REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 58 – Junio de 2024 – Año XV
ISSN 2250-4281 –
Edición trimestral
“Colibrí con atardecer” Mónica Villarreal, 2024 (Mixta sobre papel, 14" x 11") |
Sumario
• Nostalgias y lamentos: epígonos argentinos de Jorge Manrique. (Fernando Sorrentino)
• Kopano Matlwa, una voz joven de la literatura sudafricana postapartheid. “Agua pasada”. (Anna Rossell)
•
“Cuentos de mujeres leves” de Irma Verolín. (Luis Benítez)
•
La voz de la voz. A propósito de Eisejuaz
de Sara Gallardo y La revolución es un
sueño eterno de Andrés Rivera. (Valeria Badano e Imanol Zuloaga)
• Prohibido nacer, mucho más que un libro de memorias. “Prohibido nacer" de Trevor Noah. (Anna Rossell)
•
“La casa de los susurros” de Fabiana Galcerán. (Luis Benítez)
•
Sobre ceros y calendarios. (Héctor Zabala)
Nuevo colaborador de Realidades y Ficciones
Imanol Zuloaga, Luján (Provincia de Buenos Aires),
Argentina
NOSTALGIAS Y LAMENTOS: EPÍGONOS ARGENTINOS DE JORGE MANRIQUE
Fernando Sorrentino ©
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
que trujeron?
El final de la estrofa siguiente
recuerda el brillo y la gracia que se imponían en aquella corte:
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas [2]
que traían?
Hasta aquí Manrique en el siglo XV y en España.
Sin embargo, no resulta difícil advertir
manifestaciones del ubi sunt en
algunas composiciones de las letras argentinas. Doy por sentado que ha de haber
muchísimas, pero las que ahora acuden a mi memoria son las siguientes.
José Hernández (1834-1886)
En El gaucho Martín Fierro (1872):
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer…
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días (II:133-138).
A partir de esta sextina y hasta el
verso 252 se extiende la melancólica descripción de la vida feliz que llevaban
los gauchos en aquella época (que, según creo, es la del gobierno de Rosas):
la sabrosa carbonada,
mazamorra bien pisada,
los pasteles y el güen vino…
Pero ha querido el destino
que todo aquello acabara (II:247-252).
En la segunda estrofa del canto III ratifica lo expuesto largamente en el canto anterior:
Sosegao vivia [4] en mi ranchocomo el pájaro en su nido;
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao… (III:295-298).
Y termina con la reflexión que define
exactamente la esencia del ubi sunt:
Sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido (III:299-300).
Olegario Víctor Andrade (1839-1882)
En el agradable romance “La vuelta al hogar” verifica que, por fortuna, nada ha cambiado en su antiguo hogar. Es un ubi sunt al revés: celebra que no se hayan producido cambios:
Todo está como era entonces:la casa, la calle, el río,
los árboles con sus hojas
y las ramas con sus nidos.
Tras este promisorio comienzo se extiende una profusa y detallada descripción del lugar, hasta que el poeta lamenta, bastante lóbrego, la pérdida de su juventud:
Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
no ya contento y tranquilo,
con arrugas en la frente
y el cabello emblanquecido.
Concluye exponiendo el contraste entre
la noble perduración de su antiguo hogar,
¡Ah!, todo está como entonces,
y las modificaciones, de índole
tremendista, experimentadas en su persona:
¡y el hombre tanto ha sufrido,
que apenas trae en el alma
la soledad del vacío!
Rafael Obligado (1851-1920)
Mucho más diestro y rico en calidad poética que Andrade, no se privó Obligado de expresar algunos lamentos sobre lo borrado por el paso de los años.
Así, en “Las quintas de mi tiempo”
(1885) empieza con una comparación doliente (“¡ay, dolor!”) sobre el presente y
el pasado:
jardines sabiamente dibujados,
fueron un tiempo rústicos cercados
de enhiesta pita y suculenta mora.
Y aquellas que allí ves altas mansiones
de mil primores llenas, antes fueron
modestas granjas donde en paz latieron
más nobles y sencillos corazones.
Y, a mitad del camino del poema, incluye
esta nostalgia:
¡Oh, campestres paseos! ¡Oh, manjares
jamás llorados cual se debe ahora!
¡Oh, sencillez antigua y bienhechora,
salud un tiempo de los patrios lares!
Veamos ahora algunos casos en el siglo
XX.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
Su poema “El tango” (1958) empieza con la fórmula clásica del ubi sunt (“¿Dónde estarán?”):
¿Dónde estarán?, pregunta la elegíade quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.
¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?
¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?
Tales preguntas obtienen la exacta
respuesta:
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.
Letristas de tangos
No los míticos cuchilleros de Borges, pero sí algunos letristas han convocado, acaso sin saberlo, a los manes del ubi sunt en más de un tango con remembranzas. He aquí tres, prácticamente coetáneos, que presento en orden cronológico.
1
Los hechos:
Sólo tengo de recuerdo el cuadrito que está ahí,
pilchas viejas, unas flores y mi alma atormentada…
Eso es todo lo que queda desde que se fue de aquí. [6]
Lo cierto es que la dama “arregló su
bagayito y amurado” lo dejó, abandonando para siempre el compartido
“bulincito”: tal la pérdida que ha de ser llorada.
