jueves, 13 de junio de 2024

REALIDADES Y FICCIONES

—Revista Literaria—

Nº 58 – Junio de 2024 – Año XV

ISSN 2250-4281 – Edición trimestral


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indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Colibrí con atardecer
Mónica Villarreal, 2024

(Mixta sobre papel, 14" x 11")
 

Sumario

• Nostalgias y lamentos: epígonos argentinos de Jorge Manrique. (Fernando Sorrentino)

• Kopano Matlwa, una voz joven de la literatura sudafricana postapartheid. “Agua pasada. (Anna Rossell)

• “Cuentos de mujeres leves” de Irma Verolín. (Luis Benítez)

• La voz de la voz. A propósito de Eisejuaz de Sara Gallardo y La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera. (Valeria Badano e Imanol Zuloaga)

• Prohibido nacer, mucho más que un libro de memorias. Prohibido nacer" de Trevor Noah. (Anna Rossell)

• “La casa de los susurros” de Fabiana Galcerán. (Luis Benítez)

• Sobre ceros y calendarios. (Héctor Zabala)

Nuevo colaborador de Realidades y Ficciones

            Imanol Zuloaga, Luján (Provincia de Buenos Aires), Argentina

 

NOSTALGIAS Y LAMENTOS: EPÍGONOS ARGENTINOS DE JORGE MANRIQUE

Fernando Sorrentino ©

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?
Jorge Luis Borges en el poema “El tango”.

Las admirables Coplas por la muerte de su padre (1476), de Jorge Manrique (1440-1479), constan de cuarenta estrofas. Los primeros seis versos de la decimosexta suelen citarse como paradigma del tópico literario denominado ubi sunt (“¿Dónde están?”), consistente en evocar con nostalgia hechos o personas del pasado que han dejado de existir:

                ¿Qué se hizo el rey don Juan? [1]
                Los infantes de Aragón
                ¿qué se hicieron?
                ¿Qué fue de tanto galán,
                qué fue de tanta invención
                que trujeron?

El final de la estrofa siguiente recuerda el brillo y la gracia que se imponían en aquella corte:

                ¿Qué se hizo aquel trovar,
                las músicas acordadas
                que tañían?
                ¿Qué se hizo aquel danzar,
                aquellas ropas chapadas [2]
                que traían?

Hasta aquí Manrique en el siglo XV y en España.

 

Sin embargo, no resulta difícil advertir manifestaciones del ubi sunt en algunas composiciones de las letras argentinas. Doy por sentado que ha de haber muchísimas, pero las que ahora acuden a mi memoria son las siguientes.

 

José Hernández (1834-1886)

En El gaucho Martín Fierro (1872):

                Yo he conocido esta tierra
                en que el paisano vivía
                y su ranchito tenía
                y sus hijos y mujer…
                Era una delicia el ver
                cómo pasaba sus días (II:133-138).

A partir de esta sextina y hasta el verso 252 se extiende la melancólica descripción de la vida feliz que llevaban los gauchos en aquella época (que, según creo, es la del gobierno de Rosas):

                Venia [3] la carne con cuero,
                la sabrosa carbonada,
                mazamorra bien pisada,
                los pasteles y el güen vino…
                Pero ha querido el destino
                que todo aquello acabara (II:247-252).

En la segunda estrofa del canto III ratifica lo expuesto largamente en el canto anterior:

                Sosegao vivia [4] en mi rancho
                como el pájaro en su nido;
                allí mis hijos queridos
                iban creciendo a mi lao… (III:295-298).

Y termina con la reflexión que define exactamente la esencia del ubi sunt:

                Sólo queda al desgraciao
                lamentar el bien perdido (III:299-300).

 

Olegario Víctor Andrade (1839-1882)

En el agradable romance “La vuelta al hogar” verifica que, por fortuna, nada ha cambiado en su antiguo hogar. Es un ubi sunt al revés: celebra que no se hayan producido cambios:

                Todo está como era entonces:
                la casa, la calle, el río,
                los árboles con sus hojas
                y las ramas con sus nidos.

Tras este promisorio comienzo se extiende una profusa y detallada descripción del lugar, hasta que el poeta lamenta, bastante lóbrego, la pérdida de su juventud:

                Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
                no ya contento y tranquilo,
                con arrugas en la frente
                y el cabello emblanquecido.

Concluye exponiendo el contraste entre la noble perduración de su antiguo hogar,

                ¡Ah!, todo está como entonces,

y las modificaciones, de índole tremendista, experimentadas en su persona:

                Sólo el niño se ha vuelto hombre,
                ¡y el hombre tanto ha sufrido,
                que apenas trae en el alma
                la soledad del vacío!

 

Rafael Obligado (1851-1920)

Mucho más diestro y rico en calidad poética que Andrade, no se privó Obligado de expresar algunos lamentos sobre lo borrado por el paso de los años.

Así, en “Las quintas de mi tiempo” (1885) empieza con una comparación doliente (“¡ay, dolor!”) sobre el presente y el pasado:

                Éstos, Fabio, ¡ay, dolor!, que ves ahora, [5]
                jardines sabiamente dibujados,
                fueron un tiempo rústicos cercados
                de enhiesta pita y suculenta mora.

                Y aquellas que allí ves altas mansiones
                de mil primores llenas, antes fueron
                modestas granjas donde en paz latieron
                más nobles y sencillos corazones.

Y, a mitad del camino del poema, incluye esta nostalgia:

                ¡Oh, campestres paseos! ¡Oh, manjares
                jamás llorados cual se debe ahora!
                ¡Oh, sencillez antigua y bienhechora,
                salud un tiempo de los patrios lares!

 

Veamos ahora algunos casos en el siglo XX.

 

Jorge Luis Borges (1899-1986)

Su poema “El tango” (1958) empieza con la fórmula clásica del ubi sunt (“¿Dónde estarán?”):

                ¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
                de quienes ya no son, como si hubiera
                una región en que el Ayer pudiera
                ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

                ¿Dónde estará (repito) el malevaje
                que fundó en polvorientos callejones
                de tierra o en perdidas poblaciones
                la secta del cuchillo y del coraje?

                ¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
                dejando a la epopeya un episodio,
                una fábula al tiempo, y que sin odio,
                lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Tales preguntas obtienen la exacta respuesta:

                Aunque la daga hostil o esa otra daga,
                el tiempo, los perdieron en el fango,
                hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
                muerte, esos muertos viven en el tango.

 

Letristas de tangos

No los míticos cuchilleros de Borges, pero sí algunos letristas han convocado, acaso sin saberlo, a los manes del ubi sunt en más de un tango con remembranzas. He aquí tres, prácticamente coetáneos, que presento en orden cronológico.

 

1

La muy bella melodía que compusieron Pedro Maffia y Pedro Laurenz para la letra de “Amurado” (1926), de José De Grandis (1888-1932), ubicó a ese tango, desde siempre, en la categoría de mis predilectos, a pesar de ciertas incoherencias de sus versos.

