REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 3 — Diciembre de 2010 — Año I
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Sumario:
Literatura
• “Continuidad de los parques” de
Julio Cortázar. Cuento y análisis.
• “Un caso lamentable” de James
Joyce. Cuento y análisis.
• Algunas críticas a la obra “Los
últimos días de Pompeya” de Edward Bulwer-Lytton. Ensayo.
Y algo más…
• El lunfardo.
• El bluf de la astrología.
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES [1]
Julio
Cortázar ©
Había
empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,
volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de
escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de
aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el
parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la
puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones,
dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se
puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres
y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en
seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo
que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el
terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la
mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los
robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes,
dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y
movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero
entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el
chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos,
pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de
una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.
El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un
diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se
sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que
enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había
sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada
instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado
se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a
anochecer.
Sin
mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la
puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la
senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.
Corrió una vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en
la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no
debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba.
Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus
oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una
galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera
habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la
mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo
verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
[1] Del libro Final de Juego, 1956.
ANÁLISIS DE “CONTINUIDAD DE LOS PARQUES”
DE JULIO CORTÁZAR
Héctor
Zabala ©
Se
trata de un cuento en el que la realidad se mezcla mágicamente con la ficción.
Un
hombre lee una novela en la que ocurre un homicidio y termina siendo el
protagonista asesinado. Se adentra tanto en la trama que acaba realmente dentro
de esta.
El
punto de conexión entre ambas realidades (lectura de la novela y mundo real del
lector) es el parque, de ahí que su título “Continuidad de los parques” viene a significar que el parque de la novela
se continúa —como si fuera un todo único— con el parque real, el que rodea la
casa del lector absorbido.
Cortázar
es muy sutil en ese pasaje entre un mundo y otro. A tal punto que, llegado al
final del cuento, la transición sorprende al lector, tal como el protagonista
será sorprendido por el puñal homicida.
HISTORIA
EVIDENTE, INDICIOS, HISTORIA OCULTA
Ya
desde el comienzo, el narrador utiliza frases de doble sentido, como por
ejemplo:
• [Al lector] la ilusión novelesca lo ganó
casi en seguida…, aquí podría ser que ganar no solo fuera en el sentido de
impresionar o conmover, sino también en el de meterlo dentro de la historia de
manera efectiva, concreta. Algo similar puede decirse de la expresión [El lector] se dejaba interesar lentamente
por la trama.
• Gozaba del placer casi perverso de irse
desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba… muy bien puede tomarse como
que la persona misma del lector va desprendiéndose de su entorno y adentrándose
en la historia del cuento o, mejor aún, que la historia lo va “englobando”
hasta absorberlo, incluirlo.
•
La expresión danzaba el aire del
atardecer bajo los robles parece una simple expresión poética pero la
segunda acepción de danzar significa dicho
de una cosa: moverse con aceleración, bullendo y saltando. Es decir, puede
implicar que el puñal del asesino está avanzando (como esquivando obstáculos)
en ese preciso momento.
•
Y la tercera acepción de danzar es mezclarse
o introducirse en un negocio, que se utiliza más para zaherir a quien interviene en lo que no le toca. En todo caso sería
un indicio de que la muerte se acerca y que su entorno de más allá del
ventanal, ya se está mezclando con la historia de la novela o bien que esa
historia ya engloba el parque o lo hace continuo con el parque de ficción.
• [El lector] fue testigo del último encuentro
en la cabaña del monte. ¿Por qué testigo? Un simple lector no es testigo de
nada de lo que está en la ficción. Si lo fuera, podría actuar en calidad de tal
en un eventual juicio de la trama, cosa que la naturaleza literaria no permite.
Más bien hay que tomar esta frase como que la historia ya ha absorbido al
lector y a su entorno real.
A
partir de aquí, el remate está listo: el lector ya está dentro de la historia,
aunque en ese instante no lo percibamos claramente. El narrador ahora se
limita, sin solución de continuidad, a dar indicios y motivos, tales como:
sangre (terminará en un hecho de esas características), besos, caricias, pasión
secreta, urgencia de terminar lo antes posible, un puñal determinante. En fin,
todo lo que ocurre a las espaldas del sillón verde. Y esto en su doble sentido,
pues el protagonista en su sillón da la espalda tanto a la puerta como a todo
lo que ocurre más allá de esa puerta. La libertad agazapada significa que se
deshacen del estorbo (él) y que habrá una nueva vida para los amantes.
El
narrador fue preparando desde el inicio la escena óptima del crimen: el lugar
elegido por el lector es un lugar solitario. El autor nunca usa esta palabra
pero se desprende del contexto narrativo: la lectura la había pospuesto solo
por negocios urgentes, después escribió una carta a su apoderado y discutió con
el mayordomo; en una palabra, liquida rápido dos temas de negocios para que lo
dejen tranquilo con su lectura. El sillón verde está de espaldas a la puerta
(ideal para un atacante) “para evitar intromisiones”. Esta última expresión
puede tomarse también como un indicio inverso, pues un intruso aparecerá pese a
todo.
Al
final de la narración, esta soledad se corrobora: Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a
esa hora, y no estaba. Como vemos, la futura víctima estaba sola,
absolutamente sola.
Y
además el asunto se concatena con dos indicios intermedios: Un diálogo anhelante corría por las páginas
como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre.
Aquí serpiente alude a maldad y premeditación: una serpiente mata usando veneno
(símbolo del asesinato artero) en oposición a quien lo hace cara a cara en
pelea abierta. Y por otra parte, la sierpe nos retrotrae al pecado original, es
decir a temas relacionados con el Diablo, con el engaño, con el jardín de Edén
(que no era otra cosa que un parque) y, como en el caso, también un asunto de
lealtades.
La
frase su memoria retenía sin esfuerzo los
nombres y las imágenes de los protagonistas… podría ser vista como que al
individuo del sillón verde estos nombres le son conocidos desde hace mucho,
porque quizá sean los mismos que los que lleva él, su esposa y por ahí algún
sospechoso amigo en la vida del individuo que lee en su sillón verde. Esta
sería la historia no contada, pero sacada a la luz a último momento.
JULIO CORTÁZAR
(Jules Florencio Cortázar, Bruselas, Bélgica, 26/8/1914 - París, Francia, 12/2/1984). Pese al lugar de nacimiento, Cortázar es un escritor argentino. Uno de los más importantes innovadores de su tiempo, que marcó un estilo característico en las letras hispanoamericanas.
Sus
obras:
Cuentos:
La otra orilla, 1945; Bestiario, 1951; Final del juego, 1956; La
noche boca arriba, 1956. Las armas
secretas, 1959; El perseguidor, 1959;
Historias de cronopios y de famas,
1962; Carta a una señorita en París,
1963; Todos los fuegos el fuego,
1966; La vuelta al día en ochenta mundos,
1967; El perseguidor y otros cuentos,
1967; La isla a mediodía y otros relatos,
1971; Octaedro, 1974; Alguien que anda por ahí, 1977; Un tal Lucas, 1979; Territorios, 1979; Queremos
tanto a Glenda, 1980; Deshoras,
1982.
Novelas:
Los premios, 1960; Rayuela, 1963; 62/modelo para armar, 1968; Libro
de Manuel, 1973; El examen, 1986
(escrita en 1950); Divertimento, 1986
(escrita en 1960); Diario de Andrés Fava,
1995 (obra póstuma).
Teatro:
Los reyes, 1949 (con el seudónimo de
Julio Denis); Adiós Robinson y otras
piezas breves, 1995 (obra póstuma).
Poesía:
Presencia, 1938 (sonetos, con el
seudónimo de Julio Denis); Pameos y
meopas, 1971; Salvo el crepúsculo,
1984.
Otros:
La autopista del Sur, 1964; Buenos
Aires, Buenos Aires, 1967; Último round,
1969; Viaje alrededor de una mesa,
1970; Prosa del observatorio, 1972; La casilla de los Morelli, 1973; Fantomas contra los vampiros multinacionales
(cómic), 1975; Estrictamente no
profesional, 1976; Los autonautas de
la cosmopista, 1982 (con Carol Dunlop); Nicaragua
tan violentamente dulce, 1983; Silvalandia,
1984; Imagen de John Keats (obra
póstuma, escrita entre 1951 y 1952); Correspondencia
Cortázar-Dunlop-Monrós, 2009 (obra póstuma); Papeles inesperados, 2009 (obra póstuma); Cartas a los Jonquières, 2010 (obra póstuma).
UN CASO LAMENTABLE [1]
James
Joyce ©
El
señor Duffy vivía en Chapelizod porque quería vivir lo más lejos posible de su
ciudad de origen y porque encontraba todos los demás suburbios de Dublín
mezquinos, modernos y pretenciosos. Vivía en una vieja y sombría casa, y desde
allí podía ver la destilería abandonada y, más allá, el río poco profundo en cuyas
riberas se erigía Dublín. Las altas paredes de su cuarto sin alfombras carecían
de cuadros. Él mismo había comprado cada pieza del mobiliario: una cama de
hierro negro, un lavabo también de hierro, cuatro sillas de caña de la India , un perchero, un cubo
para el carbón, un guardafuegos con los utensilios imprescindibles para la
chimenea y una mesa cuadrada a modo de escritorio con doble juego de cajones.
Gracias a unas tablas de madera blanca había convertido una hornacina en
biblioteca. La cama tenía sábanas blancas y una colcha roja y negra a los pies.
Un espejito de mano colgaba sobre el lavabo, y durante el día una lámpara con
pantalla blanca era el único adorno en la repisa de la chimenea. Los libros en
los estantes de madera blanca se acomodaban, según su volumen, de abajo hacia
arriba. Las obras completas de Wordsworth estaban en un extremo del anaquel más
bajo, y un ejemplar del Maynooth Catechism, cosido a la cubierta de tela de un
cuaderno, se encontraba en un extremo del estante más alto. Sobre el escritorio
había siempre implementos para escribir; y también una traducción manuscrita
del Michael Kramer, de Hauptmann, con las acotaciones para la puesta en escena
en tinta púrpura, y algunas hojas de papel sujetas con un broche de cobre. En
estas hojas había escrito de tanto en tanto una frase y, en un arranque de
ironía, había pegado en la primera el encabezamiento de un anuncio de píldoras
para la bilis. Al levantar la tapa del escritorio, se desprendía una suave
fragancia: fragancia de lápices nuevos de cedro o de un pote de goma de pegar o
de una manzana demasiado madura dejada allí y olvidada después.
El
señor Duffy aborrecía cualquier cosa que evidenciara desorden físico o mental.
Un médico medieval lo hubiera calificado de saturnino. Su cara, que era el
libro abierto de su vida, tenía el mismo tinte atezado de las calles de Dublín.
En su larga y voluminosa cabeza crecía un cabello negro y seco, y el bigote
leonado no alcanzaba a cubrir la boca, en la que campeaba un gesto áspero. Los
pómulos contribuían también a dar al rostro un carácter áspero; pero no había
dureza alguna en los ojos, que miraban al mundo bajo unas cejas leonadas y
ponían de manifiesto a un hombre dispuesto a apoyar cualquier impulso redentor
en los demás, si bien a menudo decepcionado. Vivía algo divorciado de su propio
cuerpo y observando sus propios actos con miradas de soslayo. Tenía el raro
hábito autobiográfico de componer en su mente, y de tiempo en tiempo, alguna
corta sentencia acerca de sí mismo con el sujeto en tercera persona y el
predicado en pretérito imperfecto. Jamás daba limosna a los mendigos y caminaba
con paso firme, usando un grueso bastón de avellano.
Durante
años fue cajero en un banco privado de Baggot Street [2], al que
acudía todas las mañanas en tranvía desde Chapelizod. A mediodía almorzaba en
el negocio de Dan Burke: una botella de cerveza lager [3] y algunos
bizcochos de arruruz [3]. A las cuatro quedaba libre. Merendaba en
un restorán de George’s Street [2], donde se sentía a salvo de la
dorada juventud de Dublín y donde, además, el precio de la comida revelaba
cierta honestidad. Pasaba las tardes junto al piano de la dueña de casa o
paseando por los suburbios de Dublín. Su afición por la música de Mozart lo
llevaba a veces a la ópera o a algún concierto: éstos eran los únicos lujos de
su vida.
Carecía
de compañeros y de amigos, de iglesia y de credo. Vivía su vida espiritual sin
comunión alguna con los demás; visitaba a sus parientes en Navidad y los
escoltaba hasta el cementerio cuando morían. Cumplía con estos dos deberes
sociales en defensa de la antigua dignidad, pero ahí acababan sus concesiones a
las normas que rigen la vida civilizada. Se permitía pensar que, bajo ciertas
circunstancias, sería capaz de robarle al banco, pero como nunca se daban tales
coyunturas su vida rodaba sin traqueteos; en fin, una historia personal sin
peripecias.
Una
tarde se encontró sentado junto a dos damas en la Rotunda [4]. La
sala, casi vacía y silenciosa, exhalaba un penoso fracaso. La dama sentada a su
lado echó uno o dos vistazos a la sala desierta y dijo:
—Qué
pena que haya tan poca gente esta noche. Es tan difícil tener que cantar a las
butacas vacías.
Él
tomó este comentario como una invitación a charlar. Le sorprendió la actitud un
tanto desenvuelta de la dama. Mientras hablaban, trató de fijarla de un modo
indeleble en su memoria. Cuando supo que la joven que estaba junto a ella era
su hija, calculó que la dama tendría un año menos que él. Su cara, que debió
haber sido hermosa, conservaba un aspecto inteligente. Era un rostro ovalado de
facciones bien marcadas. Los ojos, serenos, eran de un azul oscuro. Su mirada
tenía al principio un aire desafiante, que se diluía en lo que parecía ser un
deliberado desvanecimiento de la pupila en el iris, cosa que revelaba por
momentos un temperamento muy sensible. La pupila recobraba su forma con
rapidez; y su naturaleza, que había quedado casi al descubierto, volvía así muy
pronto al reino de la prudencia. La chaqueta de astracán de la dama, que
moldeaba un pecho de cierta exuberancia, subrayaba definitivamente la nota
desafiante.