En las quejas hay, al menos, un
razonamiento extraño, pues, psicosomático, parece adjudicar a la tristeza el
origen de sus canas:
¡Tengo blanca la cabeza!
¿Será acaso la tristeza
de mi negra soledad?
Y, más adelante, la conciencia del
lúgubre presente al recordar el pasado venturoso:
¿qué me quedará a mis años, si mi vida está en su amor?
¡Cuántas noches voy vagando, angustiado, silencioso,
recordando mi pasado, con mi amiga la ilusión…!
2
[…]
flaca, dos cuartas de cogote,
y una percha en el escote
bajo la nuez;
chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez…
¡Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
el cuero picoteao!
Tras tan esperpéntico retrato, adviene
una ristra de lamentos, de la que sólo reproduciré el primero, contundente
síntesis de su estado de ánimo:
fue mi locura!
3
Se dirige a un sujeto innominado, que
deducimos otrora “triunfador”, describiendo su calamitoso estado actual:
hoy andás hecho un andrajo.
Has descendido tan bajo
que ni bolilla te dan.
A continuación, vienen veinticuatro
versos netamente ubisuntianos, que
sirven para describir algunos de los ostentosos rasgos que, en épocas
anteriores, adornaban al personaje. Me limito a reproducir los primeros ocho:
¿Qué quedó de aquel jailefe
que, en el juego del amor,
decía siempre: “Mucha efe
me tengo pa’ tallador”?
¿Dónde están aquellos brillos
y de vento aquel pacoy,
que diqueabas, poligrillo,
con las minas del convoy?
Notas:
[1] Juan II de Castilla (1405-1454).
Desde la muerte del rey y la desaparición de su fastuosa corte hasta el momento
en que Manrique compone su poema (1476) sólo habían transcurrido veintidós
años.
[2] Ropas chapadas: es decir, adornadas
con láminas de metales preciosos.
[3] Verbo con diptongo en la última
sílaba.
[4] Verbo con diptongo en la última
sílaba.
[5] Verso tomado del primero de “Canción
a las ruinas de Itálica” del español Rodrigo Caro (1573-1747).
[6] Puesto que muchas expresiones de la
jerga llamada lunfardo resultarán incomprensibles para el lector no argentino,
quizá sea útil aportar algunas “traducciones” y paráfrasis en español
corriente. Campaneo a mi catrera:
contemplo mi cama; pilchas viejas:
ropas viejas; arregló su bagayito y
amurado me dejó: preparó su maletita y abandonado me dejó; bulincito, diminutivo de bulín: habitación; fané: avejentada, marchita; descangallada:
desvencijada; pebeta: jovencita; se te dio vuelta la taba: se acabó tu buena
suerte; ni bolilla te dan: ni
siquiera te tienen en cuenta; jailefe:
deturpación del inglés high life,
acaudalado, ricachón; mucha efe me tengo
pa’ tallador: me tengo mucha fe para actuar como banquero en los juegos de
azar, es decir, como hombre con poder, “triunfador”; ¿dónde están aquellos brillos / y de vento aquel pacoy, / que
diqueabas, poligrillo, / con las minas del convoy?: ¿dónde están aquellos
anillos con piedras preciosas y aquel gran fajo de dinero que exhibías, hoy
pobre diablo, ante las mujeres (jóvenes) del conventillo (humildísima vivienda
colectiva)?
[7] De los tres tangos (“Amurado”, “Esta
noche me emborracho” y “Uno y uno”) existen las magistrales grabaciones con que
continúa solazándonos el maravilloso Carlos Gardel.
KOPANO
MATLWA, UNA VOZ JOVEN DE
Anna Rossell ©
Kopano Matlwa (Pretoria, 1984) es sin duda una voz joven representativa de la literatura sudafricana postapartheid. Tenía diez años cuando Nelson Mandela fue elegido presidente del país, y este hecho y la ilusión con que los excluidos vivieron ese momento histórico la marcaron profundamente. Sus novelas lo reflejan.
Kopano Matlwa |
Estos son sus temas. A
Matlwa le interesa trabajar literariamente estos procesos y hechos: el racismo,
la xenofobia, el machismo, la superstición, la pobreza, el género, la
influencia de la cultura de los blancos sobre la población negra y la
problemática de las relaciones entre las dos razas. Estos mundos los
encontramos en Florescencia (Alpha
Decay, 2018), Nuez de coco (Alpha
Decay, 2020); en catalán: Florescència
(Sembra, 2018), Coconut (Sembra,
2020).
Porque el marco donde
se desarrolla toda la historia es una escuela de excelencia para niños y niñas
sudafricanos después del apartheid, que se propone formar precisamente a los
líderes que deberán cimentar un nuevo país, ahora en manos, sobre todo, de los
antiguos desfavorecidos y excluidos, los negros. Los protagonistas: la
directora de la escuela, un sacerdote católico blanco a quien el obispo envía a
la escuela a trabajar durante un mes, como castigo por haber faltado al voto de
castidad y cuatro alumnos, que por razones de escándalo sexual deben reparar su
falta trabajando durante un tiempo bajo la supervisión del sacerdote, a su vez
castigado. Con esta combinación de razas, estatus y edades, la autora se
propone retratar una problemática amplia, propósito que no alcanza del todo
debido al planteamiento y a la inverosimilitud de la situación de la que parte:
el reencuentro de los antiguos amantes en la escuela que ella dirige y el hecho
de que ambos fingen no reconocerse, y también por la acentuada infantilización
del personaje del cura católico. Más exitosa, en cambio, es la relación que el
sacerdote y los niños desarrollan, que, por la variedad de caracteres de los
cuatro alumnos y las características diversas de las respectivas familias, da
pie a un retrato bastante verosímil del momento en que se ubica la historia, en
2009.
