REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 51 – Septiembre de 2022 – Año XIII
ISSN 2250-4281 – Edición trimestral
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).
“Colibrí en vuelo” Mónica Villarreal (2022) (Acrílico sobre canvas, 12" x 12") |
Sumario
• El mestizaje en América. “El mestizaje en América. Mito y realidad en José María Arguedas” de Zulma Esther Prina. (Germán Cáceres)
• Fiódor Mijailovich Dostoyevski, la polifonía de “un hombre de Dios”. (Adriano Corrales Arias)
• Pablo Dema: “la materia frágil del mundo” (Luis Benítez)
• La semblanza poética de Rafael Cadenas. (Freddy Jesús Angulo Lozada)
• El vicio prosódico de los poetas hispanoamericanos. (Enrique Antonio Sánchez Liranzo)
• “Un hombre llamado Ziegler” de Hermann Hesse. Cuento y comentarios. (Héctor Zabala)
Nuevo colaborador de Realidades y Ficciones:
Germán Cáceres, Avellaneda (Buenos Aires), Argentina.
EL RETRATO DE UN ALMA ESCINDIDA
Anna Rossell ©
Piedras en el bolsillo
Traducción de Aloma Rodríguez Gascón
Libros del Asteroide, 2021, 176 pp.
A Kaouther Adimir le gusta escribir historias reales en clave de ficción. Lo hizo con Nuestras riquezas. Una librería en Argel, Ediciones del Periscopio, que le valió la mención especial del Premio Llibreter 2019, y lo hace en Piedras en el bolsillo, ahora en torno a su biografía. El libro es un retrato del alma escindida de la autora.
Kaouther Adimir |
Adimir es consciente de que el desgarro que tortura su alma no es solo suyo; ella sabe que su historia es, con pocas variaciones, la de muchas otras mujeres atrapadas en tierra de nadie, en medio de dos culturas. Es esto lo que motiva la escritura del libro, y ello se hace patente en las primeras palabras, las que abren el libro explicando la noticia del asesinato de una anciana a manos de una joven mujer de treinta años, debido a que aquella se habría burlado de la joven cuando le dijo que «no encontraría un hombre tan loco como para casarse con ella». La noticia va acompañada del comentario de la protagonista: «Yo habría hecho lo mismo». Con ello la autora da a entender la conciencia de que lo que contienen las páginas del libro tiene valor colectivo, al tiempo que pone de manifiesto la gravedad que puede conllevar un sentimiento incisivo como el que describe hasta el punto de que puede conducir al asesinato. Porque la «tierra de nadie» es un espacio que no pertenece a «nadie», pero no es neutro ni aséptico, por el contrario, es un lugar de riesgo, una fuente de dolor. La voz narradora hace alusión a menudo al sentimiento de sentirse «atrapada entre Argel y París».
Probablemente el mérito más destacable del libro es su discreción. Es discreto por el lenguaje que emplea, por la historia que narra y por la intención de la autora; rehúye los aspavientos. Sin embargo, no debemos confundir discreción con demérito. La sencillez es un valor escaso, esencial.
La protagonista es, como la autora, una mujer joven argelina nacida en Argel en 1986, una mujer que, como la escritora, vive y trabaja en París hace cinco años. Hasta aquí las coincidencias demostrables. A partir de aquí, las imaginables.
Escrita en primera persona, el eje predominante en la historia es el de contraer matrimonio. La boda, clave en la tradición cultural de las mujeres en todo el mundo, es tan clave como para determinar su existencia de manera contundente. Y la tradición pesa desgraciadamente mucho en todas partes, pero más en unos lugares que en otros, y conlleva un fortísimo condicionamiento social, que priva de libertad a las mujeres.
Nuestra protagonista es una de estas mujeres. Huérfana de padre y acosada por la madre que no cesa de telefonearle recordándole que pronto habrá dejado pasar su última oportunidad, la joven mujer vive obsesionada, inmersa en esta fijación, inducida por la insistencia de su progenitora y por el próximo enlace de la hermana pequeña, un evento que la ha de llevar a viajar inminentemente a Argel. Y, si bien el motivo de la boda es el núcleo del desasosiego, sabemos que constituye su esencia, pero que la desazón no se agota en ella. Más allá hay toda una cultura, lazos familiares, vivencias infantiles, un mundo de crecimiento personal que el personaje principal ha dejado atrás, pero que añora y no puede reemplazar París. Estas son las piedras en el bolsillo que le pesan. Ella quiso dejar su país, su elección francesa fue consciente y decidida, quería alejarse de Argelia, pero nunca se puede, ni se quiere, dejar todo.
La escritura de Adimir es sensible; la mayoría de las situaciones anímicas de la protagonista se desprenden de manera indirecta. En París (2016) vive en un apartamento de treinta metros cuadrados; en la ciudad tiene pocos amigos, algunos conocidos del trabajo y una mujer madura sin techo, Clothilde, en quien ella encuentra una confidente y es consejera y consuelo en el común desamparo. La de ella es una existencia solitaria. Los recuerdos de las vivencias infantiles con su amiga argelina, Amina, con quien ha compartido las aventuras de la infancia y los recorridos por todos los rincones de la ciudad de Argel, la experiencia de los primeros amores, los ataques de grupos fundamentalistas contra civiles de los años noventa, todas estas experiencias son momentos —a veces solo pinceladas— constitutivos de una historia personal imborrable. Prevalece al final el deseo de poder volver a su país, libre de toda angustia: «De madrugada, entraré en la ciudad. Recogeré piedras y ya no me pesarán en el bolsillo».
En catalán el libro ha visto la luz de la mano de Edicions del Periscopi, en traducción de Anna Casassas Figueras, así como también Les nostres riqueses. Una llibreria a Alger, en versión de la misma traductora, i Xordica Editorial ha publicado en español la primera novela de la autora, El reverso de los demás, una narración polifónica, traducida por Aloma Rodríguez.
TRANSMITIR LA LUZ
Anna Rossell ©
Los días luminosos
Traducción de Marina Bornas Montaña
Editorial Acantilado, 2020, 435 págs.
Los días luminosos, traducción literal del original alemán Die hellen Tage, es un título acertado donde los haya. Y no solo son luminosos los días que narra, también la novela lo es. La autora sabe transmitir la luz con su amplio abanico de connotaciones, que se desprenden de lo que cuenta y de cómo lo cuenta. Todo seduce.
Zsuzsa Bánk |
Hay magia en esta novela, que engancha por su encanto. En este sentido la autora se expone a un riesgo, pues la historia en su conjunto roza el límite entre lo auténtico y el «bello cuento navideño», aunque la Navidad no tenga nada que ver con la trama ni los acontecimientos. A ello contribuye también sobre todo uno de los personajes, Zigi, el alegre e ingenioso funambulista, padre de Aja, que se acerca peligrosamente al tópico del húngaro de alma ambulante. Sin embargo, la autenticidad siempre acaba por decantar de su lado el plato de la balanza. No sorprende que la novela avanzara puestos vertiginosamente en las listas de los libros más vendidos cuando en 2011 se publicó en Alemania, para saltar al primer puesto en la lista de la revista Der Spiegel, en 2013.
