroso contra las Avispas Imperiales (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997).
La venganza del muerto (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997).
El que se enoja, pierde (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999).
Aventuras del capitán Bancalari (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999).
Cuentos de Don Jorge Sahlame (Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001).
El Viejo que Todo lo Sabe (Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001).
Burladores burlados (Buenos Aires, Editorial Crecer Creando, 2006).
La venganza del muerto y otras aventuras (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2011).


Antologías (como editor)
Treinta y cinco cuentos breves argentinos (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973).
Treinta cuentos hispanoamericanos (1875-1975) (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976).
Cuentos argentinos de imaginación (Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1974).
Treinta y seis cuentos argentinos con humor (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra).
Diecisiete cuentos fantásticos argentinos (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978).
Nosotros contamos cuentos (Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1987).
Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2007).
Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (Buenos Aires, Editorial Losada, 2012).
Cincuenta cuentos clásicos argentinos. De Juan María Gutiérrez a Enrique González Tuñón (Buenos Aires, Editorial Losada, 2016).

Ensayos
El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Editorial Losada, 2011).

Entrevistas
Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974. Reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996. Nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001. Reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007).
Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992. Reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001. Reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007).
Conversaciones con Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Editorial Losada, 2017. Selección de las opiniones de Borges organizadas en nueve temas: “Geografías”, “Astucias literarias”, “Tango”, “Política”, “Colegas argentinos”, “Deportes”, “Escritores españoles”, “Dante Alighieri” y “Trabajos y bibliotecas”).


Premios y distinciones
• Primer Premio de Cuentos otorgado por la revista Testigo (1970).
• Segundo Premio Municipal de Literatura, otorgado por El mejor de los mundos posibles (1976).
• Faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), por Cuentos del Mentiroso (1978).
• Primer Premio de Cuentos de la Fundación Arcano (1994).
• Premio Konex, Literatura de Humor, de la Fundación Konex (1994).
• Segundo Premio Municipal de Literatura, por El rigor de las desdichas (1994).
• Premio Fantasía Infantil, por Historias de María Sapa y Fortunato (1996).
• Premio Eduardo Mallea, por el manuscrito de novela inédita Un estilo de vida (1995-1997).

 

 

“MIL BRILLOS APAGADOS”, DE ALBERTO CISNERO

Luis Benítez ©

El dinámico sello argentino Mora Barnacle sigue sumando títulos de relevancia a su ya fornido catálogo, con el lanzamiento de este nuevo poemario del autor local nacido en la Provincia de Buenos Aires en 1975.

Desde la paradoja del título, Mil brillos apagados [1] se propone sorprendernos página tras página y ciertamente lo logra —y por amplia mayoría— en la más de una treintena de piezas breves que conforman el volumen.

Breves, sí, pero dotadas de una chispeante originalidad y una marcada capacidad de llevar hasta el límite nuestra capacidad de internarnos, de la mano de su autor, hasta en los rincones más oscuros de la comprensión de la condición del sujeto contemporáneo, con todas sus contradicciones, opacidades y falsos corredores.

El poeta y novelista Alberto Cisnero está dotado de una destacable habilidad para atrapar, en las redes del lenguaje, aquellos sentidos de las cosas y de las interrelaciones humanas que nos competen a todos, lo sepamos o no. Por esa razón es tan fácil para el lector identificarse con mucho de lo que el poeta nos dice explícitamente o nos sugiere con rápida referencia, sin que el cabal contenido de este último recurso escape de ninguna manera a nuestra atención.

Cisnero lo consigue de un modo muy efectivo, alternando muy medidamente un vasto arsenal de procedimientos escriturales. Entre los que emplea se destaca la alternancia de construcciones de índole coloquial con referencias cultas, sin que estas últimas impongan su peso específico invadiendo la serie y desviando la dirección que le ha impuesto a sus versos el poeta. Todo está bien dosificado para alcanzar el efecto buscado, no hay ripios ni tropiezos con fuegos de artificio, nada meramente decorativo empaña el decir de Mil brillos apagados.

Otro medio expresivo que maneja el autor para alcanzar su logro es un muy ajustado humor, que puede ir en su escala de grises desde el toque levemente hilarante hasta la ironía más acerba y el sarcasmo bien afilado, mas siempre cada tonalidad se halla ajustada al significado último de cada verso.

Esta característica que forma parte importante de Mil brillos apagados se encuentra equilibrada por la presencia de la paleta baja que emplea Cisnero para pintar el lado lóbrego y hasta tenebroso de sus referencias. La inquietud, la zozobra, la incertidumbre que son moneda común de nuestro tiempo también están presentes en este dispositivo escritural publicado por el sello argentino Barnacle y cabe acotar que muy bien subrayadas por Cisnero, como entes pesantes en todo su discurso poético.

Mil brillos apagados es toda una tentación para el lector, que con solo hojear sus páginas seguramente querrá tenerlo en su biblioteca.

 

 

El autor

Alberto Cisnero
El poeta y novelista Alberto Cisnero nació en La Matanza, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1975. Previamente al que nos ocupa, son de su autoría los poemarios La sustancia en infracción (2002), Los dados de la muerte (2004), Akullico (2009), El precursor químico (2009), El límite de la materia (2012 y 2015), Tagsales (2013), Adiós y hasta pronto (2013), El movimiento obrero granizado (2014), Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes (2015), Ajab (2016), Oquei, gracias (2017), Las casas (2018), Forma parte de mi guerra (2019), Media hora con el autor (2020), Los dados de la muerte (2021), Akata mikuy (2022), y Mi recherche (2022), Todos queremos ser hallados (2023), La sustancia en infracción (2023), De rayos negros (2024) y los volúmenes de narrativa Drugstore (2015) y 40 años: urnas, cuerpos y leyes (2023). Asimismo, permanecen inéditas las novelas: Hablamos cuando se pueda (escrita en 2011), Treinta dineros (escrita en 2012). Asevera enfáticamente Cisnero que, “vivo o muerto”, publicará en 2025 Clase 75; en 2026 Román paladino y en 2027 Este libro es para vos, agregando que “así sucesivamente”.

 

[1] Mil brillos apagados, de Alberto Cisnero (Mora Barnacle, ISBN 978-987-8952-60-4, 42 pp., Buenos Aires, 2024). https://barnaclemora.wixsite.com/home

 

 

LA HISTORIA SE REPITE PORQUE REPETIMOS LA HISTORIA

Anna Rossell ©

 

Siegfried Lenz
El desertor
Traducción de Consuelo Rubio Alcover
Ed. Impedimenta, 2017, 333 págs.

 

«¿Sabe usted por qué nos sirven de tan poco los recuerdos?», le pregunta el anciano Adomeit al ex soldado Proska cuando aquel acaba de contarle cómo mató a un soldado del ejército enemigo en la guerra que le tocó vivir a él.

La pregunta encierra la afirmación de que la experiencia nos sirve de poco o nada: la Historia se repite porque los humanos repetimos la historia.

Siegfried Lenz
Esta convicción parece haber llevado al reconocido autor alemán a escribir esta novela, cuyo título original es
Der Überläufer, literalmente El que se cambia de bando. Y es que Walter Proska se encuentra, en la Segunda Guerra Mundial, en idéntica situación que Adomeit. Como si de un déja vu se tratara, el lector asistirá a la misma escena, cuando, en retrospectiva, se adentre en los acontecimientos narrados, protagonizados por Proska.

Escrita en 1951 y rechazada por varias editoriales en 1952, la que era la segunda novela del entonces prometedor autor quedó olvidada. Solo sesenta y cinco años después ha podido ver la luz, recuperada entre los manuscritos del legado literario de Lenz, custodiado en Marbach, y ha sido aplaudida en su país por la crítica, casi sin fisuras.