Los hechos:

                Campaneo a mi catrera y la encuentro desolada.
                Sólo tengo de recuerdo el cuadrito que está ahí,
                pilchas viejas, unas flores y mi alma atormentada…
                Eso es todo lo que queda desde que se fue de aquí. [6]

Lo cierto es que la dama “arregló su bagayito y amurado” lo dejó, abandonando para siempre el compartido “bulincito”: tal la pérdida que ha de ser llorada.

En las quejas hay, al menos, un razonamiento extraño, pues, psicosomático, parece adjudicar a la tristeza el origen de sus canas:

                ¡Si me viera! ¡Estoy tan viejo!
                ¡Tengo blanca la cabeza!
                ¿Será acaso la tristeza
                de mi negra soledad?

Y, más adelante, la conciencia del lúgubre presente al recordar el pasado venturoso:

                Si me faltan sus caricias, sus consuelos, sus ternuras,
                ¿qué me quedará a mis años, si mi vida está en su amor?
                ¡Cuántas noches voy vagando, angustiado, silencioso,
                recordando mi pasado, con mi amiga la ilusión…!

 

2

El frecuentemente hiperbólico y apocalíptico Enrique Santos Discépolo (1901-1951), en su tango (letra y música) “Esta noche me emborracho” (1928), empieza por describir, con pluma entre trágica y satírica, el actual estado de una mujer:

                Sola, fané, descangallada,
                […]
                flaca, dos cuartas de cogote,
                y una percha en el escote
                bajo la nuez;
                chueca, vestida de pebeta,
                teñida y coqueteando
                su desnudez…
                ¡Parecía un gallo desplumao,
                mostrando al compadrear
                el cuero picoteao!

Tras tan esperpéntico retrato, adviene una ristra de lamentos, de la que sólo reproduciré el primero, contundente síntesis de su estado de ánimo:

                ¡Y pensar que hace diez años
                fue mi locura!

3

El tango “Uno y uno” (1929) tiene música de Julio Pollero. La letra pertenece a Lorenzo Juan Traverso (1897-1952), quien optó por los reproches de un ubi sunt burlesco.

Se dirige a un sujeto innominado, que deducimos otrora “triunfador”, describiendo su calamitoso estado actual:

                Se te dio vuelta la taba;
                hoy andás hecho un andrajo.
                Has descendido tan bajo
                que ni bolilla te dan.

A continuación, vienen veinticuatro versos netamente ubisuntianos, que sirven para describir algunos de los ostentosos rasgos que, en épocas anteriores, adornaban al personaje. Me limito a reproducir los primeros ocho:

                ¿Qué quedó de aquel jailefe
                que, en el juego del amor,
                decía siempre: “Mucha efe
                me tengo pa’ tallador”?
                ¿Dónde están aquellos brillos
                y de vento aquel pacoy,
                que diqueabas, poligrillo,
                con las minas del convoy?


Me ha resultado especialmente graciosa la evocación del individuo en el acto de ufanarse, ante las chicas del conventillo, mediante la exhibición de anillos y dinero. No es sólo por este hallazgo que “Uno y uno” integra la nómina de mis tangos favoritos. [7]

 

Notas:

[1] Juan II de Castilla (1405-1454). Desde la muerte del rey y la desaparición de su fastuosa corte hasta el momento en que Manrique compone su poema (1476) sólo habían transcurrido veintidós años.

[2] Ropas chapadas: es decir, adornadas con láminas de metales preciosos.

[3] Verbo con diptongo en la última sílaba.

[4] Verbo con diptongo en la última sílaba.

[5] Verso tomado del primero de “Canción a las ruinas de Itálica” del español Rodrigo Caro (1573-1747).

[6] Puesto que muchas expresiones de la jerga llamada lunfardo resultarán incomprensibles para el lector no argentino, quizá sea útil aportar algunas “traducciones” y paráfrasis en español corriente. Campaneo a mi catrera: contemplo mi cama; pilchas viejas: ropas viejas; arregló su bagayito y amurado me dejó: preparó su maletita y abandonado me dejó; bulincito, diminutivo de bulín: habitación; fané: avejentada, marchita; descangallada: desvencijada; pebeta: jovencita; se te dio vuelta la taba: se acabó tu buena suerte; ni bolilla te dan: ni siquiera te tienen en cuenta; jailefe: deturpación del inglés high life, acaudalado, ricachón; mucha efe me tengo pa’ tallador: me tengo mucha fe para actuar como banquero en los juegos de azar, es decir, como hombre con poder, “triunfador”; ¿dónde están aquellos brillos / y de vento aquel pacoy, / que diqueabas, poligrillo, / con las minas del convoy?: ¿dónde están aquellos anillos con piedras preciosas y aquel gran fajo de dinero que exhibías, hoy pobre diablo, ante las mujeres (jóvenes) del conventillo (humildísima vivienda colectiva)?

[7] De los tres tangos (“Amurado”, “Esta noche me emborracho” y “Uno y uno”) existen las magistrales grabaciones con que continúa solazándonos el maravilloso Carlos Gardel.

 

 

KOPANO MATLWA, UNA VOZ JOVEN DE LA LITERATURA SUDAFRICANA POSTAPARTHEID

Anna Rossell ©

 

Kopano Matlwa
Agua pasada
Traducción de Aurora Echevarría
Alpha Decay, 2021, 176 págs.


Kopano Matlwa (Pretoria, 1984) es sin duda una voz joven representativa de la literatura sudafricana postapartheid. Tenía diez años cuando Nelson Mandela fue elegido presidente del país, y este hecho y la ilusión con que los excluidos vivieron ese momento histórico la marcaron profundamente. Sus novelas lo reflejan.

Kopano Matlwa

Pero pasado ese momento de euforia por el desmantelamiento del apartheid y el inicio de la democracia, vino el desencanto, la experiencia de que gobiernos democráticos pueden ser corruptos y la experiencia de la dificultad de alcanzar las metas que prometían los sueños iniciales.

Estos son sus temas. A Matlwa le interesa trabajar literariamente estos procesos y hechos: el racismo, la xenofobia, el machismo, la superstición, la pobreza, el género, la influencia de la cultura de los blancos sobre la población negra y la problemática de las relaciones entre las dos razas. Estos mundos los encontramos en Florescencia (Alpha Decay, 2018), Nuez de coco (Alpha Decay, 2020); en catalán: Florescència (Sembra, 2018), Coconut (Sembra, 2020).

Agua pasada recoge en el título sobre todo el eje central de la historia que nos narra: el reencuentro de dos antiguos amantes, ella negra, él blanco, que después de quince años coinciden por casualidad en una situación no buscada por ninguno de los dos. Sin embargo, también puede querer aludir de paso a la decepción vivida por todos aquellos —tantos— que pusieron esperanza utópica en la democracia para construir el país de sus sueños.

