–Revista Literaria–
Nº 19 – Diciembre de 2014 – Año V
ISSN 2250-4281
Inscripción
gratuita como LECTOR
si
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nombre y apellido, ciudad y país
(se le
avisará cada nuevo número trimestral).
“Tirteo de Esparta”
Mónica Villarreal (2014)
(Acuarela y tinta sobre
papel, 23 cm x 30 cm)
Serie
“Poetas Clásicos Griegos” |
Sumario:
Narrativa
•
“Los tres staretzi” de León Tolstói. Cuento y análisis (Héctor Zabala).
• Un exponente del realismo
alemán: Theodor Fontane, “Jenny Treibel”. Reseña (Anna Rossell).
• Reseña crítica de “Hagiografía
de Narcisa la bella”, de Mireya Robles (María Eugenia Caseiro).
Poesía
•
“Estación de nosotros”: nueva entrega del poeta argentino Alberto Boco (Luis
Benítez).
Ensayo
• Joyce,
Kafka y Céline: una aproximación a los finales abiertos (Jorge Aloy).
Y
algo más…
• La
ciudad como cárcel – Parte I (Felipe Acuña Lang).
Nuevos
colaboradores de Realidades y Ficciones (currículos):
• María Eugenia Caseiro, La Habana ,
Cuba / Miami, Estados Unidos
• Jorge Aloy, Buenos Aires,
Argentina
Narrativa
LOS TRES
STARETZI
León
Tolstói ©
Y orando, no habléis inútilmente,
como los paganos,
que piensan que por su parlería
serán oídos.
No os hagáis, pues, semejantes a
ellos, porque
vuestro padre sabe de qué cosas
tenéis necesidad,
antes de que vosotros le pidáis.
San Mateo, VI, 7-8
El arzobispo de Arcángel navegaba
hacia el monasterio de Solovski. Iban en el buque varios peregrinos que se
dirigían al mismo lugar para adorar las sagradas reliquias que allí se
custodian. El viento era favorable, el tiempo magnífico y el barco se deslizaba
serenamente.
Algunos peregrinos se habían
recostado, otros comían; otros, sentados, conversaban en pequeños grupos. El
arzobispo subió al puente y comenzó a pasearse. Al acercarse a la proa vio un
grupito de pasajeros, y en el centro un mujik que hablaba señalando un punto en
el horizonte. Los demás lo escuchaban con atención.
El arzobispo se detuvo y miró en la dirección
que señalaba el mujik; pero sólo vio el mar, cuya bruñida superficie
resplandecía a la luz solar. El arzobispo se acercó al corro y prestó atención.
El mujik, al verlo, se descubrió y calló. Los demás lo imitaron, descubriéndose
respetuosamente.
—No os violentéis, hermanos míos —dijo
el prelado—. Yo también quiero oír lo que cuenta el mujik.
—Pues bien —dijo un comerciante que
parecía menos intimidado que los demás componentes del grupo—, nos contaba la
historia de los tres staretzi. (Así llaman en Rusia a los religiosos de
avanzada edad.)
—¡Ah! —dijo el arzobispo—. ¿Y qué
historia es esa? —Y, acercándose a la borda, se sentó sobre un cajón—. Habla —agregó,
dirigiéndose al campesino—, yo también quiero oírte. ¿Qué señalabas, hijo mío?
—Aquel islote —respondió el
campesino, mostrando, a su derecha, un punto del horizonte—, justamente en ese
islote los tres staretzi trabajan por la salvación de su alma.
—Pero, ¿dónde está el islote?
—Mire usted en la dirección de mi
mano. ¿Ve esa nubecilla? Pues bien, algo más bajo, a la izquierda. Esa especie
de faja gris.
El arzobispo miraba con atención,
pero como el agua centelleaba y él no estaba acostumbrado, nada alcanzaba a
ver.
—Pues no veo nada —dijo—. Pero,
¿quiénes son esos staretzi y cómo viven?
—Son hombres de Dios —contestó el
campesino—. Hace ya mucho que oí hablar de ellos, pero hasta el verano pasado
no tuve oportunidad de verlos.
El mujik reanudó su relato. Un día
que había salido a pescar, un temporal lo arrastró hasta aquel islote
desconocido. Echó a caminar y descubrió una minúscula cabaña, junto a la cual
estaba uno de los staretzi. Poco después aparecieron los otros dos. Al ver al
campesino, pusieron sus ropas a secar y lo ayudaron a reparar su barca.
—¿Y cómo son? —preguntó el
arzobispo.
—Uno de ellos es encorvado, pequeño
y muy viejo. Viste una raída sotana y parece tener más de cien años. Su blanca
barba empieza a adquirir una tonalidad verdosa. Es sonriente y apacible como un
ángel del cielo. El segundo, un poco más alto, lleva un andrajoso capote. Su
luenga barba gris tiene reflejos amarillos. Es muy vigoroso: puso mi barca boca
abajo como si se tratara de una cáscara de nuez, sin darme tiempo a ayudarlo. Él
también parece siempre contento. El tercero es muy alto: su barba es blanca
como el plumaje del cisne, y le llega hasta las rodillas. Es un hombre
melancólico, de hirsutas cejas, que sólo cubre su desnudez con un trozo de tela
hecha de fibras trenzadas, que se sujeta a la cintura.
—¿Y qué te dijeron? —preguntó el
sacerdote.
—Oh, hablaban muy poco, aun entre
ellos. Les bastaba una mirada para entenderse. Le pregunté al más anciano si
hacía mucho tiempo que vivían allí, y él no sé qué me respondió con tono de
fastidio. Pero el más pequeño le tomó la mano, sonriendo, y el alto enmudeció. El
viejecito dijo solamente: “Haznos el favor...” Y sonrió.
Mientras el campesino hablaba, el
barco se había acercado a un grupo de islas.
—Ahora se divisa perfectamente el
islote —observó el comerciante—. Mire usted, Ilustrísima —añadió, extendiendo
el brazo.
El arzobispo vio una faja gris. Era
el islote. Permaneció inmóvil un largo rato, y después, pasando de proa a popa,
dijo al piloto:
—¿Qué islote es ese?
—Uno de tantos. No tiene nombre.
—¿Es cierto que allí trabajan los
staretzi por la salvación de su alma?
—Eso dicen mas no sé si es cierto.
Los pescadores aseguran haberlos visto. Pero a veces se habla por hablar.
—Me gustaría desembarcar en el
islote para ver a los staretzi —dijo el arzobispo—. ¿Es posible?
—Con el buque, no —respondió el
piloto—. Para eso hay que usar el bote, y sólo el capitán puede autorizarnos a
lanzarlo al agua.
Se dio aviso al capitán.
—Quiero ver a los staretzi —dijo el
arzobispo—. ¿Puede llevarme?
El capitán intentó disuadirlo.
—Es fácil —dijo—, pero perderemos
mucho tiempo. Y casi me atrevería a decir a Su Ilustrísima que no vale la pena
verlos. He oído decir que esos ancianos son unos necios, que no entienden lo
que se les dice y casi no saben hablar.
—Sin embargo, quiero verlos. Pagaré
lo que sea. Le ruego disponer que me lleven a verlos.
La cosa quedó resuelta. Se
realizaron los preparativos necesarios, se cambiaron las velas, el piloto viró
de bordo y el buque enfiló hacia la isla. Colocaron a proa una silla para el
arzobispo, quien sentado en ella clavó la mirada en el horizonte. Los pasajeros
también se reunieron para ver el islote de los staretzi. Los que tenían buena
vista divisaban ya las rocas de la isla y mostraban a los demás la diminuta
choza. Bien pronto uno de ellos descubrió a los tres staretzi.
El capitán trajo un largavista, miró,
y lo pasó al arzobispo.
—Es cierto —dijo—. A la derecha,
junto a un gran peñasco, se ven tres hombres.
El arzobispo enfocó el largavista en
la dirección señalada, y vio, efectivamente, tres hombres: uno muy alto, otro
más bajo y el tercero muy pequeño. Estaban de pie, junto a la orilla, tomados
de la mano.
—Aquí debemos anclar el buque —dijo
el capitán al arzobispo—. Su Ilustrísima debe embarcar en el bote. Nosotros lo
esperaremos.
Echaron el ancla, recogieron las
velas y el barco empezó a cabecear. Lanzaron el bote, saltaron adentro los
remeros, y el arzobispo descendió por la escala.
Se sentó en un banco de popa y los
marineros remaron en dirección del islote. Pronto llegaron a tiro de piedra. Se
distinguía perfectamente a los tres staretzi: uno muy alto, casi desnudo, salvo
por un trozo de tela ceñido a la cintura y hecho de fibras entrelazadas; otro
más bajo, con un capote harapiento; y por último el más viejo, encorvado y
vestido con sotana. Estaban los tres tomados de la mano.
Llegó el bote a la orilla, saltó a
tierra el arzobispo, y bendiciendo a los staretzi, que se deshacían en
reverencias, les habló así:
—He sabido que trabajan aquí por la
eterna salvación de vuestra alma, amados staretzi, y que rezáis a Cristo por el
prójimo. Yo, indigno servidor del Altísimo, he sido llamado por su gracia para
apacentar sus ovejas. Y puesto que servís al Señor, he querido visitaros para
traeros la palabra divina.
Los staretzi callaron, se miraron y
sonrieron.
—Decidme cómo servís a Dios —prosiguió
el arzobispo.
El staretzi que estaba en el centro
suspiró y miró al viejecito.
El staretzi más alto hizo un gesto
de fastidio y también se volvió hacia el anciano.
Éste sonrió y dijo:
—Servidor de Dios, nosotros no
podemos servir a nadie sino a nosotros mismos, ganando nuestro sustento.
—Pues entonces —dijo el arzobispo—,
¿cómo rezáis?
—Nuestra oración es ésta: “Tú eres
tres, nosotros somos tres. Concédenos tu gracia”.
Y no bien el viejecito pronunció
estas palabras, los tres staretzi alzaron la mirada al cielo y repitieron:
—Tú eres tres, nosotros somos tres.
Concédenos tu gracia.
