REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 10 — Septiembre de 2012 — Año III
ISSN
2250-4281
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indicando nombre y
apellido, ciudad y país
(se le avisará cada
nuevo número trimestral).
Sumario:
Narrativa (Héctor Zabala)
• “La Fe y las montañas” de Augusto
"Tito" Monterroso. Cuento y análisis. Bibliografía
• “El collar” de Guy de
Maupassant. Cuento y análisis. Bibliografía.
• “La máquina de ajedrez” de Robert
Löhr. Reseña. Biografía del autor.
Poesía (Luis Benítez)
• La poesía de Niels Hav.
• Selección de poemas del autor.
Ensayo
• “The Buenos Aires Affair” de
Manuel Puig: un análisis desde la sexualidad y el poder, de Agustín Arosteguy.
• Una forma diferente de afrontar
la piratería. (Francisco Angulo Lafuente)
Y algo más…
• La Ilíada , ¿mito o realidad? —
Parte III. (Héctor Zabala)
Nuevos colaboradores de
Realidades y Ficciones (currículos):
• Agustín Arosteguy, Balcarce
(Pcia. Buenos Aires) - Bilbao (País Vasco), España
• Francisco Angulo Lafuente,
Madrid, España
Augusto
Monterroso ©
Al
principio la Fe
movía montañas solo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje
permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero
cuando la Fe
comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover
montañas, estas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil
encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa
que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La
buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general
en su sitio.
Cuando
en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es
que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.
ANÁLISIS DE “LA FE Y LAS MONTAÑAS” DE
MONTERROSO
Héctor
Zabala ©
ANTECEDENTES
Esta
narración corta reconoce como antecedentes tres textos bíblicos del llamado
Nuevo Testamento: Mateo 21:21-22, Marcos 11:23-24 y Primera Carta a los
Corintios 13:2.
Los
dos primeros textos son una respuesta de Jesús de Nazaret a sus discípulos
cierta mañana que caminaban entre Betania y Jerusalén tras el conocido suceso
de la higuera marchita del día anterior [1]. El texto de Mateo es el
siguiente: “… en verdad les digo: Si solo tienen fe y no dudan, no solo harán
lo que yo hice a la higuera, sino que si dijeran a esa montaña ‘Sé alzada y
arrojada al mar, sucederá’. Y todas las cosas que pidan en oración, teniendo
fe, las recibirán”. El escrito de Marcos es muy parecido.
Ambos
textos recogen la misma idea que fuera expresada a esos mismos discípulos días
antes, camino de Jericó (Lucas 17:6), aunque en esa oportunidad Jesús utilizó
un árbol como base de su metáfora en lugar de una montaña: “Si tuvieran fe,
tanto como un grano de mostaza, dirían a este sicómoro [2]: ‘Sé
desarraigado y plantado en el mar’ y el árbol les obedecería”.
Por
su parte, el apóstol Pablo [3] aplica esta figura de la fe y las
montañas en su carta desde Éfeso, enviada durante su tercer viaje misional: “Y
si tengo el don de profecía y conozco los misterios sagrados y poseo todo el
conocimiento y tanta fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, no
soy nada”. Aquí, este escritor toca el tema de la fe tangencialmente porque en
ese momento el asunto perentorio era el amor entre cristianos. Y lo hace a modo
de admonición hacia la comunidad de fieles que él mismo había establecido hacía
pocos años en Corinto, la que para entonces ya sufría escándalos y divisiones.
Ni
hace falta aclarar que estos autores bíblicos utilizaron metáforas; de hecho no
se conoce ningún caso en la historia del cristianismo de alguien que haya
movido una montaña y eso que, tanto en la Biblia como en los libros que versan sobre la
vida de centenares de santos, los milagros (creíbles o supuestos) deben
contarse por miles. En realidad, todo el asunto enseña que cualquiera que pida
con fe, Dios responderá solucionando sus problemas, incluidos aquellos que no
parecen tener solución alguna. Lo de mover montañas es, en cierta manera,
además de una metáfora, una hipérbole.
DOS
INTERPRETACIONES
a)
Pero socarrón y escéptico, Monterroso juega con las palabras y decide que tales
textos no son una metáfora ni una hipérbole sino frases literales, como si de
verdad fuera posible mover una montaña con solo la voluntad, con la simple fe.
Y sagazmente imagina un mundo trastornado donde personas de fe mueven montañas solo
para divertirse hasta que finalmente se aburren y dejan de hacerlo, pero que
mientras tanto han creado el descalabro absoluto porque después de eso ninguna
montaña queda quieta.
Incluso
es muy graciosa la frase: “La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas
permanecen por lo general en su sitio”. Y es tremendo el resultado final:
“Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios
viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de
Fe”, dando a entender que de haber seguido habiendo masivamente gente de mucha
fe, hoy ya no quedarían sobrevivientes de los continuos cataclismos
orográficos.
La
idea de Monterroso, más allá del humor negro y la parodia, implica una paradoja
notable: la fe (al menos, por sí sola) no solamente no soluciona los problemas
sino que los aumenta, y mucho.
b)
Pero también podría haber otra interpretación: una velada crítica a la historia
del cristianismo (o mejor dicho, a cierto equivocado cristianismo) que, como
tantas confesiones, cayó —y no pocas veces— en el fanatismo más escandaloso con
sus cruzadas, persecuciones, inquisiciones, cazas de brujas y hasta genocidios,
producto de una fe exacerbada.
En
efecto, el autor se encarga de aclararnos que al principio la fe solo movió
montañas cuando era absolutamente necesario, una regla que se mantuvo con
cierta cordura. Incluso, esto abarcaría por lo menos los dos primeros siglos
del cristianismo en que no hubo fanatismo desmedido sino un mensaje de paz, de
respeto al prójimo (más allá de que el otro pensara distinto), un mensaje para
nada iracundo como ocurrió después.
Siguiendo
el razonamiento que plantea la obra, si la fe descontrolada de algunos (o de
muchos) trae a la humanidad semejantes “terremotos”, por llamarlos de alguna
manera, bien puede ser que a medida que disminuye la fe tales “terremotos”
también vayan disminuyendo.
[1] En Mateo 21:19-20.
[2] Hay versiones que traducen morera, en lugar de
sicómoro. De la familia de las moráceas a la que también pertenece la higuera,
no debe confundirse con el falso plátano o arce sicómoro.
[3] Pablo, el apóstol: su nombre de nacimiento o de
registro romano era Saulo de Tarso.
AUGUSTO MONTERROSO
Augusto “Tito” Monterroso |
Autodidacta,
está considerado el cuentista guatemalteco más importante del siglo XX y uno de
los más importantes de América. Empezó a publicar a partir de 1959, año de la
primera edición de sus Obras completas (y
otros cuentos), conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse
los rasgos esenciales de su estilo: prosa concisa, de apariencia sencilla pero
llena de referencias cultas (y ocultas), así como un magistral manejo de la
parodia, la caricatura y el humor negro.
Considerado
como uno de los maestros de la mini-ficción, fue un verdadero especialista en
abordar temáticas complejas y fascinantes de manera breve con una provocadora
visión del mundo a través de una narrativa que deleita a los lectores más
exigentes.
Contrajo
matrimonio con la escritora Bárbara Jacobs, su alumna y más ferviente
admiradora.
Su
composición “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” fue
considerada durante décadas el relato más breve de la literatura universal. En
1970 ganó el premio Magda Donato; en 1975, el Xavier Villaurrutia; en 1988, la
condecoración del Águila Azteca por su aporte a la cultura mexicana; el Juan
Rulfo en 1996; el Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” en 1997 y el
Príncipe de Asturias de las Letras en 2000, entre otros.
Tito,
como lo llamaban sus allegados, el gran hacedor de cuentos y fábulas breves,
murió el 7 de febrero de 2003 en la ciudad de México.
Sus obras:
Obras completas (y otros cuentos), 1959; La oveja negra y demás fábulas, 1969; Movimiento perpetuo (cuentos, ensayos y
aforismos), 1972; Lo demás es silencio (novela), 1978; Viaje al centro de la fábula
(entrevistas), 1981; La palabra mágica (cuentos y ensayos),
1983; La letra e: fragmentos de un diario,
1987; Los buscadores de oro (autobiografía),
1993; La vaca (ensayos), 1998; Pájaros de Hispanoamérica (antología),
2001; Literatura y vida (cuentos y ensayos),
2004.
EL COLLAR
Guy
de Maupassant ©
Era
una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del
destino en una familia de empleados. Carecía de dote y no tenía esperanzas de
cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida,
comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y fue así
que aceptó casarse con un modesto agente del Ministerio de Instrucción Pública.
No
pudiendo adornarse, fue sencilla pero desgraciada, como una mujer obligada por
la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las
mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les
sirven de ejecutoria y de prosapia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia
y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a
las hijas del pueblo con las más grandes señoras.
Sufría
constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los
lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes,
las sillas estropeadas, su fea indumentaria. Todas esas cosas, en las cuales ni
siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su familia, la torturaban y la
llenaban de indignación.
La
vista de la muchacha bretona que tenía de sirvienta despertaba en ella pesares
desolados y ensueños delirantes. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas
de tapices orientales, alumbradas por altísimas lámparas de bronce y en los dos
pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por
el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones con colgantes de
sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en
los saloncitos coquetones, perfumados, hechos para hablar cinco horas con los
amigos más íntimos, los hombres famosos y mimados, cuyas atenciones ambicionaba
toda mujer distinguida.