Porque el marco donde se desarrolla toda la historia es una escuela de excelencia para niños y niñas sudafricanos después del apartheid, que se propone formar precisamente a los líderes que deberán cimentar un nuevo país, ahora en manos, sobre todo, de los antiguos desfavorecidos y excluidos, los negros. Los protagonistas: la directora de la escuela, un sacerdote católico blanco a quien el obispo envía a la escuela a trabajar durante un mes, como castigo por haber faltado al voto de castidad y cuatro alumnos, que por razones de escándalo sexual deben reparar su falta trabajando durante un tiempo bajo la supervisión del sacerdote, a su vez castigado. Con esta combinación de razas, estatus y edades, la autora se propone retratar una problemática amplia, propósito que no alcanza del todo debido al planteamiento y a la inverosimilitud de la situación de la que parte: el reencuentro de los antiguos amantes en la escuela que ella dirige y el hecho de que ambos fingen no reconocerse, y también por la acentuada infantilización del personaje del cura católico. Más exitosa, en cambio, es la relación que el sacerdote y los niños desarrollan, que, por la variedad de caracteres de los cuatro alumnos y las características diversas de las respectivas familias, da pie a un retrato bastante verosímil del momento en que se ubica la historia, en 2009.

El relato, asumido por una voz narradora omnisciente, se sirve preferentemente del diálogo. Las primeras páginas, en cursiva, y las que cierran la novela rompen el estilo literario del grueso de la narración y otorga a la historia originalidad de registro.   

 

 

“CUENTOS DE MUJERES LEVES” DE IRMA VEROLÍN

Luis Benítez ©



El volumen reúne trece historias de variada
extensión y fue publicado por Editorial Palabrava,
de Santa Fe, Argentina, en 2023 [1].


Yo admiro la prosa de Verolín, pero particularmente los finales de cada una de sus narraciones breves, la parte más difícil (al menos para mí) del esquema narrativo aristotélico: comienzo, desarrollo y final, porque ella sabe darle un cierre exacto a todo lo que nos dijo antes y, en el mismo párrafo, brindarnos un giro inesperado que resume toda la historia. En un esquema tan rígido y preciso como el que implica un cuento, prácticamente un mecanismo de relojería, sin las digresiones que posibilita emplear una novela de trescientas páginas, es algo ciertamente muy arduo de concretar. Y doy dos ejemplos del libro en cuestión.

Dos dientes plateados

Narra la nieta la obsesión del abuelo por hacerse extraer los dos únicos dientes naturales que le quedan y que sostienen su dentadura postiza. El dentista se niega a hacerlo y al volver acongojado el anciano en el taxi por su fracaso al hogar, la nieta recuerda cuando siendo una beba se cayó de la silla de comer y su abuelo de 50 años no alcanzó a evitarlo: ella perdió dos dientes en el accidente y cierra Verolín: “Me puse a llorar a los gritos sin sospechar que más allá me esperaban los dentistas, los taxis, la vejez, la lluvia, el mundo”.

Un remate perfecto que cierra el círculo temporal.

El cumpleaños de una muchacha

Una jovencita a punto de cumplir sus quince años solo desea morirse, porque tiene la cara cubierta de acné y usa ortodoncia, mientras que toda su familia gira en tomo de la fiesta con el mayor entusiasmo. En el momento culminante de la celebración, la del cumpleaños engulle la muñequita de mazapán que corona la torta: se engulle a sí misma.

Las mujeres que animan estas historias de Irma Verolín son criaturas que oscilan entre la callada desesperación, la frustración constante y la opresión patriarcal que les cierra la boca, aunque desde luego, la procesión va por dentro. Son personajes fuertemente existencialistas; los conflictos y situaciones que deben afrontar no hacen más que poner en mayor relieve este factor común. Por otra parte, se destaca, como en otras obras de la autora, el logro perfecto de los climas sostenidos en cada una de las piezas, generalmente opresivos, densos, impregnados de aquello que no se hace explícito, pero está palpablemente allí. Todo nos habla de soledad, de pérdida, de retroceso. Todo está sembrado por la melancolía. El hecho de que la diégesis se desarrolle habitualmente en lugares cerrados, como el seno del hogar, potencia notablemente el efecto buscado. Y un detalle a subrayar es el peso del protagonista presente en todas las historias: el tiempo. Sea porque varias de las mujeres son ya de edad, sea porque se marca ajustadamente el transcurrir, el tiempo, entidad impalpable pero omnipresente, atraviesa Cuentos de mujeres leves desde la primera página hasta la última.

Un Cronos que, como el antiguo dios de la mitología griega, efectivamente devora a sus hijas e hijos, pero que en estas historias, fruto del talento narrativo de Irma Verolín, lo hace lentamente, masticando vidas muy despacio, mientras ellas, las protagonistas de cada pieza, sufren esa deglución en silencio, guardándose para sí sus quejas, sus incertidumbres, sus desdichas y melancolías, aunque medianamente conscientes, algunas, de que efectivamente están siendo engullidas por ese algo inapresable que todo lo domina y todo lo vence.

Como se desprende de lo anterior, de las nombradas características de estas prosas, hay otro invitado inevitable en Cuentos de mujeres leves y es lo ominoso, el Unheimlich que menciona Sigmund Freud en su texto de 1913, titulado en español como Lo Siniestro.

Freud, que para la citada obra se apoya justamente en la estética y la literatura referida a lo siniestro y toma como ejemplo el conocido cuento El hombre de arena, de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, pero se afirma sobre la base de la definición brindada por el filósofo idealista alemán Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, señalando que este: “enuncia acerca del concepto de lo Unheimlich algo enteramente nuevo e imprevisto. Nos dice que Unheimlich es todo lo que, estando destinado a permanecerán secreto, en lo oculto, ha salido a la luz”.

Algo escondido que aparece, lo ya conocido que vuelve, sería entonces lo siniestro, lo ominoso. Es lo que les sucede a las protagonistas de Cuentos de mujeres leves, gracias a la magia escritural de Irma Verolín, capaz de producir el efecto de la irrupción de lo siniestro levemente atenuado para que resulte a doblemente siniestro. ¿Qué más ominoso que comprar tres velas, como le sucede a la protagonista del cuento homónimo, para conmemorar en secreto el fallecimiento de su único hijo, y terminar con ellas en el cumpleaños del hijo viviente de una vecina, incluso aplaudiendo junto con todos los presentes mientras el rozagante chiquillo de ocho años sopla sobre esas mismas velas y las apaga?

O en otra de las historias de Verolín, titulada La cremación, cuando la protagonista acude a la incineración de los restos de su abuelo, acompañada por su hermano y su tío y, una vez culminada la ceremonia, el trío termina hablando de asuntos livianos, para ponerle nuevamente un velo a lo ominoso que acaba de hacerse presente y les ha evocado lo bien conocido: que los tres también van morir.

La presencia de lo ominoso, muy difícil de asentar en una narración, la maneja Verolín con la misma efectividad que el ya citado Hoffmann, sin necesidad de emplear “efectos especiales" al estilo de las peores películas estadounidenses, esos que cambian inmediatamente de nivel a un cuento o un relato. Lo concreta la autora mediante diálogos breves, situaciones apenas sugeridas, el juego de indicios que a la inteligencia del lector no escaparán porque son exactamente los precisos y aparecen donde deben hacerlo, no en cualquier otra parte.