Sonrió el arzobispo y dijo:
—Evidentemente habéis oído hablar de
la Santísima
Trinidad , mas no es así como se debe rezar. Os he tomado
afecto, venerables staretzi, porque advierto que queréis complacer a Dios. Pero
ignoráis cuál es la forma de servirlo. Esa no es la manera de rezar. Oídme, que
yo os la enseñaré. Lo que os diré está en las Sagradas Escrituras de Dios, que
dicen cómo debemos dirigirnos a Él.
Y el arzobispo les explicó cómo
Cristo se reveló a los hombres, y les explicó el misterio de Dios Padre, Dios
Hijo y Dios Espíritu Santo. Después agregó:
—El Hijo de Dios descendió a la Tierra para salvar al
género humano, y a todos nos enseñó a rezar. Atended y repetid conmigo.
Y el arzobispo empezó:
—Padre nuestro...
Y el primer staretzi repitió:
—Padre nuestro...
Y el segundo dijo asimismo:
—Padre nuestro...
Y el tercero:
—Padre nuestro...
—Que estás en los Cielos... —prosiguió
el arzobispo.
Y los staretzi repitieron:
—Que estás en los Cielos...
Pero el que estaba en el medio se
equivocaba y decía una palabra por otra; el más alto no los podía seguir porque
los bigotes le tapaban la boca, y el viejecito, que no tenía dientes,
pronunciaba muy mal.
El arzobispo recomenzó la oración, y
los staretzi volvieron a repetirla. El prelado se sentó en una piedra, y los
staretzi hicieron círculo alrededor de él, mirándolo fijamente y repitiendo
todo lo que decía.
Todo el día, hasta la llegada de la
noche, el arzobispo luchó con ellos, repitiendo la misma palabra diez, veinte,
cien veces, y tras él los staretzi. Se atascaban, él los corregía y vuelta a
empezar.
El arzobispo no se separó de los
staretzi hasta que les hubo enseñado la divina oración. La repitieron con él, y
después solos. El staretzi del medio la aprendió antes que los otros, y la dijo
él solo. Entonces el arzobispo se la hizo repetir varias veces, y sus
compañeros lo imitaron.
Empezaba a oscurecer y la luna se
levantaba sobre el mar cuando el arzobispo se incorporó para volver al buque.
Se despidió de los staretzi, quienes lo saludaron inclinándose hasta el suelo.
El los hizo incorporarse, los besó a los tres, recomendándoles que rezaran como
él les había enseñado. Después se instaló en el banco del bote que se dirigió
hacia el buque.
Mientras bogaban, seguía oyendo a
los staretzi que recitaban en voz alta la plegaria del Señor.
Pronto llegó el bote junto al barco.
Ya no se oía la voz de los staretzi, pero aún se los veía en la orilla, los
tres a la luz de la luna, el viejecito en medio, el más alto a su derecha y el
otro a la izquierda.
El arzobispo llegó al buque y subió
al puente. Levaron anclas, el viento hinchó las velas y la nave se puso en
marcha, continuando el viaje interrumpido.
El arzobispo se sentó a popa, con la
mirada clavada en el islote. Aún se divisaba a los tres staretzi. Después
desaparecieron y sólo se vio la isla. Y por último ésta también se desvaneció
en lontananza, y quedó el mar solo y centelleante bajo la luna.
Se recogieron los peregrinos y el
silencio envolvió el puente. Pero el arzobispo aún no quería dormir. Solo en la
popa, contemplaba el mar, en dirección del islote, y pensaba en los buenos
staretzi. Recordaba la dicha que habían experimentado al aprender la plegaria,
y agradecía a Dios que lo hubiera señalado para ayudar a aquellos santos varones,
enseñándoles la palabra divina.
Esto pensaba el arzobispo, con la
mirada fija en el mar, cuando vio algo que blanqueaba y fulguraba en la estela
luminosa de la luna. Será una gaviota o una vela blanca. Miró con más atención,
y se dijo: sin duda es una barca de vela que nos sigue. ¡Pero cuán veloz
avanza! Hace un instante estaba lejos, muy lejos, y ahora ya está cerca.
Además, no se parece a ninguna de las barcas que he visto, y esa vela tampoco
parece una vela.
No obstante, aquello los sigue y el
arzobispo no atina a descubrir qué es. ¿Un buque, un ave, un pez? También
parece un hombre, pero es más grande que un hombre. Y, además, un hombre no
podría caminar sobre el agua.
Levantose el arzobispo y fue adonde
estaba el piloto.
—¡Mira! —le dijo—. ¿Qué es eso?
Pero en ese instante advierte que
son los staretzi que se deslizan sobre el mar y se acercan a la nave. Sus
níveas barbas lanzan un intenso resplandor.
El piloto deja la barra y grita:
—¡Señor, los staretzi nos persiguen
sobre el mar, y corren por las olas como por el suelo!
Al oír estos gritos, los pasajeros
se levantaron y se lanzaron hacia la borda. Entonces todos vieron a los
staretzi que se deslizaban por el mar, tomados de la mano, y que los de los
extremos hacían señas de que el buque se detuviera.
Aún no habían tenido tiempo de
detener la marcha, cuando los tres staretzi llegaron junto al barco, y
levantando los ojos dijeron:
—Servidor de Dios, ya no sabemos lo
que nos enseñaste. Mientras lo repetíamos lo recordábamos, pero una hora
después olvidamos una palabra, y no podemos recitar la plegaria. Enséñanosla
otra vez.
El arzobispo se persignó y dijo
inclinándose hacia los staretzi:
—Vuestra oración llegará igualmente
al Señor, santos staretzi. No soy yo quien debe enseñaros. ¡Rogad por nosotros,
pobres pecadores!
Y el arzobispo los saludó con
veneración. Los staretzi permanecieron un instante inmóviles, después se
volvieron y se alejaron sobre el mar.
Y hasta el alba se vio un gran
resplandor del lado por donde habían desaparecido.
ANÁLISIS DE “LOS TRES STARETZI” DE
TOLSTÓI
Héctor Zabala ©
El monasterio de Solovsky (o de
Solovetsky)
Este monasterio existe realmente y
es un complejo edilicio de gran tamaño rodeado de macizas murallas. Fue fundado
en el siglo XV por monjes cristianos ortodoxos y goza de un pasado heroico. En
los siglos XVI y XVII se convirtió en un baluarte defensivo de la frontera rusa
del norte que soportó con éxito las continuas ofensivas de teutones y suecos, y
más tarde, a mediados del siglo XIX, el cañoneo de una flota inglesa.
Resistió también sucesivos ataques y
sitios (1668-1676) del zar Alexis I, tras la reforma del patriarca Nikon en
1654. La negativa al nuevo orden religioso significó finalmente la masacre de
los monjes y de sus servidores (todos “viejos creyentes”) por las tropas
zaristas en enero de 1676, pero su recuerdo perduró como ejemplo de fe
inquebrantable.
Lo anterior ayuda a comprender bien
el prestigio de este monasterio, prestigio que León Tolstói conocía a la
perfección aunque apenas lo deja entrever señalando que era el custodio de
numerosas reliquias. En efecto, el monasterio fue también durante siglos un
enorme depósito de manuscritos y libros antiguos.
Se encuentra en las islas Solovetsky
(bahía de Onega, mar Blanco) al noroeste del territorio ruso. La ciudad de
Arcángel está más al este, en tierra firme a orillas del río Dviná. El
monasterio dista de esa ciudad unos 280 kilómetros por
barco. Esta distancia hace muy creíble el apuro inicial del capitán del cuento
por terminar el viaje (aunque luego cedió ante el soborno) pues no se trataba
de un recorrido corto. También se entiende que la visita al monasterio
constituyera para los rusos de fines del siglo XIX toda una excursión, un
verdadero acontecimiento social.
El argumento del cuento
La obra reconoce como antecedentes
dos hechos atribuidos a Jesús de Nazaret, que se hallan registrados en la
colección de textos bíblicos conocida como Nuevo Testamento:
1) su enseñanza del Padrenuestro, oración básica del
cristianismo, y
2) su caminata sobre las aguas
septentrionales del mar de Galilea. [1]
Los tres staretzi (ermitaños) del
cuento son gente simple, muy simple, sin ninguna instrucción religiosa. Su
oración es tan ingenua que hasta resulta cómica: “Tú eres tres, nosotros somos tres. Concédenos tu gracia”, haciendo
alusión a la
Santísima Trinidad , dogma que afirma que Dios es uno pero
conformado por tres personas distintas.
Lo elemental de la plegaria
justifica la sonrisa condescendiente del arzobispo de Arcángel que, imbuido de
su formación eclesiástica y muy escrupuloso de las reglas “correctas”, siente
que su deber de pastor es el de apacentar a estas ovejas enseñándoles la
oración básica, el Padrenuestro.
Los tres ermitaños, obedientes a la
autoridad eclesiástica (¿quién puede instruir mejor que un arzobispo?), se
esfuerzan por aprenderla pero una vez solos la olvidan y, desesperados, corren
a buscar a su maestro para que vuelva a enseñársela. La lección había fracasado
pese a la buena voluntad de todos los involucrados. Pero lo notable del caso es
que para alcanzar al arzobispo los staretzi deben lanzarse al mar. Y para
evitar que se les escape, no van a su encuentro nadando, ni siquiera caminando
como se le atribuye a Jesús de Nazaret en tres de los evangelios, sino… ¡a la
carrera!
El arzobispo, espantado ante
semejante demostración inconsciente de fe, se ve a sí mismo como un mero
aprendiz de maestro. O como dice el conocido refrán extremeño, “como el maestro
de Siruela que no sabía leer y puso escuela”. De ahí que se persigne y los
despida diciendo: “Vuestra oración
llegará igualmente al Señor, santos staretzi. No soy yo quien debe enseñaros.
¡Rogad por nosotros, pobres pecadores!”
El arzobispo concluye —sabe— que los
tres ermitaños habían alcanzado la santidad, que tenían el completo favor
divino, aunque los pobres eran tan ingenuos y elementales que ni siquiera se
daban cuenta de eso y consideraban lo de correr sobre las aguas como algo
natural y necesario para cumplir con sus deberes piadosos.
Notable enseñanza
Este cuento, conocido también como “Los tres ermitaños”, es una interesante
ironía contra el dogmatismo religioso.
León Tolstói era una persona de gran
humanidad y bien versado en cuestiones teológicas. Un hombre culto que sabía
distinguir la forma de la esencia en
la religión que profesaba. Conocía la
Biblia en profundidad y a su fino espíritu no podía escapar
la notable diferencia entre la doctrina cristiana original y las tradicionales
reglas que por entonces aplicaba la Iglesia
Ortodoxa , confesión muy similar al catolicismo romano.