Volvió
a encontrarse con ella a las pocas semanas en un concierto en Earlsfort Terrace
y aprovechó los momentos de distracción de la hija para alcanzar más intimidad.
La dama hizo una o dos alusiones a su marido, pero su tono no hacía entrever
una advertencia. La señora se llamaba Sinico. El tatarabuelo de su marido
provenía de Leghorn [5]. Su marido era capitán de un buque mercante
que hacía la travesía entre Dublín y Holanda; aquella era su única hija.
Al
encontrarse por casualidad la tercera vez, tuvo suficiente coraje como para
concertar una cita. Ella acudió. Tal fue el primero de una larga serie de
encuentros. Se encontraban siempre al atardecer y buscaban los barrios más
tranquilos para pasear. Pero el señor Duffy detestaba estos encuentros
clandestinos, y al comprender que estaban forzados a verse de manera furtiva,
la obligó a invitarlo a la casa. El propio capitán Sinico alentó esas visitas,
pensando que tendrían que ver con la mano de su hija. Había descartado tan
sinceramente a la esposa de su galería de placeres, que era incapaz de concebir
que otro pudiera interesarse en ella. Como el marido se ausentaba a menudo y la
hija salía a dar lecciones de música, el señor Duffy tenía muchas oportunidades
de disfrutar de la compañía de la dama. Ni una ni el otro habían tenido antes
ese tipo de aventuras y ninguno de los dos era consciente de incongruencia
alguna. Poco a poco los pensamientos de él se fundieron con los de ella. Él le
prestó libros, le dio ideas y compartió su vida intelectual. Ella escuchaba con
atención todo lo que él decía.
A
veces, y a cambio de estas teorías, ella le contaba algún hecho de su propia
vida, y con solicitud casi maternal lo instaba a que abriera su alma por
completo; se convirtió así en su confidente. Y así, él le contó que durante un
tiempo había asistido a las reuniones del Partido Socialista Irlandés, en las
que se había sentido como un bicho raro entre una veintena de obreros pobres en
una buhardilla alumbrada apenas con un candil. Después, cuando el partido se
dividió en tres facciones, cada una con su propio líder y su propia buhardilla,
dejó de asistir. Las discusiones de los obreros, dijo, eran demasiado
timoratas. La importancia que le asignaban a la cuestión de los salarios era
desmesurada. Vio que eran unos realistas empedernidos y que estaban irritados
por una exactitud producto de un ocio muy lejos de su alcance. Ninguna
revolución social, sentenció, estremecería a Dublín por unos cuantos siglos.
Ella
quiso saber por qué no escribía sus pensamientos. ¿Y para qué?, preguntó él,
con estudiado desdén. ¿Para competir con plagiarios de frases, incapaces de
pensar durante sesenta segundos seguidos? ¿Para plegarse a la crítica de una
obtusa clase media que confiaba su moralidad a la policía y sus bellas artes a
los empresarios?
Él
iba a menudo a una casa de campo que la dama tenía en las afueras de Dublín; y
con frecuencia pasaban juntos las tardes. Poco a poco, a medida que sus
pensamientos se integraban, comenzaron a charlar de asuntos menos remotos. Ella
era para él lo que la tierra cálida para una planta exótica. Ella dejaba a
menudo que la oscuridad cayera sobre ambos sin encender la lámpara. Los unía el
oscuro y discreto cuarto, la soledad y la música que aún vibraba en sus oídos.
A él le encendía esta unión que limaba las aristas de su carácter e impregnaba
de emoción su vida intelectual; a veces se sorprendía escuchando el sonido de
su propia voz. Pensaba que a los ojos de ella cobraba estatura angelical, y al
percibir de un modo cada vez más evidente la naturaleza ferviente de su amiga,
oía una extraña voz impersonal que reconocía como propia, y que insistía en la
incurable soledad del alma. Es imposible la entrega plena, decía aquella voz,
no podemos dejar de ser dueños de nosotros mismos. El final de tales
divagaciones tuvo lugar una noche en la que no había dejado de dar señales de
inusitada excitación, hasta que ella le tomó apasionadamente la mano y la
oprimió contra la mejilla.
El
señor Duffy se sorprendió muchísimo. La interpretación que ella había dado a
sus palabras lo desilusionó. A tal punto que dejó de visitarla durante una
semana. Después le escribió para pedirle otra cita. Como no quería que este
nuevo encuentro estuviera perturbado por la influencia de su arruinada
confidencia, se encontraron en una pequeña confitería cercana a las puertas del
parque. Era un otoño desapacible, pero a pesar del frío vagaron por los
senderos del parque unas tres horas. Decidieron dejar de verse: todo lazo, dijo
él, nos une al arrepentimiento. Al salir del parque, caminaron en silencio
hacia el tranvía. Fue entonces cuando ella comenzó a temblar de tal modo que
él, temiendo que se le quedara postrada en los brazos, le dijo adiós
rápidamente y la dejó sola. A los pocos días, recibía un paquete con sus libros
y su música.
Pasaron
cuatro años. El señor Duffy volvió a su vida monótona. Su habitación guardaba
todavía testimonio del orden que reinaba en su mente. Algunas partituras nuevas
se habían agregado a las que ya había en el anaquel de abajo, y en la
biblioteca descansaban dos libros de Nietzsche: Así hablaba Zaratustra y La
gaya ciencia. De tanto en tanto escribía algo en las hojas que había en el
escritorio. Una de sus sentencias, escrita dos meses después de su última cita
con la señora Sinico, decía: El amor entre hombre y hombre es imposible porque
no ha de haber comunión sexual, y la amistad entre hombre y mujer es imposible
porque ha de haber comunión sexual. Como temía encontrarse con ella, ya no
acudía a los conciertos. Su padre murió y se retiró el más joven de los socios
del Banco. Sin embargo, él siguió yendo a la ciudad en tranvía todas la mañanas
y siguió regresando a casa todas las tardes, después de haber comido con
moderación en George’s Street con la lectura del diario vespertino a manera de
postre.
Una
tarde, cuando estaba a punto de llevarse a la boca un trozo de carne y repollo,
su mano se detuvo en el aire. Sus ojos se fijaron en un suelto del periódico
vespertino que apoyaba contra la jarra de agua. Regresó el bocado al plato y
leyó con atención. Enseguida bebió un vaso de agua, apartó el plato, dobló el
diario ante sí, lo colocó entre los codos, y leyó la noticia una y otra vez. El
repollo comenzó a formar un depósito de grasa blanca en el plato. La camarera
se acercó a preguntarle si la comida tenía algún problema. Contestó que no, que
estaba muy bien, y tragó unos bocados con dificultad. Luego pagó la cuenta y
salió.
Caminó
rápido bajo el crepúsculo de noviembre, golpeando rítmicamente el grueso bastón
de avellano contra el suelo, mientras el borde amarillento del Mail asomaba de
un bolsillo del ajustado chaquetón. Aflojó el paso al llegar al camino
solitario que lleva de Parkgate a Chapelizod. Su bastón golpeó el suelo con
menos energía y su aliento, anómalo y casi sibilante, se condensó en el aire
invernal. Al llegar a casa, subió directamente al dormitorio, y sacando el
diario del bolsillo, leyó otra vez aquel suelto a la débil luz de la ventana.
No lo leyó en voz alta sino moviendo los labios como suele hacer un sacerdote
al leer las oraciones. La noticia decía así:
MUERTE DE UNA DAMA EN SYDNEY PARADE
UN CASO LAMENTABLE
Hoy, en el Hospital Municipal de Dublín
fue llevada a cabo por el juez suplente (en ausencia del señor Leverett) la
investigación en torno a la muerte de la señora Emily Sinico, de cuarenta y
tres años, ocurrida ayer por la tarde en la estación Sydney Parade. Según
muestra la evidencia, la occisa fue arrollada por la locomotora del tren lento
de las diez procedente de Kingstown mientras trataba de cruzar las vías,
sufriendo heridas en la cabeza y en el costado derecho del cuerpo que le
produjeron la muerte.
James Lennon, conductor de la
locomotora, declaró pertenecer a la compañía ferroviaria desde hace quince
años. Agregó que había puesto el tren en marcha luego de haber oído la señal
del jefe de la estación y que, un segundo o dos después, lo detuvo al oír unos
alaridos. La marcha del tren era lenta.
P. Dunne, mozo de cordel, declaró que el
tren estaba a a punto de arrancar cuando vio a una mujer que intentaba cruzar
las vías. Corrió hacia ella y le gritó, pero antes de que pudiera alcanzarla la
mujer fue golpeada por el miriñaque de la locomotora y cayó al suelo.
Un jurado: ¿Usted la vio caer?
El testigo: Sí.
El sargento de policía Croly manifestó
que, al llegar al lugar del hecho, encontró a la occisa tendida en el andén,
aparentemente muerta. Hizo transportar el cuerpo a la sala de espera, hasta el
arribo de la ambulancia.
El agente de policía chapa 57E corroboró
la declaración.
El doctor Halpin, cirujano ayudante del
Hospital Municipal de Dublín, declaró que la víctima tenía fracturadas dos
costillas inferiores y severas contusiones en el hombro derecho. También se
había producido una herida en el lado derecho de la cabeza. Pero las lesiones
no eran suficientes para provocar la muerte de una persona normal. El deceso,
según su criterio, se debía probablemente al shock y al súbito síncope
cardíaco.
En nombre de la compañía de
ferrocarriles, el señor H. B. Patterson Finlay expresó su profundo pesar por lo
ocurrido. Luego declaró que la compañía tomaba de continuo todas la
precauciones necesarias a fin de evitar que la gente cruzara las vías por
atajos que no fueran los puentes, tanto mediante carteles en todas las estaciones
como con el uso de molinetes bien visibles en los pasos a nivel. La occisa
tenía la costumbre de cruzar las vías de andén a andén bien entrada la noche.
Asimismo, y en vista de ciertas circunstancias adicionales del caso, no pensaba
que cupiera tampoco responsabilidad alguna a los empleados del ferrocarril.
El capitán Sinico, residente en
Leoville, Sydney Parade, y marido de la difunta, declaró también. Confirmó que
la occisa era su esposa. Que no estaba en Dublín en el momento del accidente
pues acababa de llegar esa misma mañana de Rótterdam. Que llevaban casados
veintidós años y que habían vivido felices hasta hace unos dos años, época en
que su mujer comenzó a beber de una forma más bien inmoderada.
La señorita Mary Sinico dijo que su
madre había adquirido últimamente la costumbre de salir de noche a comprar
bebidas alcohólicas. Según atestiguó, había tratado a menudo de hacerla entrar
en razón y hasta de inducirla a que ingresara en una liga antialcohólica. No
regresó a su casa sino una hora después del accidente.
El jurado dio su veredicto de acuerdo
con el informe médico y liberó a Lennon de toda responsabilidad.
El juez auxiliar dijo que se trataba de
un caso sumamente lamentable, y expresó sus condolencias al capitán Sinico y a
su hija. Exhortó a la compañía ferroviaria a tomar serias medidas para evitar
la posibilidad de hechos similares en el futuro y decidió que nadie era
responsable del accidente.
El
señor Duffy alzó la vista del papel y su mirada se perdió por la ventana en el
melancólico paisaje vespertino. El río discurría lento junto a la desolada
destilería, y de vez en cuando se encendía una luz en alguna casa de la
carretera a Lucan. ¡Qué muerte! Todo el relato le resultaba repulsivo. Y lo
angustiaba pensar que había hablado con ella de lo que tenía por más sagrado.
Las frases gastadas, las inútiles expresiones de condolencia y las cautas
palabras con que el periodista conseguía ocultar los detalles de una muerte
vulgar le daban dolor de estómago. Ella no se había limitado a degradarse:
también lo había degradado a él. Vio el escuálido rastro de su vicio, miserable
y hediondo. ¡La compañera de su alma! Pensó en los tambaleantes infelices, a
los que había visto tantas veces llevar botellas y latas para que las llenara
el tabernero. ¡Por Dios, qué manera de acabar! Evidentemente, no estaba
preparada para vivir; carecía de fuerzas y propósitos, una presa fácil del
alcohol, una de las tantas ruinas sobre las que se erige la civilización. Pero,
¿cómo imaginarse que podía caer tan bajo? ¿Cómo era posible que él se engañara
tanto al respecto? Recordó la escena de aquella noche y la interpretó más
duramente que nunca. Ahora, ya no tenía ninguna duda en lo acertado de su
decisión de cortar toda relación.
A
medida que la luz se debilitaba y su memoria comenzaba a divagar, creyó sentir
que la mano de ella tocaba la suya. El malestar que se había apoderado de su
estómago, ahora atacaba sus nervios. Se puso el chaquetón y el sombrero, y
rápidamente salió. El aire frío lo recibió en el umbral; se deslizó por las
mangas del abrigo. Al llegar a la taberna de Chapelizod Bridge, entró y pidió
un ponche caliente.
El
propietario lo atendió obsequioso pero sin atreverse a hablar. Había allí cinco
o seis obreros que discutían sobre el valor de una propiedad señorial en el
condado de Kildare. Bebían a intervalos de sus enormes vasos, fumaban y
escupían con frecuencia en el suelo, moviendo de tanto en tanto el aserrín con
sus pesadas botas para disimular los escupitajos. El señor Duffy se sentó en su
taburete y los miró sin verlos ni oírlos. Transcurrió un rato, los obreros
salieron y él pidió otro ponche, en cuya contemplación se demoró largos
minutos. La taberna estaba silenciosa. El propietario, inclinado sobre el
mostrador, los brazos extendidos, leía el Herald y bostezaba. A veces, se oía
el siseo de algún tranvía a lo largo de la calle solitaria.
Allí
sentado, rememorando su vida con ella y evocando alternativamente las dos
imágenes con que ahora la concebía, comprendió que estaba muerta, que había
dejado de existir, que se había convertido en un recuerdo. Y entonces empezó a
sentirse mal. Se preguntó qué otra cosa habría podido hacer. Pensó que le
hubiera sido imposible comportarse de un modo equívoco con ella; que le hubiera
sido imposible vivir con ella. Que hizo lo que mejor le parecía. ¿Qué culpa
tenía él? Ahora que ella había muerto, comprendió lo solitaria que debió haber
sido su vida: sentada noche tras noche, sola en aquel cuarto. Su propia vida
también sería solitaria, sí, hasta que él también muriese, hasta que dejase de
existir y se transformara en un recuerdo... si es que había quien lo recordara.