Mujeres que saben o intuyen —en mayor o menor medida— qué es lo que les sucede y qué acontece a su alrededor y que sin embargo se abandonan a ello, sin oposición, sin lucha, como si el conflicto entre la conciencia de sí y su circunstancia fuera más temible que la circunstancia en sí; leves, definitivamente leves.

Este es el gran logro de esta colección de cuentos, de la pluma de una de las mayores narradoras argentinas contemporáneas, Irma Verolín, y estas mis modestas palabras sobre su obra más recientemente publicada.

 

Acerca de la autora

Irma Verolín nació en ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1953. Publicó los libros de poesía De madrugada, Los días (Primer Premio Fundación Victoria Ocampo) y Árbol de mis ancestros (Palabrava), y los libros de cuentos Hay una nena que gira, La escalera del patio gris, Una luz que encandila, Una foto de Einstein tocando el violín y Fervorosas historias de mujeres y hombres. Publicó además las novelas El puño del tiempo, El camino de los viajeros y La mujer invisible y títulos de literatura infantil. Obtuvo diversas distinciones, entre las que se destacan el Premio Emecé, el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, el Primer Premio Internacional de Puerto Rico y el Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas fueron finalistas en los premios Clarín, Fortabat, La Nación de Novela y Planeta de Argentina. Ha sido traducida al inglés, al alemán, al italiano, al ruso y al portugués.

 

[1] Verolín, Irma, Cuentos de mujeres leves, Editorial Palabrava, ISBN 978-987-4156-62-4, 122 pp., Santa Fe, Argentina, 2023.

 

 

LA VOZ DE LA VOZ

A propósito de Eisejuaz de Sara Gallardo
y La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera

Valeria Badano © e Imanol Zuloaga ©      

La escritura del yo se problematiza paradigmáticamente en dos novelas argentinas de dos escritores diferentes que plantean dos realidades históricas distintas.

En esos textos, los sujetos enunciadores son los protagonistas de las historias; ellos son el indígena y el revolucionario: son los protagonistas de Eisejuaz de Sara Gallardo y de La revolución es un sueño eterno de Andrés Riveras respectivamente. A través de esas voces suyas se hace ‘tópico’ y relato la necesidad de decir.

Sara Gallardo
Eisejuaz (1971) es la novela de Sara Gallardo. Sara Gallardo puede pensarse como la figura de mujer que emerge marcando su impronta femenina que fortalece su voz propia dentro de un contexto de “varones” poderosos: es la nieta de Ángel Gallardo, la bisnieta de Miguel Cané y es la tataranieta de Bartolomé Mitre.

Por otro lado, La revolución es un sueño eterno es una novela escrita bajo el seudónimo Andrés Rivera en 1987 por Marcos Ribak. Ambas novelas permean situaciones que invitan revisar los conceptos de figura de autor, de ficción, de verdad, de historia, entre otros. Lo que se dice en estas historias va de la mano de quién lo dice y, así, generar una realidad que, en sí misma, se sabe ficticia. Una realidad sostenida, creada, recreada por un sujeto que se sostiene, se crea y se recrea en la voz “falsa” del texto literario.

Andrés Rivera
Quince años separan y reúnen a estas dos novelas como expresiones de una manera de decir. Eisejuaz y La revolución es un sueño eterno son dos novelas que problematizan (porque lo dicen) el tema del yo discursivo, así como problematizan la mirada única, la voz poderosa y la megahistoria.

Eisejuaz es una novela escrita por una mujer que hace hablar a un aborigen argentino que se reconoce, se enuncia desde la pluralidad identitaria porque es Eisejuaz pero también es ‘También él’, entre otras identidades que él mismo enuncia.

La otra novela —La revolución es un sueño eterno— está escrita por un varón, que usa un seudónimo y que hace hablar a un mudo, a un hombre sin lengua justamente, a quien es reconocido como el ‘orador de la revolución’ de mayo (Juan José Castelli). La voz puede considerarse, entonces, como el objeto y el tema de la novela, porque desde ella se plantea, la conciencia subjetiva.

Eisejuaz de Sara Gallardo habla, también, del desarrollo de la escritura como la historia de la herencia familiar y literaria, y en la voz de esa autora se da la posibilidad de abrir una puerta que permite el recorrido complejo, ripioso de una literatura que no se lee como claramente “femenina”.

Eisejuaz es escrita en 1971 por una mujer y allí se habla de un sujeto que estalla, que rompe con la idea de una identidad masculina, todopoderosa y absoluta: El indio Eisejuaz multiplica su identidad; a lo largo de la novela es nombrado de manera diversa, a esa pluralidad de nombres —que aniquila lo todopoderoso de la unidad masculina— se le suma la ambigüedad de realidades por las que transita y es Eisejuaz: el mundo de los “blancos” y el mundo de los indios; el mundo del pasado y el del presente; el de la civilización racional, mercantilista y el de la magia.

         Gallardo utiliza la masa discursiva de su novela para hacer “estallar” la unidad y, así, todo se bifurca. El mundo referido —y muchas veces, construido— por el relato de Eisejuaz pierde consistencia real y se presenta transparente, intangible y, presumiblemente, lábil. En el mundo relatado de Eisejuaz la palabra, solo la palabra, es la que construye realidades. El mundo es como él lo ve, como lo conoce y como la historia ancestral lo ha determinado y, así, es dicho.

         Los diálogos entre los personajes van tomando forma a partir de los monólogos que cada uno de ellos expone. Incluso, a veces, esos “monólogos” parecen monólogos interiores.

De esta manera, el texto se hace profundo, extenso y confiere a las palabras una densidad que permite pensarlo como un discurso sagrado. La historia y los acontecimientos que la componen parece que no avanzan, sino que retornan a un punto que vuelve a decir y, así, se repliega. Es por las voces de los demás personajes que la presencia de Eisejuaz se sostiene. Es por la palabra de Eisejuaz: creadora, creada y, para los personajes de la novela de Gallardo, sagrada.

         La voz, las voces de Eisejuaz son los modos abiertos, amplios de dar realidad a los sujetos. Así como en Pedro Páramo asistimos a “la vida” de los muertos, en Eisejuaz acompañamos la muerte, la trascendencia de esos sujetos, esos “yo” que se multiplican y establecen un diálogo con ellos, con los otros. Y en esa instancia dialógica fundan una nueva realidad.

La novela La revolución es un sueño eterno (1987) de Andrés Rivera plantea, ya desde el paratexto, una relación ‘irreal’ entre la vida y la muerte, entre el pasado y el presente, entre el silencio y la palabra. Tales relaciones se desarrollan a partir de la fuerte presencia de los conceptos de lo onírico y de la eternidad. Desde esa posición es posible, entonces, plantear un tipo de texto que resquebraja los principios de “realidad histórica”. Es decir, si consideramos que la novela es la biografía de Juan José Castelli y siendo Juan José Castelli un personaje histórico, lo leído es el relato “verdadero” de la vida “verdadera” de un hombre “real”. Sin embargo, la advertencia paratextual permea el juego de la ficción, el de la mentira. El texto de la novela cuenta que Castelli está muerto y, que antes había estaba mudo porque a causa de su enfermedad, su lengua había sido cortada. Enmudecido, primero, muerto después es quien habla en esta historia. Así se construye y se reconstruye la historia y a los sujetos de las historias. La historia argentina y la historia narrada, la del texto. La contundencia de esa voz que en la realidad es una “no voz” en tanto que corresponde a un hombre que ya está muerto y que antes, había enmudecido por la enfermedad mortal en su lengua, permite configurar el concepto de diégesis narrativa que se subsume.