A decir verdad, la inicial actitud
dogmática del arzobispo no es siquiera coherente con la misma Biblia. La
oración del Padrenuestro (la única
que enseñó el fundador del cristianismo a sus discípulos) sólo se encuentra en
dos evangelios canónicos: el de Mateo (capítulo 6, versículos 9 al 13) y el de
Lucas (capítulo 11, versículos 2 al 4). Si comparamos ambas versiones, notamos
que difieren entre sí [2], que no son dos pasajes bíblicos exactos.
En efecto, a diferencia de la
versión de Mateo (cuyo texto sí los contiene), la oración del Padrenuestro recogida por el médico Lucas
es más corta y no posee estos tres tópicos:
1) la aclaración de que Dios está en
los cielos;
2) la expresión “hágase tu voluntad
así en el cielo como en la tierra”; y
3) el pedido de “líbranos del
mal”.
De estas diferencias muy bien puede
inferirse que Jesús y sus apóstoles no daban tanta importancia a las palabras exactas sino al espíritu de
la plegaria en la comunicación entre el cristiano y su Dios. A través del
texto, Tolstói nos hace hincapié en que mientras el arzobispo jerarquizaba la precisión del rezo, los humildes
staretzi sólo daban importancia a su honrado
corazón de creyentes. En síntesis, estaban más cerca de Dios y del
cristianismo original estos tres ermitaños ignorantes que el cultísimo
arzobispo.
Porque lo que queda claro es que el Padrenuestro no es una oración que deba
“recitarse”. Es evidente que fue dada a modo de ejemplo o patrón, ya que
admitió leves variantes desde su mismo origen. Probablemente Jesús de Nazaret dio
ambas versiones en distintos momentos y sus discípulos lo comprendieron bien: era
una oración modelo que no requería absoluta exactitud. De lo contrario, los
pasajes de ambos evangelios para esta enseñanza básica hubieran sido iguales
palabra por palabra.
El hecho de que Mateo (Leví)
escribiera originalmente en hebreo su evangelio y que Lucas lo hiciera en
griego podría explicar a lo sumo algunas variaciones de palabras o de giros
idiomáticos, pero nunca la ausencia de tres frases completas en uno de estos
libros esenciales. Es evidente que lo que menos hacían los cristianos del primer
siglo era repetir como loros esta oración fundamental.
Esto está reforzado por la introducción que el propio Mateo nos
muestra antes de pasar a la enseñanza del Padrenuestro.
Es decir, cuando cita a su maestro Jesús recomendando a sus discípulos: “Y orando,
no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho
hablar. No os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas
de que tenéis necesidad antes de que se las pidáis.” (Mateo 6: 7 y 8) [3] y que muy sagazmente
el propio Tolstói nos pone como epígrafe del cuento.
Entiendo que el autor ha querido
dejarnos con este cuento un buen legado: que en cuestiones espirituales, para
Dios lo importante es la pureza y no su envase.
[1] Mar de Galilea: A este “mar” se lo
conoce también como lago de Genesaret o de Tiberíades, pues se trata de una
extensión bastante profunda de agua dulce de 21 km de largo (N-S) por 13 km de ancho (E-O) al noreste
de Israel en las cercanías de su frontera con Siria. Este lago está a unos 200 metros bajo el nivel
del mar. La historia de la caminata de Jesús de Nazaret en sus aguas
septentrionales se encuentra en los evangelios de Mateo (14: 22-27), Marcos (6:
45-52) y Juan (6: 16-21).
[2] Si tomamos la versión castellana
de la traducción Nácar-Colunga (edición católica), observamos claramente estas
diferencias (se ha resaltado en rojo las tres frases del Padrenuestro del evangelio de Mateo que se omiten en el de Lucas):
Texto del
capítulo 6 de Mateo (vs. 9 al 13): 9 Así, pues, habéis de
orar vosotros: Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre; 10 venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día dánosle hoy, 12 y
perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestro deudores, 13
y no nos pongas en tentación, mas líbranos del mal.
Texto del
capítulo 11 de Lucas (vs. 2 al 4): 2 Él les dijo: Cuando
oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga a nos tu reino; 3
danos cada día el pan cotidiano: 4 perdónanos nuestras deudas,
porque también nosotros perdonamos a todos nuestros deudores, y no nos pongas
en tentación.
• Si
tomamos cualquier otra versión castellana, por ejemplo la de los monjes
jerónimos Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (muy usada por algunas
iglesias evangélicas modernas) vemos que las diferencias entre ambos textos son
similares a las de la
Nácar-Colunga.
[3] Traducción Nacar-Colunga.
LEÓN TOLSTÓI (Lev Nikoláievich Tolstói)
Escritor ruso (Yasnaia Poliana,
Tula, 28/8/1828 – Astapovo, 20/11/1910).
Puede leerse su biobibliografía en REALIDADES
Y FICCIONES Nº 12:
UN
EXPONENTE DEL REALISMO ALEMÁN
Anna Rossell ©
Theodor Fontane, Jenny
Treibel.
Traducción y notas de Constanza Pelechá Vela.
Erasmus Ediciones, Barcelona, 2012, 198 páginas.
Theodor Fontane (1819-1898) |
Theodor Fontane (Neuruppin, 1819 - Berlín, 1898), autor clásico del realismo alemán —comparable a nuestro Leopoldo Alas—, que concebía la novela como una forma de retratar su tiempo, nos ha legado con su vastísima obra narrativa un documento vivo y matizado de los ambientes que él frecuentó y conoció bien: los de la nobleza de Brandemburgo y la burguesía berlinesa. Agudo observador y magistral narrador, autor de numerosísimas novelas y relatos, libros de viaje, poesías, biografías y dramas, así como de artículos periodísticos, su mirada escrutadora sabe dibujar con precisión personajes bien diferenciados que cobran vida con todos los repliegues de su carácter. Pero el ojo penetrante de Fontane no se limita a la mera descripción aséptica. La voz narradora se manifiesta distante y crítica, y esta actitud confiere a sus textos el carácter de afinado retrato social de su tiempo, de la ya decadente nobleza —en Effi Briest (1896), por ejemplo, la novela que en justicia le dio fama internacional— y la pujante burguesía, caracterizada por una ausencia absoluta de identidad. Así Fontane, que como buen representante del realismo tiende a la narración neutral y desapasionada, aprovecha conscientemente la clara imposibilidad de este supuesto teórico para colar su finísima ironía en los matices y dejar sutil constancia de su posicionamiento.
Publicada tres años antes que Effi Briest, su más afamada novela, Frau Jenny Treibel (1893), como reza el
título original y que como tantas otras de sus novelas lleva sintomáticamente
un nombre de mujer (Grete Minde,
L’Adultera, Cécile, Stine, Effi
Briest, Mathilde Möhring), se despacha a gusto con la burguesía berlinesa
contemporánea.
Jenny Treibel, en torno a la cual
gira la acción, es una mujer arribista de origen humilde que contrae matrimonio
con el rico propietario de una fábrica de pigmento (del significativamente
llamado azul de Prusia, también
conocido como berlinés). Su ambición la lleva a olvidar sus orígenes y hacer lo
necesario para casar a sus dos hijos con el fin de escalar socialmente. Este
objetivo, que conduce toda su vida, la lleva a comportarse contradictoriamente
hasta tal punto que a menudo raya en el ridículo con sus supuestas aspiraciones
de teatral espiritualidad idealista y su prosaico y material pragmatismo. Si
bien la protagonista representa claramente para el autor el paradigma de la
clase burguesa, de sus dardos envenenados no se salva (casi) nadie: también el
potentado marido de Jenny, que en un principio presenta una cara más humana y
coherente, persigue a su vez el ascenso social buscando escalar a toda costa en
la política y cediendo sin resistencia a los propósitos casamenteros de su
esposa.
Fontane hace distinción entre la
burguesía adinerada y la intelectual en cuanto a los campos de interés y el
modo de actuar de cada cual, reflejados magistralmente en los diálogos, pero
esta distinción no le sirve a esta última para salir mejor parada, lo cual se
refleja en algunos de los apellidos que Fontane elije para ella, claramente
satirizantes e hilarantes. Frecuentes expresiones francesas e inglesas en boca
de los personajes subrayan la hipocresía de una falsa erudición y la falta de
una identidad propia en aras de un supuesto refinamiento social. Si alguien se
salva de la quema es el profesor Schmidt, quien, con todo, está también inmerso
en el ambiente y frecuenta tertulias literarias con sus poco deseables
compañeros de profesión. Pero sobre todo la señora Schmolke, el ama de llaves
de éste, una mujer llana, directa y de buen corazón, la única que manifiesta un
sentido común sin complicaciones en claro contraste con la sociedad que la
rodea, de la que ella no forma parte. Del autor están traducidos en España,
además, La adúltera, Effi Briest, El Stechlin, La mujer y el amor, Errores y
extravíos, Cécile, Bajo el peral, Grete Minde, Irreversible, Mathilde Möhring y
La elección del capitán von Schach.
RESEÑA CRÍTICA DE “HAGIOGRAFÍA DE
NARCISA LA BELLA ”
María Eugenia Caseiro ©
Afortunadamente los libros me han
acompañado en momentos en que de no ser por ellos el tiempo hubiera sido menos
digerible. Esta vez sucedió con una novela, Hagiografía de Narcisa la bella,
que la escritora y amiga Mireya Robles tuvo la gentileza de obsequiarme incluida
en un lote que contiene gran parte de su obra impresa.