Eran
las nueve cuando salió. La noche estaba oscura y tenebrosa. Entró en el parque
por la primera puerta y caminó bajo los árboles desnudos. Atravesó los caminos
yermos por donde habían paseado juntos cuatro años atrás. Parecía como si ella
estuviera en la oscuridad, junto a él. Por momentos, imaginaba oír su voz, que
su mano tocaba la suya. Se detuvo para escuchar. ¿Por qué le había negado la
vida? ¿Por qué la había sentenciado a muerte? Sintió que su integridad moral se
hacía pedazos.
Al
llegar a lo alto de Magazine Hill, se detuvo y miró el río que fluía hacia
Dublín, cuyas luces brillaban rojizas y hospitalarias en el frío de la noche.
Bajó la mirada por la ladera y, allá abajo, a la sombra del muro del parque,
distinguió figuras humanas acostadas. Aquellos amores venales y furtivos lo
llenaron de angustia. Sintió la rectitud de su propia vida como una corrosión;
cayó en la cuenta de que había quedado fuera de la fiesta de la vida. Un ser
humano le había demostrado amor, y él se había negado a darle vida y felicidad:
la había sentenciado a la ignominia, a una muerte vergonzosa. Sabía que las
figuras acostadas junto al muro lo observaban y anhelaban que se fuera pronto.
Nadie lo quería. Estaba proscripto de la alegría de vivir. Volvió los ojos al
río gris y lleno de reflejos que ondulaba lentamente hacia Dublín. Más allá del
río, vio un tren de carga que salía con paso cansino de Kingsbridge Station, como
un gusano de cabeza ardiente que se arrastraba serpenteando en la oscuridad,
obstinada y penosamente. Desapareció con lentitud de su vista pero dejó en sus
oídos el zumbido laborioso de la locomotora que repetía las sílabas de su
nombre: Emily.
Volvió
sobre sus pasos, con el ritmo de la locomotora resonando todavía en los oídos.
Comenzó a dudar acerca de la realidad que le dictaba la memoria. Se detuvo bajo
un árbol y esperó hasta que el ritmo se desvaneciera. Ya no podía sentirla
cerca de sí en la oscuridad, ni tampoco su voz llegaba a sus oídos. Aguardó
unos minutos, tratando de escuchar. No pudo oír nada: el silencio de la noche
era absoluto. Trató de nuevo: y otra vez, un silencio absoluto. Estaba solo.
[1] En inglés, A
Painful Case. Se lo ha traducido también como Un caso doloroso y hasta como Un
triste caso. El cuento es parte del libro Dublineses o Gente de Dublín
(1914).
[2] Las calles Baggot Street y George’s Street están en
el centro de Dublín.
[3] La lager es un tipo de cerveza dorada y bien estacionada,
de origen bávaro. El arruruz es una fécula que se extrae de las raíces y
tubérculos de algunas plantas tropicales.
[4] La
Rotunda está cercana al centro de Dublín, al norte del río
Liffey. Se trata de un conjunto de edificios en el extremo sudeste de Rutland
Square, de los cuales el más conocido era el Hospital Maternal. En tiempos de
Joyce, existía en la zona una sala de música.
[5] Leghorn es un puerto de la Toscana : en italiano es
Livorno.
ANÁLISIS DE “UN CASO LAMENTABLE” DE
JAMES JOYCE
Héctor
Zabala ©
1)
INDICIOS PARCIALES
1.1)
Hay algunos detalles en la primera parte del cuento que constituyen indicios
sobre el fin trágico que tendrá Emily Sinico: la destilería abandonada (una
referencia a su depresión y alcoholismo), el cobertor negro y escarlata (luto y
sangre), las acotaciones escénicas en la obra de Hauptmann en tinta púrpura (un
fin trágico), el cubo para el carbón y los guardafuegos para la chimenea
(alusión a la locomotora del accidente), etc.
1.2)
El nombre Chapelizod [1] (capilla de Isolda) es otro indicio o
adelanto evidente de la historia que el narrador nos irá contando, pues nos
recuerda la leyenda celta de Tristán e Isolda que trata de un amor adúltero y
frustrado. Isolda era la prometida (y luego la esposa) del rey Mark. Tristán
tenía por misión custodiarla desde la isla de Irlanda hasta el palacio de su
futuro marido, pero ambos jóvenes se enamoran en el camino. En líneas generales
(salvo que Duffy y Emily no llegan a cometer adulterio y que no hay brebaje
mágico) la historia es bastante similar: el capitán Sinico (un personaje
paralelo al rey Mark) permite que Duffy acompañe a Emily, su esposa, tras una
justificación razonable.
2)
LA HISTORIA VISIBLE
Y LA HISTORIA OCULTA
La
obra cuenta en detalle la historia visible: el frustrado romance de James Duffy
con Emily Sinico y la posterior muerte de ella. Pero no es tan fácil visualizar
la historia oculta.
Una
primera aproximación parece indicarnos que falta contar una historia; o bien
que no hay otra más que la evidente. Sin embargo, la solución a este problema
debe buscarse en las particularidades psicológicas de ambos personajes.
3)
LA PERSONALIDAD DE
EMILY SINICO
Según
los datos de la narración, Emily era una mujer culta, sensible y romántica,
deseosa de aventura, amistad y amor.
¿A
qué se debió su muerte, entonces? Para resolver esto, debemos contestarnos
estas preguntas:
3.1)
¿Se debió a un suicidio consciente a causa de una vida conyugal y familiar
vacía, agravada por la desesperanza de un amor frustrado con James Duffy o con
un tercero que habría conocido después?
En
principio, la muerte de Emily no fue por causa directa de la colisión, dado que
(según lo declarado por el doctor Halpin) las heridas en su cuerpo no habían
sido suficientes para provocar el deceso. La muerte habría sido por el shock y
el consecuente síncope cardíaco. Debe entenderse por shock en este caso, según
la terminología de la época, el terrible estrés sufrido, producto del susto y
la sorpresa de verse a punto de ser arrollada.
En
este orden de razonamientos, el accidente de Emily no se compatibiliza con un
suicidio consciente. Primero porque quien está dispuesto a suicidarse, busca
una posición donde sea imposible fallar, a fin de que la muerte llegue rápida,
segura. Nadie elegiría una estación donde el tren recién se pone en movimiento
pues aún le faltaría mucho para alcanzar una buena velocidad. Un verdadero
suicida más bien elegiría un tramo entre dos estaciones distantes y, de ser
posible, una curva y un tren expreso, nunca un tren lento, como es el del caso.
Segundo, nadie que ya tomó esa determinación se sorprende por un hecho que fue
meditado y buscado, amén de que probablemente evitaría mirar hacia la
locomotora para que no desfallezca su ánimo.
Por
lo tanto, la idea de un suicidio consciente de parte de Emily debe ser
descartada.
3.2)
¿Se debió a un suicidio inconsciente por idéntica causa?
Alguien
podría alegar que Emily, desatendida por su familia, cayera en una depresión
que la llevó al alcoholismo, y que ese cuadro psíquico la empujó después a un
suicidio inconsciente. Aquí sí sería válida la teoría del shock por la sorpresa
y el consecuente síncope, aunque podría seguirse cuestionando el pésimo lugar
de elección por más inconsciente que sea.
Sin
embargo, su vacía relación familiar era cosa asumida por Emily. Para ilustrar
esto, recordemos que al inicio ella habló de su marido como si se tratara de un
dato más, no como un obstáculo para verse con Duffy o a modo de advertencia.
Por otro lado, su hija Mary jamás le reprochó que la visitara un cuasi
desconocido. En síntesis, a la familia parece que le importaba muy poco lo que
Emily hiciera de su vida. Tampoco parece muy lógico que alguien vaya a esperar
veintidós años de relaciones vacías para suicidarse. Por lo tanto, sería muy dudoso
afirmar que la causa haya sido un deseo inconsciente de suicidio.
3.3)
¿Se debió a un simple accidente involuntario por distracción?
Pese
a que se trata de una tesis interesada (salvar la responsabilidad de su
compañía), el accidente de Emily podría explicarse mediante la versión de H.B.
Patterson Finlay, representante del ferrocarril, si se agrega la factible
hipótesis de que quizá el sol de la tarde y la mayor frecuencia de trenes
diurnos podrían haber confundido a la mujer, acostumbrada a cruzar las vías
siempre de noche.
El
alcoholismo de Emily databa de dos años atrás, pero debe eliminarse como causa
directa. Ella no estaba alcoholizada aquella tarde; no solo en ningún momento
del juicio se baraja esa posibilidad sino que además Mary declara que su madre
solo se emborrachaba por las noches.
En
síntesis, lo más probable es que la causa del síncope de Emily haya sido
consecuencia del tremendo estrés sufrido ante la inminencia de ser arrollada
cuando cruzaba las vías de manera distraída.
3.4)
¿Una primera historia no contada?
De
todas formas, de lo que no hay duda es que James Duffy tuviera algo que ver,
sea directa o indirectamente, con la muerte de Emily Sinico. Es más, Duffy nada
supo de la vida de Emily durante los cuatro años anteriores a su muerte, pues
evitó de manera rigurosa toda posibilidad de encuentro desde el corte de la
relación. Y, además, ella no comenzó a caer en depresión y en adición
alcohólica inmediatamente sino dos años después de dejar de verse y dos años
antes del accidente ferroviario.
Por
otra parte, las circunstancias sugieren que ella no hubiera tenido escrúpulos
ni obstáculos fácticos para tener otro amigo después de Duffy: tenía libertad
plena, pues su marido se la pasaba viajando, y un temperamento inquieto. Si
Emily conoció a otro hombre en ese lapso, esto bien podría haber derivado en
una nueva relación amistosa decepcionante o en un desencanto amoroso,
cuestiones que apuntarían a una historia no contada sobre Emily.
Es
decir, quizá ocurrió algo a mitad de camino entre el corte de la relación con
Duffy y el accidente ferroviario. Algo que a Emily la volvió depresiva y
alcohólica. Algo que el autor deliberadamente no nos cuenta.
4)
LA PERSONALIDAD DE
JAMES DUFFY
Lo
primero que se nos ocurre al terminar de leer el cuento es que James Duffy es
un tipo difícil, un solitario incorregible. Pero esa sola definición no explica
el porqué de su modo de vida.
a)
HIPÓTESIS A DESCARTAR
En
primer lugar, podría pensarse que James Duffy no se involucró sexualmente con
Emily porque la ve como una madre (algo así como “un complejo de Edipo
resuelto”). Pero en todo caso, lo maternal solo provendría de Emily cuando ella
lo insta a que “le abra su alma”, pues nada se dice de Duffy al respecto ni en
ese momento ni después.
Pero
Emily nunca se sintió realmente una madre de Duffy. Lo de “maternal” es una
mera forma de expresarse que usa el autor porque así convenía a la intimidad de
los personajes en ese pasaje del relato. Incluso, Emily misma, tiempo después,
toma la mano de Duffy y la apoya en su mejilla, cosa que a él lo horroriza de
inmediato. Entonces, ¿dónde quedan sus sentimientos de madre? Al parecer, aquí
el narrador simplemente buscó desviar la atención de los lectores o bien
mostrar la lucha interior que ambos personajes mantenían contra sus
sentimientos o deseos más profundos.
En
segundo lugar, hay que descartar la personalidad de James Duffy como la de un
homosexual reprimido. No hay ningún indicio que lo avale, sino más bien lo
contrario. En efecto, hay varios detalles que muestran a priori que Emily no le
resultaba sexualmente indiferente: la encuentra garbosa, de rasgos hermosos
pese a su madurez, de pechos exuberantes, por momentos un tanto atrevida, etc.
Si todo esto no alcanza para explicar su propia atracción sexual, consciente o
inconsciente, entonces, ¿por qué se asusta y decide cortar toda relación con
ella de manera tan drástica?
En
tercer lugar, tampoco basta con decir que Duffy es egoísta. En mayor o menor
grado todo ser humano tiende a ser egoísta y altruista a la vez; depende del
objeto o persona al que ese juego de sentimientos se dirige. Si fuéramos
exclusivamente egoístas, la especie humana ya hubiese desaparecido hace rato; y
si fuéramos solo altruistas, los problemas socioeconómicos de la humanidad habrían
desaparecido.
b)
LA MEJOR HIPÓTESIS
La
mejor hipótesis sobre la personalidad de James Duffy es la de un neurótico
místico con veleidades de asceta y signos de megalomanía.
Los
siguientes indicios, hechos y actitudes avalan la idea de un neurótico místico:
4.1)
Más allá de las probables referencias a la propia familia del narrador, el
apellido Duffy [2] en gaélico significa oscuro, negro. Además, hay
un predominio de lo oscuro o lo negro en muchas de las cosas de uso diario del
personaje, a tal punto que su vida parece estar signada por una velada conexión
con la sotana católica. Obviamente, nadie elige su propio apellido, pero esto
debe ser tomado como un indicio de regalo o travesura de quien escribe el
cuento.
4.2)
El arreglo de la casa y su modo de vida son los de un ermitaño: elección de un
barrio ni moderno ni presuntuoso, muebles humildes y solo funcionales, ningún
adorno ni cuadro, un catecismo católico irlandés [3], las obras de
su biblioteca [4], la vida solitaria (sin amigos, sin lujos y lejos
de los jóvenes inquietos), una austeridad rayana casi en la obcecación, etc.
4.3)
El orden de los libros en la biblioteca, presidiendo lo sagrado (arriba) sobre
lo profano (abajo).
4.4)
La obsesión por el orden, tanto físico como mental.
4.5)
Su saturnismo, es decir su melancolía o tristeza permanente (hay que entender
esto en sentido figurado, pues no hay nada que haga referencia a una
intoxicación con plomo) alude a concepciones médico-astrológicas del Medioevo
que suponían para los nacidos bajo Saturno el padecimiento de disfunciones
biliares y de melancolías frecuentes que se aliviaban con la música. Incluso
hay una referencia temprana a un anuncio de píldoras para la bilis que también
suma como indicio.