         El texto se asume como una construcción onírica y poco real cuando se construye a partir de subordinadas adjetivas de modo que cada enunciado, a medida que va hacia adelante en la historia profundiza en el relato. Hay una oposición entre relato e historia: la historia parece ir hacia adelante pero el relato oscila en el mismo tiempo/espacio desde donde es —y viene— la voz muda de Castelli.

         El concepto de “sueño eterno” se ejemplifica en ese vaivén narrativo: lo narrado resulta ser una sensación onírica que espejea, que circula entre el pasado y el presente, entre la vida y la muerte.

         La revolución no es un hecho empírico, externo; la revolución es dicha, el libro de Rivera se constituye a partir de la metáfora de la revolución: ella se plantea como tópico. Como metáfora más que como hechos humanos, sociales, políticos. El orador de la revolución está enmudecido, como ya se ha dicho: estaba enfermo, está muerto: pertenece al pasado; sin embargo, de Castelli llega su palabra que en esta historia es re-escrita: es la voz de la voz, en este texto se consolida el abismarse de la palabra.

 

Conclusión

Entonces, Eisejuaz de Sara Gallardo y La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera son dos textos narrativos argentinos que proponen la dialogicidad como elemento de su construcción, dialogicidad que se lee en las relaciones entre historia y literatura, realidad y ficción, varón y mujer, vida-muerte-Más Allá e ideales personales y colectivos.

         Ambas novelas interpelan conceptos vinculados con la práctica de la escritura de ficción y con la reflexión política, humana. Ambas historias postulan, desde las novelas, cuestionamientos al hombre y proponen respuestas.

         En la situación dialógica que se construye en la narración de las novelas Eisejuaz y La revolución es un sueño eterno se promueve la voz de la voz que es un abismarse de la palabra.

 

Bibliografía de consulta

Altamiranda, Daniel y Teresita F. de Fritzsche, eds. (2003). El límite difuso. Estudios de intergenericidad en la literatura argentina. Buenos Aires: Proejar.
—— (2009) Narratologías (post)clásicas. Textos literarios, dramáticos y cinematográficos de la cultura contemporánea. Buenos Aires: Dunken.
Alvarado, Maite (2006). Paratexto. Buenos Aires: Eudeba.
Amícola, José (2003). La guerra de los géneros. Rosario: Beatriz Viterbo.
—— (2007). Autobiografía como autofiguración. Estrategias discursivas del Yo y cuestiones de género. Rosario: Beatriz Viterbo.
Bal, Mieke (1986). Teoría de la narrativa (Una introducción a la narratología). Madrid: Cátedra.
Barthes, Roland (1984). El Placer del texto. México: Siglo XXI.
—— (1986). S/Z. México: Siglo XXI.
—— (1999). Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI.
—— (2005). La preparación de la novela. Buenos Aires: Siglo XXI.
—— (2013). Variaciones sobre la escritura. Buenos Aires: Paidós.
Escalante, Víctor El género literario como juego de lenguaje, en:
http://www.ucm.es/info/espéculo/especu30/juegolen.html
Foucault, Michel (1996). El orden del discurso. Madrid: Ediciones de La Piqueta.
——. (2003). Historia de la sexualidad. 1- La voluntad de saber. Bs. Aires, Siglo XXI.
—— (2003). Historia de la sexualidad. 2- El uso de los placeres. Bs. Aires, Siglo XXI.
—— (2003) Historia de la sexualidad. 3- La inquietud de sí. Buenos Aires, Siglo XXI.
—— (2006). La hermenéutica del sujeto. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Gallardo, Sara (1971). Eisejuaz. Sudamérica, Buenos Aires.
Lakoff, George y Mark Johnson (2009). Metáforas de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra.
Piglia, Ricardo (2001). Crítica y ficción. Barcelona: Anagrama.
——. (2005). El último lector. Barcelona: Anagrama.
Rivera, Andrés (1987). La revolución es un sueño eterno.
Todorov, Tzvetan (1991). Los géneros del discurso. Caracas: Monte Ávila Editores.
——. (1993). Teorías del símbolo. Caracas: Monte Ávila Editores.

 

 

PROHIBIDO NACER, MUCHO MÁS QUE UN LIBRO DE MEMORIAS

Anna Rossell ©

 

Trevor Noah
Prohibido nacer
Traducción de Javier Calvo
Blackie Books S.L.U., 2017, 328 pp.

 

Prohibido nacer es mucho más que un libro de memorias. Un buen libro siempre aporta sabiduría a quien lo lee y sabe extraer las enseñanzas. Los libros de memorias nos ayudan a conocer la vida de una persona, los hechos que marcaron su trayectoria y condicionaron al protagonista retratado para moldearlo para ser quien es.

Trevor Noah
El interés de las memorias lo suscita un ilustre personaje. Y aunque el nuestro lo es en cierta medida —el autor es el presentador de un popular programa de entretenimiento y humor de los Estados Unidos—, en el caso del libro que nos ocupa, su valor sobrepasa con creces estas características.

Porque el atractivo del libro es que el relato de la vida de Trevor Noah (Johannesburgo, Sudáfrica, 1984) puede ser, mutatis mutandis, la vida de muchos sudafricanos en un momento crucial de la historia del país (la caída del apartheid y la transición). Y las vicisitudes del niño y el joven son también las de la madre, tan protagonista como el hijo, no sólo por razones biológicas sino también por las características personales de ella y por el hecho de que ella sola sacó adelante al hijo. Así la voz narradora de Trevor, su protagonista, en primera persona, es una gran ventana abierta a la contemplación de los acontecimientos del país antes, durante y después del apartheid. No es poco.

No hay duda de que tanto madre como hijo son personas más que dignas de ocupar las páginas de un libro de memorias. La madre, Patricia Nombuyiselo Noah, es una mujer de armas tomar, un ejemplar de los más prototípicos de mujer africana, de aquellos de los que el imaginario popular europeo afirma que sacan adelante el continente. El hijo —de tal palo tal astilla—, listo, sensible y de viva inteligencia, obligado como tantos jóvenes del país a capear con mil y una dificultades, tendrá que lidiar con el obstáculo innato añadido de ser un mestizo ('de color', como lo llaman allí), hijo de madre negra y padre suizo, una condición que le comporta una doble discriminación racial por ocupar el escalafón considerado más bajo y la exclusión de unos y otros.