El relato, asumido por
una voz narradora omnisciente, se sirve preferentemente del diálogo. Las
primeras páginas, en cursiva, y las que cierran la novela rompen el estilo
literario del grueso de la narración y otorga a la historia originalidad de
registro.
“CUENTOS
DE MUJERES LEVES” DE IRMA VEROLÍN
Luis Benítez ©
Yo admiro la prosa de Verolín, pero
particularmente los finales de cada una de sus narraciones breves, la parte más
difícil (al menos para mí) del esquema narrativo aristotélico: comienzo,
desarrollo y final, porque ella sabe darle un cierre exacto a todo lo que nos
dijo antes y, en el mismo párrafo, brindarnos un giro inesperado que resume
toda la historia. En un esquema tan rígido y preciso como el que implica un
cuento, prácticamente un mecanismo de relojería, sin las digresiones que
posibilita emplear una novela de trescientas páginas, es algo ciertamente muy
arduo de concretar. Y doy dos ejemplos del libro en cuestión.
Dos
dientes plateados
Narra la nieta la obsesión del
abuelo por hacerse extraer los dos únicos dientes naturales que le quedan y que
sostienen su dentadura postiza. El dentista se niega a hacerlo y al volver
acongojado el anciano en el taxi por su fracaso al hogar, la nieta recuerda
cuando siendo una beba se cayó de la silla de comer y su abuelo de 50 años no
alcanzó a evitarlo: ella perdió dos dientes en el accidente y cierra Verolín:
“Me puse a llorar a los gritos sin sospechar que más allá me esperaban los
dentistas, los taxis, la vejez, la lluvia, el mundo”.
Un remate perfecto que cierra el círculo temporal.
El
cumpleaños de una muchacha
Una jovencita a punto de cumplir
sus quince años solo desea morirse, porque tiene la cara cubierta de acné y usa
ortodoncia, mientras que toda su familia gira en tomo de la fiesta con el mayor
entusiasmo. En el momento culminante de la celebración, la del cumpleaños
engulle la muñequita de mazapán que corona la torta: se engulle a sí misma.
Un Cronos que, como el
antiguo dios de la mitología griega, efectivamente devora a sus hijas e hijos,
pero que en estas historias, fruto del talento narrativo de Irma Verolín, lo
hace lentamente, masticando vidas muy despacio, mientras ellas, las protagonistas
de cada pieza, sufren esa deglución en silencio, guardándose para sí sus
quejas, sus incertidumbres, sus desdichas y melancolías, aunque medianamente
conscientes, algunas, de que efectivamente están siendo engullidas por ese algo
inapresable que todo lo domina y todo lo vence.
Como se desprende de lo
anterior, de las nombradas características de estas prosas, hay otro invitado
inevitable en Cuentos de mujeres leves y es lo ominoso, el Unheimlich que menciona Sigmund Freud en su texto de 1913, titulado
en español como Lo Siniestro.
Freud, que para la
citada obra se apoya justamente en la estética y la literatura referida a lo
siniestro y toma como ejemplo el conocido cuento El hombre de arena, de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, pero se
afirma sobre la base de la definición brindada por el filósofo idealista alemán
Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, señalando que este: “enuncia acerca del concepto de lo
Unheimlich algo enteramente nuevo e imprevisto. Nos dice que Unheimlich es todo
lo que, estando destinado a permanecerán secreto, en lo oculto, ha salido a la
luz”.
Algo escondido que
aparece, lo ya conocido que vuelve, sería entonces lo siniestro, lo ominoso. Es
lo que les sucede a las protagonistas de Cuentos
de mujeres leves, gracias a la magia escritural de Irma Verolín, capaz de
producir el efecto de la irrupción de lo siniestro levemente atenuado para que
resulte a doblemente siniestro. ¿Qué más ominoso que comprar tres velas, como
le sucede a la protagonista del cuento homónimo, para conmemorar en secreto el
fallecimiento de su único hijo, y terminar con ellas en el cumpleaños del hijo
viviente de una vecina, incluso aplaudiendo junto con todos los presentes
mientras el rozagante chiquillo de ocho años sopla sobre esas mismas velas y
las apaga?
O en otra de las
historias de Verolín, titulada La
cremación, cuando la protagonista acude a la incineración de los restos de
su abuelo, acompañada por su hermano y su tío y, una vez culminada la
ceremonia, el trío termina hablando de asuntos livianos, para ponerle
nuevamente un velo a lo ominoso que acaba de hacerse presente y les ha evocado
lo bien conocido: que los tres también van morir.
La presencia de lo
ominoso, muy difícil de asentar en una narración, la maneja Verolín con la
misma efectividad que el ya citado Hoffmann, sin necesidad de emplear “efectos
especiales" al estilo de las peores películas estadounidenses, esos que
cambian inmediatamente de nivel a un cuento o un relato. Lo concreta la autora
mediante diálogos breves, situaciones apenas sugeridas, el juego de indicios
que a la inteligencia del lector no escaparán porque son exactamente los
precisos y aparecen donde deben hacerlo, no en cualquier otra parte.