Narrada en primera persona desde el recuerdo por una de sus tres protagonistas infantiles, Therese (Seri), el lenguaje que desarrolla exhala calidez y emotividad. Bánk parece inmersa ella misma en los sentimientos que sus descripciones desprenden, apariencia que refuerza el hecho de que el libro vaya precedido de la dedicatoria Para Louise y Friedrich, que, incluyendo a la propia autora, insinúa un triángulo que habría inspirado a Zsuzsa Bánk desde su propia vivencia personal. No sería este el único rasgo autobiográfico que recogería la novela: Bánk (Fráncfort del Meno, 1965) es hija de padres húngaros emigrados a Alemania tras la revuelta húngara de 1956.
La novela es un canto a la libertad, a la inocencia infantil, a la sinceridad y a la autenticidad. Los personajes, marcados todos por una vivencia traumática, deben enfrentarse a la pérdida, al dolor, a la muerte, a la mentira, a los celos y a la traición. Sin embargo, será siempre la sensibilidad y la humanidad de los demás para con cada uno en sus momentos más críticos lo que consigue que todos salgan adelante. Entre ellos se forjan lazos sólidos que los salvan de naufragios amenazadores y les ayudan no solo a salir a flote, sino también a crecer como personas.
Bánk no se precipita en el tiempo narrativo, en el que se recrea entreteniéndose en los detalles; descubre en el momento oportuno y con elegancia los secretos que esconden las biografías de sus personajes. El tiempo de la narración es pausado en la justa medida, la recurrencia de las sugerentes imágenes sirve a la autora de herramienta literaria, con la que despliega un denso tejido de leitmotivs, muchos de ellos relacionados con el entorno natural y el jardín asilvestrado de la desvencijada casa de Évi, en las afueras del pueblo.
De la misma autora, que ha recibido numerosos galardones, Acantilado ha publicado la novela El nadador (2004), traducida por Berta Vías Mahou y el libro de relatos En pleno verano (2016), en versión de Marina Bornas Montaña. En catalán ha visto la luz El nedador (2004) bajo el sello de Quaderns Crema, en traducción de Mariona Gratacós Grau.
EL MESTIZAJE EN AMÉRICA
Germán Cáceres ©
Mito y realidad en José María Arguedas
José María Arguedas fue un escritor que nació en 1911 en Andahuaylas, Perú, y falleció en 1969 en Lima. Era mestizo.
Es el mayor exponente de la cosmovisión del pueblo peruano según el ensayo de Zulma Prina, que se enfoca en los dos significados de la palabra mestizaje: el racial y el cultural, señalando el mundo real y mítico del hombre americano, sus dificultades para sobrevivir, la falta de pertenencia y extrañamiento, que el mismo Arguedas sufrió en carne propia. Además, reseña los males que acarreó en América Latina la colonización española.
Zulma Prina |
Zulma Prina recorrió una bibliografía inmensa enumerada en el libro, que le posibilitaron lograr un profundo e inteligente análisis del legado de este notable escritor peruano.
Se cita el respeto y el amor que sentía Arguedas por la cultura quechua abundando en ejemplos y citas. No solo menciona el texto fundamental de Arguedas, la novela Los ríos profundos (1958), sino que también analiza otras, entre ellas Todas las sangres (1964). Y se sumerge en las múltiples sugerencias que humanizan a la naturaleza porque posee alma.
Zulma Esther Prina es profesora en letras, magister en análisis del discurso y en literatura para niños y jóvenes. Publicó veintiséis libros (ensayo, novela y poesía). Da conferencia y talleres. Es miembro de honor y de número de la Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil.
FIÓDOR MIJÁILOVICH DOSTOYEVSKI, LA POLIFONÍA DE “UN HOMBRE DE DIOS”
(A doscientos años de su nacimiento)
Adriano Corrales Arias ©
Acercarse a la vida y obra del escritor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881) es un acontecimiento permanente que debe realizarse con lentitud pues exige silencio, tino y profundo respeto. Yo lo he venido haciendo desde mis dieciocho años cuando leí su romántico y conmovedor relato Noches blancas, para pasar de inmediato, sin preparación ni anestesia, a uno de los shocks literarios e ideológicos más fuertes que haya experimentado en mi vida: Crimen y castigo, para muchos su mejor novela.
Fiódor Dostoyevski |
La literatura rusa destaca por su sentido patriótico, humanista, democrático, social y espiritual; la búsqueda constante de las claves socioculturales y las posibles rutas para mejorar la vida en todos los planos es un tópico constante; nos seduce con un romanticismo pletórico, una vena fantástica y un dramático realismo, sin desdeñar los abismos psicológicos o los perfiles místicos, incluso en la ciencia ficción. Alexander Pushkin (1799-1837) inicia el crecimiento desaforado de esa literatura. Hasta el siglo XIX casi nada se sabía de la misma en Europa, mientras que a fines de ese siglo adquiere una resonancia universal. En cien años la literatura rusa recorre el camino para el cual la europea occidental ocupó casi cuatrocientos años: desde el Renacimiento hasta el Realismo del XIX. Tan insólito ritmo de desarrollo sorprende, impacta. Y Dostoyevski, con sus polifónicos, polémicos y polisémicos universos, es, en mucho, responsable…
Casi todos los estudiosos y escritores que se detienen en este gigante de las letras coinciden en conceptuarlo, sino como el más grande escritor de todos los tiempos, al menos como uno de ellos, gracias a una producción textual de altísima calidad artística que explora la naturaleza humana en el complejo contexto político, sociocultural y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX con todas sus contradicciones. Es el gran continuador de una amplia literatura cuya fortaleza, como ya se dijo, se inicia con Aleksander Pushkin, además de Nikólai Gógol (1809 - 1852) y Mijaíl Lermóntov (1814 - 1841), tres de sus antecedentes e influencias más claras. A nivel europeo y americano se perciben los ecos de Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare, Lord Byron, Charles Dickens, Honoré de Balzac, Victor Hugo, George Sand, Adam Mickiewicz y Edgar Allan Poe, entre muchos otros, puesto que era un lector insaciable.