Y es que El desertor es una novela de guerra atípica: la acción no se desarrolla en el frente sino en la retaguardia, en una pequeña población donde el soldado Proska, ha sido destinado a una reducida unidad del ejército alemán para proteger la línea de ferrocarril. Siegfried Lenz (Lyck, Prusia oriental, 1926 - Hamburgo, 2014), como su protagonista originario de Lyck y desertor, crea un escenario alejado de la primera línea de fuego, para propiciar un ambiente distinto entre el puñado de personajes, atrincherados en el bosque a las órdenes de un cabo zafio. Exceptuando algunos azarosos encuentros con partisanos, el tiempo transcurre con agobiante y tensa lentitud en un lugar aparentemente abandonado, donde los soldados se entregan al diálogo existencial o caen víctimas del desquicio.

Así, a través de las conversaciones entre Proska y el intelectual del grupo (Kürschner, alias Pandeleche), el autor relativiza el concepto de enemigo, plantea la reflexión sobre el deber, el juramento, la fidelidad a una causa, la conciencia, o la culpa inherente a la actuación humana; no cabe duda de que Lenz quiso escribir un texto antibélico que, en el momento en que decidió publicarlo, difícilmente pudiera haber sido bien acogido, no solo por el hecho de que el público alemán no fuera receptivo entonces a temáticas de guerra, sino porque, en unos años en que la Guerra Fría estaba claramente declarada, podía comprometer a la editorial apostar por un desertor que abandona el ejército alemán para pasarse al bando soviético. Las razones del rechazo editorial fueron sin duda políticas y ajenas a la calidad del texto, que en un principio el sello Hoffmann und Campe había celebrado con entusiasmo.

Con escrupulosa distancia para extremar al máximo la objetividad, la voz de un narrador omnisciente conduce la trama descriptiva, en la que se intercalan los diálogos de los protagonistas, que en ningún momento caen en el melodramatismo. Tampoco la relación con Wanda, el personaje femenino del bando enemigo, de quien se enamora Proska, adopta este registro ni su contrario. Lenz no solo lo evita, sino que intercala en alguna ocasión el sarcasmo y situaciones rayanas en lo absurdo y lo onírico, que recuerdan algunos cuentos de la posguerra alemana inmediata o cierta escena de la pieza teatral Drauβen vor der Tür (Fuera ante la puerta), de Wolfgang Borchert.

La novela es indudablemente, entre las de temática bélica, un texto singular; sin embargo, una no puede sustraerse a la sensación de que, en lo formal, su autor explora caminos novedosos con cierta reserva. Lenz no aborda con suficiente decisión los diferentes registros estilísticos que tantea, que son una de las mayores cualidades del texto. El capítulo final, que da cuenta de la vida seis años después de la guerra, no deja opción a la esperanza: la camarilla, como Proska denomina al poder establecido que dirige las vidas del ciudadano de a pie, vuelve a mover los hilos a su antojo, independientemente del color de la ideología.

La traducción que publica el sello Impedimenta incluye una nota editorial del original alemán (ed. Hoffmann und Campe), que da cuenta de la génesis de la novela, así como de las modificaciones que realizó el autor sobre la primera versión, siguiendo los consejos del germanista Otto Görner. La que ha llegado a nosotros es la segunda versión, en la que Lenz amplió sobre todo la segunda parte, dedicada a la deserción y redujo la primera, más extensa, sobre los partisanos.

Siegfried Lenz ha obtenido innumerables y prestigiosas distinciones y es conocido sobre todo por sus narraciones cortas y sus novelas, si bien también ha publicado ensayo. Muchos de sus textos han sido llevados al cine.

El autor ha sido ampliamente traducido al español y alguna de sus obras al catalán.

 

 

EL DESTRIPADOR. ¿VIVIÓ EN LA ARGENTINA?

La investigación que sugiere que murió “en un hotel de la calle Leandro N. Alem”

Antonio Las Heras ©

Este 31 de agosto, se cumplió un nuevo aniversario del día en el que apareció la primera víctima en el año 1888 de ese desconocido al que se ha dado en llamar “Jack, el Destripador”. Mucho se ha escrito e investigado sobre el mismo, buscando descubrir quién fue realmente y cómo pudo escapar a las búsquedas realizadas por los detectives de Scotland Yard.

 

Una ilustración de uno de los crímenes de Jack, el Destripador en Whitechapel.
Sus víctimas presentaban cortes en la garganta, mutilaciones en el área genital y abdominal,
extirpación de órganos y desfiguración del rostro de mujeres que se dedicaban a la prostitución.
 

Pero lo que no se difunde demasiado es que fue un destacado criminólogo argentino me refiero al Dr. Juan Jacobo Bajarlía quien acumuló una serie de evidencias para sostener que este asesino serial vivió y murió en la Argentina. Es más, para Bajarlía inclusive se trataba de un argentino.

Ilustración de Jack, el Destripador,
el asesino serial más famoso de la historia,
de quien nunca se comprobó su identidad.

“Al regresar a Buenos Aires, revisando mi archivo de crímenes —escribe Bajarlía— tuve una evidencia sobre la cual no me atrevo a escribir todavía. Jack el Destripador, desaparecido de Londres, había muerto en Buenos Aires, a los 75 años, en un hotel de la calle Leandro N. Alem, frente a la plaza Mazzini, hoy Roma, una mañana lluviosa de octubre de 1929.”

Mi larga amistad con este criminólogo me permitió dialogar numerosas veces al respecto. Los encuentros fueron en ese café de la calle Cerrito —frente al Obelisco— donde solía reunirse con quienes compartían otra de sus actividades en las que también se destacó: la poesía, la novela, el cuento y el ensayo. Allí conocí a Héctor Lastra, Enrique Medina y Jorge Asís; por sólo nombrar algunos.

En febrero de 1976, en el número 3 de la Ellery Queen’s Mystery Magazine, el ripperólogo y escritor argentino Juan-Jacobo Bajarlía desarrolla la tesis de que Jack el Destripador habría muerto en Argentina. Su sospechoso es un tal Alonzo Maduro, financista que estuvo en Londres, en la época de los crímenes de Whitechapel, tratando de colocar acciones de una compañía argentina. Con ese fin se presentó en Greesham House, brokers de Old Broad Street, trabando contacto con un joven secretario, un tal Griffith Salway, con quien compartió una serie de almuerzos comerciales. Salway se cruzó con Maduro en Whitechapel, la noche de la muerte de Emma Smith. Pocos días después, lo escuchó decir que todas las prostitutas debían morir.

Hasta ahí no pasaría de una sospecha, si no fuera por el descubrimiento que Salway hiciera poco antes del retorno de Maduro a Buenos Aires, tras frustrarse sus intenciones comerciales: hallazgo que Salway sólo confesaría en 1952, a su propia esposa, en el lecho de muerte.

Tras la muerte de Mary Kelly, Maduro preparó el regreso a la Argentina, oportunidad en la que Salway lo ayudó a preparar las valijas. En esa tarea, descubrió que uno de los baúles de Maduro tenía un doble fondo, en el que halló un sobretodo gris, un sombrero flexible, un delantal manchado de sangre y un juego de bisturís. Salway se convenció que Alonzo Maduro era Jack el Destripador. La pista de Maduro se pierde ahí. Regresa a Buenos Aires y nada más se sabe. Bajarlía, conocedor de estos hechos, decidió ponerse a investigar.

Este fue el equipo policial que se usó en la década de 1880.
La fotografía fue tomada en una exposición sobre Jack el Destripador,
en el Museo de Docklands, en Londres.

En 1979, en otro artículo en la revista Magazine, detalla que la valija tenía una etiqueta con una dirección “Paseo de Julio (ilegible) Buenos Aires”. Bajarlía encontró testimonios de que un pintoresco personaje se paseaba entre los árboles de Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem), entre 1890 y 1910, vestido con las prendas descriptas por Salway.