4.6)
La permanente atención por controlar su propio cuerpo, muy propio de un asceta
o de un místico.
4.7)
La obsesión por lo auténtico y honesto: se niega a seguir viendo a Emily
clandestina y furtivamente, le exige que lo invite a su casa y lo presente a la
familia, solo merienda en un establecimiento donde el precio es honesto, etc.
4.8)
El corte abrupto con Emily cuando la relación amenaza con superar lo platónico,
lo intelectual. Incluso, la abandona aunque ella se debata en temblores, etc.
Ahora
bien, los signos de megalomanía en James Duffy serían los siguientes:
4.9)
Hablar mentalmente de sí mismo en tercera persona.
4.10)
Suponerse capaz de robarle al banco donde trabaja, aunque declinando siempre la
idea porque las circunstancias supuestamente nunca estarían dadas.
4.11)
Visitar a los familiares en Navidad o en los funerales, pero más por dignidad,
protocolo o tradición que por cariño verdadero.
4.12)
No dar nunca limosna a los mendigos, pese a su actitud mística y a sus impulsos
aparentemente redentores.
4.13)
Negarse a publicar sus pensamientos para no descender a competir con
escritorzuelos y a exponerse a la crítica obtusa de la clase media.
4.14)
Detestar a obreros y socialistas por ser —a su criterio— unos timoratos, unos
realistas empedernidos y cerrados a toda idea distinta de un superior valor
intelectual.
4.15)
Verse a sí mismo como un ángel y a Emily como una simple feligresa que adora su
persona.
4.16)
El uso de un bastón de avellano, que nos recuerda las varitas y báculos de los
antiguos druidas [5]. El avellano también estuvo asociado a los
poderes mágicos de los antiguos poetas celtas. Estas imágenes no pueden ser
casuales en un irlandés como James Joyce.
4.17)
Tomar exclusivamente cerveza dorada, cuando en Irlanda lo popular es la cerveza
negra.
4.18)
Comer ciertas meriendas exóticas y quizá algo caras, como bizcochos de arruruz.
4.19)
Suponerse el árbitro de la moral pública:
•
Porque apenas lee sobre la muerte de Emily, su primer impulso es echarle en
cara la supuesta salpicadura hacia su persona; cosa que solo podría afectarlo
en su ego, pues ya nadie recordaba su relación con ella. A tal punto esto es
así que ni siquiera fue citado por el juez ni tampoco se lo mencionó en el
juicio.
•
Porque aprovecha para considerar el alcoholismo no como una enfermedad psíquica
sino como “una de las tantas ruinas sobre las que se erige la civilización”,
palabras grandilocuentes que solo las puede decir alguien acostumbrado a
mantener el dedo levantado.
•
Porque acusa a Emily de no haber respetado las cosas que para él eran sagradas,
como si se debieran respetar no tanto por lo que son sino por haberlo dicho él.
•
Porque se felicita por haber cortado toda relación con Emily.
•
Porque desaprueba las efusividades de las parejas acostadas en el parque y
supone que están esperando que él se aleje para amarse a gusto; aunque lo más
probable es que ni siquiera lo vieran, dada la oscuridad de la noche y a que
estaban entretenidas con sus juegos amorosos.
•
Porque supone que todo el mundo lo deja o lo detesta, aunque en realidad es él
quien abandona a todo el mundo. Incluso su sentencia: “el amor entre hombre y
hombre es imposible porque no ha de haber comunión sexual, y la amistad entre
hombre y mujer es imposible porque ha de haber comunión sexual…” [6]
es apenas una justificación barata de su pobre vida, dado que él tampoco se
permite la más mínima posibilidad de relación de amistad (¡ni hablemos de amor
carnal!) con nadie.
4.20)
Incluso, su supuesto remordimiento por abandonar a Emily (que él imagina la
habría llevado a la depresión y al suicidio o al dudoso accidente) no es más
que otra muestra de megalomanía o excesiva consideración hacia su propia
persona pues todos los datos apuntan a que él nada tuvo que ver con la muerte,
según lo analizado en el punto 3.
4.21)
Hay un detalle astuto que agrega el narrador: muchas referencias a títulos
nobiliarios o de autoridad. Como si los ojos de Duffy solo quedaran fijos en
puntos de referencia pomposos: el tren del accidente de Emily provenía de
Kingstown (pueblo del rey), ella vivía en Leoville (villa del León, en honor al
papa León XIII), el último tren sale de la estación Kingsbridge (puente de los
reyes), etc.
Hay
además varias características de James Duffy que harían pensar en un ex
seminarista o un monje ordenado que abjuró de su regla, probablemente un
jesuita:
4.22)
Los aromas en su escritorio parecen evocar fragancias de iglesia o convento.
4.23)
El anotador que utiliza para escribir sentencias nos recuerda a las libretas de
algunas órdenes religiosas usadas para volcar a diario los pecados y malos
pensamientos. La cubierta de tela de una libreta de notas pegada al catecismo
sería otro indicio similar.
4.24)
Los aparentes impulsos de redención hacia la gente para después decepcionarse.
4.25)
Escuchar solo música de Mozart, quien tiene muchas composiciones de carácter
sacro y que incluso estuvo durante buena parte de su vida al servicio del
arzobispo de Salzburgo.
4.26)
Algunas actitudes (o resabios) de sacerdote o monje, por ejemplo cuando
comienza a leer la noticia del trágico fin de Emily, moviendo solo los labios.
O el ambiente monacal o ascético del mobiliario de su casa.
4.27)
Hablar de sí mismo en tercera persona (megalomanía) pero además en pasado, como
si se tratara de algo añorado en su interior o parte de una personalidad
perdida.
4.28)
La manzana pasada (o demasiado madura, según otra versión) indicaría que su
credo sería algo descompuesto y como del pasado de su vida, aunque también
demasiado arraigado para cambiarlo por completo. Es decir, aunque en apariencia
lo rechace, en el fondo sigue marcado a fuego por las enseñanzas y modo de vida
que le inculcaron de joven.
Ahora
bien, la paradoja es que pese a su celo cuasi religioso, James Duffy carece
tanto de credo como de iglesia. Por ende, no cuenta con una válvula de escape
para esa tendencia mística permanente, de ahí su resultante neurótica.
5)
LA HISTORIA OCULTA :
EL VERDADERO CASO LAMENTABLE
Con
los años, la personalidad de James Duffy parece dar un vuelco y volverse algo
más liberal, hasta el punto de casi abjurar de sus antiguas creencias
religiosas. Sin embargo, como vimos, queda en él un resabio, un fanatismo
constante que demuestra que en el mejor de los casos sigue firme en su
pensamiento primitivo aunque cambiado de objeto.
También
hay señales de que Duffy tiene ocasión de variar sus costumbres y renacer a una
nueva vida. Es muy significativo que el narrador eligiera justamente el Phoenix
Park (Parque del Fénix), del barrio de Chapelizod, para describir el cierre
definitivo de un amorío que nunca llegará a ser. El autor parecería decirnos
aquí que se trata de la última oportunidad de James Daufy y de Emily para
quemar el pasado y renacer a un futuro venturoso, de felicidad para ambos.
Incluso tardan unas tres horas para alcanzar su charla decisiva, pese a ser un
desapacible día de otoño. La referencia al otoño también debe ser tomada como
una metáfora de la edad de los protagonistas (ambos cuarentones).
El
cambio en Duffy es tenue: hay nuevas partituras de música y dos obras de
Friedrich Nietzsche, que por entonces estaba muy en boga entre los socialistas
británicos e irlandeses [7], si bien las ubica en los anaqueles
inferiores.
Pero
el narrador se apresura a hacernos notar que esos cambios de pensamiento son
apenas pequeñas rebeldías (o quizá arranques irónicos) que el hombre se permite
sin que por esto cambie demasiado su personalidad básica, pues Duffy sigue
usando su bastón de avellano y leyendo un diario conservador (el Mail de color
amarillo del cuento sería el Dublín Evening Mail, que se imprimía en un color
marrón claro).
Sin
embargo, la muerte de Emily, pese al violento rechazo del primer momento, al
fin lo conmociona. James Duffy, a pesar de sus traumas, no deja de ser un tipo
inteligente. A partir de allí hay indicios, sino de cambios, al menos de
intentar una recapitulación mental de su vida.
Hay,
por lo tanto, una toma de conciencia sobre su existencia vana, que él mismo va
descubriendo de a pasos. Incluso hay una autocrítica irónica sobre su propia
megalomanía cuando piensa en la vida solitaria que llevará hasta que se
transforme solo en un recuerdo cuando agrega para sí: si es que alguien me
recuerda.
La
definitiva toma de conciencia llega por fin en la colina Magazine (en inglés,
revista), nombre que bien podría interpretarse como una ingeniosa alusión de
hacer un examen completo de su vida pasada. Ahí Duffy se da cuenta de que ha
quedado fuera de la fiesta de la vida. El tren, que sale de Kingsbridge en
forma de gusano con su cabeza de fuego y que se aleja serpenteando lenta y
laboriosamente (como su río paralelo, el Liffey) repitiendo las sílabas del
nombre Emily, es una excelente imagen de que ha perdido definitivamente la gran
posibilidad de amar, amén de constituir una metáfora concluyente sobre la
muerte y los infiernos.
En
fin, el cuento es una hermosa obra romántica en la que se llega a la conclusión
de que el caso lamentable o doloroso es en realidad James Duffy; no Emily
Sinico, como decía la nota del diario.
6)
¿HAY UNA SEGUNDA HISTORIA OCULTA?
Hay
indicios que mostrarían de manera subrepticia que el caso lamentable y doloroso
también sería la propia sociedad irlandesa de la época.
En
efecto, Joyce nos deja frases sobre el patetismo del ambiente social en que él
mismo se crió, tales como:
6.1)
Duffy vivía en una sombría casa desde donde podía verse la abandonada
destilería. Es decir, una imagen patética, triste, apenas en los arrabales de
la principal ciudad de Irlanda.
6.2)
Su rostro tenía el tinte atezado (ennegrecido, quemado) de las calles de
Dublín. Es decir, una ciudad lóbrega, sombría, como enlutada.
6.3)
La sala (previo al concierto en la
Rotunda ), casi vacía y silenciosa, exhalaba un penoso augurio
a fracaso. Esto también se puede tomar como una metáfora: una sociedad
irlandesa fracasada, vacía, sin objetivos.
6.4)
El dicho de Emily, cuando se conocen: “Es tan difícil tener que cantar a las
butacas vacías”, bien podría tomarse como la imagen de los nacionalistas
irlandeses en procura de convencer a un pueblo indiferente.
6.5)
Un partido socialista irlandés que se divide en tres fracciones, cada una con
su propio líder y su buhardilla mal iluminada, aun cuando sus militantes ya
eran pocos de por sí y encima muy pobres.
6.6)
Después de leer la noticia de la muerte de Emily, la mirada de Duffy se pierde
por la ventana en el melancólico paisaje vespertino.
6.7)
Cinco o seis obreros pobres discutiendo el valor de una propiedad señorial del
condado de Kildare y el propietario de la taberna leyendo el Herald (un diario
nacionalista irlandés) pero entre bostezos son otras imágenes patéticas de
clases sociales que no saben muy bien lo que quieren.
6.8)
El ir y venir de trenes de los párrafos finales podría tomarse como la gran
metáfora de una Irlanda sin un norte claro; muy similar a la leyenda irlandesa
El destino de los hijos de Lir, leyenda en la que cuatro cisnes blancos vagan
sin ton ni son por toda la isla.
6.9)
Duffy mismo podría tomarse como la vieja Irlanda católica, conservadora y
aburrida que se niega a abrirse a una nueva Irlanda desafiante, inteligente y
vivaz (Emily), amparada por momentos en el reino de la prudencia, en tanto
subsiste intermitente un poder británico que nada le importa de la isla ni de
cuidarla demasiado (el marido de Emily, el capitán Sinico).
[1] Chapelizod (en francés Chapel d’Iseult, capilla de
Isolda) es un barrio del oeste de Dublín, a unos cinco kilómetros del centro.
[2] El personaje James Duffy estaría inspirado en su
hermano Stanislaus Joyce, según el libro de este último, My Brother’s Keeper
(1958).
[3] La localidad de Maynooth está a unos veinticinco
kilómetros al noroeste de Dublín. Allí se encuentra el seminario católico de
St. Patrick, donde se celebró el sínodo de 1883 que aprobó este catecismo,
conocido como Maynooth Catechism.
[4] William Wordsworth, aunque decepcionado después por
el giro napoleónico, fue un ferviente partidario de la revolución francesa y
uno de los puntales del romanticismo poético inglés, si bien después se lo
asociaría al conservadorismo de la época victoriana. Gerhart Hauptmann, premio
Nobel de literatura, fue un escritor naturalista muy interesado en el
simbolismo religioso, inspirado en el primitivo cristianismo, y en los asuntos
sociales sin dogmatismo político. El personaje Michael Kramer se parece a James
Duffy en su ascetismo e inclinaciones artísticas.
[5] Los druidas eran los sacerdotes y verdaderos
dirigentes de la vieja sociedad pagana de Irlanda y en general de los antiguos
celtas en toda Europa.
[6] Friedrich Nietzsche, en el Eterno retorno, asegura que el amor sensual o carnal es siempre egoísta
y un mero deseo de poseer en exclusividad al sujeto amado (casi un objeto) o,
si se quiere, el amor carnal sería en realidad amor propio. Es decir, que
entiende que no hay amor carnal y altruista a la vez. Lo diferencia plenamente
de la amistad, a la que considera como la imagen pura o altruista del amor.
[7] Esta influencia se trasladó a buena parte del mundo.
Por ejemplo, José Ingenieros, uno de los fundadores del Partido Socialista
Argentino, fue un profundo conocedor y admirador de las obras de Nietzsche.
(James
Augustine Aloysius Joyce, Dublín, 2/2/1882 — Zúrich, 13/1/1941).