Pero por sus textos también circulan las influencias ideológicas de pensadores y filósofos tales como san Agustín, Georg W.F. Hegel, Inmanuel Kant, Voltaire, Aleksander Herzen, Visarión Bielinski, Friedrich Schiller, Ernst T.A. Hoffman, Vladímir Soloviev (uno de sus grandes amigos) y Mijaíl Bakunin, entre otros. Por demás, su literatura ha influido a grandes escritores, pensadores, artistas y cineastas, desde Friedrich Nietzsche hasta John M. Coetzee, pasando por Jean-Paul Sartre, Albert Camus, William Faulkner, Henry Miller, Ingmar Bergman, Andréi Tarkovski o Akira Kurosawa, entre muchos más. Igual se ha ganado la animadversión de varios, entre ellos su coterráneo, el extravagante Vladímir Nabókov. De él dijo Nietzsche: “Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida”. Y José Ortega y Gasset: “En tanto que otros grandes declinan, arrastrados hacia el ocaso por la misteriosa resaca de los tiempos, Dostoyevski se ha instalado en lo más alto”.
No haré un recuento de su convulsa y violenta biografía, mucho menos de su extensa y profunda obra literaria, el tiempo y el espacio no lo permiten. Pero sí apuntaré algunos rasgos de las mismas a modo de un sencillo pero sentido homenaje en el bicentenario de su natalicio (coincidente con el de nuestra ¿independencia?, por cierto, y con el de otro grande, el “maldito” francés, Charles Baudelaire) y como un pequeño aporte al reconocimiento y develamiento de una obra que crece y gana vigencia con el tiempo, como corresponde a toda creación artística considerada “clásica”. En esa línea de crecimiento su producción, que se divide en dos etapas (antes y después de Siberia), es un parteaguas, ya no solo en las literaturas rusa y europea, sino en el ancho espectro de las letras planetarias.
Fiódor Mijailovich, tuvo un segundo nacimiento cuando, a sus 28 años estuvo casi frente a un pelotón de fusilamiento acusado de conspirar contra el zar, en una macabra teatralización que este mismo preparara como escarmiento a dieciocho jóvenes intelectuales capturados en una reunión del llamado “Círculo Petrashevski”, en el cual interactuaban dos círculos más cerrados de revolucionarios y anarquistas (el tercero nunca pudo ser descubierto). A los 24 años, con el grado de subteniente y graduado como ingeniero, había abandonado la carrera militar para dedicarse a la literatura. Ese hecho lo marcará para siempre, así podemos constatarlo en uno de los célebres pasajes de su extraordinaria novela El idiota. Conmutada la pena cumple cuatro años de trabajos forzados en Siberia y cinco en el ejército como soldado raso.
Durante toda su vida Dostoyevski padeció de epilepsia, la cual supo utilizar, no solo para librarse de la condena vitalicia a servir en el ejército en Siberia, sino para incorporarla de manera creativa en su obra. Los personajes Murin y Ordínov (La patrona, 1847), Nelly (Humillados y ofendidos, 1861), El Príncipe Myshkin (El idiota, 1868), Kiríllov (Los demonios, 1872) y Smerdiakov (Los hermanos Karamázov, 1879-80) padecen de la misma enfermedad. La epilepsia inicia durante sus años como estudiante de ingeniería militar en San Petersburgo (1838-1843), pero el diagnóstico tarda una década en llegar. El padecimiento ha inspirado a numerosos epileptólogos, incluyendo a Sigmund Freud, quien, además, profundiza el sentido de la culpa en su literatura como signo de una inclinación parricida, según el vienés. En todo caso, Dostoyevski hace uso de la enfermedad cual genio literario que siempre supo transformar la adversidad en oportunidad. Una de las ideas capitales en su obra (“un buen recuerdo puede colmar toda una vida de felicidad”) guarda estrecha relación con los momentos de éxtasis que alcanzaba el escritor durante algunos episodios de la enfermedad o en el momento del “aura epiléptica” anunciadora de crisis más violentas; así lo describe con maestría en su obra. Muchos de esos éxtasis no son solo insumos escriturales, sino características misteriosas cual gran vidente, casi un iluminado.
Recordemos que el joven Dostoyevski comparte con reformadores utópicos en busca de la redención humana y de su Rusia profunda, la de los siervos de la gleba (futuros proletarios) y “mujiks”, hasta ser arrestado y encarcelado en Siberia. La experiencia de convivir y trabajar con lo más depravado y miserable de la sociedad de su tiempo lo marca con hondura. La lectura del Evangelio en la Casa de los muertos le sirve para realizar un giro profundo en sus convicciones. De las utopías que ofrecían fórmulas para la felicidad social avanza hacia la inmersión e introspección en la psicología humana, lo que no siempre será bien comprendido. De allí las situaciones límites o patológicas y los personajes enfermizos que cobran vida en la segunda fase de su obra polifónica ya de regreso a la vida “normal” en San Petersburgo. Sucede que la salud es enfermiza pues los vicios morales son los que sostienen el poder en sociedades disfuncionales y violentas, sin Dios. Por eso en Los hermanos Karamazov, la tesis de Iván, el segundo de los hermanos, se sintetiza en una de las frases más conocidas: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Más concreto: “Si se extirpa en el hombre la fe en la inmortalidad, se secará en él enseguida no solo el amor, sino, además, toda fuerza viva para continuar la existencia terrena. Más aún: entonces ya nada será inmortal, todo estará permitido, hasta la antropofagia”. Más que una discusión teológica (y teleológica), se trata de la crisis espiritual de la humanidad.
Dostoyevski logra entrever que el auténtico enemigo de nuestra libertad somos nosotros mismos; son nuestras propias acciones las que nos impiden alcanzar el amor, o, para decirlo de mejor manera: amar y ser amados con sinceridad. Por esa vía intenta el sentido de lo que es bueno: lo que nos transforma en personas dignas de ser amadas. Ese es el principio dostoyesvskiano que ilumina la libertad auténtica y nos redime de nuestra naturaleza animal. Por eso una de sus frases más estremecedoras: “[...] el hombre inventó a Dios. Pero no es eso lo extraño [...], lo extraño es que semejante idea haya podido surgir en el cerebro de un animal tan feroz y maligno como el hombre ya que es una idea tan sagrada, tan conmovedora, tan profundamente sabia y que tanto honra al hombre”.
Dostoyevski indica que no todo está permitido; cambia los términos de la conversación y nuestros puntos de vista: lo que verdaderamente angustia al hombre no es lo que está permitido o prohibido, sino lo que se deja de recibir. Nos ayuda a comprender que la identidad profunda del hombre no radica tanto en hacer o dar, como en recibir. Con este giro dostoyevskiano de la libertad, la persona puede revitalizarse y, en lugar de amenazas y peligros, o de realizar sacrificios en vano, se abre al develamiento de un amor que intenta curar una voluntad herida para reconfortarse (revolucionarse) consigo y con los demás. Así, el hombre puede ser digno del Dios que intuye y que, acaso, convive con él. Se trata de humanizar a Dios en vez de divinizar al hombre: convertirse en “el hombre de Dios”, tal y como lo intuía; “un hombre en continua lucha”, tal y como el conde León Tolstói lo retrata.
PABLO DEMA: “LA MATERIA FRÁGIL DEL MUNDO”
Luis Benítez ©
El autor Pablo Dema nació en General Cabrera, provincia de Córdoba, Argentina, en 1979. Escritor, docente y editor. Publicó en poesía Filos (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014) y Prendas (Editorial Deacá, Villa María, Provincia de Córdoba, Argentina, 2020). Con anterioridad son de su autoría cuatro libros de cuentos: Fotos (2005), Si nada permanece (2007), Hoteles (2010) y La canción de las máquinas (2014), así como la novela De piedra o de fuego (2009).
Pablo Dema |
Esbozada, escondida entre sus versos o bien explícita, siempre hay una historia en los poemas de Pablo Dema. Pavesianamente a veces, esas historias se desprenden de la evocación personal y alcanzan una dimensión general que lleva al lector a una identificación casi inmediata. Es que Pablo Dema encontró un modo preciso para trasmitir el “principio de incertidumbre” que sospechamos anuda la existencia al flujo y reflujo del sistema de causas y efectos, donde la conciencia individual y la universal se interseccionan y ensamblan.
Mi nombre es nadie
Amigos,
ahora que ya soy un hombre
y no quiero ser alguien
en la vida
me siento mucho más liviano.
Desde acá los veo
lanzar sus dentelladas
sobre un reflejo fugaz en el agua
que es precioso, sí,
pero no es oro.
Amigos, amigos...
no corran más,
todo lo que hay es de ustedes
pero no es oro
oro no.
(de Filos, 2014)
Un hilo
Un hilo
de luz
fascinante
los une.
Como si sus auras nimbadas
no supieran todavía
la noticia que los cuerpos conocen.
¡Son dos!
El recién nacido
inventa a la madre
y no sabe que es el mundo.
(de Filos, 2014)
Posiciones
1
Te dormiste amamantando
con un brazo en la cadera
y el otro flexionado
sirviéndote de almohada.
Tomé a la beba para llevarla a su cuna.
La cabeza en una palma
y en la otra el resto del cuerpo ovillado.
¿Qué corriente invisible casi corto sin saberlo?
Al sentirme
apretó los labios
y quedó colgada de tu pecho:
colibrí lactante
libando en la más fragante flor.
Sentí una descarga en todo el cuerpo,
la dejé en tu regazo
y salí del cuarto a los tumbos
embriagado de amor.
2
¿Adónde más poner los ojos?
¿Qué batallas librar después?
En los confines de los campos literarios
se ven los destellos de los últimos egos
estallando en el cielo constelado:
ilusorias flores de luz extinta
viajando hacia la nada
de espaldas a la luz mayor en combustión.
¿Cuál sería la posición estratégica
para un corazón encendido
en esa coreografía de fuegos dispares?
Tu pupila roza la zona donde susurra mi voz.
En la intemperie sin fin ocupamos lugares comunes.
(de Filos, 2014)
Conduciendo en medio de la noche
Ahora que el coche comienza a hacer un ruido raro
y el agua está llegando a la altura de las luces que vacilan
dimensiono la magnitud de mis errores.
No presté atención al alerta cuando partí por la mañana.
No le hice caso a ella cuando me dijo
que no me largara a la ruta con esta tormenta.
(Aunque ya no quiere saber nada conmigo,
hubiera preferido que pasara la noche en su sofá).
Odiaría recibir un llamado a medianoche,
como esos de las películas,
con la noticia de que tuviste un accidente, dijo.
Pero hasta un cobarde como yo es temerario cuando se siente despechado.
Ahora la lluvia arrecia
y sólo circulan de frente
los camiones de gran porte.
La situación empeora
cuando bajo la cuesta
y las luces se apagan
después de un último parpadeo.
Alrededor todo es oscuridad y agua que golpea.
Pienso:
salir fue un error,
volver fue un error,
seguir fue un error.
Me pregunto si esta evaluación
no se aplica al día de ayer
y a la última semana,
al mes, al año entero,
al resto
de mi vida.
(de Prendas, 2020)
La falla de los poetas
Uno llamó al hermano perdido amuleto pequeño,
otro vio a la hermana transformada en gas de las estrellas,
una poeta escribió sobre la mitad crucificada del hijo
y el mayor nombró tahona a la ternura de la madre remota.
Hacia lo recóndito la voz de los poetas cava adelgazándose
hasta que se corta ese hilo al borde de un clamor quedo.
Ellos piden perdón cuando se quiebran,
pero sólo en ese parpadeo se aprecia
la materia frágil del mundo.
Somos la herida. Vamos a eso.
Nos vemos aparecer
en la falla de otra voz.
(de Prendas, 2020)
Gratitud
No sos especial, me dijo.
No sos mejor que nadie, sabelo.
Fue a las pocas semanas de conocernos.
Recuerdo el pelo revuelto,
la boca hinchada de besarnos.
Igual me tenés loquita, dijo,
pero no sos el primero
y a lo mejor tampoco el último.
De esto hace casi veinte años.
Algunas veces, cuando estoy cocinando,
me abraza por la espalda y me lo repite:
no sos especial, no sos mejor que nadie.
Luego de un momento de quietud,
en las sienes, en la garganta siento
el golpeteo tenue del antiguo martillo
y sonriendo me doy vuelta
para darle lo mejor que tengo.
(de Prendas, 2020)
LA SEMBLANZA POÉTICA DE RAFAEL CADENAS
Freddy Jesús Angulo Lozada ©
No hay fuerza mayor que pueda impedir, que no se pueda discernir sobre la palabra oral y escrita de algún poeta. No existe un cosmos sideral llano, ni hondo que no pueda expresar su valor lírico consustancial. Quien fue galardonado con el Premio Internacional de Poesía “Gabriel Grecia Lorca” para 2019 en la cuidad de Granada, España. La lírica poética no es de bajo perfil, sino que se engalana cuando un coterránea de este suelo larense se alce, con nuevos elogios o por algún motivo racional de su esfuerzo creativo poético. En este bardo barquisimetano Rafael Cadenas (1930). Recoge el aliento de un hombre que indaga con su caminar y latir en la naturaleza de su vida interior. Son las noticias del afuera notoriedad y orgullo impactantes, con sus trabajo labrados por el alma de su verso raudal y mustio, sus acontecimientos de resonancias agudas entrañable. Sus obras sin la menor duda, instauran una de las exploraciones psicológicas más valiosas de la poesía venezolana de habla castellana. Pero, serian un absurdo querer hacer sólo un acercamiento carismático a su esencias neoclasicista o hechos de viajes de suertes narcisista de itinerarios proscritos a su palabra prosaica.
Rafael Cadenas |
Es verdad que las motivaciones de Cadenas, se establecen en la preocupación excitante de un espíritu voraz y místico que se entrega en cuerpo y alma a sus deudores que son los leedores o edecanes que inmortalizan a sus obras literarias, al darse a estos oidores que son la voz de Dios misma.
Su ingenuidad religiosa, sin peregrinaje nos invita a sumergirnos a un sin fin de razones asertivas y tutelares, pero a su vez son un mapa fluvial exclusivo barquisimetano, ofrece un encuentro entre uno y varios a uno mismo y entre uno y más por los otros. La complejidad entre esta alma para otras más con dulzuras de sus amantes.
A partir de medidos de los años sesenta su palabra empieza a enrumbarse con suntuosidades simbólicas, su arte poético comienza abrirse espacios a los niveles de estudios orientalistas donde se enmarca sangre. En Él, las intuiciones avilantes y brillantes de sus primero libros, destacándose con fulgores no tan breves.
Sus obras bibliográficas más celebres son: Cantos iniciales (1946), Los cuadernos del destierro (1960), Derrota (1963), Falsas maniobras (1966), Intemperie (1977), Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones (1992). Por otra parte, como lo dije hace un tiempo, cuando le hice el quite al cronista Luis Eduardo Cortez Riera, en el programa Crónicas de la Comarca Caroreña, transmitido todos los miércoles en lapso de las mañanas de 8:00-10:00 AM, por la emisora Comunitaria radial Gente 94.5 FM, cuyo presidente actual es el profesor Alberto Díaz, por tal motivo recomiendo la lectura y análisis escritural, ya que un escritor desarrolla agudeza mental, poder de observación, sensibilidad, tiende a expresar un buen estilo. Un gran escritor sugiere con eficacia y dinamismo el mundo que desarrolla, real o imaginario.
RAFAEL CADENAS
EL VICIO PROSÓDICO DE LOS POETAS HISPANOAMERICANOS
Enrique Antonio Sánchez Liranzo ©
En la literatura clásica en torno a su vicio por el uso inconmensurable de la prosódica castellana, aluden cierto a uno y a otros autores por su vicio en la apartada utilización de la métrica castellana.
En cuanto a que del uso de la sinéresis en el verso es materia acerca de la cual han expuesto los tratadistas las opiniones más contradictorias. El maestro Menéndez y Pelayo llega aún a atribuir el abuso que algunos versificadores de la América española han hecho de esa licencia, a un vicio de pronunciación característico de los poetas hispanoamericanos. El gran historiador de la literatura de nuestra lengua en un comentario donde alude a las composiciones escritas por el poeta mexicano José Joaquín Pesado con anterioridad a 1839, “época en que el gusto de ese versificador iba de acuerdo con el de su público”, hace la afirmación siguiente: “Hay (en las poesías citadas) bastantes composiciones endebles, ya por penuria de pensamiento, ya por defectos prosódicos de que luego fue curándose: uso inmoderado de asonancias revueltas con versos sueltos o aconsonantados, y profusión de sinéresis, vicio característico de los poetas mexicanos de la primera mitad del siglo XX y que evidentemente responde a una diferencia fonética entre el castellano de México y el de España”. (Antología de poetas hispanoamericanos, publicada por la Real Academia Española, tomo I, Introducción, pág. cxxx.).
Marcelino Menéndez y Pelayo |
En enfoque colocado de manera más explícita y verbal, es merecedor conocer las acusaciones hechas por Menéndez y Pelayo a los poetas hispanoamericanos donde afirma el mismo Pelayo, que la misma es evidentemente gratuita. Ya que, la verdadera doctrina sobre el uso de la sinéresis en el verso español la formuló en 1617 el humanista murciano Francisco de Cáscales en sus Tablas poéticas. He aquí las leyes que en esa época enunció el autor de las Cartas filológicas y que sin la menor duda reflejan con absoluta fidelidad la practica universalmente seguida a la razón por los versificadores castellanos.
Rubén Darío |
APOLOGÍA DEL LIBRO
‘’El libro es fuerza,
Es valor, es poder;
Antorcha del pensamiento y
Manantial del amor’’.
Rubén Darío
El libro es el instrumento mediante el cual conocemos las cosas de la vida, es de gran utilidad porque en el mismo podemos conocer tanto del presente como del pasado por su contenido tanto histórico como literario; y de su maravillosa creación de ficción a través de la novela y la poesía. Es el medio el cual nos acerca a la realidad y a la creación e imaginación del conocimiento del hombre.
Sin ellos nos sería un caos el conocer las cosas y aprenderla y dar nuestra opinión en torno a lo verdadero y lo ficticio. Por eso lo hay de historia, filosófica, cuento poesía, literatura, religión, antropología, física, química, cuentos, y otros tantos que pueda imaginar la mente del ser humano.
A través de los mismos podemos conocer del pasado, de su historia y de la creación de la humanidad, desde cuando estamos en esta tierra y como hemos llegado a ella. La mentalidad humana ha podido catar esos conocimientos por medio de la escritura y su impresión. Sin la cual no hubiésemos podido conocer nada en absoluto.
Ellos son los portadores de todos los encantos y nos proporcionan todos los placeres. Por eso los hay propios para el que ama los viajes y gusta de peregrinar por los parajes más desconocidos del mundo con la imaginación soñadora. Hubo una época entera de la literatura en que el descubrimiento de América y las travesías de los grandes marinos despertaron en los hombres de todas las razas la fiebre de las peregrinaciones lejanas. Eran por cuanto los años en que los navegantes, como Marco Polo, regresaban al puerto de partida refiriendo las cosas más extrañas, que ojos humanos hayan visto. También existe el libro excéntrico, el libro agrio y poco accesible, que solo se deja leer por los que tienen la manía de la erudición, o por los que sienten cierto atractivo por las vejeces y las curiosidades pertenecientes a la arqueología literaria. Pero también es conocido al lado del mismo el denominado libro amable, el que nos sorprende en cada página con una revelación inesperada, y ya nos deslumbra como una joya, ya nos llena la mente de perfume como una flor, o ya nos embarga los sentidos como un vino maravilloso.
Pero es menester conocer que fuera de su contenido, aparte de su riqueza interior, el libro puede ser amado por el valor artístico de su presentación o por el sentido ornamental de la tipografía. Juan Montalvo ha descrito, en los Siete Tratados, la voluptuosidad que proporciona a todo buen bibliófilo el libro bien encuadernado, desde el te tapas doradas, lomo cubierto de piel de cabritilla y cantos primorosos, hasta el que tiene ilustraciones y dibujos en las páginas y empieza cada capítulo con caracteres en que las letras se hallan ingeniosamente enlazadas. Ha de recordarse a este propósito el amor con que Alejandro, después de haber paseado en triunfo por el mundo entonces conocido sus armas conquistadoras, se reservó entre los despojos de Darío un nartecio, o cajita de maderas preciosas, donde hizo guardar como un tesoro los poemas de Homero. Enrique Heine, con su acostumbrado amor a las paradojas, solía decir que, si a él le hubiera sido dado encontrar a su vez, entre los despojos del conquistador de Macedonia, el joyel hallado por éste entre los tesoros del famoso rey de los persas, encerraría en él, no su mejor joya, sino su libro de poesía más bello o más amado.