Cuando,
a la hora de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un
mantel de tres días, frente a su marido, que destapaba la sopera, diciendo con
aire satisfecho: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! No hay nada tan excelente como esto”,
pensaba en las comidas delicadas, en los cubiertos de plata, en los tapices que
cubren esas paredes con personajes antiguos y aves extrañas de un bosque
fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes
maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de
esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un ala de
faisán.
No
poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y solo aquello de lo
que carecía le gustaba; no se sentía nacida sino para aquellos goces
imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y
asediada!
Tenía
una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ver con
frecuencia, porque sufría todavía más al regresar a casa. Porque después pasaba
días y días llorando de pena, de pesar, de desesperación.
Una
mañana el marido volvió a casa con expresión triunfante y agitando en la mano
un sobre enorme.
—Mira,
mujer, aquí hay una cosa para ti.
Ella
rompió rápido la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
“El
Ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel
les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del
Ministerio.”
Pero
en lugar de enloquecer de alegría, como había pensado el marido, ella tiró la
invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:
—¿Y
qué voy a hacer yo con esto?
—Ay,
mujercita mía, creí que te pondrías contenta. ¡Sales tan poco y es tan buena la
ocasión que hoy se presenta!... Te aclaro que me ha costado bastante trabajo
obtener esta invitación. Todo el mundo la busca, la persigue. Son invitaciones
muy solicitadas y se reparten muy pocas entre los empleados. Verás allí a todo
el mundillo oficial.
Clavando
en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
—¿Y
qué quieres que me ponga para ir allá?
Él
no estaba preparado para semejante pregunta y balbució:
—Pues
el vestido que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito...
Se
calló, estupefacto, atontado, al ver que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas
se desprendían lentamente para rodar por las mejillas.
El
hombre murmuró:
—Pero,
¿qué te pasa?, ¿qué te pasa?
Mas
ella, haciendo un esfuerzo, venció su pena y respondió con voz tranquila,
enjugando sus mejillas todavía húmedas:
—Nada;
que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Regala la invitación a cualquier
compañero cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.
Él,
desolado al verla así, atinó a decir:
—Vamos
a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un vestido decente, uno que pudiera
servirte en otras ocasiones, un vestido sencillito?
Ella
meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y especulando también con la suma
que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro
del empleaducho.
Al
fin, respondió titubeando:
—No
lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.
El
marido palideció, pues reservaba precisamente esa cantidad para comprar una
escopeta, pensando salir de caza en el verano a la llanura de Nanterre, con
algunos amigos que los domingos iban allí a cazar alondras.
No
obstante, dijo:
—Bien.
Te doy los cuatrocientos francos. Pero, ya que hacemos el sacrificio, trata de
que el vestido luzca lo mejor posible.
El
día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía preocupada, andaba
inquieta, ansiosa. Pese a todo, el vestido estuvo a tiempo. Una noche, él le
volvió a preguntar:
—¿Qué
pasa? Te veo inquieta, ensimismada, desde hace tres días.
Y
ella respondió:
—Me
disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pese al vestido,
de todos modos pareceré una indigente. Casi, casi, me gustaría no ir a ese
baile.
—Ponte
unas cuantas flores naturales —replicó él—. Son muy elegantes, sobre todo en
este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.
Ella
no quería convencerse.
—No
hay nada tan humillante como parecer una mujer pobre en medio de señoras ricas.
Pero
su marido enseguida exclamó:
—¡Qué
tontita eres! Anda, anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de
Forestier, y ruégale que te preste alguna alhaja. Eres lo bastante amiga como
para tomarte esa libertad.
La
mujer dejó escapar un grito de alegría.
—Tienes
razón, no lo había pensado.
Al
día siguiente fue a casa de la amiga y le contó su problema.
La
señora de Forestier fue hasta un mueble con espejo interior, tomó un cofrecito,
lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:
—Escoge,
querida.
Primero
vio brazaletes; luego, un collar de perlas; después, una cruz veneciana de oro,
y hasta pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el
espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas.
Preguntaba sin cesar:
—¿No
tienes ninguna otra?
—Sí,
mujer... Dime por favor qué quieres. No sé que otra cosa te gustaría más.
De
repente la señora de Loisel descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio
collar de brillantes, y su corazón comenzó a latir sobresaltado.
Sus
manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando su cuello, y permaneció en
éxtasis contemplando su imagen.
Luego
preguntó, vacilante, llena de angustia:
—¿Podrías
prestármelo? No quisiera llevar otra joya que esta.
—Ay,
sí mujer.
Abrazó
y besó a su amiga con alegría, y después escapó con su tesoro.
Llegó
el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más
bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría.
Todo hombre la miraba, preguntaba su nombre, buscaba que alguno se la
presentara. Todos los directores generales querían bailar con ella. Hasta el
ministro reparó en su hermosura.
Ella
bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada
más que en el éxito de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en la dicha
que le provocaban todos los homenajes que recibía. Estaba exultante por toda
esa admiración permanente, por todos los deseos despertados, por esa victoria
tan completa, tan dulce para su alma de mujer.
Se
fue como a las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en
un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían
mucho.
Él
le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, abrigo
modesto de su vestir ordinario, abrigo cuya pobreza contrastaba extrañamente
con la elegancia del vestido de baile. Ella sintió la discordancia y quiso
huir, huir para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas
pieles.
Loisel
la retuvo diciendo:
—Espera,
mujer, vas a resfriarte al salir. Iré a buscar un coche.
Pero
ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.
Ya
en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, gritando a los
cocheros que veían pasar a lo lejos.
Anduvieron
hasta el Sena, desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas
vetustas berlinas que solo aparecen en las calles de París cuando la noche se
cierra, como si se avergonzasen de su miseria durante el día.
La
berlina los llevó hasta la puerta de casa, situada en la calle de los Mártires,
y entraron abatidos en el portal. Apesadumbrado, el hombre pensaba que a las
diez debía estar en la oficina.
La
mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo,
a fin de contemplarse una vez más ricamente alhajada. Pero al mirarse, dejó
escapar un grito.
Su
marido, ya medio desnudo, le preguntó:
—¿Qué
pasa?
Ella
se volvió hacia él acongojada.
—Pasa...,
pasa... —balbució— que no encuentro el collar de la señora de Forestier.
Él
se irguió, sobrecogido:
—¿Eh?...
¿cómo? ¡No es posible!
Y
buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los
bolsillos, en todas partes. No lo encontraron.
Él
preguntó:
—¿Estás
segura de que lo llevabas al salir del baile?
—Sí,
incluso lo toqué al cruzar el vestíbulo del hotel.
—Pero
si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer.
—Debe
estar en el coche.
—Sí.
Es posible. ¿Te fijaste qué número tenía?
—No.
Y tú, ¿no miraste?
—No.
Se
contemplaron aterrados. El señor Loisel se vistió por fin.
—Voy
—dijo— a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad
lo encuentro.
Y
salió. Ella permaneció con el vestido de baile, sin fuerzas para irse a la
cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi
estúpida.
Su
marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada.
Al
día siguiente fue a la comisaría, a las redacciones de los periódicos para
publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo, a las oficinas
de las empresas de coches, a todas partes donde alguien pudiera darle una
esperanza.
Ella
le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel
horrible desastre.
Loisel
regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar
nada.
—Es
necesario —dijo— que escribas a tu amiga diciéndole que se rompió el broche del
collar y que lo llevaste para que lo arreglen. Así, al menos, ganaremos tiempo.
Ella
escribió lo que su marido le pedía.
Al
cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza.
Y
Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de repente le hubieran echado
encima cinco años, manifestó:
—Habrá
que hacer lo posible por reemplazar esa joya por otra semejante.
Al
día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se
leía en su interior.
El
comerciante, después de consultar sus libros, afirmó:
—Señora,
de mi casa no salió collar alguno dentro de este estuche; simplemente lo vendí
vacío para complacer a un cliente.
Anduvieron
de joyería en joyería, buscando una joya semejante a la perdida, recordándola,
describiéndola, tristes y angustiados.
Al
fin, encontraron en una joyería del Palais Royal, un collar de brillantes que
les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateando
consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil.
Rogaron
al joyero que se los reservase por tres días. Se fueron con la condición de que
les darían por el collar treinta y cuatro mil francos en caso de devolución, si
el otro se encontraba antes de fines de febrero.
Loisel
poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto.
Y,
efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco Luises aquí,
tres allá. Firmó pagarés, tomó compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros,
con toda clase de prestamistas. Se comprometió de por vida, firmó sin saber lo
que firmaba, sin detenerse a pensar y, espantado por las angustias del
porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de
todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del
nuevo collar dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil
francos.
Cuando
la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, esta le dijo un tanto
displicente:
—Debiste
devolvérmelo antes, porque bien pude haberlo necesitado.
No
abrió siquiera el estuche, cosa que la otra juzgó una suerte. Si notara la
sustitución, ¿qué supondría?, ¿acaso, no era seguro que imaginara que lo habían
cambiado a propósito?
A
partir de entonces, la señora de Loisel conoció la vida horrible de los
menesterosos. Tuvo temple para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era
necesario devolver aquel dinero que debían: despidieron a la sirvienta y
buscaron una habitación más económica, una buhardilla.