La biografía del hijo, que se quiere considerar negro, abre también una amplia mirada a la biografía de la madre, y este es un plus añadido innegable. Patricia, mujer rebelde, valiente y decidida, que abandona el hogar familiar a los dieciséis años por desavenencias con los padres, debe abrirse paso en la vida por una sociedad dominada por los blancos segregacionistas y opresores de su raza, blancos que han condenado a las otras razas a la eterna pobreza y servidumbre. A esto hay que añadir los problemas que debe afrontar por el hecho de ser mujer. Sin embargo, a ella nada la arredra; es capaz de burlar prohibiciones de todo tipo con las triquiñuelas que sean necesarias sin perder en ningún momento el orgullo ni la autoestima. Se enamora de un suizo a quien pide que le haga un hijo con la voluntad de educarlo ella sola y sabe abrirse caminos para alquilar pisos en barrios donde los negros lo tienen prohibido y conseguir un trabajo de administrativa en los despachos de los blancos en unos tiempos en que los negros no pueden acceder a tal profesión. Ella es quien mantiene a su familia, también cuando se casa con un hombre de su raza con quien tiene dos hijos más.

Con el hijo seremos testigos de las observaciones que una mente lúcida como la suya hace de la marcha de su país, de la compleja y refinada política del apartheid para mantener a los nativos a raya y, sobre todo, permanentemente sometidos, de la interiorización o la rebeldía de las diversas razas del país (negra, india, mestiza...) ante aquellas políticas, de los progresivos cambios que van afectando Sudáfrica. Y somos testigos de todo ello por doble vía: los análisis que hace la voz narradora y las propias vivencias de Trevor en las diferentes escuelas que frecuenta, primero, y en el seno de los grupos de amigos con quien, ya de adolescente, inicia pequeños pero jugosos negocios al margen de la ley para mantenerse, después. Todo ello sucede en la gran ciudad de Johannesburgo y en barrios diferentes, también socialmente diferentes. Así pues, el libro nos permite asistir a toda una transformación histórica y social en la urbe más poblada de Sudáfrica, de la mano de personajes de una personalidad más que remarcable.

La voz narradora emplea un lenguaje juvenil, agudo y simpático, muy fluido y natural, que hace de la lectura un gran placer. El libro ha sido traducido también al catalán, en versión de Núria Artigas, y publicado por Edicions de 1984.

Os lo recomiendo.

 

 

LA CASA DE LOS SUSURROS” DE FABIANA GALCERÁN

Luis Benítez ©


 

El sello argentino Ediciones Diotima publicó recientemente la primera novela de la destacada autora local Fabiana Galcerán, quien ya sorprendió hace dos años a los lectores con su libro de cuentos.

 

La destreza para manejar con alta efectividad tanto el discurso breve y preciso de la narrativa corta como el extenso que es característico de la novela, es una cualidad que no se da abundante en el campo de las letras en nuestra lengua y de modo parecido en otras.

Inclusive cuando el experimento, signado por el afán de lucro, tiene detrás el apoyo logístico y el enorme aparato de marketing de los grandes grupos editoriales, las falencias del autor o la autora a la hora de pergeñar forzadamente el caudal tipográfico requerido se evidencian ante el ojo atento del lector cultivado, quien detecta fácilmente las falencias de una diégesis estirada hasta el grotesco, los enormes ripios del mamotreto, cuánto de relleno inútil contiene, qué cantidad de noche y no de luz escritural alberga. A buen entendedor, pocas palabras y eso a pesar del buscado éxito de ventas del que pueda alardear el engendro.

En el otro extremo hallamos esta flamante entrega de la autora argentina Fabiana Galcerán, su novela La casa de los susurros [1], que demuestra una vez más su indiscutible capacidad para el desarrollo narrativo más ajustado y preciso, a través de 260 páginas plenas de imaginación, bien sujeta a la verosimilitud que es el sine qua non de la buena prosa. Ya había deslumbrado a sus lectores con la colección de cuentos La versatilidad de las cosas, en 2022, y cabe trazar similitudes muy positivas entre ambos títulos, pese a la diferencia entre géneros. Como en sus cuentos, Galcerán exhibe un empleo bien templado de los recursos narrativos, con una estudiada economía de estos, de manera que no hay concesiones al brillo efímero de tal o cual frase o circunstancia por el mero lucimiento del estilo. Todo en La casa de los susurros responde cabalmente el eje central de lo narrado, se ciñe a este párrafo tras párrafo para dar por resultado una edificación sin fisuras, firmemente arraigada desde los cimientos hasta el techo: una genuina estructura antisísmica es lo logrado por la autora porteña en su segunda entrega a los lectores.

Otro rasgo muy destacable de lo obtenido por Galcerán en este cambio de género es que sumó al desafío de pasar de la narración breve a la extensa la elección para hacerlo del subgénero quizá más peligroso de todos, literariamente hablando. Básicamente, La casa de los susurros es una novela romántica, posibilidad escritural que suele ser la flor y nata del mainstream, donde abunda hasta el hartazgo la receta convencional de situaciones, conflictos y frases hechas y repetidas hasta el agobio, como bien dan cuenta de ello las carradas de títulos que, año tras año, repletan de paraliteratura tanto las mesas de novedades de las librerías como las bateas de los supermercados, vecinas a las latas de conserva y las ofertas de electrodomésticos.

Autora de coraje, la Galcerán, como bien se ve. Impone la presencia de genuina literatura allí donde merodea asiduamente el lugar común, la cursilería, los personajes de psiquis plana y la obviedad más empalagosa, salvo por contadas excepciones que la cuentan en sus filas.

Francesca, su protagonista, hereda una suntuosa propiedad en Italia que la arranca definitivamente de su monótona existencia porteña, pero que a la vez la sumerge en un océano de situaciones muy bien logradas, donde el amor, la intriga, el peligro siempre latente y un suspenso mantenido a lo largo de toda la diégesis novelística tienen la primera palabra y también la última, signado todo el conjunto por la recreación de la compleja historia familiar.

Galcerán no pierde el hilo de lo narrado en ningún momento y es cosa a destacar su maestría para la puesta en escena del mundo propio de la llamada Gran Guerra (1914-1918), logrando con creces el clima de época de un modo más que convincente. Esto genera el trasporte casi inmediato del lector a situaciones e interacciones con personajes primarios, secundarios y terciarios tan vívidos, que ya deja de ser el espectador exterior a lo que sucede, para convertirse en un coprotagonista más de La casa de los susurros, con una llamativa percepción visual, casi táctil, de cuanto acontece en ella. Raro logro, que no deja de recordarnos las mejores páginas de la fundadora del subgénero, Jane Austen (1775-1817), particularmente en su célebre Pride and Prejudice [2]. Un llamado a perder el prejuicio y deponer el orgullo del lector cultivado acerca de la “novela romántica”, tal es el caso de La casa de los susurros, de la argentina Fabiana Galcerán.

Otro acierto de Ediciones Diotima, que inaugura así una nueva colección, Edenbrooke, dentro de su ya bien afiatado catálogo.