Es cuanto que, el libro disfruta de un privilegio que no se ha concedido a ninguna de las otras creaciones de la inteligencia humana. Todos los monumentos artísticos que el hombre ha creado en sus grandes horas de inspiración, han perecido víctimas de los estragos que el tiempo realiza sobre todas las cosas, aún sobre aquellas que han hecho temblar de admiración o de orgullo a la humanidad entusiasmada. Los cuadros de Leonardo de Vinci o los frescos de Andrea del Sarto, compuestos hace apenas unas cuantas centurias, las cuales pueden contarse como minutos si se les compara con la duración de la Tierra, se han perdido o están sufriendo desde hace años los efectos de ese inevitable proceso de descomposición.
Otro de los privilegios del libro es el que le otorga su condición de faro de la verdad y de lengua de la historia: con más eficacia que la piedra, con más fidelidad que el bronce, y con más fijeza que las medallas antiguas y los arcos conmemorativos, el libro guarda en sus páginas la memoria de lo pasado y la perpetúa entera en el muro de las edades. Nada sabríamos de las grandezas de Roma sin Tácito, aunque el arco de Tito permanezca en pie con sus inscripciones milenarias; y todo lo que engendró la decadencia y la muerte de aquella civilización, corrompida por las costumbres que trajo como séquito el mundo nacido de las conquistas de Alejandro, pasaría para nosotros inadvertido si Petronio, el arbiter elegantiarum de aquel fin de siglo, no nos hubiera dejado en una serie de estampas el retrato de aquella sociedad regida por césares obscenos y por patricios voluptuosos.
Los mismos prodigios de la Creación no empiezan a interesarnos sino desde el día en que el libro los transforma con su magia portentosa. El Niágara adquirió verdadera significación, como maravilla capaz de conmover hasta el llanto la sensibilidad humana, el día en que Heredia volcó sobre el torrente atronador una catarata de poesía aún más bella que la formada por las aguas con sus ondas hirvientes y con sus relámpagos de espumas. Sin Sófocles ignoraríamos los prodigios del bosque de Colona, escenario de la expiación de Edipo; sin las octavas de Lucano, las sombras cubrirían aún las maravillas del valle de Marsella, y sin la novela de Chateaubriand imperarían aún la soledad y la muerte sobre aquellos desiertos del Nuevo Mundo bañados por las aguas del Misisipi, en donde halló Átala el amor bajo un paraíso de palmeras.
Pero la gloria mayor del libro consiste en haber poblado la tierra de criaturas imaginarias que tienen, sin embargo, vida tan real como la de las propias criaturas de la naturaleza. Don Quijote, no obstante su irrealidad como personaje de una ficción incomparable, nos es tan conocido como Cristóbal Colón o como Marco Aurelio, y sus pensamientos y acciones pertenecen con tanto vigor al mundo que habitamos como los de los seres con quienes nos reunimos en la vida diaria. ¿Quién podría negar, sin destruir la unidad espiritual y hasta la integridad física del mundo, la existencia de aquel viejo hidalgo, de aquel maltrecho caballero que ha hecho reír a incontables generaciones al paso de su cabalgadura? Lo que decimos del sublime loco de La Mancha, mil veces muerto y otras mil veces desenterrado, podríamos también decirlo de Otelo, el moro impetuoso, cuya ira, según Shakespeare, era semejante a la de Dios, que hiere lo que más ama, o de don Juan Tenorio, o de cualquiera de los personajes semilegendarios de Esquilo, escultor de hadas y de titanes. Es, sin duda, que todo hecho es hijo de las ideas, y que en el mundo contemplamos siempre juntas, como en el cuerpo de las sirenas, la historia y la fábula, la realidad y el mito.
Un bello libro, como una bella mujer o como un rico botín, puede desatar una guerra o traer la paz y la felicidad a los hombres. Así como los griegos y los troyanos se batieron durante diez años por la posesión de Helena, mujer comparable por su hermosura a las diosas esculpidas por Fidias en los frisos del Parthenon, así Alfonso V de Aragón, uno de los llamados ‘’hombres universales’’ del Renacimiento, va a la guerra por un libro, y concede la paz a Cosme de Médicis a trueque de un códice de Tito Livio.
UN HOMBRE LLAMADO ZIEGLER
(Ein Mensch mit Namen Ziegler)
Hermann Hesse ©
Vivía una vez en la Brauergasse un joven llamado Ziegler. Era uno de esos tipos que diariamente y a todas horas encontramos en la calle, y cuyo rostro nunca podemos recordar bien porque todos ellos tienen el mismo: un rostro colectivo.
Ziegler era y hacía todo lo que tales personas son y hacen. No era un inepto, pero tampoco un talentoso; le gustaba el dinero y el placer, le encantaba vestir bien y era tan cobarde como la mayoría de los hombres: su vivir y su quehacer se regían menos por impulsos y aspiraciones que por prohibiciones y temor al castigo. Tenía unas cuantas cualidades positivas y era, al fin de cuentas, un hombre sencillamente normal, para quien su propia persona era algo precioso e importante.
Como todos, se creía una personalidad cuando en rigor era apenas un ejemplar, y veía en sí mismo y su propio destino, el ombligo del mundo, como ocurre con todas las personas. Dudas no tenía, y si los hechos contradecían su visión del mundo, cerraba disconforme los ojos.
Como hombre moderno, tenía un respeto infinito, además de por el dinero, por un segundo poder: la ciencia. Jamás sabría decir qué es exactamente la ciencia; el nombre le evocaba algo así como la estadística y también un poco la bacteriología, pero sabía muy bien cuánto dinero y honor dispensaba el Estado a la ciencia. Respetaba particularmente las investigaciones sobre el cáncer, pues su padre había muerto de esta enfermedad y Ziegler daba por descontado que la ciencia, tan altamente desarrollada entretanto, no permitiría que él corriese alguna vez la misma suerte.
En su aspecto Ziegler se caracterizaba por su empeño en vestir un tanto por encima de sus posibilidades, siempre a tono con la moda del año. A las modas de las estaciones y del mes, que sobrepasaban demasiado sus medios económicos, las despreciaba como payasadas estúpidas. Daba mucha importancia al carácter, y no tenía empacho, ante sus iguales y en lugares seguros, en despotricar contra sus superiores, las leyes y los gobiernos. Me estoy demorando demasiado en esta descripción. Pero Ziegler era realmente un joven encantador, y es mucho lo que hemos perdido con él. Pues tuvo un fin prematuro y extraño, que dio al traste con todos sus planes y justificadas esperanzas.
A poco de llegar a nuestra ciudad, se propuso pasar un domingo placentero. Aún no había trabado relaciones con nadie y por indecisión tampoco había ingresado a club alguno. Tal vez estuviera ahí su desgracia. No es bueno que el hombre esté solo.