Uno
de los mejores escritores de todos los tiempos. Pese a escribir sobre ambientes
católicos-irlandeses (aunque vivió la mayor parte de su vida fuera de Irlanda),
su literatura logra un retrato extraordinario del alma humana que convierte a
su obra en universal.
Sus
obras: Stephen el héroe (Stephen
Hero), 1904-1906; Música de cámara
(Chamber Music), 1907; Dublineses
(Dubliners), 1914; Retrato del artista
adolescente (Portrait of the Artist as a Young Man), 1916; Exiliados (Exiles), 1918; Ulises (Ulysses), 1922; Poemas manzanas o Poemas a penique (Pomes Penyeach), 1927; Finnegans Wake, 1939.
ALGUNAS CRÍTICAS A “LOS ÚLTIMOS DÍAS DE
POMPEYA” DE EDWARD BULWER-LYTTON
Héctor
Zabala ©
“Los
últimos días de Pompeya” [1] es una obra de género realista;
entendiéndose por tal a toda creación literaria que busque respetar las leyes
naturales.
En
efecto, en esta obra no aparecen fantasmas ni hadas ni cosas parecidas. Si bien
en el último capítulo del Libro II aparece el mago y sacerdote de Isis,
Arbaces, “mostrándole” el futuro a Iona (una de las heroínas), el asunto no
alcanza para calificarlo de fantástico. La circunstancia de que ambos se
encuentren en el peculiar palacete del mago y que Arbaces intente seducir a la
chica mediante el estupor y el miedo (y quizá hasta con la ayuda de algún
alucinógeno), más allá de que la imagen profética después no se diera, hacen de
la escena más que dudosa para considerarla de género fantástico.
La
novela intenta mostrarnos cómo era la vida de los antiguos romanos. La trama y
el desarrollo son buenos, aunque por momentos el relato se torna un tanto
pesado, cosa no necesariamente atribuible a la manera de escribir del siglo XIX;
máxime que para 1834, época en que fue escrita, ya había literatos de pluma muy
grácil como Edgar Alan Poe, solo por dar un ejemplo. Pero más allá del estilo
del autor, que fue objeto de crítica por muchos, he hallado varias
inexactitudes en esta obra de Edward George Bulwer-Lytton, cuya historia se
desarrolla en Pompeya (Campania, Italia) durante el año 79 de nuestra era. El
24 de agosto de ese año la erupción del Vesubio destruiría esa ciudad junto con
la de Herculano.
Estas
inexactitudes deberían servirnos de alerta sobre el peligro que corre un autor
que intenta una novela histórica o de trasfondo histórico sin estar
suficientemente informado.
LAS
INEXACTITUDES DE LA OBRA
1)
...un hombre de aspecto serio y de
elegante porte, con el que se había encontrado dos veces en su camino, le
dirigió una mirada dubitativa y le tocó el hombro:
—Apaecides —dijo, haciendo un gesto
rápido con las manos, que era la señal de la cruz. (Libro I, capítulo VIII)
El
texto no expresa con claridad si el cristiano Olintho hace la señal de la cruz
en dirección a Apaecides o si la hace para sí, pero tanto en un caso como en
otro estaría fuera de contexto histórico (los primitivos cristianos no la
practicaban) y además no tendría ningún sentido: Apaecides no era todavía un catecúmeno
(postulante al bautismo cristiano) sino un sacerdote de Isis. Tampoco tendría
lógica que Olintho se persignara para alejar un supuesto mal (a modo
supersticioso) porque su intención era la de charlar amigablemente con
Apaecides sobre la doctrina cristiana.
La
primera referencia a la señal de la cruz data recién del año 230 y la debemos a
Tertuliano. No hay constancia histórica de que los cristianos de los dos
primeros siglos utilizaran ese rito, introducido tardíamente en el
cristianismo. Tal práctica no se encuentra en el llamado Nuevo Testamento ni en
otros textos de escritores cristianos de los siglos I y II. Incluso el propio
Tertuliano refiere que aun en su tiempo se la practicaban a los candidatos al
bautismo, quienes eran marcados con una señal de la cruz en sus frentes durante
la formación de su catecumenado. Tertuliano no dice que tal rito se lo
practicara el cristiano a sí mismo sino que más bien se lo practicaba a otros y
en esa sola circunstancia especial. La idea era la de bendecir, antes que la de
persignarse. De todos modos, esto ocurría en el siglo III, nunca tan temprano
como a fines del siglo I, época en que se sitúa la novela.
2)
El egipcio Arbaces, sacerdote de Isis, trata de convencer a su discípulo
Apaecides de que el cristianismo es un plagio:
—Esa fe —comenzó— es un plagio extraído
de una de las muchas alegorías inventadas por nuestros sacerdotes antiguos.
Observa —añadió, señalando un rollo de pergamino— en estas viejas imágenes el
origen de la Trinidad
cristiana. Ahí tienes representados tres dioses: Dios, el Espíritu y el Hijo.
Date cuenta de que el epíteto que se aplica al Hijo es el de “Salvador”. Fíjate
también que el símbolo en que se resume su calidad humana es una cruz. Aquí
tienes la mística historia de Osiris, cómo fue condenado a muerte, cómo fue
enterrado y cómo, causando un asombro general, resucitó de entre los muertos... (Libro II, capítulo IV).
La
comparación con el misterio de Osiris es muy ingeniosa, pero el inconveniente
estriba en la palabra Trinidad y en la idea misma. El término Trinidad no se
encuentra en la Biblia ,
por lo que es muy improbable que los primitivos cristianos conocieran la idea.
De hecho la palabra es de origen latino, es decir ni hebreo ni griego, idiomas
originales de tales escrituras. Además la Trinidad no fue establecida como doctrina
cristiana en el siglo I sino mucho después.
Más
allá de que algunos aseguren, sin fundamento fidedigno, de que la Trinidad era una verdad
incuestionable entre los primeros cristianos, la realidad histórica determina
que el tema fue planteado por diferencias doctrinarias tan tarde como en el
siglo IV y que se necesitó que un emperador todavía pagano (si es que alguna
vez lo bautizaron [2]), Constantino I el Grande, ordenara un
concilio para decidir sobre la naturaleza de Dios, pues la grey cristiana
estaba fuertemente dividida en ese tema fundamental.
Fue
en el Concilio de Nicea (año 325) que se discutieron las posturas del
trinitarismo y del llamado arrianismo. La primera defendida por el obispo
Alejandro y el diácono Atanasio, ambos de Alejandría. La segunda, por el
presbítero Arrio, de Alejandría, y el obispo Eusebio de Nicomedia.
El
concilio, al que asistieron más de trescientos obispos, quedó dividido en tres
corrientes doctrinarias:
a)
La trinitaria, que decía que Padre e Hijo eran de la misma sustancia y ninguno
precedía al otro en existencia.
b)
La arriana, que afirmaba que eran de naturalezas distintas y que el Padre había
precedido al Hijo, pues este había sido creado por aquel.
c)
La semiarriana, que defendía una postura intermedia: ambos serían de la misma
naturaleza y si bien el Hijo no habría tenido un inicio temporal igual debía
considerarse al Padre como precediéndolo en existencia.
La
mayoría del concilio se inclinaba por la postura c), pero finalmente el
emperador Constantino se decidió por la postura a), a fin de evitar un cisma
que probablemente perjudicara la estabilidad del Imperio. Como Arrio y Eusebio
se negaran a firmar, su doctrina fue declarada herética y se decretó la quema de
sus libros. Más tarde fueron perdonados y les fueron devueltos los honores
eclesiásticos pero Arrio entretanto murió en circunstancias extrañas.
Como
vemos, muy lejos estaban los primeros cristianos de tener como credo absoluto
el de la Trinidad ,
aun ya avanzado el siglo IV. En el siglo I, época en que se sitúa la novela, ni
siquiera se había planteado el asunto, razón por la que el egipcio Arbaces no
habría podido decir lo que está trascripto.
3)
El autor narra una reunión de cristianos a la que asiste Apaecides en calidad
de observador o de curioso, conducido por Olintho:
La puerta se abrió. Doce o catorce
personas se sentaban en un semicírculo, en silencio, absortos al parecer en sus
pensamientos; en la pared opuesta se veía un crucifijo toscamente tallado en
madera.
Cuando Olintho entró, todos levantaron
la cabeza sin pronunciar palabra. El propio nazareno, antes de aproximarse a
ellos, se arrodilló súbitamente, detuvo su mirada en el crucifijo y comenzó a
mover los labios, dando a entender a Apaecides que estaba orando. Realizado
este rito, Olintho se dirigió a la congregación... (Libro III, capítulo III).
El
origen del crucifijo data del siglo VI y ni siquiera se conoció inmediatamente
en territorio italiano, pues su creación se debe a artistas bizantinos muy
posteriores a la caída del Imperio Romano de Occidente. No hay ningún objeto de
este tipo de los siglos I al V hallado por los arqueólogos ni tampoco
referencia bibliográfica alguna de que tal objeto se usara antes del siglo VI.
En
cuanto a la cruz como símbolo (sin la representación del cuerpo de Jesús de
Nazaret) data de época menos tardía (siglo III o IV), pero muy posterior al año
79 en que se sitúa la novela. La cruz era en aquel tiempo todavía un elemento
oficial de tortura y ejecución, instrumento para nada simpático entre los
antiguos. La cristiandad tardó bastante en decidirse a adoptarla como símbolo
sagrado.
En
cambio, sí había distintos tipos de cruces en otros cultos. Por ejemplo entre
los hinduistas (esvástica), budistas (sauvástica), egipcios paganos (gamada),
etc., pero correspondían siempre a símbolos religiosos no cristianos.
4)
Nydia, la tesalia ciega, le dice en privado a su amigo y protector Glauco, el
ateniense:
... ¡Oh, háblame de Grecia! Aunque sea
una pobre tonta, te comprenderé. Y creo que de haber permanecido en aquellas
tierras, de haber sido una joven griega cuyo feliz destino hubiese sido amar y
ser amada, yo misma, con estas manos, habría armado a mi amado para luchar en
un nuevo Maratón, en una nueva Platea...
(Libro III, capítulo IV).
Estas
palabras proponen la liberación de Grecia, que por entonces (siglo I) era
territorio del Imperio Romano, pues Nydia hace un franco paralelismo con la
invasión que sufrieran los griegos cinco siglos antes a manos de otro imperio:
el Persa.
La
frase es muy patriótica y poética, pero dicha a un ateniense suena tragicómica
en boca de una mujer de Tesalia. Máxime cuando ambos contertulios no podían
ignorar el triste papel que le tocó a esa región en las guerras médicas, época
a que se refiere la ciega. Los tesalios, justamente por estar al norte del
estratégico desfiladero de las Termópilas, no solamente no se aliaron a
atenienses y espartanos para defender el país sino que encima debieron unirse a
los numerosos invasores extranjeros. Difícilmente una tesalia real hubiera
tenido cara para expresar lo que el narrador le hace imaginar y decir a su
personaje Nydia.
5)
Un diálogo entre un viejo cristiano, Medón, y el recién bautizado Apaecides se
desarrolla en parte así:
—¿Es cierto, como dicen, que tú viste el
rostro de Cristo? [dice Apaecides]
—El rostro que resucitó de entre los
muertos. Has de saber, joven prosélito de la verdadera fe, que yo soy aquel
sobre el cual has leído en los pergaminos de los Apóstoles. En la ciudad de
Naím, en la lejana Judea, vivía una viuda, pobre de espíritu y de corazón
entristecido, porque de todos los alicientes que existen en esta vida solo le
restaba un único hijo. El hilo que unía a la mujer con la vida quedó roto y el
aceite se secó en las vasijas de la viuda. Colocaron el cadáver en el féretro
y, ya cerca de las puertas de la ciudad, donde la multitud se amontonaba, el
silencio prevaleció sobre los lamentos funerarios, porque el Hijo de Dios
pasaba por allí. La madre, que seguía al féretro, lloraba... El silencio, y
todos los que miraban se daban cuenta de que su corazón estaba destrozado. Y el
Señor se apiadó de ella, tocó con sus manos el féretro y dijo ‘Levántate y
anda’. Y el muerto resucitó y vio el rostro del Señor. ¡Oh, qué expresión más
serena y solemne..., qué inexpresable sonrisa..., qué mirada llena de
comprensión y ternura, llena de la benignidad de Dios, había en sus ojos, que
disipaban las sombras de la tumba! Me levanté y hablé. Estaba vivo y me lancé a
los brazos de mi madre. Sí, yo era un muerto redivivo. La gente gritó, las
trompetas fúnebres entonaron alegres canciones y por doquier se oía el mismo
grito: ‘Dios ha visitado a su pueblo’. Yo no pude oírlo..., no sentía nada, no
veía nada, excepto la faz del Redentor.
(Libro IV, capítulo IV).
La
narración es muy conmovedora y repite parte de lo dicho por el discípulo Lucas
en el capítulo 7 de su evangelio (aunque el evangelista no nombra a ningún
Medón), pero adolece de un defecto imperdonable que no podía haber cometido un
natural del lugar, como era el hijo de la viuda: Naím no quedaba en Judea.
La
aldea de Naím [3] estaba en Galilea, a muy corta distancia de
Nazaret. Para llegar a Judea, había que atravesar todo el distrito de Samaria y
los antiguos eran muy puntillosos en estos asuntos de geografía. El caso es tan
absurdo como si un natural de Buenos Aires dijese en Estados Unidos que la
capital de Argentina está en la
Provincia de Córdoba. La confusión del autor quizá provenga
de que en el libro de Lucas se dice al final de la anécdota: “Y estas noticias respecto a él se
extendieron por toda Judea y por toda la comarca” (Lucas 7:17). La
expresión se extendieron no significa que dicha aldea estuviese comprendida en
Judea sino que apunta a señalar que la fama de Jesús de Nazaret se difundía por
las regiones cercanas.