Su nombre era Alfonso (y no Alonzo) y su apellido, tal vez, Maroni. En un artículo posterior publicado en el diario Clarín, de Buenos Aires, durante el año 1988, Bajarlía asegura que el asesino murió a los 75 años, en octubre de 1929, en una casa frente a la actual Plaza Roma.

Hay un dato adicional: en el libro Jack, the Ripper, Daniel Farson cita una carta de un tal Barca, de Streatham, que asegura que, entre 1910 y 1920, había un pub en Buenos Aires, propiedad de Jack, el Destripador. El bar se llamaba “Sally’s Bar” y el historiador Enrique Mayochi le aseguró a Juan José Delaney que existía un bar con ese nombre en la calle 25 de Mayo, muy frecuentado por miembros de la comunidad británica en Buenos Aires y por marineros de paso por la ciudad.

Si la pista de Alonzo Maduro se pierde en estos datos, más fructífera es la historia del húngaro Alois Szemeredy. Alois había estudiado cirugía en su juventud. Luego trabajó como médico militar, primero en Europa y luego en Argentina, a donde emigró en 1874. Dos años después vivía en el Hotel Provenza, ubicado en la Calle Cangallo (actual Perón) 33, hotel del que se fue, aduciendo que había sido víctima de un robo. Pasó a vivir a unas pocas cuadras de allí, en el Hotel Roma, en Cangallo 323.

En Londres, hay una gran variedad de tours dedicados a Jack el Destripador (AFP).

A las 9 de la noche del 25 de julio de 1876, Szmeredy se cruzó en la calle Corrientes con Karoline Metz, una joven de 20 años, a quien había conocido en el barco que lo trajo a Buenos Aires. Conversó con ella, en su alemán natal, y se fueron juntos, al cuarto de ella.

Poco después de las 10 de la noche, el novio de Karoline, Baptiste Castagnet corrió por la calle Corrientes, gritando “¡Asesino!”. La policía acudió al cuarto de la chica, en la misma calle Corrientes, y encontró su cadáver, sobre la cama, con la garganta cortada en el lado derecho.

También se halló un saco gris, un cuchillo en su funda, un sombrero de fieltro negro y, en el bolsillo del abrigo, un reloj de oro. El reloj sirvió para identificar al asesino: Alois Szmeredy. La noticia del crimen se publicó al día siguiente en The Standard, el diario en inglés de la comunidad británica.

La noticia agregaba que el asesino había sido atrapado por la policía argentina, al regresar semidesnudo a su hotel. Pero era una versión infundada. Szmeredy escapó y durante dos años no se supo nada más de él, hasta que fue extraditado de Brasil, al ser descubierto en una fiesta en Río de Janeiro. Llevado a juicio, en abril de 1879 se lo sentenció a muerte, por robo y asesinato. Todavía estaba vivo en septiembre de 1881, cuando solicitó un nuevo juicio, del que fue absuelto de todos los cargos, menos del robo del reloj. El tiempo que estuvo procesado le sirvió como compensación y fue liberado. Pese a que recibió ofertas laborales, Alois volvió a Budapest en marzo de 1882, donde fue detenido por desertor. Alegó locura y lo internaron en un asilo, del que salió para estar al cuidado de su familia. En 1886, el Dr. Gotthelf Meyer tuvo una entrevista con Alois, para obtener información sobre las condiciones legales en Sudamérica. Lo describió como un hombre de 45 años, alto y delgado, cabello castaño, grandes manos, ojos penetrantes y un poblado y “bello” mostacho.

Elizabeth Stride fue una de las víctimas de Jack el Destripador.
Su tumba se encuentra en el cementerio de East London,
en Plaistow, en el este de Londres (La Nación).

Conocemos el final de Alois Szmeredy. Fue detenido en Viena, el 1° de octubre de 1892, sospechoso de asesinato y robo. Varios testigos lo reconocieron por su mostacho y Alois confesó sus crímenes, antes de suicidarse, cuando su proceso judicial aún no había terminado. Que Alois Szmeredy era un asesino, no quedan dudas. Pero no hay ninguna prueba de que haya estado en Londres (o en Europa, siquiera) durante el otoño de 1888.

Una voltereta más. Eduardo Zinna propuso que Alois Szmeredy y Alonzo Maduro son, en realidad, una sola persona. Su argumento: ambos nombres suenan similares, sobre todo para un inglés con pobre conocimiento del castellano. Por lo que Salway pudo “traducir” el apellido Szmeredy como Maduro. Adam Wood pone en duda esta posibilidad, porque las descripciones físicas de ambos no coinciden, según los testimonios de aquellos testigos que los conocieron.

La última pista de Jack, el Destripador en Buenos Aires, viene de la declaración de un sacerdote irlandés, el padre Alfred Mac Conastair, que ingresó a la congregación pasionista, tras exiliarse en Argentina a los 17 años. El padre Mac Conastair le contó al profesor universitario y escritor Juan José Delaney, en 1989, que guardaba el secreto de otro sacerdote de la congregación que, en los años 20, había sido capellán en el Hospital Británico.

Cumpliendo su sacerdocio, este capellán acudió junto al lecho de un enfermo terminal que, pese a ser de otra religión (¿protestante, tal vez?), pidió confesarse. El moribundo le reveló que él era Jack, el Destripador y era el autor de los asesinatos de las prostitutas que habían enfermado fatalmente a su hijo. Pocos días después, el Dr. Stanley falleció y fue enterrado en el Cementerio del Oeste, la actual Chacarita.

Esta historia trae reminiscencias de otra similar, contada por el periodista del Buenos Aires Herald, Leonard Matters, incluida en su libro El misterio de Jack, el Destripador, editado en 1929. Matters cuenta que un exdiscípulo de un tal Dr. Stanley, fue convocado de urgencia al hospital, a la cama 58, donde se encontraba este gravemente enfermo. El médico llegó a tiempo para que el Dr. Stanley confesara que él era Jack, el Destripador. Matters alude a otra fuente, Mr. North, que aseguró que cierto médico, cuya esposa e hijo habían muerto, era el asesino de Whitechapel.

Bajarlía estaba convencido que Jack había muerto en la Ciudad de Buenos Aires, a los 75 años, en un hotel de la calle Leandro N. Alem, frente a la plaza Mazzini, hoy Roma, una mañana lluviosa de octubre de 1929.

No podemos terminar este trabajo sin recordar que, en 1910, varios detectives de Scotland Yard —con autorización del gobierno argentino— llegaron a Buenos Aires con la finalidad de hallar rastros que les permitieran dar con el famoso asesino serial. Se fueron con las manos vacías.

El doctor Juan Jacobo Bajarlía junto a Antonio Las Heras,
doctor en Psicología Social, historiador,
escritor y autor de este artículo. 

 

Nota: El doctor Antonio Las Heras fue designado Personalidad destacada en el ámbito cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el 23 de octubre de 2024.

 

 

EL ÉXITO DE VENTAS DEL ÚLTIMO SANT JORDI

Anna Rossell ©

 

Víctor Amela
La hija del capitán Groc
Traducción de Víctor Amela
Ed. Planeta, Barcelona, 2016, 420 págs.

 

Alguien ha escrito que La hija del capitán Groc es el relato de un episodio de la primera guerra carlista “visto a través de los ojos de una niña”. Nada más lejos de la realidad. Estos errores se dan cuando ese alguien, sin haber leído la novela, hace pretendidamente un resumen de ella dejándose llevar por el título. Ciertamente, el título lleva a engaño y corrobora la impresión que el buen lector —el lector crítico— se lleva de la lectura. Claramente, el título se ha elegido para captar la atención del posible comprador del libro sugiriendo una idea que no se corresponde con el contenido. Porque la hija del capitán Groc es para su padre, protagonista de la novela, evidentemente el personaje más entrañable, pero objetivamente es sencillamente un personaje más.