Conoció
los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los
platos, desgastando las uñitas sonrosadas sobre pucheros grasientos y fondos de
cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños menores, que ponía a
secar de una cuerda; bajó todas las mañanas la basura a la calle y subió el
agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y además, vestida
como una mujer pobre, fue a casa del verdulero, del almacenero y del carnicero,
con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta
insultos, porque defendía céntimo a céntimo su escasísimo dinero.
Era
necesario mensualmente levantar los pagarés, renovar otros, ganar tiempo. El
marido se ocupaba por las noches de pasar en limpio las cuentas de un comerciante
y, cuando podía, escribía para afuera a veinticinco céntimos la hoja.
Y
vivieron así diez años.
Al
cabo de ese tiempo habían pagado todo. Todo, capital más intereses,
multiplicados hasta el infinito por las renovaciones usurarias.
La
señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer
fuerte, dura y ruda de las familias muy pobres. Mal peinada, con las faldas
torcidas y las manos rojas, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua
fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto
a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde
lució tanto y fue tan festejada, tan admirada.
¿Cuál
sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido aquel collar?
¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares nos ofrece la vida! ¡Qué
poco hace falta para perderse o para salvarse!
Un
domingo, mientras daba un paseo por los Campos Elíseos a fin de descansar de
las fatigas de la semana, de pronto reparó en una señora que pasaba con un niño
de la mano.
Era
su antigua compañera de colegio, siempre joven, siempre hermosa, siempre
seductora. La pobre señora de Loisel sintió un escalofrío. ¿Tendría coraje para
detenerla y saludarla? ¿Y por qué no? Habiendo pagado ya todo, bien podía
confesar, casi con orgullo, su desdicha.
Se
paró frente a ella y le dijo:
—Buenos
días, Juana.
La
otra no la reconoció, sorprendiéndose de verse tratada de manera tan familiar
por aquella infeliz.
—Pero,
señora… no entiendo... Usted… debe de confundirse...
—No.
Soy Matilde Loisel.
Su
amiga lanzó un grito de sorpresa.
—¡Oh!
¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás!...
—Sí;
muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias....
todo por ti...
—¿Cómo
por mí? Cómo… ¿cómo es eso?
—¿Recuerdas
aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
—Sí,
pero...
—Pues
bien: lo perdí.
—¡Cómo!
¡Si me lo devolviste!
—Te
devolví otro semejante. Y después hemos tenido que sacrificarnos diez años para
pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que solo
teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho y estoy muy satisfecha.
La
señora de Forestier se había detenido y meditaba en voz alta:
—¿Dices
que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío?
—Sí.
No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos.
Y
al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier,
sumamente impresionada, le tomó ambas manos:
—¡Oh!
¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras
falsas!... Valía quinientos francos a lo sumo...
ANÁLISIS DE “EL COLLAR” DE MAUPASSANT
Héctor
Zabala ©
Este
cuento es una ironía trágica a la vanidad.
La
obra no solo es interesante por su desarrollo en cuanto a intensidad dramática
sino en especial por cómo va cambiando la personalidad de la protagonista,
Matilde Loisel, en apenas diez años. En efecto, de:
•
una mujer joven y fina pero pobre, que todo le parece poco, que realiza escasos
quehaceres domésticos, que le avergüenza tener una sola sirvienta y no un
ejército de servidores de librea y que sufre por la continua carencia de
dinero, pasa a ser,
•
una mujer avejentada, endurecida y aún más pobre que antes, que vive en una
buhardilla sin sirvienta alguna, que debe hacer personalmente las compras en el
mercado para después cumplir con todas las tareas domésticas y, que no solo
carece de dinero sino que encima está jaqueada por una deuda que amenaza no
acabar nunca.
Sin
embargo hay algo que no cambia en ella: su orgullo y su necedad. Al cierre de
la historia, después de diez años, ya no se trata de un orgullo fundado en su
hermosura, simpatía y finura sino en la idea de haber podido bastarse a sí
misma para pagar algo a priori imposible y en la ilusión sobre el nivel socioeconómico
que hubiera alcanzado de no haber ocurrido el accidente del collar. A decir
verdad, Matilde cambió, pero no en lo esencial.
Lo
irónico del asunto (y que recién se aclara al finalizar el cuento) es que se
trató de algo estúpido: la pérdida de una mera bagatela, tan pobre como su
propia condición miserable y tan de fantasía, como la fantasía de grandeza que
todavía mantiene intacta en su soñadora cabecita.
INDICIOS
El
autor nos va deslizando detalles que apuntan a decirnos sutilmente que en todo
este asunto ocurrirá:
a)
un malentendido
•
Ya en los primeros párrafos se habla de “…un error del destino”, que si bien se
refiere a las circunstancias de la joven Matilde, también se puede tomar como
el preanuncio de un error grave (la pérdida de una joya aparentemente muy cara,
que resulta ser una bagatela).
•
“…y después escapó con su tesoro”. En el momento de leerlo uno puede pensar que
efectivamente se trata de una pieza valiosa, pero a decir verdad solo era un
tesoro para ella, para Matilde, un tesoro en su imaginación.
•
“Habrá que hacer lo posible por reemplazar esa joya por otra semejante” dice el
marido al saber que el collar se perdió. Pero “semejante” no implica
necesariamente idéntico. Y en efecto, lo reemplazarán —por un error de
información— por algo muy superior, por una joya en serio. Ambos collares son
semejantes pero solamente en apariencia.
•
El joyero nos da una pista fundamental: “Señora, de mi casa no salió collar
alguno dentro de este estuche; simplemente lo vendí vacío para complacer a un
cliente”. Era obvio que el collar que llenaba ese estuche había sido comprado
en otro lugar y que podía ser solo de fantasía, pues si no ¿cuál hubiera sido
el motivo de no comprar collar y estuche en la misma joyería? El hecho de
comprar un estuche suelto es por lo menos raro, pero ninguno de los dos (y por
ahí tampoco nosotros en una primera lectura) tiene la mente clara como para
pensar en esa posibilidad. Antes de esto, se señala que mientras el marido sale
a tontas y a locas a buscar el collar perdido por las calles de París, ella
permanece “…sin fuerzas para irse a la cama, desplomada… sin ideas, casi
estúpida”. Obviamente, la desesperación no les permite razonar.
•
“Al fin, encontraron, en una joyería del Palais Royal, un collar de brillantes que
les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos y regateando,
consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil”. Y está astutamente
elegida la expresión “les pareció idéntico” porque el valor del collar original
no superaba los quinientos francos.
•
La actitud displicente de la amiga de Matilde cuando esta le devuelve el
collar. Indiferencia que llega al grado de ni siquiera molestarse en abrir el
estuche y solo limitarse a retar a su amiga por la tardanza en devolverlo; cosa
que no se entendería si el objeto hubiera sido realmente valioso.
•
El apellido de la amiga, Forestier (bosque), sugiere algo poco claro. El autor
elige ese nombre propio para denotar una personalidad poco transparente, un
tanto oscura. De hecho, un bosque siempre oculta cosas en su interior y no deja
pasar demasiado la luz. Análogamente, la personalidad de la amiga de Matilde va
en ese sentido: le presta el collar pero le oculta el hecho importante de que
no es más que una bagatela.
•
Las frases de la amiga: “Pero, señora… no entiendo... Usted… debe de
confundirse”, que bien pueden tomarse como que Matilde estuvo siempre
confundida.
•
Incluso, casi al cierre, las mismas palabras orgullosas de Matilde sugieren el
error: “Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos”.
b)
una situación socioeconómica que no cambiará o cambiará para peor
•
“…no hay esperanzas de cambiar de posición”, que se refiere a las posibilidades
de la joven Matilde en ese momento, pero que también se pueden tomar como un
preanuncio de su futura condición.
•
“…obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le
corresponde”, y ya vimos a qué punto: pobre y encima cargada de deudas.
•
“…Anduvieron… desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas
vetustas berlinas que solo aparecen en las calles de París cuando la noche se
cierra, como si se avergonzasen de su miseria durante el día”. Estas palabras
son dichas en un momento que la pareja (y sobre todo Matilde) debería estar
feliz porque su desempeño en la fiesta había resultado un gran éxito social
para ellos; por el contrario, todo el párrafo sugiere vergüenza y miseria. El
ánimo tampoco cambia al llegar a casa: “…entraron abatidos en el portal…”,
denotando que no solo sería simple cansancio por la trasnochada sino que habría
algo más en cierne.
c)
amenazas judiciales
•
La expresión “…sirven de ejecutoria…” también es un indicio, pues si bien
aparece en un comentario general sobre las mujeres y en apariencia sin mucha
relación con los protagonistas, no puede obviarse que la palabra “ejecutoria”
nos lleva a pensar en embargos, oficios judiciales, remates de bienes, etc.
•
El apellido de los protagonistas: Loisel, podría separase en loi (ley) y sel
(sal), algo así como la “sal de la ley”; es decir, como denotando que ellos
quedarían involucrados en problemas legales, judiciales.
d)
sufrimiento y envejecimiento prematuro
•
Al comienzo se dice: “Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las
delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar…”,
pero esto será poca cosa comparado con lo que sufrirá en el futuro.
•
No deja de ser curioso que la casa donde vive la pareja esté justamente en “la
calle de los Mártires”; toda una connotación.
•
“…envejecido por aquel desastre, como si de repente le hubieran echado encima
cinco años…”, un preanuncio de lo que les esperaba.