 

La autora

Fabiana Galcerán nació en Buenos Aires. Publicó en 2022 el libro de cuentos La versatilidad de las cosas (Ediciones Diotima, ISBN: 978-987-48832-3-0, Buenos Aires, 150 pp.). Estudió idiomas y cursó Historia en el Metropolitan Museum of Art de New York. Es narradora y fotógrafa. Profesora de piano y solfeo egresada del Conservatorio Williams. Cursó la carrera de Escritura Narrativa en Casa de Letras. Concurrió a numerosos cursos y talleres literarios, entre ellos los de José María Brindisi, Ariel Bermanl, Pablo de Santis, Fernanda García Lao, Mónica Sifrim, Santiago Llach, Hugo Correa Luna, Mariano Ducrós, Marcelo Guerreri y Pedro Mairal. Intervino, además, en antologías de cuentos dentro de Argentina y en el exterior. Tiene dos hijos. Actualmente vive en Buenos Aires.

 

[1] Ediciones Diotima, ISBN 978-631-90320-0-0, 260 pp., Buenos Aires, 2023. https://www.diotima.ar/

[2] Austen, Jane. Pride and Prejuice, traducido habitualmente como Orgullo y prejuicio, Ed. T. Egerton, Whitehall, Londres, 1813.

 

 

SOBRE CEROS Y CALENDARIOS

Héctor Zabala ©

 

No será la primera vez que leo o escucho la curiosa expresión “año cero”. Si nos tomamos el trabajo de bucear en internet, veremos que se usaron esas palabras para dar título a una revista científica de una conocida editorial, a una película dramática española, a algún álbum de rock, a una revista española sobre esoterismo, ocultismo, parapsicología y ufología, y la lista puede ser bastante larga.

Incluso, a mediados de enero de este año un jefe de Estado, economista de profesión, dijo en la 54ª Reunión Anual del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza): “Si consideramos la historia del progreso económico, podemos ver cómo desde el año cero hasta el año 1800, aproximadamente, el PBI per cápita del mundo, prácticamente, se mantuvo constante durante todo el período de referencia.”

Estas palabras fueron parte de un discurso comentado después por miles de personas en todo el planeta a través de redes sociales y otros medios. Sin embargo, más allá de los aplausos y diatribas que despertó, de los análisis y comentarios periodísticos extraídos sobre el tema parece que ninguna de tantas personas hizo hincapié en un tema elemental: ¿Hubo realmente alguna vez un año cero?

 

Para responder a esta pregunta, hay que remontarse al siglo VI de nuestra era, cuando la Iglesia Católica era conducida por el papa Hormisdas, cuyo pontificado se extendió entre el 20 de julio de 514 y el 6 de agosto de 523, fecha de su deceso.

Por entonces, existía la costumbre de contar los años desde la coronación del emperador romano Dioclesiano. Así, el año 1 de la era dioclesiana era el equivalente al 284 de nuestra era actual; esta práctica comenzó en Alejandría y para entonces se había extendido por buena parte de Europa. Pero Dioclesiano había tenido la mala idea de ser un gran perseguidor del cristianismo y eso no era del agrado de la Iglesia, como es lógico entender.

Por otro lado, se sabía que durante largo tiempo de la historia romana el punto de partida para la cuenta de los años había sido la fundación de la ciudad de Roma. Ese año ancestral se conocía como el año 1 AUC (Ab Urbe condita) y tal cuenta de los años no se había perdido.

Ahora bien, cabe recordar que el número cero no existía en los sistemas numéricos de romanos y griegos antiguos, quienes utilizaban un para nada práctico sistema numérico basado en letras. No hay más que intentar dividir dos números romanos (vgr. MDLIV por XIII) para entender su nula practicidad para realizar cálculos aritméticos.

Brahmagupta o Brahma Gupta
(c.598 - c. 670)
supuesta imagen de este
gran matemático de la India

El número cero fue inventado muy lejos de Europa. Fue concebido por matemáticos de la India durante el siglo VII de nuestra era actual. Hay quienes atribuyen específicamente a Brahmagupta (c. 598 - c. 670) el desarrollo de la notación posicional en unidades, decenas, centenas, etc., de tan amplia difusión y aceptación en el mundo moderno. Su obra Brahma-sphuta-siddantha (año 628) sería el inicio de este sistema de numeración que incluía el cero, así como también los números negativos. [1]

Los árabes difundieron después (siglos VII y VIII) tal sistema numérico por el norte de África (Magreb) y por España (Al-Ándalus). Los primeros manuscritos españoles con estos números “arábigos” (en rigor de verdad deberían llamarse números “indios” o “hindúes”) datan del siglo X. Aunque hay alguna disputa sobre la difusión de estos números hacia el resto de Europa, casi todos los eruditos coinciden en que fue Leonardo de Pisa (Fibonacci) el que escribió el primer tratado europeo sobre este importante tema. Su obra, escrita tan tardíamente como en el siglo XII, habría contribuido mucho a generalizar la aceptación del “nuevo” sistema numérico venido de Oriente, y del cero en particular.

De ahí que, cuando en el siglo VI (unos seis siglos antes de Fibonacci), el papa Hormisdas (hay quienes pretenden que fue el papa Juan I) solicitó al erudito Dionisio el Exiguo que averiguara el año del nacimiento de Jesús de Nazaret [2], el cero no figuraba como número entre los europeos. Aclaremos que el bueno de Dionisio era, además de monje, matemático y astrónomo.

Dionisio el Exiguo
(c.460 - post 525)
según ilustración del libro de 1877
South by East: Notes of Travel in
Southern Europe 
de G.F.Rodwell

Los cálculos de Dionisio el Exiguo lo llevaron a hacer coincidir el supuesto año del nacimiento de Jesús de Nazaret [3] con el año 753 AUC (es decir, el año 753 de la fundación de la ciudad de Roma). A ese año se lo designó como año 1 A.D. (primer Anno Domini o primer año del Señor), notación que hoy se da por sobreentendida cuando se indica el año en que vivimos o los que sucedieron a ese año base. También se podrían usar, en lugar de las siglas A.D., las expresiones d.J.C. (después de Jesucristo), d.C. (después de Cristo) o E.C. (de nuestra era común).

Hoy por hoy, solo se mantienen las expresiones a.J.C., a.C. o a.E.C. (antes de Jesucristo, antes de Cristo o antes de nuestra era común, respectivamente) cuando se trata de acontecimientos históricos anteriores al supuesto año del natalicio de Jesús (vgr. 399 a.C.: ejecución de Sócrates en Atenas, o 539 a.C.: caída de Babilonia a manos de los persas de Ciro el Grande).

Este nuevo punto de partida de los años lo sugirió el citado monje en el año 525 de nuestra era cristiana o común (poco después de la muerte del papa Hormisdas), es decir en el año 1278 AUC del viejo calendario romano, y así fue instituido oficialmente por la Iglesia Católica. Este es el año que podemos tomar como el momento en que nace nuestro calendario actual, calendario que fueron adoptando naciones y más naciones en años o siglos posteriores hasta generalizarse en todo el mundo.

Sin embargo, si analizamos los años cercanos a ese año 1 de nuestra era, vemos que la sucesión de años serían 2 a.C. – 1 a.C. – 1 d.C. – 2 d.C., pero que no existe un año cero. Esto es así porque el cero en este caso es un instante en el devenir del tiempo, nunca un año completo. 

