REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 8 — Marzo de 2012 — Año III
ISSN
2250-4281
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apellido, ciudad y país
(se le avisará cada
nuevo número trimestral).
Sumario:
Poesía (Luis Benítez)
• La poesía de Fahredin Shehu.
• Su poema “Así habló Tamara”. Biografía y bibliografía
del autor.
Narrativa (Héctor Zabala)
(En los tres casos: biografía y
bibliografía de los autores.)
• “Un jinete en el cielo” de
Ambrose Bierce. Cuento y análisis.
• “El verdugo” de Arthur
Koestler. Cuento y análisis.
• “Juliano, el apóstata” de Gore
Vidal. Reseña.
Ensayo (Gustavo Flores Quelopana)
• El naufragio de la educación
como arte y ciencia en la sociedad cosificada.
• Currículo y bibliografía del
ensayista.
Y algo más…
• La Ilíada , ¿mito o realidad? —
Primera Parte. (Héctor Zabala)
de Luis Benítez ©
Ampliamente
conocido en Europa del Este y asimismo traducido a diversas lenguas, tanto del
Viejo Mundo como de América, Fahredin Shehu es un notable exponente de la
poesía contemporánea que ha merecido trasponer las fronteras de su país,
Kosovo. Siendo la poesía proveniente de Europa Oriental poco difundida en
nuestro medio, es interesante para el lector adentrarse en ella a través de uno
de sus mejores ejemplos.
El
poema seleccionado para traducirlo de su versión inglesa, titulado “Así habló
Tamara”, exhibe reminiscencias de Walt Whitman —por la amplitud de su
abarcamiento y el tono a veces bíblico de sus versos— que se combinan con
matices de trascendentalismo sin duda provenientes de la formación
universitaria de su autor, como podrán apreciar los lectores en la breve
biografía que adjuntamos al texto del poema.
ASÍ HABLÓ TAMARA
Fahredin
Shehu ©
He
pulido los ojos del niño sufriente
Eliminando
las capas vaporosas de su visión
Para
ver los dientes brillantes, mientras sonrío,
Y
el latente y bien oculto planeta de odio en mi alma
He
lavado la estratósfera de desastres
Sus
padres depositados cuidadosamente en su ser
Con
lágrimas de amor impregnadas
He
quitado todas las membranas de espíritu contaminado
Le
concedí una sonrisa a una rana
Y
un beso al jade silencioso
Filtré
el rocío del pétalo de la rosa blanca
Y
conté los rubíes de la granada madura
He
plantado todo tipo de frutas
Y
creado un parque de juego para todos nosotros
Usted
puede llamarlo un huerto
Usted
puede llamarlo la plantación del recién nacido del amor
Pero
conozco su Tachyon-IC [1] del suelo
Donde
solo el amor puede plantar su semilla
He
adaptado un vestido color de esmeralda
Y
lo perfumé con ámbar para que todos los niños lo usen
Les
di de comer a todos los estómagos [2]
Con
la luz deslumbrante de mi alma
Para
hacerlos transparentes
Para
que sean iluminados
He
creado el ejército de la sonrisa
Y
convoqué a todos los expertos para desmantelar la maquinaria de odio
En
los campos de la sinfonía de la luz
En
el sagrado momento de la eternidad
He
abrazado a todos los niños, visibles e invisibles
Y
regocijado su felicidad
He
aplastado todas las armas
Que
humanos y demonios han creado
Y
así convertida en polvo cada una de ellas,
Una
sonrisa dio a luz al amor
Notas
del traductor:
[1] Teóricamente, se trata de una partícula subatómica
que se mueve siempre más rápidamente que la luz.
[2] El autor dice, en el original inglés: “I feed every
stomach”, lo que se puede traducir literalmente como “le di de comer a cada
estómago”; mas en español esta última palabra puede sonar chocante y lejana del
estilo empleado por el poeta hasta aquí. Por ello he preferido la versión
presente.
Sobre
el autor
Fahredin Shehu |
Obra
publicada: Nun (poemas místicos,
edición del autor, 1996); Invisible
plurality (poemas en prosa, edición del autor, 2000); Nektarina (novela, Prishtinë, Ed. Rozafa - Project of
Ministry of Culture Sport and Youth of Kosova, 2004); Elemental 99 (cuentos
cortos, Prishinë, Ed. Center for
Positive Thinking, 2006); Kun (líricas trascendentales, Skopje, Macedonia, Ed. Logos-A, 2007);
Dismantle of Hate (libro electrónico,
Londres, Ronin Press, 2010) y Crystaline
Echoes (poesía, edición en papel y como libro electrónico, Madeira,
Portugal, Corpos Editora, 2011).
Asimismo,
ha publicado sus trabajos creativos y de crítica literaria en numerosas
revistas, en Hong Kong, Kosovo, Bosnia y Herzegovina, Albania, Serbia, Turquía,
Estados Unidos, China, Chile, Suecia, Bélgica, Grecia, Rumania, Brasil,
Irlanda, Inglaterra, Francia, Suiza, España, Noruega, Portugal y Argentina.
Obras suyas fueron traducidas al inglés, francés, italiano, serbio, croata,
bosnio, macedonio, rumano, sueco, turco, árabe y persa. Es miembro del Comité
de Publicaciones y Edición del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes de
Kosovo; del PEN Club Center de Kosovo y Director Ejecutivo del Centro para la Promoción del Diálogo
Intercultural “OXOR”. Se desempeña en la administración de la radio y la
televisión en Kosovo.
Currículo de Luis Benítez en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 22:
Email: lb20032003@gmail.com
UN JINETE EN EL CIELO [1]
Ambrose
Bierce ©
Capítulo
I
Cierta
tarde de sol en el otoño de 1861, un soldado se encontraba tendido bajo un
monte de laurel junto al camino, en el oeste de Virginia. Echado largo a largo
sobre el estómago, sus pies descansando sobre la punta de los dedos y la cabeza
apoyada en el antebrazo izquierdo, mantenía flojamente el rifle bajo la mano
derecha. A no ser por la posición algo metódica de sus piernas y un ligero
movimiento rítmico de la cartuchera en la parte de atrás del cinturón, se
hubiera pensado que estaba muerto. Pero no, él solo dormía en su puesto de
guardia. Aunque de haber sido descubierto, muy pronto lo habría estado, ya que
la muerte hubiera sido el castigo justo y legal de su crimen.
El
monte de laurel, en el que semejante criminal permanecía echado, estaba en el
recodo de un camino que, luego de ascender por una cuesta escarpada hacia el
sur, se volvía abruptamente hacia el oeste, corriendo por la cumbre unas cien
yardas. Desde allí volvía de nuevo al sur y zigzagueaba monte abajo a través
del bosque. En el saliente del segundo recodo había una gran roca lisa,
proyectada hacia el norte, que dominaba el profundo valle desde donde subía el
camino. La roca era el remate de una altísima barranca: de arrojarse una piedra
desde el borde, caería a pico más de mil pies [2] hasta la copa de
los pinos. El recodo donde estaba el soldado se encontraba en otro risco de la
misma barranca. Si hubiera estado despierto habría visto no solo el breve brazo
del camino y la roca saliente, sino además el perfil entero del barranco allá
abajo, tan profundo como para enfermarlo de vértigo.
La
región estaba cubierta de bosques, excepto en el fondo del valle, hacia el
norte, donde un arroyo apenas visible desde el otro extremo surcaba un pequeño
prado natural. Este prado apenas parecía más grande que un patio cualquiera,
pero en realidad medía varios acres. Su verdor era más vivo que el del bosque
circundante, detrás del cual se levantaba una línea de gigantescos barrancos,
similares a los que suponemos pisar en este examen del paisaje, y por el cual
el camino había ascendido de algún modo hasta la cumbre. La forma del valle, en
verdad, era tal que desde este punto de observación parecía enteramente
cerrado, y uno no podía menos que preguntarse cómo podía el camino, que había
encontrado una salida, haber siquiera entrado. O de dónde venían y hacia dónde
iban las aguas del arroyo que cruzaba aquel prado más de mil pies allá abajo.
No
hay región tan abrupta e inhóspita que los hombres no puedan convertirla en
teatro de guerra. En el bosque, al fondo de aquella ratonera militar donde
medio centenar de hombres [3] que dominaran sus salidas podrían
hacer morir de hambre a todo un ejército, aguardaban escondidos cinco
regimientos federales de infantería. Habían marchado toda la jornada y la noche
anterior, y ahora descansaban. Al anochecer retomarían el camino, subiendo
hasta el lugar en que dormía el desleal centinela, y bajando por la otra
pendiente de la quebrada, caerían sobre el campo enemigo cerca de la
medianoche. Su esperanza estaba puesta en la sorpresa, pues el camino conducía
hasta la retaguardia adversaria. En caso de fracasar, su posición sería en
extremo peligrosa; y con seguridad fracasarían de mediar un accidente o si el
enemigo se enterara del movimiento de tropas a través de un espía.
Capítulo
II
El
durmiente centinela del monte de laurel era un joven virginiano llamado Carter
Druse. Hijo único de una familia pudiente, había conocido tanto ocio y
educación y buena vida como lo permitía el refinamiento y la riqueza en una
zona montañosa del oeste de Virginia. Su casa quedaba a pocas millas de donde
ahora se encontraba. Una mañana se había levantado de la mesa, después del
desayuno, y había dicho, con voz tranquila pero grave:
—Padre,
un regimiento de la Unión
ha llegado a Grafton [4]. Voy a unirme a él.
El
padre levantó la leonina cabeza, miró al hijo un momento en silencio y
respondió:
—Bien,
márchese, señor, y pase lo que pase, haga lo que considere su deber. Virginia,
a quien traiciona, seguirá adelante sin usted. Si ambos llegamos vivos al final
de la guerra, volveremos a hablar del asunto. Su madre, como el médico ya le ha
informado a usted, se encuentra en estado crítico; en el mejor de los casos no
estará con nosotros más que unas pocas semanas, así que ese tiempo es precioso.
Será mejor no molestarla.
Así,
Carter Druse, inclinándose reverentemente ante su padre —quien respondió al
saludo con una cortesía solemne que ocultaba un corazón roto— abandonó el hogar
de su niñez para enrolarse. Por conciencia y coraje, por celo y osadía, pronto
fue apreciado por camaradas y oficiales. Y debido a estas cualidades y a algún
conocimiento que tenía de la región, se lo había elegido para este peligroso
puesto en la extrema avanzada. Sin embargo, la fatiga pudo más que su voluntad
y se quedó dormido. ¿Qué ángel, bueno o malo vino luego en el sueño a sacarlo
de su estado de culpa criminal?, ¿quién podría decirlo? Sin siquiera un
movimiento, sin un ruido, en el profundo silencio y languidez del crepúsculo,
algún mensajero invisible del destino tocó con dedos liberadores los ojos de su
conciencia, susurró al oído de su espíritu la palabra misteriosa que tiene el
don de despertar y que nunca labio humano pronunció ni memoria humana jamás ha
recordado. Lentamente despegó la cabeza de los brazos y miró por entre la
máscara de tallos de laureles, cerrando instintivamente la mano derecha sobre
la culata del rifle.
La
primera sensación fue un vivo deleite artístico. Sobre un colosal pedestal, el
barranco, inmóvil al borde de la roca saliente y nítidamente recortada contra
el cielo, había una estatua ecuestre de impresionante dignidad. Era la figura
del hombre montada sobre la del caballo, erguida y marcial, pero con la calma
de un dios griego tallado en mármol que petrifica todo movimiento. El traje
gris armonizaba con el fondo etéreo [5]; el metal de su atavío y el
jaez de la cabalgadura estaban mitigados por la sombra; el pelaje del corcel no
tenía puntos brillantes. Una carabina insólitamente recortada descansaba sobre
el pomo de la silla, mantenida en su lugar gracias a la mano diestra que la
aferraba con el puño, mientras la izquierda, que mantenía las riendas, quedaba
oculta. Recortado contra el cielo, el perfil del caballo parecía tallado con la
agudeza de un camafeo; a través de las alturas, miraba de frente más allá de
los barrancos. La cara del jinete, apenas vuelta, mostraba solamente el
contorno de la sien y de la barba: estaba observando hacia abajo, hacia el
fondo del valle. Magnificada por su elevación contra el cielo y por la
formidable sensación que causaba en el soldado la proximidad de un enemigo, la
estatua parecía de un tamaño heroico, casi colosal.
Por
un instante, Druse tuvo la extraña sensación de que había dormido hasta el
final de la guerra, y que ahora estaba contemplando una noble obra de arte,
erigida allí para conmemorar los hechos de un pasado heroico del que él había
cumplido una cuota poco gloriosa. Pero un ligero movimiento del grupo quebró el
hechizo: el caballo, sin mover las patas, había retrocedido ligeramente del
borde del abismo; el hombre permanecía inmóvil como antes. Despierto del todo y
consciente de la gravedad del momento, Druse llevó la culata del rifle contra
la mejilla, avanzando cautelosamente el caño entre los arbustos; amartilló el
arma, y observando por la mira cubrió un punto vital en el pecho del jinete. Un
toque en el gatillo y todo habría ido bien para Carter Druse. En ese instante,
el jinete volvió el rostro en la dirección de su oculto antagonista. Parecía
estar examinando, a través del follaje, la cara misma, los ojos, su corazón
bravo y compasivo.
¿Es
entonces tan terrible matar en la guerra a un enemigo —un enemigo que ha
sorprendido un secreto vital para la propia seguridad y la de nuestros
camaradas—, un enemigo más formidable por lo que sabe, que todo su ejército por
la multitud de combatientes? Carter Druse palideció, le temblaron los miembros,
se tornó débil y vio al grupo estatuario ante él como figuras negras, subiendo,
bajando, moviéndose inseguras en arcos de círculos en un cielo de fuego. Su
mano soltó el arma, la cabeza cayó lentamente hasta dar de cara entre las
hojas. Este corajudo caballero y duro soldado estaba a punto de desmayarse por
la intensidad de la emoción.
No
fue por mucho tiempo; un instante después irguió la cabeza, las manos retomaron
su lugar en el rifle, el dedo índice buscó el gatillo; la mente, el corazón y
los ojos estaban claros; sanas, la razón y la conciencia. No podía pensar en
capturar a ese enemigo y alarmarlo equivalía a ponerlo de un golpe en el
campamento sureño con las fatales noticias. Su deber de soldado era sencillo:
debía matar al hombre por sorpresa. Sin previo aviso, sin un instante de
preparación espiritual, sin siquiera una plegaria, debía enviarlo a saldar sus
cuentas. Pero no: hay una esperanza; quizá no ha descubierto nada, quizá no
hace más que admirar la majestad del paisaje. Si se lo permite, acaso dé media
vuelta y cabalgue despreocupado hacia el lugar de donde vino. Seguramente se
podrá juzgar si sabe algo en el momento preciso en que se marche. Bien podría
ser que la fijeza de su atención... Druse volteó la cabeza y miró hacia abajo,
como desde la superficie hacia el fondo de un mar transparente. Vio
serpenteando a través del verde prado una sinuosa fila de hombres y caballos:
¡algún oficial estúpido estaba permitiendo que los soldados de su escuadrón
abrevaran los caballos a campo abierto, bien visibles desde una docena de
montañas!
Druse
apartó sus ojos del valle y los fijó de nuevo en el grupo de hombre y caballo
recortados contra el cielo, y de nuevo aplicó su ojo a la mira del rifle. Pero
esta vez apuntaba al caballo. En su memoria, como si se tratara de un mandato
divino, sonaban las palabras de su padre en el momento de partir: “Pase lo que
pase, haga lo que considere su deber”. Ahora estaba tranquilo. Los dientes
apretados con firmeza pero sin rigidez, los nervios tan calmos como los de un
bebé dormido, ningún temblor en su cuerpo. La respiración, aunque contenida en
el momento de apuntar, era regular y lenta. El deber había vencido. El espíritu
le había ordenado al cuerpo: “Calma, no te muevas.” Hizo fuego.
Capítulo
III [6]
Un
oficial de las fuerzas federales, en espíritu de aventura o en busca de
experiencia, había dejado el vivac escondido en el valle, y con los pies sin
rumbo se había abierto camino hasta el borde de un pequeño espacio abierto,
cercano al pie del barranco. Meditaba en lo que podía ganar, de aventurarse más
lejos en la exploración. A un cuarto de milla adelante, aunque parecía a un
tiro de piedra, se elevaba desde su franja de pinos la cara gigantesca de la
roca, remontándose a tanta altura sobre él, que le producía vértigo alzar la
vista hacia donde su borde recortaba una línea clara, abrupta contra el cielo.
Esto presentaba un perfil limpio, vertical, contra un fondo de cielo azul hasta
casi la mitad y de colinas distantes apenas más pálidas desde allí hasta la
copa de los árboles que estaban en su base. Al levantar los ojos hacia la
vertiginosa altura, el oficial vio una escena pasmosa: ¡un jinete cabalgando
valle abajo por el aire!
El
jinete iba rígidamente erguido, de manera marcial, firme en la silla, y
apretando con fuerza las riendas para contener la impetuosa zambullida del
corcel. En su cabeza descubierta flotaba ondulante el largo pelo, cual penacho.
Las manos, ocultas en la nube de crin levantada del caballo. El cuerpo del
animal iba tan horizontal como si cada golpe de los cascos encontrase la
resistencia del suelo. Los movimientos parecían los de un galope desbocado, con
todas las patas del caballo estiradas hacia adelante como en el caso de
completar un salto, aunque cesaron apenas el oficial miró, ¡pero esto era un
vuelo!
Preso
de terror y asombro por esta aparición de un jinete en el cielo —casi
creyéndose el escriba elegido de algún nuevo Apocalipsis—, el oficial fue
superado por la intensidad de las emociones: las piernas lo traicionaron y se
fue al suelo. Casi al mismo tiempo oyó un estruendo en los árboles —un sonido
que murió sin eco— y después todo quedó en silencio
El
oficial se alzó sobre las piernas, temblando. La sensación familiar de una
canilla contusa [7] le devolvió las aturdidas facultades.
Esforzándose, corrió rápida y oblicuamente desde el barranco hasta un punto
distante de su base: esperaba allí encontrar a su hombre, y allí naturalmente
fracasó. En lo fugaz de la visión, la aparente intención, gracia y elegancia
del portentoso hecho había influido tanto sobre su mente que no se le ocurrió
que la marcha de la caballería aérea había de ser directamente a pique y que
podía encontrar los objetos de su búsqueda en el mismo fondo del barranco. Media
hora después regresó al campamento.
El
oficial no era tonto; demasiado discreto como para contar una verdad increíble,
nada dijo de lo que había visto. Pero cuando el comandante le preguntó si en su
reconocimiento había aprendido alguna cosa de provecho para la expedición,
respondió:
—Sí,
señor, que no hay ningún camino que descienda al valle por el sur.
El
comandante, mucho más al tanto, sonrió con discreción.
Capítulo
IV
Después
de disparar, el soldado Carter Druse volvió a cargar el rifle y siguió vigilando.
Apenas diez minutos habían transcurrido cuando un sargento federal se deslizó
cautelosamente hacia él, arrastrándose sobre manos y rodillas. Druse no volvió
la cabeza ni lo miró; permaneció quieto, como si no lo hubiera notado.
—¿Usted
hizo fuego? —susurró el sargento.
—Sí.
—¿A
qué?
—A
un caballo. Estaba parado sobre aquella roca, bastante lejos. Ya ve que no está
más. Se despeñó por el barranco.
La
cara del hombre estaba blanca, pero no mostraba signo alguno de emoción.
Habiendo respondido, volvió los ojos y no dijo más. El sargento no entendía.
—Mire,
Druse —dijo, tras un momento de silencio—, de nada sirve hacer de esto un
misterio. Le ordeno dar parte. ¿Había alguien sobre el caballo?
—Sí.
—¿Y
bien...?
—Mi
padre.
El
sargento se puso de pie para marcharse. “¡Dios Santo!”, exclamó.
Notas
de Héctor Zabala:
[1] En el original: A Horseman in the Sky (1889).
[2] Más de mil pies: es decir que el precipicio superaba
los trescientos metros.
[3] El lector encontrará en algunas traducciones la frase
errónea “quinientos hombres”, pero el original inglés dice claramente “half a
hundred men”, es decir medio centenar de hombres.
[4] Grafton es un pueblo del
condado de Taylor en la
Virginia Occidental (West
Virginia ).
[5] Los confederados o sureños usaban uniforme gris, en
contraste con los norteños cuya vestimenta era azul.
[6] En este capítulo el narrador muestra una cara curiosa
de la guerra: cómo la tensión y el continuo diálogo con la muerte suelen
provocar terror místico, aun en oficiales veteranos. Así, la figura de un
jinete lanzado al vacío induce en la mente del oficial norteño (que observa
desde abajo) una sensación de vuelo, una especie de visión apocalíptica, pues
nos recuerda a los famosos jinetes del libro bíblico de cierre. La turbación
del oficial es tan grande que incluso decide no informarlo a sus superiores por
temor al ridículo.
[7] Algunas versiones traducen “abraded shin” como canilla dislocada,
pero he preferido canilla contusa (o dañada), porque la palabra dislocar
implicaría una articulación. Se llama canilla a los huesos largos, en especial
a la tibia y aún más específicamente a su borde delantero.
ANÁLISIS DEL CUENTO “UN JINETE EN EL
CIELO” DE A. BIERCE
Héctor
Zabala ©
Ambrose
Bierce describía las batallas con la crudeza de alguien que las había sufrido.
Este notable escritor no regalaba los oídos de nadie: ni de un público, ávido
de heroísmos, ni de gobiernos proclives a mostrar la supuesta faceta amable de
lo bélico, ni de políticos militaristas prontos a justificar la fuerza por cualquier
motivo. Su visión de la guerra fue siempre de un realismo trágico, severo,
duro, incluso aunque se tratase de obras de ficción.
CUESTIONES
TÉCNICAS
El
autor da ciertos detalles castrenses que hacen muy creíble su obra. Entre
otros:
•
En el primer párrafo, pese a estar dormido, el centinela se halla en posición
de cuerpo a tierra y el autor hace hincapié en la forma metódica en que está
colocado. En efecto, en esta postura la disposición de las piernas es básica,
especialmente la de los talones que no deben sobresalir demasiado del suelo
para no servir de blanco a las balas enemigas.
•
La pena de muerte para el centinela que no cumple con su deber es un hecho
cierto. Ya en los ejércitos de la antigüedad, se la aplicaba como regla básica
a quienes se dormían o abandonaban su puesto.
•
El pelaje del caballo del jinete sureño sugiere una elección premeditada y muy
acorde a su función. En general, a cierta distancia lo opaco pasa más
desapercibido o camuflado que lo brillante; máxime en un explorador cuya actividad
de reconocimiento lo expone mucho más que a cualquier otro soldado.
•
Aunque se califica a la carabina recortada de insólita, en realidad justamente
por esto solía ser práctica como arma de defensa personal, tanto para disparar
desde un caballo como para disimularla; en especial para un jinete explorador
cuya misión no consiste en ir a matar enemigos sino en descubrir la posición
adversaria sin ser descubierto a su vez.
LAS
DOS HISTORIAS DEL CUENTO
Aquí,
Bierce no relata una batalla, ni siquiera un combate, simplemente se refiere a
una escaramuza entre un centinela de los federales y un explorador de los
sureños. [1]
Su
pluma es ágil pese a que describe cuidadosamente la topografía del terreno y
muestra con cierto detalle la difícil situación de ambos bandos en un valle
cuasi cerrado, al que califica de ratonera militar.
Escondido
en un bosque hacia el norte del valle y dispuesto a caer por sorpresa sobre la
retaguardia sureña en una operación no exenta de riesgos, el ejército norteño
sitúa a un centinela en un lugar elevado. Desde este punto estratégico, el
vigía puede dominar todo ese valle boscoso y encajonado hasta tanto se complete
la operación de ataque. El ejército sureño se encontraría hacia el sur del
mismo valle. Pero…
La
historia evidente para el lector.
El
centinela se queda dormido, delito que implicaría la muerte, pero despierta
justo a tiempo para contemplar la figura de un jinete enemigo atisbando el
valle en disputa. Bierce no nos revela enseguida las razones del centinela para
no dispararle de inmediato y juega tanto con las dudas del vigía así como con
la tensión del momento. El lector puede suponer entretanto que se trata de un
impedimento táctico (vgr. la posible cercanía del campamento enemigo o de otros
exploradores cercanos) o de la incertidumbre de errar el tiro, lo que haría que
el jinete corriera de inmediato a dar aviso de la presencia de un ejército
confederado.
Pero
al fin el centinela norteño hace fuego. Y jinete y corcel son lanzados al
precipicio tras una bala dirigida al caballo. El “vuelo” es visto por un
oficial de los federales que se encuentra en el valle y oído por el sargento de
guardia.
La
historia oculta para el lector.
A
priori, sería insólito imaginar un posible cargo de conciencia de parte del
centinela por dispararle al jinete. Y sin embargo es así, al final del cuento
se revela el porqué de la indecisión: el jinete enemigo era su propio padre.
Haciendo
gala de prolijidad y tensión narrativas, Ambrose Bierce nos va dejando varios
indicios a medida que avanza en el relato:
1)
Indicios sobre la probabilidad de que ambos (padre e hijo) se encontraran en
una escaramuza:
1.1)
El padre del centinela se había alistado, como era natural, en el ejército
confederado (sureño) por ser ciudadano de Virginia. Días antes había sufrido un
disgusto por la decisión de su hijo de enrolarse en el ejército contrario o
atacante, el de la Unión.
1.2)
Enojado o decepcionado, el padre le había dicho: “si ambos llegamos vivos al
final de la guerra, volveremos a hablar del asunto”.
1.3)
Ambos eran oriundos de la zona, lo que tornaba muy alta la probabilidad de que
fueran destinados como avanzadas de reconocimiento en sus respectivas unidades.
Incluso,
respecto del hijo se dice: “…su casa quedaba a pocas millas de donde ahora se
encontraba”. Y un poco más adelante: “…debido a estas cualidades y a algún
conocimiento que tenía de la región, se lo había elegido para este peligroso
puesto en la extrema avanzada”.
Todo
esto era igualmente válido en el caso del padre. Por ende, un indeseable enfrentamiento
militar entre ambos era también muy probable.
2)
Indicios de una relación de jerarquía entre el centinela y el jinete:
2.1)
“…inmóvil al borde de la roca saliente y nítidamente recortada contra el cielo,
había una estatua ecuestre de impresionante dignidad. Era la figura del hombre
montada sobre la del caballo, erguida y marcial, pero con la calma de un dios
griego tallado en mármol que petrifica todo movimiento…”.
El
centinela ve en el jinete adversario a alguien que merece un respeto reverencial.
Todavía no sabe que es su padre pero su figura ya le inspira admiración y
temor. En aquellos tiempos, un padre inspiraba tales sentimientos. Prueba de
esto lo da la propia narración, apenas un párrafo antes: “…inclinándose
reverentemente ante su padre —quien respondió al saludo con una cortesía
solemne que ocultaba un corazón roto— abandonó el hogar de su niñez para
enrolarse.” Y esta sumisión subsistía pese a que acababa de ser maltratado de
palabra: “…haga lo que considere su deber. Virginia, a quien traiciona, seguirá
adelante sin usted.”
2.2)
“...Magnificada por su elevación contra el cielo y por la formidable sensación
que causaba en el soldado la proximidad de un enemigo, la estatua parecía de un
tamaño heroico, casi colosal.”
El
hijo ve en el jinete a un ser superior, digno de erigírsele una estatua. A esto
contribuye su propia posición de cuerpo a tierra (rastrera, diríamos), en
contraste con la hidalga, casi aristocrática, del padre montado en el caballo
sobre el risco cercano.
2.3)
Esto condice también con alguna frase suelta del capítulo II, como por ejemplo:
“El padre levantó la leonina cabeza…”, sugiriendo que el padre del vigía era
una especie de rey en su casa; tomado a la ligera, el lector puede suponer de
que solo se trata de una costumbre personal de cortarse el pelo o de una moda
de la época. Por ende, es notable la habilidad del autor para colocar detalles
“como al pasar”, que dicen mucho más de lo que en un principio se piensa. Esto,
indudablemente, hace de Bierce un gran escritor.
3)
Indicios de que el accionar del centinela no resultará en un acto glorioso sino
en una especie de crimen o de culpa imborrable:
3.1)
El narrador indica al final del primer párrafo que el centinela al dormirse
estaba cometiendo un crimen pasible de pena de muerte. Y acto seguido se
refiere a él como un criminal. Es necesario decir que en varias traducciones
castellanas se omite esta palabra (“criminal”) del segundo párrafo, fundamental
como indicio, ya que preanuncia un crimen aún mayor. Incluso más tarde (en el
capítulo II), se habla de un estado de culpa o crimen (en inglés, his state of crime) en referencia a
quedarse dormido aunque quizá también prefigurando otro crimen futuro.
3.2)
El vigía está “…tendido bajo un monte de laurel” y más adelante se agrega que
“…miró por entre la máscara de tallos de laureles”. [2]
Estas
expresiones se pueden tomar como ironías ya que el laurel es un símbolo de
gloria y el centinela estaba rodeado de laureles por todos lados; como quien
dice, casi “coronado de laureles”. También se lo podría interpretar como que se
durmió en los laureles, cosa que hizo de manera literal y no solo a modo de
metáfora [3]. En todo caso, por sus
actitudes no sería merecedor de los honores que simboliza el laurel.
3.3)
En un momento dado, el centinela tiene la sensación de ver en el jinete una
estatua, una estatua levantada como “…para conmemorar los hechos de un pasado
heroico del que él había cumplido una cuota poco gloriosa”. Esto es como un
preanuncio de que el centinela no hará nada demasiado destacable en esa guerra,
al menos nada que él mismo considere bueno, heroico o glorioso.
3.4)
La manera entre indiferente y evasiva con la que responde al sargento (antes de
revelarle quién era el jinete) denota que el propio centinela odiaba lo que había
hecho.
4)
Indicios de que en la escaramuza jinete-centinela sucede algo extraño:
4.1)
Al principio, el vigía tiene clara intención de hacer fuego. A mitad del
capítulo II, se dice: “…observando por la mira cubrió un punto vital en el
pecho del jinete. Un toque en el gatillo y todo habría ido bien para Carter
Druse.”
Pero,
¿por qué el narrador dice que todo le hubiera ido bien? Muy sencillo: porque la
violencia del disparo, casi con seguridad, hubiera lanzado al jinete al fondo
del precipicio sin que el centinela pudiera enterarse jamás de quien se
trataba.
4.2)
Pero “…en ese instante, el jinete volvió el rostro en la dirección de su oculto
antagonista…” A partir de este detalle, el vigía cae en la indecisión. Y luego
se agrega que el jinete “…parecía estar examinando, a través del follaje, la
cara misma, los ojos, su corazón bravo y compasivo”.
Aquí
la pregunta clave sería: ¿por qué un duro soldado, que debía vigilar el valle y
el camino, tendría un corazón compasivo con un enemigo peligroso, capaz de descubrir
al propio ejército, hasta entonces oculto?
Y
enseguida el relato muestra que la confusión del centinela sigue en aumento,
pues termina haciéndose preguntas inapropiadas para un soldado entrenado, y
encima en situación personal de peligro inminente. Preguntas inapropiadas tales
como: “¿Es entonces tan terrible matar en la guerra a un enemigo —un enemigo
que ha sorprendido un secreto vital para la propia seguridad y la de nuestros
camaradas…?” El asunto se pone cada vez más difícil: “Carter Druse palideció,
le temblaron los miembros, se tornó débil…” Y no conforme con esto, el texto
sigue creando tensión e incrementando las dudas de los lectores al decir: “Este
corajudo caballero y duro soldado estaba a punto de desmayarse por la
intensidad de la emoción.” Evidentemente, pasaba algo raro.
4.3)
La actitud indecisa del centinela presenta detalles confusos en una primera
lectura. Por un lado se afirma: “No podía pensar en capturar a ese enemigo y
alarmarlo equivalía a ponerlo de un golpe en el campamento sureño con las
fatales noticias. Su deber de soldado era sencillo: debía matar al hombre por
sorpresa…”
Pero
en oposición a esta lógica, se agrega a modo de monólogo interior del vigía:
“Pero no: hay una esperanza; quizá no ha descubierto nada, quizá no hace más
que admirar la majestad del paisaje”. Aquí las preguntas claves serían: ¿por
qué el centinela se diría a sí mismo que hay una esperanza?, ¿por qué un rudo
soldado, que además se enroló voluntariamente, tendría miramientos con un
simple enemigo?
4.4)
Finalmente, el vigía se decide a actuar cuando comprende que no tiene otra
alternativa: el explorador sureño había descubierto movimientos de tropas
norteñas en un pequeño prado al fondo del valle.
4.5)
Sin embargo, el centinela cambia el objetivo: ahora no apunta al pecho del
jinete sino directamente al caballo. Esto debe entenderse como una autodefensa
psicológica del personaje: en su desesperación no quiere cometer parricidio
directo (si bien por las consecuencias del disparo, sabe que lo cometerá) y prefiere
dispararle al caballo para que este se despeñe arrastrando al jinete en su
caída.
Pero
todos estos pruritos y dudas del centinela se comprenden recién al final del
cuento, cuando queda revelada la identidad del jinete.
TRASFONDO
PSICOLÓGICO
Alguien
podría decir que se trata de una versión siglo XIX del complejo de Edipo:
disputa padre-hijo por la madre (encima, hijo único) que termina con un
parricidio. Y Freud chocho. Pero entiendo que no es así de fácil, porque Carter
Druse no desea matar a su padre; y cuando lo hace, no le resulta para nada
grato.
En
principio, no se puede ver en las siguientes palabras del padre un pretexto de
alejar al hijo por simples celos: “Su madre, como el médico ya le ha informado
a usted, se encuentra en estado crítico; en el mejor de los casos no estará con
nosotros más que unas pocas semanas, así que ese tiempo es precioso. Será mejor
no molestarla.”
No,
el problema era real, la madre estaba moribunda y era lógico, humanitario, que
el marido no quisiera imponerle a su mujer una angustia mayor: ver que el único
hijo de sus entrañas se plegaba a los enemigos de paisanos, parientes, vecinos
y amigos. El pedido (o mandato) paterno tiene entonces un fundamento
irrebatible: evitarle a la esposa la vergüenza de saberse madre de un traidor.
No hay nada que permita suponer que esa madre fuera una Yocasta o el padre un
Layo. ¿Y entonces?
Creo
que el nudo del cuento se resuelve con dos preguntas claves:
1)
¿Por qué un joven sureño, nacido y criado en Virginia, se incorpora
voluntariamente a las filas del invasor, del enemigo de sus parientes y
vecinos?
2)
¿Por qué comunicarle tal decisión a su padre, si es evidente que no necesitaba
la autorización paterna para enrolarse?
Hay
un tema del que no se habla en el cuento porque no hace falta, dado que lo da
el trasfondo histórico. Me refiero a la causa más importante de la Guerra de Secesión que,
como todos sabemos, fue el asunto de la esclavitud. El sur era esclavista; y el
norte, abolicionista.
El
cuento no dice explícitamente que el padre fuera esclavista (aunque por su
excelente posición económica, sugerida en el capítulo II, lo más probable es
que comulgara con tales ideas) ni tampoco que el hijo fuese abolicionista,
aunque por su decisión de enrolarse en las filas enemigas también fuera lo más
probable.
La
respuesta a la segunda pregunta es evidente: hay un espíritu de rebeldía en el
hijo que no se completa con plegarse al enemigo sino que, además, dicha
rebelión exigía que el padre se enterara de propia boca. Un evidente desafío a
la autoridad paterna.
Y
esto determina la respuesta a la primera pregunta: una liberación personal y
definitiva. Porque, ojo, se trataba de un camino sin retorno: terminada la
guerra, el muchacho no podría volver a Virginia sin ser señalado con el dedo ni
tampoco vivir en otro estado sureño por igual causa. De ahí que quizá solo le
quedaba emigrar, radicarse en algún estado del norte.
Por
lo tanto, su decisión era una forma sencilla de sacudirse de manera radical la
tutela paterna, una manera de cortar con el autoritarismo (real o imaginario)
del padre. Por ende, es muy probable que este hijo (culto e inteligente, como
sugiere el cuento) viera en la lucha Norte-Sur de esta guerra secesionista una
crisis ampliada de su propio drama personal. De ahí que al enrolarse en el
ejército de la Unión ,
resuelve dos problemas a la vez: liberarse de la esclavitud del padre y ayudar
a la liberación de los demás esclavos.
De
todas formas, queda una pregunta más: ¿qué hubiera pasado de haber sido el
padre quien descubriera a su propio hijo escondido entre las matas de laurel?,
¿le habría disparado? Bierce no especula sobre el tema, así que la respuesta
queda a cargo del lector.
[1] Recordemos que en la Guerra Civil
Estadounidense o Guerra de Secesión (1861-1865) los estados del sur intentaron
separarse de los del norte a fin de formar otro país, pues la política norteña
era adversa a continuar con la esclavitud, por entonces institución en franco
retroceso en todo el mundo. Al principio, la confederación sureña se constituyó
con los estados de Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia,
Luisiana y Texas, a los que se les unieron poco más tarde Virginia, Arkansas,
Tennessee y Carolina del Norte. A decir verdad, comprendía los estados del
sudeste norteamericano y no todo el sur como generalmente se dice o se cree.
[2] El laurel connota victoria, gloria. En la antigua
Roma se otorgaba la corona de laureles a los generales victoriosos. Actualmente
adorna por motivos similares los escudos de muchos países. En ocasiones, también
se lo ha utilizado para coronar a campeones deportivos.
[3] Dormirse en los laureles: Esto no está traído de los
pelos, ya que en inglés (idioma original del cuento) existe una expresión
similar que en castellano: to rest on one’s laurels.
Ambrose Bierce |
AMBROSE GWINETT BIERCE
(Horse
Cave Creek, condado de Meigs, Ohio, Estados Unidos, 24/6/1842 - ¿México, 1912?)
Notable
narrador, crítico literario y periodista.
Biografía
y obras en Revista Realidades y Ficciones Nº 1:
EL VERDUGO
Arthur
Koestler ©
Cuenta
la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el
reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y
rapidez para decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una
secreta aspiración jamás realizada aún: cortar tan rápidamente el cuello de una
persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y
practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era
un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa
velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a
subir al patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal
celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente
al verdugo:
—¿Por
qué prolongas mi agonía? —le preguntó—. ¡Habías sido tan misericordiosamente
rápido con los otros!
Fue
el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su
rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
—Tenga
la bondad de inclinar la cabeza, por favor.
PEQUEÑO ENSAYO SOBRE “EL VERDUGO”
Héctor
Zabala ©
Para
cuando Arthur Koestler escribió este cuento (mediados del siglo XX), casos de
cabezas cortadas parlantes ya no eran novedad en literatura. Recuerdo, a vuelo
de pájaro, que en Las mil y una noches
(circa siglo IX) un médico es ejecutado por un déspota desagradecido [1],
en parte por causa de un delito, pero más para saciar la curiosidad del monarca
por ver el prodigio que el mismo matasanos había anticipado respecto de las
peculiaridades de su propia testa. Pese a este antecedente y otros —que
seguramente el lector podrá encontrar por ahí— la cosa está muy bien contada
por Koestler.
Comprendo
que el tema de la pena capital crispe los nervios a mucha gente, pero no
olvidemos que esto es ficción. Por otro lado, hasta una época tan cercana como
el siglo XIX, la pena de muerte era la forma habitual de castigar delitos
graves en todo el mundo y por ende hay que pensarlo en su contexto antiguo, no
como personas del siglo XX ni del XXI. Tampoco Koestler está abogando aquí por
la decapitación ni haciendo la apología de la pena de muerte sino que apunta a
otra cosa.
Por
lo tanto, veamos esa ejecución de una manera menos subjetiva y emocional, que
es como la habrían visto tanto los verdugos como los legisladores y jueces de
tiempos antiguos:
Objetivo
1) ¿Cuál era el objetivo oficial y práctico de una ejecución con espada? Lograr
matar al reo lo antes posible. Y esto debe aceptarse porque de lo contrario se
hubiera legislado (o sentenciado, de permitirlo la ley) algún tipo de ejecución
distinta.
Objetivo
2) ¿Cuál fue el objetivo personal del verdugo Wang Lun? Hacer un corte tan
perfecto que la cabeza del reo quedara en su sitio. Con esto se evitaba el
bochornoso y desagradable rodamiento por el suelo y, además, se probaba a sí
mismo que era capaz de la mayor perfección.
Citemos
de paso que, durante siglos, la
China fue famosa por lo contrario: sus ejecuciones a muerte
lenta. Y esto, dada su erudición, Koestler no podía ignorarlo; de ahí que
quizás eligiera ese país con mayor motivo, a modo de doble paradoja.
¿Qué
resultó de esto? El verdugo Wang Lun logra al fin el corte perfecto, pero debe
resignarse a que el reo no muera enseguida. Y hasta debe condescender a que
siga caminando contra todo pronóstico posible y encima aguantar la
recriminación indignada del otro por su falta de humanidad. Pues ¿qué venganza
me queda contra los insultos de un reo a quien ya le corté la cabeza?; o bien,
visto desde el otro lado, ¿qué cosa peor puedo temer de un verdugo una vez que
perdí la cabeza? Dentro del mundo del absurdo, esto no deja de ser también otra
ironía.
Koestler
nos da a entender que el tajo fue tan instantáneo y certero que todas las
conexiones nerviosas y circulatorias quedaron rotas pero cohesionadas a nivel
molecular por lo perfecto del sablazo. Obviamente, aquí la historia se aleja
por completo del género realista.
El
resultado final fue que el verdugo logró el Objetivo 2 pero a costa del Objetivo
1, que era el fundamental y por el cual le pagaban un sueldo. Es decir, que la
celeridad y perfección del corte no implicó una muerte rápida.
El
cuento, más allá de la crueldad argumental, apunta a enseñarnos una lección:
con la perfección absoluta, a veces solo logramos la imperfección. Y esto me
recuerda lo que en muchas ocasiones se lee en textos administrativos y
económicos cuando se dice que una entidad, país o empresa debe ser eficiente
hasta el límite: pero cuidado, que en pos de lo excelente, acabemos por no
hacer lo bueno.
De
ahí entonces que, según entiendo, El
verdugo sea una gran ironía contra la búsqueda de la eficiencia absoluta,
ironía que utiliza como pretexto una metáfora literaria a manera de planteo
absurdo a fin de provocar mayor efecto.
Por
supuesto que puede haber otras lecturas o enfoques sobre este cuento, que dejo
en manos del lector.
Arthur Koestler |
Su
pensamiento político-social fue modificándose a través de los años. De
comunista “romántico” pasó a ser sionista entre 1922 y 1929, para luego
afiliarse al partido comunista de Berlín en 1931. Corresponsal de guerra en la Guerra Civil
Española, fue condenado a muerte por el franquismo en 1937 pero luego canjeado
en un intercambio de prisioneros. Más tarde se convirtió en un enemigo acérrimo
del comunismo, fue apresado por los nazis durante la Segunda Guerra
Mundial y recluido en el campo de concentración de Vernet d'Ariège. Puesto en
libertad condicional en Marsella gracias a un agente del servicio de
inteligencia, logró pasar a Argelia y desde allí a Casablanca con destino final
a Londres.
Por
si lo anterior no bastara, no solo se declaró ateo sino que escribió e hizo
declaraciones sobre el judaísmo que se consideraron polémicas. Y para más
paradoja, si bien su lengua materna era el húngaro y sabía alemán, buena parte
de su obra la escribió en inglés.
Ya
enfermo de leucemia y padeciendo el mal de Parkinson, se suicidó en Londres el
3/3/1983.
Obras:
Diálogo con la muerte: un testamento
español, Espartaco: los gladiadores
(1940), El cero y el infinito (Oscuridad
a mediodía) (1941), La espuma de la
tierra (1941), Llegada y salida
(1943), Ladrones nocturnos (1946), La edad de la insatisfacción (1950), Flecha en el Azul (1952), La escritura invisible (1954), Reflexiones sobre la horca (1957), Los sonámbulos (1959), El espíritu de la máquina (1968), Las call girls (1973), El talón de Aquiles (1974), Las raíces
del azar (1974), El desafío del azar [2]
(1975), El Imperio Kázaro y su herencia
(1976), Janus: A Summing Up (1978).
[1] Mil y una noches, Historia del visir del rey Yunán y
del médico Ruyán (noches 4ª y 5ª).
[2] En colaboración: Alister Hardy, Robert Harvie y
Arthur Koestler (1975).
JULIANO, EL APÓSTATA
(novela
histórica de Gore Vidal)
Héctor
Zabala ©
RESEÑA
Juliano II en moneda romana. |
Su
nombre era Flavio Claudio Juliano y fue emperador de Roma desde el 3 de
noviembre de 361 hasta su muerte en combate, acaecida el 26 de junio de 363 en
Maranga, Mesopotamia, durante su campaña contra Sapor I, rey sasánida, vecino
del Imperio Romano en su frontera fluvial del Éufrates. Había nacido en
Constantinopla en 332, por lo que solo contaba 31 años; su nombre imperial
abreviado es Juliano II.
Esta
novela histórica de Gore Vidal es muy interesante. El autor se documentó
muchísimo (incluso, al cierre del libro ofrece toda una bibliografía para
consulta) y su pluma logra revivir no solo el carácter de este peculiar
emperador sino también el espíritu de su tiempo, signado por la decadencia de
la antigua religión grecorromana —hoy conocida como paganismo o helenismo— y el
avance de la fe cristiana como religión cuasi estatal del imperio. En su relato
no faltan tampoco las constantes disputas dentro del seno cristiano, cuyos
principales líderes (obispos) —y ya descontada la derrota pagana— pugnaban por
imponerse unos a otros sus particulares criterios doctrinarios, ora recurriendo
a las autoridades imperiales, ora mediante la violencia directa. Es decir, el
escritor refleja también de manera tangencial (y a veces no tanto) la lucha
sórdida y hasta cruel entre arrianos (no trinitarios) y atanasianos
(trinitarios), que también marcó la época, y que implicó asesinatos desde una y
otra facción.
Este
ambiente envilecido de la cristiandad de su tiempo, sumado a que su pariente
Constantino el Grande —defensor del nuevo credo— liquidara a toda la rama
familiar de Juliano para asegurarse la propia sucesión imperial, hacen que
Juliano, un hombre que amaba la filosofía y la lógica, descrea del cristianismo
como meta de elevación humana (fe que le fuera inculcada de chico en su
vigilado destierro de Capadocia, Asia Menor) al percatarse de la enorme
contradicción entre lo que predicaban y lo que hacían en la práctica sus
principales dirigentes.
La
obra muestra toda la vida del protagonista casi desde sus comienzos y nos
describe con amplio detalle a sus maestros y mentores, tanto cristianos como
paganos, sus amigos (entre quienes se encuentra la emperatriz Constancia,
esposa de su primo Constancio II), sus sueños, su idea de restaurar el antiguo
culto al que considera como “más natural y lógico” por ser —según su criterio—
más abierto, libre y realmente universalista.
En
un principio la idea de Juliano fue la de llegar a ser filósofo y a tal efecto
su plan era estudiar y enseñar en Atenas, centro académico de primer nivel en
aquellos días. Entretanto, su hermano Galo había sido nombrado césar de Oriente
por Constancio II, pero luego ejecutado por traición.
Él
seguirá siendo observado, en realidad vigilado, por Constancio II, cosa que lo
mantendrá en constante zozobra. Por fin, a instancia de la emperatriz, Juliano
es nombrado césar de Occidente y como tal desarrollará su gran campaña
defensiva de la provincia de Galia (actual Francia), muy próxima a caer en
manos germanas. Allí el filósofo, con ayuda de un general experto, Salustio, se
convertirá en un genio militar, que más tarde intentará usurpar la púrpura del
primo, pero los hados le depararán un destino mucho más heroico.
A
la religión de los galileos (así llama al cristianismo, porque sus fundadores
nacieron en Galilea), Juliano la considera absurda, llena de contradicciones,
una mala variante del judaísmo, cuyo credo y dios Yahvé habrían sido siempre
exclusivamente locales, y no universales (católicos) como pretendían por
entonces los obispos, según lo registrado en la misma Biblia judía (Antiguo
Testamento). En cuanto a Jesús de Nazaret lo juzga como un simple rabino
rebelde, ajusticiado por razones distintas a las mostradas en los evangelios.
También entiende que la historia personal de Jesús, así como sus buenas ideas,
habían sido tergiversadas más tarde por los obispos “galileos” en pos de
razones de estrategia político-doctrinaria.
Una
vez emperador, su gran meta es restaurar el helenismo. Para ello intenta copiar
la organización que los cristianos venían desarrollando bajo el amparo de
Constantino el Grande y sucesores, a fin de que la competencia de credos no
favorezca a ninguno en particular. En síntesis, como jefe de estado es
partidario de la libertad de cultos, pero para que todo sea más equitativo
tratará de fortalecer a la antigua religión grecorromana a fin de descontar la
amplia ventaja alcanzada por la cristiandad.
No
persigue a los cristianos ni tampoco promueve persecuciones, si bien en algunos
casos los acusa de incendiar templos helenistas (no es un pretexto, realmente
los cree culpables) y por ende les aplica castigos pecuniarios o relacionados
con el culto, pero nunca corporales ni mucho menos de muerte. También llega a
prohibir la enseñanza de los clásicos griegos a los filósofos cristianos,
consciente de que las escrituras del Nuevo
Testamento (con su griego koiné) son de calidad muy inferior a lo escrito
por los antiguos poetas y filósofos como Homero, Hesíodo, Platón, Aristóteles,
etc.
El
autor utiliza un esquema interesante para desarrollar su obra. Unas supuestas
memorias de Juliano, que uno de sus amigos filósofos, Prisco, le vende con
anotaciones marginales propias a otro amigo común, Libanio, quien a su vez
desea “escribir la verdad” sobre el emperador-filósofo. Cabe aclarar, que tanto
Prisco como Libanio fueron personas reales y amigos de Juliano. Gore Vial
aprovecha para jugar con los supuestos celos y envidias entre estos dos
intelectuales y hacer así más amena su novela, que de por sí es larga y en
algunos pasajes un tanto pesada, sobre todo al promediar su desarrollo.
Asimismo,
el escritor utiliza la ironía y la hipérbole con cierta frecuencia. Como cuando,
por ejemplo, para remarcar el gran poder del eunuco Eusebio, chambelán de
palacio a las órdenes del emperador Constancio II, nos ilustra diciendo que
corría el chiste que para obtener algún favor de Eusebio lo más seguro era
dirigirse directamente al emperador porque al parecer tenía cierta influencia
sobre su subalterno.
Juliano II (361-363) |
Es
decir, sin el monopolio de la religión en Europa, el catolicismo y sus
distintas variantes evangélicas y protestantes, tal vez hubieran tenido que
esforzarse en tener líderes más decentes, lo que hubiera llevado a
instituciones religiosas más comprensivas y benévolas, si es que pretendían
competir con ventaja con el paganismo en cuanto a prestigio y celo amoroso
hacia sus semejantes.
De
ahí que quizá nos hubiéramos ahorrado inquisiciones, cazas de brujas, cruzadas,
persecuciones, esclavitud racial, purgas de todo tipo, hogueras de libros (y de
autores), censuras absurdas, etc. porque “queda muy mal hacer cosas que del
otro lado, en el bando pagano, no se hacen”. En fin, quizá el cristianismo
europeo hubiera puesto en práctica realmente eso de “amar a Dios por sobre todas
las cosas y al prójimo como a uno mismo” y los dos últimos Papas se hubieran
ahorrado así de pedir disculpas públicas por las aberraciones cometidas por
algunos de sus antecesores y el catolicismo en general.
Sin
embargo, personalmente soy escéptico. Católicos, protestantes y ortodoxos
conforman decenas de variantes y cuando tuvieron oportunidad, trataron de
imponer su doctrina por la fuerza como SU verdad única y hasta organizado y
sostenido guerras religiosas por nimiedades, tal como ocurrió durante todo el
siglo XVII en Francia, solo por dar un ejemplo. Tales métodos violentos también
fueron aplicados en la conquista de América y en casi todos los demás países
europeos a fin de lograr una única fe.
Por
lo tanto la contrapregunta sería: ¿Acaso los hubiera detenido una religión más
y diferente?, ¿o más bien los paganos hubieran respondido con iguales armas? No
sé, pero los musulmanes están en Europa sudoriental desde hace siglos y esto
sin hablar de los judíos que se repartieron por casi todo el continente, y si
bien es cierto que ambas religiones son minorías, no significó ningún cambio
significativo de actitudes. En el siglo XIII los albigenses conformaron un
credo muy extendido en el sudoeste francés (país de Oc) y tampoco se aprendió
mucho, más bien las fuerzas “cristianas” los exterminaron tras una terrorífica
campaña de la que no fue ajeno el papado. Así que permítaseme ser escéptico. De
todas maneras, quizá hubiera valido la pena hacer la prueba.
ALGUNOS
DETALLES INTERESANTES, EXTRAÑOS Y DUDOSOS
Gore
Vidal es un autor prolijo. Para hacer su novela recurrió a diversas fuentes y
estudió concienzudamente la historia de Juliano II. De hecho, la crítica se ha
centrado mucho más en la intencionalidad del escritor y en su supuesto
anticristianismo que en la propia obra como reflejo cabal de la verdad
histórica. Y sin embargo, encontré una falla evidente, por lo menos.
1)
O mejor dicho dos, pero que son repeticiones de un mismo error de concepto.
Veamos:
1.a)
En Juventud, primera parte de la
obra, hay un pasaje del capítulo III (páginas 49/50) en el que el emperador
dice:
“Pero
en aquellos tiempos no llegaba a ser filósofo. Estudié lo que me señalaron. El
diácono que me proporcionó la instrucción fue de lo más lisonjero.
—Tenéis
un don extraordinario para el análisis —dijo un día en que revisábamos el
parágrafo 14, versículo 25, del Evangelio según san Juan, texto en que los
arrianos se apoyaban en su argumentación contra los atanasianos—. Tendréis un
destacado futuro, estoy seguro.”
1.b)
En el capítulo XVII (página 400) de Augusto, tercera parte de la obra, se lee:
“…Unos
pocos ya habían comprendido adónde iba a parar mi argumentación. «Bien,
entonces ¿cómo puede ser gobernador un galileo cuando el Nazareno le ha
ordenado expresamente no tomar la vida de nadie, como puede leerse en ese libro
que, según se dice, es de Mateo, en el capítulo XXVI, versículo 52, y otra vez
en la obra del escritor Juan?» Siempre usé sus propia armas para luchar contra
ellos; ellos usan las nuestras para atacarnos”.
En
ambos casos no hay errores de fondo en las citas bíblicas, pero sí errores de
forma. El verdadero Juliano jamás hubiera podido hacer estas citas señalando el
capítulo (en el primer caso se lo llama parágrafo, pero viene a ser lo mismo),
simplemente porque la Biblia
no estaba dividida de tal suerte. Si bien los textos masoréticos ya establecían
la división en versículos, la partición en capítulos es de tiempos más modernos
y se debe a un impresor, Robert Estienne (o Estéfano), quien en 1553 editó la Biblia completa tal como se
la divide y conoce actualmente. Es decir, hubieran faltado unos doce siglos
para que tales pasajes de la novela pudieran tener asidero.
2)
Otro error muy probable es que Anatolio y Prisco jugaran a las damas. Quizá el
autor quiso darle un toque de intelectualidad al aburrimiento de un no
combatiente como Prisco, quien acompañaba al emperador por razones de amistad y
para hacerle la vida más amena con discusiones filosóficas.
Pero
veamos:
2.a)
Prisco: “En una ocasión en que Anatolio y yo estábamos jugando a las damas,
Víctor pasó muy rápido a través del campamento a la cabeza de una columna de
caballería ligera…” Fechado en el campamento de Coche entre los días 16 y 18 de
mayo de 363, capítulo XXI de Augusto
(página 520).
2.b)
Juliano: “Me detuve en la tienda de Anatolio. A través de la abertura pude ver
a Anatolio y Prisco jugando a las damas…” Fechado en el campamento de Maranga
el 25 de junio de 363, capítulo XXII de Augusto
(página 560).
2.c)
Prisco: “El mismo día enterré personalmente al pobre Anatolio… Guardé su
tablero de damas, pero lo he perdido —naturalmente— en el viaje desde Antioquía
a Atenas. No me ha quedado nada…” Fechado el 27 de junio de 363 en el mismo
campamento, capítulo XXIII de Augusto
(página 573).
Ahora,
¿por qué un error? Porque es casi seguro que en aquella época todavía no se
habría inventado el juego de damas, según las últimas investigaciones sobre el
tema.
De
todas formas, el error del autor es atendible. En la época en que Gore Vidal
escribió esta novela histórica (1964), los historiadores suponían que las damas
habían sido inventadas antes de la era cristiana en el antiguo Egipto o en la
antigua Persia, con lo cual habrían sido creíbles estos párrafos del libro.
Pero
más tarde, tales orígenes fueron refutados por el historiador holandés Govert
Westerveld.
La
moderna teoría entiende es muy posterior al ajedrez mismo (el ajedrez habría
entrado en Europa por los siglos VI o VII de nuestra era, procedente de
oriente) y sitúan al juego de damas en España o en el sur de Francia alrededor
del año 1100, aunque Westerveld también refuta esta idea y lo ubica aún más
cerca de nosotros, como a fines del siglo XV en Valencia.
Este
es un ejemplo más de lo difícil que es escribir una novela histórica sin caer
en probables anacronismos. Pequeños detalles como este, que por ahí podían
haber sido obviados, logran afear una buena obra.
3)
Quizá alguien crea encontrar otro error en la palabra polenta, comida elaborada
hoy con harina de maíz. En efecto, siendo el maíz una planta de origen americano,
el anacronismo sería evidente. Pero ocurre que en los últimos siglos la polenta
de maíz se tornó tan popular que en la práctica desplazó a todas las demás, a
tal punto que en muchos lugares se supone que solo se puede hacer con maíz. En
la antigüedad existían la polenta de cebada y también la de trigo.
Probablemente por su gusto más agradable, el maíz reemplazó a los otros
cereales después del descubrimiento de América.
4)
Para quienes supongan que Gore Vidal aprovecha su obra para incluir críticas de
su propia factura contra el cristianismo, cabe aclarar que el pensamiento de
Juliano II en la novela es muy similar al de algunas obras que se conservan de
ese jefe de estado, en especial del texto conocido como El legado de Juliano, dirigido al cuestor y filósofo Libanio. En
ese documento histórico, el emperador califica muy mal a la cristiandad de su
época y asegura que el mensaje y la historia de Jesús de Nazaret fueron
tergiversados después de su muerte. Incluso afirma que el relato de los evangelios
no coincide con las leyes, tradiciones y costumbres de los judíos
contemporáneos a Jesús. Si hay error en estas apreciaciones (y quizá lo haya en
más de un caso), tal cosa debe ser atribuida al propio Juliano, y no a Gore
Vidal, quien simplemente reflejó su pensamiento.
5)
Una metodología que no me agrada es que el escritor haya utilizado los nombres
modernos para referirse a países, ciudades y accidentes geográficos antiguos.
Por ejemplo: París en lugar de Lutecia; Hungría en vez de Panonia; Estrasburgo,
cuyo nombre antiguo era Argentoratum; Milán, que se llamaba Mediolanum, etc. Es
cierto que tal metodología la aclara en el prólogo, pero de todas formas se
pierde sabor histórico; a uno le da la impresión de estar leyendo continuos
anacronismos. Quizá hubiera sido mejor poner un listado al principio de la obra
con todos los nombres antiguos y sus equivalentes modernos para guía del
lector. En fin, de todas formas, no deja de ser una cuestión de gustos.
6)
Un detalle histórico rarísimo, que no sé si debe atribuirse al novelista o al
proceder del emperador, es que Juliano se haya lanzado a una ofensiva contra el
imperio sasánida (en la novela se habla de persas, pero esto está bien
aclarado) hasta llegar a las murallas de Ctesifonte y descubrir que esta capital
no podía ser tomada por falta de material de sitio. Realmente un absurdo en un
general de experiencia, máxime cuando contaba en sus filas con Hormisda,
príncipe candidato al trono sasánida y hermano de Sapor que, se sobreentiende,
conocía perfectamente la ciudad.
7)
Un tema de pura conjetura es que a Juliano lo haya matado un soldado de propia
tropa y no un enemigo. Esto se basa en la supuesta traición de algunos
oficiales cristianos del ejército de Oriente, cuyo cabecilla habría sido el
conde Víctor; un rumor al parecer muy extendido en la antigüedad. De ahí que la
resolución de su obra pueda aceptarse como dentro de lo normal en una novela
histórica, máxime cuando las investigaciones modernas no han llegado a ninguna
precisión en tal sentido. En efecto, se sabe que Juliano II murió en el
transcurso de una batalla, pero no quien lo mató.
GORE VIDAL
Narrador,
ensayista y guionista, su nombre completo es Eugene Luther Gore Vidal. Hijo de
un militar (de ahí su nacimiento en una institución de ese tipo), se trata de
un escritor irritante para el stablishment, no tanto por su declarada
inclinación sexual, sino más bien por su pensamiento político y social,
dirigido casi siempre a favor del más débil o a denunciar los graves defectos
(reales o supuestos) de la sociedad y gobierno norteamericanos. Una simple
mirada a los títulos de sus obras nos dará una idea cabal del asunto, por
ejemplo: Decadencia y caída del Imperio
Americano, Guerra perpetua para la paz perpetua o Cómo llegamos a ser tan odiados, América Imperial: Reflexiones sobre
los Estados Unidos de Amnesia, etc. Candidato a diputado por el partido
Demócrata en 1960, perdió por escaso margen en su distrito de Hudson River,
tradicionalmente republicano.
Sus
obras:
Ensayos
en inglés: Rocking the Boat
(Balanceando el barco, 1963); Reflections
Upon a Sinking Ship (Reflexiones sobre un barco que se hunde, 1969); Sex, Death and Money (Sexo, muerte y
dinero, 1969); Homage to Daniel Shays
(Homenaje a Daniel Shays, 1973); Matters
of Fact and of Fiction (Cuestiones de hecho y de ficción, 1977); The Second American Revolution (La Segunda Revolución
Americana, 1982); Armageddon
(Armagedón, 1987); At Home (En casa,
1988); A View From The Diner's Club
(Una vista del Diners Club, 1991); Screening
History (Historia de proyección, 1992); Decline
and Fall of the American Empire (Decadencia y caída del Imperio Americano,
1992); United States: essays 1952-1992 (Estados Unidos: ensayos 1952-1992,
edición 1993); Virgin Islands (Islas
Vírgenes, 1997); The American Presidency
(La Presidencia Americana ,
1998); Perpetual War for Perpetual Peace
or How We Came To Be So Hated (Guerra perpetua para la paz perpetua o Cómo
llegamos a ser tan odiados, 2002); El
Último Imperio: Ensayos 1992-2001 (2001); Imperial America: Reflections on the United States of Amnesia
(América Imperial: Reflexiones sobre los Estados Unidos de Amnesia, 2004);
Ensayos
traducidos al castellano: Una Memoria
(1995); Sexualmente hablando (1999); Patria e imperio (2001); Soñando la guerra (2002); La invención de una nación (2003).
Teatro:
Visit to a Small Planet (Visita a un
pequeño planeta, 1957); The Best Man
(El mejor hombre, 1960); On the March to
the Sea (Sobre la marcha al mar, 1960-1961, 2004); Romulus (Rómulo, 1962); Weekend
(Fin de semana, 1968); Drawing Room
Comedy (Comedia de salón de dibujo, 1970); An evening with Richard Nixon (Una noche con Richard Nixon, 1970).
Novela
y narrativa en inglés: Williwaw
(1946); In a Yellow Wood (En un
bosque amarillo, 1947); The Season of
Comfort (La temporada de confort, 1949); A Thirsty Evil (Una mala sed, 1956); Washington, D.C. (1967); Two
Sisters (Dos hermanas, 1970); Burr
(1973); Kalki (1978); 1876 (1976); Duluth (1983).
Novela
y narrativa traducidas al castellano: La
ciudad y el pilar de sal (1948); En
busca del rey (1950); Verde oscuro,
rojo vivo (1950); El juicio de París
(1953); Mesías (1955); Juliano el Apóstata (1964); Myra Breckinridge (1968); Myron (1975); Creación (1981); Lincoln
(1984); Imperio (1987); Hollywood (1989); En directo del Gólgota: el evangelio según Gore Vidal (1992); La Institución Smithsoniana (1998). La edad de oro (2000);
Obra
bajo seudónimo: A Star's Progress o Cry Shame! (Un progreso de estrella o
Vergonzoso grito, 1950) como Katherine Everard; Thieves Fall Out (Ladrones caen, 1953) como Cameron Kay. Y como
Edgar Box: Muerte en la Noche (1953), Muerte en la Quinta Posición
(1954) y Death Likes It Hot (A la
muerte le gusta caliente, 1954).
EL NAUFRAGIO DE LA EDUCACIÓN COMO ARTE
Y CIENCIA EN LA SOCIEDAD COSIFICADA
Ponencia en el Congreso de
Estudiantes de Filosofía en la Universidad Nacional de Trujillo. Diciembre de
2011.
Gustavo
Flores Quelopana ©
Miembro de la Sociedad Peruana
de Filosofía.
Las escuelas son la base de la civilización.
Domingo F. Sarmiento
Resumen
Una cultura que pone en primer lugar el “tener” al “ser” es
antieducativa por naturaleza, ocasiona la huída de sí mismo, la evasión
interior, el miedo al otro, instaura la crisis de la alteridad, suprime las
carreras humanísticas porque no dan dinero, enfoca lo educativo como un bien de
consumo en vez de verlo como inconmensurable y espiritual, cree que la
educación es la formación de competencias ahondando el reduccionismo
economicista de lo formativo, lleva hacia la obliteración de la inteligencia en
plena era del conocimiento; lo cual hace imperativo darse cuenta que la era del
conocimiento está naufragando y lo que hace falta ahora es ingresar a la era de
la responsabilidad social en donde se deje de controlar el conocimiento y cese
la supresión del espíritu crítico.
I
Se
ha dicho que a la Era
de la Máquina
(revolución industrial de la sociedad mecanicista y burocrática) le sigue la Era del Conocimiento
(revolución de la información de la sociedad humanista y cognoscitiva).Y, sin
embargo, la Era
del Conocimiento está naufragando porque la misma se está dando dentro de una
civilización que no reconoce las dos dimensiones inherentes del hombre, a
saber, la dimensión inmanente y la trascendente. Se queda miope con la primera
y deshecha con la segunda porque resulta ser un estorbo para el deshumanizante
consumismo de la sociedad anética y postmetafísica. ¡La persona humana está
muriendo! porque el conocimiento, que es el que crea valor, está siendo instrumentalizada
por la esencia del dinero, que es la indiferencia a todo valor.
El
capitalismo del final de los tiempos está culminando con la tragedia de la
cultura y de la educación al completar el fetichismo de la mercancía en el
corazón mismo del proceso educativo. Los educadores de hoy son portadores de
información y de multitud de ideas pero carecen del vigor y de la vitalidad
para encarnar en sí ninguna de las ideas que predican. No son profetas ni
apóstoles del conocimiento, por eso que no motivan ni incitan pasión por los
ideales, son simplemente sacerdotes del conformismo, enemigos del forjarse una
personalidad propia, defensores del espíritu de rebaño. Y esto es así porque
provienen de familias y escuelas que solo inculcan el temor a ser diferentes;
escuelas y familias que a su vez reproducen la omnipotencia impersonal del
Estado o de las burocracias cibernéticas del liberalismo.
Estos
leviatanes solo han creado al “hombre-organización”, que solo sabe tener
opiniones pero no convicciones, sabe divertirse pero es profundamente infeliz
porque la obediencia voluntaria a poderes anónimos e impersonales lo convierten
en cosa que lo van corrompiendo interiormente. El hombre cosificado no es
patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios, sino que está muy presente
en los llamados fenómenos totalitarios intrademocráticos de Occidente. Nada más
engañoso que caer en el mito del seudo orgullo de las democracias occidentales
de haber superado realmente el autoritarismo. Ahora se puede comprender mejor
la importancia de la desobediencia civil que se constituye en un faro de luz
moral entre las tinieblas del conformismo.
Se
entiende entonces por qué la situación de la educación en el Perú y en América
Latina es dramática y no es muy distinta a la crisis que la sacude a nivel
mundial. Quizá la diferencia notoria entre la educación en
nuestra Subregión —a excepción de Cuba— y los países del Primer Mundo es
la inversión tan desigual en el sector, pero lo que afecta por igual a ambos es
aun más grave. Y se trata que la educación mundial está enferma porque le falta
un gran espíritu que la conmueva y motive.
Una
cultura que pone en primer lugar el “tener” al “ser” es antieducativa por
naturaleza, ocasiona la huída de sí mismo, la evasión interior, el miedo al
otro, instaura la crisis de la alteridad, suprime las carreras humanísticas
porque no dan dinero, enfoca lo educativo como un bien de consumo en vez de
verlo como inconmensurable y espiritual, cree que la educación es la formación
de competencias ahondando el reduccionismo economicista de lo formativo, lleva
hacia la obliteración de la inteligencia en plena era del conocimiento; lo cual
hace imperativo darse cuenta que la era del conocimiento está naufragando y lo
que hace falta ahora es ingresar a la era de la responsabilidad social en donde
se deje de controlar el conocimiento y cese la supresión del espíritu crítico.
Nuestra
educación se encuentra actualmente secuestrada por el lucro privado y la
indiferencia pública. El modelo educativo por competencias se nos quiere
presentar como la única alternativa, cuando existen otros modelos menos
deshumanizadores, como el de las inteligencias múltiples, la espiral dinámica,
etc. Y en plena expansión de la globalización neoliberal se pone en evidencia
que los criterios de rentabilidad, eficiencia y productividad no se pueden
aplicar a lo educativo. Lo educativo no es un valor cuantitativo sino
cualitativo y por lo tanto sus criterios de evaluación deben ser igualmente
cualitativos. El no hacerlo ha provocado que la calidad humana haya descendido
a profundidades tan alarmantes que una verdadera revolución educativa es cuanto
más necesaria como imperiosa en momentos que en nuestras sociedades crecen las
tendencias anéticas y anómicas.
Para
una subregión considerada como mercados emergentes es insostenible seguir
ostentado un retraso de tres décadas en inversión y desarrollo
humano-educativo. Es más, para tener una adecuada educación nuestras sociedades
tienen la obligación de preguntarse qué tipo de sociedad quieren construir. Sin
un proyecto de país las reformas educativas seguirán yendo a la deriva.
II
Las
cualidades del ser humano no son neutras respecto al sistema social y son
conformadas en el mundo moderno de tres maneras centrales: la que está basada
en la competencia, en el modelo de libre mercado de los países anglosajones; la
basada en la igualdad, del modelo social de mercado de la Unión Europea ; y la
basada en la solidaridad, del modelo socialista cubano. De modo periférico, los
países del Tercer Mundo copian mal los modelos capitalistas, generando más
distorsión y acentuando los defectos en la formación educativa.
Creo
que esta es la principal limitación de todas las propuestas educativas
académicas: soslayar el problema del sistema social más adecuado para el modelo
pedagógico. Por eso, proponer la formación de nuevas cualidades o el desarrollo
del pensar investigativo en un sistema social basado en la prepotencia del
dinero no lleva a un mejoramiento del ser humano en su conjunto, sino a lo sumo
puede alcanzar la formación de élites privilegiadas en lo educativo y en lo
cultural, pero no a una verdadera transformación social.
Claro
que hay excepciones y el caso de Milton Hershey es ejemplar en los Estados
Unidos, pues él dio testimonio de cuánto puede hacer un generoso corazón por la
educación. Con su imperio del chocolate creó todo un pueblo completo, un
orfanato y cuidó amorosamente de la educación.
Educador
no es aquel que ve lo que el otro es, sino aquel que atisba lo que puede ser.
Pero la educación si bien es formadora, y ese es su lado activo, también es
transmisora, y ese es su lado pasivo. Por consiguiente, el cambio humano que se
propone la educación debe estar presidido por un cambio político firme y
enérgico a favor de la educación. En este aspecto la educación está íntimamente
relacionada con el principio de amor y de formación de los aspectos más nobles
de la existencia humana.
Y
para ello se debe construir una sociedad más humana, solidaria y justa. De lo
contrario, lo que se construye en las aulas se puede echar a perder en la
sociedad. Hacer traspasar conocimientos y sentimientos de su propio yo a los
demás seres humanos y dirigir todas sus facultades y su imaginación al
propósito de autorrealización personal para lograr una existencia armónica, fructífera
y creadora consigo mismo y con los demás, es el objetivo. Pero esta tarea es
imposible llevarla a cabo si solamente está dirigida hacia el intelecto, el
sentimiento o hacia la voluntad. Es decir, sin ver que el hombre es una
totalidad integrada de voluntad, emoción y pensamiento solo se consiguen seres
unilaterales, deshumanizados especialistas, hábiles y glaciales tecnócratas,
indiferentes a las demás dimensiones de la realidad humana.
III
Es
por ello que la Educación
no es solamente una ciencia sino también un arte, y lo es porque está dirigido
no hacia un frío objeto carente de subjetividad, sino hacia una persona que
trasciende la objetividad y encuentra lo más decisivo de sí misma en
sus propias profundidades. No
hay duda de que se puede aprender la carrera de
educación y ejercerla con discreta habilidad, pero también es indiscutible que
se nace educador así como se nace científico, deportista o filósofo.
En
este punto hay que decir que la tarea de descubrir la vocación de educador no
es asunto sencillo, y hoy menos en una sociedad competitiva, que arroja a miles
de jóvenes al mercado laboral antes de que estos puedan en realidad tener la
más mínima idea de sus verdaderos intereses. El resultado es que la labor
educativa, como en muchas otras áreas de la actividad humana, se encuentra
anegada por profesionales sin vocación ni apostolado, incapaces de insuflar
nuevos ímpetus en la labor de descubrimiento de lo que el pupilo puede ser.
La
educación está en crisis y con ella el ser humano. El hombre no solo se ha
vuelto el principal enemigo del hombre, sino que lo es de sí mismo. Se está
tocando hondo en esta espeluznante civilización del lujo, la avaricia y el
lucro. Y lo más pasmoso de esta crisis mundial de la educación es que nunca
como antes la civilización humana tuvo a su alcance tantos medios materiales
para realizarla y nunca como ahora
estuvo tan desprovista de los medios espirituales para llevarla a cabo.
La
civilización que endiosa el dinero está colapsando porque su espíritu está muriendo;
el pathos superior que insufla a toda gran cultura no encuentra el terreno
fértil y fecundo cuando se soslayan las necesidades humanas de la piedad, el
amor, la caridad, la fraternidad y la libertad unida a la justicia.
En
los hombres de hoy ya no hay bizarría en la mirada, grandeza en el gesto,
pujante generosidad, galopante necesidad de dar amor, y en vez de que las
personas se vean envueltas y enjoyadas por una aureola invisible de arrojo
varonil y entrega femenina, se ven arrastradas por el miasma pérfido y
pestilente del frío cálculo egoísta, desabrido y orgiástico del espasmo de un
corazón petrificado.
El
otrora quimérico argonauta que marchaba a la conquista legendaria del ideal
vellocino se ha trocado en un ser interiormente adiposo, incoloro, limitado,
más imperfecto, materializado, un autómata que se siente cosa entre las demás
cosas, insensible a la alienación reinante que ya no parpadea ante las
enigmáticas estrellas, y en esta dulce inconsciencia no necesita del corazón ni
del cerebro, todo le es formateado por los medios masivos de estupidización
social (prensa, radio, televisión, publicidad, cine), que se encargan al
unísono de adormecer la conciencia crítica y mutilar el espíritu, especialmente
de aquel grupo que por antonomasia es rebelde, esto es, la juventud.
Y
entonces ya nadie expresa la inconformidad por un inquietante ambiente
totalitario de anonimato, mediocridad y pobreza de espíritu. El hombre
unidimensional de Marcuse se ha impuesto. La globalización ultraliberal y la
cultura posmoderna del “todo vale”, unida al pensar objetivista-cientista, lo
ha hecho posible. Incluso el “movimiento de los indignados” que protestan por
la crisis ante las bolsas de valores del mundo contra el egoísmo y avaricia de
los super-ricos, apenas logra convertirse en un problema de tránsito más que en
un cuestionamiento estructural.
El
Sol transformador aun duerme en este tiempo indeciso, crepuscular, invernal y
gris. No obstante, hay aún corazones que se arrebatan y sublevan ante el
automatismo abrumador actual y son la esperanza para que la ceguera desaparezca
y el encaje móvil e irisado del Espíritu vuelva a batir bello y evocador en el
refulgente cielo azul.
Pensemos,
si nunca hemos tenido políticas educativas para cuidar al genio, que es el 1%
de la población, ahora el hiperestasiado medio de banalidad hace todo lo
posible por desalentar y perder a los talentos, que es aproximadamente el 45%
de la población estudiosa. El resultado es que la capacidad creativa y el
emprendorismo solo se encauzan para actividades de sobrevivencia, cuando lo que
necesitamos es cuidar y fomentar la cultura y la creación.
Sin
nuevas ideas no hay salida a las crisis que nos agobian, y quienes se encargan
de producir las ideas renovadoras no son necesariamente las academias ni las
universidades, sino las generaciones que desafían el statu quo y rompen lanzas
contra el sistema cultural imperante. Necesitamos hombres-ejes e ideas-fuerzas.
Pero qué vemos ahora, sino conformismo, temor, bajo perfil, rastacuerismo,
citomanía, almas presupuestíveras y repetición del magisterio extranjero,
incentivada por lo demás, por la propaganda globalizadora del
hiperimperialismo, con su difusión ideológica de “la muerte de los
estados-nación”.
Para
no evitar la asfixia no hay nada más perjudicial que tragarse la aceituna con
su pepa, y eso es lo que se viene haciendo servil y rastreramente. Y sumado a
esto se prefiere llamar “culto” al crítico candil de frases sueltas y aisladas,
que con pedantería de dómine son incapaces de percibir al espíritu selecto. La
hollinada mental y la bellaquería despampanante, que por todo bagaje solo
exhiben zafia ironía, chistes chocarreros de cantina, frases consabidas que
denuncian su indigencia cerebral, y todo esto es lo que tiene la puerta abierta
en la vida cultural sometida al vil rendimiento económico. Lo más que adquieren
es a duras penas habilidad de técnicos sin vocación, productores de escritos
desvaídos, incapaces de suscitar una inquietud, con mentalidad de casillero de
frases hechas, impotentes, momificadas, paralíticas, sin poder suficiente de
sementación para engendrar, son eunucos espirituales, incapaces de pulsión
alada, del giro atrevido y enérgico, epígonos de la ñoñez mental y del
parasitismo cerebral, son como piedras arrojadas al mar que no dejan huella,
anodinos, sin sangre, sin médula, sin fondo, que se limitan a repetir
papayescamente lugares comunes sin comprender nada de su significado profundo.
Pues
crear es tener virilidad y para crear hay que comprometer no solo el
pensamiento sino también el sentimiento, es decir no solo lo más universal,
sino también lo más íntimo y autóctono. Las cosas del espíritu no solo
requieren el ojo avizor de la idea sino también la potencia excelsa del amor,
no hay espíritu grande solo con las ideas sino con toda el alma, es decir con
el corazón entero. El tejido espiritual está hecho por eso de un perenne
intercambio místico del hombre integral, de una comunión cabal entre el ideal y
la pasión; es más, no hay ideal sin ardorosa pasión, la verdadera pasión es proteica,
cambiante, un hacerse continuo y es justamente lo que evita el anquilosarse y
el petrificarse. Por ello, la vida del espíritu requiere siempre de un hálito
de artista, hondo y verdadero, sin incitaciones mercantiles sino arranques de
iluminado que sepa asociar ideas junto con la aptitud adivinatoria. El hombre
de espíritu está lo más lejano posible de la enferma vanidad y egolatría, no es
una parla de gabinete sin vida y sin vigor, ni forma parte de una camarilla de
ininteligibles, no es un alucinado estrafalario y agreste fanfarrón sino que
tolerante y comprensivo con los seres de carne y hueso se aplica primero la ley
en sí mismo siendo indulgente con los demás. Después de todo, la vida del
espíritu es una y eterna, y las obras de los espíritus superiores son solo
moldes del siglo, que tarde o temprano se romperán para que surjan otros.
Por
ello, es de suyo comprensible que la cultura no puede ser medida por la
utilidad cuantitativa sino por la cualitativa. Y olvidar este detalle nos está
enfangando en la mendacidad cultural. Basta tener presente las mal llamadas
Ferias del Libro, cuyos precios tristemente solo reflejan afán de lucro en vez
de promoción cultural.
Hoy
más que nunca resurge exclamatoriamente la necesidad de una reestructuración
integral de nuestra civilización y el educador debe ser el faro más consciente
de lo imperioso de esta transformación. Sin su ayuda no será posible
contrarrestar una sociedad basada en el lucro, el éxito, el placer y el poder,
y con su colaboración como portadores de nuevos valores estará más al alcance
de nuestras manos avizorar un mañana más esperanzador en estos tiempos finales
del nihilismo posmoderno.
Pero
el maestro está inerme sin la colaboración de las otras instancias institucionales de la sociedad. No solo los
tres poderes de todo estado democrático deben colaborar con ella, sino incluso
la prensa debe ceñirse a un código ético estricto para que lo que se construye
en el aula no se destruya en las portadas obscenas y cínicas de los diarios.
Incluso las partidas de los partidos políticos en las campañas electorales
deberían estar gravadas por un porcentaje que iría directamente a la partida de
educación. Así el partido que más invierte en publicidad política más
contribuye a la educación de la nación.
CONCLUSIÓN
Hemos
llegado a la era del conocimiento con una crisis profunda y mundial de la
educación, donde se aprende sin pensar y se piensa sin aprender. No hay ya
rebelión en las ideas ni en los actos, lo que hay es libertinaje.
Hay
que reaprender a ser revolucionarios, a ser desobedientes en medio de una
sociedad que estandariza irracionalmente a los seres humanos, porque en este
sentido la desobediencia es equivalente a un acto de afirmación de la razón y
de la voluntad. Creer en la razón no es
creer en la omnipotencia de la razón humana, pues así como el sentido de
persona no se agota en su manifestación antropomórfica tampoco lo es con la
razón. La razón trasciende incluso el orden racional del universo porque
encuentra su manifestación más plena en Dios. Es por ello que el acto humano de
afirmación de la razón y de la voluntad es en el fondo restablecer la armonía
con su Creador, que no es ningún conformista ni tiene espíritu de rebaño.
Hay
que desobedecer a los fetiches y clichés de la opinión pública, las iglesias,
las escuelas y las universidades, porque esto obedece a la razón y a la
humanidad. Esto no es desobedecer a Dios, porque la más excelsa de sus
creaciones es la Razón ,
Él mismo es el ser más racional que existe. En medio de una sociedad que prefiere
que los hombres sean estúpidos, amorfos y libertinos hay que enarbolar la
potencia del pensamiento encarnado en las vidas, hay que tener coraje de ser
profetas, porque en definitiva no es el hombre el que elige serlo, sino la hora
histórica la que elige al profeta.
El
eslogan necrofílico de nuestro tiempo no es ya la amenaza del exterminio
nuclear que nos atemorizó durante la guerra fría, sino más bien ha sido
reemplazado por el exterminio moral, la insensibilidad ante la extinción del
valor. La verdadera amenaza de destrucción de la civilización proviene
actualmente de la ola disolvente de nihilismo que se destila de las entrañas
mismas de la sociedad materialista y de la omnipotencia del dinero. Pues lo que
amenaza de muerte a la humanidad es que la Nada se va instalando en la mente y en el corazón
de las personas, y su principal vehículo es el predominio del “tener sobre el
ser”. La catástrofe proviene al convertirse el hombre en cosa a través del
poder omnipotente del dinero. Y no es que el dinero sea el mayor valor sino que
su esencia es su indiferencia a todo valor y esto equivale a la muerte
universal.
Esta
crisis es tan aguda que si no se toman medidas radicales triunfará
irremediablemente la brutalidad consumista y materialista de las urbes tecnologizadas,
será el fin de la cultura y el triunfo de la barbarie civilizada. El hombre ha
perdido la confianza en sí mismo y se la ha otorgado a la máquina. En esa
condición ya es incapaz de sentir indignación porque ya ha olvidado su propio
valor, se siente simplemente un número, un código, anestesiado en medio de la
abundancia o de la manipulación. Vive entonces hastiado y aburrido, y en medio
de este aburrimiento generalizado fructifica el entretenimiento insustancial y
paralizador de la televisión. Como la vida se ha ido vaciando de sentido nunca
como hoy ha crecido el número de gente a la cual le es indiferente vivir o
morir. Este hombre aburrido, burocratizado, sin ideología, sin pasión ni
tensión interior, acaba atraído por la cultura de la muerte, que Unamuno llamó
necrofilia. Goethe decía que solo pueden crear las condiciones para amar la
vida las culturas con confianza, aquellas que no pueden crear este amor solo
destilan odio hacia la vida.
El
mundo está avisado de su sentencia de muerte. Todo esto es la victoria del
alzhéimer social. El alzhéimer biológico es una enfermedad neurodegenerativa,
un tipo de demencia progresiva que se manifiesta con pérdida de memoria y de
las capacidades cognitivas. Pero el alzhéimer social es el anetismo, es decir la
pérdida de conciencia e identidad moral, la cosificación humana, que lo vuelve
incapaz de darse cuenta de su propio desvarío e infelicidad. Pero hay
alternativa, y está en la recuperación de la razón y del amor o la destrucción.
Si hemos de perecer en la ruina, no podremos lamentar de no haber sido
avisados. Ecce homo, carpe diem / He
ahí al hombre, aprovecha el día.
Lima,
Salamanca, 21 de noviembre del 2011
GUSTAVO FLORES QUELOPANA
Nacido en Lima en 1959. Conferencista, ensayista, escritor y poeta. Estudió filosofía en
PRIMERA PARTE
Héctor
Zabala ©
Homero (s. VIII a.C) Museo Capitolino, copia de un busto griego del s. II a.C) |
Por
ende, no nos debe resultar extraño que el antiguo mundo griego le reconociera
un carácter sacro al contenido de la
Ilíada , pues esta
obra refleja con bastante exactitud el carácter de sus dioses, aun cuando el
tema central sea otro. De ahí que, en principio, todo lo escrito en el primer
libro de Homero para los antiguos helenos fuese verdad, sin importar el grado
de sensatez (o insensatez) involucrado en el asunto.
Cuando
Grecia fue conquistada por los romanos (siglo II a. JC) o quizá desde antes,
estos adoptaron el mismo panteón helénico o bien lo adaptaron a las divinidades
que ya venían adorando, atendiendo a sus principales similitudes hasta
instituir un paralelismo casi perfecto. Así, Zeus fue Júpiter; Hera, Juno;
Hermes, Mercurio; Afrodita, Venus; Artemisa, Diana; Ares, Marte, etc. Es decir,
salvo en la nomenclatura y en alguno que otro atributo agregado a este o
desagregado a aquella, el asunto religioso se mantuvo prácticamente sin
variantes. De ahí que muchos historiadores hablen de una religión grecorromana.
Más
tarde, la Ilíada fue perdiendo poco a poco credibilidad
cuando la Biblia , el libro sagrado de los judíos, un pueblo
de los confines del Imperio de Roma, pasó a constituir “la verdad revelada”
para los pueblos mediterráneos, si bien esto ocurrió tras incluirse otros
veintisiete textos [1], textos que la cristiandad conoce como Nuevo
Testamento, para escándalo del judaísmo que entiende que el Testamento es uno
solo, el Antiguo.
Para
el siglo IV, la religión del Imperio Romano fue cambiada ante el proselitismo y
poder incontenible del nuevo culto originario de Galilea, región septentrional
del territorio judío. Y en consecuencia, no hubo lugar para seguir creyendo en
una vieja tradición grecorromana que ya se refugiaba en la rusticidad del
campesinado, que ese es el significado primigenio de la palabra pagano (de paganus, aldeano, rústico; y a su vez de
pagus, aldea). Esa noción peyorativa
(“el campesino, el aldeano… es ignorante pues todavía sigue creyendo en Júpiter
o Zeus”) probablemente aceleró el triunfo de la cristiandad.
Para
la parte más prominente de la sociedad romana del siglo IV los dioses antiguos
carecían de significado, eran cosa caduca. De ahí que todo lo que se decía de
ellos en la Ilíada (y en otras obras
griegas y romanas) no era más que una mitología, un mero engaño.
No
obstante, la Ilíada siguió siendo
admirada por su exquisitez literaria y, de hecho, comentada o analizada por los
eruditos y leída por la gente culta, quienes continuaban viendo en sus
veinticuatro rapsodias una obra maestra, tal como todavía se la considera.
EL
SIGLO XVIII: UN CAMBIO DE ACTITUD
Pero
con la llegada del llamado siglo de las luces (el XVIII) y su obsesión a
desechar todo aquello que no respondiera a una ortodoxa demostración
científica, la Ilíada sufrió un golpe
aún más grave. Ya no era una mera religión circunstancial (la cristiana) que
destruía divinidades caducas en medio de una tormenta doctrinaria sino que
ahora se daba algo peor: la ciencia, la expresión máxima de sabiduría
contemporánea, aniquilaba toda la historia cantada allí por Homero.
Es
decir, para muchos “sabios” de fines del siglo XVIII y de buena parte del XIX,
la existencia de Troya y la guerra consecuente entre aqueos y troyanos había
sido una gran mentira, un mero cuento de hadas, no solamente sus dioses.
Cabe
destacar que dichos sabios (así se solía llamar a los hombres de ciencia de la
época) eran absolutamente democráticos: junto a los dioses del Olimpo homérico
desecharon a todo dios de cualquier libro sacro (y no sacro), sin importar su
origen. De hecho, sus críticas y condenas pusieron al mismo nivel de sospecha y
desprecio a la Biblia , el Corán y demás. Y la Ilíada
era otro más “de esos”.
Pero
hay que considerar un atenuante. Al contrario de lo que ocurría con Egipto, del
que se tenían las enormes pirámides y por ende no era posible negar su vieja
civilización, de la famosa Troya no aparecían ni rastros, pese a la Ilíada
y a toda la tradición grecorromana desperdigada en los textos antiguos. Y si no
existía nada, era porque simplemente la ciudad no había existido nunca. Tal era
la postura científica del siglo de las luces y del siguiente.
EL
TEMA CENTRAL — LA GUERRA DE
TROYA
Ahora
bien, la Ilíada nos relata un conflicto armado como tema
principal.
Allá
a comienzos del siglo XII a. JC se levantaba una fuerte ciudad a la entrada del
Helesponto (actual estrecho de los Dardanelos) que molestaba demasiado: Troya o
Ilión, de ahí el nombre del libro.
Hay
quienes piensan que probablemente obstaculizaba en cierta medida el paso al Mar
Negro (Euxeinos Pontos, mar hospitalario), cuyas costas habrían desbordado de
tribus numerosas y, por ende, también de la posibilidad de pingües negocios de
importación y exportación para las ciudades asentadas en las islas y costas del
mar Egeo. Pero hay quienes afirman por el contrario que este mar era conocido
por entonces como Axeinos Pontos (mar inhospitalario), no solo por su
navegación complicada sino por tener además pueblos belicosos en sus márgenes.
De ahí que el motivo económico de la guerra sea bastante dudoso.
De
hecho, nada de esto sugiere Homero, salvo que Ilión era una ciudad muy rica y
fuertemente amurallada. Por ahí, quien sabe, a los aqueos simplemente los
sedujo la rapiña y el pretexto para atacarla fuese realmente el rapto de
Helena, esposa del espartano Menelao, por el príncipe troyano Paris, hijo de
Príamo. Un detalle a tener en cuenta es que los aqueos, según se desprende de la Odisea , simplemente la
destruyeron y se volvieron a sus países de origen con el botín del saqueo, sin
tratar de aprovechar la posición geográfica ventajosa tal cual los troyanos
habrían hecho antes.
El
conflicto según la Ilíada consistió en el
enfrentamiento de dos alianzas: la atacante o aquea (occidental), bajo las
órdenes del poderoso rey argivo Agamenón, y la defensiva o teucra (oriental)
bajo el báculo del rey Príamo.
La
primera estaba conformada por casi todos los reinos y ciudades-estado de Grecia
central, el Peloponeso y la mayoría de las islas de los mares del Mediterráneo
Oriental (incluida Creta), en tanto que la alianza rival comprendía buena parte
de, si es que no todos, los reinos y ciudades-estado de Asia Menor cercanos al
mar Egeo.
El
más importante guerrero de los aqueos era Aquiles, rey de los mirmidones
(proveniente de una pequeña región de Tesalia), en tanto que el héroe máximo de
los troyanos era el hijo de Príamo, el príncipe Héctor, comandante de las
fuerzas orientales.
El
sitio de Troya duró diez años, pero la Ilíada
se centra casi exclusivamente en el último y decisivo.
Ahora,
bien, ¿corresponde que creamos que tal guerra existió o deberíamos seguir
adoptando la escéptica posición de los científicos del siglo XVIII y XIX?
(Continuará)
[1] A saber: cuatro evangelios, una historia de los
primeros apóstoles (Hechos), catorce cartas o epístolas de Pablo, una de
Santiago, otra de Judas, dos de Pedro y tres de Juan, quien además —y como
cierre— escribió el Apocalipsis.
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 8 — Marzo de 2012 — Año III
ISSN 2250-4281
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del Derecho de Autor
Propietario y Director: Héctor R.
Zabala
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COLABORARON EN ESTE NÚMERO:
• Luis Benítez, Ciudad de Buenos
Aires, Argentina
• Héctor Zabala, Ciudad de Buenos
Aires, Argentina
• Gustavo Flores Quelopana, Lima,
Perú
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del autor pertinente.
Hector, el material de la revista es imperdible!!!ayer andaban mal todos los gadgets de seguidores,he vuelto a hacerlo,,,espero que pases por mi blog a comentar,
ResponderEliminarque tenga buen fin de semana!
lidia-la escriba y te anotes como seguidor