En Hagiografía de Narcisa la bella, Mireya Robles despliega la
tremenda autoridad de su cosmovisión ontogénica. Es ésta una de esas novelas
que puede catalogarse por su particular originalidad. Una historia que no
cuenta, sino que da cuenta de lo verdaderamente perdurable en su memoria
cosmogónica y esto es producto del simbolismo más puro, el que proviene de las
transformaciones como única causa de las aserciones que otorga asumir un
protagonismo impuesto desde la prehistoria misma, la propia y la universal. Hagiografía de Narcisa la bella cuenta
además con una narrativa que sume al lector en su arrolladora marcha impuesta
por su único, intencionalmente prolongado capítulo que ha sido salpicado con
una especie de inventario cronológico constante franqueador, que no
flanqueador, de las asechanzas que impone la modularidad propia de la novela. Hace
de este alucinante engranaje, un registro de la historicidad cotidiana del
momento en que su autora sitúa la trama incorporado a un escenario capaz de
retratar la esencia de lo perentorio, o de lo urgente dentro de un marco seglar
que no escapa a la idea de un tiempo autónomo, concebido únicamente en sus
circunstancias más íntimas que, encarando el tema de la homosexualidad, fluyen
vinculadas a ese cómputo de anuncios que dan soporte al escenario en que la
autora escoge las manifestaciones epocales antes que las descripciones
corpóreas de las escenas.
Los personajes son la denuncia viva
de un mundo que presume la propensión antagónica ante lo ineludible, o lo
ligado a la conciencia y el desdoblamiento fatal de lo representativo, que
lleva a traducir la carencia en voz de constantes desdoblamientos y en factor
de resistencia a la metamorfosis “ideal” conferida a lo indestructible. Es de
esta forma que Narcisa, quien escapó de ser la sin nombre, y su hermano, quien
por capricho de la casualidad, no llegó a ser llamado como su progenitor, son
los únicos seres capaces de una búsqueda. El resto queda encadenado a la
perenne decadencia de sus acciones y reacciones, no sin que la autora exprima
todo este marco procesal, su atmósfera de embotamientos, y logre la atención
indisoluble del lector hasta el final pasmoso.
Poeta, narradora,
ensayista y crítica literaria nació en Guantánamo, Cuba (12/3/1934), y está nacionalizada estadounidense.
Realizó estudios en el Instituto de Guantánamo, donde se graduó como Bachiller
en Ciencias y Letras; también cursó Derecho Civil e
Internacional en la
Universidad de La Habana. Licenciada
por el Russell Sage College, de New York, tiene una maestría por la University of New York
at Albany y está doctorada por la
University of New York at Stony Brook.
Catedrática
en varios colleges de
Estados Unidos, fue Senior Lecturer en la University of Natal,
Durban, Sudáfrica desde 1985 hasta 1994. En la actualidad es Investigadora Asociada Honoraria de
esa universidad.
Ha publicado numerosos artículos de
crítica literaria, poemas y narraciones cortas en revistas literarias de unos veinte
países. Sus obras, originalmente en español, han sido traducidas al francés,
inglés, portugués, catalán, vasco e italiano. Ha recibido numerosos premios en
Estados Unidos, Italia, Francia y España.
Obras:
Poesía: Petits Poèmes (1969), Tiempo
artesano (1973), En esta aurora (1976).
Novela: Hagiografía de Narcisa la bella (2002), La muerte definitiva de Pedro el Largo (1998), Una mujer y otras cuatro (2004).
Ensayo: Profecía y luz en la poesía de Maya Islas (1987).
Poesía
ESTACIÓN DE NOSOTROS:
NUEVA ENTREGA DEL POETA ARGENTINO ALBERTO BOCO
Luis
Benítez ©
Nacido
en la ciudad de Buenos Aires en 1949, el poeta Alberto Boco ha publicado hasta
hoy, además del título que nos ocupa, los siguientes libros: Arcas o pequeñas señales (1986), Galería
de ecos
(1989), Ausentes con aviso (1997), Cartas para Beb (2007), Riachuelo (2008), Malena
(2012), Visitas inoportunas (2014). Entre otros
reconocimientos, su obra ha recibido el Primer premio en el Primer Concurso
Nacional de Poesía “César Domingo Sioli”, Premio "Ciudad de Junín",
2005; la Primera
mención del jurado en el VII Concurso Nacional de Poesía - Tandil 2003,
auspiciado por la
Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Buenos
Aires y la Secretaría
de Cultura de la Nación ,
2003; la Mención
de Honor del jurado en el IV Concurso Nacional de Poesía “La Luna Que ”, 2002 y la Mención del Jurado del
Premio Provincial de Literatura “Dr. Carlos Auyero”, Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos
Aires, 1999.
Dotado
de una voz precisa y fácilmente reconocible en la polifonía porteña, Boco se
caracteriza por diversos atributos poéticos, no siendo el menor la aguda
conciencia que tiene de su proceso creativo y la génesis final de lo creado.
Señala el poeta en un reportaje publicado por la revista estadounidense Newsletter Cervena Barva Press, Nº 67, junio 2011,
Massachusetts: “Estoy convencido de que la poesía, una
cuestión de palabras y su propia música, sobre todo nos lleva a un tipo de
conocimiento sobre el mundo que no podemos obtener de ninguna otra manera, una
especie de asimetría que nos muestra el mundo de una manera especial , no sólo
en cuanto al punto de vista, sino también como una distorsión que nos trae más
profundamente y más cerca de todo lo que llamamos habitualmente realidad.”
En
esa distorsión que enuncia el poeta argentino
estriba el núcleo de la diferenciación entre el fundamento y lo fundado que
exige Gilles Deleuze en su segundo requisito, para hacer de la poesía de Boco —“una cuestión de palabras y su propia música”— lugar del sentido y campo
de lo trascendental, de un modo (el cómo que hace el qué)
independiente del sector de Occidente donde la intersección de los diversos
marcos ha generado, a un tiempo, tanto al autor como a su obra. Como aparente
paradoja, Alberto Boco es uno de los poetas inmediatamente reconocibles como
argentinos... ¿Por qué? Porque el modelo de síntesis que su obra establece se
inscribe al mismo tiempo en la World Literature
y en la tradición de la búsqueda estética propia de —¿tengo que decir, “la
mejor parte”?— la todavía, aún, joven poesía de la Argentina : el logro de
una síntesis entre la hoy impensable transcripción de lo real señalada por
Pavese como norte de los escritores estadounidenses de su tiempo, y la
conformación de universos paralelos que le endosaba el gran escritor italiano a
los colegas europeos. Esta capacidad de síntesis es otro de los grandes logros
de este más que notable autor rioplatense, cuya obra ya ha trascendido los
márgenes del país y se exhibe como una de las más sólidas facturas del
presente. Indispensable en la biblioteca del lector de poesía latinoamericana
contemporánea.
Así escribe
Alberto Boco:
Arboledas
Alberto
Boco ©
sentado
y en este Ahora bajo grandes árboles me digo
cuánto
puede saberse de las horas capitales
como
si tuviese mayor escala que pensar ahora en este Ahora
en
mis horas capitales y no hubiese contradicción alguna para
/
decir tal o cual
estas
y aquellas otras
por
caso tu mirada perdiéndose por allá en un lejos tan tuyo y de
/
tus ojos
una
vez a ellos niños todavía les dieron a elegir
esa
dijeron sabían pero
no del todo
colgada
del gancho la degollaron la desplumaron bajo el árbol
en
el puro moverse chorreaba mientras conversábamos asuntos
/
triviales
cosas
de una familia que hace mucho ha dejado de verse
cosas
mientras los chicos miraban cuando todavía…
después
cortaron un poco de jamón unos tomates
otras
distancias en los ojos al filo de los cuchillos
el
pollo y las papas en la mesa dorados en su no estar
yo
todavía no te recordaba en aquel antes
de
vaya uno a saber qué después
en
este Ahora
…
y están aquellos árboles
estas
arboledas
todavía
Ensayo
JOYCE, KAFKA Y CÉLINE:
UNA APROXIMACIÓN A LOS FINALES ABIERTOS
Jorge
Aloy ©
¿De
qué hablamos cuándo hablamos de finales abiertos? La pregunta no parece que
pueda encontrar una respuesta inmediata y convincente, pues tiene algunas aristas
insospechadas. Si pudiéramos alcanzar una definición o, por lo menos, ponernos
de acuerdo sobre sus características, el asunto podría ser fácil de resolver.
Antes de avanzar dejemos de lado aquellos famosos libros llamados Escoge tu propia
aventura, ya
que estos eran textos ficcionales realizados con intenciones didácticas. Vamos
a hablar de la muletilla, del cliché que habitualmente conocemos como “finales
abiertos”.
Henry James (1843-1916) |
Habitualmente
escuchamos que la ficción debe crear conflictos, tanto en la historia que se
narra como en el receptor. Los conflictos de la historia están dados por los
avatares de la narración que, tarde o temprano, tendrán que resolverse. Pero
los conflictos que pueda generar en el receptor serán, cuanto menos, de índole
filosófica. Un especialista en este tipo de finales es Henry James. En Otra vuelta de tuerca no resuelve los sucesos que
deja la historia: nunca sabremos nada sobre las apariciones que menciona la
institutriz. Las posibilidades son dos: hay fantasmas o no los hay. Es decir
que el “final abierto” está limitado. Pero el límite decisivo lo establecerá el
lector, desde su criterio filosófico y cognitivo por el cual optará por una u
otra posibilidad.
David
Lodge en El arte de la
ficción,
parafraseando a Jane Austen en La
abadía de Northanger, dice que “un novelista no puede ocultar que se acerca el
final de la historia (como sí puede hacerlo un dramaturgo o un director de
cine, por ejemplo) porque le delata el escaso número de páginas restantes” [2002: 350-1]. Pareciera
evidenciarse una falla en la literatura, pero inmediatamente Lodge la subsana:
plantea que hay que diferenciar el final de la historia que la novela cuenta y
las últimas páginas del texto. ¿Quiere decir, entonces, que la resolución de
los conflictos se puede plantear muy lejos de las últimas páginas?
Probablemente
el inconveniente que existe para que nos pongamos de acuerdo esté en que
pasamos por alto la contextualización de la lectura. Quizá el resquicio sea la
fe ciega que depositamos en los conflictos de cierta ficción, sin evaluar que a
partir de Joyce, Kafka y Céline, entre otros, lo inconcluso será una
característica que nos dejará el inicio del siglo XX.
James Joyce (1882-1941) |
James
Joyce en Finnegans Wake nos ofrece un final circular:
no nos deja otra posibilidad que, una vez que leamos la última línea,
retornemos al inicio. Así concluye, de acuerdo a la cita que del texto hace
Lodge: “un camino solo al
fin amado alumbra a lo largo del” [2002: 24]. Y esa contracción “del” abandonada en el
texto, sin siquiera un punto final que la acompañe, se unirá ineludiblemente al
inicio de la novela: “Río
que discurre (…)” [2002:
24] y el círculo se pondrá en marcha, rechazando alguna supuesta conclusividad
del texto literario.
Recordemos también que ninguna de las tres novelas de Kafka fue terminada. Quizá él mismo haya decidido que así suceda, ya que no se conocen motivos explícitos para que no las haya completado. La inconclusión no fue un impedimento ni para que Kafka encuentre, post mortem, a sus lectores ni para que Max Brod pueda revelar al mundo, en un reconocido acto de traición, la sorprendente obra del escritor checo.
Recordemos también que ninguna de las tres novelas de Kafka fue terminada. Quizá él mismo haya decidido que así suceda, ya que no se conocen motivos explícitos para que no las haya completado. La inconclusión no fue un impedimento ni para que Kafka encuentre, post mortem, a sus lectores ni para que Max Brod pueda revelar al mundo, en un reconocido acto de traición, la sorprendente obra del escritor checo.
Franz Kafka (1883-1924) |
Entonces
no hay un solo modo de final abierto. Parece que todo depende de nuestras
expectativas en la lectura. Todo depende de nuestra pretensión literaria.
Ortega
y Gasset en La deshumanización
del arte
habla de las dificultades de “inventar
una aventura capaz de interesar a nuestra sensibilidad superior” [1925: 96]. Quizá hoy sepamos
que aún queremos leer aventuras y, además, también sepamos que reclamamos otros
modos de que nos cuenten esas aventuras. Ortega en 1925 estaba percibiendo un
cambio que aún no se exteriorizaba en toda su problemática.
Después
de tantas novelas policiales y novelas de aprendizaje cargadas de la lógica literaria
que exhibía casos que debían resolverse, el siglo XX comenzó a ofrecer otra
cosa. El ritmo del siglo XX, no caben dudas, fue impuesto por las guerras. Si
el mundo había dejado de ser lo que era, no había motivos para suponer que ese
mundo debía seguir manteniendo viejas formas.
Quizá
debamos repensar la utilización del cliché “final abierto”. Hay novelas en
donde el escritor se lava las manos de los asuntos que pergeña, no sabe cómo
terminarlos, y nos los ofrece bajo el rótulo de “final abierto”. Atentos, estos
son plagas comerciales de mucho éxito.
Volvamos
a Guignol’s band. Es de 1944, es la tercera
novela de Céline, y el mundo ya era otro, sólo había que percibirlo. Céline
finaliza el Guignol’s
haciendo una sugerencia, ante el reclamo que él imagina que le harán por tan
repentina culminación. Dice:
¡Besen a quien se les ocurra! ¡Si todavía están a tiempo! ¡A su antojo!
¡Si viven! ¡El resto vendrá por añadidura! ¡Felicidad, salud, gracia y
francachelas! ¡No se ocupen tanto de mí! ¡Pongan en marcha sus corazoncitos!
¡La cosa será según lo que en ella pongan! ¡Un vendaval o música de
flautas! ¡Como en el infierno! ¡Como entre los Ángeles!”
[1980: 366].
Touché.
Obras
citadas:
[1980]
Céline, Louis-Ferdinand, Guignol’s band, Buenos Aires, Ed. Sudamericana.
[2002]
Lodge, David, El arte de la ficción, Barcelona, Ed. Península.
[1925]
Ortega y Gasset, José, La deshumanización del arte, Madrid, Ed. de la Revista de Occidente.
Louis
Ferdinand Auguste Destouches, más conocido como Louis-Ferdinand Céline o simplemente como Céline, fue escritor y médico (Courbevoie, Francia, 27/5/1894
- Meudon, Francia, 1/7/1961).
Condecorado
en la Primera Guerra
Mundial, sufrió heridas en la batalla de Ypres que le dejaron secuelas físicas permanentes.
Su literatura causó (y sigue causando) mucha polémica por su estilo mordaz, sin
tapujos y hasta grotesco, pero en especial por su abierto antisemitismo. Debió
exiliarse en 1944 temeroso por su vida. Acusado de colaboracionista de los
nazis, fue arrestado en Dinamarca y puesto en prisión durante un año y medio.
En 1950 la justicia francesa lo condenó en ausencia pero regresó a Francia en
1951 después de la amnistía. Parte de su obra sigue prohibida en su país. Pese
a todo, se trata de uno de los escritores franceses más traducido del siglo XX.
Obras:
Novelas:
Viaje al fin de la noche (1932), Muerte a crédito (1936), Apología de Muerte a crédito (1936), Guignol's Band (1943), Casse-pipe (1952), Fantasía para otra ocasión (1952), Fantasía para otra ocasión II - Normance (1954), Conversaciones con el profesor Y (1955), De un castillo a otro (1957), Norte (1960), El puente de Londres (1964), Rigodón (1969, póstuma).
Obra
no narrativa: La iglesia (drama escrito hacia 1930), Homenaje a Zola (discursos, 1933), Mea culpa (panfletos antisoviéticos, 1936),
Semmelweiss (ensayo novelado, 1936), Bagatelas para una masacre (panfleto antisemita, 1938), La escuela de los cadáveres (panfleto antisemita, 1938), Ballet sin música, sin nadie, sin nada.
Científicas:
La quinina en terapéutica, La vida y la obra del doctor Philippe Ignace
Semmelweis
(su tesis doctoral).
Ha
dejado además una copiosa correspondencia.
Y algo más…
Parte I
Felipe Acuña Lang ©
Orfandad y esperanzas
Creo que sentirse desamparado es uno
de los sentimientos desoladores que angustian el ánimo y que hacen perder la
confianza en uno mismo y los demás. Lo que trato de entender es cómo y por qué
me interesa el tema de la ciudad y la vida pública. Tal vez el que hubiese
llegado como un extranjero más a esta ciudad balneario, proveniente de otro
Chile mucho más aislado, me hizo adoptar y, al mismo tiempo, asumir un cambio
de territorio que con el tiempo se hizo mi patria secreta.
Tenía una imagen un tanto idílica de
la ciudad de los jardines recién regados como la describe María Luisa Bombal.
Pero había una Viña del Mar mucho más oculta y menos glamorosa. Nunca creí que
no tuviese identidad y, más aún, me parecía un juicio esnobista el que se
dijera que es una ciudad apática y dónde la gente no se interesa por nada.
La vida de Viña del Mar ingresó en
el proceso de modernización en los decenios de los años 30 y 50 y los 60 y 70, cuando
el Estado mejoró la vida de la comunidad, con obras viales y mejoramiento
urbanístico.
Esta ciudad, en mi imaginario, la
asocio con mi pasado adolescente y universitario y así como yo he cambiado la
ciudad también lo ha hecho. Tengo una especial fijación subjetiva por las
galerías de Viña del Mar. Tal vez porque me resguardan del miedo a lo
desconocido. Hablar de los miedos como dice Lerchner es “un ejercicio de
democracia”. Por lo mismo, me es imposible no referirme en uno de los capítulos
de este ensayo, de los tiempos “de pies de plomo”, donde la vigilancia y el
silencio lo ejercía la dictadura de Pinochet hasta en los ámbitos más
cotidianos. Pocos nos atrevíamos a alzar la voz ante la época de terror que vivíamos,
pues el miedo se apoderó de nuestra historia.
Llegué a Viña del Mar a finales de
los 80, y recuerdo que en ese tiempo era posible mirar el horizonte del mar
desde avenida Libertad con 1 Norte y caminando por los Ponientes. Sin embargo,
con las nuevas inversiones y megaproyectos a mediados de los 90 la ciudad se ha
ido transformando, para bien de la economía neoliberal, en desmedro del
patrimonio histórico de la ciudad. Por lo visto esta ciudad ingresa a este
proceso de cambio urbanístico en los 80 en adelante. No ha sido un cambio
armonioso, sino desregulado y no exento de polémica entre la comunidad
viñamarina y los proyectos inmobiliarios que han tratado de intervenir el borde
costero. De lugar apacible y relajado, la ciudad de los “jardines recién
regados” está lejos de esa postal de ciudad bella, pues una parte de ésta, el
sector norponiente, ha sido invadida por edificios en altura, afeando el
paisaje natural. No así en los sectores ponientes, que es la parte más cara y
cotizada de Viña del Mar, pero perjudicando la vista de nuestro océano
Pacífico. Pese a todas estas problemáticas, estimo que la vida de ciudad tiene
que mejorar para bien de la comunidad si queremos tener una ciudad visible a
futuro. Dejando de lado los cerros y los barrios más desposeídos sólo
acrecentaremos las injusticias y la lucha de clases. La delincuencia es también
el reflejo de una sociedad excluyente.
Ejercer la ciudadanía es vital, de
lo contrario el nihilismo destruye los vínculos afectivos, y nos relejamos sólo
al utilitarismo del consumo.
La globalización ciertamente ha
traído mejoras y acceso a distintos modos de vida y costumbres foráneas, lo
cual incide en la población en cuanto a sus imaginarios. Sin embargo hay que
preguntarse qué tipo de globalización queremos, sin que nos impongan modelos
exclusivos pues me parece antidemocrático. La ciudadanía tiene derecho a elegir
su identidad particular vinculada con lo colectivo. Mientras no ejerzamos
nuestro derecho a permitirnos un país más democrático, con una nueva
constitución, mayor justicia social y castigo a los violadores de los derechos
humanos, acceso gratuito a la educación pública de calidad, será difícil
considerarnos un país moderno.
El Estado debe fomentar el
emprendimiento y dar enteras facilidades para educarse. Hoy, la educación es un
negocio al igual que la salud, los fondos de pensiones, la educación. Es
vergonzoso ver que el país avanza sólo para las clases pudientes. Y esto es un
tema político de quien gobierna y de nosotros, los chilenos. Llorar sobre la
“derecha derramada” no sirve de nada. Por eso que la vida pública se robustece
con la movilización de la ciudadanía, lo cual es una señal de esperanza: una
manera democrática de señalar claramente que no queremos ir en la dirección que
algunos intentan dirigirnos, hacia una sociedad de los negocios de clase. Está
probado que el mercado no soluciona las injusticias. Son los que gobiernan los
responsables de hacer de Chile un mejor país. El ser humano no es sólo razón,
sino también espíritu.
Identidad y modernización
Las ciudades de la información han
cambiado nuestros hábitos y formas de relacionarnos. Ahora la inmediatez manda.