Víctor Amela
Dividida en dos partes, Víctor Amela (Barcelona, 1960), periodista y novelista, narra un episodio de la primera guerra carlista en la comarca del Maestrazgo, centrada en el carismático personaje histórico de Tomás Peñarrocha, apodado El Groc (El Amarillo) por el color mazorca de sus cabellos, hijo del pueblo de Forcall, donde se convirtió en un mito, todavía vivo. La historia relata tres años y medio de una guerra que, tras la derrota de las tropas del general carlista Ramón Cabrera, en 1840, Peñarrocha siguió manteniendo apoyado por un puñado de hombres fieles su causa conservadora —Dios, Patria y Rey— contra los isabelinos, defensores de la constitución liberal de 1837, liderados por el general Juan de Villalonga.

Tal y como nos cuenta Amela en el Epílogo del autor sobre sí mismo (Barcelona, noviembre de 2015), cuyos antepasados provienen de Forcall, él concibió el proyecto de la novela cuando un niño de esta localidad del Maestrazgo despertó su interés al hablarle del Groc y por el hecho de que supo que él mismo era nieto de Pep el Bo, uno de los personajes principales de la historia, hijo del “décimo y último de sus hijos, de nombre Víctor Amela”. El libro, pues, es fruto de una disposición a la investigación autobiográfica que converge, por azar pero afortunadamente en tanto que ofrece material épico, con un periodo de nuestra Historia que aúna ingredientes atractivos tanto para el autor como para los lectores. Sobre todo cuando aún resonaba el merecido éxito de Victus, de Albert Sánchez Piñol, sobre la Guerra de Sucesión en Cataluña, aprovechar la ocasión para proseguir el hilo de los acontecimientos, como los del periodo 1840-1844, podía resultar seductor y asegurar la buena acogida de la novela. Sin embargo, lo que probablemente se pensó como una ventaja se vuelve en su contra. Porque voluntaria o involuntariamente el lector se siente empujado a compararlas, invitado también por el aparato formal con el que el propio Amela presenta el libro. Como en el caso de Victus, Amela acompaña el texto del mapa donde se ubica la acción, de una relación de los personajes reales y de una bibliografía en la que pretende basar su documentación, algunas veces de dudosa justificación. La novela de Víctor Amela no tiene la consistencia ni el interés de Victus. La trama gira en torno a Peñarrocha y sus fieles amigos, y es casi siempre desde su perspectiva desde la que vivimos los hechos bélicos, aunque la voz omnisciente sea la narradora y deje entrever de vez en cuando, para compensar, la crueldad ejercida por el bando carlista contra los isabelinos, gente sin principios y ávida de poder. Los hechos no se presentan nunca con perspectiva y se agotan en la anécdota. El grueso de la novela —toda su primera parte, capítulos 1 al 48— está dedicado fundamentalmente a narrar los episodios de la obstinada lucha a muerte del carlista, que, feroz con el enemigo y tierno con los niños, sabe ganarse reputación de héroe invencible por su inteligencia natural y su valentía y honradez. El hecho de que acabe siendo asesinado por la traición de los suyos acentúa aún más su heroicidad y contribuye a justificar el mito. La segunda parte —capítulos 49 al 52—, que extrae sinópticamente la moralidad de los hechos sangrientos que hemos visto en la primera y pretende compensar repentinamente la parcialidad anterior, se convierte, como un deus ex machina teatral, en una apología pacifista.

Sería injusto no destacar los aspectos positivos de la novela; los tiene: La hija del capitán Groc es un libro de prosa fluida y bien escrito; especialmente remarcable es el catalán de la franja valenciano-aragonesa que hablan sus protagonistas, un placer leerlo en la versión catalana. También los personajes están bien construidos, son verosímiles y tienen su justificación, salvo uno —el suizo buscador de tesoros—, que no encaja en absoluto en la trama y desentona. Pero estas cualidades no hacen una novela tan destacable como para recibir el Premio Ramon Llull 2016 y haber sido uno de los libros más vendidos de Sant Jordi este año. Ya sabemos que las ventas son fruto de una publicidad estratégica y nada tienen que ver con la literatura.

 

 

“UNA VIOLENCIA DE MODALES IMPECABLES”, DE ELIZABETH AUSTER

Luis Benítez ©

 

El pujante sello argentino El Arte de Leer Ediciones acaba de publicar el primer poemario de la autora local, cuyo estilo potente y preciso genera una contundente respuesta emocional y conceptual en sus lectores.

Un rico caudal de sentidos posee Una violencia de modales impecables [1] de la poeta argentina Elizabeth Auster.

Lector, si estás recorriendo estas líneas, tienes que saber que te espera un poemario tan contundente como su mismo título, sólidamente estructurado y del que no puede ser quitada una sola de las cincuenta y seis piezas que lo componen, pues hacerlo desmoronaría toda su compacta construcción, tan bien están concatenadas las unas con las otras.

La prueba irrefutable de lo bien lograda que está la estructura de un poemario —aquello que lo distingue de una colección de poesías meramente reunidas bajo un mismo título— es que puede el conjunto ser leído como un solo poema a lo largo de su entera extensión, condición que Una violencia de modales impecables posee de un modo innegable. Versos de una más que notable precisión y parejamente escandidos, que siendo de tipo libre no por eso carecen del mérito sutil de un ritmo sostenido por el sonido mismo de las palabras. Prueba leerlos en voz alta, posible lector, y vas a comprobar qué cierto es todo lo anterior.

Piezas que, cuando son breves, alcanzan una concisión casi epigramática, jalonan este acierto de la autora, al tiempo que se combinan con otras más extensas que vienen a ampliar todavía en mayor medida la polisemia disparada por las anteriores. Y la economía de recursos, hábilmente empleada y meditada: no hay en Una violencia de modales impecables ninguna de esas estruendosas imágenes y metáforas de mero valor decorativo —lo que en poesía viene a significar ninguno— que tantas veces estropean el discurso mejor intencionado. Decía Ernest Hemingway que un autor debe saber asesinar a sus amistades por más queridas que ellas sean, en referencia a la necesidad de depurar lo escrito de arabescos y filigranas inútiles. Este poemario demuestra que Elizabeth Auster sí lo sabe hacer, para dejar en hueso sus escritos a fin de que se trasluzca la médula misma de lo que atrapa en sus versos.

Cada poemario bien logrado es un espejo donde el lector se mira para “traducir a su propia lengua” cuanto percibe en las páginas que va recorriendo, para llevar a la interpretación personal lo manifestado o aludido por el poeta. Se torna coautor, pero siempre y cuando quien escribió le dé la oportunidad de contar con disparadores de sentidos, le brinde puntos de partida. Auster es generosa también en este aspecto: su trabajo atraviesa rápidamente la sensibilidad de quien lo lee, ingresa por una doble vía, la conceptual en simultáneo con la emocional, y el resultado es un impacto muy fuerte tanto en el intelecto como en la emotividad, originando una identificación prácticamente instantánea.

Y cuanto ella nos refiere, nos insinúa o elude decirnos -la ausencia es la manera más poderosa de que algo esté presente- va armando en nosotros un dibujo indeleble. Es el de la condición humana, la suya y la nuestra, la de todos, en un mundo como el actual, el de todos los días, donde la violencia está aparentemente fuera del sujeto, acertada estrategia para esconderse mejor dentro de nosotros mismos. De esa violencia que nos posee, latente o en interacción, parte este poemario para revelarnos quiénes somos, sobre la base aquella que muchas veces no queremos ver, aunque nos constituye.