Mujeres que saben o
intuyen —en mayor o menor medida— qué es lo que les sucede y qué acontece a su
alrededor y que sin embargo se abandonan a ello, sin oposición, sin lucha, como
si el conflicto entre la conciencia de sí y su circunstancia fuera más temible
que la circunstancia en sí; leves, definitivamente leves.
Este es el gran logro
de esta colección de cuentos, de la pluma de una de las mayores narradoras
argentinas contemporáneas, Irma Verolín, y estas mis modestas palabras sobre su
obra más recientemente publicada.
Acerca de la autora
Irma Verolín nació en ciudad de Buenos
Aires, Argentina, en 1953. Publicó los libros de poesía De madrugada, Los días (Primer Premio Fundación Victoria Ocampo) y Árbol de mis ancestros (Palabrava), y
los libros de cuentos Hay una nena que
gira, La escalera del patio gris, Una luz que encandila, Una foto de Einstein
tocando el violín y Fervorosas
historias de mujeres y hombres. Publicó además las novelas El puño del tiempo, El camino de los
viajeros y La mujer invisible y
títulos de literatura infantil. Obtuvo diversas distinciones, entre las que se
destacan el Premio Emecé, el Primer Premio Municipal de
[1] Verolín, Irma, Cuentos de mujeres leves, Editorial Palabrava, ISBN
978-987-4156-62-4, 122 pp., Santa Fe, Argentina, 2023.
y La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera
Valeria Badano © e
Imanol Zuloaga ©
La escritura del yo se problematiza paradigmáticamente en dos novelas argentinas de dos escritores diferentes que plantean dos realidades históricas distintas.
En esos textos, los
sujetos enunciadores son los protagonistas de las historias; ellos son el
indígena y el revolucionario: son los protagonistas de Eisejuaz de Sara Gallardo y de La
revolución es un sueño eterno de Andrés Riveras respectivamente. A través
de esas voces suyas se hace ‘tópico’ y relato la necesidad de decir.
Sara Gallardo |
Por otro lado, La revolución es un sueño eterno es una novela escrita bajo el seudónimo Andrés Rivera en 1987 por Marcos Ribak. Ambas novelas permean situaciones que invitan revisar los conceptos de figura de autor, de ficción, de verdad, de historia, entre otros. Lo que se dice en estas historias va de la mano de quién lo dice y, así, generar una realidad que, en sí misma, se sabe ficticia. Una realidad sostenida, creada, recreada por un sujeto que se sostiene, se crea y se recrea en la voz “falsa” del texto literario.
Andrés Rivera |
Eisejuaz es una novela escrita
por una mujer que hace hablar a un aborigen argentino que se reconoce, se
enuncia desde la pluralidad identitaria porque es Eisejuaz pero también es
‘También él’, entre otras identidades que él mismo enuncia.
La otra novela —La revolución es un sueño eterno— está
escrita por un varón, que usa un seudónimo y que hace hablar a un mudo, a un
hombre sin lengua justamente, a quien es reconocido como el ‘orador de la
revolución’ de mayo (Juan José Castelli). La voz puede considerarse, entonces,
como el objeto y el tema de la novela, porque desde ella se plantea, la
conciencia subjetiva.
Eisejuaz de Sara Gallardo
habla, también, del desarrollo de la escritura como la historia de la herencia
familiar y literaria, y en la voz de esa autora se da la posibilidad de abrir
una puerta que permite el recorrido complejo, ripioso de una literatura que no se
lee como claramente “femenina”.
Gallardo
utiliza la masa discursiva de su novela para hacer “estallar” la unidad y, así,
todo se bifurca. El mundo referido —y muchas veces, construido— por el relato
de Eisejuaz pierde consistencia real y se presenta transparente, intangible y,
presumiblemente, lábil. En el mundo relatado de Eisejuaz la palabra, solo la
palabra, es la que construye realidades. El mundo es como él lo ve, como lo
conoce y como la historia ancestral lo ha determinado y, así, es dicho.
Los
diálogos entre los personajes van tomando forma a partir de los monólogos que
cada uno de ellos expone. Incluso, a veces, esos “monólogos” parecen monólogos
interiores.
La
voz, las voces de Eisejuaz son los modos abiertos, amplios de dar realidad a
los sujetos. Así como en Pedro Páramo
asistimos a “la vida” de los muertos, en Eisejuaz acompañamos la muerte, la
trascendencia de esos sujetos, esos “yo” que se multiplican y establecen un
diálogo con ellos, con los otros. Y en esa instancia dialógica fundan una nueva
realidad.
La novela La revolución es un sueño eterno (1987) de Andrés Rivera plantea,
ya desde el paratexto, una relación ‘irreal’ entre la vida y la muerte, entre
el pasado y el presente, entre el silencio y la palabra. Tales relaciones se
desarrollan a partir de la fuerte presencia de los conceptos de lo onírico y de
la eternidad. Desde esa posición es posible, entonces, plantear un tipo de
texto que resquebraja los principios de “realidad histórica”. Es decir, si
consideramos que la novela es la biografía de Juan José Castelli y siendo Juan
José Castelli un personaje histórico, lo leído es el relato “verdadero” de la
vida “verdadera” de un hombre “real”. Sin embargo, la advertencia paratextual
permea el juego de la ficción, el de la mentira. El texto de la novela cuenta
que Castelli está muerto y, que antes había estaba mudo porque a causa de su
enfermedad, su lengua había sido cortada. Enmudecido, primero, muerto después
es quien habla en esta historia. Así se construye y se reconstruye la historia
y a los sujetos de las historias. La historia argentina y la historia narrada,
la del texto. La contundencia de esa voz que en la realidad es una “no voz” en
tanto que corresponde a un hombre que ya está muerto y que antes, había
enmudecido por la enfermedad mortal en su lengua, permite configurar el
concepto de diégesis narrativa que se subsume.
El
texto se asume como una construcción onírica y poco real cuando se construye a
partir de subordinadas adjetivas de modo que cada enunciado, a medida que va
hacia adelante en la historia profundiza en el relato. Hay una oposición entre
relato e historia: la historia parece ir hacia adelante pero el relato oscila
en el mismo tiempo/espacio desde donde es —y viene— la voz muda de Castelli.
El
concepto de “sueño eterno” se ejemplifica en ese vaivén narrativo: lo narrado
resulta ser una sensación onírica que espejea, que circula entre el pasado y el
presente, entre la vida y la muerte.
La
revolución no es un hecho empírico, externo; la revolución es dicha, el libro
de Rivera se constituye a partir de la metáfora de la revolución: ella se
plantea como tópico. Como metáfora más que como hechos humanos, sociales,
políticos. El orador de la revolución está enmudecido, como ya se ha dicho:
estaba enfermo, está muerto: pertenece al pasado; sin embargo, de Castelli
llega su palabra que en esta historia es re-escrita: es la voz de la voz, en
este texto se consolida el abismarse de la palabra.
Conclusión
Entonces, Eisejuaz de Sara Gallardo y La
revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera son dos textos narrativos
argentinos que proponen la dialogicidad como elemento de su construcción,
dialogicidad que se lee en las relaciones entre historia y literatura, realidad
y ficción, varón y mujer, vida-muerte-Más Allá e ideales personales y
colectivos.
Ambas
novelas interpelan conceptos vinculados con la práctica de la escritura de
ficción y con la reflexión política, humana. Ambas historias postulan, desde
las novelas, cuestionamientos al hombre y proponen respuestas.
En la situación dialógica que se
construye en la narración de las novelas Eisejuaz
y La revolución es un sueño eterno se
promueve la voz de la voz que es un abismarse de la palabra.
Bibliografía de consulta
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Todorov, Tzvetan (1991). Los géneros del discurso. Caracas: Monte Ávila Editores.
——. (1993). Teorías del símbolo. Caracas: Monte Ávila Editores.
PROHIBIDO
NACER, MUCHO MÁS QUE UN LIBRO DE MEMORIAS
Anna Rossell ©
Prohibido nacer es mucho más que un libro de memorias. Un buen libro siempre aporta sabiduría a quien lo lee y sabe extraer las enseñanzas. Los libros de memorias nos ayudan a conocer la vida de una persona, los hechos que marcaron su trayectoria y condicionaron al protagonista retratado para moldearlo para ser quien es.
Trevor Noah |
Porque el atractivo del libro es que el relato de la vida de Trevor Noah (Johannesburgo, Sudáfrica, 1984) puede ser, mutatis mutandis, la vida de muchos sudafricanos en un momento crucial de la historia del país (la caída del apartheid y la transición). Y las vicisitudes del niño y el joven son también las de la madre, tan protagonista como el hijo, no sólo por razones biológicas sino también por las características personales de ella y por el hecho de que ella sola sacó adelante al hijo. Así la voz narradora de Trevor, su protagonista, en primera persona, es una gran ventana abierta a la contemplación de los acontecimientos del país antes, durante y después del apartheid. No es poco.
No hay duda de que tanto madre como hijo son personas más que dignas de ocupar las páginas de un libro de memorias. La madre, Patricia Nombuyiselo Noah, es una mujer de armas tomar, un ejemplar de los más prototípicos de mujer africana, de aquellos de los que el imaginario popular europeo afirma que sacan adelante el continente. El hijo —de tal palo tal astilla—, listo, sensible y de viva inteligencia, obligado como tantos jóvenes del país a capear con mil y una dificultades, tendrá que lidiar con el obstáculo innato añadido de ser un mestizo ('de color', como lo llaman allí), hijo de madre negra y padre suizo, una condición que le comporta una doble discriminación racial por ocupar el escalafón considerado más bajo y la exclusión de unos y otros.
Con el hijo seremos
testigos de las observaciones que una mente lúcida como la suya hace de la
marcha de su país, de la compleja y refinada política del apartheid para
mantener a los nativos a raya y, sobre todo, permanentemente sometidos, de la
interiorización o la rebeldía de las diversas razas del país (negra, india,
mestiza...) ante aquellas políticas, de los progresivos cambios que van
afectando Sudáfrica. Y somos testigos de todo ello por doble vía: los análisis
que hace la voz narradora y las propias vivencias de Trevor en las diferentes
escuelas que frecuenta, primero, y en el seno de los grupos de amigos con
quien, ya de adolescente, inicia pequeños pero jugosos negocios al margen de la
ley para mantenerse, después. Todo ello sucede en la gran ciudad de
Johannesburgo y en barrios diferentes, también socialmente diferentes. Así
pues, el libro nos permite asistir a toda una transformación histórica y social
en la urbe más poblada de Sudáfrica, de la mano de personajes de una
personalidad más que remarcable.
La voz narradora emplea
un lenguaje juvenil, agudo y simpático, muy fluido y natural, que hace de la
lectura un gran placer. El libro ha sido traducido también al catalán, en
versión de Núria Artigas, y publicado por Edicions de 1984.
Os lo recomiendo.
“
Luis Benítez ©
El sello argentino
Ediciones Diotima publicó recientemente la primera novela de la destacada
autora local Fabiana Galcerán, quien ya sorprendió hace dos años a los lectores
con su libro de cuentos.
La destreza para manejar con alta
efectividad tanto el discurso breve y preciso de la narrativa corta como el
extenso que es característico de la novela, es una cualidad que no se da
abundante en el campo de las letras en nuestra lengua y de modo parecido en
otras.
Inclusive cuando el experimento, signado por el afán de lucro, tiene detrás el apoyo logístico y el enorme aparato de marketing de los grandes grupos editoriales, las falencias del autor o la autora a la hora de pergeñar forzadamente el caudal tipográfico requerido se evidencian ante el ojo atento del lector cultivado, quien detecta fácilmente las falencias de una diégesis estirada hasta el grotesco, los enormes ripios del mamotreto, cuánto de relleno inútil contiene, qué cantidad de noche y no de luz escritural alberga. A buen entendedor, pocas palabras y eso a pesar del buscado éxito de ventas del que pueda alardear el engendro.
En el otro extremo hallamos esta flamante entrega de la autora argentina Fabiana Galcerán, su novela La casa de los susurros [1], que demuestra una vez más su indiscutible capacidad para el desarrollo narrativo más ajustado y preciso, a través de 260 páginas plenas de imaginación, bien sujeta a la verosimilitud que es el sine qua non de la buena prosa. Ya había deslumbrado a sus lectores con la colección de cuentos La versatilidad de las cosas, en 2022, y cabe trazar similitudes muy positivas entre ambos títulos, pese a la diferencia entre géneros. Como en sus cuentos, Galcerán exhibe un empleo bien templado de los recursos narrativos, con una estudiada economía de estos, de manera que no hay concesiones al brillo efímero de tal o cual frase o circunstancia por el mero lucimiento del estilo. Todo en La casa de los susurros responde cabalmente el eje central de lo narrado, se ciñe a este párrafo tras párrafo para dar por resultado una edificación sin fisuras, firmemente arraigada desde los cimientos hasta el techo: una genuina estructura antisísmica es lo logrado por la autora porteña en su segunda entrega a los lectores.
Otro rasgo muy
destacable de lo obtenido por Galcerán en este cambio de género es que sumó al
desafío de pasar de la narración breve a la extensa la elección para hacerlo
del subgénero quizá más peligroso de todos, literariamente hablando.
Básicamente, La casa de los susurros
es una novela romántica, posibilidad escritural que suele ser la flor y nata
del mainstream, donde abunda hasta el
hartazgo la receta convencional de situaciones, conflictos y frases hechas y
repetidas hasta el agobio, como bien dan cuenta de ello las carradas de títulos
que, año tras año, repletan de paraliteratura tanto las mesas de novedades de
las librerías como las bateas de los supermercados, vecinas a las latas de
conserva y las ofertas de electrodomésticos.
Autora de coraje,
Galcerán no pierde el
hilo de lo narrado en ningún momento y es cosa a destacar su maestría para la
puesta en escena del mundo propio de la llamada Gran Guerra (1914-1918),
logrando con creces el clima de época de un modo más que convincente. Esto
genera el trasporte casi inmediato del lector a situaciones e interacciones con
personajes primarios, secundarios y terciarios tan vívidos, que ya deja de ser
el espectador exterior a lo que sucede, para convertirse en un coprotagonista
más de La casa de los susurros, con
una llamativa percepción visual, casi táctil, de cuanto acontece en ella. Raro
logro, que no deja de recordarnos las mejores páginas de la fundadora del
subgénero, Jane Austen (1775-1817), particularmente en su célebre Pride and Prejudice [2]. Un
llamado a perder el prejuicio y deponer el orgullo del lector cultivado acerca
de la “novela romántica”, tal es el caso de La
casa de los susurros, de la argentina Fabiana Galcerán.
Otro acierto de
Ediciones Diotima, que inaugura así una nueva colección, Edenbrooke, dentro de su ya bien afiatado catálogo.
La
autora
[1] Ediciones Diotima, ISBN
978-631-90320-0-0, 260 pp., Buenos Aires, 2023. https://www.diotima.ar/
[2] Austen, Jane. Pride and Prejuice, traducido habitualmente como Orgullo y prejuicio, Ed. T. Egerton,
Whitehall, Londres, 1813.
SOBRE CEROS Y
CALENDARIOS
Héctor
Zabala ©
No será la primera vez que leo o escucho
la curiosa expresión “año cero”. Si nos tomamos el trabajo de bucear en
internet, veremos que se usaron esas palabras para dar título a una revista
científica de una conocida editorial, a una película dramática española, a
algún álbum de rock, a una revista española sobre esoterismo, ocultismo,
parapsicología y ufología, y la lista puede ser bastante larga.
Incluso, a mediados de
enero de este año un jefe de Estado, economista de profesión, dijo en la 54ª
Reunión Anual del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza): “Si consideramos la historia del progreso
económico, podemos ver cómo desde el año cero hasta el año 1800,
aproximadamente, el PBI per cápita
del mundo, prácticamente, se mantuvo constante durante todo el período de
referencia.”
Estas palabras fueron
parte de un discurso comentado después por miles de personas en todo el planeta
a través de redes sociales y otros medios. Sin embargo, más allá de los
aplausos y diatribas que despertó, de los análisis y comentarios periodísticos
extraídos sobre el tema parece que ninguna de tantas personas hizo hincapié en
un tema elemental: ¿Hubo realmente
alguna vez un año cero?
Para responder
a esta pregunta, hay que remontarse al siglo VI de nuestra era, cuando
Por entonces,
existía la costumbre de contar los años desde la coronación del emperador
romano Dioclesiano. Así, el año 1 de la era
dioclesiana era el equivalente al 284 de nuestra era actual; esta práctica
comenzó en Alejandría y para entonces se había extendido por buena parte de
Europa. Pero Dioclesiano había tenido la mala idea de ser un gran perseguidor
del cristianismo y eso no era del agrado de
Por otro lado,
se sabía que durante largo tiempo de la historia romana el punto de partida
para la cuenta de los años había sido la fundación de la ciudad de Roma. Ese
año ancestral se conocía como el año 1 AUC (Ab
Urbe condita) y tal cuenta de los años no se había perdido.
Ahora bien,
cabe recordar que el número cero no existía en los sistemas numéricos de
romanos y griegos antiguos, quienes utilizaban un para nada práctico sistema
numérico basado en letras. No hay más que intentar dividir dos números romanos
(vgr. MDLIV por XIII) para entender su nula practicidad para realizar cálculos
aritméticos.
Brahmagupta o Brahma Gupta (c.598 - c. 670) supuesta imagen de este gran matemático de la India |
Los árabes difundieron
después (siglos VII y VIII) tal sistema numérico por el norte de África
(Magreb) y por España (Al-Ándalus). Los primeros manuscritos españoles con
estos números “arábigos” (en rigor de verdad deberían llamarse números “indios”
o “hindúes”) datan del siglo X. Aunque hay alguna disputa sobre la difusión de
estos números hacia el resto de Europa, casi todos los eruditos coinciden en
que fue Leonardo de Pisa (Fibonacci) el que escribió el primer tratado europeo
sobre este importante tema. Su obra, escrita tan tardíamente como en el siglo
XII, habría contribuido mucho a generalizar la aceptación del “nuevo” sistema
numérico venido de Oriente, y del cero en particular.
De ahí que,
cuando en el siglo VI (unos seis siglos antes de Fibonacci), el papa Hormisdas
(hay quienes pretenden que fue el papa Juan I) solicitó al erudito Dionisio el
Exiguo que averiguara el año del nacimiento de Jesús de Nazaret [2],
el cero no figuraba como número entre
los europeos. Aclaremos que el bueno de Dionisio era, además de monje,
matemático y astrónomo.
Dionisio el Exiguo (c.460 - post 525) según ilustración del libro de 1877 South by East: Notes of Travel in Southern Europe de G.F.Rodwell |
Hoy por hoy,
solo se mantienen las expresiones a.J.C., a.C. o a.E.C. (antes de Jesucristo,
antes de Cristo o antes de nuestra era común, respectivamente) cuando se trata
de acontecimientos históricos anteriores al supuesto año del natalicio de Jesús
(vgr. 399 a.C.: ejecución de Sócrates en Atenas, o 539 a.C.: caída de Babilonia
a manos de los persas de Ciro el Grande).
Este nuevo
punto de partida de los años lo sugirió el citado monje en el año 525 de
nuestra era cristiana o común (poco después de la muerte del papa Hormisdas),
es decir en el año 1278 AUC del viejo calendario romano, y así fue instituido
oficialmente por
Sin embargo, si
analizamos los años cercanos a ese año 1 de nuestra era, vemos que la sucesión
de años serían 2 a.C. – 1 a.C. – 1 d.C. – 2 d.C., pero que no existe un año cero. Esto es así porque el cero en este caso es un instante en el devenir del tiempo,
nunca un año completo.
En conclusión: nunca hubo un año cero. Y esta
afirmación es válida no solo para nuestra era común sino también para los
antiguos calendarios romanos, el que manejaban los antiguos griegos, así como
para todos los que se crearon y desaparecieron antes del nuestro. Al fin de
cuentas, tampoco hubo nunca un día cero para cada mes (ya sea este lunar o
solar) ni semana cero ni mes cero ni siglo cero ni milenio cero.
Pero,
expresiones son expresiones y discursos son discursos.
[1] Los mayas también inventaron un
sistema aritmético de posiciones a la par que el número cero. Esta civilización
amerindia tuvo su período clásico desde el año 250 de nuestra era común hasta
el año 900, aproximadamente. Dominaron el área comprendida por los actuales
territorios de Yucatán (sur de México), Guatemala, Belice, y el oeste de El
Salvador y Honduras, área donde se encuentra un conjunto irregular de ruinas
correspondientes a enormes templos y palacios de sus antiguas ciudades-estado.