En conclusión: nunca hubo un año cero. Y esta afirmación es válida no solo para nuestra era común sino también para los antiguos calendarios romanos, el que manejaban los antiguos griegos, así como para todos los que se crearon y desaparecieron antes del nuestro. Al fin de cuentas, tampoco hubo nunca un día cero para cada mes (ya sea este lunar o solar) ni semana cero ni mes cero ni siglo cero ni milenio cero.

Pero, expresiones son expresiones y discursos son discursos.

 

[1] Los mayas también inventaron un sistema aritmético de posiciones a la par que el número cero. Esta civilización amerindia tuvo su período clásico desde el año 250 de nuestra era común hasta el año 900, aproximadamente. Dominaron el área comprendida por los actuales territorios de Yucatán (sur de México), Guatemala, Belice, y el oeste de El Salvador y Honduras, área donde se encuentra un conjunto irregular de ruinas correspondientes a enormes templos y palacios de sus antiguas ciudades-estado. Los eruditos mayas hacían sus anotaciones en una especie de papel obtenido por machacamiento de la corteza de higueras silvestres más un baño de cal. Su escritura era una mezcla de símbolos fonéticos que representaban unidades de sonido con ideogramas que significaban palabras. Hoy solo quedan cuatro códices después de la hoguera de miles de estos documentos ordenada en el siglo XVI por Diego de Landa, primer obispo de Yucatán, un fanático religioso que así quemó la historia de toda una civilización, pero que los arqueólogos fueron recuperando en el pasado siglo, al menos parcialmente a partir de inscripciones en monumentos de piedra.

[2] Hay discusión académica sobre cuando nació Jesús de Nazaret.

En lo que coinciden casi todos los eruditos es que no nació en el año 1 (1 d.C.) de nuestra era, sino antes. Es decir que Dionisio el Exiguo se habría equivocado en su cálculo, aunque no por mucho probablemente. Algunos postulan que pudo haber nacido en el año 4 a.C., año que se toma como el de la muerte de Herodes el Grande por la mayoría de los historiadores. El problema es que no es absolutamente seguro el 37 a.C. como el año de la toma de Jerusalén por este “rey de los judíos” (nombrado así por el Senado de Roma) y el consecuente derrocamiento del anterior rey asmoneo Antígono, aliado de los persas, enemigos de los romanos. Si dicha toma fue un poco después, como sugieren algunos historiadores, la muerte de Herodes el Grande pudo haber ocurrido quizá en el 2 a.C. y por ende el nacimiento de Jesús bien podría haber sido en este último año citado.

Es altamente improbable que el nacimiento de Jesús fuera a fines del mes de diciembre (sea el año que fuese), habiendo por los menos tres razones que lo sugieren: 1) que los pastores de Judea, según el Evangelio de Lucas, mantenían aún sus ganados pastando durante la noche en el momento de nacer Jesús, actividad que ocurre a lo sumo hasta mediados de noviembre de cada año; 2) que por el censo que Augusto César ordenara, José de Nazaret con su esposa María debieron trasladarse a Belén y alojarse en un pesebre vacío (Evangelio de Mateo), pues no quedaban posadas libres para gente forastera que debía censarse en la aldea betlemita, detalle muy consecuente con la falta de ganado en dichos pesebres según el punto anterior; 3) que las autoridades romanas no irían a elegir una fecha tan irritante como el 25 de diciembre (época del año caracterizada por mucha nieve o lluvia, frío intenso y caminos intransitables) para que miles de judíos y galileos fueran a presentarse ante las oficinas censistas de las ciudades pertinentes según sus diversas casas y tribus.

Por ende, es más probable que el nacimiento de Jesús haya tenido lugar en otoño (septiembre u octubre), estación más benigna para censar y cuando los ganados aún pastaban durante la noche. Por ende, si tal nacimiento fue en septiembre/octubre del año 2 a.C., el error de cálculo de Dionisio el Exiguo habría sido apenas de un año y pocos meses, respecto del año 1 d.C. que hoy se toma como base de nuestra era común. Un error así de leve sería más probable que desvíos groseros de muchos más años para un erudito como ese monje Dionisio el Exiguo, que utilizó complicados cálculos astronómicos para fijar sus ciclos lunares de 19 años.

[3] Varios críticos han llegado a decir que Jesús de Nazaret nunca existió, dando como razón que sobre su vida y obra solo han escrito sus discípulos directos (vgr. sus apóstoles) o personajes que no lo conocieron, pero adoptaron su fe (vgr. el médico y evangelista Lucas, el ex sectario fariseo Saulo de Tarso conocido como Pablo). Y que fuera de los textos bíblicos conocidos como Nuevo Testamento, nadie de su tiempo ajeno al cristianismo escribió sobre Jesús.

Uno de los tantos que cayó en este error fue, por ejemplo, Herbert George Wells. Este eximio narrador y pensador, pese a que consideró a Jesús como el hombre más influyente de todos los tiempos, en otro texto afirmó que “los antiguos historiadores romanos pasaron completamente por alto a Jesús; él no dejó impresión en los registros históricos de su tiempo”.

Pero tal afirmación no es correcta en absoluto. Se refirieron a Jesús de Nazaret, al menos cuatro escritores no cristianos del siglo I: Tito Flavio Josefo (c.37 - c.100), Publio Cornelio Tácito (c.55 - c.120), Cayo Plinio Cecilio Segundo, conocido como Plinio el Joven (61 - c.112) y Cayo Suetonio Tranquilo (c.70 - post 126).

 

 

Nuevo colaborador

IMANOL ZULOAGA

Nació el 6 de septiembre de 1999. Vive en la ciudad de Luján, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es estudiante avanzado de la carrera de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es letrista y compositor de dos proyectos musicales, ambos se pueden encontrar en las plataformas de streaming “Flores del Ático - full EP, “I’m a Zuloaga - FRAGMENTOS DE/ NIEBLA BRUJA”. Es hijo de la profesora Valeria Badano.

Imanol.zuloaga99@gmail.com


 

REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 58 – Junio de 2024 – Año XV

ISSN 2250-4281 – Edición trimestral
EX-2023-122906980-APN-DNDA#MJ del 17/10/2023, incorporado a RL-2018-52429319-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.


Propietario y director: Héctor Zabala
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Colaboradores

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Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
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Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:
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Ilustración de carátula y emblema:
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Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
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COLABORARON EN ESTE NÚMERO:

 Noelia Natalia Barchuk, Resistencia (Chaco), Argentina

• Valeria Badano, Luján (Provincia de Buenos Aires), Argentina
Currículo en Realidades y Ficciones – Revista Literaria Nº 56:

• Luis Benítez, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 64: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2015/03/suplemento-64-realidades-y-ficciones-en.html
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• Fernando Sorrentino, Martínez (Buenos Aires), ArgentinaCurrículo en Realidades y Ficciones – Revista Literaria Nº 20:
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• Mónica Villarreal, Scottsdale (Arizona), Estados Unidos – Monterrey (Nuevo León), México

• Héctor Zabala, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

• Imanol Zuloaga, Luján (Provincia de Buenos Aires), Argentina
Currículo en Realidades y Ficciones – Revista Literaria Nº 58:
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Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm