REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 2 — Octubre de 2010 — Año I
Sumario:
Literatura
• “El nuevo abogado” de Franz
Kafka. Cuento y análisis.
• “El corazón delator” de Edgar
Allan Poe. Cuento y análisis.
• “La mano izquierda de la
oscuridad” de Ursula K. Le Guin. Pequeña reseña.
Y algo más…
• Un pequeño insecto casi
olvidado por la Real
Academia.
• ¿A alguien le importa la
libertad de expresión?
EL NUEVO ABOGADO [1]
Franz
Kafka ©
Tenemos
un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. Poco hay en su aspecto que recuerde la
época en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia. Sin embargo,
quien está al tanto de esa circunstancia, algo nota. Y hace poco pude ver en la
entrada a un simple ordenanza que lo contemplaba con admiración, con la mirada
profesional del aficionado a las carreras de caballos, mientras el doctor
Bucéfalo, alzando gallardamente los muslos y haciendo resonar el mármol con sus
pasos, ascendía escalón por escalón la escalinata.
En
general, la Magistratura
aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa perspicacia dicen que dada la
organización actual de la sociedad, Bucéfalo se encuentra en una posición un
tanto difícil y que en consecuencia y considerando además su importancia dentro
de la historia universal, merece por lo menos ser recibido. Hoy —nadie podrá
negarlo— no hay ningún Alejandro Magno. Hay muchos que saben matar, tampoco
escasea la pericia necesaria para asesinar a un amigo de un lanzazo a través de
la mesa del festín; y para muchos Macedonia es demasiado reducida y maldicen en
consecuencia a Filipo, el padre; pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Aún en sus días
las puertas de la India
estaban fuera de todo alcance, aunque su camino fue señalado por la espada del
rey. Hoy dichas puertas están en otra parte, más lejos, más alto; nadie muestra
el camino; muchos llevan espadas, pero solo para blandirlas, y la mirada que
las sigue solo consigue confundirse.
Por
eso, quizás, lo mejor sea hacer lo que Bucéfalo ha hecho, sumergirse en la
lectura de libros de derecho. Libre, sin que los muslos del jinete opriman sus
flancos, a la tranquila luz de la lámpara, lejos del estruendo de las batallas
de Alejandro, lee y relee las páginas de nuestros antiguos textos.
ANÁLISIS DE “EL NUEVO ABOGADO” DE KAFKA
Héctor
Zabala ©
La
obra —entiendo— es de una ironía cruda, que parte de una idea descabellada pero
genial: Bucéfalo, sin Alejandro Magno ni otro caudillo militar que esté a su
altura, carece de un empleo digno de sus méritos y solo le queda leer y releer
libros de derecho.
Es
decir, un caballo de guerra —reencarnado en un hombre moderno— no tiene otra
opción que moderar su espíritu belicoso y ocupar su tiempo en un burocrático
empleo de oficina. Y paradójicamente, los máximos responsables judiciales lo
aceptan, no por su idoneidad en la interpretación y manejo de las leyes sino
porque entienden que merece una oportunidad de progreso por haber sido un
factor castrense fundamental en la historia humana.
El
cinismo que encierra esto es notable: quien ayer fuera famoso por coadyuvar a
imponer la fuerza bruta en todo el mundo, hoy termina como un ignoto leguleyo
dedicado a la aplicación civilizada del derecho.
Por
supuesto, el narrador no nos dice expresamente que el doctor Bucéfalo sea la
reencarnación de su tocayo, pero es obvio que lo sugiere al aseverar que
ciertas actitudes y algunos detalles de su cuerpo delatan ese origen a un ojo
experto en caballos.
Hay
quienes llegan a ver esta narración como autorreferencial, pues Kafka en su
vida hacía algo equivalente: trabajaba como asesor legal en seguros [2],
cosa que suponía un freno mal aceptado por él mismo a su hiperactividad
literaria (que recordaría a la de un caballo desbocado) y que constituía su
verdadera pasión y razón de ser.
Pero
más allá de este detalle anecdótico, el narrador incluye en este cuento varios
hechos o alegorías de la vida del rey y general macedonio:
•
“…para muchos Macedonia es demasiado reducida y maldicen en consecuencia a
Filipo, el padre…” Esto debe tomarse como una alegoría. Macedonia representa
aquí a los estados europeos que se disputaban la hegemonía en tiempos de Kafka,
pero que eran incompetentes para sojuzgarse unos a otros de manera categórica y
definitiva. Esta maldición a Filipo sería por envidia; envidia de no poder
realizar las grandes conquistas de aquel rey [3] o la de anteriores
reyes europeos. Frente a lo hecho por Filipo, los logros fronterizos de los
monarcas de fines del siglo XIX resultaban de una mezquindad patética.
•
“…tampoco escasea la pericia necesaria para asesinar a un amigo de un lanzazo a
través de la mesa del festín”. Estando ambos ya muy borrachos, Alejandro Magno
mató de esta forma en Samarcanda a su amigo Clito, apodado el Negro, en el año
328 a JC, si bien después se lo recriminaría a sí mismo hasta el punto de
intentar suicidarse. La discusión nació cuando Clito le achacó que Filipo de
Macedonia, padre de Alejandro, había sido mejor rey y general. [4]
•
“Aún en sus días las puertas de la
India estaban fuera de todo alcance…” En efecto, después de
una campaña relámpago de ocho años en la que conquista los territorios de Asia
Menor, Siria, Egipto, Mesopotamia, Persia y parte del Asia central, Alejandro
logra invadir el valle del Indo derrotando a varias tribus locales y finalmente
al rey Poro en 326 a. JC. Pero luego de esa última batalla del río Hidaspes, se
ve obligado a replegarse y a evacuar la India por la fuerte posición de nuevos enemigos
allende el Ganges y la rebelión de su propia tropa, desesperada al verse día a
día más y más lejos de sus bases.
•
El narrador descubre también cierta confusión, contradicción y hasta
fanfarronería en los reyes europeos de su tiempo: “Hoy dichas puertas están en
otra parte, más lejos, más alto; nadie muestra el camino…” Es obvio que usa la
alegoría de las puertas del Punjab (India) para referirse a un dominio absoluto
y casi mundial que rivalizara con el que en su tiempo tuvo Alejandro de
Macedonia, inalcanzable para cualquier líder político o militar de fines del
siglo XIX o principios del XX, por más bravucones y entorchados que aparecieran
ante la gente común (“…muchos llevan espadas, pero solo para blandirlas…”).
Si
bien fue publicado años más tarde como parte del libro Un médico rural [5],
este cuento fue escrito en el invierno europeo de 1916-1917, es decir en plena
Primera Guerra Mundial, y no cabe duda la alusión a esta calamidad bélica
cuando, otra vez en tono sarcástico, Kafka nos dice “[hoy]… hay muchos que
saben matar…”
[1] En alemán Der
neue Advokat.
[2] Kafka se doctoró en derecho en 1906, pero tuvo
siempre la idea de alejarse de Praga, de sus padres y de toda obligación que le
limitara escribir. Hay varias cartas que lo afirman. Una de 1912 quizá nos
sirva de resumen: “Praga no me suelta. Es una madrecita con garras”. En 1907
fue contratado por la compañía Assicurazioni Generali y en agosto de 1908
ingresará en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de
Bohemia, puesto en el que permanecerá hasta su jubilación anticipada en 1922.
Dos años más tarde moriría de tuberculosis pulmonar.
[3] Si bien Alejandro Magno fue quien conquistó Asia, su
padre Filipo II había sido quien organizara al ejército macedónico para ese
fin, proyectara el plan general de campaña y sometiera entretanto las
importantes ciudades de Grecia central y meridional (Atenas, Esparta, etc.).
Estos preparativos echaron los fundamentos para las futuras campañas de su
hijo, cosa que sabía todo el mundo. De ahí que este legado de Filipo implicó un
tormento para la autoestima y prestigio de Alejandro, quien a menudo renegaba
de la memoria de su padre.
[4] La hostilidad de Alejandro Magno hacia su padre fue
proverbial. Ningún macedonio desconocía la anécdota del banquete de bodas de
Filipo II con Eurídice, sobrina del general Átalo, en el que se había bebido
demasiado, como siempre: ante una insinuación que ponía en peligro su herencia
al trono, Alejandro le había tirado una copa por la cabeza a Átalo, insulto que
Filipo intentó reprimir con espada en mano. Pero cuando el rey pierde pie y cae
al suelo por la borrachera, la cáustica respuesta de Alejandro no se hizo
esperar: “Miren [señalando a su padre], quiere ir de Europa al Asia y ni
siquiera es capaz de pasar de una mesa a la otra”.
Quizá
sea casualidad, pero esta lucha padre-hijo (por momentos soterrada, por
momentos abierta), se reeditaría también en la familia de Kafka. Se sabe que
Franz Kafka tuvo una relación bastante tormentosa con su padre Hermann, un
exitoso comerciante de Praga pero al parecer bastante despótico con su familia
(leer Carta al padre). También es conocida la desaprobación del padre hacia su
actividad literaria, por considerarla una pérdida de tiempo.
[5] En alemán Ein
Landarzt.
FRANZ KAFKA
Franz Kafka |
Nació en Praga, capital de Checoeslovaquia (por entonces parte del
Imperio Austrohúngaro), el 3 de julio de 1883. Era el primogénito de Hermann
Kafka y Julia Lowy. De sus cinco hermanos solo llegaron a adultos tres mujeres:
Elli, Ottla y Valli. La familia, respetuosa en parte de las tradiciones
judaicas, trajinó siempre entre el carácter sumiso, sacrificado de la madre, y
el irascible, despótico, del padre. Si bien hablaban checo tanto con la
servidumbre como con los clientes del padre, los chicos estudiaron en escuelas
alemanas, de acuerdo con la moda de la burguesía de la ciudad.
Tan
temprano como en 1900, Franz Kafka comenzó a leer a Nietzsche. Poco más tarde
cursó en la Universidad
de Praga, donde después de una corta carrera en química cambiaría por derecho y
se graduaría de doctor en leyes en 1906. Por entonces trabajó en una compañía
de seguros pero no ejerció como abogado.
Mucho
de lo escrito por aquellos años lamentablemente se ha perdido, incluso la
novela El niño y la ciudad [1],
de 1903. Algunos textos sobrevivientes de esa época serían volcados por su
amigo Max Brod en Descripción de una
lucha [2], con posterioridad a la muerte del escritor,
intercalando los cuentos Conversación con
el suplicante [3] y Conversación
con el ebrio [4], que habían sido publicados en 1909 en
Hyperion, revista dirigida por Franz Blei. También son de ese tiempo Preparativos para una boda en el campo [5]
(1907/08), Los aeroplanos de Brescia [6]
(1909) así como varias cartas. La correspondencia de Kafka es muy importante
para su estudio como escritor pues a menudo vuelca detalles de sus trabajos,
planes literarios, inquietudes intelectuales, críticas, etc. que ayudan mucho a
comprenderlo y a fechar muchas de las obras con suma exactitud. Alrededor de
1909 inició su diario íntimo que, como las cartas, también son de gran valor
para los especialistas.
La
mala relación con el padre (que se verifica con claridad en Carta al padre), los tormentosos y
ciclotímicos romances y las alternativas de la tisis quizá influyeron bastante
en el carácter y profundidad de sus textos, más allá de su indudable talento
como narrador. El diario íntimo y las cartas parecen corroborarlo.
En
1912 conoció a Felice Bauer (hay una nutrida correspondencia entre ambos),
joven berlinesa con la que llegó a comprometerse. En 1917, Kafka rompió
definitivamente el compromiso, al parecer después de que le diagnosticaran
tuberculosis pulmonar. Durante esos años escribió La condena [7] (1912), La metamorfosis [8] (o quizá mejor, La transformación, 1912), Contemplación
[9] (o Meditación, 1912) y
América [10] (1911/14),
para citar lo más celebrado de ese período.
Con
posterioridad a su primera ruptura con Felice, compuso El proceso [11] (1914/15), En la colonia penitenciaria [12] (1914), El maestro de pueblo [13] (o El topo gigante, según Max Brod, 1914/15),
Blumfeld, un solterón [14]
(1915) y Un médico rural [15]
(1916).
Más
tarde escribiría sus Aforismos [16]
(1917/20), La construcción de la Muralla China [17]
(1917), Carta al padre [18]
(1919) y Un artista del hambre [19]
(1921/22). Por esos años comenzó a noviar con Julia Whryzeck, hija de un
cuidador de sinagoga, pero el compromiso formalizado en 1919 acabaría al poco
tiempo.
Sin
embargo, la tisis no pareció quitarle ímpetus amorosos porque poco después
sostuvo una relación con la periodista Milena Jesenska-Polak (hay varias cartas
que lo prueban), mujer casada que por negarse a abandonar al marido perdería
también su condición de amante en 1921.
Ya
bastante enfermo, intentó recuperarse en la región del mar Báltico, donde
intima con Dora Dymant, joven judía que lo acompañará hasta la muerte. En sus
últimos años escribe El castillo [20]
(1922), Una mujercita [21]
(o Una mujer pequeña, 1923) y Josefina la cantora, o el pueblo de los
ratones [22] (1924), que se considera su última obra. También da
conferencias pese a su estado de salud.
El
avance de la tisis [23] lo obliga a internarse en reiteradas
oportunidades hasta que finalmente la enfermedad acabará con su vida en una
clínica de Viena el 3 de junio de 1924. La fiel Dora está a su lado.
Después
su amigo Max Brod, contradiciendo los deseos de Kafka de destruir toda su obra,
se dedicaría a recopilar los numerosos textos desperdigados e incluso a
intercalarlos o entretejerlos para su publicación post mórtem.
El
reconocimiento como escritor de gran mérito comienza unos años después de su
muerte y continúa hasta hoy. Últimamente varios especialistas y universidades
están interesados en reunir todos los papeles y textos del escritor que se
hubieran salvado de la
Gestapo.
Títulos
en el idioma original (alemán) y notas aclaratorias:
[1] Das Kind und die Stadt. [2] Beschreibung
eines Kampfes. [3] Gespräch mit dem Beter. [4] Gespräch
mit dem Betrunkenen. [5] Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande. [6]
Die Aeroplane in Brescia; publicado también en 1909. [7] Das Urteil;
publicado en 1913. [8] Die Verwandlung; publicado en 1915. [9]
Betrachtung; publicado en 1912/13. [10] Amerika; publicado post
mórtem en 1927. [11] Der Prozess; publicado post mórtem (1925). [12]
In der Strafkolonie; publicado en 1919. [13] Der Dorfschullehrer
(Der Riesenmaulwurf, Max Brod). [14] Blumfeld, ein älterer
Junggeselle. [15] Ein Landarzt;publicado en 1919. [16] Aphorismen.
[17] Beim Bau der Chinesischen Mauer. [18] Brief an den
Vater. [19] Ein Hungerkünstler; publicado post mórtem en 1924. [20]
Das Schloss; publicado post mórtem en 1926. [21] Eine kleine Frau. [22]
Josephine, die Sängerin, oder das Volk der Mäuse. [23] En aquella
época la tisis era casi siempre letal. El primer antibiótico fue descubierto
por Alexander Fleming en 1928, pero utilizado masivamente recién en la II Guerra Mundial
(1939-1945).
EL CORAZÓN DELATOR [1]
Edgar
Allan Poe ©
¡Es
cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero
por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis
sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de
todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí
en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con
cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me
es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez;
pero, una vez que la concebí, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún
propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había
hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que
fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo
celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la
sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al
viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten
atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En
cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad
procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la
obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas
las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la
abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante
grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada,
completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba
la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la
cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el
sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza
por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un
loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza
completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan
cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las
bisagras), la iba abriendo lo justo para que un solo rayo de luz cayera sobre
el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a
las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible
cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo.
Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y
le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y
preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber
sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las
doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al
llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la
puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi
mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis
facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo.
¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera
soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante
esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama,
como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no.
Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente
las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible
distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había
ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló
en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
—¿Quién
está ahí?
Permanecí
inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y
en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado,
escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba
en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí
de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No
expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo
del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas
noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi
pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito
que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve
lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado
despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado
de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No
es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola
vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo
era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose
furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra
imperceptible era la que lo movía a sentir —aunque no podía verla ni oírla—, a
sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después
de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a
acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así
lo hice —no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso
cuidado—, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó
de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba
abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba.
Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me
helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del
viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz
exactamente hacia el punto maldito.
¿No
les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es solo una excesiva
agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado
y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido
también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi
furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero,
incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la
linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza
posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón
iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a
momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más
fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo
soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un
resonar tan extraño como aquel me llenó de un horror incontrolable. Sin
embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el
latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba
a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar
aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del
todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez...
nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle
encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había
resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un
sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a
través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté
el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé
la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor
latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si
ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las
astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba,
mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo
descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté
luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco.
Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano —ni
siquiera el suyo— hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada
que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado
precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando
hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro
como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora,
golpearon a la puerta de calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué
podía temer ahora?
Hallé
a tres caballeros, que se presentaron muy afablemente como oficiales de
policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se
sospechaba la posibilidad de algún delito. Al recibir este informe en el puesto
de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el
lugar.
Sonreí,
pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué
que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el
viejo se había ido al campo. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los
invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos
a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa
se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la
habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga,
mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en
el punto exacto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los
oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi
parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes,
mientras yo les contestaba con animación. Mas al cabo de un rato, empecé a
notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía
percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y
charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más
intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba
lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta
de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin
duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y
levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo?
Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un
reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin
embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con
vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre
insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el
sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a
grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran;
pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé
espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual
me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido
sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más
alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era
posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban!
¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo
pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier
cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus
sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra
vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
—¡Basta
ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos
tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!
[1] En ingles: The
Tell-Tale Heart. Fue editado por primera vez en la publicación literaria
bostoniana The Pioneer, en enero de 1843, de su amigo James Russell Lowell, y
reeditado con algún cambio el 23 de agosto de 1845 en el Broadway Journal, del
propio Poe.
En
una de sus versiones aparece este epígrafe: El arte es largo, y el tiempo,
fugaz, / y nuestros corazones, aunque fuertes y valientes, / sin embargo, al
igual que tambores sordos, están luchando / marchas fúnebres a la tumba.
Longfellow.
ANÁLISIS DE “EL CORAZÓN DELATOR” DE POE
Héctor
Zabala ©
Todo
el cuento es una confesión. No sabemos si a un juez, a un psiquiatra o a un
sacerdote. También podría ser a un carcelero o a un compañero de celda, pero no
hay indicios que nos ayuden. Incluso, aunque en la traducción se optó por el
pronombre plural, tampoco sabemos si el asesino se dirige a varias personas o a
una sola, dado que en inglés el pronombre you no diferencia entre usted y
ustedes o entre tú y vosotros. Quizá lo más lógico sería pensar que el asesino
confiesa ante un tribunal o frente a un grupo de psiquiatras, pero no podemos
estar seguros.
Ya
desde el inicio de la obra, el hombre dice “¡Es cierto!” y esto puede tomarse
como un adelanto inconsciente de una confesión plena. Pero lo curioso es que no
tiene empacho en confesar detalladamente su crimen en tanto no lo tomen por
loco.
Según
el propio asesino, lo que más le molestaba de la víctima era uno de sus ojos y
ese sería el motivo del crimen. Obviamente, se trata de un loco obsesivo cuyo
trauma psiquiátrico llega a tal grado que termina oyendo los latidos del
corazón del muerto.
El
cuento constituye una obra maestra de la literatura y no deja de ser admirable
la constante tensión y crescendo desde el inicio hasta el final.
INDICIOS
DE QUE EL ASESINO ES UN LOCO
1)
El narrador utiliza indicios inversos. El asesino niega su locura durante todo
el relato. Para avalar esto, intenta demostrar que es inteligente, sagaz, y
hasta hace hincapié en la prolijidad puesta en el mismo asesinato. Según el
criminal, alguien capaz de ser tan detallista para matar nunca podría estar
loco (“…los locos no saben nada”, dice). Por supuesto, parte de una falacia,
pues un loco no es un tonto ni alguien que no pueda razonar en absoluto. Por
ende, cabe la posibilidad de que algunos tipos de demencia permitan razonar e,
incluso, razonar con bastante lógica ante situaciones determinadas.
2)
También se utilizan indicios directos: el asesino se confiesa nervioso en
extremo, hipersensible, de sentidos agudizados, etc., todas características de
alguien posiblemente alienado.
3)
Se da mucho énfasis a la cabeza del criminal. De hecho el propio asesino se
refiere a su propia cabeza en ocho oportunidades, en tanto que apenas si se
acuerda de nombrar la de la víctima. Por ejemplo, cuando dice “…aquella idea me
entró en la cabeza”, “…pasaba la cabeza“, etc. Incluso, pone un excesivo acento
en los pormenores que lo llevaron a poder introducir su cabeza dentro del
cuarto en que dormía la víctima.
4)
Su relato denota obsesión: “…aquella idea… una vez que la concebí, me acosó
noche y día”, o bien “…me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel
ojo para siempre”.
5)
El motivo del crimen (le molestaba el ojo de buitre de la víctima) no sería
atendible como causa lógica en una persona cuerda. El propio criminal se
encarga de decir que no estaba colérico contra la víctima sino solamente contra
uno de los ojos. Y de hecho durante siete días entra subrepticiamente en la
habitación del viejo con una linterna sorda, pero no lo mata porque
invariablemente encuentra ese ojo siempre cerrado. Solo lo hace al octavo día,
cuando por fin logra ver el odioso ojo tras la ayuda de un fino rayo de luz de
la linterna.
6)
“Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con
violentas gesticulaciones…”: esta es una actitud característica en un alienado.
INDICIOS
DE QUE EL CORAZÓN DEL VIEJO SERÁ DECISIVO
1)
El narrador nos va avisando que habrá un sonido que será determinante en la
solución de la historia. “Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que
puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno”. Estas
frases del primer párrafo pueden tomarse de dos maneras: por un lado, se apunta
a que el hombre está muy alterado, probablemente loco. Pero por otra parte, la
palabra infierno, además de la referencia al lugar donde irían las almas malas,
también significa inferior; es decir se sugiere que algo quedará oculto (en
este caso, la víctima y su corazón) bajo tierra o debajo del piso. Esto se
compadece con una frase posterior (como a mitad del relato): “…el infernal
latir del corazón iba en aumento”.
2)
También se pone un indicio inverso: “…una linterna sorda”. Si bien en principio
la palabra sorda se usa para caracterizar a linternas con dispositivos
especiales que regulan la emisión de luz, no se puede soslayar que dicha
palabra resalta en oposición a sonido.
3)
Antes de cometer el crimen escucha (o cree escuchar) un resonar apagado y
presuroso, como un reloj envuelto en algodón, que eran los latidos del corazón
del viejo. Esta metáfora se repite después, casi al final del relato.
4)
El asesino nombra ocho veces la palabra corazón; de las cuales, siete se
refieren al corazón del viejo y una sola al propio. Pero lo más interesante es
que después del asesinato del viejo, se sigue refiriendo al sonido pero
obviando la palabra corazón. Solo al cerrar el cuento vuelve a nombrar dicha
palabra. Este es un claro indicio de que no se trataba de un sonido real
proveniente del corazón muerto (tampoco lo oían los policías) y solo era pura
imaginación del homicida. ¿Acaso complejo de culpa? ¿Un efecto más de su propia
locura?
5)
También se habla de un eco en relación al pecho del propio asesino, lo que
podría ser otra referencia indirecta al corazón que supuestamente habría de
latir.
CULMINACIÓN
DE LA HISTORIA
Llegados
los policías, el asesino empieza a sentir un zumbido en la cabeza, cada vez más
intenso. Y relata, ahora como una simple descripción de los hechos, el
cumplimientos de los adelantos o indicios que se fueron marcando desde el
comienzo del cuento: efectivamente, un resonar apagado y presuroso, un sonido
como el de un reloj envuelto en algodón, etc. Estos sonidos, aunque es obvio
que solo estaban en su cabeza, los vive como reales y los supone creciendo
continuamente. Al fin sus nervios colapsan y confiesa el delito.
OTROS
DETALLES
También
hay varias referencias a la muerte o a lo negro, que si bien no parecen
necesarias como indicios (ya que el asesino nunca niega su delito), al menos
ayudan a crear un clima de terror, otra de las características de la narrativa
de Poe.
EDGAR ALLAN POE
Edgar Allan Poe |
(Boston,
19/1/1809 — Baltimore, 7/10/1849, Estados Unidos). Periodista, poeta, narrador
y ensayista, está considerado como uno de los creadores del cuento moderno.
Cuentos:
Metzengerstein, 1832; Manuscrito hallado en una botella (MS.
Found in a Bottle), 1833; El Rey Peste
(King Pest), 1835; Berenice, 1835; Ligeia, 1838; La caída de la Casa
Usher (The Fall of the House of Usher), 1839; El hombre de la multitud (The Man of the
Crowd), 1840; Un descenso al Maelström
(A Descent into the Maelström), 1841; Los
crímenes de la calle Morgue (The Murders in the Rue Morgue), 1841; La máscara de la Muerte Roja (The
Masque of the Red Death), 1842; El pozo y
el péndulo (The Pit and the Pendulum), 1842; El retrato oval (The Oval Portrait), 1842; El escarabajo de oro (The Gold Bug), 1843; El misterio de Marie Rogêt (The Mystery of Marie Roget), 1843; El gato negro (The Black Cat), 1843; El corazón delator (The Tell-Tale
Heart), 1843; La caja oblonga (The
Oblong Box), 1844; La carta robada
(The Purloined Letter), 1844; El entierro
prematuro (The Premature Burial), 1844; El
demonio de la perversidad (The Imp of the Perverse), 1845; La verdad sobre el caso del señor Valdemar
(The Facts in the Case of M. Valdemar), 1845; El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether (The system of Dr.
Tarr and Prof. Fether) 1845; El tonel de
amontillado (The Cask of Amontillado), 1846; Hop-Frog, 1849.
Poesía:
Tamerlane, 1827; A... (To…), 1827; Sueños
(Dreams), 1827; Espíritus de los muertos
(Spirit of the Dead), 1827; Estrella del
anochecer (Evening Star), 1827; Un
sueño (A Dream), 1827; El día más
feliz, la hora más feliz (The Happiest Day, The Happiest Hour), 1827; El lago: A... (The Lake: To...), 1827; Al Aaraaf, 1829; Soneto a la ciencia (Sonnet To Science), 1829; Solo (Alone), 1829; A Elena
(To Helen), 1831; La ciudad en el mar
(The City in the Sea), 1831; La durmiente
(The Sleeper), 1831; El valle de la
inquietud (The Valley of Unrest), 1831; Israfel,
1831; El Coliseo (The Coliseum),
1833; A alguien en el paraíso (To
Someone in Paradise), 1834; Himno
(Hymn), 1835; Soneto a Zante (Sonnet
to Zante), 1837; Balada nupcial a...
(Bridal Ballad to...), 1837; El palacio
encantado (The Haunted Palace), 1839; Soneto del silencio (Sonnet-Silence),
1840; Leonora (Lenore), 1843; Tierra de
sueños (Dream Land), 1844; El cuervo
(The Raven), 1845; Eulalie, una canción
(Eulalie, A Song), 1845; Ulalume,
1847; Un sueño en un sueño (A Dream
Within a Dream), 1849; Annabel Lee,
1849; Las campanas (The Bells), 1849;
A mi madre (To My Mother), 1849.
Novela:
La narración de Arthur Gordon Pym,
1838.
Ensayo
y crítica: Filosofía de la composición
(The Philosophy of Composition), 1846; El
principio poético (The Poetic Principle), 1848; Eureka, 1848; Charles Dickens;
Longfellow; Hawthorne; Criptografía; Arabia pétrea; Marginalia, 1844-49.
Héctor
Zabala ©
Esta
obra pertenece al ciclo Hainish o Ecumen de la autora, todas novelas
independientes entre sí y cuyo único punto de contacto es el universo de
ciencia ficción en que están ambientadas. Este universo lo constituye el
Ecumen, una asociación de planetas con base central en Hain, que trata de
establecer contactos y alianzas con los mundos que todavía están fuera de la
unión. No se trata de un imperio militar o político sino más bien de una liga
cultural, económica y social para beneficio de todos los humanos repartidos
entre los distintos planetas-miembro.
Aquí,
se trata de la historia, presentada en algunos capítulos con un introito a
manera de título de informe, del enviado Genly Ay a un planeta en particular,
Gueden (Invierno). Este enviado debe convencer a una determinada nación de ese
mundo, Karhide (país en competencia con el vecino Orgoreyn), para que acepte
ser parte del Ecumen.
Se
dan muchas vicisitudes, en las que intervienen personas de ambos países que
entran en contacto con el enviado. Algunos le creen y están de su parte, otros
lo consideran un fraude y hasta no faltan quienes están decididamente en
contra. Los motivos para estas diferentes posturas son múltiples y variados, y
en todos los casos se deben a cuestiones políticas.
Un
detalle importante es la rareza biológica de los habitantes de Gueden que, si
bien son humanos, no tienen un sexo definido y permanente sino que sufren una
suerte de transformación de corto tiempo hacia lo femenino o masculino en
ciclos mensuales. Este detalle y otros como el sifgredor de los nativos (algo
así como un acentuado sentido de la autoestima) o las bajísimas temperaturas,
hacen difícil la misión, no obstante haber sido al principio recibido y alojado
relativamente bien.
Una
historia muy bien narrada, especie de alegato contra el racismo, el sexismo, la
xenofobia y demás ideologías (incluyendo el imperialismo) que tengan por
fundamento las diferencias irracionales entre los humanos y los pueblos. Sin
embargo, se trata de un alegato que ni se nota. Un alegato en el que Ursula Le
Guin hace un alarde de buena literatura, sin caer jamás en el discurso o
diatriba simple y facilista.
Después
de leer esta novela, las preguntas surgen por sí solas: ¿es posible un mundo
sin guerras?, ¿es posible un mundo de humanos que se vean simplemente como
tales, sin connotaciones clasistas, sexistas, religiosas, ni xenófobas?, ¿es
posible un mundo sin fronteras, pero también sin la opresión de un imperio que
las haya eliminado?, ¿es posible la abnegación absoluta de un ser humano por su
semejante? En síntesis, un libro profundo, en el que la ciencia ficción es
apenas una herramienta, un pretexto.
Quizá
convendría hacer dos críticas. Un capítulo (uno solo) que se hace un tanto largo y la falta de un mapa, al estilo de la Tierra Media de John
Ronald Tolkien en El Señor de los anillos
[2]. En fin, en el primer caso tal vez sea solo mi impresión y, en
el segundo, un ardid de la narradora para darnos la posibilidad de dibujarlo
nosotros mismos.
[1] The Left Hand of Darkness, 1969.
[2] The Lord of the Rings, 1965.
URSULA KROEBER LE GUIN
(Berkeley, California, Estados Unidos, 21/10/1929), siendo Le Guin su nombre de casada.
(Berkeley, California, Estados Unidos, 21/10/1929), siendo Le Guin su nombre de casada.
Ha
incursionado en diversos géneros (poesía, infantil, ensayos) pero en los que
más se ha destacado es en el fantástico y en especial en el de ciencia-ficción.
Graduada en la
Escuela Radcliffe de la Universidad de Harvard
y galardonada con varios premios Hugo y Nébula, ha traducido al inglés diversas
obras escritas en francés, castellano y chino.
Entre
sus obras, se destacan:
Novelas del ciclo Ecumen (ciencia-ficción): El mundo de Rocannon, 1966; Planeta
de exilio, 1966; La ciudad de las
ilusiones, 1967; La mano izquierda de
la oscuridad, 1969 [1] [2]; El
nombre del mundo es Bosque, 1972; Los
desposeídos: una utopía ambigua, 1974. Historias cortas del ciclo,
agrupadas y publicadas como Cuatro
caminos hacia el perdón (1995): Traiciones,
1994, El Día del Perdón, 1994; Un hombre del pueblo, 1995; La liberación de una mujer, 1995.
Novelas
de la serie Terramar (género
fantástico): Un mago de Terramar,
1968; Las tumbas de Atuan, 1971; La costa más lejana, 1972 [3];
Tehanu, 1990 [2]; En el otro viento, 2001. Historias
cortas del ciclo: Las doce moradas del
viento, 2001; Cuentos de Terramar
[4].
[1] Premio Hugo.
[2] Premio Nébula.
[3] Premio Nacional Book Award.
[4] Premio Endeavour.
UN PEQUEÑO INSECTO CASI OLVIDADO POR LA REAL ACADEMIA
Héctor
Zabala ©
En el Diccionario de la Real Academia Española, figura la palabra
mariquita con varias acepciones. La que nos interesa para este artículo es la
que se refiere a la primera acepción:
1.f.
Insecto coleóptero del suborden de los Trímeros, de cuerpo semiesférico, de
unos siete milímetros de largo, con antenas engrosadas hacia la punta, cabeza
pequeña, alas membranosas muy desarrolladas y patas muy cortas. Es negruzco por
debajo y encarnado brillante por encima, con varios puntos negros en los
élitros y en el dorso del metatórax. El insecto adulto y su larva se alimentan
de pulgones, por lo cual son útiles al agricultor. [1]
EN
ESTA DEFINICIÓN DEL DICCIONARIO HAY DOS INEXACTITUDES.
1º)
En principio, ya casi ningún biólogo utiliza la palabra Trímeros para referirse
a este suborden de coleópteros. Hoy por hoy, el suborden en el que se clasifica
a la mariquita es el de Polyphaga y dentro de este en la familia Coccinellidae.
La nomenclatura de Coccinellidae parece no haber variado nunca, por lo que
quizá sería conveniente citar la familia en lugar del suborden.
2º)
Este insecto tampoco es siempre encarnado (rojo). Hay algunas variantes (porque
se trata de toda una familia zoológica —Coccinellidae— con unas 5.000 especies
clasificadas) que presentan otros colores de fondo en sus élitros o alas duras:
amarillos o anaranjados con puntos negros, hasta negros con puntos rojos o
anaranjados, verdes y negros, etc. [2]
En
todo caso, el párrafo debería decir: ...negruzco por debajo y generalmente
encarnado brillante por encima...
Y
por si a alguien le quedan dudas de si hay especies con élitros no rojos, vayan
como pruebas estas fotos bien significativas:
Incluso
la mariquita de dos puntos (Adalia bipunctata) que, en principio sería roja
como define el Diccionario de la
RAE , también tiene variantes melánicas como muestra la figura
de abajo a la derecha y no se trata de las únicas variaciones que puede presentar.
POSIBLE
ORIGEN DEL NOMBRE.
Hay
quienes piensan que el nombre de mariquita tenga relación con la Virgen y que hace siglos se
haya querido significar algo así como bichito de María. Y es posible que estén
acertados. Esta hipótesis explicaría de paso los sinónimos de bichito o bicho
de San José que le damos en la
Argentina , ya que al haber sido José el marido de la Virgen , sería coherente que
el pueblo lo relacionara también con ese santo. Por otra parte, lo anterior
estaría de acuerdo con el nombre que le dan en Inglaterra, ladybug, que bien
podría traducirse como “bicho de la
Señora ”, en obvia referencia a la Virgen.
OMISIONES
DE SINÓNIMOS REGIONALES EN EL DICCIONARIO DE LA RAE.
A
este insecto también se lo conoce por otros nombres en diversos países de habla
hispana. El mismo Diccionario de la
RAE recoge los siguientes para esta familia de coleópteros:
cochinilla de San Antón, cochinito de San Antón y vaca de San Antón [3],
que obviamente son de uso común en España.
Pero,
en cambio, el Diccionario no ha registrado los siguientes nombres de la
mariquita: en Argentina se la llama vaquita de San Antonio y bichito de San
José o bicho de San José; en Chile, chinita; en México, catarina; en Uruguay,
sanantonio; en las Islas Canarias, sarantontón; en Galicia, marusiña; etc.
No
estaría mal que la RAE
los incorpore al Diccionario, con las aclaraciones nacionales o regionales en
cada caso.
[1] El otro insecto, también llamado mariquita en España,
no es un coleóptero y corresponde a la segunda acepción del Diccionario de la RAE (2. f. Insecto hemíptero,
sin alas membranosas, etc.). Al no ser coleópteros carecen de élitros, alas
duras. En la Argentina
se los conoce como chinches de jardín. En general son mucho más grandes y con
tendencia a la forma pentagonal o hexagonal.
[2] El Diccionario Enciclopédico Abreviado (Madrid,
Espasa-Calpe) ya decía en 1957 que la mariquita “...en la especie más común del
género Coccinella tiene los élitros rojos...”, dando a entender que había otros
géneros o especies de mariquitas que no eran de ese color. La Enciclopedia de
Ciencias Naturales (Barcelona, Editorial Bruguera, 1979) también habla de
varios colores para sus élitros, según la especie, y también hace lo mismo la Wikipedia (ver
Coccinellidae).
[3] Estas referencias en algunas regiones de España a San
Antón para la simpática vaquita de San Antonio y los símbolos de la tao o cruz
de San Antón (figura equivalente a una T, o mejor dicho a la tau griega
mayúscula) en la “chinche” descripta en la acepción 2 del Diccionario de la RAE , quizá haya contribuido a
que ambos insectos terminaran llamándose de igual forma por el pueblo, aunque
no estén biológicamente emparentados ni puedan ser confundidos por su forma.
¿A ALGUIEN LE IMPORTA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN?
Héctor
Zabala ©
Y
AL PRINCIPIO FUE EL VERBO…
Los
seres humanos aprendemos a hablar poco después de dejar el chupete. Comenzamos
balbuceando cosas irreconocibles, salvo para nuestros padres, quienes, babero
mediante y gran alegría —la más de las veces no justificada por los progresos
concretos del vástago— hacen de traductores a sufridas parentelas y amistades.
Y
más allá de que esta forma incomprensible de comunicación siga siendo
patrimonio de unos pocos en la edad adulta, sobre todo de aquellos cuyas
profesiones parecen haber sido inventadas para no comprenderse, digamos que
para la pérdida definitiva de los pañales casi todo humano se hace entender mal
o bien por los demás.
Esta
facilidad del hombre para disponer de un lenguaje (no hay pueblo que no lo
tenga) debería ser la razón ingénita para sostener también el derecho de decir
(palabra más, palabra menos) lo que nos dé la gana sin que nadie se oponga. Es
decir, así como aprendemos a comer y a caminar, y no se nos coarta demasiado
tales libertades salvo por la seguridad o la salud del alimentado o caminante,
también debería ser así en lo que a expresarnos se refiere. En síntesis, la
libre expresión debería ser un derecho natural.
Sin
embargo, apenas andamos practicando con la boca los primeros vocablos que nos
llegan al oído, comienzan las limitaciones. “¡No, nene, que eso no se dice!”
“¡Niño, que aquello se dice pero no de esa manera!” Y lo aceptamos por la
conocida promesa de que en el futuro redundará en nuestro beneficio.
Entonces,
además de indicarnos que no se pronuncia vridio sino vidrio y que tampoco debe
decirse murciégalo sino murciélago (aunque ahora a la Real Academia parece
que le da igual), nuestros padres, abuelos y tíos (no importa el sexo) nos
previenen de las “malas palabras”. Por supuesto, por razones obvias nunca nos
darán una lista de las palabras que uno debe resignar, pero la frente fruncida
de los más altos ante la primera que no esté en el diccionario familiar y se
salga de la raya —es decir, de nuestra boca— valdrá por mil censuras y por,
digamos, otras mil palabras.
Tampoco
los parientes nos dirán demasiado de las buenas palabras. Es más, ni siquiera
se usa tal expresión ya que la cosa viene a resultar por definición inversa:
toda palabra permitida (es decir, buena) viene a ser toda aquella que no es
mala. Y más allá de que un agudo observador como Fontanarrosa se haya
preguntado sobre el porqué de esa clasificación tan arbitraria y si las malas
le pegaban a las otras [1], lo cierto es que uno deja de decir las
malas o, si las dice, al menos lo hará con un sentimiento de culpa y a
sabiendas de que no deben decirse, y ni hablar frente a la nona o bisabuela.
PERO
DESPUÉS FUERON LAS IDEAS…
Terminado
este cedazo previo en la niñez, ya estamos en condiciones de hacernos entender
por el mundo, o al menos eso creemos. Y aquí, si bien la cosa no es igual para
todo mortal, porque unos aprendemos más palabras y otros menos, el asunto es
que todos, en principio, tenemos el derecho de usar las palabras aprendidas en
estos primeros añitos sin más limitaciones.
Pero
aquí es donde descubrimos que no es tan así. Y no es tan así porque a
posteriori la frontera de las limitaciones se extiende a lo conveniente y lo no
conveniente, siguiendo quizá el consejo de San Pablo, “todo me es permitido
pero no todo me es acepto”. [2]
¿Y
qué es lo conveniente en cuanto a exponer ideas? Bueno, esto depende del
mandamás de turno y entiéndese por mandamás a todo aquel que tenga cierto poder
sobre la materia del habla y la escritura.
Y
aquí empieza a tallar la pregunta del título porque apenas nos metemos en este
terreno veremos que los intereses son muy distintos, dependiendo de la
institución, del momento y de las personas de que se trate.
LOS
ACTORES
Porque
acá aparecen los periodistas, siempre quejosos de la falta de libertad de expresión
en esto o aquello, salvo cuando tal libertad se usa contra ellos mismos en
casos de calumnia o injuria evidente; los gobiernos, siempre recelosos de dar
más libertad de la cuenta o por ahí de coartar todo lo que puedan; la iglesia,
que nunca fue demasiada adicta a que la gente se expresara demasiado; las
diversas organizaciones empresariales y sindicales que hacen lo suyo hacia un
lado o hacia el otro y de acuerdo a los vientos interesados y, después, allá
bien al fondo, la gente común. Este tira y afloja lleva a situaciones trágicas
y hasta cómicas, según el tiempo y el lugar.
EL
ESTADO
Hoy
en el mundo occidental hay una relativa libertad de expresión y de prensa;
libertad que no había en tiempos de la Inquisición (no importa cual de ellas) o cuando
las monarquías se entusiasmaron demasiado con aquello de su derecho divino a
gobernar y en especial con su derecho de hacerles creer ese sacro derecho a los
demás mortales.
Sin
embargo, esta libertad aumenta en tiempos de paz pero parece diluirse con los
primeros sones del clarín, y muchas veces aunque el clarín quede bien lejos. No
faltará quien me diga, Héctor, la
Historia nos demuestra que la paz es apenas un tímido
interludio entre dos guerras. Está bien. Pero por lo menos hoy por hoy en casi
todo occidente gozamos de una cierta libertad de palabra que no supusieron ni
en sueños nuestros bisabuelos y ni hablar de nuestros choznos.
En
la España de
fines del siglo XVIII y ante la inminencia (y evidencia) de que su imperio se
venía cayendo a pedazos, Carlos III un buen día se decidió a dar libertad de
opinión a todo economista de su país para que hablara y publicara lo que le
viniera en gana. Eso sí, sin salirse de las materias económicas. Vamos, hombre,
no vaya a ser que critiquen a la Santa Iglesia , a mi política o a mi real
majestad, parecería decirnos desde aquel siglo XVIII este ilustrado monarca.
Sin embargo, pese a esta suerte de semicensura, este rey iluminado no pudo
evitar que se deslizaran algunas tímidas críticas, como cuando algún desaforado
decía que un tercio de la población española por aquellos años o poco antes no
eran más que curas y frailes célibes o gente que dependía de ellos, o bien que
gran parte del problema era la excesiva piedad popular, incentivada por la
religión, que hacía que llegaran a España mendigos de toda Europa. Críticas
así, sea que se hicieran con violín o sin violín, eran inevitables porque la
economía, la política, la sociedad y la religión interactúan, dado que jamás
fueron compartimentos estancos.
Con
respecto al Estado, en el siglo XX hemos tenido que soportar casos como los del
comunismo ruso con su falta absoluta de libertad de expresión, salvo para el
diario oficial Pravda, cuyo paradójico nombre (Verdad) ya era todo un anuncio.
Es decir, al mejor estilo de las viejas inquisiciones, y más allá de que
alegaran distinto signo en otras materias, especialmente en las teológicas, los
líderes bolcheviques no hacían otra cosa que imitar a Torquemada [3]:
la verdad es una sola, la nuestra.
No
sé si el pueblo ruso sintió demasiado la censura, pues los zares tampoco habían
sido un modelo de liberalidad en este sentido. Más si recordamos que León
Tolstoi, por ejemplo, debió publicar —tras prohibición expresa— una que otra
obra en la lejana Londres, en vez de intentarlo cerca de su casa. Es cierto que
después no vinieron a buscarlo a la madrugada, como hubiera sido de rutina en
tiempos de Stalin, pero la anécdota fuerza a reconocer que la censura política
en todas las Rusias ya estaba instalada desde mucho antes del comunismo, que
paradójicamente decía haber llegado para acabar con el despotismo anterior.
En
otros casos, gobiernos como los de la Alemania nazi o la Italia fascista o la España falangista
anduvieron por ahí y en ocasiones hasta los superaron. Incluso gobiernos dictatoriales
en América Latina (¡y hubo tantos!) no le fueron muy en zaga a ninguno de esos
modelos, y en un todo de acuerdo con la bajada de línea que venía del
“democrático” norte que, como resulta obvio miraba para otro lado.
Sin
embargo, los casos más curiosos de falta de libertad de expresión surgieron en
los países donde paradójicamente se alardeaba de tener la mayor libertad de
prensa del mundo. Me refiero especialmente a Inglaterra y a los Estados Unidos.
En
Inglaterra se ejerció censura alguna vez sobre obras de Oscar Wilde (fines del
siglo XIX), sobre el libro Rebelión en la Granja de George Orwell (mediados del siglo XX) y
contra otras de varios literatos más. En general, la cosa parece acotada pero
que ocurrió, ocurrió.
En
Estados Unidos nadie puede ignorar lo que fue el maccarthismo, política de
estado que desató por los años ’50 del siglo XX una verdadera caza de brujas.
Aquí no solo fueron prohibidas determinadas obras literarias y artísticas sino
que corrieron listas negras para ciertos individuos “indeseables” al
stablishmen. En tales listas negras, cayeron decenas de periodistas, literatos,
guionistas, directores de cine y teatro, actores y demás yerbas. Alguien
alegará, en particular entre aquellos que se creen en serio que los Estados Unidos
son el arsenal de las democracias, que el senador McCarthy no mataba a nadie,
como había ocurrido bajo nazis, fascistas, franquistas o comunistas, pero,
bueno, no te mataban pero te dejaban sin trabajo. Ergo, te mataban de hambre,
con lo que el resultado viene a ser el mismo, salvo que encima más lento.
A
tal punto fue de duro el maccarthismo que aun hoy se puede reconocer cierto
resabio en algunas películas “blancas hechas para familias” del cine
norteamericano. Películas de una pacatería pastosa a la que se suma cierta
falta de credibilidad. Películas que “deben terminar bien”, esto es: los buenos
premiados y los malos castigados o muertos. Muertes que incluso pueden
extenderse como premio misericordioso a algún arrepentido, molesto pero
necesario al guion, y a fin de dejar bien en claro cómo tienen que ser las
cosas. Todo esto no deja de ser intencional. Un verdadero mensaje para cierta
gente de clase media que después sale del cine afirmando con la cabeza y muy
oronda del brazo de su respetable matrona. Y es lamentable que por inocencia o
sutil lavado de cerebro, esta gente olvide que la vida frecuentemente está muy
lejos de ser así, al menos desde épocas sumerias hasta nuestros días, y que
toda buena obra de ficción debería contener un viso de verdad.
Hoy
la Iglesia
habla a favor de la libertad de expresión y de prensa pero no fue así hasta
hace pocos siglos. Más allá de las persecuciones en que estuvo involucrado todo
hereje, sea que así lo declarasen formalmente o no, la cuestión tenía su origen
en la prohibición de la libertad de pensamiento que los papas y las jerarquías
católicas sostenían como regla básica hacia la gente en general. Lo terrible
fue que esto no se limitó al ámbito estrictamente religioso sino que al
considerarse la fe católica (y más allá de que esta a veces fuera cambiando)
como la única verdad proveniente del Cielo, esta idea de totalidad abarcaba el
universo de las ideas, tanto religiosas como de las otras.
De
ahí que no quedaron ajenos al castigo divino (a través del brazo secular)
quienes pensaran distinto en cuestiones filosóficas y científicas. De hecho,
hombres como Giordano Bruno o Galileo Galilei fueron objeto de condena formal
por sus teorías científicas; en el primer caso, de muerte en la hoguera (fines
del siglo XVI), y en el segundo, de prisión (siglo XVII).
Por
aquel entonces y hasta bien avanzado el siglo XIX el imprimátur era la norma
que regía la censura previa de prensa. Todo libro literario, filosófico,
científico, etc. debía ser aprobado por alguna autoridad eclesiástica antes de
poder ser editado. Hoy nos parece absurdo que El buscón, de Quevedo, haya
tenido que pasar por esa censura, pero en aquel entonces era la regla.
Mucha
gente se asombra cuando lee que el Imprimátur llegó a mantenerse en el siglo XX
hasta la muerte de Francisco Franco, aunque por entonces se tratara de un
anacronismo. Actualmente, el Imprimátur subsiste en algunos países para casos
de ediciones relacionadas con la fe pero dentro del propio catolicismo o para
versiones bíblicas de ese origen.
Sin
embargo, pese a este férreo control, algunas obras igual evadían la censura,
sea porque se hacían clandestinamente, sea porque se imprimían en países no
sujetos a la Iglesia. Fue
entonces que se hizo necesario el Índex, es decir la lista de libros que la Iglesia prohibía, sin
importar el motivo en cuestión. En su momento era obligatoria para todo el
mundo, católico o no católico, hoy solo lo es moralmente para los bautizados en
esa fe.
EL
PERIODISMO
Hoy
las organizaciones que nuclean al periodismo en occidente son las más firmes
defensoras de la libertad de expresión o al menos las más susceptibles. En
general, tienen cierto éxito porque la política dominante de los Estados Unidos
es la de intentar extender la democracia a todas partes (incluso a aquellos
pueblos y gentes que no la desean) y la libertad de expresarse es uno de los
pilares de la democracia. Pero, además, porque el periodismo tiene el monopolio
de micrófonos y rotativas.
De
todas formas esto no evita que surjan ciertas paradojas divertidas. Y una de
ellas es que la libertad de expresión bien entendida es para el dueño del medio
periodístico y no para el periodista individual, que si no está de acuerdo
tendrá que buscarse otro trabajo. Claro que esto no impide que miles de
periodistas sigan repitiendo orgullosos “a mí nunca me presionaron desde la
gerencia”, aun cuando sepan de antemano que nadie les creerá.
Este
privilegio, incluso, ya se ha trasladado a Internet, medio que parece ser la
pesadilla de los demás medios porque amenaza con volverse popular y espontáneo,
y por ende de difícil control. Aunque siempre hay una manera. Por ejemplo, en la Argentina existen
cadenas periodísticas que se dicen paladines de la libertad de expresión, pero
que cuando usted opina en Internet sobre una noticia que ellas mismas invitan a
comentar, si su nota no está de acuerdo con la línea editorial muy pronto
desaparece. Sí, no sea que la gente comience a pensar con su propia cabecita…
Después, esa misma noticia o línea editorial tendrá una “aceptación” estadística
de un 70 u 80% de los lectores de Internet. Y a esto se le llama formar opinión
sobre la materia de marras.
Pero
hay otros casos que serían divertidos si no fueran patéticos, como que el
celoso periodismo occidental se ocupe diariamente de dos gobiernos caribeños y
de sus restricciones frecuentes (o permanentes) a la libertad de expresión
(cosa sin duda cierta), pero que casi nunca hable de la falta absoluta de esa
misma libertad en China Popular. Con lo cual, los extraterrestres (si es que
existen) recién aterrizados podrían inferir como muy grave que unos 40 millones
de seres humanos carezcan del derecho de opinión pero que, en cambio, no lo sea
tanto para otros 1.300 millones del otro lado del mundo. Evidentemente, en esto
de colar el mosquito pero tragarse el camello (y un camello bien grande) el
periodismo de occidente es genial. Colada de mosquito a la que no serían ajenos
los anunciantes, por aquello de: no sea cosa que ustedes, los periodistas,
hablen mal de los chinos y después ellos no nos compren a nosotros, los
empresarios.
LAS
CONSECUENCIAS DE LA
HIPOCRESÍA DE PRENSA
Creo
que todos sabemos, aunque pocos se atrevan a decirlo, que muchos aplauden y
apoyan la libertad de expresión solo cuando se trata de la opinión propia. El
dicho “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
decirlo” [4] es casi siempre solo eso: un dicho.
Y
el resultado es nefasto: gente de derecha que se regodea cuando se habla mal de
un tirano de izquierda pero acepta sin chistar al tirano de derecha, ¡que, por
supuesto, también coarta la libertad de expresión! Y lo análogo ocurre con la
gente de izquierda que acepta o apoya al dictador de su tendencia pero critica
al de la opuesta.
¿Pero
acaso las tiranías y dictaduras son buenas o malas según el signo? ¿No son
tiranía y dictaduras tanto unas como otras?
¿Acaso
los imperialismos son buenos o malos de acuerdo a quien impere?
¿O
acaso matar a miles de personas es bueno o malo según la clase de verdugo?
Pero, ¿acaso un genocidio no es un hecho degenerado en sí?