GUY DE MAUPASSANT
Guy de Maupassant |
En
1872 ingresó en el Ministerio de Marina y años más tarde en el de Instrucción
Pública, empleo que pronto abandonó para dedicarse a la literatura por consejo
de su maestro y amigo, Gustave Flaubert. Este gran poeta lo introdujo en el
círculo de los grandes escritores de su época: Émile Zola, Iván Turgueniev,
Edmond Goncourt, Henry James.
Su
primer éxito, que apareció un mes antes de la muerte de Flaubert, fue el
célebre cuento Bola de sebo, recogido
en el volumen colectivo Las noches de
Medan (1880), el mismo año que publicó su libro de poemas, Versos.
Afectado
de graves trastornos nerviosos (producto quizá [2] de la sífilis que
contrajo de joven), fue internado en 1892, tras un intento de suicidio en
Cannes, en el manicomio de París (distrito de Passy), donde murió ya paralítico
el 6/7/1893, después de dieciocho meses de agonía.
Sus obras:
Cuentos:
Escribió más de doscientos. Entre ellos: Bola
de sebo (1880); La casa Tellier
(1881); Los cuentos de la tonta
(1883); Al sol, Las hermanas Roudoli
y La señorita Harriet (1884); Cuentos del día y de la noche (1885); El horla (1887). Después de su muerte se
publicaron varias colecciones: La cama
(1895); El padre Milton (1899), El vendedor (1900).
Novelas:
Una vida (1883), Bel Ami (1885), Pedro y Juan
(1888).
Otras
obras: Además del poemario mencionado, Versos,
tiene también algunos libros de viajes.
[1] En los jardines del castillo de Miromesnil hay un
monumento al escritor; se encuentra en Tourville-sur-Arques, unos ocho kilómetros
al sur de Dieppe, ciudad costera del Canal de la Mancha. Algún
biógrafo ha puesto en entredicho que haya nacido allí, pero ese es el lugar que
figura en su partida de nacimiento.
[2] Hay quienes dudan que la locura de Guy de Maupassant
haya sido causada por la sífilis: desde muy jovencito (mucho antes de
contagiarse) ya sufría de graves alteraciones nerviosas, su hermano menor,
Hervé, murió demente en 1889, y su madre, Laure Marie Geneviève Le Poittevin de
Maupassant, también padecía de crisis nerviosas.
“LA MÁQUINA DE AJEDREZ” DE
ROBERT LÖHR
Héctor
Zabala ©
ANTECEDENTES
HISTÓRICOS
El turco de Kempelen |
Consistía
en una figura de tamaño natural, vestida a la usanza turca y adosada a una gran
caja, especie de escritorio con compartimientos internos, un cajón deslizante y
un tablero de ajedrez en la parte superior. Antes de iniciar el espectáculo, se
mostraba al público las estructuras internas para dejar constancia de que no
había fraude. Sin embargo lo había: en el interior de la caja se situaba un
ajedrecista experto que accionaba al supuesto autómata.
La
primera actuación de la máquina de ajedrez tuvo lugar en 1770 ante la corte de
los Habsburgo en Viena. Más tarde, Kempelen visitó varias ciudades europeas con
el artefacto, dando exhibiciones públicas en la década de 1780. Al fallecer su
creador en 1804, la máquina fue adquirida por Johann Mälzel [1], que
también había diseñado una orquesta automática y algunos otros autómatas. En
1809, durante la campaña de Wagram, Napoleón Bonaparte jugó en Viena por lo
menos una partida de ajedrez contra El Turco, partida que se halla registrada
jugada por jugada [2], y en la que el emperador francés fue vencido
con relativa facilidad. Hay que recordar que Napoleón, si bien era un gran
estratega militar, no tenía tales habilidades en el campo del ajedrez pese a
que frecuentó durante un tiempo el café parisino de la Régence , epicentro de los
mejores ajedrecistas de la época.
Tras
un interregno en manos de un coleccionista privado, el príncipe Eugène de
Beauharnais, el propio Mälzel readquirió El Turco en 1817 para exhibirlo por
Europa. Más tarde, su gira norteamericana se extendería entre 1826 y 1836. En
Richmond, una de las tantas ciudades de Estados Unidos visitadas por máquina y
dueño, Edgar Allan Poe presenció una exhibición y luego escribió un ensayo en
el que dejaba en claro que no podía tratarse de un autómata.
La
repentina muerte por fiebre amarilla del ajedrecista Wilhelm Schlumberger al
visitar Cuba (se proyectaba una gran gira hispanoamericana) hizo que el dueño
del artefacto se quedara sin alguien idóneo que lo dirigiera. El mismo Johann
Mälzel murió ese mismo año (julio de 1838) en el barco que lo traía de regreso
a Europa. El armatoste, adquirido por el médico cirujano John Mitchell, que
carecía del don circense de su anterior dueño, fue donado después de unas pocas
exhibiciones más al Museo Chino de Filadelfia, donde lo destruyó un incendio en
1854.
La
imaginación de Robert Löhr recrea en una novela pseudohistórica (él mismo se
encarga de aclararnos que ciertos personajes principales son ficticios) las
primeras exhibiciones de El Turco, el primer ajedrecista que lo habría
accionado [3], el necesario artesano que lo habría construido y las
tensas relaciones de estos con Wilhelm von Kempelen, su creador, entre 1769 y
1783, período oscuro en la historia del falso autómata.
La
trama es muy buena, su desarrollo logra un clima excelente y aunque el escritor
no es ajedrecista, algunos pasajes del relato nos muestran pormenores típicos
del estilo de juego agresivo y abierto que se buscaba entonces, así como el
ambiente favorable con que se recibían estas exhibiciones de parte de un
público ávido de novedades científicas y tecnológicas, al extremo de perdonar a
Von Kempelen lo que se sospechaba era un flagrante fraude. Fraude que fue
develado mucho después de la muerte del inventor.
Una
novela digna de leerse, aun para aquellos que no gustan del ajedrez.
[1] Johann Nepomuk Mälzel (1772-1838) fue un mecánico de
la corte de Viena, al parecer también músico, inventor del metrónomo, de
audífonos para Beethoven y del panarmónico, un instrumento musical.
[2] Muy probablemente, quien jugó la partida contra
Napoleón haya sido el maestro austríaco Johann Baptist Allgaier (1763-1823),
oculto dentro de El Turco.
[3] No se conoce quién dirigió El Turco en sus inicios.
El ajedrecista británico Harry Golombek en su famosa Enciclopedia señala que se sabe (o se sospecha) de varios maestros
que lo accionaron o habrían accionado a lo largo de su época de gloria
(1809-1836), entre ellos: Johann Allgaier (1809), Weyle, Aaron Alexandre
(1818), Boncourt (1818), William Lewis (1818-1819), Peter Unger Williams
(1819), Jacques-François Mouret (1820) y Wilhelm Schlumberger (de 1826 en
adelante). Este último ajedrecista fue discípulo del eximio maestro francés
Pierre-Charles Fournier de Saint-Amant.
Robert Löhr |
Luis
Benítez ©
Niels
Hav, nacido el 7 de noviembre de 1949, es un escritor danés que reside en
Copenhague. Ha recorrido Europa, Asia, América del Norte y Sudamérica. Su obra —donde
resalta una fina ironía como elemento característico— ha recibido como
reconocimiento varios premios y Hav ha sido becado por el Fondo de las Artes de
su país.
Su
primera colección de cuentos, titulada Afmægtighed
forbudt (Debilidad prohibida), fue editada por el sello Hekla en 1981; a
partir de ese volumen inicial y hasta hoy, ha publicado tres colecciones de
cuentos y seis poemarios.
Niels Hav |
Tanto
su poesía como su narrativa han sido difundidas en antologías y revistas. Hay
traducciones de sus obras al árabe, italiano, turco, alemán, chino y serbio.
Existe una interesante colección de sus poemas —vertidos al inglés bajo el
título We Are Here— editada por Book
Thug (de Toronto, Canadá) en 2006. Sin embargo, todavía debemos lamentar que la
obra de este autor no haya sido volcada en su totalidad al castellano.
A
continuación, se incluye el listado de sus obras, con sus títulos originales y
traducidos, así como tres de sus poemas en nuestro idioma.
Bibliografía
de Niels Hav:
Cuentos:
• Afmægtighed forbudt (Debilidad
prohibida), Hekla, 1981.
• Øjeblikket er en åbning (El momento es
una apertura), Hekla, 1983.
• Den iranske sommer (Verano iraní),
Gyldendal, 1990.
Poemas:
• Glæden sidder i kroppen (La alegría está
en el cuerpo), Jorinde & Joringel, 1982.
• Sjælens geografi (Geografía del alma),
Hekla, 1984.
• Ildfuglen, okay (Pájaro de fuego, ok),
Hekla, 1987.
• Når jeg bliver blind (Cuando me volví
ciego), Gyldendal, 1995.
• Grundstof (Sustancia básica), Gyldendal,
2004.
• De gifte koner i København (Las esposas
casadas de Copenhague), Jorinde & Joringel, 2009.
EPIGRAMA [1]
Niels
Hav ©
Te
puedes pasar la vida entera
acompañado
de palabras
sin
encontrar
la
justa
Igual
que un pobre pez
envuelto
en un diario húngaro:
primero,
está muerto,
segundo,
¡no entiende
húngaro!