Estas medianas palabras apenas dicen algo sobre lo que vas a leer, probable lector. Todo lo demás lo agrega Elizabeth Auster y lo hace, definitivamente, mucho mejor.

 

La autora


Elizabeth Auster
Elizabeth Auster nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 1974, pero reside desde hace décadas en Mendoza, capital de la provincia argentina del mismo nombre, donde se desempeña como periodista cultural en los medios radiales y televisivos de la Universidad Nacional de Cuyo. Poeta, narradora y antóloga, colaboró en distintas revistas literarias de su país y del exterior, entre ellas Morimbia, en Página de Poesía y también ejerció la crítica literaria para la editorial argentina Nueva Generación y La Sombra del Membrillo, de España. Como antóloga, ha publicado sus compilaciones en Argentina, España, Francia y el Reino Unido. Varias de sus piezas poéticas fueron llevadas al griego por el poeta, académico, traductor, hispanista y ensayista Stelios Karayanis (1956). Participó en la antología
Silenciadxs pero no silenciosxs, editada por Fanzinera del Sur, Mendoza, Argentina, 2019. Es sobrina-nieta del escritor estadounidense Paul Auster, recientemente desaparecido (1947-2024).

 

[1] El Arte de Leer Ediciones, ISBN 978-631-00-5374-5, 79 pp., Las Heras, Provincia de Mendoza, Argentina, 2024. https://www.elartedeleer.com.ar/. El volumen, como libro digital y PDF, puede ser solicitado consignando su nombre completo y su teléfono al correo electrónico: textualidea@gmail.com

 

 

LA PELÍCULA TROYA A LA LUZ DE HOMERO Y OTROS AUTORES ANTIGUOS 

Héctor Zabala ©

 

Troya (Troy, en su versión original en inglés) es una película épica angloamericana dirigida en 2004 por Wolfgang Petersen y la participación de Brad Pitt (como Aquiles Pelida), Eric Bana (Héctor Priámida), Sean Bean (Odiseo de Ítaca), Diane Kruger (Helena de Esparta), Orlando Bloom (Paris Priámida), Peter O'Toole (rey Príamo), solo para citar algunos de sus actores principales.

Aunque en la presentación para el cine dice basarse en la Ilíada de Homero, lo cierto es que incluye además partes de la Odisea, de la Eneida de Virgilio y de otras fuentes antiguas, aunque de manera muy desprolija.

Por de pronto, la Ilíada concluye con los funerales del príncipe Héctor, jefe militar de los troyanos, pues, caído este en combate, era solo cuestión de tiempo que la ciudad cayera también. No olvidemos que Homero canta a gente de ambos lados del mar Egeo y de sus numerosas islas, quienes conocían mucho de esa historia a través de aedos trotamundos o de tradiciones familiares de siglos. El final quedaba sobreentendido, no había necesidad de que el eximio poeta lo volviera a contar.

Sin embargo, la película Troya opta por una versión libre (demasiado libre para mi gusto) pues el guion difiere muchísimo con lo que sabían los antiguos de la historia de la campaña contra Ilión (Troya), que es eso lo que significa la palabra Ilíada.

 

HOMERO Y LA ILÍADA

Homero nos perfila muy bien en la Ilíada los personajes históricos y sus respectivos anhelos:

Helena: Esposa de Menelao, se deja seducir por el príncipe troyano Paris en un hecho más propio de una adolescente que de una reina respetable. Escapa de Esparta con cuantiosos bienes personales.

Menelao Atrida: Pretende recuperar a su esposa y también el respeto de los otros reyes aqueos.

Agamenón Atrida: General en jefe de todos los ejércitos aqueos contra Troya, hermano del anterior. Es ambicioso y déspota; los hombres bajo su mando no lo aprecian, apenas lo soportan. Aprovecha el escándalo del rapto de su cuñada Helena para convencer a todo el mundo aqueo de hacerle la guerra a la sacra ciudad, con el fin de saquearla y destruirla.

Aquiles Pelida: El “eácida”, rey de Ftía y de los mirmidones. El mejor guerrero de los aqueos, busca la gloria y con eso la inmortalidad de su nombre.

Ayax Telamón: Rey de Salamina, isla cercana a Atenas. De físico enorme, es el guerrero aqueo más fuerte y hábil después de Aquiles.

Patroclo: Hijo de Menecio, amigo de Aquiles y oficial de los mirmidones.

Odiseo Laertiada: Rey de Ítaca, isla del mar Jónico, al sudoeste de Grecia. Es el héroe más astuto de los aqueos. Es quien tiene la idea de construir el caballo de madera, detalle que se indica en la Odisea.

Néstor Neléyada: Rey de Pilos, ciudad al sudoeste del Peloponeso. El más viejo de los aqueos. Excelente consejero y organizador de las falanges aqueas.

Paris Priámida: Llamado también Alejandro. Solo le interesa tener la mujer más bella del mundo conocido, a quien seduce y rapta. No le importa las consecuencias que eso puede acarrear a su familia y a su patria.

Héctor Priámida: Hermano del anterior, general en jefe del ejército troyano y de sus aliados. Es el paradigma del patriota, dispuesto a defender hasta la muerte a su familia y a su pueblo.

Príamo, hijo de Laomedonte: Rey ecuánime y bondadoso de Troya, padre de Héctor, Paris y varios hijos más. Le da la bienvenida a Helena arriesgando a todo su pueblo tolerando el capricho a su hijo Paris.

Briseida, hija de Brises o Briseo: Viuda del rey Mines de Lirneso (ciudad cercana a Tebas Hipoplacia en la Tróade al este del golfo Adramiteno). Fue capturada por Aquiles en el transcurso de la guerra de Troya, y le había sido dada como botín de guerra.

Criseida: Hija de Crises, sacerdote de Apolo en el templo de la isla de Ténedos al este del mar Egeo frente a la Tróade. Era prima de Briseida, pues Brises y Crises eran hermanos. También capturada por Aquiles, le había sido dada a Agamenón como botín.

Casandra: Hija de Príamo, sacerdotisa de Apolo. Profetiza la caída de Troya, por la desgracia de cobijar a Helena, y advierte que el caballo de madera es una trampa, pero nadie le cree.

Andrómaca: Cónyuge de Héctor. Excelente esposa y madre, toda una dama que aguanta con valor las vicisitudes de una guerra.

Más allá de que el historiador Heródoto (Halicarnaso, 484 a.C. - Turios, 425 a.C) haya dudado de que Helena fuera a estar alguna vez en la ciudad de Ilión (Troya), pues razonó que la hubieran devuelto a Menelao antes de soportar un asedio horroroso de diez años (él pensaba que Helena siempre había permanecido en Egipto), tanto la película Troya como Homero en la Ilíada, coinciden en que la guerra fue consecuencia del rapto no resuelto. Pero debe ser en una de las pocas cosas básicas en que están de acuerdo.

 

UNA PREGUERRA DEMASIADO DUDOSA

La película comienza con un acierto: ubicar las acciones alrededor del año 1200 a.C. La guerra de Troya (en realidad, la segunda guerra, pues según un catálogo de libros de la perdida biblioteca de Alejandría habría habido dos, una cuando Príamo, rey de Ilión, era joven y esta cuando ya era anciano) se ha fijado circa de los años 1194 al 1184 a.C., según el parecer de diversos historiadores y arqueólogos,

Pero, lamentablemente, el sometimiento de los tesalios al rey de hombres, Agamenón Atrida, parece ser puro invento de los guionistas del film. Uno puede consultar cualquier enciclopedia especializada y no va a encontrar los nombres de Triopes, supuesto “rey tesalio”, ni de su campeón, Boagrio. Este último nombre refiere a un río de Beocia, ni siquiera de Tesalia. Tampoco aparece el héroe Boagrio en la mitología griega ni se tiene noticia de un supuesto enfrentamiento individual de este con Aquiles, tal como se muestra en los primeros tramos de la película.

