REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 20 — Marzo de 2015 — Año VI
Nº 20 — Marzo de 2015 — Año VI
ISSN 2250-4281
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gratuita como LECTOR
si
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nombre y apellido, ciudad y país
(se le
avisará cada nuevo número trimestral).
“Solón de Atenas”
Mónica Villarreal (2015)
(Acrílico y tinta sobre
papel, 23 cm x 30 cm)
Serie
“Poetas Clásicos Griegos” |
Sumario:
Ensayo
•
“¿Huevo de cristal o ramito de romero? El Aleph antes del Aleph” (Fernando
Sorrentino).
Poesía
• “La
muerte tiene los días contados”, nuevo poemario de Mario Meléndez (Luis Benítez).
Narrativa
• Arthur Schnitzler, exponente de
la literatura vanguardista de fin de siècle jung-wien”. Reseña (Anna Rossell).
• “El almohadón de plumas” de
Horacio Quiroga. Cuento y análisis (Fernando Chelle Pujolar).
• Robert E. Howard, un
acercamiento a su obra (José Francisco Sastre García).
Y
algo más…
• La
ciudad como cárcel – Parte II (Felipe Acuña Lang).
Nuevos
colaboradores de Realidades y Ficciones (currículos):
• Fernando Sorrentino, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Fernando
Chelle Pujolar, Mercedes,
Uruguay / Cúcuta (Norte de Santander), Colombia
• José
Francisco Sastre García, Valladolid (Castilla y León), España
Ensayo
¿HUEVO DE CRISTAL O
RAMITO DE ROMERO?
EL ALEPH ANTES DEL
ALEPH
Fernando Sorrentino ©
En “El Zahir” y
“El Aleph” creo notar algún influjo
del cuento “The
Crystal Egg” (1899) de Wells.
Borges,
“Epílogo”, El Aleph (1949).
1. En el otoño
sudamericano del año 2011…
En el otoño sudamericano del
año 2011 comencé la muy agradable tarea de compilar un conjunto de cuentos
argentinos 1 de, digamos, “anteayer”. El relato más antiguo es —como
no podía ser de otra manera— “El matadero”, de Esteban Echeverría (1805-1851),
que se supone compuesto entre 1838 y 1840, y publicado por vez primera en 1871
en la Revista del Río de la Plata (Buenos Aires, I, 4); el más moderno,
“El resorte secreto”, de Roberto Arlt (1900-1942), que apareció en el número de
la revista El Hogar (Buenos Aires) correspondiente al 3 de septiembre de
1937. Año más o menos, podemos decir que, entre el trabajo de Echeverría y el
de Arlt, corrió un siglo.
Esta labor compartió más las características del anticuario que las del crítico, pues, si bien algunos autores (por ejemplo, Horacio Quiroga o Leopoldo Lugones) eran fácilmente hallables en ediciones del circuito comercial, otros (por ejemplo, Carlos Monsalve o Santiago Estrada) resultaban prácticamente inconseguibles.
Esta labor compartió más las características del anticuario que las del crítico, pues, si bien algunos autores (por ejemplo, Horacio Quiroga o Leopoldo Lugones) eran fácilmente hallables en ediciones del circuito comercial, otros (por ejemplo, Carlos Monsalve o Santiago Estrada) resultaban prácticamente inconseguibles.
Entre los narradores en esta
última situación figuraba también Eduarda Mansilla de García 2,
cuya existencia me era más conocida que sus obras. El hecho
es que, con la absoluta convicción de estar cumpliendo un acto de justicia
exhumatoria, incluí en el volumen su cuento “El ramito de romero”. Mentiría si
afirmase que el relato me produjo la única sensación que busco en la
literatura: el placer. Más bien me pareció desordenado, evanescente,
ramificado, abstracto, impreciso…
Eduarda Mansilla |
Pero, llevado de la
escrupulosidad exigible a un editor de textos ajenos, lo cuidé, según mi
costumbre, con obsesivo afán. En un momento dado, un extenso pasaje provocó en
mí un sobresalto que iba más allá de las meras cuestiones semánticas y/u
ortotipográficas.
Escribió Eduarda:
Cambió la escena.
Comencé a ver desarrollarse, poco a poco, algo como una inmensa tela transparente,
que no acababa nunca, cubierta, según me pareció al principio, de jeroglíficos
extraños, de colores vistosos los unos y sombríos los otros. A medida que la
tela se extendía, cubriendo una superficie que mi vista, en su estado natural,
no hubiera podido jamás abarcar, iba comprendiendo el significado misterioso de
aquellos dibujos informes, torcidos, en caprichoso laberinto. Así como
aprendemos la geografía del globo terrestre en mapas que nos enseñan a medir y
darnos cuenta de la forma exacta del espacio de tierra y agua que contiene el
mundo conocido, comprendí que tenía delante de mis ojos una carta
pragmatográfica de los hechos en el tiempo y que, gracias al estado de
permeabilidad en que me hallaba, me revelaba la existencia de los acontecimientos
en el tiempo, que existen sin que nadie lo sospeche, tales cuales en el
espacio, los continentes y los mares antes de ser conocidos por aquellos que
ignoran la geografía.
Desde la marcha de
los imperios más poderosos hasta la del más oscuro individuo, todo estaba allí
indicado sin pasado ni presente, diferencias puramente humanas.
“¡Diablo”, no pude no decirme,
“¿dónde he leído, y muchas veces, algo muy parecido?”. Y, para que no me
quedaran dudas, los siguientes párrafos de la autora decían lo siguiente:
Como en los atlas de
Lesage, veíase allí de un modo sincrónico el camino de la humanidad en
espirales ascendentes, obedeciendo a leyes tan inmutables, como lo son las de
atracción y gravitación en el mundo físico, retrocediendo en apariencia durante
siglos, pero avanzando siempre. Vi la ley del progreso humano, reducida a
ecuación algebraica. Vi el surco que dejaron tras de sí los pueblos esclavos,
desde el origen del mundo conocido, marchando cual rebaño de ovejas al matadero
sin murmurar ni esperar. Vi el despotismo, triunfante un día, convertirse
luego, bajo otra forma, en otro despotismo. Vi las santas aspiraciones de los
creyentes naufragar en mares de sangre y lágrimas. Vi aparecer la era de la
fraternidad y la igualdad; pero vi también esa fraternidad, esa igualdad,
combatidas, sofocadas por aquellos mismos a quienes incumbía la misión de
redimir. Vi a los enviados de paz y humildad pactar con los soberbios
poderosos, para oprimir al desvalido y quitarle hasta la esperanza, invocando
una doctrina santa. Vi la incredulidad y el ateísmo triunfantes olvidarlo todo,
para no acariciar otra idea, otra esperanza, que el amor al dinero. Vi la
destrucción de la familia, tal cual hoy la conocemos. Vi surgir nuevas leyes,
nuevos derechos, y, como el tiempo no existía para mí, vi la llegada triunfante
de la humanidad a una zona luminosa y armónica, y la visión cambió.
Una llama
atornasolada, seguida de muchas otras que, como fuegos fatuos, subían y se
agitaban en una atmósfera cargada de electricidad, me hizo fijar la vista en un
punto lejano y vago, que parecía alejarse a medida que las llamas se
multiplicaban. Poco a poco creció aquel punto, tornándose luminoso y esférico,
hasta convertirse en un globo colosal y transparente, del cual filtraba una luz
semejante a la del sol que alumbra nuestro planeta. Las llamas se encendían y
se apagaban alternativamente, y a veces crecían hasta tocar el globo luminoso,
que, oscilante, se mecía airoso en el éter, pintándose, en sus paredes tersas y
transparentes como las de una gigantesca farola chinesca, imágenes varias de
sobrehumana belleza.
Entonces cumplí con lo que me
ordenaban los evidentes indicios. Redacté la siguiente “Apostilla”, cuyo texto
es el siguiente:
VI LA LEY DEL
PROGRESO HUMANO. La extensa enumeración que aquí empieza tiene curiosa
similitud con la que, muchos años más tarde, Borges comenzaría de este modo:
“Vi el populoso mar” (“El Aleph”). 3
Y, en efecto, veamos completo
el texto de Borges:
En la parte inferior
del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi
intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese
movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que
encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el
espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del
espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos
los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las
muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra
pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos
escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y
ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas
que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos,
nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos
ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que
no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el
pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol,
vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio,
la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo
solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y
perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un
poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi
mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre
dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en
una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a
los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un
escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos
helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas
y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio
persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas
obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino,
vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que
deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura
sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph,
desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el
Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí
vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural,
cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el
inconcebible universo.
2. En febrero del año
2013…
En febrero del año 2013 me
disponía a escribir este mismo artículo con la intención de señalar la
coincidencia existente entre la enumeración de “El ramito de romero” y la de
“El Aleph”.
En busca de mayor información
sobre la autora del primero, recurrí a la rápida búsqueda que suele facilitar
Internet. La conjunción de tino y azar me condujo a visitar un libro cuya
edición moderna yo ignoraba:
MANSILLA DE GARCÍA,
Eduarda, Pablo o la vida en las pampas, Buenos Aires, Colihue / Biblioteca
Nacional, 2007, 306 págs.
El “Estudio preliminar”
pertenece a María Gabriela Mizraje. La lectura de ese trabajo me obliga a
confesar que mi “hallazgo” del año 2012 ya lo había obtenido, unos cuantos años
antes, María Gabriela Mizraje. Por la índole de mi tarea de antólogo (Eduarda
Mansilla era una autora más entre treinta y tres), sólo advertí y consigné la
similitud con el texto de Borges expuesta en la “Apostilla”.
Pero María Gabriela señaló,
con perspicacia, otros puntos de contacto entre ambos textos. Y, como el mérito
es de ella, y no mío, paso a reproducir los pasajes pertinentes.
Ella dice que “El Aleph”
parece dialogar,
dentro de la tradición argentina, con “El ramito de romero” de Eduarda
Mansilla.
Y, a continuación, aporta las
semejanzas:
Una historia de amor
entre primos en Buenos Aires, la otra en París, la influencia de Hamlet y
Leviathan en “El Aleph”, la de Dante en el relato de Eduarda, pero los
italianos en “El Aleph” y los normandos en “El ramito”; la plaza Constitución
en lugar del café Procope, mientras lo que se marca es que la calle sigue su
flujo a pesar de la vicisitud del narrador. Abril y vísperas de Semana Santa
(más exactamente un 30 de abril y un Domingo de Ramos), con los que las fechas
quieren puntualizarse. Un Carlos, en “El ramito de romero”, a quien se dirige
Raimundo, enamorado de su prima; otro Carlos, en “El Aleph”, primo de Beatriz
—Dante mediante— a cuyo encuentro se dirige el narrador, ambos enamorados de
esa mujer. En “El ramito” el cuadro se completa con la madre de ella, en “El
Aleph, con el padre. 4 En los dos relatos lo primero que va a
destacarse de la mujer, además de su belleza y su fragilidad, 5 son
sus manos. 6
Una prima que ya no
vive y una prima viva, un cuento con final feliz y otro en el que se constata
la desdicha. La ciudad, afuera con su vida; adentro, una casa y una Escuela de
Medicina. Dentro de la casa, un sótano, dentro de la escuela, una sala de
profesores, ambos espacios compartidos con otro hombre, ambos a oscuras. La
oscuridad opera como soporte necesario de la visión extraña. Y ambos,
vinculados a una mujer muerta, primero idealizada, mas tarde percibida como
impura.
En un caso, penetrar
al lugar de la revelación se precede por consumo de tabaco; en el otro, por
consumo de alcohol (el cognac de “El Aleph”); hay preparación y hay riesgo,
exasperación de los sentidos y fronteras lindantes con el sueño o la pérdida de
conocimiento.
Hasta aquí María Gabriela
Mizraje. Considero certera e incontrovertible su entera exposición.
Su conclusión también puede
ser la mía:
Toda la idea del
relato dedicado a Estela Canto [“El Aleph”] ya está allí condensada. La
maestría de Borges, quien sin duda alguna leyó este relato de Eduarda (aunque
acaso lo olvidó), la despliega.
En el “Epílogo” de El Aleph Borges declara: “En ‘El Zahir’
y ‘El Aleph’ creo notar algún influjo del cuento ‘The Crystal Egg’ (1899) de
Wells”. Pero nada dice de “El ramito de romero”.
Ahora bien, en muchísimas
ocasiones leí y releí “El Aleph”, acompañado siempre de la sensación de
perplejidad que me producen las que me atrevo a llamar obras maestras de la
literatura. Una sola vez (y por motivos, digamos, “profesionales”, y con
cierta indulgencia culpable) leí “El ramito de romero”, sin sospechar que la
ficción que el prodigioso Borges redactó hacia 1945 algo tenía de espejo de
cierta imaginación de una autora muy menor del siglo XIX.
Martínez
(Pcia. Buenos Aires), 26 de febrero de 2013
(Dirección
Nacional del Derecho de Autor, registro Nº 5033447)
1
Ficcionario argentino (1840-1940). Cien
años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt. Buenos Aires,
Losada, 2012, 408 págs.
2
Eduarda nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1834 (aunque también se
barajan otras fechas: 1832, 1835, 1838) y falleció en la misma ciudad el 20 de
diciembre de 1892. Casada con el diplomático y abogado Manuel Rafael García
Aguirre, se la conoció como Eduarda Mansilla de García. Sus obras tuvieron
muchísimo menos difusión que las de su hermano Lucio Victorio (1831-1913). El médico
de San Luis y Lucía Miranda (novelas, 1860) fueron sus primeros libros.
Debido a la actividad diplomática de su marido, residió varios años en Estados
Unidos y en Europa. En París publicó una novela en francés: Pablo ou la vie
dans les pampas (1869), que más tarde se tradujo al español. Hay acuerdo en
que fue la primera autora argentina de relatos para niños: Cuentos
(1880). Escribió, asimismo, algunas obras teatrales: La marquesa de
Altamira, El testamento. El libro Creaciones (1883) contiene siete
piezas: una comedia, “Similia similibus” (“Proverbio en un acto”) y seis
relatos: “El ramito de romero”, “Dos cuerpos para un alma, “La loca”, “Kate”,
Sombras” y “Beppa”.
3
Ficcionario, pág. 89.
4
BORGES: “Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños [el de Beatriz
Viterbo]; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre
[…]”. Según se desprende del texto, la primera visita de “Borges” tuvo lugar el
30 de abril de 1929. Y, desde entonces, ya no se menciona al padre de Beatriz y
la acción se centra en “las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri”,
cuya culminación se produce en el núcleo del relato, que ocurre nada menos que
doce años más tarde: el 30 de abril de 1941.
5
MANSILLA: “[…] di en pensar en mi prima Luisa, a quien había visto esa misma
tarde. Tú no conoces a mi prima; imagina un cuerpo diminuto, con movimientos
inquietos, que recuerdan los de la ardilla; pon sobre un cuello blanco, muy
blanco y que creo suavísimo, una cabecita coronada de rizos rubios; evoca una
fisonomía en la cual campean alternativamente la dulzura y la malicia […]”.
BORGES: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar
(si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de
éxtasis”.
6
MANSILLA: “una manecita preciosa, que siempre despierta en mí el antojo de
chuparla como alfeñique”. BORGES: “[Carlos Argentino] Tiene (como Beatriz)
grandes y afiladas manos hermosas”.
Poesía
“LA MUERTE TIENE LOS
DÍAS CONTADOS”
NUEVO POEMARIO DE
MARIO MELÉNDEZ
Luis
Benítez ©
Vastamente reconocido
por el público lector y la crítica especializada, el poeta chileno Mario
Meléndez fue hace tiempo consagrado como una de las mejores voces actuales de
la poesía latinoamericana. Su trayectoria —pese a su todavía presente juventud—
abarca un nutrido arsenal de títulos que ratifican por derecho propio lo
señalado en el párrafo anterior. Es un nuevo acierto de la editorial Buenos
Aires Poetry (ISBN 978-950-43-2837-7, Colección Pippa Passes, noviembre 2014,
Buenos Aires, Argentina) incluir una de sus mejores obras, “La muerte tiene
los días contados” en su catálogo, brindando así la primera edición
argentina de uno de sus poemarios, cuando ya han tenido cabida en prestigiosos
sellos de Latinoamérica y Europa, y en esta última, en magistrales traducciones
a lenguas extranjeras.
No en vano “La muerte
tiene los días contados” ha recibido el elogio de diversos y destacados
autores, entre ellos el gran Nicanor Parra, quien a lo largo de su siglo de
vida ha leído y escuchado una vasta gama de trabajos poéticos, pero quien ante
la obra de Meléndez no dudó en manifestar, en su momento: “¡Caramba! Hace tiempo que no leía un texto que se sostuviera por sí
solo”, expresión que habla a las claras del impacto que espera al lector al
recorrer la páginas siguientes.
Mario Meléndez |
¿Qué sostiene erguido
a este poemario de Mario Meléndez, tal como lo declara el máximo poeta chileno
viviente, el autor de los famosos “Poemas
y Antipoemas”? ¿Qué hará que siga de pie, según pase el tiempo, según será
fácil de advertir ya desde la primera lectura?
Las razones son
varias y entre las fundamentales, revista la innegable calidad de los trabajos
que aglutina el autor bajo este título: se trata de una obra de impecable
unidad estilística, una que ha sabido reunir en una voz inconfundible y ya
propia de Meléndez las decantadas influencias de autores latinoamericanos,
estadounidenses y europeos, actuando como una original síntesis de esa
polifonía. El manejo maestro de los recursos literarios que exhibe el autor le
permite trasmitir a la sensibilidad y al intelecto del lector, simultáneamente,
el sentimiento y la idea, la emoción y el concepto, con una innegable capacidad
por parte de Meléndez para encontrar la expresión justa y ubicarla sabiamente
en el contexto, reforzando su intensidad particular al tiempo que potencia lo
general del poema. Repetido este logro a todo lo largo de la obra, el conjunto
posee una fuerza expresiva que se destaca por sí misma y, curiosamente, aparece
como uniformemente distribuida en todo el continuo del poemario. Señalable
característica, pues no es habitual que un poemario de cierta extensión, como
el que nos ocupa, acuse tan marcado equilibrio escritural. Se trata de una
poética sin altibajos —los esperables incluso en autores de todavía más
dilatada trayectoria y tiempo en el oficio que Meléndez y notoriamente
consagrados— que sorprenderá, también por esta peculiaridad, a quienes se
aventuren en sus páginas.
Asimismo, creo que
éste es el momento adecuado para hacer una salvedad: como bien sabemos, nadie
puede definir cuál es, ni siquiera en donde estriba, el innegable valor de una
obra de arte poética. Es algo que se halla difuminado, esparcido por todo el
conjunto, siendo inapresable para la palabra crítica. Podemos decir que “El cementerio marino”, de Paul Valéry,
por ejemplo, es una obra maravillosa, pero al momento de pedírsenos que
explicitemos en dónde radica su extraordinaria cualidad, nos será prácticamente
imposible aislarla y someterla a examen. Invariablemente, la mayor parte de esa
“razón de ser” poética de la citada obra se nos escapará y cuanto dejemos sobre
el papel respecto de ella parecerá empalidecido, apenas referente, mero esbozo,
ante la plena luminosidad de la obra a la que intenta vanamente describir o,
siquiera, aludir. De modo semejante, ante lo alcanzado por Mario Meléndez en su
sombría, riente, sarcástica, escalofriante, chispeante e “irreverente” (esto
último, solamente para algunos y algunas) obra presente, se quiebra el lápiz y
se atora el dedo en el teclado a la hora de particularizar sobre sus logros.
Debo pedir disculpas por las torpezas de mi sola autoría que siguen a esta
necesaria aclaración, al referirme a algunos aspectos de “La muerte tiene
los días contados”.
Pero voy a intentarlo
como mejor yo pueda.
En principio,
señalemos que toda ironía en el fondo —y aun por delante— conlleva una mirada
piadosa dirigida en espejo a aquello sobre lo que se ironiza. Que la ironía que
destila —entre otros aspectos— esta obra de Meléndez, tenga por objeto la más
impiadosa de las entidades, la mismísima señora de la guadaña, habla a las
claras del punto de partida original que ha elegido el poeta para su trabajo,
donde el hombre, que es el único animal que sabe que se va a morir, se dirige a
la muerte a escala de la historia pasada y la más reciente, despojándola de su
aura fúnebre a medias, para “humanizarla” a un grado tal que, por momentos,
hasta la misma muerte nos despertará una sospechosa “condolencia” —no hay
término más apropiado, dado el objeto— respecto de su suerte. Aquí, sin
embargo, se evidencia el sentido del sentimiento despertado en espejo: quizá no
nos condolemos de la suerte de la muerte, sino de la nuestra propia,
proyectados en su temible figura. La muerte interlocutora de Meléndez, la
fijada por Meléndez, no es solamente la alegórica entidad ni el hecho
irreversible y biológico que a todos nos acecha seguro de su ineluctabilidad:
es otro disfraz del hombre, quien debe aludir y eludir para hablar de aquello
que lo toca hondamente.
El volumen se halla
dividido en nueve secciones: “La vida
privada de la muerte”; “La muerte lloró a los pies de Jesús”; “La muerte tiene
los días contados”; “Los heterónimos de la muerte”; “Los personajes de la
muerte”; “La muerte lleva una camisa de fuerza”; “Postales del más allá”;
“Historias de la vida irreal” y “La
muerte, todavía”. La presente edición argentina es una versión corregida y
aumentada por el autor, respecto de la inmediatamente anterior, aparecida en
Rímini, Italia, bajo el sello de Raffaelli Editore, en 2014, bajo el título “La morte ha i giorni contati” (edición
bilingüe, italiano y español), en traducción de Alba Metaponte y prologada por
el destacado poeta chileno Francisco Véjar. En efecto: la sección “Historias de la vida irreal” es
incorporada recién en esta edición argentina, constando de los poemas
titulados: “El cadáver de nadie”;
“Historias de la vida irreal 1”; “Historias de la vida irreal 2”; “Tango feroz”
y “Por tu propio bien”, cuando este
último poema integraba, en la edición italiana, la sección final, “La morte, tuttavia”. Asimismo, en la
sección “Los heterónimos de la muerte”,
la edición italiana incluye el poema “La
morte parlò in privato con Dio”, descartado por el autor en esta edición.
En la sección “Postales del más allá”
de esta edición de Buenos Aires Poetry falta el poema “Bonsai”, incluido en la de Raffaelli Editore.
La obra de Meléndez,
lejos de cristalizarse, se encuentra siempre en una permanente metamorfosis y
un proceso de cambio, al estilo de aquel óleo de Pablo Picasso que el célebre
pintor encontró en un museo privado, años después de haberse desprendido de él,
y que allí mismo retocó a su parecer, mostrando cómo, más allá de las
fijaciones establecidas por la cultura, la obra sigue siendo de la sola
propiedad de su creador.
Desde luego que lo
anterior no agota de modo alguno cuanto puede decirse sobre el presente
volumen, habida cuenta de lo antes señalado respecto de lo intangible e
irreductible de la obra de arte, pero supongo que puede servir como un mediano
antecedente para quien desee adentrarse en una de las obras más interesantes
que ha dado la nueva poesía de nuestra América. En definitiva, “La muerte tiene los días contados”, en
todas sus versiones, es una pieza ineludible en el anaquel destinado al género.
ASI ESCRIBE MARIO
MELÉNDEZ:
TRES KILOS PESÓ LA
MUERTE
Mario Meléndez ©
Cuando nació la
muerte
nadie quiso tomarla
en brazos
era tan fea como las
gordas de Botero
No durará mucho
dijo la madre al
salir del parto
tan resignada y
ausente
como una piedra en
medio del temporal
Pero la muerte traía
en los ojos
una luz endiablada
un dulce escalofrío
de eternidad
Se equivocaron los
médicos
y la matrona
y aquél que pasó la
noche
llamando a la
funeraria
Ahora es un bebé
robusto
comentan las
enfermeras
y a veces hasta Dios
le cambia de pañales
AUTORRETRATO DE LA
MUERTE
Mario Meléndez ©
Qué puedo agregar de
mí
que no se haya dicho
o escrito
o publicado por esa
manga de reporteros
parados noche y día
en las afueras del cementerio
subidos en las cruces
escondidos en los
nichos vacíos
atrincherados en la
fosa común con sus cámaras hambrientas
para ver si me
atrapan en algo poco digno
o consiguen una
instantánea de mi esbelta anatomía
o se llevan la
exclusiva de mi rostro al despertar
saliendo de ese
féretro que parece congelador
o tomando el sol en
traje de Eva
recostada sobre la
tumba de mi madre
Qué puedo agregar de
mí
que los gusanos no
aclararan en su momento
que Chagall no
tuviera en mente
mientras colgaba
detrás de su tela
o esas moscas que
acompañaban los restos de Baudelaire
no hayan hablado en
la sobremesa
o el fantasma de
Vallejo no haya previsto
en esa noche de
aguacero
Qué puedo agregar de
mí
salvo que he sido
feliz en los campos de batalla
aconsejando a los
suicidas
mientras se miran al
espejo por última vez
visitando a los
enfermos terminales
tomando la palabra en
el entierro de Cervantes
cargando el ataúd de
Miguel Ángel o John Lennon
probándome el pijama
de Mandela
Qué puedo agregar de
mí
si cada letra de mi
loca biografía
la escribirán ustedes
tarde o temprano
LA MUERTE HABLÓ CON
BENEDETTI
17 de mayo de 2009
Mario Meléndez ©
Ya es hora, le dijo
sabes muy bien como
es la cosa
no me hagas perder el
tiempo
y empieza a caminar
hacia esa puerta
lentamente, donde mis
ojos te vean
Olvida tus zapatos,
tu voz, tu dentadura
y déjate llevar,
disfruta de este viaje
ponte cómodo, verás
que tengo razón
y te acostumbras a tu
nueva identidad de muerto
donde no podrás
escribir, es verdad
no podrás contarle a
los amigos
que tu sombra crece
hasta el infinito
que la noche se colgó
de una estrella
y su cuerpo sigue
tibio en la morgue de los sueños
Pero sabrás de
antemano, eso sí
por qué la vida se
cortó las venas este domingo
LA MUERTE HABLÓ CON
VAN GOGH
29 de julio de 1890
Mario Meléndez ©
Yo también estoy
loca, le dijo al oído
y mis demonios salen
de noche
a estirar las piernas
y queman los campos
de trigo
mientras se
emborrachan
o le cortan la cabeza
a las abejas
y ahogan los gatos
pequeños
porque traen mala
suerte
Mis demonios son como
yo
calvos y huesudos
y tienen mal humor
cuando despiertan
a las cinco de la
tarde
para tomar el té con
galletas
o son interrumpidos
mientras
se retratan los unos
a los otros
en sesiones infinitas
Pero les tengo
cariño, sabes
son los hijos dejados
en la puerta
que lloran de hambre
y de frío
Entonces los abrazo y
les digo
Vamos donde el tío
Vincent
el último en llegar,
desaparece
LA MUERTE QUISO SER
RIMBAUD
Mario Meléndez ©
La muerte quiso ser
Rimbaud
y sentó a la belleza
en una silla eléctrica
Me falta práctica
comentó a un medio
local
pero esperen a que
reciba la enciclopedia de oro
Poetas del más allá
con Whitman a la
cabeza
y ese loco de Artaud
que ahogaba las palabras
en agua bendita
Verán como en semanas
manejaré la pluma
me llamarán la nueva
Rimbaud
la vedette que todos
anhelaban
Mientras tanto
llevaré a la belleza
de compras
le diré que todo fue
un mal entendido
Ojalá y no me haga la
cruz por igualada
Narrativa
ARTHUR SCHNITZLER,
EXPONENTE DE LA LITERATURA VANGUARDISTA DE FIN DE SIÈCLE JUNG-WIEN
Anna Rossell ©
Arthur
Schnitzler, Doctor Graesler. Médico de balneario,
Traducción de
María Esperanza Romero
Marbot
Ediciones, Barcelona, 2012, 152 págs.
Bienvenida sea la
traducción al español de este relato, nunca publicado antes en España, de
Arthur Schnitzler, un vienés vanguardista y rompedor de los moldes y tabúes de
su tiempo, de quien sí se conoce en nuestro país la obra narrativa más
destacada, si bien no su obra teatral —con excepción de La ronda (Der Reigen) y Anatol—,
que, sin embargo, no ha perdido actualidad.
Arthur Schnitzler |
Arthur Schnitzler
(Viena 1862–1931), médico y escritor interesado desde joven en la psicología,
conoció y mantuvo correspondencia con Freud y supo reflejar este interés en su
obra, lo cual habría de provocar escándalo y reportarle problemas con la
censura, el estamento militar y la justicia (Liebelei, Professor Bernhardi,
Der Reigen, Leutnant Gustl…). Su desenfadada presentación del deseo, la
seducción, el poder o el adulterio chocaban con las convenciones morales de su
tiempo que en buena parte siguen vigentes aún. Recuérdese la película Eyes
Wide Shut, de Stanley Kubrick, que hace pocos años dio a conocer al gran
público la novela corta de Schnitzler Relato soñado. Su obra es valiente
y rompedora no sólo en los temas sino también en lo formal —El teniente
Gustl (1900) fue el primer relato en lengua alemana escrita en forma de
monólogo interior, seguiría en este mismo registro La señorita Elsa (1924)—. La prohibición de representar sus obras
teatrales estuvo vigente hasta 1982.
Probablemente porque
conocía mejor sus ambientes y su psicología, la mayoría de sus personajes
tienen que ver con su propia vida; sus protagonistas son a menudo oficiales del
ejército, médicos o artistas y éste es de nuevo el caso de Doctor Graesler.
Médico de balneario. En consonancia con su interés por la ciencia
freudiana, Schnitzler dedica muchas de sus narraciones a individuos –como el
título anuncia- y al estudio de su idiosincrasia. El subtítulo, Médico de balneario, avanza un prototipo
profesional de connotaciones negativas, que entra en conflicto con la
convención social de fin de siglo: el supuesto refinamiento de los “pacientes”
y de la atmósfera de los baños termales. Porque este médico soltero de cuarenta
y ocho años, que ejerce su profesión a caballo entre balnearios de Tenerife y
Berlín, se nos presenta como un individuo inseguro, egocéntrico y superficial
que anda por la vida con el único objetivo inmediato de satisfacer su necesidad
de compañía femenina, sin importarle nada más que la apariencia física y sin
ser siquiera un Don Juan. Su debilidad de carácter y su egoísmo se manifiestan
en todos los niveles: la ausencia de verdadera vocación médica en la reticencia
que manifiesta de asistir a la única paciente realmente enferma que se le
presenta, la nula relación que ha tenido con su hermana, con quien ha convivido
muchos años antes del suicidio de ésta; la incapacidad de adquirir
responsabilidad o compromiso también en lo personal, lo cual le lleva a cambiar
constantemente de pareja sin pestañear ni sufrir la más mínima agitación
emocional. La mediocridad esencial de Emil Graesler queda más subrayada aún por
el carácter del personaje que el autor vienés le inventa como contrapunto:
Sabine, una joven mujer resuelta, de notorio intelecto y segura de sí misma,
que contrasta fuertemente con el “maduro” doctor.
El relato ha sido
llevado al cine en varias ocasiones; las más recientes A Confirmed Bachelor,
por Herbert Wise, en 1973, en Gran Bretaña (BBC), con Sheila Brennan, Rebecca
Saire y Robert Stephens, y en 1991, en Italia, Mio caro dottor Gräsler, por Roberto Faenza, con Keith Carradine,
Kristin Scott Thomas, Sarah-Jane Fenton y Miranda Richardson.
EL ALMOHADÓN DE
PLUMAS
Horacio Quiroga ©
Su luna de miel fue un largo
escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus
soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un
ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba
una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él,
por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían
casado en abril— vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado
menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura;
pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía
un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos,
columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio
encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las
altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una
pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono
hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor,
Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre
sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar
en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara.
Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días;
Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el
brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda
ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos,
echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,
redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron
retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni
decir una palabra.
Fue ese el último día que
Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole
calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la
puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me
explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme
enseguida.
Al otro día Alicia seguía
peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente
inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la
muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno
silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán
vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar
de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus
pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo
de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener
alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a
ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino
mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó
de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices
y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó,
rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y
al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió,
miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más
porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que
tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron
inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose
día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta
Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la
muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros
desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló
Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en
su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las
primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana
amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera
la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de
estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día
este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que
le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores
crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama
y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento.
Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban
fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de
la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor
ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La
sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato
extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en
voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y
se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que
había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la
sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo
Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero
enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin
saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz
ronca.
—Pesa mucho —articuló la
sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba
extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó
funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio
un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a
los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas
velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan
hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que
Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa,
mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era
casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su
desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue
vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves,
diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones
proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable,
y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
EL ALMOHADÓN DE
PLUMAS, HORACIO QUIROGA
(Un cuento de amor de
locura y sobre todo, de muerte)
Fernando Chelle ©
El texto elegido para el
análisis literario pertenece al escritor uruguayo Horacio Quiroga (Salto,
Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de
1937). Se trata de un cuento titulado El
almohadón de plumas, perteneciente al libro Cuentos de amor de locura y de muerte, publicado en la ciudad de
Buenos Aires en el año 1917.
El tema central del cuento, es
la muerte inexplicable de Alicia, la protagonista, víctima de un animal extraño
que vive en su almohadón de plumas. Los otros dos temas que aparecen en el
título del libro, el amor y la locura, también están presentes en el cuento,
aunque de manera secundaria.
Quiroga eligió estructurar la
acción del cuento de manera similar a como lo hacía Edgar Allan Poe en muchas
de sus Narraciones Extraordinarias,
donde encontramos esos finales denominados de efecto, justamente por la
impresión que quieren causar en el lector. Al igual que como sucede en El gato negro, por nombrar solo un cuento
del autor norteamericano, en el Almohadón
de plumas el autor se guarda para el final un as bajo la manga con que nos
sorprende a todos los lectores. La estructura del cuento se inscribe dentro de
lo que se podría denominar una forma clásica, a saber, comienzo, nudo y
desenlace. En un primer momento, la narración se centra en la presentación de
los personajes y del lugar donde transcurren los hechos, la casa. Hay un
segundo momento, el más extenso, que se centra en la enfermedad de carácter
inexplicable que sufre la protagonista, por último encontramos un tercer
momento cuyo centro de interés es el almohadón de plumas y el extraño animal
que vivía en su interior, quien terminó siendo el causante de la muerte de
Alicia.
Comienza el relato con una
frase contundente, cargada de un sentido oximorónico, “Su luna de miel fue un largo escalofrío”. Como lectores sabemos
que se le denomina luna de miel al período de tiempo que comienza una vez
finalizada la boda y que se extiende por un lapso de tiempo, donde generalmente
los recién casados emprenden un viaje de vacaciones. Es un tiempo de intimidad
que se caracteriza por ser un periodo de intensa felicidad. Cuando leemos las
primeras palabras del texto, ya podemos vislumbrar el tono que va a acompañar
el relato, no sabemos nada aún pero si una cosa tenemos en claro es que una
luna de miel no se caracteriza por ser un largo escalofrío.
La voz narrativa, omnisciente
y en tercera persona, continúa dando los rasgos grafopéyicos (rasgos físicos) y
etopéyicos (rasgos del carácter) de los dos personajes principales del cuento.
De Alicia se nos dice que es rubia, angelical y tímida, mientras que Jordán es
descrito como un hombre alto, callado y de carácter duro. La intención de
Quiroga en este primer momento del relato es presentar la relación amorosa de
una pareja que se ama, pero que está marcada por la incomunicación. Se nos dice
que Alicia quería mucho a Jordán y que este también amaba profundamente a su
esposa, pero Alicia se estremecía ante la rígida presencia de su marido, ni
siquiera era capaz de mirarlo fijamente y Jordán en su mutismo era incapaz de
dar a conocer sus sentimientos.
Con la descripción de la casa,
el lugar físico donde va a transcurrir la acción del cuento, el escritor busca,
y logra, llevar la atención del lector hacia posibles interpretaciones de lo
que le sucederá a la protagonista. La casa, calificada de hostil, descrita como
un palacio encantado, frío y abandonado influye en el aspecto psicológico de la
protagonista.
En la planificación del relato,
Quiroga sabe de antemano de qué manera y en qué circunstancias va a morir
Alicia, pero tiene que crear en el lector interpretaciones transitorias de lo
que va ocurriendo durante la lectura para que cuando en realidad salga a la luz
el verdadero motivo de la enfermedad y la muerte la sorpresa sea total. En este
sentido, es lógico pensar que los estremecimientos de Alicia, que derivarán en
una extraña enfermedad, se deben a las circunstancias que la rodean, como ser
estar casada con un hombre tan poco comunicativo y vivir en soledad en esa
extraña casa, resignando sus sueños de mujer sensible.
Cuando el narrador dice que “no es raro que adelgazara”, primera
referencia física de una posible enfermedad, no nos sorprende, aunque estamos
muy lejos aquí de atribuir la enfermedad a su verdadera causa.
Las dolencias de la
protagonista comenzaron como una simple gripe (influenza), pero lo extraño del
caso era que no lograba superarla, y poco a poco su estado de salud fue
desmejorando.
Es significativo el pasaje que
tiene lugar en el jardín de la casa donde Jordán acaricia la cabeza de Alicia y
esta se pone a llorar. Este es el único momento del relato donde Jordán tiene
una manifestación de cariño hacia su mujer, donde la distancia emocional por un
momento se rompe. Es comprensible el llanto de la protagonista y la actitud de
dejarse proteger, fue como si Jordán con su actitud habilitara a Alicia a
manifestar todo lo que sentía y que justamente por el carácter del marido
estaba obligada a reprimir.
El médico de Jordán, en su
afán de solucionar esta situación inexplicable hasta el momento, da órdenes que
en lugar de llevar a Alicia a la recuperación la llevan a un camino vertiginoso
hacia la muerte. Al no encontrar una explicación para la debilidad que estaba
sufriendo la paciente lo único que aconseja es que descanse, y es precisamente
el descanso, el estar acostada, el estar en contacto con el almohadón lo que va
absorbiendo gota a gota la vida de Alicia. Claro que nosotros como lectores y a
esta altura del cuento esto no lo sospechamos y, es más, vemos como lógicos los
consejos primarios del médico, quien con el espíritu científico que lo
caracteriza apunta a mitigar las dolencias aunque desconozca las causas de
fondo que las provocan.
Todo va a encajar en el cuento
cuando aparezca la verdadera causa de la extraña debilidad de Alicia, cuando
aparezca el extraño animal que vivía en el almohadón. Recién a último momento
vamos a atar cabos y a entender por qué Alicia empeoraba, por qué la enfermedad
estaba vinculada con la sangre (tenía anemia), por qué la vida se le iba gota a
gota, pero como hemos referido anteriormente, vemos cómo Quiroga ha
estructurado el relato de manera de jugar todo el tiempo con nuestra
incertidumbre y guardar la sorpresa para el final, con lo que logra el efecto
que pensó desde un principio.
También encontramos
otros dos pasajes significativos en este segundo momento de la narración que
merecen que nos ocupemos de ellos con algún detenimiento. En primer lugar, la
actitud de Jordán frente a su agonizante esposa, y en segundo lugar las
alucinaciones de esta última. En distintos relatos Horacio Quiroga juega con
elementos simbólicos, que de alguna manera refieren a la muerte, o más
específicamente, a ceremonias que la rodean. Por ejemplo, lo hace en el cuento A la deriva, donde se refiere que las
paredes que rodean el río Paraná lo encajonan fúnebremente, no podemos dejar de
ver en esa metáfora la muerte en vida de Paulino que poco más tarde se
concretará, pero que allí va en su lecho fúnebre a la deriva. En el caso de El almohadón de plumas, es muy clara la
ceremonia fúnebre que está viviendo Jordán, aunque Alicia todavía se encuentre
con vida. El dormitorio donde se encontraba el cuerpo de Alicia, todavía con
vida, estaba en silencio y con las luces prendidas, Jordán la visitaba y en
silencio caminaba por la habitación mirando la cama.
El segundo pasaje que resulta
significativo, además de bien logrado, es el que se refiere a las alucinaciones
de la protagonista. Este pasaje, además de mostrar cómo se va agravando la
situación debido a la gran debilidad de Alicia, muestra el trasfondo
psicológico en el pensamiento de la protagonista que aflora en forma de
alucinación. Es importante reparar en el contenido de las alucinaciones y por
sobre todo cómo es la visión de Jordán que tiene Alicia. No hay dudas que ese
antropoide que la miraba fijamente no era otro que Jordán y tenemos que
preguntarnos por qué Alicia vería a su marido de esta forma. Sabemos que un
antropoide es un animal con forma humana, un mono por ejemplo, pero que de
todas maneras no es humano. Reparemos ahora en el carácter de Jordán, en lo
callado, en lo serio, en lo poco comunicativo y entenderemos por qué Alicia
tiene esta visión alucinada de su marido, ella alucina sobre sus sentimientos,
pareciera que en este estado alterado se develara la verdadera visión que
Alicia tenía de Jordán.
Este segundo momento de la
estructura interna del relato, el más amplio, se cierra con la voz del narrador
quien resume algunos aspectos de la enfermedad pero que además nombra al pasar
el objeto que va a ser el centro de interés del desenlace de la historia, el
almohadón.
El último momento o desenlace
de la historia comienza con la frase “Alicia
murió por fin”. Se dijo anteriormente que el centro de interés de este
tercer momento era el almohadón, y esto es así hasta tal punto que a Alicia ya
no se la nombrará más en el relato. Aparece la sirvienta, otro personaje
secundario, ya habíamos visto al médico, con la única finalidad de enfocar
nuestra atención en el almohadón. Como lectores, acompañamos a la sirvienta en
esa mirada extrañada sobre el almohadón y el primer plano de la atención se
detendrá allí, en el objeto que escondía al causante de la tragedia. Se
establece un diálogo entre Jordán y la sirvienta cuyo único centro de interés
es el almohadón. Lo primero que llamó la atención de la sirvienta fueron las
manchas de sangre que había en el almohadón y, en segundo lugar, cuando intentó
levantarlo por orden de Jordán se aterrorizó con el extraordinario peso que
este presentaba.
El nerviosismo se apoderó de
Jordán, lo vemos cortar de un tajo la funda del almohadón ansioso por saber qué
era todo aquello, a qué se debían las manchas de sangre y aquel extraordinario
peso. Luego, lo inesperado, el as bajo la manga, el terror escondido entre las
plumas que en el último momento del relato aparece para evacuar todas nuestras
dudas.
Luego de la
descripción de este extraño animal, el narrador nos cuenta a modo de
explicación, cuál era su modus operandi, cómo succionaba la sangre de Alicia y
cómo había pasado inadvertido para todos. Ahora, con la aparición de este
animal inesperado, se unen todos los cabos, y comenzamos a explicarnos y a
entender una a una las dolencias que aquejaban a la protagonista y que en cinco
días con sus noches la llevaron a la muerte.
Es muy curioso el último
párrafo del cuento, parece no formar parte de la ficción y ser una explicación
cuasi científica de la vida y alimentación de los parásitos que viven en las
aves y que en ocasiones habitan los almohadones de plumas. Pareciera como si
Quiroga quisiera darle un toque realista a tanto desborde imaginativo, quizá lo
hizo con la intención de impresionar a algunos lectores incautos para que
lleguen a preguntarse si en verdad esto pudo suceder y reparen en los riesgos
que pueden llegar a correr como poseedores de similares almohadones.
HORACIO QUIROGA
Escritor, Salto,
Uruguay, 31/12/1878 – Buenos Aires, Argentina, 19/2/1937. Más información en
REALIDADES Y FICCIONES Nº 4, marzo de 2011:
ROBERT E. HOWARD, UN ACERCAMIENTO
A SU OBRA
José Francisco Sastre
García ©
Si hay un autor que
puedo decir que esté en todo momento en la cima de mis preferencias literarias,
ése es sin duda alguna Robert Ervin Howard (Peaster, Texas, Estados Unidos, 22/1/1906
– Cross Plains, Texas, 11/6/1936).
Es, por encima de
todo, un escritor gráfico: su estilo no es todo lo depurado ni cuidado que
debería presuponerse a un autor de su talla y reconocimiento, donde realmente
se encuentra todo su poder a la hora de plasmar sus aventuras es en la
sensación de imagen que desprende: leer a Howard es estar contemplando una
película de acción continua, un continuo bregar de acero y sangre, un
torbellino de emociones y luchas, aderezadas por la presencia de la magia en
mayor o menor medida. No en vano es uno de los grandes autores del género
conocido como Sword & Sorcery, Espada y Brujería, término acuñado
inicialmente por otro gran autor, Fritz Leiber, del que trataremos en otra
reseña más adelante. Lo que no tiene de gran estilo literario lo suple con un
vigor y una fuerza que atrapan al lector prácticamente desde el primer momento
de la narración.
Aunque la mayoría de
los lectores se quedan en sus tres personajes más conocidos, Conan, Kull y
Solomon Kane, el universo howardiano es mucho más amplio, ofrece una variedad
de estilos y aventuras que resulta absolutamente sorprendente.
En primer lugar, el
archiconocido Conan el Bárbaro, el cimmerio que salió de sus grises
tierras para hollar los enjoyados tronos de la era hybórea. ¿Qué decir sobre él
que no se haya dicho ya? Pendenciero, honorable, mercenario, pirata, ladrón,
general, rey, vagabundo. La obra que lo abarca está en parte influenciada por
su prematura muerte: dejó fragmentos inconclusos que se apresuraron a retomar
sus herederos literarios: Lin Carter, L. Sprague de Camp, Bjorn Nyberg, Andrew
J, Offutt, Karl Edward Wagner. Y más tarde, entraron a saco en el negocio
escritores como Robert Jordan, Leonard Carpenter, Steve Perry, Poul Anderson.
De esta manera, y por encima, vamos a dar los títulos de la saga del inmortal
bárbaro, que no son otros que los de la serie llamada “canónica”: los relatos
de Howard, junto con las adaptaciones de sus fragmentos inconclusos, compilados
en doce volúmenes: Conan. Origen de una
Leyenda, Conan el Cimmerio, Conan el Pirata, Conan el Vagabundo, Conan el
Aventurero, Conan el Bucanero, Conan el Guerrero, Conan el Usurpador, Conan el
Conquistador (La Hora del Dragón,
la única novela que escribió del cimerio y casi la única de su bibliografía), Conan el Vengador, Conan de Aquilonia y Conan de
las Islas.
El siguiente
personaje que vamos a tratar es el Rey Kull, un bárbaro atlante de los
tiempos precataclísmicos, que asciende hasta el trono de Valusia, el imperio
más poderoso del momento, por la fuerza de su hacha; y aunque es un personaje
de acción, también se trata de alguien mucho más filosófico que el cimmerio,
alguien que se replantea una y otra vez el sentido de la existencia. Su mejor
amigo es otro bárbaro, un salvaje picto llamado Brule, el Asesino de la Lanza,
que trata de sacarlo de la apatía que lo envuelve en ocasiones y que puede
incluso conducirlo a la muerte por las más negras traiciones. Los títulos en
los que se encuentra a este personaje están publicados en diversas antologías,
una de las cuales tiene como título Rey
Kull y fue publicado por la editorial Martínez Roca.
Un puritano fanático
con espíritu de vengador divino. Ésa es una definición que podría encajar
bastante bien a Solomon Kane, un aventurero del siglo XVI que, espada y
pistola en mano, ayudado por un misterioso bastón recibido de un chamán negro,
se enfrenta a los engendros que el demonio ha puesto sobre la tierra para
torturar a la humanidad, pero temo que la personalidad de Kane no sea tan
sencilla de explicar. Sin duda alguna, es uno de los personajes más elaborados
de Howard, por no decir el que más. En lo tocante a sus historias, fueron
reunidas en un volumen de la colección Última Thule, de la editorial Anaya,
junto con material que otros autores habían escrito para completar historias,
bajo el título Las Aventuras de Solomon
Kane.
Sonja de Rogatino
sólo aparece en un relato de Howard, La
Sombra del Buitre. Es el germen del que va a brotar una de las semillas más
fructíferas de la obra del tejano en el mundo del cómic, Red Sonja. Hablamos de
una mujer que, en pleno asedio de Viena por los turcos, toma las armas y lucha
tan feroz y despiadadamente como el resto de los defensores para evitar que los
sitiadores entren en la ciudad, y que aunque cede el puesto al protagonista de
la historia, casi lo tapa con su empaque y arrolladora personalidad. Traición y
muerte en una de las épocas más convulsas de la historia de Europa.
Robert Howard |
Otro de los
personajes carismáticos de Howard es el último rey picto, Bran Mak Morn.
Sombrío y meditabundo, sabedor del destino que le espera a su pueblo, lucha
contra ese destino de un modo fatalista y, al mismo tiempo, vengativo, llegando
a usar contra Roma las armas más impías y prohibidas que puedan conocerse. Este
ciclo se puede encontrar en la editorial Martínez Roca, en el volumen titulado Gusanos de la Tierra.
Si hay asociaciones
extrañas, una de ellas es, sin duda, la de un celta como Cormac Mac Art
con un pirata danés como Wulfhere Rompecráneos. Un guerrero deseoso de
aventuras, tan frío en sus cavilaciones como salvaje en la lucha, que se
refugia entre los piratas y corre con ellos aventuras de tipo épico y
sobrenatural. Este ciclo está compuesto por tan sólo cuatro historias, pero
mantienen el juego tan bien como las series de larga extensión: la mezcla de
peligros surgidos de los más antiguos eones con grandes combates épicos son una
constante en la obra del escritor tejano, que se mueve perfectamente en esa
salsa, haciendo explotar ante nuestros ojos las secuencias que describe tan
magistralmente. Los títulos de estos relatos son Tigres del Mar, Espadas del
Mar del Norte, La Noche del Lobo
y El Templo de la Abominación. Con
posterioridad, Andrew J. Offutt escribiría otra media docena de relatos de este
personaje.
Ambientadas en la
época de las Cruzadas, las aventuras de Cormac FitzGeoffrey son un
compendio de las más variopintas luchas que Howard llegó a escribir: en el
fondo, no deja de ser un trasunto de Conan, o tal vez Conan de él, pues este
caballero cruzado es un notorio pendenciero, juerguista, amén de honorable y
feroz luchador cuando entra en liza. Como muchos de los personajes howardianos,
posee una envergadura digna de un titán, siempre dispuesto a lo que toque en
cada momento. Sus aventuras aparecen publicadas en la colección Los Libros de
Barsoom (a la venta en la página de Cyberdark), en los tres únicos relatos que
el tejano escribió acerca de él: Los
Halcones de Ultramar, La Sangre de
Bel-Shazzar y La Princesa Esclava.
Si Solomon Kane puede
llegar a ser un personaje oscuro, Turlogh “Dubh” O’Brian le gana por
goleada: volvemos de nuevo a la Irlanda celta, para encontrarnos con un noble
huido de su tierra a causa de un grave incidente familiar, y que se dedica a
vagabundear aquí y allá en busca de algo que ni siquiera sabe qué es, empujado
seguramente por un espíritu torturado, oscuro, amargado. Turlogh El Negro (pues
tal es el significado de la expresión Dubh) no duda en enfrentarse a cualquier
entidad, natural o sobrenatural, con tal de saciar una inextinguible ansia que
lo corroe. Sus relatos, dispersos, son La
Sombra del Huno, El Hombre Oscuro,
Los Dioses de Bal-Sagoth, Lanzas de Clontarf, Pasa el Dios Gris y El
Crepúsculo de los Dioses Grises.
Howard también hizo
incursiones en el terreno del misterio y el terror, entroncando con autores
como Lovecraft y sus Mitos de Cthulhu, que incorporó en algunos de sus relatos
como La Piedra Negra; de hecho, este
título podría considerarse perteneciente a otro de los ciclos, el de Conrad,
Kirowan y O’Donnell, tres investigadores que se dedican a estudiar
misterios relacionados con el mundo del más allá, resultando claros referentes
de lo que se conoce como detectives de lo sobrenatural. Sus aventuras se
entremezclan de manera que no suelen aparecer los tres en ninguna, sino que
unas veces es uno solo, y otras dos de ellos. Recientemente se ha lanzado una
recopilación de estas historias en un volumen editado en la colección Los
Libros de Barsoom, titulado La Piedra
Negra y Otras Aventuras Sobrenaturales.
Otra de las series
aclamadas es la de James Allison, también conocida como el Ciclo de la
Memoria Racial, en la que un hombre del siglo XX, por un raro capricho del
destino a causa de un accidente en el que pierde una pierna, comienza a
recordar las vidas pasadas que tuvo y las aventuras que vivió en tiempos
prehistóricos, entre los indios americanos, en la Irlanda celta. Y siempre como
alguien enfrentado a situaciones que lo desbordan y confunden, mezcladas con
elementos sobrenaturales. Para leer todos los que pueden entroncarse en este
ciclo, habrá de acudirse a dos libros: El
Valle del Gusano, de Martínez Roca, y Brachan
el Celta, de Los Libros de Barsoom.
Si bien ya hemos
dicho que Sonja de Rogatino fue la inspiración para crear el personaje de cómic
Red Sonja, sin duda alguna tenemos otro elemento que influyó muy notablemente: Agnes
la Negra de Chastillon, una espadachina que abandona la casa familiar por
desavenencias, ya que quiere dedicarse a la espada y sus padres prefieren que
se convierta en cortesana; en sus vagabundeos tendrá que habérselas, como es
costumbre en Howard, con aventuras de todo tipo y condición, aunque en este
caso la presencia sobrenatural es mucho más reducida, por no decir inexistente.
Los tres relatos que componen este ciclo pueden encontrarlos en Espadachinas, de La Biblitoeca del
Laberinto.
Otro de los
personajes que consiguieron calar hondo entre los lectores: Francis X.
Gordon, El Borak (El Veloz), llamado así por los árabes con los que vivió
innumerables aventuras en las que lo sobrenatural también se desvanece para
dejar paso a una descripción entre romántica y épica de la situación de Oriente
Medio a mediados del siglo pasado, llevada a puerto por un inglés patriota que
entiende perfectamente la idiosincrasia de los pueblos con los que convive y se
adapta a ellos, actuando tanto como su defensor en unas ocasiones como su
verdugo en otras, dependiendo de las situaciones que va viendo en cada relato.
Estas narraciones se encuentran en dos volúmenes de La Biblioteca del
Laberinto, El Valle Perdido de Iskander
y El Hijo del Lobo Blanco.
Howard parecía tener
una enorme apetencia por la figura del pendenciero y juerguista que resuelve
todos sus problemas a golpes; así, volvemos de nuevo a este perfil con Dennis
Dorgan, un marinero feroz en su ira y al mismo tiempo cándido como un niño,
que no conoce otra manera de afrontar las aventuras que le van surgiendo que no
sea rompiendo unas cuantas cabezas. Pueden encontrar sus historias en Callejones en Tinieblas, de La
Biblioteca del Laberinto.
El siguiente
personaje es Steve Costigan (no confundirlo con un marinero alocado
howardiano del mismo nombre) y sus aventuras con Rostro de Calavera, un
hombre que debido a circunstancias personales cae en el mundo del opio que lo
adormece hasta que algo sacude de nuevo sus instintos de luchador y vengador.
El eje de estas historias es el tan manido peligro amarillo, sólo que en lugar
de utilizar al malvado Fú-Manchú de Sax Rohmer, se inventó a un trasunto más de
su estilo, Kathulos de la Atlántida, un hechicero de tiempos remotos. Tan sólo
escribió dos historias: Rostro de
Calavera y El Regreso de Rostro de
Calavera.
Para Howard no había
tabú alguno a la hora de escribir: se atrevió a todo, incluido estilos como el
erotismo o la parodia. En este caso probó con las historias de piratas, creando
a Black Vulmea, un personaje tan variopinto como Conan, Cormac
FitzGeoffrey o Dennis Dorgan. En el fondo no deja de ser otro trasunto del
cimerio, ya que Howard, cuando escribía en plan aventurero, dotaba a todos sus
personajes de características similares, escapándose raras excepciones como
Solomon Kane o Kull, por citar alguno. Hasta tal punto se parecen Vulmea y
Conan, que se barajan posibilidades de que El
Extranjero Negro, una historia inacabada de Howard, pudo haber sido el
germen o la consecuencia de la creación de Vulmea. Tan sólo hay dos historias
de este pirata: Espadas de la Hermandad
Roja y La Venganza de Vulmea el Negro.
Aunque no fue la
única historia de ciencia ficción, Almuric
es la más lograda: el personaje principal, Esaú Cairn, se traslada al
planeta de este nombre merced a un aparato misterioso que prueban con él. En
este lejano lugar conocerá a las razas y seres que acabarán por convertirse en
sus mejores amigos y sus peores enemigos. Es una de las pocas novelas que
escribió Howard a lo largo de su vida.
El autor tejano se
sentía tan fascinado por las broncas y las peleas a puñetazos que no podía
resistirse a retratar en su acervo literario a boxeadores conocidos de
su época, llevándolos hasta límites insospechados sobre el cuadrilátero.
De la misma manera,
el mundo del Salvaje Oeste le prestaba otro enorme aliciente, sobre todo
la época de los pioneros de la frontera, enfrentados a tribus y peligros apenas
conocidos en regiones que comenzaban a ser exploradas lentamente. Trabajaba con
momentos y figuras muy diversas, una de las cuales tuvo una larga serie de
relatos: me refiero a Breckirindge Elkins, un hombre cuya definición más
cercana a la realidad sería la de un oso con el cerebro de un niño pequeño.
Debido a su corpulencia y a sus asociaciones mentales, que no por ser lógicas
dejan de ser absurdas y conducir a los mayores caos y peleas de los relatos de
Howard, acaba siempre metido en monumentales broncas que hacen que tenga
incluso que salir huyendo por si acaso. La primera parte de estas historias
puede encontrarse en Un Caballerete de
Bear Creek, en la Biblioteca del Laberinto. En la misma editorial, Santuario de Buitres ofrece una buena
muestra del saber hacer del tejano en lo que respecta a pistolas y vaqueros.
Cuando se trata del
género de terror, en Howard se muestran dos vertientes muy claras, la del
terror físico y la del terror psicológico (aspectos que podrán disfrutar en
otro artículo más adelante); así, la variedad es apabullante, desde el vudú (Palomos del Infierno, Canaán Negro) hasta el vampirismo (El Horror del Montículo), pasando por la
licantropía (En el Bosque de Villefere
y su continuación, Cabeza de Lobo) o
experimentos de un tipo que hoy en día podríamos definir como genéticos (El Negro Sabueso de la Muerte).
Evidentemente, aquí
no aparece todo el material que escribió Howard: por no explayarme demasiado no
he mencionado relatos de corte histórico, aventuras orientales, historias
picantes. Podríamos hablar de La Casa de
Arabu, Delenda Est Cartago, La Última Canción de Cassonetto, El Señor de Samarcanda, Los Tesoros de Tartaria, Las Puertas del Imperio, Sangre en el Desierto. Hay numerosos
relatos y fragmentos que por no encajar demasiado bien en las categorías
habituales, o por haber sido dejados de lado en un primer momento, han empezado
a ver la luz en editoriales como La Biblioteca del Laberinto o la colección Los
Libros de Barsoom, ya citada. Pero vamos, que como muestra de la ingente labor
literaria del escritor tejano, son un buen reflejo.
Y algo más…
LA CIUDAD COMO CÁRCEL
Parte II
Felipe Acuña Lang ©
La identidad
posmoderna
La identidad de un
lugar es un asunto de pertenencia e identificación. Sin embargo, la condición
posmoderna plantea que el espacio público pierde su historia y se fragmenta en
microlugares. Lo social deja de ser relevante así como la política. Lo
individual irrumpe como una nueva forma de relación con el mundo. Pero es una
relación que Bauman sostiene como desvinculante. A ello se le llama el mundo
líquido o la moral líquida. Toda vez que asistimos a tipos de relación de un
presente inmediatista, donde el éxito fácil y la despersonalización del
ciudadano es una característica de la contemporaneidad. Por lo tanto, el lugar
que habitamos se va atomizando en diversos micromundos.
Uno de los tantos
conflictos de estos mundos contemporáneos, como dice Augé, es la desvinculación
con el mundo social. Cada grupo realiza sus propias aspiraciones y el rito de
lo político deriva a lo virtual. El ciudadano se convierte en un cliente. El
sistema capitalista moderno y su filosofía liberal han incentivado la creencia de
que a mayor crecimiento económico, mayores serán nuestras perspectivas de
felicidad. En teoría suena bien. El problema no es tanto el consumo, ni tampoco
el lucro que se pueda sacar de una actividad, sino más bien lo desregulado del
sistema. El mercado, por lo mismo, no se pude regular con esa mano invisible.
Es irritante, en un país como el nuestro, que la riqueza esté en manos de unas
cuantas familias. De ahí la indignación del pueblo, que percibe que sus
ingresos estarán sujetos por lo que opinan unos cuantos que controlan las
finanzas del país. Hoy, ser ciudadano es un asunto de un grupo o comunidad cuya
pertenencia esta caracterizada por objetivos comunes. Por lo general, son
comunidades desafectadas del ámbito político. Se mueven por sueños compartidos
y muchas veces por ideales ambientalistas. Tal vez los llamados grupos sociales
sean el futuro de una nueva relación cívica. Pero para ello no basta la
indignación, sino que es necesario también un proyecto de país.
Ciudades y
capitalismo
Las ciudades son
actualmente micromundos individuales. El paseante urbano construye la propia
ciudad a su medida, dándole la connotación a esos lugares que frecuenta. Es, si
se quiere, una identidad imaginaria y ni siquiera compartida, pues el mundo
contemporáneo propende a la desconfianza con el otro. El miedo social es no
creer en la comunidad. Nos volvemos islas de nosotros mismos y puede que
acrecentemos la soledad. Sabemos que nadie nos resolverá la vida y si no es por
nuestros propios esfuerzos no saldremos adelante. Tal vez siempre ha sido
propio del país, pero la diferencia —creo yo— era que las generaciones
anteriores se apoyaban en el otro, en las instituciones, en la confianza. En
efecto, la conciencia social ha mutado a una conciencia individual.
Pensar la ciudadanía
en la polis moderna sería, entonces, interrogarse acerca de cómo la gente
estaría participando. Algunos teóricos críticos sostienen (Augé, Bauman,
Sennet) que es una participación fragmentada que no articula un discurso
unitario. Sabemos que la política no pasa por su mejor momento, y ese divorcio
que se advierte entre la ética y la política es evidente y ha deteriorado las
confianzas.
Lo mismo pasa con lo
de la ética entre los sujetos, lo cual se vuelve un mal endémico. Pocos confían
en el otro y prefieren realizar sus propios deseos, sin la colaboración ajena.
En ciudades tan
estresadas se hace imperioso la búsqueda del “ser”, de lo contrario cada vez
más nos convertiremos en burócratas de escritorio. Los horarios en los trabajos
son agobiantes y las pausas escasas. Sólo los bien remunerados tienen
posibilidades. El resto de los excluidos vive para pagar cuentas, con más de un
trabajo para sobrevivir. Entonces, la ciudad en vez de ser un espacio de
bienestar, se transforma en una mutación virtual carcelaria. Hoy las sociedades
se articulan en base al dinero. Al parecer es el nuevo dios que ha reemplazado
a la ausencia del dios ético.
Nuestras ciudades
están profundamente divididas entre pobres y ricos. Ya lo decía Carlos Franz en
su excelente ensayo La muralla enterrada.
“Los del otro lado del río viven en condiciones paupérrimas”.
El deterioro de la
democracia no sólo afecta la desigualdad material, sino que también involucra
lo existencial.
Una población como la
chilena que dice ser telemaníaca (según los últimos estudios de opinión) es una
ciudadanía débil. El paso de la ciudad letrada a la ciudad de la tecnología ha
debilitado enormemente el espíritu lector en casi la mitad de nuestra
población. Impresiona saber que sólo un porcentaje de apenas un 26% diga que se
considera un lector frecuente, el resto arguye falta de interés y tiempo.
La reconstrucción de
un “nosotros” es uno de los interrogantes que nos hacemos al constatar la
desafección ciudadana por la política. Por lo visto, resulta insuficiente esta
nueva utopía individualista para promover una comunidad solidaria. Lo que más
asoma es el miedo al otro. Aquello se refleja en el uso que le dan los medios
de comunicación al peligro de la delincuencia. Por lo mismo, se criminaliza
todo tipo de protesta social, lo que resulta un absurdo.
Tal vez unos de los
principales males de nuestra sociedad sea la mala memoria, como dice Marco
Antonio de la Parra. La subjetividad opera en el Chile contemporáneo desde la obsolescencia
de las cosas. Es el presente el que vale para la mala conciencia de los
chilenos. Tememos enfrentar el pasado pues los traumas heredados de la
dictadura persisten como un edema que requerirá mucho tiempo más, si es que
alguna vez pueden cicatrizarse las heridas del pasado.
¿Hacia dónde vamos?
El dilema de nuestra
soledad puede que esté dado en un extrañamiento con el otro. Ya no sólo somos
devoradores de hombres, sino que además nos hemos convertido en extraños para nosotros
mismos y para los demás. La ausencia del Dios Ético nos ha dejado huérfanos. Y
lo que antaño era atribuido a la divinidad, hoy es al ser humano, su peor
enemigo, atentando contra sí mismo y su propio hábitat. Por lo visto, el
enemigo íntimo somos “nosotros”, quienes colateralmente vamos destruyendo el
ecosistema y enajenando nuestro espíritu en las drogas, el armamentismo y las
evasiones de las democracias virtuales, provocando con ello desamor. El ser
humano, como dice Kundera, necesita del espejo del otro, pues con el otro reconstruimos
nuestro pasado y nuestra identidad. Sin los otros, no es posible armar la
memoria. De lo contrario, caemos en el vacío de la experiencia.
Esta democracia
subdesarrollada que tenemos no cohesiona a los ciudadanos hoy convertidos en
consumidores de un sistema, donde los valores como la igualdad y la fraternidad
no se respiran en las grandes ciudades de nuestro país. ¿Cómo entonces podemos
hablar de una civitas en el Chile
contemporáneo?
Yo estimo que ser
ciudadano en el Chile de hoy no es más que una ilusión estadística. Todo esta
privatizado: la salud, la educación, hasta la muerte se ha mercantilizado. El
negocio de los cementerios habla muy bien que morir no es un mal negocio. La
vida pública del ocio y la entretención ha sido hegemonizada por los cines del mall y las grandes tiendas comerciales.
El monopolio de las megatiendas ha destrozado el comercio a escala menor.
Recordemos que hace treinta años con las privatizaciones la vida de los
chilenos ha quedado a la voluntad de la usura de los inversionistas. Es un
hecho que en pocas décadas el país ha sido despojado de sus derechos, teniendo
el pueblo que aceptar a regañadientes un sistema tan abusivo como los Fondos de
Pensiones e Isapres que no protegen la seguridad social. Es por todos conocidos
las millonarias utilidades de estas empresas privadas. Tal como se presenta
este Chile contemporáneo, mi impresión no es alentadora, porque está convertido
en un país anónimo, que va hacia ninguna parte. Un Chile que no define su
proyecto identitario si es que lo tiene. Con una constitución de facto, que no
respeta la diversidad cultural. Mientras no le pongamos freno al consumo
globalizado, nuestra vida pública no será más que un asunto mercantil.
Viña del Mar, “la
ciudad bella” es la quinta ciudad más populosa del país, con aproximadamente
350.000 habitantes. Lo que destaca una editorial del Mercurio de Valparaíso es
el impacto de nuevos negocios inmobiliarios. Apenas gasta alguna reflexión
sobre los bolsones de pobreza en los cerros de la “ciudad bella”. El impacto
vehicular de los fines de semana es caótico: la ciudad no da abasto para tanto
vehículo circulando. Sin embargo, el sistema económico incentiva la compra de
más automóviles. La fórmula es simple: a más consumo el capitalismo crece y se
expande.
El quiebre de nuestra
democracia en el 73 es una herida cívico-institucional que será difícil de
cicatrizar dadas las actuales condiciones de un sector de la derecha,
particularmente de la UDI que no asume totalmente el horror del gobierno del
dictador Pinochet. Todavía hay algunos que se atreven a decir que fueron
excesos lo de las violaciones a los derechos humanos. El golpe del 73 socavó
brutalmente nuestra identidad como pueblo. Heredamos una constitución de corte
franquista cuyo ideólogo, Jaime Guzmán, fue el mentor de una constitución
protegida. Según Jorge Larraín, la identidad chilena fue militarizada, a partir
de cuatros elementos: 1) la ideología de la raza, 2) el orden institucional, 3)
el catolicismo, 4) el neoliberalismo.
Me detendré en el último
elemento, el cual me parece el más cercano, pues no cree en el sujeto colectivo
sino en el individuo, el cual progresaría exclusivamente a través de su
esfuerzo personal por sobre el esfuerzo colectivo. Según esta versión
empresarial, la vuelta a la democracia ha favorecido a la clase empresarial, la
cual concibe a Chile como un país emprendedor, exitista. Tal idea de creernos
diferentes al resto de América Latina, con rasgos europeos, fue manifiesta en
la decisión de exhibir un iceberg en la Exposición Mundial de Sevilla de 1992.
Con ello se quiso mostrar a un país ganador, cuyo blanco de hielos daba la
sensación que nuestros muertos ya no existían. Era a mi juicio una forma de
atenuar o borrar la memoria histórica del trauma del 73.
Nuestra identidad fracturada
Uno se siente en una
comunidad cuando se respeta la integridad física, sus derechos, lo que
garantiza la autoconfianza. Es lo que como muy bien explica Larraín: “Toda autoimagen está basada tanto en las
evaluaciones de los demás que se internalizan como en la diferenciación con los
otros que se consideran fuera de la comunidad”. Por lo tanto, los elementos
materiales y el cuerpo son vitales para el autoreconocimiento.
El problema más serio
para una identidad nacional surge cuando se extermina a un cuerpo social,
excluyéndolos fuera de la comunidad.
El terror impuesto
por la dictadura produjo un tipo de sociedad que le teme al cambio y desconfía
de la política. Pero también hay que decir que los gobiernos democráticos de la
Concertación transaron en exceso con el régimen militar y se obnubilaron con el
poder. Los casos de corrupción del gobierno de Lagos fueron, a mí entender, el
entierro de una clase política amoral. El descrédito de la política no le hace
bien a nuestra democracia, pues es preocupante que la mitad de la población
preferiría un gobierno autoritario en vez de una democracia, si es que éste les
resuelve sus problemas económicos. Los datos del PNDU de 2004 no dejan de ser
provocadores, pues aquello quería decir que Chile sigue estando dividido entre
los que apoyaron al gobierno militar y quienes fueron sus adversarios.
Mientras no tengamos
una constitución democrática, mientras la sociedad chilena no reconozca en
serio el trauma de la dictadura, mientras no haya justicia —y creo no ser pesimista
sino realista—, el reencuentro será sólo la sombra del mañana. Es una tarea
todavía pendiente y que puede que nos lleve mucho tiempo más.
La identidad
fracturada
Tal como lo expresa
Marcos García de la Huerta, el cambio más profundo e importante de la identidad
chilena fue el golpe militar del 73, donde la sociedad se dividió y se
traumatizó por la tortura sistemática y el horror. La dictadura de diecisiete
años ha dejado profundas secuelas. En primer lugar con la violación a los
derechos humanos y el exterminio de cuerpos se quiso borrar de la faz de la
tierra a una comunidad de chilenos por sus ideas. Y en segundo término, la
dictadura con ello quiso eliminar la memoria política del país, por
considerarla perniciosa. Pinochet se refería despectivamente “como los señores
políticos” y Merino como “los humanoides” o “enemigos internos” a todos
aquellos que le dieron una dura resistencia al gobierno de facto.
Lo que se propuso la
dictadura fue entre otras fechorías destruir nuestra identidad, propiciando la
campaña del terror de los amigos y enemigos. Es decir, tener el control social
y fomentar el miedo entre el pueblo. Con ello se logra un menoscabo a la
autoconfianza y a la autoestima, pisoteando la autodeterminación del demos.
En los años posteriores
del gobierno militar, la identidad de lo chileno fue construida artificialmente
a partir de los valores de la guerra del Pacífico, el empresariado y civiles
que se aliaron a este gobierno, que aniquiló toda sociabilidad política,
derogando el parlamento y expulsando y anulando la nacionalidad a todos quienes
formaron la Unidad Popular y creyeron en el socialismo como un camino para
lograr un país más justo. Una parte de la Iglesia Católica fue un foco de
oposición a la dictadura, protegiendo y auxiliando a muchos compatriotas
perseguidos por los organismos de seguridad del Estado. La identidad colectiva
se articuló con el militarismo y una ideología político-empresarial,
influenciada por las teorías neoliberales de la escuela de Chicago de los
Estados Unidos. Aquellas teorías son una ideología que defiende a ultranza la
propiedad privada por sobre la igualdad. Se alardea de la libertad y se cree
que el mercado es “la mano invisible” para superar la pobreza y lograr el crecimiento
económico.
Este mercado de feria
capitalista, que impulsó el gobierno de facto, despolitizó a la población,
dejando al estado huérfano de un proyecto que involucrara al pueblo. En todo
caso, los antecedentes históricos que daban cuenta de que el nacimiento del
Estado en Chile estuvo dado por la oligarquía republicana. Se creía que el
pueblo no estaba preparado intelectual ni moralmente para participar de una
democracia real. Portales fue de la idea de que un gobierno fuerte y
autoritario era garante de orden social. Para decirlo en términos claros,
nuestro Estado no fue democrático. Al situar la política exclusivamente en éste,
se reproduce la lógica del poder burocrático y se deja en el patio trasero
cualquier intento de pensar la política. Esta digresión es pertinente porque
nuestra génesis de nación-estado siempre fue autoritaria.
La identidad de un
país se crea sobre la base de lo colectivo y lo particular. La nación, o mejor
dicho, el estado-nación, corresponde a lo institucional unido al pueblo, lo que
le da legitimación al orden y legalidad consensuada a una república.
El reemplazo de la
política por la economía que transmutó la dictadura fue y es —en base al
continuismo de los gobiernos concertacionistas y que siguieron las reglas del
juego del mercado— incentivar el consumo y el lucro en nuestra sociedad para
adormecer a la civilidad.
Con el aletargamiento
del crédito y la televisión se trató de tapar la tortura. Mientras la
televisión, en las soporíferas tardes de los domingos tristes con su humor
ramplón de los estelares nocturnos y carnavalescos, hablaba de un Chile de café-concert,
descontextualizando lo que pasaba en las calles y en las poblaciones, donde se
torturaba y se mataba.
El penoso espectáculo
de banalización de la cultura devino en el llamado “apagón cultural de los 80”,
aunque en mi opinión aquello es una imagen un tanto fácil, pues sí hubo una
cultura subterránea opositora y contestaria. El teatro fue una plataforma para
denunciar social y políticamente la opresión. Muchos dicen que el miedo al
trauma del 73, atemorizó a nuestra clase política concertacionista, la cual
tranzó en demasía con Pinochet para el logro de un tránsito democrático lo
menos problemático posible. Alywin ya lo decía con la “justicia en la medida de
lo posible”. Algunos dicen que se traicionó a la Patria. Disiento de esa tesis
preliminar, pues se sabía que el tránsito sería pactado y difícilmente
negociado. Pero aquí lo que hubo no fue una negociación, sino una imposición de
las reglas del juego de los propios militares. Posteriormente, en los años que
siguieron —precisamente en los gobiernos de Frei, Lagos y Bachelet— hubo
cobardía y negligencia de parte de la Concertación, que no profundizó los
cambios políticos e institucionales para intensificar nuestra democracia.
Muchos decían que no se quiso impacientar a los militares, con el fin de
fomentar la paz social y el reencuentro, la llamada reconciliación, que no la
ha habido y quizás no la haya nunca, al menos en mucho tiempo más.
En una segunda etapa
de la Concertación, creo que sí traicionaron a los principios de los cuales
había nacido, como el sentido de pertenencia de una comunidad más fraterna y
alegre, con justicia e igualdad. Muchos de esos principios han sido
desvirtuados por el lucro y los casos de corrupción que fueron impresentables
para la ciudadanía. Creo que no se le perdonó al conglomerado de partidos de
centroizquierda tal relajo de las virtudes. Una cosa era la alta imagen
ciudadana de Bachelet y otra la clase política desprestigiada que hacía
gobierno con ella, por nombrar un ejemplo de ello. Hoy los partidos políticos
concertacionistas y del actual gobierno parecen sólo partidos instrumentales
cuyo axioma es llegar al poder por cualquier medio. Las componendas y las
alianzas transversales con la antes derecha opositora, hicieron a muchos dudar
del espíritu concertacionista, pues se presentía una genuflexión ante el dios
del mercado neoliberal. Las privatizaciones y la especulación al lucro han sido
pésimas señales de estos dos centralismos políticos, que han dirigido los destinos
de nuestro país.
El exitismo en una
primera etapa de la transición chilena dio una impresión de arrogancia al resto
de Latinoamérica, pues nos pavoneábamos de ser un país diferente, ordenado,
exitoso, cuya transición democrática era un ejemplo de civilidad. Claramente,
el eslogan del progreso económico, del otrora manoseado los “jaguares del
Pacífico” se vio luego desmentido por las crisis económicas de 1999 y 2003, que
azotaron los bolsillos de los chilenos. Afortunadamente esa arrogancia de
creernos mejores que el resto se ha ido mitigando. El aislamiento de nuestro
país no ha sido para nada beneficioso, pues muchos países latinoamericanos,
entre ellos Perú y Bolivia, ven a Chile como un país individualista y que mira
siempre hacia fuera. Hacia la integración con Europa y los Estados Unidos. Tal
vez sea parte de nuestra inseguridad el dirigir la mirada siempre con ojos
benignos a lo extranjero como lo bueno. De allí se desprende ese esnobismo de
la inseguridad y la falta de autoafirmación. El racismo es creer que lo blanco
es mejor que lo negro o lo moreno. Ese complejo de inferioridad puede que haya
sido heredado de nuestro sistema colonial: feudal y centralista.
La continuidad de
este modelo político y económico no ha sido seriamente reformado, ni que decir
de la constitución del 80. Seguimos regulados por un texto autoritario y de
corte fascista que no respeta la multiculturalidad del país.
De allí, que la
crítica de Moulián sea severa y justificada para los gobiernos
concertacionistas que se aliaron al lucro, a la ostentación. Algunos dicen que
los dirigentes concertacionistas se aburguesaron malamente. Pero más allá de
esta condición de clase, el desprestigio a la clase política en general es su
total desapego por lo ciudadano. Lo que se instaló con este tránsito
democrático —además de la influencia del modelo de globalización americano— es
la impronta del ciudadano “crédito car”, tan comentado por Moulián en su éxito
editorial con Chile, anatomía de un mito.
Este texto sociológico aunó lo que ya se comentaba en vox populi entre la inteligencia intelectual de la primera mitad
del decenio de los 90, donde la subjetividad del Chile contemporáneo ha sido
objetivada por la sociedad del consumo.
Los últimos informes
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2002-2004) testimonian
que los chilenos (tanto hombres como mujeres) se sienten inseguros en el país.
Tal vez este pesimismo deviene en la sensación de cierta infelicidad pese a lo
contradictorio y lo cambiante que pueden ser las percepciones derivadas de las
encuestas. Sin embargo, estos índices cualitativos nos hacen preguntar nuevamente
si es posible ser ciudadano con este modelo económico. Aventuramos que lo
ciudadano se debilita demasiado con un modelo hegemónico de globalización y,
por lo mismo, ser partícipe de lo social tal vez sea realizarse en otras
instancias más alejadas de lo político y circunscritas en la comunidad.
Así como la
identidad, el tema de la memoria es indispensable para permitirnos un país más
fraterno y maduro. Sin memoria no se pude enfrentar el presente sin las sombras
del mañana, como diría Norbert Lechnerd.
Alguna vez
Aristóteles dijo que el arte representaba el deber ser de una realidad posible.
En ese sentido, la política tiene como eje unificar y entregar un sustento y un
ambiente a la polis. Es en la ciudad donde nos medimos día a día. Y como dice
el poeta Ennio Moltedo “la poesía
traduce, interpreta los acontecimientos y les da una realidad nueva”.
Nuestros creadores le
han otorgado respuestas a este Chile, que tuvo y tiene sueños que realizar. Y
esos valores esenciales de la vida humana los han defendido siempre los poetas
y los creadores: la libertad, la justicia y la verdad.
El artista entonces
es quien denuncia y no olvida. Tiene como misión desenterrar lo que nos
incomoda, lo que nos duele. Remueve la herida, como anuncia Gonzalo Millán en
su extenso poema La ciudad.
La herida sangra en
secreto/ La herida no deja vivir/ De la herida nadie se escapa/ La ciudad toda
está herida…
Esta ciudad que clama
de justicia por nuestros muertos. La herida esta abierta y no sana.
En un mundo que se
nos presenta vertiginoso, donde somos como islas de nosotros mismos, las
ciudades se han ido deshumanizando. Los grandes valores ceden a las tentaciones
del dinero y la tecnocracia. Los momentos de soledad los vivimos todos, pues desde
el momento que salimos al exterior, después del nacimiento, nos encontramos con
un universo cambiante. Nacemos en este mundo de lunáticos y morimos en él, como
dice Shakespeare. La soledad es consustancial al ser humano. Somos hacia
adentro y hacia fuera. En esta doble dialéctica es esencial el amor por el
otro, entendido como un diálogo.
Escribo cuando veo la
ciudad empapelada de propaganda política y me pregunto dónde están las ideas.
¿Dónde están los nuevos líderes? ¿En los movimientos sociales? La esterilidad
del mundo burgués, dice Octavio Paz, desemboca en el suicidio o en una nueva
forma de participación ciudadana, creadora de sentido. Aquella remite a
nuestros sueños y nuestros intentos de realizarlos.
Mundos posibles
El excelente ensayo Identidad, latinoamericanismo y bicentenario,
de Jaime Valdivieso, permite explicarnos críticamente nuestra falta de
identidad, y, al mismo tiempo, propone un camino ya iniciado en el poema épico La Araucana. Como primera reflexión,
nuestra falta de identidad tiene antecedentes en la Colonia y en el espíritu
oligárquico que forjaron una falsa imagen del reino de Chile. El blanqueamiento
de nuestra identidad fue impuesto por esta clase social y feudal que no asumió
que éramos un pueblo mestizo, donde la sangre araucana y española permitió la
génesis de Chile. Ya Neruda había dicho que el poema La Araucana era un camino iniciado por Ercilla, donde se reconocía
la gallardía y virtudes ancestrales en los araucanos. Es una respuesta a
nuestros propios problemas multiculturales. Lo que está proponiendo este poema
épico es que la identidad es una manera de ser, es un cruce de dos mundos: el
hispánico y el indígena.
En su aguda crítica sobre
nuestras falencias, la poeta Gabriela Mistral observaba lo siguiente:
“Voy convenciéndome
de que caminan sobre nuestra América vertiginosamente tiempos en que ya no digo
las mujeres, sino los niños también, han de tener que hablar de política,
porque la política vendrá a ser (perversa política) la entrega de la riqueza de
nuestros pueblos, el latifundio de puños cerrados que impide una decorosa y
salvadora división del suelo, la escuela vieja que no da oficios al niño pobre
y da al profesional a medias su especialidad; el jacobismo avinagrado de puro
añejo, que niega la libertad de cultos que conocen los países limpios; las
influencias extranjeras que ya se desnudan con absoluto impudor sobre nuestros
gobernantes”.
Llama la atención que
nuestros mejores ensayistas hayan dejado de lado el tema de la identidad
nacional, del mestizaje como un camino de unidad y diálogo multicultural.
Por su parte, cada
cual asumirá a partir de la experiencia un particular punto de vista
relacionada con aspectos del inconsciente y lo emocional, respecto de cómo
abordamos al pueblo, la ciudad, el barrio. Y por otra parte, lo individual y lo
colectivo se amalgama con la cultura. El filósofo Luis Villoro descubre tales
imbricaciones:
“Los individuos están
inmersos en una realidad social, su desarrollo personal no puede disociarse del
intercambio con ella, su personalidad se va forjando en grupos a los que
pertenece. Se puede hablar así de una realidad intersubjetiva compartida por
los individuos de una misma colectividad. Está constituida por un sistema de
creencias, actitudes y comportamientos que les son comunicados a cada miembro
del grupo por su mera pertenencia a él. Esa realidad colectiva no está
constituida, por ende, por un cuerpo, ni por un sujeto de conciencia, sino por
un modo de sentir, comprender y actuar sobre el mundo y por formas de vida
compartidas que se expresan en instituciones, comportamientos regulados,
artefactos, objetos artísticos, saberes transmitidos; en suma, por lo que
entendemos por una cultura. El problema de la identidad refiere a una cultura”.
Sin embargo, el
modelo de identidad nacional, impuesto por nuestra oligarquía, fue el de considerarnos
hijos de Europa. Primero en la Colonia con los títulos nobiliarios y,
posteriormente, con la Independencia el eurocentrismo como una supuesta imagen
a seguir, lo que falsamente dejó de lado una parte esencial del pueblo mapuche
y su universalidad fraterna y respetuosa de la naturaleza. Chile, al contrario
de otros países latinoamericanos, distorsionó una equivocada identidad: un
estereotipo de raza blanca, al estilo de un Estado republicano y democrático
como Inglaterra o Francia. Por lo mismo, se excluyó el pueblo mapuche de
nuestra identidad, lo que ha derivado en un debilitamiento de la autoafirmación
identitaria. Neruda en su Canto General
nos da coordenadas universales y particulares de nosotros los chilenos (as) a
partir del amor al paisaje de la naturaleza, nuestras costumbres, nuestro
mestizaje que permite darnos una unidad particular y colectiva. Por otra parte,
la poesía mapuche ha constituido una resistencia y una advertencia de que la
discriminación es un atentado contra el otro y nosotros mismos y que el modelo
económico capitalista es un atentado en contra de la naturaleza al despojarnos
de nuestra riquezas. Esta sabiduría de nuestra etnia nos dice que la
competencia, la insolidaridad van envenenando el alma de los hombres. El
impresionante poema del más conocido poeta mapuche, Elicura Chihuialaf nos
habla de una cultura oral que está brutalmente amenazada por el voraz progreso
que interviene el paisaje natural. Una muestra de ello lo encontramos en El silencio de los bosques:
Mi padre y yo solemos
charlar hasta la madrugada
bebiendo el vino de
la pena y la esperanza.
¿Alguien puede evitar
el otoño del oeste?
Me dice
los ríos van perdiendo
su profundidad
el caudal de la
sabiduría
y comienzan a añorar
el silencio
de sus bosques.
Nosotros pensamos en
el hijo, el hermano
aún en el exilio.
Hablamos de luchar,
mientras los zorros
cruzan gritando
nuestros campos.
Mi padre y yo
envejecidos
ahora nos miramos
entre lágrimas
nada de mí quedará
en esta tierra.
Nada de mí quedará
en esta Tierra, me
digo.
En su aire, sólo mi
conversación con la luna
en sus aguas una
flor: la levedad y el olvido.
En el pensamiento
latinoamericano los mitos y la utopía son constructores que nos pueden ayudar a
entender mejor el pasado y el presente. Según Thomas Mann el mito es signo de
madurez. En este sentido, las reflexiones de Mircea Eliade y de Octavio Paz nos
permiten tener una comprensión al sentido y la trascendencia. El legado de
nuestro pasado y presente indígena nos habla de un tiempo circular, generador
del rito, expresado en el arte. Con el mito podemos concebir una realidad y
descubrirla. El mito igualmente tiene la condición de una huida de la historia
como tal, anterior a la palabra (logos), a la racionalidad de occidente. Es un
regreso al pasado original, y a la profundidad de la existencia de la
humanidad. Los griegos creían en la determinación de un destino y en la
fatalidad. Este pensamiento primitivo luego deviene en un pensamiento moderno,
evolutivo, donde se tiene fe y esperanza en el progreso y en el avance de la
historia. Un aspecto positivo es que podemos determinar nuestro destino y
aprender de los errores del pasado. Necesitamos de los mitos para alimentar
nuestro imaginario y nuestro diario vivir. De ahí que el escritor Jaime
Valdivieso se refiere a ello como un combate a la historia:
“Muchos acontecimientos de importancia colectiva, objetos
materiales y culturales, ideas políticas y religiosas tienen como consecuencia
una conducta mítica, como sostuvo Eliade”. Así como
descubrimos el mito e intentamos explicarlo, la utopía de un mundo posible es
el sueño del futuro. En tiempos donde lo individual ha sobrepasado lo colectivo,
volver a creer en un mundo mejor es parte del sueño del hombre.
Es la manera de
mantener en alto los valores eternos de la humanidad. Octavio Paz dice que los
poemas y los mitos nos permiten tener un tiempo presente, una mirada hacia
atrás y adelante. Es en el arte —y esa creo es la importancia de los creadores
e intelectuales latinoamericanos que han sido generadores de “mundos posibles”—
donde la memoria y la identidad son fundamentales. En el caso de nuestra
historia se ha intentado borrar los mitos de nuestras etnias, a partir de la
degradación de nuestros héroes, convirtiéndolos —como dice el antropólogo José
Bengoa— al araucano como un ser bárbaro y sanguinario indio del sur. La clase
política del pasado y el presente, al no asumirse como mestiza, ha visto a los
mapuches como enemigos externos al Estado-nación. Sin embargo, la resistencia a
la historia oficial es una búsqueda de nuestra verdadera identidad. Mientras no
tengamos conciencia de ello, seguiremos alienadamente avanzando hacia ninguna
parte.
Bibliografía
Richard Richard
Sennett, El declive del hombre público
(Ediciones del bolsillo, 2002).
Cristián L. Cisternas
Ampuero, Imagen de la ciudad en la
literatura hispanoamericana y chilena contemporánea (Santiago de Chile,
Editorial Universitaria, 2011).
Gastón Bachelard, La poética de la ensoñación (Fondo de
Cultura Económica, 2001).
Gastón Bachelard, La poética del espacio (Fondo de Cultura
Económica, 2011).
Zygmunt Bauman, Vida de consumo (Fondo de Cultura
Económica, 2010).
Elicura Chihuailaf, Recado confidencial a los chilenos (Lom
ediciones, 1999).
Jaime Valdivieso, Señores y ovejas negras. Chile: un mito y su
ruptura (Lom ediciones, 2000).
Jaime Valdivieso, Identidad, latinoamericanismo y bicentenario
(Editorial Universitaria, 2010).
Grínor Rojo, Discrepancias de Bicentenario (Lom
ediciones, 2010).
Grínor Rojo, Globalización e identidades nacionales y
post nacionales… ¿de qué estamos hablando? (Lom ediciones, 2006).
Jorge Larraín, ¿América Latina moderna? Globalización e
identidad (Lom ediciones, 2005).
Marcos García de la
Huerta, Memorias de Estado y Nación (Lom
ediciones, 2010).
Nuevos colaboradores
FERNANDO
SORRENTINO
Nació en Buenos Aires
el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de lengua y literatura. Su literatura de
ficción es una mezcla de fantasía y humor. Ha sido traducido a los idiomas
inglés, portugués, italiano, alemán, polaco, chino, vietnamita y tamil. A
menudo escribe ensayos sobre literatura argentina, que en general se publican
en La Nación, de Buenos Aires. Ha
recibido varios premios literarios, entre otros Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores (SADE).
Su obra:
• Libros de cuentos: La regresión zoológica (1969); Imperios y servidumbres (1972); El mejor de los mundos posibles (1976); En defensa propia (1982); El remedio para el rey ciego (1984); El rigor de las desdichas (1994); La corrección de los corderos, y otros
cuentos improbables (2002); Existe un
hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza
(2005); El regreso. Y otros cuentos
inquietantes (2005); En defensa
propia / El rigor de las desdichas (2005); Costumbres del alcaucil (2008); El
crimen de san Alberto (2008); El
centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio (2008); Paraguas, supersticiones y cocodrilos
(Verídicas historias improbables) (2013).
• Novela: Sanitarios centenarios (1979).
• Nouvelle: Crónica costumbrista (1992), reeditada como Costumbres de los muertos (1996).
• Libros para niños
y/o adolescentes: Cuentos del Mentiroso
(1978); El remedio para el rey ciego
(1984); El Mentiroso entre guapos y
compadritos (1994); La recompensa del
príncipe (1995); Historias de María
Sapa y Fortunato (1995); El Mentiroso
contra las Avispas Imperiales (1997); La
venganza del muerto (1997); El que se
enoja, pierde (1999); Aventuras del
capitán Bancalari (1999); Cuentos de
don Jorge Sahlame (2001); El viejo
que todo lo sabe (2001); Burladores
burlados (2006); La venganza del muerto (2011, que contiene cinco
cuentos: Historia de María Sapa, Relato de mis travesuras, La fortuna de
Fortunato, Hombre de recursos, La venganza del muerto).
• Libros de
entrevistas: Siete conversaciones con
Jorge Luis Borges (1974); Siete
conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992).
• Ensayos: El forajido sentimental. Incursiones por los
escritos de Jorge Luis Borges (2011).
• Antologías
(compilador): 35 cuentos breves
argentinos (1973); 36 cuentos
argentinos con humor (1976); 17
cuentos fantásticos argentinos (1978);
Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino (2007); Ficcionario argentino (1840-1940). Cien
años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (2012).
FERNANDO
CHELLE PUJOLAR
(Mercedes, Uruguay
1976). Profesor de literatura en Uruguay (en los departamentos de Soriano,
Montevideo y Canelones). En el año 2011 se radica en Colombia, en la ciudad de
Cúcuta, donde se ha desempeñado como profesor de lengua castellana en
bachillerato y como docente universitario al frente de la cátedra de la
asignatura Competencias Comunicativas de la Universidad Simón Bolívar Extensión
Cúcuta.
Es poeta, ensayista y
crítico literario. Autor de los libros Poesía
de los pájaros pintados (Colombia 2013) y Curso general de lectoescritura y corrección de estilo, guía para
formular escritos correctos (Colombia 2014). Ha sido corrector de estilo de
las revistas Respuestas (Universidad
Francisco de Paula Santander, Norte de Santander, Colombia) y Fronteras del saber (Universidad Simón
Bolívar Extensión Cúcuta); director de contenido y redacción del periódico El Libertador (Universidad Simón Bolívar
Extensión Cúcuta). Sus ensayos y críticas literarias se han publicado en
diferentes revistas y periódicos.
JOSÉ
FRANCISCO SASTRE GARCÍA
Nació en San
Sebastián, Guipúzcoa, España, en 1966. Desde el principio tuvo una gran
inquietud por la lectura, leyendo todo lo que caía en sus manos, desde la
literatura infantil y juvenil de la época hasta obras como la Odisea de Homero.
Reside en Valladolid
desde 1980. Escribió sus primeros relatos por aquella época, presentándolos a
diversos premios sin obtener resultado alguno. Posteriormente le llegaría la
afición por R. E. Howard y H. P. Lovecraft de la mano de los cómics de “La
Espada Salvaje de Conan” y los libros de Alianza Editorial hasta el punto de
conseguir la bibliografía casi completa del maestro de Providence y las novelas
canónicas del cimmerio publicadas por Fórum.
A raíz de su pasión
por el personaje del genio tejano, comenzó a publicar en el cómic ya mencionado
reseñas y artículos, que llamaron la atención del grupo madrileño El Círculo de
Lhork, que contactó con él para ofrecerle unirse a ellos, proposición que
aceptó gustosamente.
Desde ese momento, su
producción literaria comenzó a multiplicarse: relatos de todo tipo y condición,
dejando de lado, al menos temporalmente, el género de ciencia ficción, al que
no era proclive en el papel escrito, tan sólo en el cine, y artículos acerca de
diversos temas relacionados de forma directa o indirecta con la narrativa
fantástica que lo sedujo.
En estos momentos, su
producción literaria abarca prácticamente todos los géneros de la narrativa
fantástica: fantasía épica, espada y brujería, intriga-misterio-terror (a veces
no es fácil marcar la separación entre unos y otros), ciencia ficción, ficción
histórica, aventuras, fantasía.
REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 20 — Marzo de 2015 — Año VI
ISSN 2250-4281
Exp. 5199588 del 21/10/2014, Dirección Nacional del Derecho de Autor
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Twitter: @RyFRev Literaria
Héctor Zabala (dirección y narrativa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
- Suplemento Nº 56)
Colaboradores
Luis Benítez (poesía)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
- Suplemento Nº 22)
Agustín Romano (ensayo)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://www.polisliteraria.blogspot.com/)
Anna Rossell
Barcelona (Cataluña), España
(currículo en Realidades
y Ficciones Nº 11)
Corrección
general:
Noelia
Natalia Barchuk Löwer
Resistencia
(Chaco), Argentina
(currículo
en revista Realidades y Ficciones Nº 13)
Ilustración
de carátula y emblema:
Mónica
Villarreal
Scottsdale
(Arizona), Estados Unidos
Monterrey
(Nuevo León), México
@mon_villarreal
(currículo
en revista Realidades y Ficciones Nº 17)
Tomás Stefanovics
Montevideo, Uruguay / Münich, Alemania
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 7)
Gustavo Flores Quelopana
Lima, Perú
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 8)
María Isabel Amor Illanes
Las Condes (Santiago), Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)
Liliana Lapadula
San Martín (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)
Agustín Arosteguy
Balcarce (Pcia. Buenos Aires), Argentina / Bilbao (País Vasco), España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 10)
Francisco Angulo Lafuente
Madrid, España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 10)
Felipe Acuña Lang
Santiago, Chile
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 11)
María del Carmen Castañeda Hernández
Tijuana (Baja California), México
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 12)
Santiago Sevilla Vallejo
Madrid, España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 12)
Lidia Morales Benito
Salamanca (Castilla y León), España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 13)
Patricia Eguiguren E.
Quito, Ecuador
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 14)
María Amelia Díaz
Castelar (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 15)
Vivina Perla Salvetti
Porlamar (Isla de Margarita, Nueva Esparta), Venezuela / Villa Ballester
(Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 15)
Reneé Acosta
Chihuahua (Chihuahua), México
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 16)
Marcos Rodrigo Ramos
Moreno (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 16)
Pablo Cassi
San Felipe (V Región), Chile
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 16)
Daniel Abelenda
Carmelo (Colonia), Uruguay
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 16)
Lucero Balcázar
México D.F., México
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 16)
Asmara Gay
México D.F., México
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 17)
Cristian Emanuel Vitale
La Plata (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 17)
Peter Tase
Berat (Albania) / Milwaukee (Wisconsin),
Estados Unidos
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 17)
Josep Anton Soldevila
Barcelona (Cataluña), España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 18)
Goya Gutiérrez Lanero
Castelldefells (Barcelona, Cataluña), España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 18)
Alberto Ramponelli
Buenos Aires, Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 18)
Miguel Ángel Galindo Núñez
Guanajuato (Guanajuato), México
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 18)
Leo Castillo
Barranquilla (Atlántico), Colombia
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 18)
María Eugenia Caseiro
La Habana, Cuba / Miami (Florida), Estados Unidos
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 19)
Jorge Aloy
Buenos Aires, Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 19)
Fernando
Sorrentino
Buenos Aires, Argentina
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 20)
Fernando Chelle Pujolar
Mercedes, Uruguay / Cúcuta (Norte de Santander), Colombia
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 20)
José Francisco Sastre García
Valladolid (Castilla
y León), España
(currículo en
Realidades y Ficciones Nº 20)