LAS MUJERES DE COPENHAGUE [2]
Niels
Hav ©
Me
he vuelto a enamorar de cinco mujeres
distintas
durante un viaje en el autobús de la ruta 40
de
Njalsgade a Osterbro. ¿Cómo va uno a controlar
su
vida en esas condiciones?
Una
de ellas llevaba un abrigo de piel;
otra,
botas rojas. Una leía el periódico; la otra, a Heidegger
y
las calles estaban inundadas de lluvia.
En
el bulevar Amager subió una princesa empapada,
eufórica
y furiosa, y me cautivó totalmente.
Pero
se bajó frente a la estación de policía
y
su lugar lo tomaron dos reinas con pañoletas fulgurantes
que
hablaban con voces estridentes en pakistaní
durante
el trayecto al Hospital Municipal
mientras
el autobús bullía de poesía.
Eran
hermanas e igualmente bellas, por lo que les entregué
mi
corazón a las dos y empecé a hacer planes para una nueva vida
en
una aldea cerca de Rawalpindi, donde los niños crecen en medio del olor
a
hibisco mientras sus madres cantan canciones desgarradoras cuando
la
tarde cae sobre las llanuras pakistaníes.
¡Pero
ellas no me vieron! Y la que llevaba el abrigo de piel lloraba
con
disimulo, cubriéndose con el guante, cuando se bajó en Farimagsgade.
La
que leía a Heidegger cerró el libro de súbito y me miró fijamente
con
sonrisa burlona, como si acabase de vislumbrar a un Don Nadie
en
su mismísima insignificancia. Así se me partió el corazón por quinta vez
cuando
se levantó y se fue con las otras. ¡Qué brutal es la vida!
Seguí
otras dos paradas antes de darme por vencido.
Siempre
termina así: Uno, de pie en la acera, fumando un cigarrillo,
tenso
y levemente desdichado.
EN DEFENSA DE LOS POETAS [2]
Niels
Hav ©
¿Qué
hacer con los poetas?
La
vida los maltrata
se
ven tan lastimeros vestidos de negro
con
la piel azulosa de sus borrascas interiores.
La
poesía es una horrible enfermedad
los
infectados deambulan quejándose
sus
gritos contaminan la atmósfera como escapes
de
estaciones atómicas de la mente. Es algo tan psicótico.
La
poesía es un tirano
desvela
por las noches y deshace matrimonios
arrastra
a la gente en mitad del invierno a desoladas cabañas
donde
permanecen ateridos, con sus orejeras y gruesas bufandas.
¡Imagínense
qué tortura!
La
poesía es una plaga
peor
que la gonorrea, una abominación terrible.
Pero
consideren a los poetas, no es fácil para ellos.
Trátenlos
con paciencia.
Son
histéricos como si estuvieran embarazados de gemelos
crujen
los dientes cuando duermen, comen tierra
y
hierba. Se pasan horas en medio del viento ululante
atormentados
por asombrosas metáforas.
Todos
los días son sagrados para ellos.
Oh,
por favor, apiádense de los poetas,
son
sordos y ciegos,
ayúdenlos
a cruzar las calles por donde van dando tumbos
con
su invisible impedimento:
recordando
toda suerte de cosas. De vez en cuando
uno
se detiene a escuchar una sirena distante.
Sean
considerados con ellos.
Los
poetas son como niños locos
expulsados
de su casa por toda la familia.
Rueguen
por ellos;
han
nacido tristes
—sus
madres lloraron por ellos,
acudieron
a médicos y abogados— hasta
tuvieron
que darse por vencidas
por
temor a perder la cabeza.
¡Oh,
lloren por los poetas!
No
tienen salvación.
Infectados
de poesía como leprosos secretos
están
presos en su mundo fantasioso.
Un
asqueroso barrio lleno de demonios
y
fantasmas vengativos.
Cuando
un claro día de verano, de sol radiante,
vean
a un pobre poeta
salir
tambaleante de su edificio
pálido,
como un cadáver
y
desfigurado por las especulaciones
¡Acérquense
a auxiliarlo!
Amárrenle
los cordones de los zapatos
llévenlo
hasta el parque
y
ayúdenlo a sentarse en un banco al sol.
Cántenle
un poquito,
cómprenle
un helado y háganle un cuento
para
que no se sienta tan triste.
¡Está
completamente arruinado por la poesía!
[1] Traducido al español por Ricardo Labarca ©
[2] Traducido al español por Orlando Alomá ©
Currículo de Luis Benítez en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 22:
Email: lb20032003@gmail.com
“THE BUENOS AIRES AFFAIR” DE MANUEL
PUIG: UN ANÁLISIS DESDE LA
SEXUALIDAD Y EL PODER
Agustín
Arosteguy ©
The Buenos Aires Affair me parece un policial a nivel meramente sentimental,
sexual mejor dicho, y no de género. Es decir, el crimen no está como centro de
la historia, sino que este se encuentra en función de las relaciones sexuales.
Gladys y Leo, cada uno a su manera y por diferentes razones, son los dos
“ladrones” de la novela pero no buscan robar ningún tesoro, ni banco ni dar un
fenomenal atraco, tan solo buscan sexo. Tal es así que el único crimen que se
comete no resulta ser premeditado y no existe ninguna investigación para
encontrar al culpable ni ningún detective que la lleve a cabo, y en el final es
el supuesto “asesino” quien muere solo en un choque automovilístico.
Se
corre tanto del género policial clásico que el policía que aparece, además de hacerlo
indirectamente, no es el policía detective que le pisa los talones al asesino. Es
más, el que vendría a ocupar el lugar del asesino, mata, y ese crimen queda en
silencio. Y como en una parodia termina matándose a sí mismo. No existe crimen
que resolver.
En
relación con los epígrafes, es peculiar lo que sucede, porque no están puestos
para cumplir la función canónica de introducir el capítulo. Más bien todos y
cada uno de ellos sintetizan una relación sentimental y/o amorosa que se
encuentra ligada íntimamente de manera conceptual con la novela y lo que ella
cuenta. En ellos se plantea un vínculo sentimental entre dos personas como
resumen no del capítulo sino de la novela. Como si fuesen sinécdoques de la
misma, tendientes a conformar un rompecabezas. Y hablando de rompecabezas, los
capítulos están colocados como tales, como si fuesen una suerte de diversos
pedazos de filmaciones montados o editados para conformar el cuerpo de un
filme.
Resulta
interesante, aunque nos salgamos del texto mismo —los formalistas pondrían el
grito en el cielo y se rasgarían las vestiduras— observar cómo Manuel Puig
atraviesa la novela jugando con la cercanía y lejanía, subjetividad y
objetividad, con la que escribe los capítulos. Si tenemos en cuenta su
formación como guionista no resulta inoportuno marcar que en algunos es como si
Puig utilizara la cámara subjetiva y en otros la cámara objetiva, para crear
ritmo y atmósfera, como por ejemplo entre los capítulos V y X, que se muestra
una misma situación, una llamada telefónica, de dos maneras diferentes lo que
provoca reacciones diversas en el lector y tensión en el relato global en el
momento preciso.
a)
Gladys Hebe D’Onofrio: cómo se arma su subjetividad
Es
interesante apuntar que la madre era una poetisa que se sentía fracasada y el
padre un simple empleado de banco. Resulta curioso, y hasta risible, el detalle
de apuntar que Gladys nació el 2 de enero de 1935 pero fue concebida en la
madrugada del domingo 29 de mayo de 1934.
1)
Crianza/educación: estuvo dada más por la abuela materna y la vecina, mientras
que la madre se iba al teatro. Su madre estaba más interesada en su carrera poética
y de declamación que en la crianza de su hija. Solo imaginaba en qué iba a ser
su hija cuando le hacían esa pregunta a ella y “pensaba que eran ya dos y no
una sola las almas sedientas de consagración y fama” (Página 27).
Pero llegó un momento en que Gladys se sintía más
cómoda en compañía de la vecina (por haberla sentado en una oportunidad en su
falda) y no le hacía problemas con la comida y se comportaba bien;
comportamiento que no repetía en su propia casa. Vale la pena detenerse en este
detalle de la falda de la vecina —algo tan normal en la relación entre madre e
hijo—, ya que se puede inferir que en su casa no le daban el cariño ni el
interés que recibía de su vecina. A raíz de esto, sus tías y abuelas empezaron
a ponerse celosas y se alegraron cuando la vecina tuvo que mudarse por el
trabajo de su marido.
Cuando
su madre, con su fiebre por la declamación, se enteró que su hija había
aprendido en la escuela rápidamente una poesía entera, la obligó a recitar.
Pero ante la respuesta negativa de la hija se produce el primer llanto de la
madre.
Comienza
la escuela primaria con un año menos que el resto (a los seis de edad). Su
inclinación al dibujo se manifiesta rápidamente.
2)
Estigmas sociales (complejos): con el propósito de demostrar que niñas pequeñas
podían memorizar y por ende tomar lecciones de declamación, y con el
antecedente de Gladys, Clara Evelia la hace participar en un recital de fin de
curso donde juntas recitarían una poesía. Fue un fracaso total ya que Gladis,
incapaz de afrontarlo, se quedó muda en medio del acto.
Gladys
pensaba que su padre quería que fuese como las chicas de las revistas que le
traía todos los jueves, pero su madre al verla siempre encorvada, dibujando, le
insistía para que hiciese algún deporte, y de esta manera evitar ser, en
palabras de su padre, un loro: “Tenés que hacer caso a mami, porque papi no
quiere tener una hija loro” (Página 35). Vaya a saber por qué, cada vez que
Gladys escuchaba alguna de las palabras, loro y/o solterona, miraba para otro
lado. A ella, como mujer, le pesa mucho llegar a los treinta sin haberse
casado, le pesa socialmente.