Fig. 1. Film Troya. El supuesto campeón Boagrio enfrentando a Aquiles.
Nótese que se presenta al enfrentamiento individual sin armadura, ni siquiera con casco.


No conformes con este invento, los realizadores del film hacen que el campeón tesalio se presente sin armadura (es más, casi sin ropa) a combatir contra Aquiles que lleva armadura completa. El Pelida termina con el rival en su primer ataque. Boagrio parece más un luchador de catch as catch can que un verdadero guerrero de la edad de bronce (ver figura 1). La escena es muy estética, pero para nada creíble.

En el Catálogo de las naves (Ilíada) figuran algunos contingentes tesalios como aliados de Agamenón (vgr. de Yolcos, Fílace, Feras y Piraso; ver Iliada, rapsodia II, versos 695-715), pero la importante ciudad de Larisa en Tesalia y todos los pelasgos combatieron a favor de los troyanos (II, versos 840-843).

Cabe suponer que Agamenón nunca sometió a los tesalios en su totalidad como sugiere la película (ni tampoco a ninguna parte de ellos): de haberlo hecho habría tenido a su disposición miles de caballos para sus carros de guerra. De hecho, no había un “rey de Tesalia” (como se asegura en el film), pues esta región no estaba unificada bajo un único monarca, sino que se trataba de ciudades-estado como ocurría en el resto del mundo helénico.

Para colmo, las escenas fílmicas referidas a esta supuesta guerra previa entre Agamenón y “el rey de Tesalia” están llenas de errores. Los tesalios utilizan grandes contingentes de infantería al igual que sus rivales argivos y aparecen unos poquísimos oficiales montados a caballo. Todo esto aunque Tesalia era famosa por la cría de caballos y en gran parte llana como para poder maniobrarlos. Solo Agamenón y el rey rival disponen de sendos carros de guerra. Sin embargo, los caballos no son para nada briosos, creo que los animales utilizados en sus carros de reparto por los lecheros que alcancé a conocer en mi infancia tenían más energía que estos “corceles” del film (ver figuras 2 y 3).

Si bien en algunos bajorrelieves de origen arqueológico se ven carros con ruedas de cuatro rayos (también los hay de mayor número), Homero sugiere que poseían ocho rayos al hacer su analogía con los carros divinos (Ilíada, V, 723).

 

Fig. 2. Film Troya. Agamenòn y su auriga contra el supuesto "rey de Tesalia"..
Nótese que la lanza del carro supera por error el largo de los caballos y estos no son nada briosos.

Los carros de guerra de los antiguos aqueos y troyanos, según Homero, disponían de una lanza muy corta de la que partían los correajes que uncían a los caballos, sujeción para nada ceñida, sino más bien suelta. Esta forma singular de arnés le daba mucha maniobrabilidad al carro, al punto que ser auriga por aquellos años no era oficio para cualquiera: requería habilidad extrema para mantener la verticalidad del carruaje cuando los corceles galopaban al máximo y era necesario un inmediato cambio de frente. En la película, las lanzas de los carros de guerra, por el contrario, superan el largo de los caballos (ver figuras 2 y 3), algo más propio de una pesada carreta de carga que de un rápido carro de combate.

 

Fig. 3. Film Troya. Triopes, supuesto "rey de Tesalia" con su auriga en el carro de guerra.
Nótese que la lanza del carro supera por error el largo de los caballos y estos no son nada briosos.

 

UN TRATADO DE PAZ ALGO DUDOSO

En el film, Héctor y Paris Alejandro, hijos del rey Príamo, van a Esparta para convenir un tratado de paz y en tales circunstancias el menor de los dos hermanos rapta a Helena, esposa de Menelao.

Sin embargo, los versos 288 al 292 de la rapsodia VI de la Ilíada dicen: Mientras tanto bajó ella [Hécuba, madre de Héctor y Paris] al fragante aposento, allí donde / se guardaban los peplos bordados que hicieron las siervas / que se trajo una vez de Sidón el deiforme Alejandro / en el mismo viaje, a través de la mar anchurosa, / en que a Helena se trajo también, la de padres muy nobles.

Es decir, el rapto de Helena, según Homero, fue durante un viaje de negocios realizado por Paris a Sidón (Fenicia), cosa mucho más creíble que en medio de una embajada especial a Esparta para firmar un tratado de paz.

Homero no menciona que Héctor haya viajado con Paris y ambos se hayan traído a Helena en el mismo barco como nos cuenta la película. Eso no tiene ningún sentido. Un hombre tan responsable como Héctor no se hubiera permitido ser cómplice de semejante locura, y mucho menos en oportunidad de una visita diplomática.

Por otra parte, no hay ningún antecedente antiguo que nos hable de algún enfrentamiento previo entre Esparta y Troya que justificara el pretendido tratado de paz.

 

 

UNA PTÍA DEMASIADO MARÍTIMA

Ftía o Ptía era una región de Tesalia meridional gobernada por Aquiles, pero la Ilíada sugiere que no tenía acceso al mar, que estaba más bien como “escondida” detrás de montañas. Veamos.

Aquiles enrostra al ambicioso Agamenón las siguientes palabras, haciendo alusión a los troyanos: No han robado mis vacas y no me robaron corceles, / ni en la fértil Ptía jamás mi cosecha arrasaron / pues levántanse muchas montañas umbrosas entre ellos / y nosotros, y entre ambos se extienden las ondas sonoras (I, 154-157). Probablemente, se refiera al monte Otris, que no se encuentra muy cerca del mar.

Sin embargo, en la película, Ptía (Phtia, en inglés) es una especie de promontorio o isla que tiene mar hacia todas partes (ver figura 4).

Fig. 4. Film Troya. Ftía en Tesalia meridional. La imagen no se corresponde
mucho con lo descrito por Homero en la Ilíada (rapsodia I, versos 154 a 157).


 

LAS PRIMERAS ACCIONES DE LA GUERRA CONTRA TROYA

En la película, Aquiles con sus mirmidones toma la costa tróade el primer día de la campaña, algo que no se compadece con la buena táctica, pues los desembarcos siempre se intentan masivos a fin de asegurarse la cabeza de playa con un mínimo de bajas. De paso, lo hace contra la voluntad de Agamenón, el comandante máximo. Esta avanzada prematura del Pelida no aparece en la Ilíada. En esta, tampoco se menciona que haya existido un templo de Apolo en dicha costa egea a unos seis kilómetros de la ciudad de Troya, tal como si se tratara de un templo dedicado a Poseidón.

         Y en este templo inventado, a un jefe prudente como Héctor los realizadores de la película lo hacen caer en una emboscada pueril donde muere todo su contingente a manos de Aquiles y sus hombres. Todo esto para justificar un diálogo entre ambos héroes. Rodeado Héctor por los mirmidones, Aquiles no solo no lo toma prisionero ni lo mata, sino que lo deja volver a Troya porque “la guerra comenzará mañana” (sic).

         La Ilíada nos dice que quien primero desembarcó en las playas de Troya fue el héroe Protesílao de Fílace, que en cuanto saltó de la nave fue muerto por un dárdano (II, 695-710). No fue Aquiles al frente de sus mirmidones, de ninguna manera, el que primero pisó tierra troyana.

Hay otros errores notables en la película, como el de mostrar una fuerte caballería montada de parte de los troyanos. Si bien al príncipe Héctor se lo llama el domador de caballos (no es al único que se lo apoda así), en la Ilíada no hay tal cosa, solo carros de guerra. La de Troya fue esencialmente una guerra de hoplitas contra hoplitas, es decir de infantería. A esto se agregaba cierta cantidad de carros para conducir a los héroes al combate o bien para facilitar la organización de las falanges de un extremo a otro. Pero no hay sugerencia en el texto de Homero sobre jinetes armados y montados al estilo de los cuerpos de caballería que en tiempos posteriores utilizaran generales como Alejandro Magno (siglo IV a.C) y hasta épocas tan modernas como el siglo XIX o principios del XX de nuestra era.