Por una parte Internet ha significado un aporte evidente para acceder a mundos
virtuales. Pero así como ha cambiado el uso de los hábitos culturales, el mutatis
mutandi ha despersonalizado el vínculo afectivo, a partir del contacto
efímero, y a veces, desechable.
La modernización en Latinoamérica ha
sido un proceso lento, producto del carácter conservador y centralista de
España, que dificultó el surgimiento de una burguesía industrial en las
colonias latinoamericanas, a principios del siglo XIX. Y en segundo lugar, el
catolicismo frenó el avance científico, lo que perjudicó el espíritu
emprendedor en los estados que se emanciparon de España. Eso explica las
realidades distintas de Europa y Norteamérica, que se vieron favorecidas por la
ética social del trabajo influenciada del protestantismo.
Este monopolio de retraso mental, como dice Barrera, fue enormemente
negativo para el surgimiento de una modernización de tipo industrial. Aquella
modernización la entendemos como un imaginario de significados complejos y
materiales, que recién en los años 30 y 50 despejó en Latinoamérica.
En ese sentido, el mejoramiento en
la calidad de las ciudades latinoamericanas en los decenios del 30 y el 50
permitió darles una dimensión identitaria a los individuos con mayor conciencia
social, a partir del trabajador asalariado. Tal proceso simbólico es descrito
en una dualidad; en otras palabras, la identidad particular del sujeto
interactúa con la identidad colectiva. Aquella es conceptualizada como una
narrativa identitaria más elaborada que la particular, pues deriva más de un
carácter intelectual y de saber teórico. Es útil sostener que la distinción que
hace Saussure de la lengua y el habla es atingente para entender esta dualidad.
La cultura tiene una unidad y una estabilidad más cambiante que la identidad
porque aquélla es más duradera. Por ejemplo, la globalización ha provocado la
adopción de elementos culturales externos, en lo gastronómico, la música, la
moda, etc. En ese sentido, cuando nos referimos a la identidad de una ciudad lo
hacemos desde nuestra cultura y también desde la conciencia práctica. Como
diría Gramsci, en cierto sentido “todos los seres humanos son filósofos”,
sólo que no todos se dedican a pensar la identidad desde la teoría. En todo
caso, lo uno y lo otro no se contraponen, sino que se complementan.
Las ciudades tienen memoria e
identidad, pero esta se resiente con la destrucción despiadada de lugares
históricos, muchas veces demolidos por el negocio de las inmobiliarias. Lo
preocupante es que el mercado neoliberal pone todo en un mismo nivel, banaliza,
transforma en “kitsch” todo referente ideológico. Se apropia y cambia el
paisaje urbano no guardando respeto por la memoria histórica de los barrios. Lo
que antes era un lugar con memoria queda reducido con las demoliciones.
Proliferan los edificios en altura y la vista se vuelve cemento. El paisaje
natural es intervenido, transformado en una irregular estética urbana.
Una ciudad como Viña del Mar ha sido
invadida en el último tiempo por el parque automotriz cada vez más caótico,
edificios modernos llamados inteligentes y los mall o centros comerciales. Si bien es cierto que es real la
belleza natural de nuestras costas y jardines, muchos sostienen que no es ni
comparable a lo que era Viña del Mar en los 50. No obstante, la ciudad ha
ganado en actividad comercial, nuevos cafés que actúan como espacios de
sociabilidad pequeñoburguesa. Pero como dice Castagneto (Viña del Mar, La
hija de los rieles) “Las perdidas patrimoniales de la ciudad han sido
grandes pero difíciles de cuantificar, entre ellas la especulación
inmobiliarias, los terremotos, la desidia y el cambios en los gustos”.
Como sostiene Bachelard es necesario
crear espacios íntimos, que alberguen participación y no aislamiento.
Los mall son espacios
sociales, más de intercambio comercial que de intercambio cultural. Son lugares
que han intentado apropiarse de la plaza pública como centro de comercio del
ocio y entretenimiento. El hombre necesita de espacios poéticos donde se sienta
feliz de estar. Es interesante el fenómeno de “Muros que miran al mar”, en el centro del barrio de Recreo. El
proyecto poético y pictórico ha embellecido la avenida central del concurrido
barrio Recreo. Los muros son indicios de la presencia del ser humano con sus
esperanzas y sus tragedias heredadas de opresivos pasados políticos
ideológicos, dando testimonio de nuestros muertos por la dictadura de Pinochet.
Recorrer la calle principal de
Recreo, Diego Portales, te llena de ensoñación. Aquella palabra remite a un
estar consciente del sueño. Percibir a través de la imagen poética, abrir una
puerta a otro mundo, o a un micromundo de la sensibilidad y de lo inesperado,
vale decir, aquello que no estaba en nuestros planes y que nos sobrecoge, nos
hace olvidar los resentimientos, o al menos aminorarlos al estar tranquilos con
nuestra mente. Al detenerse en el mural de la artista Tatiana Lastarria,
pensamos en un mensaje cifrado, como la escena de la ventana de “El túnel” de Sábato. Pensamos en María
Iribarne y su misterio.
Habitar es sentirse en el nido de
las aves, y echar raíces en el territorio. Es resistir el modelo dominante de
los imperios tecnológicos, los burócratas que quieren controlar nuestras vidas.
La resistencia es una manera de tener los ojos abiertos a la sociedad del
espectáculo. La farandulización de la vida cotidiana es una condena escrita a
la banalidad. El mercado, como dije antes, transforma en Kitsch la obra de
arte, descontextualizándola en las relaciones de valor y cambio. Por un lado
hay un valor positivo democrático en masificar la obra de arte con la técnica,
pero también existe un deterioro del sentido. A la sociedad del espectáculo le
interesa el consumo cultural más que los bienes espirituales de ese consumo. En
cierta forma le quita el aura, y desacraliza la obra, como sostiene Benjamin.
En este mercado parece que da lo
mismo todo, salvo lo que dé rentabilidad. El valor de una ciudad no se mide por
los índices sólo económicos ni por las construcciones. El valor también está
dado en la pertenencia. En ese sentido los espacios poéticos son una forma espiritual
del animus. El ser humano necesita sentirse reconocido en su ciudad y
orgulloso de ésta. Quitarle aquello lo desorienta, lo enfurece. Los muros
hablan, la palabra aparece. La ciudadanía se hace escuchar. Son voces anónimas
que reclaman participación democrática. Una polis que no se hace cargo a la
larga pierde sentido. No hay peor mal que sentirse desarraigado de un lugar y
no identificarse en los objetos materiales de la memoria que encamina siempre a
la infancia. La infancia es el momento de mayor felicidad de nuestra vida,
según la teoría de la fenomenológica del psiquismo. Es el tiempo del juego
inocente, del ocio, del despertar a los sentidos con el mundo. Dice Sábato que
la infancia es el periodo más importante del ser humano, puesto que configura
el futuro. Es una etapa de preguntas, es el tiempo que se dilata en largas
caminatas, el vagabundaje de las pandillas buscando tesoros ocultos. El
misterio ingresa en nosotros para siempre. Yo recuerdo haber recorrido grandes
extensiones de distancia con mi padre por el desierto nortino. El tiempo se me
hacía eterno, el silencio del día y de la noche nos hacía pensar en la vida y
en la muerte. La primera muerte que vi fue en una iglesia. Se me viene a la
mente la ceremonia fúnebre. El signo fácil de entender, como dice la poeta
Emily Dickinson, eso que la noticia de la muerte se traslada a todos los
rincones de la ciudad. El adentro de la iglesia es la muerte y el afuera la
vida. Cada muerte es una cadena incansable hacia el nacimiento. Vida y muerte son
una misma cadena. Nacemos para morir.
La ciudad como un organismo vivo
respira. Leemos la protesta social en los muros, donde se clama por justicia.
La ciudad como cárcel
El hogar donde vivimos también se
puede convertir en una fuente de pesar. La casa puede albergar traumas que el
inconciente los asocia con los sótanos. Según Bachelard, esos traumas heredados
desde la infancia constituyen temores inconfesables, presencias fantasmales del
inconciente, culpabilidades, represión. La casa es un órgano vivo. Intimida,
excluye como en Casa tomada de
Cortázar. Hay allí una pugna entre los de adentro y los de afuera. Las
presencias que toman la casa van expulsando a los moradores, que se sienten
amenazados. Cuando el ser se ve desplazado, intimidado, su psiquis se trastorna
y desea huir de esos espacios no reconocibles.
Las fuerzas invasoras separan, se
apropian de lo ajeno, y hacen sentir mal, incómodos a los antiguos
propietarios.
La ciudad en la obra del escritor
uruguayo Felisberto Hernández está caracterizada por un pasado indeterminado. “Había una vez, en aquella casa cerca del
río”. El río de la Plata
o cualquier otro río del orbe. Al igual que Kafka la ciudad es desierta, sin
mayores detalles de nombres de calles y lugares. Ese procedimiento le da un
carácter universal, misterioso. Lo atrayente de la propuesta de Felisberto es
el detalle de la ciudad de la provincia: una cartografía del afuera. El tiempo en
la periferia es cansino e introspectivo. Las ciudades de Felisberto son de
recuerdos de infancia y adolescencia, de juegos, de un erotismo naif. Las
mujeres en Felisberto son un misterio. Los personajes siempre tratan de ver qué
hay detrás de lo aparente. La ciudad de provincia, entonces, es un imaginario
de una gran fantasía desbordante.
Las ciudades literarias
En la novela breve Las Hortensias
se enuncia el ruido de las máquinas de la ciudad. Tal vez sea ese otro mundo
fuera de lo fantástico. La ciudad industrial en contraposición con las ciudades
de provincia de Felisberto Hernández, donde se asiste a un teatro del recuerdo.
Ciudades cerca de un río, y muy lejos de las ciudades tecnológicas.
La ciudad de Di Benedetto es
parecida a la de Felisberto. También se respira quietud, pero tiene un
componente más amenazante. En Los suicidas de Di Benedetto el suicidio
espontáneo y sin sentido invade de pronto a la ciudad. Vemos una ciudad
aletargada por el sol inclemente, delirante. En Los suicidas el misterio
no se resuelve. “Nacemos desnudos” dice al final el protagonista, y morimos sin
saber qué vendrá. Pese a todo creo ver una esperanza, sí remota acaso, pero al
menos esperanza. La amante le dice “no lo hagas”. Tal vez sea una advertencia de
que morir tampoco sea un descanso.