Con
el colegio comienza una etapa en la que bailes y chicos empiezan a ser temas de
suma importancia. Gladys atravesó esta etapa con varios pesares: iba a fiestas pero
nadie la sacaba a bailar por su aspecto de niña; tenía que soportar cómo todas
sus compañeras se iban de la mano de algún muchacho a la salida del colegio. En
contrapartida, sus estudios sobre artes plásticas avanzaban de manera muy
prometedora.
En
1959 consigue una beca para estudiar en los Estados Unidos, la que gana más por
copiar a artistas ya consagrados y respetar los cánones clásicos que por otra
cosa. A los veintisiete años, en su vuelta a la Argentina por la muerte
del padre y ya alejada de las artes plásticas, le deprime ver a sus ex
compañeros triunfando en el exterior y la mayoría casados.
Durante
el tiempo que permanece en Estados Unidos se abstiene de contar sus pesares
porque todas las repuestas que escucha apuntan a que debe tomar píldoras
sedantes o ir a un psicoanalista. Por eso, cuando no alcanza el orgasmo con el
caballero del hotel, prefiere callarse a escuchar dicha respuesta.
3)
Relaciones sexo/poder: vale marcar cómo Puig describe el debut sexual de
Gladys, porque lo hace de una manera desinteresada, sin valor alguno y
ocultando hasta el más mínimo detalle del suceso. Ni siquiera da el nombre del
personaje, no nos hace conocer su fisonomía, ni tampoco lo describe como un
hecho lleno de romanticismo, tal como por lo general se rodea a este tipo de
actos. Lo describe como un hecho menor, como un episodio sin importancia dentro
de la novela: “[...] el caballero quitó algunas de las prendas de Gladys y la
recostó [...] Este apagó la luz, se quitó las propias prendas y terminó de
desnudar a la muchacha, la cual en ese momento se sentía agotada e incapaz de
reaccionar” (Página 52).
Posteriormente,
los seis encuentros que se describen pueden encuadrarse en cuestiones tales
como: interés, busca de poder, manipulación. Como ser el primero, con Frank,
que es solo una manera de llenar el vacío dejado por el primer caballero y nada
más. El segundo, con Bob, que resulta una cuestión de poder, porque a través de
esta relación (y de lograr que él se quedase con ella en lugar de su actual
esposa) podría ascender en la empresa y tener un futuro prometedor. En el
tercer caso, el del pintor Lon, es más bien por un interés físico e
intelectual, aunque también la relación está basada en la satisfacción y
aprendizaje sexual. Con Danny, el cuarto, el hecho pasa por la adulación hacia
ella y, a su vez, de que él fuese un joven con toda la vida por delante, en
palabras de Gladys: “y que, bien guiado, podría realizar una carrera brillante
pues contaba...” (Página 56). Ricardo, el amorío de México, quería usarla para poder entrar en los Estados
Unidos y cuando esto no resultó posible se olvidó inmediatamente de ella. Por
último, el sexto encuentro con Pete es muy similar al anterior, pero el interés
radica en que ella tiene alcohol en su casa, lo cual lleva a relaciones
sexuales. Es decir, mantienen esas relaciones porque allí él puede tomar whisky.
Hasta que llega a un punto en que solo va para beber.
b)
Leopoldo Druscrovich: cómo se arma su subjetividad
1)
Crianza/educación: fue criado por su hermana mayor y la empleada doméstica, y
malcriado por su hermana menor. A la madre no la conoció y al padre lo vio por
primera vez recién a los siete años de edad.
La
mayoría de las veces, la hermana menor está a cargo de su cuidado; lo que deriva
en un incesto entre ambos. Leopoldo le decía a su padre que quería casarse con
su hermana. Incluso a la primera mujer que ve desnuda es justamente a Olga.
Al
poco tiempo muere también su padre. Comienza el colegio donde es considerado el
más fuerte, ya que poseía un órgano sexual relativamente grande y se masturbaba
mucho, al punto de no poder concentrarse bien para tomar apuntes completos
cuando en la facultad inicia la carrera de arquitectura.
Empieza
a concurrir a reuniones de carácter socialista en la casa de un ex profesor y
al tiempo se afilia al Partido Comunista, por lo cual cae preso, lo torturan, y
termina delatando a sus compañeros del partido.
Por
casualidad, descubre que no le pagan el sueldo en el trabajo conseguido a
través de su hermana menor, sino que es ella quien lo suministra. Entonces
decide escaparse de casa y termina alojado en una pensión trabajando como peón
no calificado en una obra en construcción.
2)
Estigmas sociales (complejos): era bien conocido en el colegio por el asunto de
lo anormal de su sexo, por eso sus compañeros: “lo obligaban a exhibirse cada
vez que llega un nuevo inscripto al colegio” (Página 100).
Durante
la adolescencia, su cuñado, el marido de Olga, era la única imagen masculina
del hogar, y cuando Leopoldo comienza a tener sus primeros encuentros sexuales,
le recomienda: “el hombre que se deja basurear por una mujer está listo”
(Página 107).
Cuando
ya se encontraba viviendo en la pensión, el único contacto que mantenía con mujeres
era a través de prostitutas, lo cual significaba un sacrificio monetario y de
tiempo. Primero, porque no le bastaba ir una vez por semana, ya que tenía deseos
todas las noches y para no gastar tanto se masturbaba, aunque luego le producía
terribles dolores de cabeza. Y segundo, porque no le gustaba acostarse dos
veces con la misma prostituta, siempre procuraba cambiar y algunas veces debía
invertir bastante de su tiempo para conseguirlo.
Poseía
un único pasatiempo que consistía en ir al cine o al teatro los días domingos,
aunque siempre tomaba la precaución de que no lo vieran en los entreactos o al final
de la película, porque consideraba que: “quien no tenía compañía los domingos
había fracasado en la vida” (Página 114).
Le
resulta sumamente incómoda la mirada indiscriminada de un empleado de la
embajada y al no poder tolerarlo, decide cambiarlo de lugar de trabajo, pero
ante la negativa de este termina despidiéndolo.
3)
Relaciones sexo/poder: su primer contacto con el sexo ocurriría a los dieciséis
años pero fracasó porque se cohibió ante la prostituta. Su debut recién llega a
los dieciocho con una compañera de la facultad. Si bien Puig relata el hecho
desde un punto de vista masculino (caracterizado por la rapidez en terminar),
al menos entra en más detalles que al relatar el debut de Gladys: sabemos el
nombre de la mujer, que lo hacen en casa de ella, etcétera. Igualmente, es más
por interés o por necesidad que por afecto, ya que mientras ella no se entrega
le despierta mayor incentivo, pero cuando ya no tiene que hacer nada para
poseerla, pierde instantáneamente todo encanto y la termina rechazando.
El
acto sexual que tiene con el gay que lo aborda en la calle resulta un hecho de
dominación y de violencia de parte de Leopoldo. Utiliza la fuerza bruta para
obtener el grado de satisfacción sexual que desea sin importarle el otro.
Luego
sobreviene una etapa en la cual tiene relaciones pagas con prostitutas para
evitar compromisos y además, con la idea de variar, de hacerlo cada vez con una
prostituta distinta.
Luego
se casa para ver si puede resolver sus problemas sexuales, pero como esto no
sucede y su esposa se termina hartando de su impotencia sexual y de su
violencia, terminan separándose. Entonces, se ve forzado a volver a las
masturbaciones y muy de vez en cuando al encuentro con prostitutas.
c)
Semejanzas y diferencias entre Gladys y Leopoldo
Entre
los dos se da, de manera inversa, cierto paralelismo: ella al principio tenía
un futuro promisorio como artista y él en cambio empieza trabajando de peón no
calificado en una obra en construcción. Por las cosas de la vida, Leo termina
siendo un prestigioso crítico de arte y ella tan solo una artista desconocida y
sin talento. Los dos viajan al exterior, viaje que les cambia por completo la
vida que venían llevando. A ella para mal porque en Estados Unidos comienza su
declive: se aleja de la pintura, comienza a enfermarse, se le muere el padre y
decide volver a la Argentina. A
él para bien porque después de su viaje por Europa logra volver renovado y
presto para dedicarse a su nueva pasión, las artes plásticas, convirtiéndose
así en un renombrado crítico.
De
la relación sexual entre Gladys y Leo, se puede decir que ella se involucra por
pura ambición y él para mitigar su apetito sexual y establecer su dominio
mediante la fuerza física. Para ella significa la posibilidad de ser conocida
como artista; y aunque la oportunidad de representar a la Argentina en San Pablo
quede trunca, al menos consigue comenzar a moverse en el ámbito local. Para él
resulta una relación entre tantas, ya que era codiciado por las mujeres.
Nota:
La novela The Buenos Aires Affair, publicada
en 1973 por Editorial Sudamericana, fue prohibida por la última dictadura
militar argentina en 1976, encabezada entonces por el ex general Jorge Rafael
Videla. Ese mismo año, Manuel Puig se exilió en México tras una amenaza de
muerte de la Triple A ,
grupo paramilitar relacionado a Aníbal Gordon, secuestrador y asesino que murió
en la cárcel en 1987.