Creo también que en el film es un error que Agamenón se encuentre a derecha de su auriga mientras “el rey tesalio” está a izquierda del propio, cuando con seguridad habría una costumbre generalizada entre todos los reyes aqueos impuesta como norma protocolar.

Si lo pensamos bien, el ataque de los aqueos a Troya era de esperarse. Raptar a una reina no era poca cosa. En aquel tiempo (y mucho después también), no era como hoy que uno toma un avión hacia cualquier parte del mundo y se queda unas horas de visita para luego tomar otro de regreso. No, los visitantes se alojaban semanas o meses y compartían la mesa del noble que los recibía en su palacio, creándose así un lazo de confianza tal, que bien podría asimilarse al de un padre con un hijo. Insultar esa confianza era violar las normas de hospitalidad del anfitrión, detalle tan caro a la religión olímpica que equivalía a un sacrilegio.

Era de esperar, por ende, la reacción de Menelao, apoyado por su poderoso hermano Agamenón (entre ambos dominaban el Peloponeso). Por otra parte, mercaderes que llegaban a Troya con seguridad debieron comentar que se preparaba una gigantesca alianza aquea para vengar la enorme afrenta.

De ahí que otro error del film es que los civiles dispersos por los campos acudan a refugiarse en la ciudad de Ilión (Troya) entrando por la puerta principal, puerta por donde también sale la caballería troyana para ir a combatir a los invasores aqueos.

Reconozco el gran esfuerzo de los realizadores para dar imágenes estéticas: patriotismo militar por un lado y desesperación civil por el otro. El problema es que desde el punto de vista táctico no son para nada creíbles. En la película, todo parece muy improvisado de parte de los troyanos, pese a que habían tenido tiempo más que suficiente para prepararse. Ninguna fuerza de caballería montada (en el caso de que entonces la hubiese habido, aunque a nadie le consta) saldría al galope a formarse en paralelo delante de la muralla troyana, siendo que el enemigo se encontraba desembarcando todavía a unos seis kilómetros de distancia. Ningún oficial experimentado sometería a los caballos a un agotamiento tras galopes innecesarios; cuanto mucho saldrían siempre al trotecito y en perfecta formación. Un rey prudente como Príamo y un jefe experto como Héctor habrían ordenado con mucha antelación que los civiles del campo debían entrar por puertas distintas a la que usarían los militares en sus salidas contra el enemigo.

De paso, cabe señalar otro error. Las murallas de Troya se levantan sobre un llano demasiado uniforme en la película, cosa que no se compadece con la arqueología del lugar ni con la tradición histórica de la época, que buscaba colinas donde levantar ciudades por un elemental sentido de defensa. A tres cuarto de hora de la película, Héctor ve las naves aqueas en el horizonte desde un balcón de su palacio, no desde las altas torres de vigilancia de la ciudad. En la escena no parece que la costa troyana estuviera a seis kilómetros, como nos asegura la arqueología, sino a mucho menos.

Otro error es que Homero en la Ilíada se la pasa cantando de las negras naves de los aqueos, entre otras la de Aquiles, pero en el film esta nave y muchas otras se ven de color castaño (ver figura 5).

Fig. 5. Film Troya. Nave aquea
Nótese que no es negra, como dice la Ilíada, sino de color castaño.

 

UN SACRILEGIO INAUDITO

En la película se comete otro error gravísimo haciéndole decapitar a Aquiles la estatua de Apolo y permitiendo que sus hombres maten a todos los sacerdotes de su templo.

Ningún aqueo habría hecho eso. Apolo por entonces era un dios adorado por muchos helenos. Incluso tenía templos en Delos, en Crisa y en Ténedos, como mínimo. Un hecho como el que se ve en esa escena fílmica habría sido un acto sacrílego, pasible de castigo por parte de su superior, digno del oprobio de su gente y hasta de la maldición de la clase sacerdotal propia.

En la Ilíada, por el contrario, Aquiles aparece como muy respetuoso de Apolo, con temor reverencial hacia ese dios. Incluso es el principal partidario de devolver a la joven Criseida a su padre Crises, sacerdote de esa deidad.

Es más, el respeto religioso de Aquiles en el texto homérico no se limita solo a Apolo, sino que se extiende a todos los dioses. Esto queda confirmado claramente en los versos 216 a 218 de la rapsodia I, cuando el propio héroe declara: “Necesario es, ¡oh, diosa!, acatar vuestras órdenes / todas. Pues sin duda es mejor, aunque mi corazón esté airado; / que benignos se muestran los dioses a quien los acata.”

En cambio, en el film se quiso dar la idea de un Aquiles “superado”, de un tipo que se las sabe todas. Por ejemplo, cuando se pone en sus labios durante su diálogo con Briseida estas palabras: “Sé mucho más de los dioses que tus sacerdotes, yo los he visto”, haciendo obvia referencia a su madre Tetis. Pero todo este escepticismo, pretendidamente ingenioso de los guionistas, olvida que un héroe micénico tenía que ser un ejemplo a seguir por sus subordinados y que el respeto religioso no era un asunto menor.

 

 

SOBRE UN PAR DE PRIMAS Y CÓMO NOS AHORRAMOS UNA ACTRIZ BONITA Y UN VIEJO SACERDOTE

La Ilíada nos cuenta (I, 365-369 y II, 688-694) que Aquiles capturó a Briseida en Lirneso al conquistar la ciudad de Tebas Hipoplacia (Tróade); de ninguna manera en un templo costero de las playas egeas troyanas como aparece en el film.

La isla de Ténedos se encuentra frente a la Tróade, hacia el sur, apenas a unos 16 kilómetros de la playa troyana donde atracaron las naves aqueas. Todo esto refiere al actual territorio de Turquía, al noroeste de Asia Menor. De ahí, que la distancia entre Ténedos y el campamento aqueo fuera factible de hacerse a pie en menos de un día. Según la Ilíada (I, 8-32), Crises fue a reclamarle a Agamenón la devolución de su hija Criseida, petición a la que este rey no solo se negó, sino que además lo amenazó de muerte en caso de volverlo a ver por ahí. En su camino de regreso, el sacerdote invoca a Apolo (I, 34-42) y se desata una peste en el campamento aqueo (I, 43-52) que diezma las fuerzas argivas.

En la película Troya, Criseida no existe y Crises tampoco, y Briseida es una virgen sacerdotisa de Apolo (?) que sirve en el templo que los guionistas nos ponen arbitrariamente en las playas egeas muy cercanas a Troya. Porque para inventar sin necesidad, hay que inventar en grande, eso sí.

Y no conforme con esta desviación del texto homérico, en el film se comete otro error mayor: la captura de Briseida ocurre el primer día de la campaña, aunque Homero es muy claro al sugerirnos que Criseida y Briseida fueron capturadas por Aquiles y sus mirmidones ya avanzada la guerra. Según la Ilíada, Aquiles no se niega a luchar desde la noche del primer día de la invasión sino mucho después. De lo contrario, no hubiera tomado y saqueado a Tebas Hipoplacia, por pedido del propio Agamenón durante el curso de la guerra.

Para colmo, en la película, Briseida es prima de los hijos del rey Príamo (así la saluda Paris al encontrarse con ella en ocasión de presentar a Helena a la corte troyana), parentesco que no aparece en ningún texto antiguo. Tampoco Briseida era una doncella, como nos pretende contar el film, sino la joven viuda del rey Mines de Lirneso, según la antigua tradición griega.

La Ilíada nos dice que como consecuencia de la peste desatada en el campamento aqueo, Aquiles reúne en asamblea a todos los jefes (I, 54) y de común acuerdo deciden que Agamenón devuelva a Criseida a su progenitor para aplacar las iras del dios Apolo (I, 141-147). Odiseo se encarga de devolverla sana y salva, sin mediar rescate, ofreciendo un gran holocausto de reses al dios (I, 308-317). Pero luego Agamenón, en un acto de despotismo y perversidad, obliga al jefe de los mirmidones a que le entregue en compensación a Briseida y eso provoca la cólera de Aquiles (I, 345-348). Como resultado, Aquiles decide no participar más con sus soldados en la guerra hasta que le devuelvan a su amada, cuestión bien descrita en las rapsodias I y II de la Ilíada.

Fig. 6. Rose Byrne
En la película Troya, en cambio, al no existir Criseida ni Crises, Agamenón se apodera por puro capricho de Briseida en un acto sin ninguna explicación mayor. De ahí que el texto de Homero tenga mucho más sentido que el de los guionistas.

Cabe aclarar que Briseida y Criseida no solo fueron parte de la historia contada por Homero en su poema, sino que después quedaron como arquetipos de la belleza helénica. Briseida era una hermosa joven (I, 323), rubia (II, 689); en tanto que Criseida, una preciosa morocha de tez blanca. En la elección de la actriz morocha que hace de Briseida, la australiana Rose Byrne —que trabaja muy bien, incluso eclipsando el papel de Helena—, por ende, se comete otro error fílmico respecto de la tradición literaria griega. Los realizadores ni siquiera se molestaron en teñirla adecuadamente de rubia (ver figuras 6 y 7).

Fig. 7. Film Troya. Briseida (Rose Byrne) y Aquiles (Brad Pitt)
Como se puede ver, solo Aquiles es rubio, pese a lo que diga la Ilíada.


MUERTES DE HÉROES QUE NO CORRESPONDEN, SEGÚN HOMERO Y OTROS AUTORES ANTIGUOS

En la Ilíada se relata el enfrentamiento individual entre Paris Alejandro (el príncipe que raptó a Helena y dio motivo a la guerra) y Menelao, rey de Esparta, marido de aquella (III, 314-382).

La Ilíada nos cuenta que Menelao desarmó a su rival y lo arrastró por el suelo tomándolo del casco crinado, que la propia correa y el casco ahogaban así al troyano, todo con miras de acabar con su vida (III, 369-372). La correa se corta y Homero poéticamente le da el crédito de esa rotura a la diosa Afrodita (III, 374-375), accidente que aprovecha Paris para escapar y refugiarse en la ciudad.

Los guionistas de la película, en cambio, no se conforman con esa huida cobarde del príncipe troyano, sino que intentan una lucha más dramática que la cantada en la Ilíada, aunque el poema ya de por sí es bastante dramático. Inventan que Menelao hirió a Paris en el muslo izquierdo, hecho que no aparece en la Ilíada ni en ningún otro texto antiguo. Pero omiten que a Menelao se le rompe la espada en cuatro pedazos al golpear el casco del troyano, según el texto homérico (III, 361-363).

En el film tampoco se mide el campo del duelo ni se cumplen los juramentos de práctica (con libaciones y sacrificios) ni se hace comparecer como garantía al rey Príamo ni se sacan suertes de un casco para determinar el orden del lanzamiento de las jabalinas, cuestiones bien detalladas por Homero en esa misma rapsodia III. Y para colmo, lo hacen intervenir a Héctor, que no se entiende por qué está en un campo donde solo debieron quedar los dos contendientes (ver Ilíada, III, 245-325). Y Héctor, violando los juramentos (¡otro acto sacrílego!), mata a Menelao para evitar la muerte inminente de su hermano. Pero esta muerte prematura de Menelao, inventada por los guionistas, no le permitiría entender al espectador cómo cuernos este rey recibirá, ya terminada la guerra, en la ciudad de Esparta a Telémaco, que venía inquiriendo noticias sobre su padre Odiseo, detalle bien descrito en la Odisea de Homero en la rapsodia IV.

No conformes con matar a Menelao, los guionistas nos matan también a Ayax Telamonio o Ayax el Mayor, rey de Salamina, isla cercana a Atenas. En efecto, en el film el príncipe Héctor lo mata en combate, cosa que no aparece en la Ilíada. En la rapsodia VII de este poema, la lucha entre Héctor y Ayax se da a través de otro duelo individual, donde se vuelve a demarcar el campo y a cumplir con los juramentos y ritos de práctica. Los dos campeones no logran sacarse ventaja y esto lleva a decidir la suspensión del combate al avecinarse la noche. Quedan amigos o, al menos, como reconocidos y respetables adversarios uno del otro. Y coronan su amistad intercambiando regalos.

Pero de creerse en la película, el espectador que se interese por las obras de Sófocles, no entenderá cómo pudo escribir este autor su tragedia Ayax, en la que se cuenta que este héroe aqueo, concluida la guerra de Troya y tras un acto de locura porque no le fue concedido el honor de heredar las armas del difunto Aquiles, termina suicidándose con la espada que gentilmente le regalara el troyano Héctor. ¡Así, nos enteramos que un muerto puede suicidarse tranquilamente después de morir en combate!

Casi al final de la película, los guionistas nos matan también al mismísimo Agamenón cuando los aqueos logran penetrar en la ciudad de Troya, tras el ardid del caballo de madera descrito por Homero en la Odisea.

Esta muerte de Agamenón dentro de Troya es ignorada por cuanto texto griego antiguo se quiera consultar. Así que todo espectador interesado en las obras de Esquilo, de Sófocles y de Eurípides no entenderá, en su calidad de lector de estos clásicos, cómo es que la esposa de Agamenón y hermana de Helena, la reina Clitemnestra, logra asesinar a su marido al volver a casa (¿se puede matar a un muerto?, ¡parece que sí!). Ni tampoco entenderá por qué Electra y Orestes, hijos de Agamenón, se toman el trabajo de vengarse de su madre y del usurpador del trono micénico, su tío Egisto, amante de su madre. La muerte de Agamenón a manos de Egisto y Clitemnestra también es relatada por Homero en la Odisea (III, 247-312).

Otro error fílmico evidente es el lugar de la muerte de Aquiles. Los realizadores acertaron en hacerlo morir de un flechazo en el talón, disparado por Paris. Pero se sabe que el héroe cayó en las puertas Esceas, no dentro de la ciudad de Troya.

Durante la evacuación cinematográfica de Troya, Paris se saluda con Eneas como si se tratara de un primo lejano que acaba de conocer, cuando la rapsodia V de la Ilíada nos muestra que era un destacado caudillo dardanio, conocido por todos los troyanos, muy cercano al príncipe Héctor. Según otros textos griegos, Eneas estaba casado con Creúsa, una de las hijas de Príamo, por lo que habría sido cuñado de Paris en vez de primo de este.

En el film, Paris se sale con la suya, se queda con Helena y ambos logran huir quien sabe dónde. Así que todo espectador de la película que luego se interese por la Odisea, no entenderá cómo Helena se sienta muy oronda al lado de su esposo Menelao (que la terminó perdonando) para recibir en palacio al joven Telémaco, hijo de Odiseo, que solicitaba noticias sobre su padre.

Después de ver que en la película mueren Agamenón, Menelao y Ayax Telamónico, tres héroes que llevaban el peso de la guerra, además de Aquiles, uno se pregunta… ¡si no habrán sido los troyanos los que ganaron la guerra y si Homero más todos los autores griegos de la antigüedad nos mintieron descaradamente!

 


REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 60 – Diciembre de 2024 – Año XV

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“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm

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