El
otro asunto, también inconcebible, es que el personaje hable de “los pergaminos de los Apóstoles”. Este
es un error que tampoco hubiera podido cometer un cristiano del primer siglo,
versado en las escrituras. La anécdota de la viuda de Naím se encuentra únicamente
en el evangelio de Lucas, pero Lucas no fue apóstol de Cristo. Era un médico,
discípulo cristiano como tantos, pero nunca apóstol. Es más, Lucas ni siquiera
conoció a Cristo directamente. Todo lo relatado en su libro le fue contado por
terceras personas (ver lo que dice el propio escritor bíblico en Lucas 1:1-4).
6)
En los funerales de Apaecides, el narrador dice:
Seguían después los sacerdotes de Isis,
descalzos, con sus níveas túnicas y agitando hojas de maíz... (Libro IV, capítulo VII).
Sabíamos
que los antiguos romanos habían alcanzado una gran extensión territorial, ¡lo
que no sabíamos era que entre tanta conquista también habían descubierto
América quince siglos antes que Cristóbal Colón!
El
párrafo es absurdo. El maíz (Zea mayz) es una planta gramínea de origen
americano. Y esta es la razón por la que no se la nombra nunca en obras
clásicas de la Antigüedad
ni del Medioevo, tales como la Ilíada , la Odisea ,
la Biblia , Las
mil y una noches, etc. Sencillamente, el maíz era desconocido en el Viejo
Mundo antes del siglo XVI.
7)
Después del arresto de Glauco, uno de los personajes dice en un diálogo:
—...Dudo que esos nazarenos fuesen tan
tolerantes, en caso de que su doctrina se convirtiera en religión estatal, si
cualquiera de nosotros patease las imágenes de sus deidades, blasfemase de sus
ritos o negase su fe. (Libro IV,
capítulo XVI).
Quien
habla es un romano pagano, pero es obvio que parece un escritor cristiano de
tiempos posteriores. Jamás un pagano del primer siglo hubiera podido hablar de
imágenes de deidades cristianas.
Es
decir, más allá de la intención del novelista de hacer una ironía alegórica de
lo que sería el exaltado catolicismo posterior, lo cierto es que los cristianos
(nazarenos) del primer siglo no tenían imágenes en su culto y esto lo sabían
perfectamente sus contemporáneos paganos. A tal punto era así, que apenas unos
párrafos adelante el propio narrador le hace decir a Clodio:
—En cuanto al ateo, deberá enfrentarse
sin más armas que sus manos al formidable tigre...
Al
decir “ateo” se refiere al cristiano Olintho. Los romanos de aquel tiempo
llamaban ateos a los cristianos porque para ellos era inconcebible que un
acólito creyese en un dios sin estatua. La deducción era simple: para los
paganos si no había representación física, no había tal dios; ergo, eran ateos,
no creían en nadie. [4]
8)
Hay un largo párrafo en ese mismo capítulo XVI del Libro IV que es una especie
de diálogo interior pues entremezcla hechos con pensamientos de Glauco. Casi al
final del párrafo se dice:
...Y, sin embargo, ¿quién hasta el final
de los tiempos, mucho después de que su cuerpo se reintegrase a los elementos,
iba a creerle inocente y a defender su buen nombre? Al recordar su entrevista
con Arbases y los muchos motivos de venganza que concurrían en el corazón
sombrío de aquel hombre terrible, ¿no era lógico creer que era la víctima de
algún ardid misterioso y bien elaborado, cuyo origen y huellas intentaba
descubrir sin éxito? Este pensamiento le absorbió [a Glauco] más que ningún
otro. ¿Y en cuanto a Iona? Arbaces la amaba: ¿podía su rival haber provocado su
ruina? Su noble corazón se vio más atormentado por los celos que por el temor.
De nuevo, emitió otro lamento.
En
ese momento Glauco todavía no había adoptado el cristianismo. Era un griego
pagano que vivía en Pompeya. Ni siquiera había hablado aún con Olintho. ¿Cómo
iba a pensar en el final de los tiempos? Este concepto proviene del
cristianismo (o, si les parece mejor, de una concepción cristiano-judaica); no
consta en la antigua religión grecorromana.
9)
Sosia, esclavo del egipcio Arbaces, dice a Nydia en un diálogo:
—No me tientes. No puedo liberarte.
Arbaces es un amo espantosamente severo. ¿Quién sabe si acabaría alimentando a
los peces del Sarno? Ay, entonces todos los sestercios del mundo no podrían
devolverme la vida...
Hasta
aquí muy bien. Pero el autor arruina todo cuando le hace decir inmediatamente:
Mejor ser un perro vivo que un león
muerto. (Libro IV, capítulo XVII).
La
ingeniosa comparación del perro y del león se encuentra en el libro bíblico de
Eclesiastés (capítulo 9, versículo 4). No era un refrán romano ni griego y la Biblia todavía no estaba
difundida entre los no cristianos de la antigua Roma. Mucho menos después de la
destrucción de Jerusalén (año 70). El llamado Antiguo Testamente era
absolutamente desconocido entre los paganos del primer siglo; mucho más para un
esclavo como Sosia que no tenía ningún contacto con los seguidores de Cristo.
10)
En un momento, el narrador escribe:
...En aquel momento, volvieron a oírse
desde el palacio iluminado los dos versos más rotundos de la canción de los
juerguistas:
Nos importa un rábano los dioses
y no los aceptamos en la vida.
Y antes de que murieran estas palabras,
los nazarenos, impulsados por una súbita indignación, eliminaron el eco del
canto pagano con las estrofas de uno de sus himnos favoritos, que entonaron a
voz en cuello. (Libro IV, capítulo
XVII).
Más
allá de que el posterior himno que se transcribe no se encuentre en ninguna
escritura bíblica ni libro de cristiano primitivo alguno y es una obvia
creación del autor (lo cual sería perfectamente válido en literatura), los
juerguistas simplemente hablaban de los dioses como género y con seguridad de
sus propios dioses paganos. Los cristianos eran apenas un puñado de hombres,
insignificantes para que unos borrachos se acordaran de ellos y de su Dios. El
propio autor habla de unos catorce cristianos en una reunión en Pompeya (ver lo
trascripto en el punto 2), ciudad que tendría entre diez y doce mil habitantes.
Pero
hay otro problema mayor: es muy poco creíble que un grupo cristiano del primer
siglo se dedicara a desafiar de ese modo a unos juerguistas en medio de una
ciudad hostil.
Los
cristianos primitivos eran valientes cuando debían serlo, pero no hay
constancia histórica de que fueran imprudentes. No se ponían a discutir o a
desafiar de la forma en que lo presenta el autor. No hacían de su fe una
competencia, simplemente les interesaba predicar y llevar a la gente lo que
entendían como la palabra de salvación. Usar un cántico cristiano para tapar
una canción denigrante hacia dioses ajenos (además de promotora del vino y del
amor carnal) está fuera del contexto histórico. El propio Jesús de Nazaret les
había recomendado: sean inocentes como
palomas pero cautelosos como serpientes (Mateo 10:16).
11)
Un detalle inadmisible es que Nydia pudiera escribir, si bien lo hizo con un
punzón sobre una tablilla de cera y no con tinta. Quizá el hecho en sí no sea
tan sorprendente si nos atenemos a que los padres hicieron por la educación de
esta niña ciega todo lo que estuvo a su alcance (Libro IV, capítulo XVII). Lo
verdaderamente extraño es que Nydia pudiera hacer un escrito tan largo como el
que aparece en el Libro V, capítulo III: unas mil cien letras en castellano,
que no supondrían muchas menos en griego.
12)
En el circo, el director del espectáculo hace luchar a los gladiadores dos
veces en el mismo día (Libro V, capitulo II). Esto es claramente absurdo. Una
lucha de ese tipo, contra otro profesional de nivel semejante, implicaba un
esfuerzo agotador.
13)
El autor narra lo siguiente en el apogeo de la erupción del Vesubio:
El aire se mantuvo tranquilo durante
unos minutos; la antorcha de la puerta refulgía en la lejanía. Los fugitivos
aligeraron el paso, llegaron a la puerta, pasaron junto al centinela romano y
el resplandor de la luz iluminó su rostro lívido y se reflejó en su brillante
casco, sus duras facciones permanecían serenas en medio de tanto horror. Permaneció
inmóvil y erguido en su puesto.
Hasta
aquí muy bien, pero el autor “la embarra” con lo que sigue:
Aquella hora de dura prueba no había
alterado la maquinaria que regía la mayestática crueldad del sistema romano y
que anulaba la iniciativa racional y la libertad del hombre. Y allí siguió,
ajeno a los elementos desencadenados, porque no tenía permiso para abandonar su
puesto y ponerse a salvo. (Libro V,
capítulo VI).
Esto
es melodrama puro. Echarle la culpa de la posible muerte del centinela al
“cruel” sistema romano es absurdo, máxime de parte de un escritor que era a la
vez un político, y encima un político de un imperio parecido. Cualquiera que
haya hecho el servicio militar sabe que esto es así y que lo fue siempre, antes
y después de los romanos, y sin importar que el centinela esté sirviendo al rey
más déspota de todos los tiempos o a la república más democrática del mundo: un
centinela jamás puede abandonar su puesto sin orden superior. No es un empleado
que terminado el horario de trabajo tiene derecho a decir “hasta mañana”.
14)
En los últimos capítulos (en especial en el VII del Libro V), Nydia pese a ser
ciega atraviesa gran parte de la ciudad en medio del desbarajuste que supone la
erupción del Vesubio, con gente gritando y corriendo por todos lados, nubes
tóxicas, construcciones que se derrumban y obstáculos esparcidos por todas
partes. ¿Puede ser creíble esto?
Edward Bulwer-Lytton |
[3] La aldea de Naím (o Naín o Nein) todavía subsiste. Se
encuentra a unos 10 km escasos al sudeste de Nazaret.
[4] Algo similar pasó con los españoles cuando tomaron
contacto con los guaraníes: como este pueblo amerindio no tenía ídolos, lo
supusieron ateo (siglo XVI). Tiempo después, los monjes jesuitas descubrirían
que no era así.
EL LUNFARDO
Héctor
Zabala ©
El
lunfardo es la jerga popular de Argentina y Uruguay. Nació en ciudades
portuarias, en especial Buenos Aires, Rosario y Montevideo durante la segunda
mitad del siglo XIX. En esto, no fue ajena la gran inmigración italiana de esos
años pues las dos primeras ciudades —y en menor medida la capital uruguaya—
recibieron un gran caudal de itálicos, a tal punto que sus descendientes
rondamos en un 50% de la población total. Es decir, si bien hay términos
lunfardos que reconocen otros orígenes (inglés, francés, alemán y lenguajes
nativos), en su mayoría provienen del italiano, que al principio dio paso a lo
que se llamó cocoliche, un híbrido ítalo-español, sin mayores reglas, con el
que pretendían darse a entender los primeros inmigrantes.
Hay
quienes aseguran que la etimología de la palabra lunfardo habría que buscarse
en lombardo [1], dialecto de una región norteña de Italia, pero el
Diccionario de la Real
Academia Española no reconoce oficialmente ese origen. La
definición del Diccionario es la que sigue: “lunfardo. 1. m. Habla que originariamente empleaba, en la ciudad de
Buenos Aires y sus alrededores, la gente de clase baja. Parte de sus vocablos y
locuciones se introdujeron posteriormente en la lengua popular y se difundieron
en el español de la
Argentina y el Uruguay”.
Esta
definición peca de escueta, habría que agregar que el uso del lunfardo se
extendió —aunque en menor grado— a otros países limítrofes de la Argentina , en especial a
Paraguay, Chile y Bolivia. El asunto es tan importante que hasta se han editado
diccionarios de lunfardo y con frecuencia se encuentra en tangos, obras de
teatro, películas y, por supuesto, en la literatura de esta parte del mundo.
Paralelo
a las nuevas palabras (en muchos casos, deformaciones de un término correcto en
otros países), el lunfardo se mezcla muchas veces con el vesre (revés), que
nace de la permutación de sílabas. Por ejemplo, no es raro que algunos digan
bepi, en lugar del original pibe, para referirse a un niño. Esto no sigue una
regla estricta porque lo que se busca es sonoridad más que precisión. En
efecto, la palabra dorima se usa en
lugar de marido, siendo que la inversión de sílabas es en este caso estricta, o
sea de atrás hacia adelante. Pero hay casos como talompa, en lugar de pantalón, en la que solo se lleva la primera
sílaba al final y además se suprime una letra. Para complicar más el asunto,
digamos que pueden darse apócopes, como por ejemplo: lompa.
¿POR
QUÉ EL LUNFARDO TIENE MALA FAMA?
De
hecho hay muchísimas palabras o expresiones del lunfardo que jamás tuvieron
nada de malo. Por ejemplo, cachada
(broma), ya incorporada al Diccionario, privilegio que todavía no alcanzó su
sinónimo, cargada. O bien, achurar, en el sentido de matar, piola (astuto, sagaz), también
incorporadas como coloquiales de Argentina y Uruguay, aunque ya se han
extendido a otros países. Y hay otras todavía no aceptadas por la RAE , como: hacer capote (descollar), punto (individuo), cachuzo/a (deteriorado/a), ñañoso/sa
(caprichoso/a, mañoso/a) o tener ñañas
o andarse con ñañas (hacerse el
caprichoso, el mañoso).
Entonces,
¿cuál fue el problema? Por un lado, bastantes términos fueron malas palabras,
expresión usada en tiempos de pacatería pastosa a fin de eliminar las
inadecuadas para los jóvenes y no herir los oídos de las abuelitas. Hoy la cosa
ha quedado a medio camino. En una familia típica, nadie se rasga las vestiduras
si se dice pibe o mina. En cambio puede haber cierto
prurito para palabras que tuvieron en su origen alguna connotación sexual o son
decididamente chabacanas.
El
otro asunto es que, cuando el lunfardo estaba en su apogeo, había un fuerte
movimiento en favor del uso ortodoxo del idioma español. Parafraseando a los
romanos y a sus expedientes judiciales: lo que no estaba en el Diccionario de la Real Academia Española,
no estaba en el mundo.
DECANTACIÓN
Sin
embargo, una gran cantidad de palabras del lunfardo ya no se usa. Y esto es así
porque todo lenguaje es dinámico y las jergas posiblemente mucho más. Hoy ya
nadie dice palabras como naifa o grela, para referirse a una mujer, pero
la palabra mina sigue teniendo plena
vigencia. Los términos pibe y piba ya fueron incorporados como
argentinismos, uruguayismos y bolivianismos por el Diccionario de la RAE. En cambio, no ocurrió
lo mismo con mina pese a que se usa a
la par de las anteriores.
Muchos
lunfardismos solo los encontramos en tangos viejos. Conociendo el año en que se
escribió tal o cual letra, podemos tener una idea aproximada de cuando estaban
en uso. Este detalle es muy importante para aquellos que quieran escribir obras
de ficción sobre épocas pasadas, a fin de evitar anacronismos.
EL
LUNFARDO Y LAS ACEPCIONES
Como
todo lenguaje, el lunfardo va agregando significados a una misma palabra y
hasta cambiando completamente el sentido de otras. Por ejemplo, la palabra boludo tuvo en su origen un significado
peyorativo (lelo, tonto, sonso y hasta distraído). Es más, no solamente se la
clasificaba como una mala palabra sino que además implicaba un insulto. En
cambio, para los jóvenes de hoy es un vocativo: “Sí, boludo, tenés razón”.
Vocativo que podría cambiarse por nene o Juan o Pedro. La palabra que vino a
quitarle fuerza de insulto fue pelotudo.
Así que si usted anda por el Río de la
Plata , cuídese de pronunciarla porque esta sí sigue teniendo
una fuerte carga agresiva, sin excepción.
La
palabra quilombo significaba
prostíbulo en su origen. Hoy esa acepción, si bien no está perdida por
completo, poquísima gente la usa en ese sentido. Hoy quilombo significa lío,
barullo, desorden: “Como no les hacían caso, los alumnos hicieron quilombo”.
Quizá para morigerarla y alejarla de su sentido primitivo, se usa a menudo al
vesre: bolonqui.
¿PARA
QUÉ SIRVE EL LUNFARDO EN LA
LITERATURA ?
Escritores
importantes como Julio Cortázar, Ernesto Sabato, Marco Denevi y Leopoldo Marechal
han utilizado el lunfardo en sus textos. Hasta Jorge Luis Borges, quien no era
afecto a esta jerga y alguna vez habría dicho que fue un invento de Alberto
Vacaressa [2] y José Gobello [3], no esquiva usar alguno
que otro lunfardismo cuando la ocasión se presta. [4]
En
literatura sirve para darle color a un diálogo, de hecho lo hace más realista.
Si dos jóvenes se encuentran en una esquina porteña y de pronto pasa una chica
muy linda, ninguno le dirá al otro: “Mirá esa señorita, qué hermosa”. En Buenos
Aires, sencillamente no es creíble por más que sea perfecto castellano. Lo más
probable es que dijese: “Mirá qué mina, por Dios”. De todos modos, hay que
tener cuidado. Con el lunfardo y el vesre ocurre lo mismo que con el plural de
las palabras dichas por gente poco instruida. Entre estas personas existe la
conocida tendencia a no pronunciar la ese final [5]; lo que
familiarmente se conoce como comerse las
eses. Pero su uso en literatura no debe ser sistemático. Nadie deja de
pronunciar absolutamente la ese final en todos los casos. Por ende, al igual
que con esta supresión, en el uso del lunfardo hay que encontrar siempre un
justo medio para que el diálogo sea creíble.
[1] Esta etimología, por lo menos a priori, sería dudosa
pues al parecer la mayor parte de los inmigrantes italianos no provenía en sus
comienzos de Lombardía.
[2] Alberto Vaccarezza, cuyo nombre completo era
Bartolomé Ángel Venancio Alberto Vaccarezza, nació y murió en la ciudad de
Buenos Aires, 1/4/1886 — 6/8/1959. Dramaturgo, letrista de tango y poeta
argentino, fue el máximo exponente del sainete porteño.
[3] José Gobello (n. Martínez, Buenos Aires, Argentina,
26/9/1919) es un escritor, poeta y ensayista argentino. Fue fundador, miembro y
presidente de la
Academia Porteña del Lunfardo.
[4] En Hombre de la
esquina rosada (1930), “Sabía llegar
de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata”.
Incluso, en este mismo cuento usa tres veces la palabra chambergo: “…usaba un chambergo alto, de ala finita,
sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice…“ y “Alguien le puso encima el chambergo negro,
que era de copa altísima. Se murió abajo del chambergo, sin queja”. En
varios diccionarios de lunfardo, chambergo se toma como término de esta jerga,
si bien tiene un aire más campesino o de los arrabales que urbano propiamente
dicho.
[5] En cambio, algunos porteños del mismo nivel social
exageran o estiran el plural (seseo). Vgr. en lugar de ratas, dicen ratasss; o
incluso, ratashh.
EL BLUF DE LA ASTROLOGÍA
Héctor
Zabala ©
Mucha
gente recurre a la astrología occidental como una forma de averiguar su futuro,
sin pensar en las grandes contradicciones teóricas de esa actividad. Algunos,
lamentablemente, hacen de sus vidas una esclavitud del horóscopo diario, tal
cual era habitual en la antigua Sumeria, Asiria o Babilonia, y aun después
entre griegos, romanos, así como entre cristianos medievales y renacentistas.
Entre
los absurdos de la astrología se cuentan:
EL
CENTRO INEXISTENTE
•
La estructura seudocientífica de la astrología sigue funcionando como si la Tierra fuera el centro del
universo, dando por hecho que todo lo que ocurre en los cielos debe provocar su
necesario reflejo o influjo en este pequeño planeta que tenemos por vivienda.
•
Sin embargo, la Tierra
no solamente no es el centro del universo sino que ni siquiera lo es el Sistema
Solar, así como tampoco hay constancia de que nuestra galaxia, la Vía Láctea , esté en
algún supuesto centro de algo.
•
De hecho, ni la Tierra
ni el Sistema Solar, de la que aquella forma parte, están siquiera en el centro
de la Vía Láctea ,
sino apenas en una rama secundaria (y bastante al borde) de lo que se entiende
como una galaxia de tipo espiral de miles de millones de estrellas.
•
Esta idea centrista hace de la astrología una cosa anacrónica y sin sentido,
pues su concepción teórica mina su propia base: suponer que todo el universo
está al servicio de un pequeño planeta cargado de habitantes que se creen en el
ombligo universal. Este pensamiento proviene de épocas en que la gente
(incluidos los científicos) suponían a pie firme que todo el universo (o al
menos el visible) giraba en torno a nuestro planeta [1].
UN
MAPA DUDOSO Y NINGUNA BRÚJULA
•
Para tener referencias espaciales y poder hacer un mapa celeste, los antiguos
dividieron el cielo en doce partes. A cada una de estas partes se la tomó como
un signo del Zodíaco, siendo el Zodíaco la franja de cielo que sigue el Sol en
su movimiento aparente (más allá de que estos antiguos tomaran ese movimiento
como real).
•
Los nombres de estos doce signos corresponden a los de las constelaciones que
se encuentran en esa franja zodiacal. Pero esto fue establecido de manera
arbitraria. En realidad, las constelaciones que existen en dicha franja son
trece, pero se obvió una por razones de conveniencia: la de Ofiuco [2].
El doce era la base de numeración en tiempos sumerios, babilonios y asirios, y
por ende la tradición matemática quedó intacta aunque la cosmología dijera otra
cosa. Hoy, este error sigue manteniéndose entre los astrólogos modernos.
•
Un defecto importante surge de la extensión irregular de las constelaciones del
Zodíaco. Esto hace que haya constelaciones que ocupan mucho menos de los 30º
angulares de cielo que les corresponderían y, por el contrario, hay otras que
los superan largamente. No obstante, los astrólogos no hacen diferencia entre
un signo y otro, y a cada uno les dan (al mejor estilo de Salomón) sus 30º de
extensión teórica.
•
Por razones de simplificación de cálculo, los astrólogos solo tienen en cuenta
a los llamados grandes astros [3]. En la antigüedad, los astros
conocidos eran: Sol, Mercurio, Venus, Luna, Marte, Júpiter y Saturno [4].
Hasta entonces el asunto era ideal porque, de paso, el número celeste era
siete, tan caro a la espiritualidad y demás chiches de semitas y otros pueblos.
Pero
mucho más tarde, los indiscretos telescopios (invento nefasto para los
astrólogos de todos los tiempos) descubrieron varios planetas más: Urano,
Neptuno y Plutón. Este último ha sido reducido a planeta enano o planetoide por
los científicos del siglo XXI, pero los astrólogos se niegan a bajarle
categoría o influencia.
Sin
embargo, honestamente deberían reconocer que todos los horóscopos de la
antigüedad estaban equivocados, dado que obviaban en sus cálculos a tres
planetas desconocidos por entonces. En efecto, los horóscopos hechos hasta el
13/3/1781 (descubrimiento de Urano) deben considerarse erróneos por la falta de
dos planetas. Los realizados hasta el 23/9/1846 (descubrimiento de Neptuno)
serían erróneos por faltar uno. Y, solo a priori, serían correctos los
horóscopos efectuados desde el descubrimiento de Plutón (18/2/1930).
Alguien
dirá, bueno, pero eso ya es historia antigua. Sin embargo, nadie asegura que en
el futuro no se descubra un planeta X (¿y por que no un XI?), lo cual vendría a
poner en la basura a todos los horóscopos actuales también.
•
Pero hay otro dato aún más significativo: la astrología moderna ningunea a
todos los asteroides del Sistema Solar. Y también a los miles de cometas y ni
hablar de los innumerables meteoritos. Les son molestos por lo numerosos.
Considerar todos estos elementos para el cálculo astrológico sería como
intentar jugar al ajedrez en un tablero de infinidad de escaques, que además
contenga infinidad de trebejos.
Para
tener una idea de lo que hablo, digamos que solo entre Marte y Júpiter se
calcula que hay unos dos millones de asteroides. La pregunta del millón (o
mejor, la de los dos millones) sería esta: ¿si todo cuerpo celeste tiene
influencia sobre la Tierra
(y por ende sobre nosotros), cómo es que esta enorme masa de dos millones de
asteroides no la tiene para nada, dado que los propios astrólogos siguen sin
tenerla en cuenta?
Se
dirá que algunos asteroides son meras piedras de unos pocos metros de tamaño, pero
los hay de varios kilómetros, e incluso hay otros (como Ceres, Eris, Makemake,
Haumea) que son verdaderos planetas enanos de tamaño similar al de Plutón o al
de la Luna. Por
lo tanto, si Plutón y la Luna
son tenidos en cuenta en los cálculos, también tendrían que serlo estos
planetoides, que encima están mucho más cerca de la Tierra que Plutón.
•
Otro detalle sustancial es que el cielo que observamos (tanto a simple vista
como el que se logra ver con ayuda de grandes telescopios) es apenas una
infinitésima parte del universo real, del que ignoramos casi todo. De ahí que
las constelaciones que vemos no sean otra cosa que los conjuntos de estrellas
relativamente cercanas dentro de nuestra propia Vía Láctea (algo así como
nuestro pequeño barrio celeste) que los antiguos tomaron, en su ignorancia y
arbitrariedad, como el universo completo.
•
Lo anterior trae aparejado un problema importante para los astrólogos: la
omisión sistemática de todos los cuerpos celestes que se van descubriendo y que
(si fuéramos honestos y la astrología una ciencia) no podrían obviarse de una
consideración responsable. En efecto, la astrología no tiene en cuenta los
quásares, agujeros negros, pulsares, etc. que día a día van descubriendo los
astrónomos.
•
Hay detractores de la astrología que han esbozado otras críticas. Una de ella
es que la influencia que pudiera ejercer sobre el feto o el recién nacido un
planeta lejano como Neptuno, por ejemplo, es prácticamente nula. La partera, el
médico o la incubadora ejercerían de hecho más influencia que ese astro. Los
astrólogos se defienden diciendo que no se trata de fuerzas conocidas como la
de atracción sino de otras desconocidas, que obviamente no intentan precisar en
absoluto.
DEBILIDAD
EN LOS PROPIOS ELEMENTOS DE LA
ASTROLOGÍA
•
Los astrólogos parten de dos elementos esenciales: un marco o telón de fondo de
“estrellas fijas” [5] que forman constelaciones sobre el que se
mueven los planetas (en griego, errantes), según nuestro punto de observación
en la Tierra. Las
posiciones relativas y conjunciones entre planetas y constelaciones
determinarían diversos efectos que se toman como positivos, negativos o neutros
según los casos.
Pero
una constelación no es más que un grupo de pocas estrellas al que se le dio un
nombre y se les imaginó una determinada forma para poder ubicarnos en el cielo.
Es decir, cada uno de estos conjuntos es arbitrario y la imaginación de los
antiguos vio en estas constelaciones la figura de un carnero (Aries), de un
toro (Tauro), de dos gemelos (Géminis), de un león (Leo), de una balanza
(Libra) y así sucesivamente. A decir verdad, en la mayoría de las
constelaciones se hace muy difícil (por no decir imposible) reconocer con
nitidez tales figuras.
En
base a lo que representaban, se les reconocieron determinadas características:
Leo representa la fuerza; Tauro, la vehemencia, Libra, el equilibrio, etc.
Pero
la pregunta perturbadora sería: ¿qué habría pasado si los antiguos hubiesen
formado otras figuras, sea agregando o disminuyendo estrellas a estas mismas
constelaciones, sea formándolas de manera completamente diferente? Por ahí,
habrían inventado la escalera, la mariposa, el camello, el helecho, el clavel,
y quién sabe qué más. Es decir, con seguridad el resultado habría sido la
obtención de signos zodiacales diferentes con características y “propiedades”
absolutamente distintas.
•
A los astros que “se mueven” respecto de ese marco o fondo de “estrellas fijas”
también se les concedió determinadas características sobre la base del color,
el tamaño o su relación con la mitología grecorromana:
El
Sol, por su brillo y calor, se lo relacionó con el poder absoluto y se lo
declaró algo así como el rey del universo. Hoy se sabe que es una simple
estrella y que se lo ve grande solo porque está relativamente cerca de la Tierra , apenas a unos ocho
minutos luz, en tanto que la siguiente más cercana (Alfa Centauro) está a unos
cuatro años luz. También se sabe que el Sol ni siquiera es una estrella grande,
más bien se trata de una entre mediana y pequeña respecto de las demás de
nuestra galaxia.
Al
planeta Mercurio se lo asimiló al dios mensajero de los dioses probablemente
por la velocidad de su desplazamiento, que es superior a todos los demás
planetas. Venus, planeta que se ve muy bello y de un blanco brillante, se lo
conectó con la diosa del amor y la belleza. Marte, por su color rojo, se lo
equiparó al dios de la guerra, en obvia referencia a la sangre. Júpiter, por su
gran tamaño, fue bautizado con el nombre del padre y rey de los dioses.
Saturno, por ser el más lejano a simple vista, se lo relacionó con la oscuridad
(aunque no es negro realmente) y esto dio pie para que se lo pensara como un
generador de desgracias, tragedias, etc.
EL
INDIVIDUO, OBJETO DE HORÓSCOPO
•
Otro asunto importante es que si bien los astrólogos tienen en cuenta la
precesión de los equinoccios [6] cuando se pasa de una era a otra
(vgr. de la Era
de Piscis a la de Acuario) y hablan mucho sobre un nuevo futuro en tal caso, en
realidad desechan este hecho científico para el cálculo de sus horóscopos de
todos los días.
En
efecto, los astrólogos siguen viendo los cielos tal como los veía el astrónomo
Claudio Ptolomeo a fines del siglo II. Y le ocultan a todo el mundo que nuestro
signo zodiacal no corresponde en realidad a nuestra fecha de nacimiento sino al
signo que hubiéramos tenido hace unos dos mil años. Por ejemplo, quien naciera
a comienzos de la era cristiana un 21 de marzo (primavera del hemisferio norte)
podía decir efectivamente que había nacido bajo el signo de Aries, pues el Sol
entraba ese día en el sector del cielo correspondiente a tal constelación. Hoy,
quienes nacen en esa fecha, lo hacen cuando el Sol está en el sector de la
constelación de Piscis. Y este error fundamental contamina cualquier fecha del
año y de hecho cualquier nacimiento. Vale decir, que ningún mortal tendría el
signo que dice (o le dicen) tener, sino el equivalente al de dos signos para
atrás.
•
El otro asunto es que si la astrología fuera un hecho cierto, entonces ¿por qué
no se toma el tiempo de la concepción en lugar del nacimiento para hacer una
carta natal? Al fin y al cabo, si los astros van a influir en nuestra vida, es
lógico suponer que lo hacen cuando empezamos a formarnos en el útero materno y
no cuando lo abandonamos.
La
respuesta es simple: la fecha de nacimiento de una persona es indudable, en
cambio la de la concepción es conjetural. Ergo es falible y los astrólogos
están interesados en datos personales ciertos, aunque luego tengan que lidiar
con errores de fondo.
•
Otro hecho fundamental es que los horóscopos no pasan la prueba de los hermanos
gemelos. En efecto, si la astrología fuera cierta, el destino de dos hermanos
nacidos el mismo día tendría que ser el mismo y también deberían ser semejantes
sus personalidades, pero sabemos que generalmente no es así. De hecho,
difícilmente dos hermanos gemelos mueran en la misma fecha, sigan la misma
profesión, tengan las mismas enfermedades, etc.
•
Tampoco los horóscopos pasan la prueba del resultado para los nacidos el mismo
día, si los cálculos y predicciones son hechos por astrólogos diferentes.
•
Que se sepa, jamás se han hecho encuestas o muestreos serios que demuestren que
las características asignadas a cada signo zodiacal corresponden
estadísticamente a una cantidad significativa de personas nacidas en el período
en cuestión.
CONCLUSIÓN
En
fin, si usted quiere creer en la astrología y en los horóscopos nadie se lo va
impedir. Eso sí, tenga en cuenta que no hay ningún respaldo científico que los
avale.
[1] Fue el astrónomo polaco Nicolás Copérnico (Mikołaj
Kopernik, Toruń, 19/2/1473 - Frombork, 24/5/1543) el que logró destruir la errónea teoría geocéntrica y demostrar la
heliocéntrica en su obra maestra De
revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas
celestes), escrita entre 1507 y 1532, aunque publicada después de su muerte, si
bien en vida circularon pequeños trabajos explicativos de su teoría, de gran
claridad y precisión.
[2] La constelación de Ofiuco (u Ophiuchus) es una de las
cuarenta y ocho de la lista de Claudio Ptolomeo y se encuentra entre las de
Sagitario y Escorpio. Representa a Ofiuco (Asclepio), cuya idoneidad le
permitía resucitar a los muertos, según el mito. Ante esto, Hades, dios de los
infiernos, le pide a Zeus que lo mate por violentar el orden natural. Zeus debe
acceder pero, en homenaje a su sabiduría, lo ubica en el cielo rodeado por la
serpiente, símbolo de la vida renovada. La serpiente siguió siendo el símbolo
de la medicina hasta hoy.
[3] Lo de astros grandes es relativo. En realidad eran
grandes porque así lo veían los antiguos a simple vista, pero más por su
cercanía que por su tamaño real. Además, sus diámetros difieren muy ampliamente
entre sí.
[4] Estos son los nombres que les dieron los romanos y
que aún subsisten. Pero cada uno de estos astros fue, a su vez, asociado a una
deidad, ya desde tiempos sumerios y babilonios.
[5] En realidad nada en el universo deja de moverse
continuamente. Las estrellas nos parecen fijas porque mantienen la misma figura
o posiciones entre sí al moverse de manera bastante uniforme respecto de la
galaxia que las contiene (la
Vía Láctea ) y recorrer por año una distancia relativamente
pequeña respecto de su enorme órbita completa. Como resultado, no cambian su
posición relativa a simple vista. Sin embargo, aun a nuestros ojos, cambiarían
sus posiciones relativas si pudiésemos contemplar un mapa del cielo dentro de
miles de años.
[6] La precesión de los equinoccios es el movimiento del
polo norte celeste, que describe un círculo completo alrededor del polo norte
de la eclíptica en un período de 25.780 años (período conocido como año
platónico). Este movimiento se debe al movimiento de precesión de la Tierra causado por momento
de fuerza ejercido por el Sol sobre la Tierra. Hiparco de
Nicea (siglo II a. C.) fue el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra con una aproximación
extraordinaria para la época.
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 3 — Diciembre de 2010 — Año I
ISSN 2250-4281
Director: Héctor R. Zabala
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Mil gracias por este trabajo. Muy interesante, especialmente su refutación de la astrología.
ResponderEliminarFraternalmente,
Raúl A. Simón Eléxpuru.
Santiago, Chile
Revista literaria REALIDADES Y FICCIONES # 3
ResponderEliminarMil gracias, Héctor
Sonia Luz Carrillo
(Prof. Fac.Letras - UNMSM, Lima)
Gracias hector! Desde venezuela AVANTI!!!
ResponderEliminarBeatriz Nones
http://www.arteprofesional.com/beatriznones
Gracias por el envío de Realidades y Ficciones.
ResponderEliminarEn las actualizaciones de esta semana de nuestro blog daremos cuenta del mismo.
http://humbral.blogspot.com/
Intentamos hacer una revista que difunda la actividad cultural en sus diferentes manifestaciones por lo que nos parece interesante este material y nos resultará muy valioso cualquier comentario, aporte o sugerencia para intentar mejorar el trabajo.
Un saludo afectuoso
Aldo Difilippo
Uruguay
Estimado Hector, como siempre interesante el contenido de la revista, en particular tus cuentos breves, cuéntame como puedo enviarte algunas colaboraciones. Saludos fraternos desde Chile. Bernardo Tapia Rojo
ResponderEliminarCuarta Región- Los Vilos- Chile.
Gracias, estaré atento al recibo, lectura y comentario de su revista. Me siento un privilegiado de contar con las amistades de usted y sus amigos y colegas.
ResponderEliminarEspero ser un baluarte de Ustedes aquí en la ciudad de Barranquilla-Colombia.
Dalit Rafael Escorcia Marchena
MUCHÌSIMAS GRACIAS,HECTOR,POR ESTE ALTO ENVÌO.GRAN ABRAZO.
ResponderEliminarMuy interesante. En especial, los análisis. Gracias, estimado. Sú
ResponderEliminarEncuentro la revista sumamente interesante, informa y entretiene. Muy bien elaborados los análisis y comentarios sobre distintos temas y obras. Muchas gracias por compartir conmigo esta revista y tu blog.
ResponderEliminarGraciela
Excelentes tus blogs, gracias, Héctor.
ResponderEliminarYa me hice seguidora de ambos.
Saludos cordiales
Sandra Pien
Periodista Lic. en Letras UBA
Héctor, celebro con admiración tus trabajos literarios. Te dejo un abrazo grande y mis estímulos para que sigas ofreciéndonos tanta riqueza sin egoísmos.
ResponderEliminarGracias por tu empeño.
Eduardo Arcuri Márquez
AGRADEZCO MUCHO EL ENVÍO DE ESTE INTERESANTE MATERIAL.
ResponderEliminarREENVIARÉ A MIS CONTACTOS.
¡FELICIDADES PARA EL NUEVO AÑO!
NOELIA NATALIA BARCHUK
(RESISTENCIA, CHACO)
A veces tengo la impresión de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que, al escribir, me entrego a las sorpresas más inesperadas. Es a la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas, de las cuales, siendo inconsciente, antes no sabía que sabía. " Gracias por invitarme a su revista, que sencillamente me llevo a las sorpresas mas inesperadas, gracias, gracias.
ResponderEliminarHola, Héctor:
ResponderEliminarTambién agradezco y disfruto de tu trabajo pero, a la inversa de Sú, los análisis, sobre todo tan minuciosos y extensos son, para mí, como un balde de agua fría. Quiero que los relatos y los poemas me "inviten a pasar", me dejen entrar en su mundo. Y que las conclusiones y las percepciones queden a mi cargo. Con todo respeto y afecto
Ana
maziana6@yahoo.com.ar
muy buen material, felicitaciones y gracias por el envío,
ResponderEliminarun abrazo,
mario capasso
(villa martelli, bs.as., argentina)
Precioso trabajo en la revista. La leo y conservo
ResponderEliminarFelicitaciones y éxitos en el 2011.
Elvia Sepúlveda
(Colombia)
Gracias por compartir.
ResponderEliminarSaludos
Isabel Díez
(Madrid, España)
¡Bravo Zabala!
ResponderEliminarMuy lindo tu blog. Lo visitaré. Gracias por avisarme.
Un abrazo desde Ecuador
Oswaldo Páez Barrera
(Ecuador)
Estimado Héctor :
ResponderEliminarRealmente muuuuuy interesante tu revista muchas gracias por invitarme, proximamente te enviaré algo del material de mi próximo libro por si quisieras publicar algo ahí de esta chilena amante de la poesía ,
Afectuosamente
Marcela Puentes
Gestora Cultural
Encargada Fomento del Libro y la Lectura
Biblioteca Pública Municipal de la Florida
MUNICIPALIDAD DE LA FLORIDA
SANTIAGO
CHILE
Gracias por la información sobre la existencia de la Revista Realidades y Ficciones. Me parece muy interesante y de buen nivel todo el material de su contenido. Yo participo en una revista llamada "La Cazuela", que ya va en su número 50. Hasta hace poco se publicaba en papel, pero los últimos aparecen sólo como páginas virtuales. Su creador y Director reside en Arica, Chile.
ResponderEliminarFelicitaciones por el trabajo efectuado en Realidades y Ficciones.
Afectuosamente,
Miguel Reyes Suárez
Héctor... siempre me dejo llevar por tus relatos, logran envolver mi alma y volar por el mundo de la ficción. Tus análisis me completan y aclaran lo leído. Por eso y por todo, GRACIAS.
ResponderEliminarMarta
Estimado Héctor:
ResponderEliminarMe gustaría suscribirme a tu revista literaria que me parece fantástica.
Mis datos son:
Nombre: Ricardo Reques
Ciudad: Córdoba, España.
Muchas gracias.
Un cordial saludo.
Ricardo
http://ricardoreques.blogspot.com/
Estimados amigos
ResponderEliminarSuscripción. Deseo militar en vuestra interesante revista: Realidades y Ficciones.
Mi nombre: Jesús Antonio Gutiérrez Rodríguez
Pais: colombia
Ciudad: Armenia, Quindio
Gracias
Estimado Héctor Zabala:
ResponderEliminarMi nombre es Julián Barsky, y coordino un sitio web "Gardel Buenos Aires", destinado a difundir la cultura de la ciudad, especialmente la vinculada con la literatura. Estoy armando una base en mi sitio con blogs literarios, ya que la idea es poder multiplicar y conectar los accesos al rico universo de escritores, críticos y lectores que tiene Buenos Aires. Me interesaría agregar los suyos ("Realidad y Ficciones" y "Literatura y algo más"). Asimismo, si tiene eventos que quiera promocionar (presentaciones de libros, jornadas, talleres, etc), estamos a su disposición. El acceso es gratuito, sólo tiene que enviarnos la información al mail presente.
Por último, si juzga pertinente que mi sitio es relevante para estar vinculado al suyo, puede agregarlo como link, o pedirme que le envíe mi gadget.
Saludos
JB
http://gardelbsas.blogspot.com
http://gardelcantordetango.blogspot.com
Héctor: recibe un gran abrazo de Casa Azul, un centro de investigciones poéticas de Valparaíso, Chile. Estuve viendo tu revista y me parece un aporte para nuestro grupo y pienso que podemos hacer un trabajo en conjunto, sobre todo porque tenemos distintas apuestas editoriales, como por ejemplo nosotros no trabajamos con consagrados y menos con el análisis de sus textos, nos parece imperante publicar y comentar a productores de ahora. Pero los productores de ahora necesitan leer a los de antes, así que vamos haciendo un diálogo entre revistas que será enriquecedor para todos.
ResponderEliminarAbrazos.
karina
www.grupocasaazul.blogspot.com
www.revistabotelladelnaufrago.blogspot.com
haaaaaaa
ResponderEliminar