Fue así que no le quedó otra que dedicarse a las atracciones más notables de la ciudad, de las que se informó concienzudamente. Después de mucho pensarlo, se decidió por el museo histórico y el jardín zoológico. En el museo la entrada era gratis los domingos por la mañana, en tanto que el zoo se podía visitar por la tarde por un precio módico.
Con su nuevo traje con botones forrados en paño, que tanto le gustaba, entró Ziegler un domingo en el museo. Llevaba su fino y elegante bastón de paseo, un bastón de corte cuadrangular esmaltado en rojo, que le daba aire y presencia, pero que con profundo disgusto de su parte le retiró el portero en la misma entrada.
En las salas de planta alta había mucho que ver y el fervoroso visitante ensalzó para sus adentros a la todopoderosa ciencia, que también ahí demostraba su meritoria objetividad, según dedujo Ziegler por las esmeradas inscripciones de las vitrinas. Viejos chirimbolos, como llaves oxidadas, trozos de cadenitas de cuello con cardenillos y cosas semejantes, adquirían gracias a estas inscripciones un interés sorprendente. Era maravilloso ver a la ciencia ocuparse de todo, dominarlo todo, describirlo todo, dar un nombre exacto a cada cosa… Oh, sí, pronto la ciencia llegaría a superar el cáncer, y tal vez la misma muerte.
En la segunda sala, topó Ziegler con un armario de cristales tan relucientes, que en apenas un minuto pudo controlar su traje, su peinado, el cuello de la camisa, la raya del pantalón y el nudo de la corbata con meticulosidad y a su plena satisfacción. Respirando euforia siguió adelante y fijó su atención en algunos objetos de antigua xilografía. Gente muy habilidosa aunque tan ingenua, pensó indulgente. Y también contempló y apreció con generosidad un viejo reloj de pared con figurillas de marfil que, al dar las horas, bailaban un minué. Luego la cosa empezó a aburrirle un poco, bostezaba y sacaba frecuentemente el reloj del bolsillo, que bien podía exhibir, pues era de oro macizo y herencia de su padre.
Comprobó, contrariado, que aún le quedaba mucho tiempo hasta la hora del almuerzo y entró a otra sala que suscitó de nuevo su curiosidad. Contenía objetos de la superstición medieval, libros de magia, amuletos, trajes de bruja y, en un rincón, todo un laboratorio de alquimia con fragua, morteros, vasos panzudos, vejigas resecas de chancho, fuelles y demás cosas. Este rincón estaba clausurado al paso por un cordón de lana; un letrero prohibía tocar los objetos. Pero no se suele prestar mucha atención a tales letreros, y Ziegler se hallaba completamente solo.
Así fue que tendió la mano sin pensarlo por encima del cordón y tocó algunos de aquellos extravagantes objetos. De ese Medioevo y de sus grotescas supersticiones ya había oído y leído algo; no podía concebir cómo la gente podía ocuparse de cosas tan pueriles y que no se prohibiera directamente todo ese cuento de las brujas y demás tonterías. A la alquimia, en cambio, podía disculpársela, pues de ella había salido algo tan útil como la química. ¡Dios mío, pensar que todos estos crisoles y demás cachivaches mágicos acaso fueron necesarios para que hoy tengamos aspirinas o garrafas de gas comprimido!
Sin darse cuenta tomó en la mano una bolita oscura, algo así como una píldora, una cosa desecada, sin peso; la hizo girar entre los dedos e iba a colocarla en su sitio, cuando oyó pasos a su espalda. Ziegler se vio en un aprieto al tener la bolita en la mano, pues por supuesto había leído el letrero con su prohibición. Por eso cerró el puño, la metió en el bolsillo y salió.
Ya solo en la calle, volvió a acordarse de la píldora. La sacó y pensó tirarla, pero antes se la acercó a la nariz y la olió. Tenía un suave aroma a resina que le hizo gracia, así que volvió a metérsela en el bolsillo.
Entró en un restaurante, pidió de comer, echó un vistazo a los periódicos, se arregló la corbata mientras lanzaba a los otros comensales miradas, ora respetuosas, ora presuntuosas, según cómo vistiesen. Pero como la comida se hiciera esperar un rato, el señor Ziegler sacó su píldora alquímica robada por descuido y la olisqueó. La arañó con la uña del dedo índice y, al fin, se dio a un antojo pueril y se la llevó a la boca; la píldora se disolvió con rapidez y no le supo mal, así que con un sorbo de cerveza se la tragó. Inmediatamente llegó su comida.
Hacia las dos de la tarde, el joven se apeó del tranvía, entró a las boleterías del jardín zoológico y sacó una entrada de domingo.
Sonriendo amablemente se fue al pabellón de los monos y se detuvo frente a la jaula de los chimpancés. El mono mayor le miró parpadeando, le saludo afable y con voz profunda pronunció la frase:
—¿Qué tal, hermano?
Tremendamente asustado y con repugnancia, el visitante se alejó presuroso, pero mientras caminaba oyó a sus espaldas al mono que lo insultaba:
—¡Vaya tipo orgulloso! ¡Pies planos! ¡Idiota!
Ziegler se fue enseguida donde los macacos. Estos danzaron desenfrenadamente y gritaron: “¡Danos azúcar, compañero!”; pero como no tenia azúcar se enojaron, le imitaron, le llamaron pobre diablo y le enseñaron los dientes. Esto no lo soportó; desconcertado y confuso huyó de allí y encaminó sus pasos hacia los ciervos y corzos de los que esperaba modales más finos.
Un esplendido alce estaba junto a las rejas y observó al visitante. Ziegler quedó consternado. Pues desde que deglutiera la arcaica píldora mágica, entendía el lenguaje de los animales. El alce hablaba con los ojos, dos grandes ojos castaños. Su dulce mirada inspiraba nobleza, resignación y tristeza, pero frente al visitante expresaba un auténtico y soberano desprecio. Para esa mirada dulce, serena, mayestática, según interpretó Ziegler, él no era otra cosa, con su sombrero y su bastón, su reloj y su traje de domingo, solo un canallesco, un ridículo y asqueroso bicho.
Del alce, escapó Ziegler hacia la cabra montés, de esta a la gamuza, a la llama, al ñu, a los jabalíes y a los osos. No fue insultado, pero sí despreciado. Puso el oído atento y se enteró por sus conversaciones de lo que pensaban sobre los hombres. Y era horrible lo que pensaban. Los sorprendía que estos bípedos feos, hediondos e indignos pudiesen andar libremente con sus presumidas vestimentas.
Oyó a un puma hablar con su cría en un lenguaje lleno de dignidad y sabiduría, como rara vez se escucha entre los hombres. Oyó a una hermosa pantera expresarse en términos breves, comedidos y aristocráticos sobre la chusma que visitaba el zoológico los domingos. Miró a los ojos al rubio león y supo de la vastedad y maravilla de la selva, donde no hay jaulas ni hombres. Vio a un cernícalo triste y orgulloso posado en una rama seca, con su perpetua melancolía, y vio a los grajos sobrellevar su cautividad con decencia, resignación y humor.
Desconcertado y enajenado de todos sus hábitos mentales, Ziegler se dirigió, en su desesperación, a los hombres. Buscó una mirada que entendiera su desolación y angustia; puso oído atento a las conversaciones, para escuchar algo consolador, comprensible, reconfortante, observó los gestos de los numerosos visitantes, para encontrar en ellos algo de dignidad, naturalidad, nobleza, discreta superioridad.
Pero quedó defraudado. Escuchó las voces y las palabras, observó sus movimientos, gestos y miradas. Y como ahora lo veía todo como a través de unos ojos animales, no encontró otra cosa que una sociedad degenerada, hipócrita, engañosa, deforme, de tipo animaloide, que parecía ser una mezcolanza esnobista de todas las especies animales.
Desesperado, Ziegler caminó errabundo de acá para allá, profundamente avergonzado de sí mismo. Ya había arrojado entre los arbustos el bastoncito cuadrangular y los guantes. Pero cuando más tarde lanzó lejos de sí el sombrero, se quitó las botas, se arrancó la corbata y se apretó sollozando contra las rejas de la jaula del alce, fue detenido en medio de un gran escándalo y llevado a un manicomio.
COMENTARIOS SOBRE EL CUENTO “UN HOMBRE LLAMADO ZIEGLER” de HERMANN HESSE
Héctor Zabala ©
Este gran escritor —Premio Nobel de Literatura 1946— utilizaba por lo general el género realista para sus relatos breves; incluso, no pocas de sus historias en esta especialidad narrativa tenían que ver con su pasado personal.
Pero no es el caso de este cuento, que bien podríamos encuadrarlo dentro del género de la ciencia ficción.
Es un hecho bien conocido que los animales tienen una cierta capacidad para comunicarse. Que la ciencia conozca relativamente poco del tema, en todo caso no nos deja bien parados como especie y sería un punto adverso más para reconsiderar que lo de Homo sapiens nos queda bastante grande.
Se sabe, por ejemplo, que algunas especies —como los delfines y otros cetáceos— tendrían una variedad de sonidos que apuntan más a un idioma de bastante complejidad que a un lenguaje simple. La capacidad de comunicación de los gorilas fue también estudiada y quedó demostrado que pueden ser muy hábiles al respecto, aun sin tener las ventajas vocales que poseemos nosotros. Incluso hasta los invertebrados se comunican eficientemente entre sí en muchos casos.
Pero aquí Hermann Hesse nos dice otra cosa. Utiliza el cuento y consecuentemente un género tan poco frecuente en él para mostrarnos lo vanidoso y superficial que es el hombre. Y si bien no es demostrable, también nos habla de lo que podrían llegar a pensar de nosotros y, sobre todo, de nuestras sociedades humanas imperfectas, absurdas, animales que habitualmente no cometen actos insensatos ni se ponen en ridículo como con frecuencia hace la especie humana.
Las modas a través del tiempo no dejan dudas en esto. Cuando vemos imágenes de la alta sociedad asiria, babilónica e hitita ostentando sus melenas y barbas enruladas artificialmente, cuando leemos que para llevar sus atuendos debían enrollarse en un par de metros de tela o hacer múltiples extravagancias, no podemos dejar de esbozar una sonrisa. Lo mismo nos ocurre al contemplar las largas pelucas y complicados atuendos de personajes de la edad moderna en Europa. Y, en general, si repasamos las modas de todos los tiempos, encontraremos siempre con qué sonreírnos de nuevo y hasta reírnos, a veces, de buena gana. Un gran despliegue para ocultar, quizá, en ese aspecto exterior a un ser deficiente en su interior.
Un tema muy interesante. El ser más inteligente de la Tierra resulta paralela y paradójicamente el más insensato, lleno de vanidades, de prejuicios, de tonterías, de superficialidad. Y lo peor es que no cambia. Pasan los años, los siglos, los milenios, y básicamente el humano sigue igual y amenaza con continuar en ese absurdo derrotero por los siglos de los siglos. Cambian las generaciones, pero nuestras mezquindades y tonterías se mantienen en pie tal como en los tiempos de Adán y Eva, o bien, si así lo queremos, como en tiempos de las cavernas.
HERMANN HESSE
Obras:
Novelas: Peter Camenzind (1904), Bajo las ruedas (1906), Gertrudis (1910), Rosshalde (1914), Tres momentos de una vida (1915), Demian (1919), Siddhartha (1922), El lobo estepario (1927), Narciso y Goldmundo (1930), Viaje al Oriente (1932), El juego de los abalorios (1943), Berthold (1945, inconclusa).
Cuentos: El novalis. De los papeles de un bibliófilo (c. 1900), Kart Eugen Eiselein (1903), El constructor de ciudades (1905), Un inventor (1905), Recuerdo de Mwanba (1905), La primera aventura (1905), Sacrificio de amor (1906), El amor (1906), Decir adiós (1906), La despedida (1908), De la correspondencia de un autor (c. 1908), Un hombre llamado Ziegler (1908), Regreso al hogar (1909), Wärisbühel (1909), El final del doctor Knölge (1910), La velada literaria (1913), Si la guerra dura dos años más (1917), Si la guerra dura cinco años más (1918), Conversación con el hogar (1919), La ciudad turística del sur (1925), Parodia suaba (1928), entre otros.
Ha sido también autor de una importante cantidad de poemas y ensayos.
Nuevo colaborador
GERMÁN CÁCERES
(Avellaneda, Buenos Aires, Argentina). Es autor de cinco ensayos, tres libros de cuentos, tres novelas, diez libros de literatura infantil y juvenil, ocho obras de teatro (tres estrenadas) y dos compilaciones de cuentos.
Recibió de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires mención de honor en Cuento y el Primer Premio Especial “Eduardo Mallea”. Obtuvo cuatro fajas de honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la mención de honor en el Concurso Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo). En 2002 fue premiado en el concurso de cuentos "Atanas Mandadjiev", celebrado en Sofía, Bulgaria, y nombrado Gran Maestro del Misterio.
Fue incorporado en 2010 al Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas. La Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil lo nombró Miembro de Número el 13/11/2013. Adaptó en historietas el primer capítulo de El sabueso de los Baskervielle con dibujos de Gio Formieles.
Con «Visualizar» fue `premiado este año en el concurso de microficción organizado por la página: vivi.libros.com.
En 2020 recibió el primer premio su novela Pesadilla galáctica en el Concurso Internacional de Literatura Juvenil organizado por la Editorial Qilqana (Lima, Perú). En este año 2022 también apareció su novela juvenil Los robots invaden la Tierra (Mariscal Ediciones).
REALIDADES Y FICCIONES
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Nº 51 – Septiembre de 2022 – Año XIII
ISSN 2250-4281 – Edición trimestral
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