Los eruditos mayas hacían sus anotaciones en una especie de papel obtenido por
machacamiento de la corteza de higueras silvestres más un baño de cal. Su
escritura era una mezcla de símbolos fonéticos que representaban unidades de
sonido con ideogramas que significaban palabras. Hoy solo quedan cuatro códices
después de la hoguera de miles de estos documentos ordenada en el siglo XVI por
Diego de Landa, primer obispo de Yucatán, un fanático religioso que así quemó
la historia de toda una civilización, pero que los arqueólogos fueron
recuperando en el pasado siglo, al menos parcialmente a partir de inscripciones
en monumentos de piedra.
[2] Hay discusión académica sobre cuando
nació Jesús de Nazaret.
En lo que coinciden casi todos los
eruditos es que no nació en el año 1 (1 d.C.) de nuestra era, sino antes. Es
decir que Dionisio el Exiguo se habría equivocado en su cálculo, aunque no por
mucho probablemente. Algunos postulan que pudo haber nacido en el año 4 a.C.,
año que se toma como el de la muerte de Herodes el Grande por la mayoría de los
historiadores. El problema es que no es absolutamente seguro el 37 a.C. como el
año de la toma de Jerusalén por este “rey de los judíos” (nombrado así por el Senado
de Roma) y el consecuente derrocamiento del anterior rey asmoneo Antígono,
aliado de los persas, enemigos de los romanos. Si dicha toma fue un poco
después, como sugieren algunos historiadores, la muerte de Herodes el Grande
pudo haber ocurrido quizá en el 2 a.C. y por ende el nacimiento de Jesús bien
podría haber sido en este último año citado.
Es altamente improbable que el
nacimiento de Jesús fuera a fines del mes de diciembre (sea el año que fuese),
habiendo por los menos tres razones que lo sugieren: 1) que los pastores de
Judea, según el Evangelio de Lucas,
mantenían aún sus ganados pastando durante la noche en el momento de nacer
Jesús, actividad que ocurre a lo sumo hasta mediados de noviembre de cada año;
2) que por el censo que Augusto César ordenara, José de Nazaret con su esposa
María debieron trasladarse a Belén y alojarse en un pesebre vacío (Evangelio de Mateo), pues no quedaban
posadas libres para gente forastera que debía censarse en la aldea betlemita,
detalle muy consecuente con la falta de ganado en dichos pesebres según el
punto anterior; 3) que las autoridades romanas no irían a elegir una fecha tan
irritante como el 25 de diciembre (época del año caracterizada por mucha nieve
o lluvia, frío intenso y caminos intransitables) para que miles de judíos y
galileos fueran a presentarse ante las oficinas censistas de las ciudades pertinentes
según sus diversas casas y tribus.
Por ende, es más probable que el
nacimiento de Jesús haya tenido lugar en otoño (septiembre u octubre), estación
más benigna para censar y cuando los ganados aún pastaban durante la noche. Por
ende, si tal nacimiento fue en septiembre/octubre del año 2 a.C., el error de
cálculo de Dionisio el Exiguo habría sido apenas de un año y pocos meses,
respecto del año 1 d.C. que hoy se toma como base de nuestra era común. Un
error así de leve sería más probable que desvíos groseros de muchos más años
para un erudito como ese monje Dionisio el Exiguo, que utilizó complicados
cálculos astronómicos para fijar sus ciclos lunares de 19 años.
[3] Varios críticos han llegado a decir
que Jesús de Nazaret nunca existió, dando como razón que sobre su vida y obra
solo han escrito sus discípulos directos (vgr. sus apóstoles) o personajes que
no lo conocieron, pero adoptaron su fe (vgr. el médico y evangelista Lucas, el
ex sectario fariseo Saulo de Tarso conocido como Pablo). Y que fuera de los
textos bíblicos conocidos como Nuevo
Testamento, nadie de su tiempo ajeno al cristianismo escribió sobre Jesús.
Uno de los tantos que cayó en este error
fue, por ejemplo, Herbert George Wells. Este eximio narrador y pensador, pese a
que consideró a Jesús como el hombre más influyente de todos los tiempos, en
otro texto afirmó que “los antiguos
historiadores romanos pasaron completamente por alto a Jesús; él no dejó
impresión en los registros históricos de su tiempo”.
Pero tal afirmación no es correcta en
absoluto. Se refirieron a Jesús de Nazaret, al menos cuatro escritores no
cristianos del siglo I: Tito Flavio Josefo (c.37 - c.100), Publio Cornelio
Tácito (c.55 - c.120), Cayo Plinio Cecilio Segundo, conocido como Plinio el
Joven (61 - c.112) y Cayo Suetonio Tranquilo (c.70 - post 126).
Nuevo colaborador
IMANOL ZULOAGA
Nació el 6 de septiembre de 1999. Vive
en la ciudad de Luján, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es estudiante
avanzado de la carrera de Filosofía en
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 58 – Junio de 2024 – Año XV
ISSN 2250-4281 – Edición trimestral
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• Fernando Sorrentino, Martínez (Buenos Aires), ArgentinaCurrículo en Realidades y Ficciones – Revista Literaria Nº 20:
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