MANUEL PUIG
Manuel Puig |
Ya
desde chico se convirtió en un cinéfilo, afición que tuvo de por vida y que
influyó significativamente en su estilo narrativo.
Además
de las localidades citadas, vivió en la ciudad de Buenos Aires, en varias
capitales europeas (Roma, París, Londres, Estocolmo), en Nueva York y Río de
Janeiro. En 1976 se exilió en México tras las amenazas de muerte de la Triple A , grupo
paramilitar que por entonces delinquía con la anuencia de la última dictadura
militar argentina.
En
sus obras, muy criticadas en su tiempo (incluso, boicoteadas por algunos
críticos y editores), muestra una gran maestría para pintar relaciones humanas,
diálogos y situaciones mediante una pluma descarnada y sin prejuicios, que
incluso provocó repudios y escándalos en su misma ciudad natal. En literatura se
le reconoce como un experto en el uso de la polifonía. Dejó varias obras
literarias bosquejadas y otras inconclusas. Dramaturgo y guionista
cinematográfico, algunas de sus novelas fueron llevadas al cine. Murió el
22/7/1990 en Cuernavaca, Estado de Morelos, México, por un paro cardíaco tras
una operación de vesícula.
Sus
obras:
Novela: La traición de
Rita Hayworth (1968), Boquitas
pintadas (1969), The Buenos Aires
affair (1973), El beso de la mujer
araña (1976), Pubis angelical
(1979), Maldición eterna a quien lea
estas páginas (1980), Sangre de amor
correspondido (1982), Cae la noche
tropical (1988), Humedad relativa 95%
(1965-1966, inconclusa).
Teatro: Bajo un manto de estrellas (1983), El beso
de la mujer araña (1983), La cara de
villano (1985), Recuerdos de Tijuana
(1985).
Asimismo,
se han publicado de este autor algunas obras póstumas.
UNA FORMA DIFERENTE DE AFRONTAR LA PIRATERÍA
Francisco
Angulo Lafuente ©
Hace
apenas unos días, pude leer en la prensa una insólita declaración. La escritora
Lucía Etxebarría vencida por la piratería: “No le dedicaré más tiempo, no
malgastaré tres años de mi vida trabajando en más libros que cualquier
desalmado puede descargar ilegalmente de Internet”.
Y
es que aún existe la absurda idea de pensar que si se descargan mil libros de
forma gratuita, son mil libros menos que se venderán. ¿Pero tiene esto algo de
cierto? Ya antes de la era digital, existían las bibliotecas... ¿Por qué se
compraban entonces libros, si cualquiera podía leerlos en una de ellas?
Recuerdo
bien aquella época, pues no hace muchos años que las computadoras se conectan a
la red. Y no servían más que para jugar a los marcianitos en un monitor
fosforito. Yo escribía mis novelas y por supuesto, si quería que alguien las
leyera, las tenía que imprimir en soporte de papel. Entonces comenzaba el
calvario: enviar los manuscritos a las editoriales era un trabajo arduo, lento
y muy caro. También participaba en concursos literarios, de estos mejor no
hablar demasiado, ya que parece que aún no han oído hablar del formato PDF,
mucho menos de los libros electrónicos y siguen pidiendo las novelas por
duplicado, triplicado y hasta cuadruplicado, por supuesto por una sola cara, a
doble espacio y encuadernado. No solo cuesta una fortuna preparar el envío,
sobre todo en mi caso que soy un trabajador obstinado que para algunos
concursos he presentado varios libros. Además, ni pizca de gracia me hace que
por cada persona que participa en uno de estos certámenes se tenga que talar un
árbol, cortarlo y triturarlo para convertirlo en papel. Eran tiempos difíciles
si lo que pretendías es que te leyesen; de una u otra manera era cuestión de
dinero, no de esmero o dedicación. Lo más fácil era arruinarse si uno quería
que su libro llegase. Así fue como después de llevar más de diez años enviando
mis borradores a concursos y editoriales, decidí publicar mi primera novela por
mi cuenta y riesgo. Una pequeña editorial se hizo cargo de la publicación,
financiada naturalmente por dinero de mi bolsillo. Apareció así mi primera
novela La Reliquia “al mercado” sin distribuidora,
pasaron varios meses y no había salido del almacén. Como la mayoría de los
escritores noveles, ahora tenía que hacer yo de distribuidor y de vendedor. Mi
sueño de ver mi novela en las estanterías de El Corte Inglés se esfumó, se vio
truncado cuando la editorial me dio dos cajas con toda la tirada. “Conseguimos
que apareciesen en La Casa
del Libro, aunque la publicación me salía diez euros la unidad y se vendía a
dieciocho, yo como autor solo percibía ocho: perdía dos euros con cada libro
que se vendía, así que cuantos más libros se vendían en las librerías, más
pobre me hacía”.
Pero
yo estaba dispuesto a que la gente leyese mi novela, así que pregunté en una
imprenta y pidiendo un crédito me atrampé hasta las cejas. Esta vez sí que hice
una buena tirada, montones de cajas, miles de libros campaban ahora en mi casa.
Lo primero que hice fue llamar a las bibliotecas, donándolos a todas ellas.
Luego cargué siempre con una caja en el maletero del coche y mi indumentaria se
complementaba con una mochila morada. A todo el mundo que me encontraba se lo
regalaba, y también conseguí ver mi novela en los estantes de las librerías y
de los grandes almacenes en los que compraba, aunque no de una forma demasiado
ortodoxa, “era lo que terminé por denominar aparición de libros de forma
milagrosa”. Entraba en El Corte Inglés, con varios libros escondidos en mi
bandolera y los depositaba en un buen lugar, donde todo el mundo pudiese verlos
cuando pasaba. Ver mi novela en ese lugar, rodeado por libros de los más
vendidos, me hacía soñar...
Pero
fue de esta manera analógica, en la que la gente comenzó a leerme, no solo me
leían, también me escribían e incluso me llamaban. Los usuarios de las
bibliotecas, comentaban mi novela y la recomendaban. Por fin había conseguido
que alguien leyese mis obras.
Hoy
en día y gracias a internet todo el mundo puede descargar mis novelas de forma
gratuita, ya no es necesario el soporte en papel y tampoco arruinarse para que
te puedan leer. Son miles las descargas que cada día se realizan de mis obras
gracias a la red.
En
Google Libros y en muchas otras web, se pueden leer y descargar mis novelas de
forma gratuita.
TERCERA PARTE
Héctor
Zabala ©
En
abril de 1870 Heinrich Schliemann comenzó las excavaciones en la colina de
Hissarlik, que en 1871 continuó durante unos dos meses y después a razón de
cuatro meses y medio anuales, porque no todo el año es apto para andar a la
intemperie por aquellos parajes, amén de que las cuadrillas mostraban poco
interés en emular el coraje de los guerreros de antaño, cualquiera fuese la
falange, aquea o troyana, que quisiéramos elegir.
Pero
la tozudez del alemán pudo más. Debió luchar —leal es reconocerlo— contra el
paludismo que acechaba desde los pantanos del Escamandro, contra la falta de
agua potable y las rebeldías o demandas del centenar de obreros (aunque al
inicio fueron apenas unos pocos), menos proclives a descubrir historia que a
llevarse un extra para casa, contra la lentitud de las autoridades turcas en
permitir esto o aquello y, como si fuera poco, contra la incomprensión del
mundo científico que, como mínimo, lo llamaba “el loco”.
Enamorado
como estaba de su joven esposa y del mundo griego, cambiaba los nombres turcos
de los obreros por el de Telamón o Belerofonte, además de pasársela hablando
casi exclusivamente en griego. Pero esa no fue su única trasgresión, por
decirlo así. ¡Ojalá hubiese sido únicamente esa!
Frank Calvert y Heinrich Schliemann |
Parte de las ruinas de Troya |
Por
dos años el alemán mantuvo su disputa con el gobierno turco que, indeciso o
burocrático, le extendía los plazos con cuentagotas. Pese a todo, encontró
muros ciclópeos, rastros de un gigantesco incendio, portales de seis metros y
tinajas altas como hombres, monedas, símbolos fálicos, puntas de lanzas,
dientes de cerdo y jabalí (¿qué tal si leemos los versos 260 a 265 del Canto X
de la Ilíada ?), objetos parecidos a trompos y otros
muchos de cerámica imitando búhos o lechuzas, ¿acaso exvotos para morigerar la
ira de Palas Atenea, cuya representación era justamente dicha ave, diosa a la
que la Ilíada alude con insistencia como “la de los ojos
de lechuza”?
Ya
no cabían dudas de que había hallado Troya, tampoco de que cada año la destruía
un poco más. Porque lo peor fue que por esta prisa no llevó siempre cuenta
concienzuda del nivel en que encontraba cada objeto ni de lo que reducía a
polvo y cascotes, al menos no de modo sistemático. Al fin y al cabo, aparte de
su inesperado afán por hallar oro y hacerse famoso, en el fondo no dejaba de
ser un mero aficionado en arqueología.
En
mayo de 1873, Herr Heinrich señaló que las excavaciones finalizarían el 15 de
junio de ese año. Para aprovechar mejor el poco tiempo que quedaba, había
aumentado su plantel a ciento sesenta obreros. Se la pasaba inspeccionando pozo
tras pozo por si aparecía algo.
Sophie Engastrómenos y el mal llamado tesoro de Príamo |
—¡Sophie,
querida, anuncia que es mi cumpleaños y que todos tienen el día libre!
¡Cobrarán el jornal completo!