Las ciudades de Carlos León son
espacios amistosos: la peluquería reflejada en Las viejas amistades o el
café como en el otro relato El hombre del traje blanco, o esas ciudades
de provincia donde conviven sobrinos y tías solteronas. La ciudad en León es
reconocible, Valparaíso e Iquique aparecen en el recuerdo. Pero así como uno
envejece, la ciudad cambia y se transforma. La ciudad progresa y retrocede:
paraíso y conflicto conviven desigualmente en manos de los poderosos
invisibles, como dice Sergio Holas, analizando la poesía de Ennio Moltedo, con
su fascinante última entrega antes de morir, Las Cosas Nuevas, que nos induce a pensar que debemos
resguardarnos los espacios y tiempos invadidos por las imágenes del consumo y
la farándula.
En la poesía del poeta quilpueíno
Rubén Jacob los espacios de las casas son puertas temporales hacia el pasado.
Los personajes en The Boston Evening
Transcrip permiten la convivencia entre los vivos y los muertos. Las casas
son el tiempo del pasado y el presente, a partir de esa voz poética que clama
por lo corrosivo que es el tiempo, recordando en ese sentido a Proust respecto
de los cambios físicos y subjetivos que provoca en las personas y en los
espacios.
La ciudad de Quilpué es descrita
como un centro de operaciones para el reencuentro entre padres e hijos. La
ciudad del sol es la residencia definitiva de Jacob. En el extraordinario poema
primero del mencionado poemario el hablante lírico tiene cuentas pendientes con
el padre, para ello debe ingresar a esa otra dimensión del recuerdo, donde
percibimos un mundo ya esfumado. La imaginación es la única puerta a esa
sanación.
La ciudad como teatro
Shapeaskeare decía que cada hombre
es un actor en este gran escenario del mundo. Se refería obviamente a las
ciudades como centros de contacto social, ocio y entretenimiento. Sin embargo
tiempo después Rousseau denunciaba el grado de corruptela de las grandes
ciudades. Es interesante la reflexión rousseuciana pues critica el hecho de la
despersonalización del “yo” a partir de las dependencias comunitarias. Lo
anterior no deja de tener vigencia en la interacción con el otro en la sociedad
del espectáculo. Los momentos de la intimidad pasan luego a un desborde de
falsas promesas e hipocresías al ser deformadas por el narcisismo. Por lo
mismo, es común que detrás de proyectos urbanísticos culturales se escondan
razones menos nobles, como afán de poder y reconocimiento desmedido, máxime
cuando la autoridad analiza los proyectos culturales desde una óptica
instrumental muchas veces, para de ese modo resaltar su imagen pública a través
de la política del evento. En ese sentido, la ciudad ha servido como foco para
la vida social y las plataformas políticas, y para el conflicto.
Es evidente que cada grupo busca sus
propios intereses, cada comunidad proyecta una manera de convivencia con la
ciudad más pragmática que espiritual, privilegiando las obras públicas como el
desarrollo de la ciudad (eslogan del progreso) y a través de los dividendos
políticos.
La autoridad —en demasiadas
ocasiones en nombre de la soberanía popular— actúa a través de una tiranía
encubierta, imponiendo un modelo económico de la cuantificación de las obras.
Nada más alejado de una verdadera política de qué significan los espacios
públicos.
Para Balzac la ciudad era una
revelación de la psique humana. En la comedia
humana, el París balzaciano se desnuda la ciudad y se dice que los sentimientos
auténticos son excepción; son destruidos por el juego de interés, aplastados
entre las ruedas de este mundo mecánico. En efecto, la idea del detalle
romántico, dice Donald Fenger, está relacionada con el hecho de que el novelista
se concentra en los detalles de la vida personal cotidiana porque cada uno de
ellos —si es examinado, apartado y volteado desde todos los ángulos— revelará
no sólo el carácter de la persona o incluso la personalidad en una miríada de
apariencias distintas sino que develará un secreto.
Mitos de la convivencia
Según el sociólogo Richard Sennett
la proximidad entre las personas crea un desorden moral, una alienación de la
personalidad capturada por el líder carismático, que se apropia de los sueños colectivos
a partir del lenguaje retórico. Ello como efecto de la desmedida irrupción de
la intimidad en los espacios públicos, en la ansiedad por abrirnos sin la
cautela. Para el sociólogo, pensamiento que compartimos, la civilidad es más
bien una manera de protegerse y, al mismo tiempo, de disfrutar la compañía de
los demás, pero no desde la perversión de la fraternidad; es decir, desde la
charlatanería mediática.
La relación que podemos establecer
entre la civilidad y la ciudad es que la primera corresponde a una extrañeza.
Vale decir, el contacto con los demás siempre es un elemento positivo, pero al
mismo tiempo dicho acercamiento puede constituir una perversión, como
sostuvimos. En esa dirección es oportuno desmitificar lo de la supuesta
fraternidad de la comunidad. Puede que la haya en ciertos deseos compartidos,
pero a veces los líderes se pueden convertir en verdaderos tiranos de los
deseos colectivos de los ciudadanos ya sea por la empatía, la buena
disposición, la conversación, etc. Ese mismo líder después puede estar coludido
con intereses políticos, aprobando leyes que atentan contra el salario de los
trabajadores, o apoyando iniciativas de las grandes empresas, con el fin de
capturar prebendas, acuerdos secretos, en desmedro de la comunidad.
La crítica está dada a la seducción
de ese líder político moderno que dice lo que la gente desea escuchar, según
las leyes del marketing. Esta tiranía de la personalidad es difundida por los
medios electrónicos, donde el candidato hace uso de su personalidad para atraer
votos. Se apropia del discurso de la colectividad para aparecer como un
demócrata. Detrás de las buenas intenciones se pueden esconder intrigas,
corrupción, clientelismo, amiguismo político, merced de prácticas eminentemente
amorales.
Según Sennett, tesis que
compartimos, en la medida que el ser humano actúa impersonalmente con la
comunidad sin mostrarse del todo, sin caer en el melodrama de lo social,
podemos adquirir mayor conciencia resguardándonos de los personalismos. Sólo
así puede que tengamos un amor genuino por la ciudad, al convivir en la
diversidad, pero atento a nuestra propia intimidad.
Lo que cuestionamos de la sociedad
del espectáculo no es el progreso urbano sino el modelo hegemónico de gestión,
que no desarrolla suficientemente lo local, afectando el intercambio
democrático. La sustentabilidad de los proyectos urbanísticos se engarza con la
memoria de la ciudad remozada, las nuevas contingencias, y por otro lado, a la
contingencia que tiene que ver con la multiplicación de más espacios de
sociabilidad.
La desterritorialización de las
interacciones políticas se hace cada vez más en la red, lo que implica menos
hábitos de relaciones. Lo mismo pasa con los llamados mall, los cuales a mi modo de ver sí son lugares de intercambio y
encuentro. De hecho en sus interiores existen cafés y la gente se reúne a
conversar. Tal vez la crítica de ciertos sociólogos, politólogos y antropólogos
está enfocada a advertir que el centro comercial al tener público que gusta de
asistir al mall, se convierte en un
consumidor compulsivo. Resulta extraño, como dice un antropólogo, sostener que
son espacios que no existen, un no lugar, en circunstancias que los públicos sí
los prefieren a las plazas o los espacios más abiertos. Por lo demás, en sus
interiores el consumo sí es una relación simbólica y cultural. En una ciudad
como Viña del Mar, con impresionantes paisajes costeros, los domingos muchas
familias prefieren ir a distraerse a los centros comerciales que dar un paseo
por la costa, aunque eso está cambiando. Actualmente, el paseo costero que
parte de avenida Perú y que unirá Reñaca, el balneario más importante del país,
ha significado un incentivo a la práctica del deporte con las ciclovías y la
práctica del trote o running. A pesar de las contradicciones de las ciudades, en
la medida que haya mayor conciencia de la ciudadanía por exigir mejores
espacios públicos la ciudad mejorará. Pensar el paraíso es también adecuarlo al
tiempo que vivimos.
Lo público y lo privado
Como dijimos anteriormente, por la
personalización de la política y la intimidad, a partir de los años 60, se hace
latente la división entre lo público y lo privado. Como sabemos, el surgimiento
de los medios de comunicación ha contaminado la intimidad de las personas y los
espacios públicos por afanes mercantiles fundamentalmente y porque de lo que se
trata es de pacificar a los espectadores.
La ciudad por lo tanto se ha
televisado con las famosas cámaras de seguridad. Actualmente, vivimos altos
índices de delincuencia, lo que ha implicado colocar cámaras en sitios
estratégicos. Sin embargo las ciudades se han adecuado en pro de esos adelantos
en una especie de reality televisivo. El exceso de ese Estado aprensivo trae
como consecuencia la dramatización de todo conflicto social a través del teatro
de la televisión.
Cada vez resultan más invadidas las
ciudades, no sólo por las cámaras de vigilancia sino por la publicidad de
letreros y carteles, provocando relaciones de mercado más que de sociabilidad.
De partida, da la sensación que la ciudad estuviese preparada artificialmente
para la belleza de la moda, enalteciendo el hedonismo de los rostros
televisivos, que sin ser invitados ingresan en nuestros hogares. Sin embargo,
aquello sucede porque el público prende los aparatos televisivos porque ven en
ellos un grado de cercanía, de simulacro de intimidad.
¿Cómo hacer frente a esta avalancha
de imágenes hegemonizantes en nuestra vida cotidiana?
Por mucho que uno trate de aislarse,
está dentro de esta sociedad de consumo. No obstante, la conciencia crítica y
propositiva es un modo de resistencia. Sentirse parte de una comunidad es una
manera de relacionarnos más en lo micro. En ese sentido, el pensamiento de
Richard Sennett nos da esperanzas, modelos de acción, a través de lo
intersubjetivo, a partir de la confianza que podemos depositar en el otro, y en
nosotros mismos.
Ciudad del desencuentro
La ciudad del desencuentro se
refleja en algunos poemas de Las cosas
nuevas (Ennio Moltedo), donde los mercaderes arrasan con los espacios antes
identificables como los jardines y baños de Recreo, su piscina y una bella
“estación suspendida en el mar”.
No se trata de idealizar el pasado,
sino dar cuenta que los lugares donde transitamos ya no están. Es como si nos
quitarán un resto de memoria. ¿Cómo decirles a las nuevas generaciones, a
nuestros hijos, que esos lugares donde estuvimos, donde estudiamos, donde pasó
nuestra existencia ya no están?
Ahora ese colegio donde estudié
cursando la secundaria ya no existe. Un emblemático edificio neoclásico que
estaba en 1 Norte con 1 Poniente, donde se ubicaba el tradicional colegio de
los Padres Franceses de Viña del Mar, será parte del recuerdo. Hoy lo reemplaza
un moderno proyecto inmobiliario de torres en altura. En los 90 funcionó el
agradable cine Rioja, donde recuerdo haber visto excelentes programaciones de
cine europeo y oriental. Estaba detrás del palacio Rioja, rodeado de
centenarios árboles. Lo mismo pasó con el cine Rialto de la galería de las
peluquerías. Según Agustín Squella, era un asiduo espectador en los 70 del
mejor cine europeo de ese tiempo. El único cine que va quedando con
programación de películas fuera de la hegemonía del cine americano, es el
mítico cine Arte de la galería Mackenna, donde se reunían dos grandes poetas de
nuestro largo país: Zurita y Juan Luis Martínez.
Desafortunadamente, en vez de oler
el cuero de las viejas butacas, olemos el dulzor de las palomitas de maíz y los
asépticos spray de los cines del mall.
Y los cafés, en vez de ser centros de conversaciones interesantes, se han
convertido en conversatorios de banalidades y chapucerías de barrio alto.
Consumidor y ciudadano
Según la tesis de García Canclini,
el consumo y la globalización han remodelado la manera de relacionarnos con la
ciudad. El consumo no sería visto necesariamente como un componente degradante
en el ser, sino en el contexto atomizador de un ciudadano consciente. Lo
benigno de esta tesis es que permite pensar los hábitos de los consumidores
desde la lógica de lo local versus el centralismo. Sin embargo, ¿acaso el
capitalismo no muta en otras formas de relaciones igualmente consumistas?
A lo que le falta a esta mirada,
según sus críticos, es un análisis más antropológico y menos condescendiente
con el capitalismo y la globalización. En ese sentido ¿cómo se construye la identidad
hoy, en cualquier ciudad del mundo?
En el caso de una ciudad como Viña
del Mar, se vende la idea de Ciudad Bella lo cual la emparenta con una postal
turística, exenta de complejidad. Siempre he escuchado que los viñamarinos son
apáticos y arribistas. Ante la mirada de Valparaíso se dice que en la “Ciudad Jardín” no pasa nada, lo cual refleja una
cierta ligereza, pues pasan muchas cosas. El punto está en que hay que conocer
los micromundos de los barrios en los altos de Viña del Mar. Por lo pronto, muchos
barrios populares —como Forestal, Gómez Carreño, entre otros— fueron sectores
de resistencia en los tiempos difíciles. Su identidad ha sido la toma de
terrenos como forma de asentamiento. Además en Viña del Mar en los años 60
surgieron varias iniciativas de gran impacto cultural, como los foros de cine
de un grupo de gentes, como el connotado médico y cineasta Aldo Francia, que le
dieron un espíritu imaginario y cultural a nuestra ciudad. Las conversaciones
en el mítico café Cinema fueron un centro de encuentro de lo mejor de nuestra
poesía regional.
La identidad entonces es un asunto
de los habitantes y la ciudad, una relación simbiótica. La ciudad manifiesta la
indignación en los muros, en los rallados se percibe el malestar social. Un
ejemplo de ello es la protesta y toma de muchos establecimientos educacionales
del país. Se supone que levantando el nivel educativo llegaremos al desarrollo,
pero los presupuestos educacionales no son suficientes para palear este déficit
de política pública, destruida por la dictadura de Pinochet.
Identidad y sus complejidades
El micromundo de las galerías de
Viña del Mar es un buen escenario de las profundas desigualdades de un país que
se dice estable. La imagen de país ordenado se publicita muy bien al exterior.
Sin embargo ya no es posible esconder lo mal distribuida que está la riqueza.
Mientras el hombre del acordeón tiene que ganarse la vida a duras penas, en la
otra escala social los altos ejecutivos tienen sueldos millonarios.
La crisis de representatividad, a mi
modo de ver, es un reflejo de la falta de confianza de la ciudadanía hacia la
clase política. El falso humanismo de un hombre y un voto es propio del
marketing político. ¿Entonces en qué creer? Yo creo en la posibilidad de
construir nuestros propios sueños, con metas realistas. En efecto, los
estallidos sociales se producen cuando uno ve que los sueños no se cumplen.
Cunde la frustración. No hay nada más decepcionante que una democracia que
agudiza las injusticias sociales. Hasta el momento no aparece un sistema
económico y político que reemplace a este modelo liberal de desarrollo
excluyente. Mientras tanto, los habitantes de nuestras ciudades seguirán
resistiendo los modelos hegemónicos.
La vida pública en la poesía de Las cosas nuevas, irónicamente se erosiona
por el sin sentido. Hoy quienes votamos no somos más que clientes de un sistema
semidemocrático pues la semilla del mal sigue siendo una constitución de corte
fascista y autoritario. ¿De qué sirve votar por tal o cual candidato?
En esta sociedad del espectáculo por
mucho que uno este desvinculado de la televisión igualmente se cuelan los
chismes de la farándula. La farándula y la crónica roja son lo suficientemente
explotados para producir dramatización y alto consumo televisivo.
La búsqueda de la identidad supone
luchar contra aquellas identidades impuestas por los medios de comunicación. Es
evidente que la antigua ciudad letrada del siglo XIX ha sido desplazada por la
cultura de la imagen, lo que ha provocado una baja de la lectura del libro
impreso. Sin ir más lejos, en nuestro país son vergonzosos los estándares de
comprensión lectora pese al alto índice de alfabetización (96%). Si antes, el
arte burgués del siglo XIX por excelencia era la novela, hoy la televisión e Internet
son el modo que tiene el público para ocupar el tiempo libre. La valoración que
tenemos los chilenos respecto de la lectura es instrumental, e incluso en los
ámbitos universitarios. No tiene una valoración estética, placentera.
Obviamente que un país que adolece de espíritu lector disminuye su interacción
con la ciudad, adormeciendo los sentidos.
La identidad de un país no sólo está
dada por el crecimiento económico sino por el desarrollo civil, de habitar y
ser partícipe de la ciudad. Lo alienante de este sistema capitalista ultraliberal
es que no permite a las personas tener un tiempo libre. Vivimos esclavos del
trabajo. Tantas horas de encierro en una oficina, como en zoológicos, enloquece
al ser humano y a cualquier especie animal, incluida la nuestra. Lo neurotiza,
de ahí el alto índice de enfermedades psiquiátricas.
La ciudad escatológica de Granjerías infames del poeta Rubén
Jacob, en Caminata, reclama por lo
excrementicio de la ciudad abandonada, donde la mugre cubre los recintos. Vemos
una ciudad industrial, un infierno urbano donde no hay espacio para la
felicidad. En Enroque el hablante
lírico juega la última partida de ajedrez con la muerte en una ciudad desierta.
Y sabe que será la última partida. Veo allí una crítica a la ciudad de los
vivos, la ciudad del pillaje y la corruptela en contraposición con la ciudad de
los muertos, donde nada sabemos.
En este torneo/ No es buena cosa/ No sirve/ Es inútil jugar ajedrez con
la muerte.
En Evocación el héroe reclama por la añoranza como un espacio de
felicidad, cuando la vida todavía era fácil. Es la memoria la única forma de
resistencia que tiene el poeta para convivir en las ciudades deshumanizadas.
Ah déjenme el tiempo recobrado/ Los sueños y sus sombras.
(Continuará)
Nuevos colaboradores
MARÍA EUGENIA CASEIRO
Narradora y poeta cubana. Reside en
Miami, Estados Unidos. Miembro de la
Unión de Escritores y Artistas del Caribe, de la Unión Hispanoamericana
de Escritores, de la
Asociación Caribeña de Estudios del Caribe y Miembro
Colaborador de la
Academia Norteamericana de la Lengua Española
(ANLE). Integra la
Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo
de Poesía y el Consejo Editorial de La Peregrina Magazine.
Colabora con la Asociación Canadiense
de Hispanistas.
Ha participado como jurado en
certámenes literarios. Ha obtenido reconocimientos su por dedicación a la
difusión de la cultura. Premio José María Heredia, Primer Premio Narrativa
Artesanías Literarias, Primer Premio Poesía Carta Lírica 2011. Ha publicado el
poemario No soy yo en versión bilingüe, español y rumano, Nueve cuentos para recrear el café en
versión bilingüe, español y francés, y el libro de poemas, Escaparate, el
caos ordenado del poeta, que reúne varias épocas de su poesía.
JORGE ALOY
Jorge Aloy es argentino y nació en
1963. Licenciado y profesor en Letras por la Universidad de Lomas
de Zamora (UNLZ), participó de grupos de investigación y se desempeña como
docente en la Facultad
de Ciencias Sociales de la UNLZ
en la cátedra Taller de lectura y escritura. En la actualidad realiza una
maestría en la Universidad
de Buenos Aires sobre el estudio interdisciplinario de la subjetividad. En 2013
fue finalista en el concurso “Paco Urondo”, en el rubro Investigaciones; su
ensayo será publicado como parte de una antología por la UNZL.
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 19 — Diciembre de
2014 — Año V
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en Realidades y Ficciones Nº
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en Realidades y Ficciones Nº 8)
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Condes (Santiago), Chile
(currículo en
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San Martín (Pcia.
Buenos Aires), Argentina
(currículo en
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Agustín Arosteguy
Balcarce (Pcia. Buenos
Aires), Argentina / Bilbao (País Vasco), España
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en Realidades y Ficciones Nº 10)
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(currículo
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Castañeda Hernández
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California), México
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Santiago Sevilla
Vallejo
Madrid, España
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Lidia Morales Benito
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León), España
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Margarita, Nueva Esparta), Venezuela / Villa Ballester (Pcia. Buenos Aires),
Argentina
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(currículo en Realidades y Ficciones Nº 19)
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