La
falta de libertad de expresión genuina, obviamente tiende a generar o favorecer
estas barbaridades en los gobiernos tiránicos.
Y
cuidado, porque los delincuentes comunes, de los que tanto se habla en las
páginas policiales, si bien matan a mucha gente y deben ser reprimirlos con la
ley, al menos no se proponen a priori cometer genocidios. Las dictaduras y los
imperialismos, en cambio, sí son capaces de planear genocidios y llevarlos a
cabo, tal como nos ha mostrado la historia repetidas veces.
Creer
que hay dictaduras o imperialismos buenos suena muy parecido al famoso
principio "el fin justifica los medios", atribuido a Maquiavelo. Y
justificar asesinatos masivos de dictaduras e imperialismos es similar al
principio inquisitorial: “matemos el cuerpo para purificar el alma”. Y ya
sabemos en qué terminaron todas las inquisiciones que se levantaron en tiempos
medievales y modernos.
[1] Expresado por el humanista gráfico y escritor Roberto
Fontanarrosa (Rosario, 26/11/1944 — 19/7/2007) en su charla titulada “Sobre las
malas palabras” en el III Congreso de la Lengua Española
(Rosario, Argentina, 20/11/2004).
[2] Carta a los corintios, capítulo 6, versículos 9-12.
[3] La frase no es de Tomás de Torquemada (Valladolid,
1420 — Ávila, 16/9/1498), Inquisidor General de Castilla y Aragón, y
responsable de la quema de numerosa bibliografía no católica, aunque merecería
ser de su autoría. Conviene recordar que en no pocas ocasiones, este inquisidor
olvidaba separar a las personas de los libros, antes de echar a estos últimos a
la hoguera.
[4] Frase atribuida con frecuencia a Voltaire, François
Marie Arouet (París, 21/11/1694 — 30/5/1778), importante filósofo y escritor
liberal de la Ilustración ,
aunque no hay constancia en sus escritos de que la haya usado jamás.
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 2 — Octubre de 2010 — Año I
ISSN 2250-4281
Director: Héctor R. Zabala
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Héctor,
ResponderEliminarsuscribime a Realidades y ficciones.
Felicitaciones por tu trabajo.
Saludos,
Juan A. Martello
REALIDADES Y FICCIONES # 2 (NUEVA)
ResponderEliminarHola Isabel: te agradezco el envío de esta nueva revista.Saludos y felicitaciones a Héctor. Nos estamos viendo,besos.Vivina.
Apreciados señores :
ResponderEliminarComo poeta que soy, estoy interesada en recibir su importante revista vía email... Mis datos son:
Sandra Pinzón Aguirre - Sandy Gaviota, mi seudónimo.
...
Bogotá, Colombia
De mi estima: estoy, creo, sucripta a esa revista excelente. La leeré como cada una que llega a mis manos. ¡muchas gracias! Sara Carubin Marienhoff.
ResponderEliminarComunicación Bartleby Editores.
ResponderEliminarPara Realidades y Ficciones.
Gracias, Héctor. Les daré una ojeada.
Un saludo desde España.
Pepo Paz
Estimado Héctor, muchas gracias, ya vi un poco las páginas y son muy interesantes. Estamos en contacto.
ResponderEliminarSaludos
Ulises Barreiro
Héctor, dinos si podemos replicar algún artículo tuyo en www.casalitterae.cl, obviamente con tu autorización, lo de Poe está bueno.
ResponderEliminarJuan Carlos Pantoja Ibáñez
Chile
mis saludos desde Santiago de Chile, mis felicitaciones, me gustaria colaborar con su revista, un abrazo fraterno
ResponderEliminarLeo Lobos
me encantó tu revista, buen material y perfecto analisis.
ResponderEliminarhoracio pettinicchi
buenos aires, argentina
octubreliterario
Gracias por el envío de la revista REALIDADES Y FICCIONES; estoy sumamente interesada en seguir recibiéndola. Felicitaciones por su magnífica labor. Saludo.
ResponderEliminarLuz Marina Castaño Hernández
Colombia
Estimados compañeros,
ResponderEliminarfelicitaciones; me gustaría suscribirme a la revista. Mi nombre es
Bernardo Tapia Rojo Escritor. Miembro de la "SECH - filial "Gabriela Mistral" de Coquimbo. Los Vilos -Cuarta Región- Chile.
Suscripción.
ResponderEliminarSan José, Costa Rica.-
Gracias y felicitaciones por la revista...
--
leonardo perucci
Estimados Compañeros! Un agradesimiento infino por el envio de la revista y les deseo de todo corazón éxitos en su trabajo. Lo otro es el de por favor pedirles que nos incluyan como un suscriptor a mí y a otro compañero que radica en España. Nuestros nombres son los siguientes:
ResponderEliminarFrancisco Calizaya V. y e-mail: utopicoecolog@hotmail.com ciudad de Gotemburgo-Suecia.
Luis Calizaya Arce e-mail: luiscalizaya@hotmail.com de la ciudad de Córdoba-España
Agradeciendolos de antemano por su cordial y gentil colaboración me despido de Uds. con un fraternal salud,o, que tengan buen dia y hasta otra oportunidad.
Att:
Francisco
Gracias a usted, Héctor. Sé que una revista implica mucho trabajo y dedicación.
ResponderEliminarEn cuanto llegue a Venezuela la haré conocer de la Asociación de Escritores de Mérida, Ve.
Me encuentro en Barcelona, regreso en poco tiempo. El correo de la AEM es
info_escritoresmerida@yahoo.es
Saludos
María Luisa Lázzaro
www.marial-lazzaro.com
www.escritoresmerida-ve.com
¿Cómo me suscribo? ¿Es una página confiable? ya que me interesa la página.
ResponderEliminarKarla Corral Uribe
México
Apreciado Héctor:
ResponderEliminarMuy interesante la publicación. Muchas gracias por el envío.
Un saludito cordial
Analía
Hola Hector. Gracias por enviar la información. Te felicito por esta interesante revista y esos estudios de los grandes de la literatura, y el contenido general. Saludos desde Madrid
ResponderEliminarEstimado Héctor:
ResponderEliminarPreciosa la revista. En diciembre mandaré algo, pues ahora estoy a destiempo. Me encanta tu cuento invisible. Es uno de mis géneros favoritos el fantástico y vengo trabajando y publicando en él hace ya unos doce años o más. Justo uno de mis libros se llama Cuentos breves y fantásticos.En diciembre te mandaré una sección de mi libro Minimalia, que es también una colección de historias cortas.
Recibe una fraterna felicitación por tu talentoso empeño.
Cordialmente,
Jorge Dávila Vásquez
(Cuenca - Ecuador)
Muchísimas gracias por vuestra estupenda revista. Ánimo, que vais por el buen camino.
ResponderEliminarAdjunto un periódico en el que colaboro, por si tenéis tiempo de echarle un vistazo.
Saludos.
Andrés Fornells
(Málaga – España)
http://www.periodicoirreverentes.com/
buenísimo
ResponderEliminarabraxas
Oscar Saavedra
Poeta ANDESground
http://poetandesground.blogspot.com
http://www.descentralizacionpoetica.blogspot.com/
Santiago, Chile
Quiero saber si ya estoy registrada como adherida. Supongo que sí porque ya me llegó a mi correo.
ResponderEliminarSoy del interior y desde lejos tenemos pocos accesos a talleres o cursos por eso estoy agradecida de recibir los números de esta página. Me interesan las ficciones y sobre todo la explicación prolija de los textos. Felicito a todos los que realizan esta revista, en especial a HECTOR ZABALA.
¡MUCHAS GRACIAS!
Rosa Rzepecki
(Apóstoles, Misiones)
Aunque ya van por el N° 52, recién comienzo con el N° 2. De lo que he leído, todo me parece de lo más interesante e inteligente. !Mil gracias, Apreciado Héctor! Saludos cordiales de Alejandro Franco, desde México.
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