Todavía
se escuchaban los gritos de alegría de los obreros alejándose, cuando
Schliemann bajó a la fosa cuadrada armado de un cuchillo y raspó y raspó la
tierra hasta convertir aquel brillo en una caja de cobre de cuarenta y cinco
por noventa centímetros, mientras la pobre Sophie se mordía los labios,
angustiada, por el bamboleo del enorme muro que amenazaba dejarla viuda, si
bien multimillonaria. Un pañuelo rojo de la misma Sophie sirvió para llevar y
ocultar el tesoro. ¡Y qué tesoro! Cincuenta y tantos aretes de oro, casi nueve
mil anillos y botones del mismo metal, cuchillos y copas de plata, dagas y
puntas de bronce. Jamás se habían visto dos diademas como aquellas, formadas
por noventa guirnaldas de colgantes hojas y flores de oro. Lo llamó el “tesoro
de Príamo”.
Este
es más o menos “el relato” que Herr Heinrich armó para la prensa y el mundo,
pero hoy se sabe que Sophie no estaba en Turquía cuando su marido halló el
tesoro. También, por testimonios de los obreros, que las diferentes piezas
fueron halladas en distintos lugares del yacimiento y no todas juntas como
Schliemann aseguraba.
Poco
antes de su muerte, se descubriría que el tal “tesoro de Príamo”, si bien
troyano, era de época muy anterior, probablemente en unos mil años, ya que
correspondería al nivel II. La
Troya del juicioso Héctor y del alocado Paris, la que fuera
incendiada por causa de su affaire con Helena, es la sexta o quizá séptima,
contando desde abajo.
Parte de las ruinas de Troya |
Los
rumores le llegaron tarde al guardián-inspector de Hissarlik: el contenido de
bolsa y canastas salía en paquetes anónimos con destino a los parientes políticos
de Heinrich, en las cercanías de Atenas. Al parecer, en aquel tiempo los
gobiernos solo se preocupaban cuando había oro de por medio. Después cualquiera
podía robarse o romper miles de figuras de terracota que nadie se inmutaba.
Más
tarde, Schliemann se vería envuelto en una reyerta internacional. Se había
pasado de la raya: había fundado una especie de museo con las joyas de la
sagrada Ilión, exportadas de esa manera non santa. Turquía reclamaba el tesoro
por haberse encontrado en su territorio, Grecia entendía que era parte del
“botín del vencedor”, sin importarle demasiado que el rey Agamenón viviera
apenitas unos tres mil años atrás. Los ingleses deseaban comprarlo y, cosa
rara, no se les ocurrió que había sido encontrado en tierras de un compatriota,
¡en fin, hasta la mejor diplomacia tiene sus falencias!. Rusia se suponía con
pleno derecho por ser Heinrich Schliemann ciudadano honorario de todas las
Rusias, Alemania le recordaba donde había nacido, si bien muy cerca de la
frontera polaca, al menos del lado germano. El hombre de negocios, metido a
arqueólogo, les contestaba con amabilidad a todos, pero se guardó el tesoro. Lo
siguió exhibiendo en su palacete de Atenas, al que llamó Iliou Melathron
(Palacio de Ilión) durante cierto tiempo.
Solo
estuvo del lado del guardián-inspector cuando vio que corría serio peligro de
ser castigado. Los turcos lo querían tomar como cabeza de compatriota; no
jugaban, le correspondía la máxima pena. Entonces Schliemann escribió una carta
a Estambul, en la que decía: “Encontré el tesoro mientras Amín Effendi estaba
trabajando en otra parte del montículo. Si hubieran visto la angustia pintada
en el rostro del pobre hombre, tendrían piedad de él”. Por supuesto, olvidó
decir que lo había echado de la puerta de calle cuando el pobre Amín le había
ido a preguntar por el tesoro del que todo el mundo hablaba.
No
obstante la evidencia de que las ruinas eran las troyanas, hubo todavía un
recalcitrante: el capitán Botticher, un polemista profesional, que siguió
insistiendo en que todo era un fraude y que Troya jamás había existido. Herr
Heinrich invitó a los mejores expertos de la época a trasladarse a Hissarlik.
Indudablemente, para entonces los turcos no le guardaban rencor o bien ya se
habían olvidado del tesoro.
Wilhelm Dörpfeld (1853-1940) |
Schliemann
había logrado en 1882 que el arqueólogo alemán Wilhelm Dörpfeld se uniera a las
excavaciones, a fin de que su trabajo no pareciera el de un simple buscador de
tesoros, sino el de un verdadero científico. Dörpfeld ayudó a reinterpretar las
unidades estratigráficas de las distintas fases de Troya. Incluso continuó la
excavación en Troya después de la muerte de su descubridor y hasta 1894. A sus
estudios se debe la ubicación de la
Troya homérica en el nivel VI.
Carl Blegen (1887-1971) |
¿Qué
fue del tesoro y de la cerámica?
Después
de muchos rodeos, Schliemann donó a Alemania en 1879 el “tesoro de Príamo” y
otras muchas piezas arqueológicas. Las más importantes del tesoro fueron al Museo de Artes y Oficios de
Berlín y luego al Etnográfico para terminar en el Museo de Prehistoria e
Historia Antigua. Debido a los bombardeos de la II Guerra Mundial, se lo
depositó en el refugio antiaéreo del Zoológico de Berlín y luego en la torre
del zoo, considerada a prueba de explosivos. En mayo de 1945 después del asalto
a la torre, el director del museo, Dr. Wilhelm Unverzagt, lo entregó al oficial
soviético al mando de la ocupación zonal evitar su posible saqueo. Los
alrededores estaban destruidos por completo. A fines de ese mes fue sacado de Berlín
y se ignoró su destino durante varias décadas. Hasta que en 1993 se confirmó su
ubicación en el Museo Pushkin de Moscú. Su directora, la arqueóloga Irina
Antonova, reveló a una publicación rusa que dicho tesoro estaba resguardado en
una sala del museo sin acceso al público.
La
mayor parte de la cerámica troyana se había ubicado durante la guerra en
Schönebeck an der Elbe, en el castillo de Petruschen, de Breslau, y en el
castillo de Lebus. Mucho más tarde se recuperó parte de los objetos que habían
sido saqueados en este último lugar y que se hallaban repartidos entre las
aldeas alemanas de las cercanías, tras la guerra.
(Continuará)
Nuevos colaboradores
AGUSTÍN AROSTEGUY
Nació
en Balcarce, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en el año 1977. Luego de la
secundaria, estudió Administración en la Universidad de Buenos Aires, en donde también
realizó el Curso de Especialización en Administración de las Artes del
Espectáculo. Después hizo el Master en Dirección en Proyectos de Ocio en la Universidad de Deusto,
Bilbao-España, y actualmente está realizando el Doctorado investigando sobre Geografía
Cultural.
Ha
realizado cursos de escritura con Cecilia Szperling y de poesía con Cecilia
Vicuña. A su vez, realizó el curso de dramaturgia con Mauricio Kartun y una
oficina de guion con Di Moretti.
Ha
publicado poemas, cuentos y microrrelatos en antologías de España y Argentina,
y también en revistas virtuales de México y Chile. Es miembro de la Red Literaria del
Sureste, México y colabora con artículos culturales de opinión con el Centro de
Profesionales por la
Identidad Social , Argentina.
En
septiembre a través de la
Editorial Fuga (Chile) saldrá publicada su primera novela Escaramú Majestic.
Reside
en Bilbao, España.
FRANCISCO ANGULO LAFUENTE
Nació
el 31 de octubre de 1976. Vive en Madrid, España. Integra la Fundación de Estudios
Literarios Lector Cómplice y tiene un programa cultural en radio “Ángeles de la Noche ”.
Sus
obras se encuentran en internet:
• La
Reliquia (Editorial Mandala, 2005).
• Ecofa una solución viable (Editorial
Mandala & LapizCero, 2007).
• Un instante después del Big Bang (Editorial
Wordclay, 2007).
• Kira y la tormenta de hielo (Editorial Lulu, 2008).
• A viable solution (Google book, 2008. Reseñas en prensa: The New YorkTime, El País, El
Mundo, La Vanguardia ,
20 Minutos...)
• Los mejores (Editorial Bubok, 2009).
• La
Leyenda de los
Tarazashi (Editorial Smashwords, 2009).
• El Olfateador (Editorial LapizCero).
• Destino La Habana (2011).
• Compañía Nº 12 (2012).
Para
todos los formatos de lectura:
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 10 — Septiembre de 2012 — Año III
ISSN 2250-4281
Exp.966996 Dirección Nacional del
Derecho de Autor
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo: http://www.polisliteraria.blogspot.com/
San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Argentina
elilialap@yahoo.com.ar
COLABORARON EN ESTE NÚMERO:
• Héctor Zabala, Ciudad de Buenos
Aires, Argentina
• Luis Benítez, Ciudad de Buenos
Aires, Argentina
• Agustín Arosteguy, Balcarce
(Buenos Aires), Argentina - Bilbao (País Vasco), España
• Francisco Angulo Lafuente, Madrid,
España
• Liliana Lapadula, San Martín (Pcia.
de Buenos Aires), Argentina
El listado completo de
colaboradores se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite COLABORADORES
de Revista REALIDADES Y FICCIONES.
Las opiniones
vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad
del autor pertinente.
De muy buen gusto, amigo. Gracias por presetárnosla.
ResponderEliminarAbrazo